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eh ee Vl eS LAS MASCARAS DE DIOS Mitologia primitiva _ Alianza Editorial ste estudio comparativo de las mitologias del mundo —tealizado a la luz de los mas recientes descubrimien- tos en arqueologia, antropologia y psicologia— nos confirma una idea mantenida largamente por JOSEPH CAMPBELL: Ia unidad de la raza humana, no sdlo en su historia biolégica sino también en la espiritual. Temas tales como el robo del fuego, el diluvio, el mundo de los muertos, el naci- miento de madre virgen y el héroe resucitado aparecen en todas partes del mundo, tanto en cuentos como en contextos teligiosos donde se aceptan no sélo como verdades de hecho, sino incluso como revelaciones de las verdades de las que toda cultura es un testigo vivo y de las cuales derivan tanto su autoridad espiritual como su poder temporal. Y aunque de los que adoran a clegas en los santuarios de su tradici6n, analizan y descalifican racionalmente los de otros, una comparacién honesta revela que todos ell provienen de un Gnico fondo de motivos mitolégicos, nados, organizados, interpretados y ritualizados de formas segGn las necesidades locales, pero reverenciados todos los pueblos de Ia tierra. Esta importantisima obra, lleva como titulo genérico LAS MASCARAS DE DIOS, esta en cuatro partes. El primer volumen, que ahora les —MITOLOGIA PRIMITIVA—, estudia los recursos espirituales hombre prehistérico, esto es, las raices primitivas de las mito- logias del mundo. Completan la serie un volumen dedicado a la MITOLOGIA ORIENTAL, otro referente a la MITOLOGIA OCCIDEN~ TAL y un volumen final que estudia la MITOLOGIA CREATIVA, decir, la importantisima tradicién mitolégica del mundo derno. ‘ ISBN 84-206-9621-8 9 hl 96218 Joseph Campbell Las mascaras de Dios: Mitologia primitiva Versidn espafiola de Isabel Cardona Alianza Editorial Titulo original: The Masks of God: Primitive Mythology Copyright © Joseph Campbell, 1959, 1969. Todos los derechos reservados © de la traduccién: Isabel Cardona © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1991 . Calle Mildn, 38; eee Madrid; sel6t 200 00 43 Depésito legal: M. ISBN: 84-206-9620-X (O. C.) ISBN: 84-206-9621-8 (Tomo 1) Compuesto en Ferndndez Ciudad, S. L. Impreso en Lavel, S. A. Los Llanos, nave 6 Humanes (Madrid) Printed in Spain INDICE PREAMBULO: A la terminacién de «Las méscaras de Dios» .. Pr6.oco: Hacia una historia natural de los dioses y los BEOCS oe cee vee cee eee ee tee tee tee tee tee see tee eee I. Las demarcaciones de una nueva ciencia ... ... II. El pozo del pasado ... ... ... III. El diélogo entre la erudicién y la fabulacién PRIMERA PARTE LA PSICOLOGIA DEL MITO Inrropucci6n: La leccién de la mascara ... CapiruLo 1. El enigma de la imagen heredada I. El mecanismo innato de liberacién .. II.- La sefial estimulo supernormal ... ... ... ... 6+ Capfruto 2. Las huellas de la experiencia .. I. Sufrimiento y éxtasis ... ... II. La fuerza estructurante de la vida sobre la tierra ee ee ee : WI. Las huellas de. la primera 1 infancia IV. El animismo espontdneo de la infancia ... .. V. EI sistema de sentimientos del grupo local ... VI. El impacto de la vejez ... 0.2.6. cee cee ee vee 13 19 19 21 24 41 51 51 60 73 73 80 85 105 116 149 8 / Indice SEGUNDA PARTE LA MITOLOGIA DE LOS PLANTADORES PRIMITIVOS CapituLo 3. La estera cultural de las civilizaciones desarrolladas . . cece I. El protonealitico: alr. 7500-5500 a.C. II. El neolitico basal: alr. 5500-4500 a.C. . III. El neolitico superior: alr. 4500-3500 ac. on IV. La ciudad estado hierdtica: alr. 3500-2500 a.C. Capituco 4. La esfera de los reyes inmolados ... ... I. La leyenda de Ja destruccién de Kash .. II. Una noche de Sherezade ... ... . III. El rey, y la virgen del fuego vestal . CapituLo 5. El ritual amor-muerte I. El descenso y regreso de Ja doncella ... ... ... Il. El hecho mitoldgico ... 2.0 02. ee eee cee ee eee TIT. Perséfone ... ... .. IV. El monstruo anguila sees V. ¢éParalelismo o difusién? ... ... .. sees VI. EI ritual amor-muerte en la ‘América preco- lombina 0.0... ese cee cee cee cee cee tee tee nee TERCERA PARTE LA MITOLOGIA DE LOS CAZADORES PRIMITIVOS CaPiTuLo 6. Chamanismo ... 60 cee cee cee ee ee tes I. El chamén y el sacerdote II. Magia chaménica ... ... III. La visién chaménica IV. El portador del fuego 167 168 171 173 177 185 185 193 198 203 203 209 216 225 237 253 265 265 279 288 305 Indice / 9 Capituto 7. El animal maestro ... 1.6 vee cee cee vee I. La leyenda de la danza del biifalo ... ... ... .. II. La mitologia del paleolitico ... ... III. El ritual de la sangre restituida ... CapituLo 8. Las cavernas paleoliticas ... ... 02. 66. ve I. Los chamanes de la Gran Caza ... II. Nuestra Sefiora de los mamuts ... III. El oso maestro ... 0. ... cee vee IV. Las mitologias de los dos mmundos see eee eee CUARTA PARTE LA ARQUEOLOGIA DEL MITO CapftuLo 9. Los umbrales mitolégicos del paleolitico. I. El escalén del Plesiantropo ( 600000 antes de Cristo >) .. tenets es : Il. El escalén del Pitecantops te “400000 antes de Cristo —) . sees . III. El escalén del ‘hombre de Neandertal (ede dor del 200000-75000/25000 a.C.) . IV. El escalén del hombre de Cro-Maghon (alre. dedor del 30000-10000 a.C.) V. El estilo capsiense-microlitico (alr. 30000/ 10000-4000 a.C.) 22. 10. cee cee cee cee cee vee CapituLo 10. Los umbrales mitoldgicos del neolitico. I. La gran serpiente de los Primeros plantadores (alr. 7500 a.C.?) . + II. El nacimiento de la civilizacibn en a ‘Oriente Préximo (alr. 7500-2500 a.C.) . III. La gran difusi6n ... 1.2 1. cee cee cee ee tee 323 323 327 338 341 341 356 380 394 405 405 409 415 424 431 437 437 444 473 10 / Indice Conc.usiOn: El funcionamiento del mito ... ... 1.1 ++ I. Las imégenes locales y el camino universal ... II. Las servidumbres del amor, el poder y la virtud. TII. La liberacién de la servidumbre .. INDICE ANALETICO 2... 12. cee cee cee cee cee cee cee nee aoe 521 521 524 529 535 INDICE DE ILUSTRACIONES Sefiales estimulo liberando reacciones paterno-maternas en el hombre .. Dibujo de un nifio de st su suefio del demonio Disefios en cerdmica, alr. 4000 a.C. . Predominio del regicidio ritual (mapa) .. . Dibujos en gargantillas de concha, Téimulo “Espiral, Oklahoma ... ... .. : sie Figuras en el santuario de Trois Freres | : . La Venus de Laussel . fee tee eee ee eee ae eee eee EI hechicero-bestia de Lascaux . Figuras en la cripta de Lascaux .. Mascara ceremonial con cuernos (palos puntagdos) Australianos con cuernos de palos puntiagudos .. El «Hechicero de Trois Fréres» . La Venus de Lespugue .. E] culto del oso (mapa) .. Escena de caza capsiense, ‘Castellén | Tres mujeres, Castellén .. Hombre con un dardo, Castellén . La «Dama blanca», Rodesia Los dibujos de las ilustraciones de las péginas. 329, 342, 344, 345, 352, 370 y 434 son de John L. Mackey. 70 105 174 201 269 328 329 342 343 344 345 352 370 386 432 432 433 434 343, {2 LAS MASCARAS DE DIOS: MITOLOGIA PRIMITIVA Joseph Campbell empezé a interesarse por la mitologfa en su infancia en Nueva York,. cuando lefa obras referentes a los indios americanos,visitaba con frecuencia el American Museum of Natural History y estaba fascinado por la coleccién de pos- tes totémicos del museo. Obtuvo el B. A. y el M. A. en Co- lumbia en 1925 y 1927 y continué estudiando francés medie- val y sdnscrito en las universidades de Paris y Munich. Des- pués de una temporada en California, donde conocié a John Steinbeck y al bidlogo Ed Ricketts, ensefié en la Canterbury School y en 1934 se incorporé al departamento de literatura del Sarah Lawrence College, cargo que ocupé durante muchos afios. Durante las décadas de 1940 y 50 ayudé a Swami Nikhi- lananda a traducir los Upanishads y The Gospel of Sri Rama- krishna. Entre los muchos libros que ha escrito se encuentran The Hero with a Thousand Faces, Myths to Live By, The Flight of the Wild Gander y The Mythic Image. Ha editado The Portable Arabian Nights, The Portable Jung y otras obras. PREAMBULO A LA TERMINACION DE LAS MASCARAS DE DIOS Cuando dirijo la vista atrdés, hacia los doce satisfactorios afios que he dedicado a este empefio tan gratificante, encuen- tro que su resultado principal para mi ha sido la confirmacién de una idea que mantuve larga y confiadamente: la unidad de la raza humana, no sdlo en su historia biolégica sino también en la espiritual, que por doquier se ha desarrollado a la mane- ra de una tnica sinfonia, con sus temas anunciados, desarrolla- dos, ampliados y retomados, deformados, reafirmados, que hoy dia, en un gran fortissimo con todas las secciones tocando a la vez, avanza irresistiblemente hacia una especie de poderoso climax, del cual ha de surgir el préximo gran movimiento. Y no veo razén alguna para que se pueda suponer que los mis- mos motivos acabados de escuchar no se oirdn otra vez en el futuro, en unas nuevas relaciones, por supuesto, pero siempre los mismos motivos. Todos ellos se presentan aqui, en estos volimenes, con muchas indicaciones, ademds, sugiriendo las maneras en que pueden ser utilizados por personas razonables para fines razonables, o por poetas para fines poéticos, 0 por insensatos para la necedad y el desastre. Pues, como dice James Joyce en Finnegans wake: «tan imposibles como son todos estos hechos, resultan tan probables como aquellos que pueden haber sucedido 0 como cualesquiera otros que nunca nadie pensé que pudieran ocurrir». 3 on 14 / Mitologla primitiva Nota a Ia edicién de 1969 de «Mitologia primitiva» Apenas dos afios después de la publicacién, en 1959, de este primer volumen de Las Mascaras de Dios, una serie de descubrimientos sensacionales en la Garganta de Olduvai, en Tanganika, Africa oriental, hicieron retroceder en mds de un millén de afios las primeras apariciones conocidas de la espe- cie humana sobre la tierra. Mientras que los especimenes ante- tiores, de una media docena de yacimientos de Africa del Sur (véase més adelante, pp. 405-408), habian sido fechados unos 600.000 ajios a.C., los hallazgos de Tanganika fueron fechados en 1961, por el recién desarrollado método del Argén- 40, con una antigiedad de aproximadamente 1.750.000 afios'. Sin embargo, se encontré que en aquel tiempo existieron al menos dos clases de tipos diferentes de hominidos. El} llamado Zican- tropo —el «antropoide de Etiopia» (del drabe Balad al-Zinj, «Tierra de los etfopes»)— tenfa una gran mandfbula y comfa principalmente vegetales, mientras que el otro, mds pequefio, comfa carne, parece que era un cazador competente y usaba herramientas de piedra pulimentada. El Dr. L. S. B. Leakey, el excavador de Olduvai, considera a este ultimo como el més probable prototipo de nuestra propia especie humana y le ha llamado, consecuentemente, Homo, «hombre», Homo habilis, «hombre hébil o competente»?. Todos los demas, tanto el primer yacimiento de Tanganika como el posterior de Africa del Sur, se consideran ahora generalmente como fuera de la principal Ifnea evolutiva hacia el Homo sapiens, y estén cla- sificados bajo otro ep{grafe, el Australopitecino, «mono del 1G. H. Curtis, «Clock for the Ages: Potassium Argon», National Geographic Magazine, vol. 120, nim. 4 (1961), p pp. 590-592. Leakey, ‘. «Que yo sepa, etndlogos y antropdlogos coinciden en la opinién de que la actitud mental con que se celebran las grandes fiestas reli- giosas de los salvajes no es una de ilusién completa, hay una conciencia sobreentendida de que las cosas no son reales» ‘. Y cita entre otros a R. R. Marett, quien en el capitulo sobre «Ingenuidad Primitiva» en su libro The Threshold of Religion desarrolla la idea de que un determinado elemento de «hacer creer» opera en todas las religiones primitivas. «El salvaje», escribe Marett, «es un buen actor que puede estar totalmente embargado por su papel, como un nifio al jugar; y, también como un nifio, es un buen espectador que puede asustarse mortalmente por los rugidos de algo que él sabe perfectamente bien que no es un ledn real» 5. «Considerando todo el conjunto de Ja llamada cultura ptimitiva como una esfera de juego», sugiere Huizinga como conclusién, «preparamos el camino para un entendimiento de sus peculiaridades mds directo y més general que el que per- 2 Leo Frobenius, Paideuma, Umrisse einer Kultur— und Seelenlehre, 3 Aufl. (Frankfurt, 1928), pp. 143-45. . zit Homo Ludens (Londres: Routledge y Kegan Paul, 1949), p. 5. Edicién castellana: Alianza Editorial, Madrid, 1987. 4 Ibid., p. 22. 5 Ibid., p. 23. * Este texto y todos los que aparecen citados en esta obra han sido traducidos por Isabel Cardona para esta edicién. (N. de los E.) sa aes 44 / Mitologfa primitiva mitirfa cualquier andlisis meticuloso psicolégico o socioldgi- co» *, Y estoy de acuerdo de todo corazén con este juicio, afiadiendo unicamente que deberfamos extender la considera- cidn a todo el campo de nuestro tema presente. En la misa catélica, por ejemplo, cuando el sacerdote ci- tando las palabras de Cristo en la Ultima Cena pronuncia la férmula de la consagracién con gran solemnidad, primero sobre la oblea de la hostia (Hoc est enim Corpus meum: éste es Mi Cuerpo), y luego sobre el cdliz del vino (Hic est enim Calix Sanguinis mei, novi et aeterni Testamenti: Mysterium fidei: qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionem pecca- torum: Este es el Céliz de Mi Sangre, del nuevo y eterno testamento, misterio de fe, que serd derramada por vosotros y por muchos para remisién de los pecados), se ha de suponer que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, que cada particular de la hostia y cada gota de vino es de hecho el Salvador viviente del mundo. Es decir, el sacra- mento no se concibe como una referencia, un simple signo o simbolo para provocar en nosotros una serie de pensamientos, sino que es Dios mismo, el Creador, Juez y Salvador del Uni- verso, venido aqui para actuar sobre nosotros directamente, para liberar nuestras almas (creadas a su imagen) de los efec- tos de la caida de Addn y Eva en el jardin del Paraiso (que debemos suponer existis como un hecho geogréfico). Asimismo, en India se cree que como respuesta a las férmulas de consagracién los dioses descenderdn graciosamen- te para infundir su sustancia divina en Jas imagenes del tem- plo, que entonces son llamadas sus tronos o asientos (pitha). También es posible, y en algunas sectas hindties incluso espe- rado, que el individuo mismo se convierta en un asiento de la deidad. En el Gandbarva Tantra esta escrito, por ejemplo: «Nadie que no sea él mismo divino puede adorar debidamente a una divinidad»; y de nuevo, «Habiéndose transformado en la divinidad, uno deberfa ofrecerle sacrificio» ’. Mas atin, incluso es posible para un actor realmente dotado descubrir que todo, absolutamente todo, se ha convertido en 7 Hei Philosophies of India, ed. Joseph Campbell (Nueva York: Pantheon Books, The Bolingen Series XXVI. 1951). La leccién de la mascara / 45 el cuerpo de un dios, o que revela la omnipresencia de Dios como sustrato de todo ser. Por ejemplo, hay un pasaje entre las conversaciones de] maestro espiritual bengali del siglo x1x Ramakrishna, en el que describe esta experiencia: «Un dia», se dice que conté, «se me revelé repentinamente que todo es Puro Espiritu. Los utiles religiosos, el altar, el marco de la puerta, todo Puro Espiritu. Hombres, animales y los demas seres vivientes, todo Puro Espiritu. Entonces, como un loco, empecé a esparcir flores en todas direcciones, todo lo que veia lo adoraba» *. Creer, o al menos un juego de creer, es el primer paso hacia un trance divino semejante. Las crénicas de los santos abundan en relatos de sus largas pruebas de practica dificultosa, que precedian a sus momentos de éxtasis; y también tenemos los mds espontdneos juegos y ejercicios religiosos de la gente (los aficionados) para ilustrarnos sobre el principio formulado. El espiritu festivo, la fiesta, el dia sagrado del ceremonial reli- gioso, requiere que la actitud normal hacia las preocupaciones del mundo se abandone momentdneamente en favor de una particular disposicién de engalanarse. El mundo est Ileno de banderas. O en los santuarios religiosos permanentes —los templos y catedrales donde una atmésfera de santidad flota permanentemente en el aire— no se puede permitir que la ldgica del hecho frio y simple se interfiera y deshaga el hechizo. Los gentiles, «los aguafiestas», los positivistas que no pueden © no quieren jugar, deben ser mantenidos aparte. De aqui las figuras guardianas que estén a ambos lados de las entradas a los lugares sagrados: leones, toros o terribles guerreros con espadas desenvainadas. Estdén alli para impedir la entrada a los «aguafiestas», a los defensores de la légica aristotélica, para quienes A nunca puede ser B; para los que el actor nunca ha de abandonarse a su papel, para quienes la mascara, la imagen, la hostia consagrada, el drbol o el animal no pueden conver- tirse en Dios, sino sélo aludirlo. Tales graves pensadores han de quedarse fuera, pues lo que se intenta al entrar en un san- tuario o al participar en un festival es ser alcanzado por el 8 Swami Nikhilananda, The Gospel of Sri Ramakrishna (Nueva York: Ramakrishna-Vivekananda Center, 1942), p. 396. 