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Linene Graywind.

Desde la llegada de los Carmesíes a Phandalin que la cotidianeidad había tomado tintes
extraños para su vida. El negocio prosperaba en secreto. Los habitantes ya no solo estaban
preparados para hacer frente a las incursiones ocasionales de esos molestos y malolientes Goblins,
sino que también se hizo costumbre extremar precauciones frente a nuevo peligro: “La peste roja”
que asechaba desde el interior y muchas veces con el hedor propio del hedonismo, el poder y la
ebriedad.
Por supuesto, Linene no hacía tratos con Carmesíes ni con cualquier ser vivo (o no-muerto) que
simpatizara con ellos. Grotescos, soberbios, corruptos, matones. Los odiaba, vaya que lo hacía…
pero les temía con igual intensidad.

Para una humana de 35 años como Linene Graywind la vida no había sido fácil. Hija única
cuya madre había muerto en circunstancias misteriosas de las que hace mucho tiempo dejó de
insistir y preguntar. Primero, porque podía ver el dolor en los ojos de su padre y por qué le hacía
doler el cuerpo pensar en ello. Su madre había abandonado el mundo de forma prematura cuando
Linene tenía 12 años de edad y se encontraba en plena formación de “cómo debía comportarse
una dama en la era medieval” (siempre se preguntó de dónde venía lo medieval).
Pese a que había otros chicos de edad, Linene solo encontró verdadero refugio y compañía en el
silencio y en su padre.

Erik Graywind desde que enviudó, ya con su barba grisácea y ahora con el corazón
endurecido, dedico su vida al negocio que con tanto amor había erigido junto a Daiana: La sede
ubicada en Phandalin del Bazar Escudo de Leon. El negocio y su querida hija Linene era lo único
que quedaba de su esposa, y muchas veces le pareció que la vería a doblar una esquina de la casa
o al despertar.
-Pero Daina ya no está. Ya no habrá más recuerdos. Ya no será… no más. - pensó en el funeral
mientras la última lágrima que derramaría en su vida se perdía en su espesa barba gris.

padre e hija se hicieron compañía en el silencio y en la ausencia siempre presente de


Daiana. Así pasaron los días, las semanas, los meses y los años.

***

Para la joven Linene el Bazar Escudo de León se había convertido en su vida. Se la pasaba
aprendiendo cada arista del oficio que heredó en vida/muerte de sus padres: Llevar los registros
de la compra/venta, la correspondencia con los proveedores de la central en Yartar, el trato con
los proveedores, sobre la mantención de armas y armaduras… Absorbía cada gota de sabiduría,
consejo práctico o indicación que emanaba de su padre. Cada gota de sonido que emergía de su
angustiosa voz era un tesoro valioso que más le valía no desperdiciar en la nada. La nostalgia
contenía la certeza de que su madre había existido. Su vida misma era prueba de ello y por eso
mismo decidió protegerla.
Ya hacía un par de años que su padre había sido reclutado para ir a servir al rey. A luchar
una guerra que en las lejanas tierras de Phandalin no hacían ningún sentido. Su padre no tuvo
mucha elección: O morir aquel día o ir a luchar con la promesa de retornar con su hija y vivir los
últimos años de vida.

Cumplió la promesa. Al menos en parte. Su cadáver llegó al año siguiente y fue enterrado
junto a Daiana. En la lápida rezaba “Un mártir, que dio la vida por su honor. Esposo devoto, padre
y mentor.”

Linene albergó durante años el dolor y la rabia en lo más profundo de su ser. Cada vez
hablaba menos y cuando lo hacía sus palabras eran honestas y directas. Demasiado directa según
algunos, como si en su afilada lengua le cobrara a la vida todo aquello que le había sido
arrebatado.
Torpe con el trato hacia la gente, producto del poco contacto con otros en contextos sociales,
Linene había intentado entablar relaciones afectivas con algunos jóvenes del pueblo. Sin mucho
éxito. La consideraban demasiado directa, era una joven que sabía lo que quería. El ideal de mujer
en Phandalin era una mujer sumisa que deseara ser la madre de los hijos que la economía
soportara y encargarse de la administración doméstica.

Sea cual fuese el caso, Linene con el tiempo dejó de intentarlo. Dejó de importarle. Y la
verdad, es que dejó de interesarse por algo más allá del Bazar y el peligro constante que
significaba la presencia de los carmesíes.

Pasaron los años.

De pronto se sorprendía a si misma fantaseando a mitad de la noche. ¿Cómo hubiese sido


su vida con sus padres presentes? ¿Qué hubiese pasado si hubiese recibido una educación normal
para una habitante de Phandalin? Y durante los últimos meses emergió la pregunta: ¿Qué pasaría
si los carmesíes ya no estuvieran? Mientras su mente divagaba en esta última pregunta en su
mente una figura iba cobrando forma. Un enano que había visto los últimos meses rondando y
haciendo preguntas. Tenía los brazos fuertes y gruesos, tal como los de su padre… le daba
confianza. Seguridad. Estaba segura de que debía ser una clase de guerrero o herrero. ¿Por qué se
había convertido en lo último que veía al dormir y lo primero que pensaba al despertar? No era
normal. No estaba bien. La vida, así como estaba ahora no tenía sentido. Pensar en él le daría
sentido. Eso lo volvía un sinsentido del sinsentido. Solo se hacía la cabeza. Su mente siguió
divagando durante unos minutos hasta que se perdió en los reinos de los sueños.

Durante las últimas semanas estas divagaciones se hicieron más frecuentes, incluso
comenzaron a invadir sus días.

La idea creció y comenzó a tomar forma. Se convirtió en una convicción.

Una certeza.

Una promesa del futuro.

Si alguna vez la amenaza de los Carmesíes desaparecía de su mundo, tomaría las riendas
de la vida. De su vida. Y lo haría junto a el enano que había invado su sueño y su vigilia. No sabía
que ella tenía la capacidad de albergar tales emociones, sentimientos y casi había olvidado lo que
era el deseo de la carne.

***

La desaparición de los carmesíes para Linene fue como el saldo de cuentas pendiente con
la vida, el punto de inflexión de su vida. Catarsis. Su existencia ya no estaba marcada por el dolor
del pasado, si no que por la promesa y certeza de que en el futuro desentrañaría la plenitud. Su
felicidad. Y eso estaba en su mano. El rumor se extendió rápidamente: Habían visto a un hombre
huir despavorido de Phandalin desde la casona vieja, dejando un reguero de sangre en su camino.
¡Los Carmesíes habían caído!

Hora de poner en marcha su plan.

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