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Reflexión en torno a la “Teología de la Conquista”

Fabián Bravo Vega

Para comprender cómo se desarrolló el fundamento teológico que legitimó el carácter belicoso y
genocida que caracterizó al proceso de Conquista de América, debemos conocer primeramente el
contexto en donde fue formulado, a saber, una España que se atribuyó a sí misma la misión de ser
el máximo bastión del cristianismo. Tanto la Reconquista Española que significó la retirada de
siglos de ocupación árabe, como la expulsión de los judíos de su territorio perfilaron un mito que
comprende la construcción del Estado español como la nación elegida por Dios para llevar a cabo
una verdadera cruzada en el nuevo continente. En este sentido, no resulta tan extraño entender
los niveles de violencia sistemática que caracterizó esta empresa si se enmarcaban dentro de un
“propósito mayor”, tal como también lo fueron las cruzadas medievales para rescatar el Santo
Sepulcro o la obra civilizadora del colonialismo británico y las demás potencias europeas, por
nombrar algunos. Es por ello que la Conquista se concibe como un proyecto con tintes
escatológicos y milenaristas que fusiona un mismo marco espacio-temporal: el Nuevo Mundo es a
la vez, la nueva edad.

Llama la atención la forma en que la cosmovisión religiosa configuró un catolicismo que


presentaba una ambivalencia de lo sagrado tanto en la dimensión interna –misticismo- como
externa –ritualismo- en la vida cotidiana, todo esto mediado por la vigorosa fiscalización de la
iglesia quien desplegó una serie de mecanismos de disciplinamiento para el cumplimiento de los
rituales y sacramentos. Es en este escenario donde la iconografía presenta a un Cristo moribundo,
lejano, abstraído, pasivo, burocratizado por un sinnúmero de mediadores y elementos de la
religiosidad tanto oficial como posteriormente popular, elaborando un cristianismo en donde la
devoción mariana alcanza niveles nunca visto producto del símbolo que representa: la madre
amerindia que debe hacerse cargo de la familia debido a un padre ausente.

Bajo esta lógica, Bartolomé de Las Casas constituye un paradigma digno de destacar tanto para la
posterior Teología de la Liberación como igualmente la vida del cristiano contemporáneo: conoció
de cerca el problema de la legitimación de un sistema colonial que renegaba pero que al mismo
tiempo no podía escapar de sus instituciones. Es el dilema de habitar un sistema macabro,
pecaminoso, caído y no ser partícipe de aquel, confrontando la soberbia de concebirse como Hijo
de Dios versus la humildad y misericordia del amor por el perdido. Asimismo, considero que el
principal desafío de esta historia se centra en la capacidad de concebir al otro como un igual en el
sentido de empatizar con el dolor del prójimo y reconocerse como un ser pecador del cual Dios
tuvo misericordia. Para finalizar quedan algunas interrogantes interesantes para formular, una de
ellas tiene relación con reflexionar respecto del sentido de buscar a Cristo en el más afligido, si a
partir de la perspectiva de Las Casas fue así, la pregunta que emerge sería ¿si Cristo estuvo en el
oprimido, dónde estuvo antes y dónde se encuentra ahora?

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