46 / Mitologfa primitiva estado conocido en India como «la otra mente» (en sdnscrito anya-manas: mente ausente, posesién por un espiritu), donde uno est4 més alld de sf mismo, embelesado, apartado de la propia ldgica de autoposesién y dominado por la fuerza de una légica de indiferenciacién, donde A es B y C también es B. «Un dia», dijo Ramakrishna, «mientras adoraba a Shiva, iba a ofrecer una hoja del Sefior sobre la cabeza de la imagen cuando se me revelé que este mismo universo es Shiva. Otro dia, habfa estado cogiendo flores cuando se me revelé que cada planta era un ramillete que adornaba la forma universal de Dios; aquello fue el fin de mis recogidas de flores. Veo al hombre exactamente de la misma manera. Cuando miro a un hombre, veo que es el mismo Dios que anda sobre la tierra, que va de aqui para alld, como una almohada flotando sobre las olas» °. Segin este punto de vista el universo es el asiento (pitha) de una divinidad de cuya visién nos excluye nuestro habitual estado de conciencia. Pero en la representacién del juego de los dioses damos un paso hacia esa realidad, que en ultimo caso es nuestra propia realidad. De aqui el éxtasis, los senti- mientos de deleite y el sentido de renovacién, armonia y re- creacién. En el caso de un santo, el juego lleva al éxtasis, como en el caso de la pequefia a la cual la cerilla se le aparecia como una bruja. El contacto con el sentido del mundo puede en- tonces desaparecer al permanecer la mente detenida en ese otro estado. Para ellos es imposible volver a este otro juego, el juego de la vida en el mundo. Estén poseidos de Dios; esto es todo lo que saben sobre la tierra y todo lo que necesitan saber, Y pueden incluso impregnar a sociedades enteras, de manera que éstas, inspiradas por sus éxtasis, pueden igualmen- te perder el contacto con el mundo y rechazarlo como ilusorio © como el mal. La vida secular puede ser entendida entonces como cafda, una caida de la Gracia, siendo la Gracia el éxtasis de la fiesta de Dios. Pero hay otra actitud mds comprensiva que ha concedido belleza y amor a los dos mundos, a saber: la del 71a, el juego, como ha sido denominada en Oriente. E] mundo no esté con- 9 Ibid. | i | i i La leccién de la méscara / 47 denado ni rechazado como caida sino penetrado voluntaria- mente como un juego o una danza donde el espiritu juega. Ramakrishna cerré los ojos: «¢Es sélo esto?», dijo. «¢Sdlo existe Dios cuando los ojos estén cerrados y desaparece cuando estén abiertos?» Abrid los ojos. «El Juego pertenece a Aquel a quien pertenece la Eternidad y la Eternidad a Aquel a quien pertenece el Juego... algunas personas suben los sie- te pisos de un edificio y no pueden bajar, otros los suben y luego, cuando lo desean, visitan los pisos inferiores» ”. Asi pues, la tinica pregunta pertinente es: ¢Cudnto se puede subir o bajar por la escalera sin perder el sentido del juego? E] profesor Huizinga, en su obra antes mencionada, se- fiala que en japonés el verbo asobu que se refiere al juego en general —recreo, relajamiento, diversidn, viaje, excursién, dis- traccién, jugueteo, abandono, estar desocupado— también sig- nifica estudiar en una universidad o con un profesor, asimis- mo, entablar una lucha simulada y, por ultimo, participar en las muy estrictas formalidades de la ceremonia del té. Y con- tinda: La seriedad extraordinaria y la profunda solemnidad del ideal de vida japonés esté enmascarada por la clegante ficcién de que todo no es mds que un juego. Como la chevalerie de la Edad Media cristiana el bushido japonés fue tomando forma casi exclusivamente en la esfera del juego y fue representado en formas de juego. El lenguaje aun con- serva esta convencién en el asobase-kotoba (literalmente, lenguaje de juego) o habla educada, Ja forma de hablar utilizada en la conversacién con personas de rango superior. La convencién es que las clases supe- tiores meramente estén representando todo lo que hacen. La forma cor- tés para «ti Megas a Tokio» es, literalmente, «haces como que llegas a Tokio» y para «he sabido que tu padre ha muerto», «he sabido que tu padre ha hecho como que muere». En otras palabras, a la persona que se reverencia se la imagina como viviendo en una esfera elevada donde Io que impulsa a la accién es sélo el agrado o la condescen- dencia "1, Desde este punto de vista supremamente aristocrdtico, cualquier estado de trance, ya sea por la vida o por los dioses, representa una caida o descenso del niveau espiritual, una vul- 1 Tbid., pp. 778-79. 1 Huizinga, op. cit, pp. 3435. 48 / Mitologia primitiva garizacién del juego. Nobleza de espiritu es gracia o habilidad para jugar, tanto en el cielo como en la tierra. Y supongo * que esto, este noblesse oblige, que ha sido siempre la cuali- dad de la aristocracia, fue precisamente la virtud (&peth) de los poetas, artistas y filésofos griegos, para quienes los dioses eran verdad como la poesia es verdad. Podemos suponer tam- bién que éste era el primitivo (y caracteristico) punto de vista mitolégico, como opuesto al més tedioso del positivismo; que posteriormente es representado, por una parte, por experien- cias religiosas de un tipo literal, donde el impacto de un de- monio surgiendo al plano de Ia conciencia desde su lugar de origen en el nivel de los sentimientos se acepta como objetiva- mente real, y por otra, por la ciencia y la economfa politica, para las que sdlo los hechos comprobables son objetivamente reales. Porque si es verdad, como ha dicho el fildsofo griego Antistenes (nacido alr. 444 a.C.) que «Dios no se parece a nada, por tanto nadie puede comprenderlo por medio de una ima- gen» 0, como leemos en el Upanishad hindi, En verdad, es otro que lo conocido y, ademds, por encima de lo desconocido '3. entonces hay que reconocer, como un principio bdsico de nues- tra historia natural de los dioses y los héroes, que cuando un mito se ha tomado literalmente, su sentido se ha pervertido; pero también, reciprocamente, que cuando se ha desdefado como un mero engaiio de sacerdotes o como sefial de inteli- gencia inferior, la verdad ha salido por la otra puerta. ¢Entonces, cud] es el sentido que debemos buscar si no estd ni aqui ni alld? Kant, en sus Prolegédmenos, manifiesta cuidadosamente que todo nuestro pensamiento sobre las cosas ultimas sdlo se puede hacer por medio de analogias. «La expresién més adecuada para nuestro falible modo de concebir» declara, «seria: que nosotros imaginamos el mundo como si su ser 2 Citado por Clemente de Alejandria, Exhortation to the Greeks, p. 61 P. 13 Kena Upanisad 1.3. La leccién de ta méscara / 49> y su naturaleza interna hubieran derivado de una mente su- prema» (el subrayado es mio)“. Este juego del «como si» bien actuado libera nuestra mente y nuestro espiritu por una parte de la presuncidn de la teo- logfa, que pretende conocer las leyes de Dios, y por otra de la esclavitud de la razén, cuyas leyes no se aplican més all4 del horizonte de la experiencia humana. De buena gana acepto las palabras de Kant, en tanto que representan la opinién de un metafisico considerable. Y apli- cdndolas a Ja serie de juegos de fiesta y a los comportamientos que acabamos de ver —desde la mdscara a la hostia consagra- da y las imagenes de los templos, adorador transustanciado y mundo transustanciado— veo, o creo que veo, que un prin- cipio de liberacién opera a todo lo largo de las series por me- dio de la alquimia de un «como si», y que a través suyo es transustanciado el impacto sobre la mente de toda la llamada «realidad», Por tanto, el estado de juego y los estados de tran- ce que a veces genera representan mds bien un paso hacia la verdad ineluctable que un alejamiento de ella; y la creencia —conformidad con una creencia que no es una creencia del todo— es el primer paso hacia la honda participacié6n que pro- porciona la fiesta en aquel deseo general de vida que, en su aspecto metaffsico, es anterior a, y el creador de, todas las leyes de la vida. EI! peso opaco del mundo —tanto de la vida en la tierra como de Ia muerte, el cielo y el infierno— se disuelve, y el espiritu se libera, no de algo, pues no habfa nada de lo que ser liberado, excepto de un mito demasiado firmemente crefdo, sino para algo fresco y nuevo, un acto espontdneo. Por asf decir, desde la posicién del hombre secular (Homo sapiens) tenemos que entrar en la esfera de juego de la fiesta, aceptando un juego de creer, donde diversién, alegria y trance tigen en series ascendentes. Por consiguiente, las leyes de la vida en tiempo y espacio —econémicas, polfticas e incluso mo- rales— desapareceran. A partir de lo cual, recteados por ese, retorno al parafso antes de la Caida, antes del conocimiento del 14 Immanuel Kant, Prolegomena zu einer jeden kiinftigen Metaphysik, die als Wissenschaft wird auftreten kénnen, parrafo 58. Edicién cas- tellana: Aguilar, 1959. 50 / Mitologia primitiva bien y del mal, de lo correcto y lo erréneo, lo verdadero y lo falso, creencia e incredulidad, hemos de devolver a la vida el punto de vista y el espiritu del hombre jugador (Homo lu- dens); como en los juegos de nifios, donde, impdvidos ante la trivial realidad de las pobres posibilidades de la vida, el impulso espontdéneo del espiritu a identificarse con algo dife- rente a si mismo por el puro deleite del juego, transmuta el mundo, donde, en realidad, después de todo, las cosas no son tan reales o permanentes, terribles, importantes o Iégicas como parecen. Capfruto 1 EL ENIGMA DE LA IMAGEN HEREDADA I. El mecanismo innato de liberacién Una serie de peliculas populares mostraba el divertido fenédmeno de la puesta e incubacién de huevos de tortuga de mar. La hembra sale del agua y se arrastra hasta un punto de la playa a salvo del limite de la marea, donde excava un agujero, deposita cientos de huevos, tapa el nido y vuelve al mar. A los dieciocho dias una multitud de tortugas diminutas aletean sobre la arena y, como un grupo de corredores al dis- paro de la pistola, se dirigen hacia las estruendosas olas tan répido como pueden, mientras las gaviotas se abalanzan chi- lando para atraparlas. No se podria desear una representacién més vivida de la espontaneidad y la btisqueda de lo todavia-no-visto. No se trata aqui de aprender, prueba-y-error; tampoco las diminutas tortugas tienen miedo de las enormes olas. Saben que tienen que darse prisa, saben cémo hacerlo y saben precisamente a dénde tienen que ir. Y finalmente, cuando Ilegan al mar, sa- ben inmediatamente cémo nadar y que tienen que nadar. Los estudiosos de la conducta animal han acufiado el término «mecanismo innato de liberacién» (MIL) para desig- nar la estructura hereditaria del sistema nervioso que capacita a un animal para reaccionar ante una citcunstancia nunca an- tes experimentada, y al factor que desencadena la respuesta le aman una «sefial estimulo» o «liberadora». Es obvio que la 52 / Mitologia primitiva entidad viva que responde a tal sefial no se puede decir que sea el individuo, puesto que éste no tenia conocimiento previo del objeto ante el que esté reaccionando. E] sujeto que reco- noce y reacciona es, mas bien, una especie de transindividuo o superindividuo que habita y estimula a la criatura viva. No es- peculemos aqui sobre la metafisica de este misterio, pues como sabiamente sefiala Schopenhauer en su texto Sobre la voluntad en la Naturaleza, «estamos hundidos en un mar de enigmas y de misterios, sin conocer ni entender Jo que nos rodea ni @ nosotros mismos». Polluelos con las cdscaras de los huevos todavia pegadas a sus colas se precipitan bajo cubierto cuando un halcén vuela por encima, pero no cuando el pdjaro es una gaviota o un pato, una garza o una paloma. Ademas, si en un alambre sobre un gallinero se coloca el modelo en madera de un halcén, reac- cionan como si estuviera vivo, a menos que se retire hacia atrds, Aqui tenemos una imagen extremadamente precisa, nunca vista antes, pero reconocida en referencia no solamente a su forma, sino a su forma en movimiento, y vinculada, adem4s, a un sistema de accién apropiada inmediato, no planificado, no aprendido, e incluso inintencionado: correr, cubrirse. La ima- gen del enemigo heredado ya esté durmiendo en el sistema nervioso, y con ella Ja reaccién bien comprobada. Ademés, in- cluso si todos los halcones del mundo desaparecieran, su imagen continuaria durmiendo en el alma del polluelo, para nunea levantarse sin embargo, a no ser que fuera por algtin accidente, por ejemplo, una repeticién del inteligente experi- mento del halcén de madera sobre un alambre. Con esto (para un determinado ntimero de generaciones al menos) la reaccién obsoleta de correr para cubrirse seguiria ocurriendo, y a menos que conociéramos el anterior peligro de los halco- nes para los pollos encontrariamos dificil de explicar la ca- trera