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El niño y el anciano en la ruina

Se hacía tarde. Un anciano, vestido con su mejor traje, iba por la calle, llevando de la mano un niño.
−Abuelo, ¿qué hacemos aquí?
−Yo voy a visitar a un viejo a migo, ya te había dicho.
−Vive lejos, abuelo, ya estoy cansado.
−Pero llevamos unas cuadras, a penas salimos de la colonia.
−Está lejos.
−Bueno, tal vez, pero era muy buen amigo. Pronto llegaremos –una sutil expresión de angustia invadió el rostro del
anciano.
−¿Sí…? ¿Quién era?
−Se llamaba Luis, trabajaba conmigo.
−¿Trabajaba contigo en el restaurante?
−No, trabajaba conmigo cuando era policía.
−Vaya, ¿detuvieron a muchos ladrones?
−Pues yo a unos cuantos, pero él era joven, lo conocí por un par de años, y un día…
−¿Un día qué pasó…? ¿Abuelo?
Él no quería contestar, los recuerdos le dolían. Mas ya estaba ahí, y había ido para honrar el recuerdo.
−Me salvó la vida de unos malvados.
−¿Te salvó la vida? –preguntó el pequeño con impresión.
−Sí. Nos habían dado una misión peligrosa. Íbamos tras unos secuestradores.
El niño no dijo nada, no supo muy bien cómo procesar esa respuesta. Pero cuando un viejo empieza a narrar sus
antiguas anécdotas, no para.
−¿Sabes? Nos fue muy mal ese día, ellos eran muchos y estaban bien armados. Nosotros éramos diez. Yo estaba al
mando, y Luis iba a entrar conmigo al frente. Era una bodega. Lo principal era salvar a toda la gente que tuvieran dentro.
Al niño le parecía emocionante, pero a la vez, intimidante. Con timidez preguntó:
-Y… ¿Y qué pasó?
-Ah, Envié a cuatro hombres por atrás, iban a entrar por el techo. Los demás tumbamos la puerta de enfrente y
entramos. El plan era agarrarlos por sorpresa, y así fue, tres estaban dormidos en unos sillones junto a la puerta, seguro
se habían puesto bien borrachos.
El pequeño se rió, perecía que por fin la emoción del relato había vencido al miedo.
−Sí, uno ni se despertó cuando le pusieron las esposas. Los otros dos sí, pero en cuanto iban a gritar, los noqueamos. Yo
le di bien duro en mandíbula
El recuerdo de su hazaña consiguió arrancarle una cansada risa. Su nieto, en cambio, soltó una carcajada.
−Sí, así fue, tu abuelo era fuerte en ese entonces.
−Vaya, ¿y salvaron a las personas secuestradas, abuelo?
La pregunto cogió desprevenido al anciano. Permaneció en silencio un momento.
−¿Abuelo?
−Pues sí, al menos a... Bueno, sometimos a esos tres, pero empezamos a escuchar balazos más adentro. Seguimos por
un pasillo oscuro, Luis y yo al frente. Llegamos a la nave de la bodega, y vimos a las personas amarradas, y dos malvados
estaban con ellos, le disparaban a nuestros compañeros que habían entrado por atrás. Ni nos escucharon agarrarlos por
la retaguardia. Luis le dio por atrás a uno, y cayó.
El niño se impresionó, seguramente su madre regañaría al abuelo contarle cosas tan fuertes pero a él parecía gustarle.
−Ah, ¿y qué pasó luego?
−Ay, Iba a por el otro cuando notamos que había más malvado a la izquierda. Uno tras la puerta del baño y otro tras una
barra que estaba junto. Nos dispararon. Luis me empujó abajo, me salvó. Los que venían detrás de nosotros abrieron
fuego, y dos de nuestros cuatro compañeros atrás también siguieron disparando. Yo, que había caído al suelo, escuché
balazos unos segundos y después silencio. Les habíamos ganado…
−¡Vaya genial! –Al niño le había gustado el final de acción, pero notó que su abuelo ya no decía nada, y tenía la mirada
fija al frente. Reflexionó un momento.
−¿Y qué pasó con Luis, Abuelo?
−Te dije, me salvó…, pero le alcanzó una bala –El viejo no necesitó más explicaciones.
−Oh –el pequeño se sintió impactado, y no supo qué más decir sobre Luis−. Pero, ¿salvaron a la gente, abuelo?
El anciano calló por un momento, unas lágrimas querían brotar de sus ojos, pero era un hombre de antes, y no lo
permitió.
−Te dije, al menos a un… ¡Mira! Ya llegamos, ese es el lugar.
Señaló una pequeña bodega abandonada al final de la calle, cerca de la avenida. Era apenas una ruina, sin puerta, las
paredes habían sido firmadas por pandilleros y el techo estaba caído. Una parejo pasó frente, y el joven arrojó su
periódico por la ventana. Se había vuelto un basurero. Iban a derrumbarla en unos días.
El lugar asustó inmediatamente al niño.
−Abuelo, es horrible.
−Sí, pero un conocido mío va a construir un restaurante aquí, me dijo el otro día, y quise venir antes… Espérame aquí,
vengo en cinco minutos, ve a comprar un juego a esa tiendita de enfrente.
Mientras el pequeño corría a por su bebida, el anciano entró, salteando la basura. Al poco el niño cruzó la calle
corriendo, y prefiriendo entrar que quedarse solo, entró silenciosamente. Escuchó los murmullos de su abuelo al otro de
un muro y pegó la oreja a la pared para poder ori.
−[…] y, Luis, amigo, te habría ido a ver al cementerio, pero tu familia te incineró… Lo mismo con usted, señora Giménez.
Yo, en verdad, lo siente mucho, no pudimos hacer nada por ustedes, he cargado con eso toda mi vida. Pero vine porque
quería que supiera que su hija vivió, señora, fue la única que vivió. Nos la llevemos al DIF, la dieron en adopción y
encontró un hogar… De hecho, mi mujer no podía tener hijos, y nosotros la adoptamos. Quería que supiera que ahora
ella también es madre, tuvo a un pequeño, es muy bueno niño. De hecho viene conmigo, pero no quiso entrar…

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