repentina. «¢Por qué», podriamos preguntarnos, «este abrupto trastorno por una imagen para la que no hay contra- partida en el mundo de los polluelos? Las gaviotas y los patos vivos, garzas o palomas, les dejan impdvidos, pero el trabajo del arte les toca alguna cuerda muy profunda». La leccién de la mdscara / 53 éTenemos aqui una clave para el problema de la imagen de la bruja en el sistema nervioso del nifio? Algunos psicdlo- gos dirian que si. C. G. Jung, por ejemplo, identifica en el set humano dos sistemas fundamentalmente diferentes de res- puesta motivada inconscientemente, A uno lo llama el incons; ciente personal. Esté basado en un contexto de imagenes de la memoria olvidadas, rechazadas o suprimidas derivadas de la experiencia personal (impresiones infantiles, conmociones, frustraciones, satisfacciones, etc.), tal como Sigmund Freud las reconocfa y analizaba en su terapia. Al otro lo Ilama in- consciente colectivo. Sus contenidos, que él lama arquetipos, son imagenes exactamente iguales a Ia del halcén en el sistema nervioso del pollo; nadie ha sido capaz todavia de decirnos cémo llegaron alli, pero alli estén. «Una imagen personal», escribe, «no tiene ni un cardcter arcaico ni un significado colectivo, sino que expresa contenidos inconscientes de una naturaleza personal y una tendencia cons- ciente personalmente condicionada. «La imagen primaria (urtiimliches Bild) que he denomi- nado ‘arquetipo’, siempre es colectiva, es decir, comtin por lo menos a todos los pueblos o perfodos de la historia. Los principales temas mitoldgicos de todos los tiempos y razas son, probablemente, de este orden. Por ejemplo, en los suefios y fantasfas de neurdticos del grupo Negro puro he podido iden- tificar una serie de temas de la mitologia griega.» «La imagen primaria», sugiere entonces, «es un depésito de memoria, un engrama, derivado de una condensacién de innumerables experiencias similares... la expresién psfquica de una tendencia natural anatémica y fisiolégicamente determi- nada» !. Hoy dia, la idea de Jung de los «arquetipos» es una de las principales teorfas en el campo de nuestro tema. Es un de- sarrollo de una teorfa anterior de Adolf Bastian (1826-1905) que reconocié, a lo largo de sus variados viajes, la uniformidad de lo que él Ilamé las «ideas elementales» (Elementargedanke) de Ia humanidad. Pero observando también que en las distin- 598, G. Jung, Psychologische Typen (Zurich: Rascher Verlag, 1921), P. . 54 / Mitologia primitiva tas esferas de la cultura humana estas ideas estdn articuladas y elaboradas de manera diferente, acufié el término «ideas étnicas» (Vélkergedanke) para las manifestaciones concretas, locales, de las formas universales. En ninguna parte, advirtid, se encontrardn «las ideas elementales» en un estado puro, abs- trafdas de las «ideas étnicas» localmente condicionadas por medio de las cuales se hacen efectivas, sino que més bien, como la imagen del hombre mismo, sdlo se conocerén por medio de la rica variedad de inflexiones, sumamente interesan- tes, frecuentemente sorprendentes, aunque siempre, finalmen- te, identificables en el panorama de la vida humana. En esta observacién de Bastian estén implicitas dos posibi- lidades de énfasis. A la primera podemos llamarla psicoldgica y ala segunda etnoldgica; y se pueden tomar como claramente representativas de los dos puntos de vista opuestos desde los que se han acercado a nuestro materia los cientificos, estudio- sos y fildsofos. «Primero», escribié Bastian, «debemos estudiar la idea como tal... y, como segundo factor, la influencia de las con- diciones climético-geolégicas» 7. Sélo después de esto, como un tercer factor, segtin esta opiniédn, se puede observar prove- chosamente Ia influencia que han ejercido, unas sobre otras, las diferentes tradiciones étnicas a lo largo del curso de la historia. Es decir, Bastian subrayaba el aspecto espontdneo, psicolégico, de la cultura como primario, y este acetcamiento ha sido el usual entre bidlogos, médicos y psicélogos hasta hoy dfa. Dicho brevemente, supone que hay en la estructura y el funcionamiento de la psique cierto grado de espontaneidad y consecuente uniformidad a lo largo de Ja historia y del domi- nio de la especie humana, un orden de leyes psicoldégicas inherentes a la estructura del cuerpo, que no se ha alterado radicalmente desde el perfodo de las cuevas de Aurignac y que se puede identificar con la misma facilidad en la jungla del Brasil como en los cafés de Parfs, con la misma puntualidad en los ighis de la tierra de Baffin como en los harenes de Marrakech. 2 Adolf Bastian, Das Bestandige in den Menschenrassen und die Spielweite ihrer Verénderlichkeit (Berlin: Dietrich Reimer, 1868), p. 88. La leccién de la méscara / 55 Pero por otra parte, si el clima, la geografia y las ingentes fuerzas sociales han de considerarse como més importantes en la configuracién de las ideas, ideales, fantasias y emociones por las que viven los hombres que las estructuras y capacida- des innatas de la mente, entonces se ha de asumir una posicién filoséfica diametralmente opuesta. La psicologfa, en este caso, deviene una funcién de la etnologfa, 0, para citar a una autori- dad representativa, A. R. Radcliffe-Brown en su obra sobre The Andaman Islanders: Una sociedad depende para su existencia de la presencia en las mentes de sus miembros de un determinado sistema de sentimientos por el cual la conducta del individuo se regula en conformidad con las necesidades de Ja sociedad. Cada caracteristica del sistema social y cada hecho u objeto que de alguna manera afecta al bienestar o a la cohe- xién de la sociedad se convierte en un objeto de este sistema de sen- timientos. Ex la sociedad humana los sentimientos en cuestién no $on innatos sino que el individuo los desarrolla por la accién de la so- ciedad sobre él [el subrayado es mfo]. Las costumbres ceremoniales de una sociedad son instrumentos por medio de los cuales los senti- mientos en cuestién reciben expresién colectiva en las ocasiones apro- piadas. La expresién ceremonial (es decir, colectiva) de cualquier sen- timiento sitve tanto para mantenerlo en la mente del individuo con el grado requerido de intensidad como para transmitirlo de una genera- cién a otra. Sin tal expresién los sentimientos implicados no podrian existir >. Se comprenderé con facilidad que bajo tal punto de vista Jos ceremoniales y mitologias de las diferentes sociedades no son de ninguna manera manifestaciones de «ideas elementales» con base psicolégica, comunes a la raza humana, sino de intere- ses condicionados localmente; y seguro que estd claro el con- traste fundamental de los dos acercamientos. ¢Es comparable la reaccién de la nifia a la idea de la bruja que ella habia conjurado en su mente a la reaccién del po- Iuelo ante la falsa imagen del halcén? ¢O mejor dirfamos que como habia sido educada con los cuentos de hadas recogidos por los hermanos Grimm habia aprendido a relacionar algunos 3 A. R. RadcliffeBrown, The Andaman Islanders (2." ed.; Londres: Cambridge University Press, 1933), pp. 233-34. 56 / Mitologia primitiva peligros imaginados con un personaje alemén de ficcién y que ésta era la unica causa de su miedo? Antes de precipitarnos pensando que conocemos la res- puesta, debemos considerar seriamente el ahora bien compro- bado hecho de que el sistema nervioso humano fue el regu- Jador, guia y consejero del cazador nédmada, que buscaba su alimento y se defendia a si mismo y a su familia de conver- tirse en comida en un mundo de animales verdaderamente peligrosos, durante los primeros 600.000 afios de su desarro- Ilo; mientras que ha mantenido relativamente sanos y salvos a granjeros, mercaderes, profesores y a sus hijos durante ape- nas 8.000 afos (un segmento inferior al 1,5 por 100 del arco conocido). gQuién pretenderd4 conocer qué sefiales estimulo golpearon nuestros mecanismos de liberaci6n cuando nuestros nombres no eran Homo sapiens sino Pitecantropo y Plesian- tropo o quiz4 incluso, milenios antes, Driopiteco? ¢Y quién que conozca los numerosos vestigios estructurales de nuestra anatomia que sobreviven desde los dias en que éramos bestias (por ejemplo, los miisculos de la vértebra caudal donde en un tiempo se movia nuestra cola), podria dudar que en el sistema nervioso central deben subsistir vestigios parecidos: imdgenes adormecidas, cuyos liberadores ya no aparecen en la naturale- za, pero pueden acontecer en el arte? Como tan bien ha advertido N. Tinbergen en sus confe- rencias introductorias a The Study of Instinct, ya que la ge- neralizacién basada en fundamentos demasiado exiguos tiende a levantar innecesarias controversias, habria que poner un énfasis especial en la importancia de un inventario completo de los modelos de conducta de una especie antes de sacar conclusiones *. Pues el problema de la relacién entre conducta innata y conducta condicionada estd lejos de haber sido resuelto inclu- so para las especies animales, mucho menos complicadas que la nuestra, ni se pueden enunciar leyes generales para e] mun- do animal que sean necesariamente vdlidas de una especie a la préxima. “N. Tinbergen, The Study of Instinct (Londres: Oxford University Press, 1951), pp. 7-8. La leccién de 1a mascara / 57 La cria del cuco, salida de un huevo dejado en el nido de otra especie y sin experiencia previa de los suyos, cuando le salen las plumas se junta sélo con cucos, todos los cuales han nacido igualmente en los nidos de otros pdjaros y nunca han sido ensefiados a reconocer su propia especie. Pero, por otra parte, un patito se aferrar4 como a un pariente a la primera criatura que encuentran sus ojos cuando sale del huevo; por ejemplo, a una gallina. El caso del cuco, como el del polluelo reaccionando ante el haledn o el de las tortugas arrastrandose hasta el mar, ilus- tra el primer punto a subrayar en nuestra breve consideracién de este problema de Ja fisiologia de la imagen heredada; a saber, el ahora bien comprobado hecho, ya citado, de que en el sistema nervioso central de todos los animales existen estruc- turas innatas que de alguna manera corresponden al entorno propio de la especie. El psicdlogo de la Gestalt Wolfgang Kohler ha Ilamado a estas estructuras de] sistema nervioso central «isomorfos». El animal, dirigido por cualidades inna- tas, Ilega a un acuerdo con su entorno natural, no como con- secuencia de una experiencia larga y lentamente aprendida, por medio de la prueba-y-error, sino de manera inmediata y con la certeza del reconocimiento. Por otra parte, el caso del patito ilustra un segundo punto que debemos advertir si hemos de apreciar la aplicabilidad de estos estudios a nuestro propio problema de los arquetipos mitolégicos. A saber, el hecho de que aunque en muchos casos las sefiales estimulo que liberan las reacciones animales son inmutables y corresponden a una disposicién interior de la criatura tan exactamente como la Ilave a la cerradura (de hecho, han sido Wamadas estructuras «llave-seguro»), también hay sistemas de reaccién que se de- terminan por la experiencia individual. En ésos, la estructura del MIL se describe como «abierta». Es susceptible de «impre- sién» o «huella» (Pragung). Ademds, como en el caso del pa- tito, donde existen estas «estructuras abiertas» la primera hue- Ia es definitiva, a veces necesita menos de un minuto para completarse y es irreversible. Ademés, segtin el profesor Tinbergen, que ha prestado particular atencién al problema del aprendizaje animal, no sdlo las especies diferentes tienen diferente disposicién para 58 / Mitologia primitiva aprender, sino que las disposiciones innatas Iegan a la madu- rez sdlo en ciertos periodos criticos del desarrollo del animal. «Los perros esquimales del este de Groenlandia», escribe, por ejemplo, viven en manadas de cinco o diez individuos. Los miembros de una manada defienden su territorio de todos los otros perros. Todos los perros de un asentamiento esquimal tienen un conocimiento exacto y detallado de la topograffa del territorio de las otras manadas. Saben dénde pueden temerse ataques de otras manadas. Sin embargo, los perros jévenes no defienden el territorio. Ademés, con frecuencia re- corren todo el asentamiento, introduciéndose muy a menudo en otros territorios de donde son prontamente expulsados. A pesar de estos fre- cuentes ataques, durante los cuales pueden ser duramente maltratados, no aprenden la topograffa de los territorios y para el observador su estupidez a este respecto es muy chocante. Pero cuando los cachorros Megan a la madurez sexual empiezan a aprender los otros territorios y en una semana sus aventuras de intrusién han terminado. En dos perros macho la primera cépula, la primera defensa del territorio y la primera evitacién del tertitorio ajeno tuvieron lugar en el curso de una semana 5, Después del estudio de Sigmund Freud y su escuela de las etapas del crecimiento del nifio y la fuerza de las huellas recibidas en esas etapas sobre las reacciones del individuo a todo lo largo de su vida, no serd necesario argiiir la relevancia de los conceptos de «disposicién interior» y «huella» en la esfera del conocimiento humano. Ademés, mucho de lo que el nifio tiene que aprender se asemeja notablemente a la sociolo- gia de los perros esquimales, en tanto que tiene mucho que ver con los diferentes aspectos de la afiliaci6n del grupo. Sin embargo, en la esfera humana hay un factor que hace extre- madamente dificil todo estudio del instinto y de las estructuras innatas. Porque mientras que los animales, incluso los més indefensos al nacer, maduran con rapidez, el nifio est4 com- pletamente indefenso durante los doce primeros afios de su existencia, y durante este perfodo de formacién de su cardcter est4 totalmente sometido a las presiones y huellas de su socie- dad local. De hecho, como Adolf Portmann, de Basilea, ha sefialado tan bien y con tanta frecuencia, precisamente las 5 Ibid., p. 150. La lecci6n de la mascara / 59 tres cualidades de posicién erguida, lengua y pensamiento que elevan al hombre por encima de la esfera animal, se desarro- Ilan sédlo después del nacimiento, y consecuentemente, en la estructuga de cada individuo representan una amalgama indiso- luble de factores tradicionales bioldgicos innatos e inculcados. No podemos pensar en los unos sin los otros. Y por tanto, en nombre de la ciencia, no intentemos ha- cerlo. Por supuesto, incluso en el hombre se pueden identificar un cierto numero de reacciones «llave-seguro» innatas: la del nifio al pezén, por ejemplo. Es obvio, también, que en el hom- bre, como en los animales inferiores, hay ciertos «mecanismos excitatorios centrales» (MsEC), que reciben estimulos tanto desde dentro como desde fuera e impulsan al individuo a la «conducta apetitiva», a veces incluso contra su mejor opinién, un ejemplo manifiesto es la respuesta del apetito sexual al es- timulo de determinadas hormonas, por ejemplo, propionato de testosterona y estrégeno, y, entonces, tiene lugar la reaccién, in- cluso de un individuo inocente, a las sefiales estimulo tan bien conocidas por todas las especies. Me atreveria a decir que este fe- némeno no necesita pruebas de laboratorio para justificar nuestra opinién, pero no hay que olvidar que toda la estructura del indi- viduo esté mucho més abierta al aprendizaje y al condiciona- miento que la de los animales, de manera que cuando evalua- mos la conducta humana siempre tenemos que considerar un factor de experiencia individual mucho més acusado que cuan- do examinamos los mecanismos excitatorios centrales (MsEC) y los mecanismos innatos de liberaci6n (MsIL) de un insecto, un pez,.un pdjaro, 0 incluso un mono. Este importante hecho puede servir para aclarar las lineas principales del problema enunciado por Bastian del contraste entre las ideas elementales y étnicas. Las ideas elementales o innatas debemos interpretarlas, creo, como una referencia en términos decimonénicos a lo que ahora se llamaria las estruc- turas neuroldgicas innatas (MsEC y MsIL) de la especie bio- Iégica Homo sapiens: aquellas estructuras heredadas en el siste- ma nervioso central que constituyen los fundamentos elementa- Jes de toda experiencia y reaccién humana. Por otra parte, las ideas étnicas se refieren al contexto histéricamente condiciona- Le 60 / Mitologia primitiva do de las sefiales estimulo a través de las cuales se liberan las actividades del hombre, en cualquier sociedad dada. Pero como no existe algo tal como el hombre gua «Hombre», abstrafdo de todos los condicionamientos sociolégicos, hay muy pocos ejem- plos de sefiales estimulo no impresas en el nivel de la etolo- gia humana; y esto es lo que ha hecho posible a los estudiosos de la fenomenologia de nuestra especie escribir a veces como si en la raza humana no hubiera un sistema estructurante here- dado de ningtin tipo. Pero es un hecho totalmente comprobado que la mente humana no es en absoluto una mera tabula rasa de la epistemologia del siglo xvir, En realidad es todo lo con- trario. Es un conglomerado de muchisimas estructuras entrela- zadas, cada cual con su propia disponibilidad de reaccién. El mero hecho de que estén mas abiertas a la experiencia indivi- dual que sus homédlogas animales no debe hacernos olvidar el hecho més fundamental de su existencia, o de su fuerza para establecer y mantener aquellas similitudes basicas en la cultu- ra humana en todo el mundo, que son de mucho mds peso que las variaciones, Pero asimismo, y por otra parte, no debemos precipitarnos a suponer que porque se haya verificado una dis- tribucién amplia, o incluso universal, para determinadas sefia- les estimulo, éstas pueden considerarse como innatas y no im- presas. II. La sefial estimulo supernormal En la actualidad es un lugar comtn del pensamiento bio- Idgico observar que el hombre, en su aspecto animal, nace al menos un afio demasiado pronto, completando en la esfera de la sociedad un desarrollo que otras especies cumplen en el titero. Se ha observado que nuestra carencia de pelo es un ras- go fetal, que nuestras numerosas dificultades psicolégicas son funciones de lo prematuro de nuestro nacimiento, y que, utili- zando el término pintoresco de Nietzsche, sdlo podemos espe- rar permanecer das kranke Tier, «el animal enfermo», a todo lo largo de la vida y hasta el final de nuestros dias. Creo que fue el gran naturalista francés Buffon (1707-1788), quien se- fialé por primera vez que «el hombre no es mds que un mono La leccién de la méscara / 61 en decadencia», Y fue un anatomista holandés, Ludwig Bolk, quien, en 1926, en una obra titulada The Problem of Human Incarnation dio una base cientifica a esta idea, mostrando que en los animales realmente ocurren mutaciones que inhiben Ja madurez, y sugirié que la evolucién del hombre debe ha- berse realizado por una serie de modificaciones de este tipo. Segtin Bolk, el hombre se ha detenido en un estadio de cre- cimiento representado por una fase avanzada en el desarrollo del embrién de un chimpancé °. Una opinién més generosa reconoce en la falta de pelo de nuestra especie el desarrollo de la piel como érgano sensorio y de las partes del cuerpo como focos de interés dptico. Pues en el hombre, los nervios sensorios que recorren la espina dorsal son mucho mds numerosos que en ninguna de las tribus lanudas, mientras que la extensién y sutileza de las sefiales estimulo pro- vocadas no sdlo por nuestra desnudez, sino también por nues- tras diferentes maneras de cubrirla y descubrirla, provoca res- puestas mucho més diversas que la del simple apetito animal y su consumacién. El rostro sin pelo se ha convertido en un érgano de exquisita movilidad, capaz de una amplitud y refi- namiento de sefiales sociales infinitamente mds versdtil que los «emisores» sociales (gritos de pajaros, cornamentas agitadas, golpes de cola) del reino animal. Es decir, la mutacién no fue negativa, sino positiva; y la larga gestacidn, que se extiende més allé de la capacidad del titero de la madre para sobrelle- varla, fue la consecuencia de un avance. Pues, como declara Schopenhauer, «Todas las cosas grandes maduran lentamente». ¢Y vamos a olvidar el r4pido crecimiento de esta mara- villosa cabeza y cerebro durante e] primer afio de Ja vida ex- trauterina? Es perfectamente cierto que, a causa de lo prema- turo de nuestro nacimiento, no tenemos tantas reacciones es- tereotipadas «Jlave-seguro» como los dems vertebrados, y que, por tanto, al tener una estructura refleja ms abierta que ellos, estamos modelados menos rigidamente en nuestros instintos, so- mos menos conservadores, dependientes y seguros que los anima- 6 Ludwig Bolk, Das Problem der Menschwerdung (Jena: Gustav Fis- cher, 1926), pp. 32-33. 62 / Mitologia primitiva les. Pero, por otra parte, nosotros tenemos este cerebro de- sarrollado, que es tres veces mayor en tamafio que su rival mds préximo y que nos ha dado no sélo nuevo conocimiento (in- cluido el de nuestra inevitable muerte), sino también una ca- pacidad para controlar e incluso inhibir nuestras reacciones. Pero lo mejor, sin embargo, es el don de la misma inma- durez, que nos ha capacitado para retener en nuestros momen- tos mejores, mds humanos, Ja capacidad de jugar. Mientras son cachorros los animales muestran capacidad para el juego cuan- do estén protegidos de las preocupaciones més temibles de la vida salvaje por la custodia de los padres; y casi todos hacen de nuevo un despliegue encantador de ello en el cortejo amo- roso, Sin embargo, en el hombre, o quizd deberiamos decir més bien en los mejores hombres, y en verdad en la mayorfa de las mujeres, esta capacidad se mantiene a lo largo de toda su vida, De hecho, sdlo los que han fracasado de una manera u otra en su adolescencia, femenina o masculina, son los que se convierten en nuestros tebeos de bajfsima calidad, nuestros go- rilas o mandriles. En un pdrrafo sumamente sugestivo, el ex- perto en psicologia animal Konrad Lorenz ofrece una excelente exposicién de nuestra deuda con esta capacidad nuestra de ju- gar, recorddndonos que: Cada estudio emprendido por el hombre fue un genuino resultado de la curiosidad, una especie de juego. Todos los datos de la ciencia natural, que son responsables del dominio del mundo por el hombre, tu- vieron su origen en actividades a las que se abandonaron tinicamente por pasatiempo. Cuando Benjamin Franklin arrancé chispas de la cola de su cometa pensaba tan poco en un conductor eléctrico como Hertz cuando investigaba las ondas electromagnéticas pensaba en la transmi- sién por radio. Cualquiera que haya experimentado en su propia persona cudn fécilmente puede ir en aumento la curiosidad de un nifio que juega hasta convertirse en una vida de trabajo de un naturalista, nunca dudaré de la semejanza fundamental entre los juegos y el estudio. El nifio inquisitivo desaparece por completo de la naturaleza animal de un chimpancé adulto. Pero el nifio no est4 enterrado en el hombre, como cree Nietzsche. Por el contrario, le domina totalmente 7. 7 Konrad Lorenz, «Psychologie und Stammesgeschichte», en Die Evolution der Organismen, Gerhard Heberer, ed. (2.* ed.; Stuttgart: Gustav Fischer Verlag, 1954), p. 161; citado por Herbert Wendt, In Search of Adam (Boston: Houghton Mifflin Company, 1955), p. 144. La leccién de la méscara / 63 Los animales no tienen habla, y una de las causas, segura- mente, es su incapacidad para jugar con sonidos. No tienen arte, y la causa, de nuevo, es su incapacidad para jugar con formas. La capacidad del hombre para e] juego anima su im- pulso de crear im4genes y organizar formas de manera tal que creen estimulos nuevos para s{ mismo: sefiales estimulo, a las que su sistema nervioso puede reaccionar entonces de forma similar a la de un isomorfo a su emisor. Hemos observado el caso de la pequefia dominada por una bruja de su propia crea- cién. Consideremos, ahora, qué puede pasar con un poeta. La siguiente declaracién del poeta y critico inglés A. E. Housman proporciona la definicién més satisfactoria que conozco de un determinado principio activador que opera en el impacto poético: La poesia me parece més ffsica que intelectual. Hace un afio o dos me pidieron desde América, junto con otros, que definiera la poesia. Contesté que no podfa definir la poesfa, al igual que un terrier no puede definir un ratén, pero que pensaba que tanto uno como otro reconocfamos el objeto por los s{ntomas que proveca en nosotros. Uno de estos s{ntomas fue descrito en conexién con otro objeto por Elifaz el temanita: «Un espfritu pas6é ante mi rostro; los pelos de mi cuerpo se pusieron de punta.» La experiencia me ha ensefiado a controlar mi Pensamiento cuando me estoy afeitando por Ja mafiana, pues si un verso acude a mi memoria mi piel se eriza de tal manera que la navaja de afeitar deja de funcionar. Este s{ntoma concreto va acompajfiado por un estremecimiento de la espina dorsal; hay otro que consiste en un agarrotamiento de la garganta y la aparicién de agua en los ojos. Y hay otro que sélo puedo describir con una frase de una de las tltimas cartas de Keats, donde dice, hablando de Fanny Brawne, «cada cosa que me la recuerda me atraviesa como una espada». El asiento de esta sensacién es la boca del estémago 8. El lector no necesitard que se le recuerde que las imdgenes no sdlo del amor y de la poesia, sino también de la religién y el patriotismo, cuando son efectivas, se experimentan como auténticas reacciones fisicas: l4grimas, suspiros, sufrimientos internos, quejidos espontdneos, gritos, ataques de risa, ira y ac- tos impulsivos. La experiencia y el arte humanos, por asi de- * A. E. Housman, The Name and Nature of Poetry (Londres: Cam bridge University Press, y Nueva York: The Macmillan Company, 1933), pp. 45-46. 64 / Mitologia primitiva cir, han conseguido crear para la especie humana un entorno de sefiales estimulo que liberan respuestas fisicas y las diri- gen a fines no menos efectivos que a los que las sefiales de la naturaleza dirigen los instintos de las bestias. La biologfa, psi- cologia, sociologia e historia de estas sefiales estimulo se puede decir que constituye el campo de nuestra materia, la ciencia de la Mitologia Comparativa. Y aunque nadie ha ideado toda- via un método efectivo para distinguir entre lo innato y lo ad- quirido, lo natural y lo culturalmente condicionado, los aspec- tos «elementales» y los «étnicos» de tales cataliticos humano- culturales y las respuestas que evocan, la distincién radical que hemos presentado del poeta Housman entre imagenes que ac- tWan sobre nuestra estructura nerviosa como liberadoras de energfa y aquellas que, mds bien, sirven para la comunicacién de pensamiento, proporciona un criterio excelente para poner a prueba nuestros temas. «No puedo convencerme a mf mismo», escribe, ade que existen cosas tales como las ideas poéticas. Me parece que ninguna verdad es demasiado preciosa, ninguna observaci6n demasiado profunda, y ningun sentimiento demasiado sublime para que no pueda ser expresado en prosa. Lo mds que podria admitir es que algunas ideas se prestan ama- blemente, mientras que otras no lo hacen, a la expresién poética; y que éstas reciben de la poesia un realce que las glorifica y casi las transfigura, y que no se percibe como algo separado excepto por el anilisis» 9. Cuando Housman escribe que «la poesia no es la cosa di- cha, sino una forma de decirla», y cuando vuelve a afirmar «que el intelecto no es la fuente de la poesfa, que éste puede estorbar su produccién, y que ni siquiera se puede confiar que la reco- nozca cuando se produce» ", no esté mds que reiterando y for- mulando hicidamente el primer axioma de todo arte creativo, ya sea en poesfa, musica, danza, arquitectura, pintura o escul- tura—, que es, a saber, que el arte no es, como Ja ciencia, una Idgica de referencias, sino una liberacién de la referencia y una traduccién de la experiencia inmediata: una presentacién de 9 Tbid., p. 34. 10 Tbid., pp. 35 y 37. La lecci6n de la mascara / 65 formas, imagenes 0 ideas de tal manera que comunicardn, no principalmente un pensamiento o incluso un sentimiento, sino un impacto. Merece la pena reconsiderar aqui el axioma, porque la mitologia fue histéricamente la madre de Jas artes y, sin em- bargo, como tantas madres mitoldgicas, la hija, igualmente, de su propio nacimiento. La mitologia no se inventa racionalmen- te; la mitologia no puede entenderse racionalmente. Los intér- pretes teoldgicos la vuelven ridicula. La critica literaria la re- duce a metdfora. Sin embargo, se nos abre un acercamiento nuevo y muy prometedor cuando se la mira a la luz de la psi- cologia biolégica como una funcidn del sistema nervioso hu- mano, precisamente homdlogo a las sefiales estimulo innatas y aprendidas que liberan y dirigen las energias de la natura- leza, de las que nuestro propio cerebro no es més que la flor més sorprendente. Adin podemos aprender otra leccién de los animales. Hay un fendmeno conocido por los estudiosos del comportamiento ani- mal como «sefial estimulo supernormal», que nunca ha sido considcrado, que yo sepa, en relacién al arte y la poesia o al mito. Pero que, sin embargo, al final puede ser nuestra guia mds segura hacia el asiento de su fuerza, y hacia una estima- cién de su funcién en el avivamiento del suefio de vida hu- mano. «El mecanismo innato de liberacién», dice Tinbergen, «nor- malmente parece corresponder més 0 menos a las propiedades del objeto ambiental o situacidn a la que se dirige la reaccién... Sin embargo, un estudio detallado de los MsIL revela el hecho singular de que algunas veces es posible ofrecer situaciones estimulo que son incluso més efectivas que la situacién natu- ral, En otras palabras, la situacién natural no siempre es ép- tima» "' Por ejemplo, se descubrié que el macho de una cierta ma- tiposa conocida como umbla (Eumenis semele) que asume la iniciativa en el apareamiento persiguiendo a la hembra que pasa volando, generalmente prefiere hembras de un matiz mds oscuro a aquellas més claras, y en grado tal que si se le pre- 1 Tinbergen, op. cit., p. 44. 66 / Mitologia primitiva senta un modelo de un matiz incluso mds oscuro que ningin otro conocido en Ja naturaleza, el macho sexualmente motivado Jo perseguird en preferencia incluso a la hembra mds oscura de la especie. «Aqui encontramos», escribe el profesor Portmann en un comentario, «una ‘inclinacién’ que no esta satisfecha en la naturaleza, pero que quiz4, un dia, si aparecieran mutaciones hereditarias mds oscuras, jugaria un papel en la seleccién de las parejas de apareamiento. ¢Quién sabe si tales anticipacio- nes de una particular sefial estimulo no jugardn un papel en la ayuda y el apoyo de nuevas variantes, en cuanto que pueden representar uno de los factores en el proceso de seleccién que determina la direccién de la evolucién?» ”. Obviamente, la hembra humana, con su talento para el juego, reconocié hace muchos milenios el poder de la sefial estimulo supernormal: cosméticos para resaltar las lineas de sus ojos se han encontrado entre los mds tempranos restos del neolitico. Y de esto a una apreciacién de la fuerza de la ritua- lizacién, del arte hierdtico, las mascaras, las vestimentas gladia- torias, los ropajes regios y todas las otras mejoras de la natu- raleza concebidas y emprendidas por el hombre no hay més que un paso, o una serie natural de pasos. Aparecer4n pruebas, en el curso de nuestra historia natural de los dioses, de los dioses mismos como sefiales estimulo supernormales; de las formas rituales que emanan de sus ins- piraciones sobrenaturales actuando como cataliticos para con- vertir a los hombres en dioses. Y de la civilizacién —este nuevo entorno del hombre que ha crecido de su propio inte- tior y ha hecho retroceder Jas ataduras de la naturaleza tan lejos como la luna— como un destilado de ritual, y conse- cuentemente de los dioses: es decir, como una organizacién de sefiales estimulo supernormales jugando sobre una serie de MSIL nunca hallada por Ja naturaleza y, sin embargo, en senti- do estricto propia de la naturaleza, en tanto que el hombre es su hijo. Pero por ahora, baste observar que no se puede suponer 12 Adolf Portmann, «Die Bedeutung der Bilder in der lebendigen Energiewandlung», Eranos-Jabrbuch 1952 (Zurich: Rhein-Verlag, 1953), pp. 333-34. La lecci6n de la méscara / 67 inmediatamente que sélo porque una cierta sefial estimulo desarrollada culturalmente apareciera tarde en el curso de la historia, la respuesta del hombre a ésta deba representar una teaccién aprendida. La reaccién puede ser, de hecho, espon- tdnea, aunque no se haya manifestado antes. Porque Ja imagi- nacién creativa puede haber liberado precisamente aqui una de esas «inclinaciones» innatas del organismo humano que en ninguna otra parte ha sido totalmente satisfecha por la natu- raleza. Por tanto, no sélo las artes rituales y el desarrollo a partir de ellas de las civilizaciones arcaicas, sino también, e incluso mds ricamente, el posterior estallido de esas artes por las modernas flechas del vuelo del hombre més allé de su suefio mds elevado, quizd estarian mejor interpretados psico- Iégicamente, como una historia de las sefiales estimulo super- normales que han liberado para nuestro propio espanto, ale- gria y sorpresa los mds profundos secretos de nuestro ser. En verdad, las profundidades del misterio de nuestra materia, que son las profundidades no sdlo del hombre, sino del mundo vi- viente, no han sido sondeadas. Para resumir: dentro del campo del estudio del comporta- miento animal, que es el tinico en el que los experimentos con- trolados han hecho posible llegar a conclusiones dignas de con- fianza en la observacién del instinto, se han identificado dos clases de mecanismos innatos de liberacidén, a saber, el este- teotipado y el abierto, sujeto a huella. En el caso del prime- To existe una precisa relacién cerradura-llave entre la prontitud interior del sistema nervioso y la sefial estimulo externa, que desencadena respuesta; de forma que si existieran en la heren- cia humana muchos, 0 incluso algunos MsIL de esta clase, po- driamos justamente hablar de «imagenes heredadas» en la psique. El mero hecho de que nadie haya podido atin explicar cémo se establecen tales relaciones cerradura-llave no invalida la observacién de su existencia: nadie sabe cémo se introdujo el halcén en el sistema netvioso de nuestras aves de corral, sin embargo, numerosas pruebas han demostrado que esté alli de facto. Pero la psique humana todavia no ha sido probada satisfactoriamente con relacién a tales estereotipos, y asi, temo que, pendientes de futuros estudios, debemos simplemente ad- mitir que no sabemos cudn lejos se puede llevar adelante el 68 / Mitologia primitiva principio de la imagen heredada cuando se interpretan las uni- versales mitolégicas, Es tan prematuro negar su posibilidad como anunciarla como algo més que una opinién meditada. Tampoco estamos preparados todavia para decir si las ob- vias, y algunas veces muy sorprendentes, diferencias fisicas de las razas humanas representan cambios significativos de sus me- canismos innatos de liberacién. Entre los animales existen ta- les diferencias; de hecho, cambios en los MsIL de los instintos més importantes parecen ser una de las primeras cosas afecta- das por las mutaciones. > Por ejemplo, como observa Tinbergen: La gaviota roja (Larus argentatus) y la inferior gaviota de lomo negro (L. fuscus) se consideran en el noroeste de Europa como razas extremadamente separadas geogrdficamente pero de una sola especie que, al desarrollarse por el aislamiento geogréfico, han vuelto a ponerse n contacto otra vez por la extensién de sus recorridos. Las dos formas muestran muchas diferencias de comportamiento, L. fuscus es una mi- grante decidida, que viaja hacia el sudoeste de Europa en otofio, mien- tras que L. argentafus es de habitos mucho més sedentarios. L. fuscus es mucho mds un pdjaro de mar abierto que L. argentatus. Las tem- poradas de cria son diferentes. Hay una diferencia de comportamiento que es especialmente interesante. Ambas formas tienen dos Ilamadas de alarma, una que expresa alarma de intensidad relativamente baja y la otra indicando alarma extrema. L. argentatus da la alarma de alta intensidad en muchas menos ocasiones que L. fuscus. El resultado es que cada una reacciona de forma distinta a la mayorfa de las molestias. Cuando un intruso humano entra en una colonia mixta la gaviota roja casi siempre dard la Hamada de baja intensidad, mientras que L. fuscus dari la Hamada de alta intensidad. Esta diferencia, basada en una va- riacién de grado en el umbral de las Ilamadas de alarma, da la impre- sién de una diferencia cualitativa en las llamadas de alarma de las dos especies, que puede incluso Ilevar a una total desaparicién de una de las Iamadas en una especie, de la otra en la segunda especie, y asi resultaré una diferencia cualitativa en el equipamiento motor. Aparte de esta diferencia de umbral, hay una diferencia en el grado de cada Mamada 33, Entre las distintas razas humanas se han notado diferen- cias que sugieren cambios psicoldgicos, asi como meramente fi- siolégicos; diferencias, por ejemplo, en la velocidad de madu- racién, como ha indicado Géza Réheim en su trabajo sobre 13 Tinbergen, op. cit., p. 197. La leccién de la méscara / 69 Psychoanalysis and Anthropology". Sin embargo, esté muy lejos de ser legitimo hacer amplias generalizaciones sobre la habilidad intelectual o el cardcter moral, corrientes en las dis- cusiones sobre este tema, en base a estos meros fragmentos de observacién controlada que han sido anotados. Mads ain, dentro de la especie humana existen variaciones tan amplias de la capacidad innata de individuo a individuo que las gene- ralizaciones sobre bases raciales pierden mucho de su_ valor. En otras palabras, toda la cuestidn de los estereotipos in- natos de la especie Homo sapiens contintia abierta, Se han em- pezado estudios objetivos y prometedores, pero atin no han avanzado mucho. Una interesante serie de experimentos reali- zados por E. Kaila’ y R. A. Spitz y K. M. Wolf", ha mostra- do que entre las edades de tres y seis meses e] nifio reacciona con una sonrisa al ver una cara humana, y haciendo mascaras que omitian ciertos detalles del rostro humano normal los ob- servadores pudieron establecer el hecho de- que para obtener respuesta la cara debia tener dos ojos (mdscaras asimétricas, con un solo ojo, no funcionaron), una frente lisa (las frentes arrugadas no provocaban sonrisa), y nariz. Curiosamente, se podia omitir la boca; por tanto, la sonrisa no era una imita- cién. La cara debia tener algtin movimiento y ser vista de frente. Es més, ninguna otra cosa, ni siquiera un juguete, pro- vocaba esta temprana sonrisa infantil. A partir del sexto mes, empezaba a distinguir entre caras familiares y no familiares, amigables y no amigables. Al aumentar la riqueza de la ex- periencia del nifio de su entorno social las impresiones del mundo exterior habian alterado el mecanismo liberador inna- to y la situacién habia cambiado. Se ha sefialado que en ciertas pinturas primitivas austra- lianas de figuras ancestrales hechas sobre piedras se omiten las bocas, y que un numero significativo de muy tempranas estatuillas paleoliticas de mujer también carecen de boca. Has- ta qué punto estas sugerencias nos pueden Ilevar a la conclu- 4 Géza Roéheim, Psychoanalysis and Anthropology (Nueva York: International Universities Press, 1950), pp. 403-404. Kaila, «Die Reaktionen des iglings auf das menschliche Gesicht», Annales Universitatis Aboensis, Turku, Vol. 17 (1932). © R. A. Spitz y K. M. Wolf, «The Smiling Response», Genetic Psychology Monographs, Vol. 34 (1946). 70 / Mitologfa primitiva sién de que hay una imagen de los padres en la estructura ner- viosa central del nifio es algo que, sin embargo, no podemos decir. Como ha sefialado el profesor Portmann: «Dado que el efecto de esta forma sobre el nifio sdlo puede demostratse con certeza a partir del tercer mes queda abierta la pregunta de si la estructura nerviosa central que hace posible el reco- nocimiento del rostro humano y la respuesta social de la son- tisa es de tipo abierto, es decir, impreso, o totalmente innato. Todos los indicios a nuestro alcance hablan de una configura- ciédn en gran medida heredada; vy sin embargo, la pregunta per- manece abicrta 7 Le \ Seniales estimulo liberando reacciones paterno-maternas en el hombre (izquierda) comparadas con equivalentes que no lo hacen (derecha). Segsn Lorenz. Y mucho més abierta atin la pregunta lanzada por el pro- fesor Lorenz en su ensayo sobre «Las formas innatas de la 7 Adolf Portmann, «Das Problem der Urbilder in biologischer Sicht», Eranos-Jabrbuch, 1949 (Zurich: Rhein-Verlag, 1950), p. 426. La leccién de la mascara / 71 experiencia humana:"* la respuesta paterno-materna evocada en el adulto por la sefial estimulo proporcionada por el nifio. La figura anterior nos cuenta la historia. Y, por ultimo, debemos decir que no existe consenso en- tre los estudiosos de la materia ni siquiera sobre qué categorias de apetito pueden considerarse como instintivas en la especie humana. El profesor Tinbergen, hablando del mundo animal, ha mencionado el suefio y la busqueda de alimentos; as{ tam- bién, en muchas especies, la huida del peligro, la lucha por la autodefensa y un ntimero de actividades relacionadas funcio- nalmente con el instinto reproductor, como, por ejemplo, la lucha sexual y la rivalidad, el galanteo, el apareamiento y el comportamiento paterno-materno (la construccién del nido, proteccién de los jévenes, etcétera). Pero la lista varia mucho de especie a especie; y de todo esto atin no se sabe qué se puede aplicar a la esfera humana. Provisionalmente, se puede suponer razonablemente que la busqueda de alimentos, el sue- fio, la autoproteccién, el galanteo y el apareamiento, y algunas de las actividades de paternidad-maternidad deberian ser ins- tintivas. Pero la pregunta, como hemos visto, permanece abier- ta en lo que se refiere a cudles precisamente son las sefiales estimulo que generalmente desencadenan estas actividades en el hombre, o si se puede decir que alguno de los estimulos es conocido por el interior humano tan prontamente como el halcén por el pollo. Por tanto, en las paginas que siguen noso- tros no hablaremos de imagenes heredadas. Sin embargo, el concepto de las sefiales estimulo como li- beradoras de energia y directoras de la imagen clarifica la di- ferencia entre la metdfora literaria, que va dirigida al intelecto, y la mitologia, que va dirigida ante todo a los mecanismos excitatorios centrales (MsEC) y a los mecanismos innatos de liberaci6n (MsIL) de toda la persona. Segtin este punto de vista, una mitologia operativa se puede definir como un cor- pus de sefiales estimulo sostenidas culturalmente, que fomen- tan el desarrollo y la activacién de un tipo especifico, 0 cons- telaci6n de tipos, de vida humana. Mas atin, como ahora sabe- ‘8 Konrad Lorenz, «Die angeborenen Formen méglicher Erfahrung», Zeitschrift der Tierpsychologie, Bd. 5 (1943), pp. 235-409. 72 / Mitologia primitiva mos que ninguna imagen ha sido establecida sin lugar a dudas como innata y que nuestros MsIL no son estereotipados, sino abiertos, cualesquiera «universales» que podamos encontrar en nuestro estudio comparativo debemos asignarlas mds bien a la experiencia comin que a cualidades; mientras que, por otra parte, incluso donde las sefiales estimulo puedan diferir, no implicaré necesariamente que los MsIL también difieren. Nues- tra ciencia ha de ser simultdneamente bioldgica e histérica desde el principio hasta el fin, sin distinciones entre compor- tamiento «culturalmente condicionado» e «instintivo», porque todo comportamiento humano instintivo est4 culturalmente condicionado, y lo que esté culturalmente condicionado en nosotros es instinto: especificamente los MsEC y los MsIL de esta unica especie. Por tanto, aunque respetando la posibilidad —quizd la probabilidad— de un desarrollo paralelo de la imagineria mi- toldgica inspirado psicolégicamente, tal como el sugerido por la teoria de las ideas elementales de Adolf Bastian y por la del insconsciente colectivo de C. G. Jung, no podemos inten- tar interpretar en esos términos ninguna de las corresponden- cias extraordinarias que nos encontraremos por todas partes. Pero también debemos ignorar como biolégicamente insosteni- bles teorfas sociolégicas, tales como las representadas, por ejem- plo, por el antropdlogo Ralph Linton cuando escribié que «una sociedad es un grupo de individuos biolégicamente diferentes e independientes» ®, porque, en verdad, nosotros somos una especie y no bioldgicamente diferentes. Nuestro acercamiento ser4, en tanto y cuanto sea posible, escéptico, histérico y des- criptivo; y donde nos falle la historia y aparezca alguna otra cosa, como en un espejo, oscuramente, indicaremos las conje- turas meditadas de las maximas autoridades en la materia y de- jaremos el resto en silencio, reconociendo que en ese silencio pueden estar durmiendo no sdlo el grito de la jungla del Drio- piteco, sino también una melodia supernormal, que quizd no se ha de ofr en otro millén de afios. 8 Ralph Linton, The Study of Man (Nueva York y Londres: D. Ap- pleton-Century Company, 1936), p. 108. CapituLo 2 LAS HUELLAS DE LA EXPERIENCIA I. Sufrimiento y éxtasis James Joyce, en El retrato del artista adolescente, pro- porciona un excelente principio estructural para un estudio multicultural de la mitologia cuando define el material de la tragedia como «todo lo que es grave y constante en el sufri- miento humano»'; porque es de lo «grave y constante» de donde se deben deducir las huellas comunes a las mitologfas del mundo. Y de tales huellas, el sufrimiento mismo —la materia prima de la tragedia— es seguramente el més gene- ral, porque es, al menos en sentido preliminar, la suma y efecto de todos. Ademés, la tragedia —la tragedia griega— fue una infle- xién poética de la mitologia, la catarsis trdgica de emocién a través de la piedad y el terror de la que escribid Aristételes como precisamente el equivalente, psicolégicamente, de Ia pur- gacién del espiritu (x&Bapotc) producida por un rito. Co- mo el rito, la tragedia transmuta el sufrimiento en €xtasis al alterar el foco de la mente. E] arte trdgico es correlativo de la disciplina Hamada, en el lenguaje de la religién, «purifica- cién espiritual» o «despojamiento del yo». Liberado de ata- duras a la parte mortal a través de una contemplacién de lo grave y constante en el sufrimiento humano —«corrigiendo», 1 James Joyce, A Portrait of the Artist as a Young Man (Londres: Jonathan Cape, 1916), p. 252. Edicién castellana: Alianza Editorial, Madrid, 1982. a2. Lop pe ap 74 / Mitologia primitiva para utilizar la feliz frase de Platén: «aquellos circuitos de la cabeza que fueron descompuestos por el nacimiento, apren- diendo a conocer las armonias del mundo»? el ser humano se une, simulténeamente, en piedad tr4gica con «el sufriente hu- mano» y en terror trdgico con «la causa secreta», «el parecido que la inteligencia percibe» de Platén. A partir de aqui, un dfa, con un grito de alegria, dejando atrds tanto la humanidad como la inteligencia, el alma puede saltar hacia lo que de pronto reconoce tras la mdscara. Finis tragoediae: incipit co- moedia. E] modo de la tragedia se disuelve y empieza el mito. «jOh, Sefior, cuén maravilloso es Tu rostro», escribid Ni- colds de Cusa, Tu rostro, que un joven, si se empefiara en imaginarlo, lo concebi- rfa como el de un joven; un hombre adulto, como viril; uno entrado en afios como el de un hombre entrado en afios! ¢Quién podria ima- ginar este unico modelo, el més verdadero y el mds adecuado, de todos los rostros —de todos y de cada uno— este modelo tan perfecto de cada uno como si no fuera de ningtin otro? Necesitaria ir mds alld de todas las formas de los rostros que pueden formarse, de todas las figu- ras. Y gcémo podria imaginar un rostro cuando debe ir més alld de todos los rostros y de todo parecido y figuras de todos los rostros y de todos los conceptos que pueden formarse de un rostro, y de todo color, adorno y belleza de todos los rostros? Por lo cual, aquel que avanza para contemplar Tu rostro, en tanto que se forme cualquier concepto de él, estd lejos de Tu rostro. Porque todos los conceptos de un rostro se quedan cortos, Sefior, de Tu rostro, y toda la belleza que puede ser concebida es menor que Ja belleza de Tu rostro. Cada rostro tiene belleza, sin embargo, ninguno es Ja belleza misma, excepto Tu rostro, Sefior, que tiene belleza y este tener es ser. Es por tanto Belleza Ab- soluta en s{ mismo, la cual es la forma que dio el ser a toda forma bella. Oh rostro sumamente hermoso, cuya belleza no son suficientes para admirar todas las cosas a las que se les permite contemplarla. En todos los rostros se ve el Rostro de rostros, velado y como en un enig- ma, No obstante, desvelado no es visto, hasta que por encima de todos los rostros un hombre entra en un cierto secreto y silencio mistico donde no hay conocimiento o concepto de un rostro. Esta neblina, nube, oscuridad o ignorancia en la cual el que busca Tu rostro entré cuando fue més alld de todo conocimiento 0 concepto, es el estado bajo el cual no se puede encontrar Tu rostro excepto velado; pero aquella misma oscuridad revelé que Tu rostro estaba all{, mas allé de todos Jos velos 3, 2 Timaeus 90D. 3 Nicolés de Cusa, De Visione Dei (Londres y Toronto: J. M. Dent and Sons; Nueva York: E. P. Dutton and Company, 1928), pp. 25-27. Las huellas de la experiencia / 75 Aqui est4 la causa secreta, conocida no con terror, sino con éxtasis. Y su Unico testigo es el espiritu perfectamente purificado, que ha ido més alld de los linderos normales de la experiencia humana, pensamiento y habla. «Alli no va el ojo», leemos en e] Kena Upanisad hindd, «no va el habla, como tam- poco la mente» *. Y sin embargo, el impacto ha sido experimen- tado por muchos en esta tierra. Y ha sido descrito (aunque rara vez tan bellamente como en este inspirado lenguaje del Cusano) en muchas mitologfas y en muchos himnos de triunfo de los mis- ticos, en muchos tiempos y en muchos lugares. Sin lugar a du- das, es una experiencia al alcance, y podria incluso, quizd, considerarse suprema entre las «graves y constantes» en el sufrimiento y alegria humanos. Es més, las imagenes que la traducen se deben clasificar en nuestra ciencia como de un orden, no importa cudn ajenas sean a nuestras formas locales de simbolizacién religiosa. La Quinta Expedicién danesa a Tule (1921-1924) a través de la Norteamérica Artica, desde Groenlandia a cabo Principe de Gales, Alaska; la dirigié e] experto investigador y explora- dor Knud Rasmussen, quien, en el curso de este viaje extraor- dinario, encontré y gané la confianza de una serie de chamanes esquimales: primero, en la bahia de Hudson, la de un hom- bre ya mayor, pero vigoroso, de corazén generoso y hospitala- tio llamado Aua. Luego, en la desapacible zona del lago Baker, entre los llamados esquimales caribi (que son tan primitivos como los mas sobre la tierra), la de un salvaje cruel y muy in- teligente, extraordinariamente independiente llamado Igjugar- juk, quien, cuando joven habia deseado tomar por esposa a una muchacha cuya familia se oponia; fue con su hermano a esperar no lejos de la entrada de la choza de la joven y des- de alli disparé a su padre, madre, hermanos y hermanas, siete u ocho en total, hasta que sdlo quedé viva la muchacha que él deseaba, y, finalmente, en Nome, un viejo bribén llamado Na- jagneq, que acababa de ser liberado después de un afio en prisién por haber matado a siete u ocho miembros de su co- munidad. En su lejana aldea, Najagneq habfa hecho una forta- leza de su casa y desde alli, solo, habia librado batalla contra 4 Kena Upanisad, 1.3. 76 / Mitologfa primitiva toda su tribu, y también contra los blancos, hasta que por me- dio de un ardid fue hecho prisionero por el capitén de un bar- co y lo llevé a Nome. Estuvo en prisién hasta que pudieron ser localizados diez testigos de su matanza, pero cuando éstos se vieron enfrentados con él, retiraron sus cargos, a pesar de lo mucho que les hubiera gustado verle en prisién. Sus peque- fios y penetrantes ojos erraban de un lado a otro, y su man- dibula estaba envuelta en un vendaje demasiado flojo, pues un hombre habfa intentado matarlo y le hirid en la cara. Cuando los diez hombres que le hubieran acusado se encontraron con su mirada en el estrado de los testigos, bajaron los ojos aver- gonzados. Merece la pena considerar por un momento el cardcter de estos incultos chamanes, no vayamos a suponer que los ma- yores logros religiosos se conceden sélo a los santos. El doctor H. Ostemann, en su relato de la Quinta Expedicidén a Tule, es- cribid: Jos poderes imaginativos de Najagneq se hab{an visto estimulados en la gran ciudad de Nome. Aunque no conocfa nada excepto las cabafias de tierra, los trineos y las canoas esquimales, no se sintié en absoluto impresionado por las grandes casas, los buques de vapor y los coches. Pero le fasciné la vista de un caballo blanco que arrastraba un gran camién. Asf que ahora les dijo a sus aténitos paisanos que en Nome los hombres blancos le habfan matado diez veces aquel invierno, pero que 1 tenfa la ayuda de diez espfritus que eran diez caballos blancos y que los habfa sacrificado uno a uno y asf salvé la vida. Este hombre con «poder de diez caballos» tenfa autoridad en su habla y dominaba totalmente a aquellos a los que hablaba. Habfa con- cebido un curioso sentimiento de benevolencia por el doctor Rasmussen y cuando estaban solos no le importaba admitir que habia tomado el pelo a sus paisanos. No era ninguin farsante, sino un hombre solitario, acostumbrado a defenderse contra muchos, y por tanto tenia sus peque- fios trucos. Pero cuando se mencionaban sus antiguas visiones y sus creencias ancestrales, sus respuestas, que eran breves y directas, posefan la marca de la gravedad imperturbable. Cuando el doctor Rasmussen le pregunté si crefa en alguno de todos los poderes de los que hablaba, contest6: sf, un poder que nosotros Ilamamos Sila. Uno que no puede explicarse con palabras, un espiritu fuerte, el sostenedor del universo, del tiempo, de hecho de toda la vida sobre la Tierra; tan poderoso que su habla al hombre no llega a través de palabras vulgares, sino a través de Jas tormentas, de las nevadas, de las Iluvias intensas, de las tempes- tades de los mares, a través de todas las fuerzas que el hombre teme, | | Las huellas de la experiencia / 77 0 a través de los rayos del sol, los mares en calma, la inocencia, el juego de los nifios que no entienden nada. Cuando los tiempos son buenos, Sila no tiene nada que decirle a la humanidad. Ha desaparecido en su infinita nada y permanece lejos mientras que la gente no abuse de la vida sino que respete su alimento diario. Nadie ha visto nunca a Sila. Su mirada es tan misteriosa que est con nosotros e infinitamente lejos al mismo tiempo». Y el doctor Rasmussen afiade [el doctor Ostermann esté citando no- tas encontradas después de la muerte de Rasmussen]: «las palabras de Najagneq suenan como el eco de Ja sabiduria que admiramos en los viejos chamanes que encontramos en todas partes durante nuestros via- jes —-en la dura Tierra del rey Guillermo o en Ia alegre choza de nieve de Aua en la bahia de Hudson, o en el primitivo esquimal Igjugarjuk, cuya jugosa maxima era: ‘La unica, auténtica sabidurfa vive lejos de la humanidad, fuera, en la gran soledad, y sdlo puede alcanzarse a través del sufrimiento. Sdlo la privacién y el sufrimiento pueden abrir la mente de un hombre a todo lo que estd oculto a otros.’» 5 En un capitulo posterior volveremos a Igjugarjuk y su his- toria de los sufrimientos, a través de los cuales aprendié la auténtica sabiduria. De momento, lo que queremos remarcar es que desde el gran Cusano al gran Igjugarjuk hay una consi- derable distancia de cardcter y experiencia humana, asi como de herencia cultural; sin embargo, a menos que esté equivoca- do, la referencia Ultima de sus afirmaciones mutuamente inde- pendientes es la misma. Y esto no es lo ultimo que aprende- remos de la sabidurfa oculta alcanzada a través del sufrimien- to «en la gran soledad» que esté «més all4 de todas las for- mas de los rostos que se pueden formar y de todas las figuras» 0, como dijo Najagneq, «no puede explicarse con palabras». Por tanto, lo «grave y constante» en el sufrimiento huma- no lleva —o puede Ilevar— a una experiencia que aquellos que la han conocido Ia consideran como el apogeo de sus vidas y que, sin embargo, es inefable. Y esta experiencia, o al menos un acercamiento a ella, es el propdsito ultimo de toda reli- gidn, la referencia ultima de todo mito y rito. Es mas, aquellos que han desarrollado y mantenido la tradicién mitoldgica del 5-H. Ostermann, The Alaskan Eskimos, as Described in the Posthu- mous Notes of Dr. Knud Rasmussen. Report of the Fifth Thule Expe- dition 1921-24, Vol. X, ntim, 3 (Copenhague: Nordisk Forlag, 1952), Paginas 97-99. 2 SR SR RR ae ‘ f i ‘ t 78 / Mitologia primitiva mundo han sido los chamanes, sabios, profetas y sacerdotes, muchos de los cuales han tenido una experiencia auténtica de este misterio inefable y todos lo han reverenciado. Una de las ironfas de nuestro tema es que gran parte de las investigacio- nes y las recopilaciones entre las tribus primitivas han sido lle- vadas a cabo bien por cientificos, cuyas mentes estén cerradas a esta experiencia y para quienes la palabra «mistico» es ‘un insulto, bien por los misioneros, para quienes el unico acerca- miento valido estd en su propia tradicién de metdfora espiri- tual. Sin embargo, de cuando en cuando, aparece un estudioso de la talla de Rasmussen y la verdad se desvela. El primer punto a resaltar es que el hechicero primitivo es perfectamente capaz no sdlo de proferir una declaracién tan profunda referente a la relacién del hombre con el misterio de su ser como cualquier otro que pueda encontrarse en los anales de las religiones desarrolladas, sino también de produ- cir caprichosamente parodias de su propia mitologia para inti- midar e impresionar a sus paisanos més simples. El hecho de que motivos mitolégicos vdlidos (por ejemplo, muerte y re- surreccién) se hayan utilizado de esta forma para el fraude no significa que en un contexto apropiado continter! siendo el «opio del pueblo». Sin embargo, ciertamente pueden conver- tirse en eso, porque como la referencia ultima de la religién es inefable, muchos de los que viven mas sinceramente su mi- tologia son los mds engafiados. Este engafio es parte del sufri- miento y oscuridad a través de los que debe pasar la mente antes de conocer el Rostro-que-no-es-rostro. Hay una palabra en sdnscrito, upadhi, que significa «men- tira, engafio, disfraz», pero también «limitacién, idiosincrasia 0 atributo». La verdad ultima, al no tener atributos, no puede ser contemplada por la mente. Como dice Igjugarjuk «vive le- jos de la humanidad, fuera, en Ja gran soledad». Por tanto, en los ritos y meditaciones disefiados para preparar la mente para una experiencia de la belleza que es belleza absoluta, se le asignan «atributos» (upadhis); por ejemplo, en la meditacién del Cusano, Ia propiedad de ser un rostro y de ser hermoso. Gerhart Hauptmann ha dicho en algin sitio que la poe- sfa es el arte de hacer que la Palabra resuene tras las palabras Las huellas de la experiencia / 79 (Dichten heisst, hinter Worten das Urwort erklingen lassen) °. En el mismo sentido, la mitologia es una interpretacién de for- mas a través de las que se puede conocer la Forma de formas que no tiene forma. Un objeto inferior se presenta como la re- presentacién o habitacién de uno superior. E] amor o afecto que se siente por lo inferior es en realidad una funcidn del establecimiento potencial de uno en lo superior; sin embargo, debe ser sacrificado (de ahi el sufrimiento) si la mente ha de pasar a su fin adecuado. Asi, la ciencia de la mitologfa comparativa es un estudio comparativo de los upadhis: los atributos engafiosos del ser, a través de los cuales la mente humana, en las diferentes épo- cas y dreas de su dominio, ha estado unida con la causa secreta en terror trdgico, y con el sufriente humano (el yo humano desnudo) en piedad trdgica. Y estos upadbis son de dos clases: aquellos que inevitablemente se derivan de las condiciones pri- marias de toda experiencia humana, sea la que sea (la condi- tion humaine), y aquellos especificos de las diferentes dreas y €pocas de la civilizaci6n humana (die Vélkergedanken). Del primero tratamos en el presente capitulo, de los otros, en las siguientes secciones de este trabajo. Pero todos, ciertamente, no serdn de sufrimiento, el upadhi trdgico (o engafio) del sufrimiento; porque el tema principal de la mitologfa no es la agonia de la btisqueda, sino el rapto de una revelacién, no la muerte, sino la resurreccién: aleluya. «Yo soy ella», declaré la gran diosa del universo, Reina Isis, cuando se aparecié a Lucio Apuleyo, su devoto, al final de la prueba descrita alegéricamente en su novela El asno de oro. Yo soy la madre natural de todas las cosas, sefiora y gufa de todos los elementos, progenie primera de los mundos, Ja primera entre las potencias divinas, reina del infierno, sefiora de los que moran en los cielos, en mis rasgos se conjugan los de todos los dioses y diosas. Dis- pongo a mi voluntad de los planetas del cielo, de los saludables vientos de los mares y de los luctuosos silencios del mundo inferior; mi nombre, mi divinidad es adorada en el mundo entero bajo formas diversas, con distintos ritos y por nombres sin cuento. Los frigios, los primeros en nacer de todos los hombres, me llaman Madre de los dioses de Pesi- ® Citado por C. G. Jung, Seelenprobleme der Gegenwart (Zurich: Rascher Verles,, 1931), p. 67. ones = Sap me aa 80 / Mitologia primitiva nunte; los atenienses, nacidos de su propio suelo, Minerva Cecropiana; los chipriotas, a los que bafia el mar, Venus Pafiana; los cretenses, por- tadores de flechas, Diana Dictina; los sicilianos, que hablan tres len- guas, Prosérpina infernal; los habitantes de Eleusis, su antigua diosa Ceres; algunos Juno, otros Belona, éstos Hécate, aquéllos Ramusia, y, principalmente, ambas clases de etiopes, que moran en Oriente y a los que alumbran los rayos del sol naciente; y los egipcios, buenos conoce- dores de todo el saber antiguo y que me adoran con sus ritos pecu- liares, me invocan por mi nombre verdadero, Reina Isis. He aqui que he venido a apiadarme de tu suerte y aflicciones; he aqui que estoy dispuesta a ayudarte y aliviarte, deja de Morar y lamen- tarte, aparta tu pena, porque por mi providencia amanece para ti el dia de la salvacién 7, EI sufrimiento mismo es un engajio (upadhi), porque su niicleo es el éxtasis, que es el atributo (upadhi) de la ilumi- nacidn. Entonces, la huella del éxtasis encerrada en el sufrimiento es la principal «grave y constante» de nuestra ciencia. Com- prendida en la sabiduria de la vida de quizd4 sélo una minoria de la raza humana, sin embargo, ha sido la matriz y el término final de todas las mitologias del mundo, deparando su res- plandor a todo el festival de aquellos upadhis menores —o huellas— a los que debemos volver ahora, Il. La fuerza estructurante de la vida sobre la tierra Una fuerza que nunca ha estado ausente de la experiencia humana, como sefialé Adolf Portman en un interesante ensayo sobre «La tierra como el hogar de la vida» ®, es la gravedad, que no sdlo funciona continuamente sobre cada aspecto de los asuntos humanos, sino que ha condicionado fundamentalmente la forma del cuerpo y todos sus érganos. La alternancia diurna de la luz y la sombra es otro factor ineludible de experiencia, al cual, en verdad, se le afiade un considerable valor dramatico como resultado del hecho de que por Ia noche el mundo duer- 7 Apuleyo, Asinus aureus, Libro XI. Edicién castellana: Gredos, Madrid, 1978. 8 Adolf Portmann, «Die Erde als Heimat des Lebens», Eranos- Jabrbuch 1953 (Zurich: Rhein-Verlag, 1954), pp. 473-94. ee een RRR memes ocr Amand ei 3 Las huellas de la experiencia / 81 me, los peligros estén al acecho y la mente se zambulle en el reino de la experiencia del suefio, que difiere en su Iégica del mundo de Ia luz. En el suefio los objetos brillan por sf mis- mos sin ninguna iluminacién del exterior y, es mds, son de una substancia sutil que es capaz de transformaciones mdgicas y rapidas, de efectos espantosos y de locomocién no mecdnica. No puede haber duda de que el mundo del mito ha estado saturado por el suefio, o que los hombres ya sofiaban incluso cuando eran poco mds que monos. Y como Géza Réheim ha observado, «no puede haber diferentes formas culturalmente determinadas de sofiar, al igual que no hay dos formas de dormir» ’. El amanecer y el despertar de este mundo del suefio debe haber estado asociado siempre con el sol y la salida del sol. Los miedos nocturnos y los encantos nocturnos se desvanecen con la luz, que siempre se ha experimentado Ilegando des- de arriba y proporcionando gufa y orientacién. La oscuridad y el peso, la fuerza de la gravedad y el oscuro interior de la tierra, de la jungla o del mar profundo, asf como ciertos mie- dos y delicias intensamente ponzofiosos deben haber constitui- do durante milenios un sindrome firme de la experiencia hu- mana, en contraste con el luminoso despertar sobre el mundo de la esfera solar, hacia y a través de las inconmensurables al- turas. De aqui que una polaridad de luz y sombra, arriba y abajo, direccién y pérdida de orientacién, confianza y miedo (una polaridad que todos conocemos por nuestra propia tradi- ciédn de pensamiento y sentimiento, y que podemos encontrar igualada en muchas partes del mundo) debamos considerarla como inevitable en el sentido de un principio estructurante del pensamiento humano. Puede o no puede estar fijado dentro de nosotros como un «isomorfo» *; pero en cualquier caso es una experiencia general y muy profundamente cono- cida. La luna y el espectdculo del cielo nocturno, las estrellas y la Via Lactea han constituido desde el principio una fuente de 9 Géza Réheim, «Dream Analysis and Field Work in Anthropology», Psychoanalysis and the Social Sciences (Nueva York: International Universities Press, 1947), Vol. I, p. 90. * Ver supra, p. 56. 82 / Mitologia primitive maravilla e impresién profunda. Pero existe en realidad una influencia fisica de la luna sobre la Tierra y sus criaturas, sus marfeas y nuestras propias mareas interiores, que durante mu- cho tiempo se ha reconocido conscientemente y también como una experiencia subliminal. La coincidencia del ciclo menstrual con el de Ja luna es una realidad fisica que estructura la vida humana y una curiosidad que se ha observado con asombro. De hecho, es posible que la nocién fundamental de una rela- ci6n estructurante de vida entre el mundo celestial y el del hombre se derivara de la comprensién, tanto en la experiencia como en el pensamiento, de la fuerza del ciclo lunar. Y el misterio de la muerte y la resurreccién de la luna, de su in- fluencia sobre los perros, lobos y zorros, chacales y coyotes que intentan cantarle: este inmortal plato plateado de prodi- gio, viajando entre las bellas estrellas y cabalgando a través de las nubes, convirtiendo la misma vida despierta en una es- pecie de suefio, ha sido una fuerza y una presencia més pode- rosa en la formacién de la mitologia incluso que el sol, ya que por él su luz y su mundo de estrellas, sonidos nocturnos, sen- timientos erdticos y la magia del suefio se apagan diariamente. El contraste en forma fisica y esferas de competencid en- tre el hombre y la mujer es con seguridad otro universal de la experiencia humana, y debemos considerarlo también, en este contexto, junto con el «entrecruzamiento de instintos» entre los dos, que hace posible —o mejor dicho, inevitable, y algu- nas veces incluso en contra de un juicio mejor— el despertar de los dos cuerpos en sincronizacién a esa curiosa entrega mu- tua, que los freudianos, gustan llamar una «Re-representacién de la escena primigenia», y que muchos han descubierto que es la consumacién de apetito més diffcil de resistir. En una serie de meticulosos estudios sobre comportamiento animal, se ha mostrado que una secuencia elegantemente engranada de se- fiales estimulo, lanzadas desde el organismo del macho al de la hembra y desde el de la hembra al macho, pueden identifi- carse como liberadoras de las algunas veces excesivamente complicadas representaciones que deben llevar a cabo en per- fecta sincronizacién antes de que la especie se pueda reprodu- cir; y no conozco a nadie fuera de los més cuidadosos y erudi- tos circulos cientificos que piense ni por un momento que un Las huellas de la experiencia / 83 entrelazado comparable de isomorfos no pueda suponerse que existe también en el nivel humano. Pero como no debe darse nada por sentado imprudentemente basdndose en la simple ex- periencia personal, y todavia nadie ha sido capaz de criar a dos seres humanos en absoluto aislamiento de los condiciona- mientos sociales y presentarlos el uno al otro cuando la luna est4 Ilena, no pretendemos decir cudnto de lo que cada uno conoce sobre este tema se debe a la huella, o cudnto a la ima- gen heredada. Pero permitasenos insistir en que los perfumes de las flores, la glorificacién del cuerpo, la noche, los encuen- tros secretos, la musica, el intercambio de recuerdos, la angus- tia, el remordimiento, la rivalidad, los celos, el asesinato, y toda la 6pera, pueden identificarse en toda la historia humana conocida. Y tenemos Ja voluminosa literatura de la escuela freudia- na para asegurarnos que el secreto, asi como las analogias obvias, los juegos de palabras y las inflexiones por las que el sexo, los érganos sexuales y el acto sexual estén implicados en nuestros pensamientos son conocidos por todas las tradiciones del mundo, tanto sean orales como letradas. En mitologia, por supuesto, la imagen del nacimiento por el Utero es una figura extremadamente comtin para el origen del universo, y la unidn “sexual que debe haberlo precedido se representa en el acto ritual asi como en historia. Ademds, el funcionamiento misterioso (uno puede incluso decir m4gico) del cuerpo feme- nino en su ciclo menstrual, en el cese del ciclo durante el pe- tiodo de gestacién y en Ja agonfa del nacimiento —y la apari- cién de un nuevo ser— es seguro que ha dejado huellas pro- fundas en la mente. El miedo a la sangre menstrual y el aisla- miento de las mujeres durante sus periodos, los ritos del naci- miento, y todo el saber magico asociado con la fecundidad hu- mana, ponen de manifiesto que nos encontramos en el campo de uno de los mayores centros de interés de la imaginacién humana. En el més temprano arte ritual la forma femenina desnuda se encuentra continuamente, mientras que el hombre est4 normalmente ornamentado o enmascarado, como chamén o cazador, en la representacién de algtin acto. El miedo a la mu- jer y el misterio de su maternidad han sido para el hombre unas fuerzas que dejan huella, no menos impresionantes que 84 / Mitologia primitiva los miedos y misterios del mundo de Ia naturaleza. Y se pue- den encontrar en las mitologias y en las tradiciones rituales de toda nuestra especie innumerables ejemplos de los implacables esfuerzos del hombre para relacionarse afectivamente —en la forma, por asi decir, de una cooperacién antagonista— a estas dos fuerzas extranjeras y sin embargo intimamente necesitadas: la mujer y el mundo. Todavia hay otro sistema estructurante de experiencias pro- fundamente impe.tante del que se puede decir sin ninguna duda que constituye un modelo de huellas sobre nuestra pro- pia disponibilidad para la vida, el de los estadios normales del crecimiento humano y la susceptibilidad emocional, desde el momento del nacimiento al de la muerte y al hedor de la deca- dencia. Sobre este tema han aparecido recientemente una gran cantidad de textos sobre psicologia infantil y psicoandlisis es- critos por diferentes expertos, de forma que una revisién deta- Ilada no haria sino repetir lo que ya es bien conocido. Sin em- bargo, no conozco ningtin trabajo que haya atraido la aten- cidn en series sistematicas hacia los motivos mitolégicos desa- rrollados a partir de las huellas de esta biologia sociologizada del crecimiento humano. Como ya hemos visto, son necesarios veinte afios para que el organismo humano madure, y durante la mayor parte de este desarrollo depende por completo de] cuidado de los pa- dres. Le sigue un periodo, de otros veinte afios més o menos, de madurez, y después empiezan a anarecer las huellas de la edad. Pero el ser humano es el tinico animal capaz de conocer Ja muerte como el fin inevitable para si mismo, y la duracién de Ia edad madura para este organismo humano, que se en- frenta conscientemente a la muerte, es un periodo de ajios mds largo que todo el periodo de vida de cualquier otro pri- mate. Asf que vemos tres, por lo menos tres, perfodos diferen- tes de crecimiento y de susceptibilidad de huella como inevi- tables en una biografia humana: 1 Infancia y juventud, con su elemental encanto; 2 la ma- durez con su capacidad y autoridad; 3 la sabia vejez, asistien- do a su propia muerte y mirando atrds, bien con amor bien con rencor, hacia el desvancciente mundo. Las huellas de la experiencia / 85 La funcién principal de gran parte del saber mitoldgico y de la practica ritual de nuestra especie ha sido conducir la mente, los sentimientos y los poderes de accién del individuo hacia los umbrales criticos, desde las dos décadas de la infan- cia a la edad adulta, y desde la vejez a la muerte; proporcionar las sefiales estimulo adecuadas que liberen las energias de vida del que ya no es lo que fue para su nueva tarea, la nueva fase, de forma apropiada para el bienestar del grupo. Y asi, por una parte, encontramos como un factor constante en estos aritos de trénsito» las necesidades inevitables, y por tanto uni- versales, del individuo humano en las coyunturas particulares, y por otra, como una variable cultural, las necesidades y creen- cias condicionadas histéricamente y las del grupo local. Esto proporciona al caleidoscopio del mundo mitoldgico esa cuali- dad de parecer ser siempre el mismo aunque siempre cambian- te, que puede seducir a nuestros poetas y artistas pero que es una pesadilla para la mente que busca clasificar. Y sin embar- go, con un ojo firme, incluso la fantasmagoria de una pesadi- lla se puede catalogar, hasta cierto punto. Las secciones siguientes del presente capitulo se desarro- Ilan como una tentativa, un esbozo preliminar, de las lineas principales y fases de lo que parecerian haber sido —por lo menos hasta el momento presente— las fuentes principales de huella en el curso de la biograffa arquetipica del hombre. III. Las huellas de la primera infancia Ciertas huellas impresas sobre el sistema nervioso en el perfodo pléstico entre el nacimiento y la madurez son la fuente de muchas de las imagenes del mito mds ampliamente conoci- das. Aunque necesariamente las mismas para toda la humani- dad, han sido organizadas de forma diferente en las distintas tradiciones, pero en todas partes funcionan como potentes li- beradores y directores de energia. Las primeras huellas indelebles son las del momento del nacimiento mismo. La acumulacién de sangre y la sensacién de asfixia experimentada por el nifio antes de que sus pulmo- nes empiecen a funcionar provocan un breve ataque de terror, 86 / Mitologfa primitiva cuyos efectos fisicos (detencién del aliento, congestién de la circulacién, 0 incluso amnesia) tienden a aparecer con més o menos fuerza siempre que hay un momento brusco de te- rror. Asi, el trauma del nacimiento, como un arquetipo de trans- formacién, inunda con un efecto emocional considerable los breves momentos de pérdida de seguridad y amenaza de muer- te que acompafian cualquier crisis de cambio radical. En las metdforas de la mitologia y la religién este tema del naci- miento (o con més frecuencia renacimiento) es extremadamen- te importante. De hecho, cada umbral de trdnsito, no sdlo éste desde Ia oscuridad del ttero a la luz del sol, sino también aque- Uos desde la infancia a la vida adulta y desde la luz del mun- do a cualquier misterio de oscuridad que pueda encontrarse més alld del portal de la muerte, es comparable a un nacimien- to y se ha representado ritualmente, ptdcticamente en todas partes, a través de unas metdforas de reentrada al utero. Este es uno de aquellos universales mitolégicos que con toda segu- tidad merecen interpretaci6n, mds bien desde un punto de vista psicolégico que desde uno etnoldgico. En la mitologia, la imagen del agua est4 intimamente aso- ciada con este motivo, y las diosas, sirenas, nereidas y brujas que con frecuencia aparecen como guardianes o manifestacio- nes del agua (pozos, cursos de agua, calderos de renovacién de la juventud), Sefioras del lago y otras menudencias del agua, pucden representar bien su aspecto amenazador de la vida o su aspecto fomentador de la misma. Por ejemplo, la antigua historia cldsica de Acteén, tal y como la cuenta Ovidio en las Metamorfosis™, habla de un cazador, un joven vigoroso en la flor de la vida, quien, cuan- do acechaba ciervos con sus perros, encontré un riachuelo y lo siguié hasta su fuente, y alli se tropezé con la diosa Diana que se bafiaba, rodeada de una galaxia de ninfas desnudas. .Y el joven, que no estaba espiritualmente preparado para una imagen supernormal de este tipo, sdlo tuvo una mirada normal en sus ojos, y la diosa, al notarlo, le lanzé su poder y lo trans- 1 Ovidio, Metamorphoses III, 173 y ss. Edicién castellana: Obra Completa. Consejo Superior de Investigaciones Cientfficas, Madrid, 1982. ———— Las huellas de la experiencia / 87 formé en un venado; sus propios perros lo olieron inmediata- mente, lo persiguieron y lo desgarraron en pedazos. A nivel sencillo de una tipica lectura freudiana, este episo- dio mitico representa la salaz ansiedad de un muchacho peque- fio descubtiendo a la Madre, pero segiin una vena de referen- cia mds sofisticada, «sublimada», mds apropiada a la atmdsfera posalejandrina del elegante arte de Ovidio, Diana era una ma- nifestaci6n de aquella diosa madre del mundo a la que ya he- mos encontrado como Reina Isis, y quien, como ella misma nos ha dicho, era conocida por las culturas del Mediterraneo bajo muchos nombres. El caso, con seguridad, es aquel de un upadhi: un objeto inferior (imagen materna) que sirve como simbolo de uno superior (el misterio de la vida). Meditando, podemos acentuar lo superior, en cuyo caso estamos realizando lo que en India se llama sampad upasana, «meditacién consu- mada o perfecta»; o podemos acentuar lo inferior, que se llama adbyasa upasana, «meditacién sobrepuesta o falsa». La prime- ra eleva a lo supernormal, la segunda lo deja a uno més o menos como Acteén: para ser psicoanalizado, finalmente, has- ta los pedazos y devuelto al titero. En su mayor templo ciudadano de Asia Menor, en Efeso (donde, en el 431 d.C., la Virgen Maria seria declarada como la verdadera «portadora de Dios»), la gran diosa, la madre de todas las cosas, era representada como Artemisa (Diana) con muchos pechos. Ademés, en todas las ruinas excavadas del mundo aantiguo se han encontrado innumerables estatuillas de diosas desnudas (o més bien, en el espiritu de su propia ense- fianza perfeccionada, deberfamos decir de la Diosa Desnuda). Como observé Heinrich Zimmer en su comentario sobre una versién hindi de su historia: (Si uno se pregunta sobre su origen ultimo, los restos textuales mds antiguos y las imégenes nos conducen sdlo hasta ahi, y nos permiten decir: «Asf se aparecié en aquellas épocas tempranas; asf y asf pudo ser llamada; en tal o cual forma parece que ha sido reverenciada.» Pero eso es todo lo que podemos decir; con eso hemos llegado al primitivo problema de su comprensién y ser. Ella es el primum mobile, el primer principio, la matriz material de la que todo surge. Ir més alld en sus antecedentes y orfgenes es en verdad no entenderla, es en verdad mal- interpretarla e infravalorarla, de hecho, insultarla. Y cualquiera que 88 / Mitologia primitiva intente algo asf puede muy bien sufrir la calamidad que acontecié a aquel elegante joven adepto que emprendié la tarea de desvelar la ve- lada imagen de la diosa en el antiguo templo egipcio de Sais, y cuya lengua se paralizé para siempre por la impresién de lo que vio. Segin la tradicién griega, la diosa ha dicho de sf misma: ovSeig émdv némdov dvéhe, «nadie ha levantado mi velo». No es exactamente una cuestién de velo, sino de ropa que cubre su desnudez femenina, el velo es una tergiversacién tardia en consideracién a la decencia. El sentido es: yo soy la Madre sin esposo, la Madre Primigenia; todos son mis hijos y por tanto ninguno se ha atrevido nunca a acercdrseme; el insolente que lo intenta avergiienza a la Madre; y ésa es la razén para la maldicién En el cuento de Acteén encontramos este mismo tema re- ligioso interpretado con una imagen andloga. «Y aunque Diana hubiera deseado tener su flecha preparada», nos dice Ovidio, «tomé lo que tenfa, el agua, y la arrojé a la cara del joven. Y mientras derramaba las vengadoras gotas sobre su cabello le dijo estas palabras, presagio de la suerte que le esperaba: ‘Ahora eres libre de decir que me has visto desnuda, si puedes decirlo’.» u EI] agua es el instrumento del poder de la diosa; pero tam- bién personifica el misterio de las aguas del nacimiento y la disolucién, bien sea del individuo o del universo. Porque en la vena del mito la manera elemental de representacién puede alternar con la de la personificacién. ¢No esté escrito, por ejemplo, al principio del libro del Génesis que «el Espiritu (o viento) de Dios se cernfa sobre la superficie de las aguas»? Agua y viento, materia y espiritu, vida y su generador: estas parejas de opuestos estén fundidas en la experiencia de la vida; y sus coyunturas creadoras del mundo pueden represen- tarse elementalmente, como en este principio de la Biblia, o por otra parte, como en el arte del budismo téntrico, en la imagen de un hombre y una mujer divinos envueltos en un abrazo sexual, El misterio del origen del «gran universo» o macrocosmos se lee en términos de la procreacién del «pequefio " Heinrich Zimmer, The King and the Corpse, ed. Joseph Camp bell (Nueva York: Pantheon Books, The Bollingen Series XI, 1948), pi- ginas 311-12. 22 Ovidio, Metamorphoses III (Cambridge, Mass.: Harvard Univer- sity Press, Loc Classical Library), 188-93. Las huellas de la experiencia / 89 universo», el microcosmos; y el liquido amnidtico es entonces precisamente comparable al agua que en muchas mitologias, asi como en la filosofia presocratica del sabio griego Tales de Mi- leto (alr. 640-546 a.C.) representa la sustancia elemental de todas las cosas. Esta forma de homologar lo personal y lo universal, que es un método bdsico del discurso mitoldgico, ha hecho posible que los psicoanalistas freudianos, cuyo adiestramiento en el lenguaje de los simbolos procede ante todo de un estudio de los neuréticos, traduzcan toda la herencia cultural de la huma-- nidad a las canciones infantiles. Pero el problema del neurético es, precisamente, que en lugar de lograr el paso del dificil um- bral de la pubertad, muriendo como nifio para renacer como adulto, ha permanecido con una fraccién importante de su es- tructura de personalidad fijada en Ia condicién de dependen- cia. Rechazando emocionalmente la reorganizacién de sus hue- las de infancia a través de los mitos y ritos de una comunidad que funciona maduramente, sélo puede leer el cuadro lingiifs- tico de su civilizacién en términos de las fuentes infantiles de sus figuras fomentadas y manipuladas; mientras que en la mi- tologia y en los ritos éstas se han aplicado a un contexto cul- tural y simultd4neamente metafisico de alusiones. Freud desva- lorizé tedricamente tales remodelaciones inspiradas cultural y filoséficamente, llam4ndolas meras «elaboraciones secundarias», lo que quiz4 sea apropiado cuando el caso en cuestién es la pesadilla de algtin subadolescente de cuarenta afios que Ilori- quea en un sofa. Pero en la lectura del mito tal método reduc- tivo nos somete a la monotonfa de identificar en cada sistema simbélico sdlo las fuentes infantiles de sus elementos, descui- dando como meramente secundario el problema histérico de su teorganizacién: al igual que si un arquitecto, al ver las estruc- turas de Roma, Estambul, Mohenjo-Daro y Nueva York, se contentara con la observacién de que todas son de ladrillo. En este capitulo estamos examinando los ladrillos. De aqui en adelante daremos por supuestos los ladrillos y nos dedicaremos a estudiar su empleo. Porque, como resumié el problema en una ocasién un amigo mio jungiano: «la situacién del neurdti- co es la que traduce todo a términos de sexualidad infantil, pero si el doctor también lo hace, entonces, ¢a dénde vamos? ». segs: pany 2: 90 / Mitologia primitiva El estado del nifio en el Utero es de bienaventuranza, bienaventuranza estdtica, y este estado puede compararse a la beatitud con la que nos imaginamos el paraiso. En el utero, el nifio no se da cuenta de la alternancia del dia y la noche, o de cualquiera de las imagenes de la temporalidad. Por tanto, no de- berfa sorprender si las metdforas utilizadas para representar la eternidad sugieren, a aquellos adiestrados en el simbolismo del inconsciente infantil, el retraimiento o retiro al ttero. El miedo a Ia oscuridad, que es tan fuerte en los nifios, se ha dicho que es una funcidn de su miedo a volver al utero: el miedo a que su conciencia diurna recientemente conseguida y su individualidad ain no segura sean reabsorbidas. En el arte arcaico el laberinto-hogar del Minotauro devorador de nijios se representaba con la figura de una espiral. La espiral también aparece esponténeamente en ciertas etapas de la meditacién, asi como a las personas que se duermen bajo los efectos del éter. También es un emblema destacado en las silenciosas entradas y dentro de los oscuros pasadizos del antiguo tumulo regio ir- landés de New Grange. Estos hechos sugieren que una conste- lacién de imdgenes que denotan la inmersién y disolucién de la conciencia en la oscuridad del no ser deben haberse empleado intencionadamente, desde fechas muy tempranas, para represen- tar la analogia de los ritos de umbral con el misterio de la en- trada del nifio en el Gtero para el nacimiento. Y ademds, esta sugerencia se ve reforzada por el hecho de que las cavernas paleoliticas del sur de Francia y el norte de Espafia, que en la actualidad la mayorfa de las autoridades fechan alrededor 30.000-10.000 afios a.C., eran santuarios, no sdlo de magia cazadora sino también de los ritos de pubertad masculina. Una terrible sensacién de claustrofobia, y simultdneamente de libe- racién de todo contexto del mundo de arriba, acomete a la mente embargada en aquellos abismos mds que absolutamente oscuros, donde la oscuridad ya no es una ausencia de luz sino una fuerza experimentada. Y cuando se enfoca una luz para revelar los toros y mamuts, rebafios de renos, caballitos al tro- te, rinocerontes lanudos y chamanes danzantes hermosamente pintados en aquellas cuevas, las im4genes golpean la mente como huellas indelebles. Es obvio que la idea de muerte y re- Las huellas de la experiencia / 91 nacimiento, renacimiento a través del ritual y con una organi- zacié6n nueva de sefiales estimulo impresas profundamente, es extremadamente antigua en la historia de la cultura, y que todo se hizo, incluso en el periodo de las cuevas paleoliticas, para inspirar en los jévenes que eran asesinados simbdlicamen- te una reactivacién de su miedo infantil a la oscuridad. El valor psicolégico de tal «tratamiento de shock» para hacer ajfiicos una estructura de personalidad ya no deseada parece haber sido utilizado metédicamente en unas crisis pedagdégicas, probadas por el tiempo, de lavado de cerebro y simultdneo reacondicio- namiento de los MsIL para la conversién de criaturas en hom- bres, cazadores seguros y defensores valientes de la tribu. El concepto de la tierra como madre, tanto portadora como nutriente, ha sido extremadamente importante en las mitolo- glas de las sociedades cazadoras asi como de las plantadoras. Segtin las metdforas de los cazadores, es de su titero de donde proceden los animales de la caza, y descubrimos sus arquetipos eternos en el mundo subterréneo, o arena ceremonial, de los titos de iniciacién; aquellos arquetipos de los que los rebafios sobre la tierra no son sino manifestaciones temporales enviadas para el sustento del hombre. Asi mismo, segtin los plantadores, es en el cuerpo de Ja madre donde crece el grano: arar la tie- tra es un engendramiento y el crecimiento del grano un naci- miento. Mas avin, la idea de la tierra como madre y del ente- tramiento como una reentrada al Utero para renacer parece ha- ber surgido, por lo menos en algunas comunidades de la hu- manidad, en una fecha extremadamente temprana. Las pruebas inconfundibles mds antiguas de ritual, y por tanto de pensa- miento mitolégico, encontradas hasta ahora han sido las sepul- turas del Homo-neanderthalensis, un predecesor remoto de nuestra propia especie, cuyo perfodo quiz4 se pueda fechar al- rededor 200.000-75.000 a.C.'%. Los esqueletos Neandertal se han encontrado enterrados con provisiones (sugiriendo la idea de otra vida), acompafiados de sacrificio animal (buey salvaje, bisonte y cabra salvaje), observando un eje este-oeste (el cami- 8 Hans Weinert, «Der fossile Mensch», Anthropology Today (Chi- cago: University of Chicago Press, 1953), p. 108.

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