Está en la página 1de 3

Colombia: El oro y la sangre

Published on Servindi - Servicios de Comunicación Intercultural (https://www.servindi.org)

Imprimir articulo Exportar a PDF


Volver

Colombia: El oro y la sangre

Por Juan José Hoyos

Me da tristeza abrir las páginas de los periódicos y ver cómo se repiten cada año las mismas
tragedias. A veces, la lluvia es la causa. Los ríos se desbordan, destruyen las casas, inundan los
cultivos. En las ciudades, las casas de los barrios pobres se derrumban. La gente muere sepultada
bajo el lodo. A veces, la tierra es la causa. Tiembla. Los vientos se vuelven huracanes. Hay
tormentas. Pero, también muchas veces, el hombre es la causa de sus desastres. Sobre todo en los
desastres de la guerra.

Esta semana me dio tristeza ver cómo se repite la tragedia de un pueblo que lleva 30 años
soportando la guerra. Son varios miles de indios embera katíos, asentados en la región del Alto
Andágueda, en los límites del Chocó, Antioquia y Risaralda.

La historia empezó cuando uno de los indios descubrió una mina de oro. Los katíos comenzaron a
explotarla. Después de un pleito judicial en el que sobraron las artimañas, la posesión de la mina
pasó a manos de un hacendado antioqueño.

El oro atrajo a la región legiones de aventureros, comerciantes, estafadores y hasta grupos


guerrilleros. En un comienzo, hubo combates por la mina entre los indígenas y la Policía, que dejaron
varios muertos. Luego, los indígenas se armaron y mantuvieron durante varios años el control de la
zona, poblada de selvas.

Enloquecidos con la repentina bonanza que trajo el oro, los embera se dedicaron a viajar en avión
por el país, a comprar cantinas y prostitutas por docenas y a mandarse teñir el pelo del mismo color
del oro? Y a comprar más armas, para defenderse de los ataques de la Policía, que buscaba devolver
la mina al hacendado. Muy pronto, los katíos acabaron enfrentándose entre ellos mismos por culpa
del oro. En la guerra, hubo centenares de muertos.

La primera vez que vi la selva con mis propios ojos fue una tarde de diciembre de 1979, en Docabú,
junto al río Ágüita, al pie de una fonda donde empieza un camino que lleva a la Misión de Aguasal y
a lo más profundo de las selvas del Alto Andágueda. Iba como enviado del periódico El Tiempo a
contar esta historia.

Durante varios años tuve que escribir incontables noticias sobre combates, muertes atroces y

Page 1 of 3
Colombia: El oro y la sangre
Published on Servindi - Servicios de Comunicación Intercultural (https://www.servindi.org)

enfrentamientos entre familias indígenas por la misma causa. Dieciséis años más tarde decidí contar
la historia completa de esa larga y triste guerra en un libro titulado "El oro y la sangre".

Cuando abrí las páginas de El Tiempo, hace dos días, pensé que los años no habían pasado. Leí la
noticia y me dije: por supuesto que existen los ángeles. Como el auxiliar de la Policía Nacional Edwin
Vega. Él compró ocho teteros con dinero de su propio bolsillo y pidió leche caliente en las tiendas de
la Terminal de Transporte de Bogotá para calmar el hambre de más de cincuenta niños indígenas
que llegaron, en medio de los aguaceros interminables del invierno, a refugiarse de la guerra que
hay en su territorio. Los dueños de las

tiendas también le regalaron al agente pañales, pan y chocolate para los niños. Hubo otro ángel: la
teniente Yolanda Pinzón, de la Policía de Menores, que se dedicó a recoger ropa, cobijas y zapatos
para proteger a los niños del frío. Según El Tiempo, ella también compró bombones y galletas que
pagó de su bolsillo para endulzar durante un rato las bocas de los pequeños.

Los niños hacen parte de un grupo de 78 indígenas embera del Chocó desplazados por los combates
que se libran entre tropas del Ejército Nacional y grupos guerrilleros en la zona del Alto Andágueda,
en Bagadó. ¡La misma zona adonde fui hace 30 años para cubrir la guerra del oro!

De los 78 indígenas solo 22 son adultos. Los 56 restantes son niños entre un mes y 17 años. Los
médicos que los atendieron aseguraron que a todos los menores se les nota la desnutrición. Los más
pequeños pesan menos de cinco kilos. Algunos muestran con los dedos que tienen 11 años, pero
parecen de 8. Igual sucede con el resto. Parece que el tiempo no ha pasado. Así los vi yo cuando fui
a la selva.

Las fotografías de El Tiempo los muestran sentados sobre cartones en el piso de la Terminal. Miran la
cámara del fotógrafo, desconcertados. Médicos del Hospital de Fontibón les pusieron algunas
vacunas. A siete los llevaron al hospital para tratarles problemas de parasitismo y alergias en la piel.

Cuando llegaron los delegados del gobierno, uno de los indígenas, que era el único que hablaba el
idioma español, dijo que se vieron obligados por la guerra a abandonar sus tierras en Bagadó, y
viajaron a Pereira. Allí no les prestaron ningún auxilio y les dijeron que se fueran para Bogotá.
También denunciaron que tropas del Ejército Nacional les restringen la entrada a sus viviendas,
decomisan sus comidas y detuvieron a dos de sus compañeros, Darío Acero y Misael Tequia, quienes
fueron trasladados a Bogotá.

Casi al mismo tiempo, en Quibdó, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar rescató a 39 niños
indígenas, con desnutrición. Los periódicos no lo dicen, pero todos pertenecen a la misma
comunidad embera de Aguasal, situada en Bagadó, en la zona del Alto Andágueda. Los niños fueron
trasladados junto con sus madres al hospital de Quibdó y a un centro especial dispuesto por el ICBF.

Los indígenas dijeron a los funcionarios que se vieron obligados a abandonar sus tierras por los
grupos armados ilegales que luchan por el control de las rutas del narcotráfico. La nueva guerra del
oro y su

sangre. Ellos tienen a la comunidad encerrada y sin posibilidad de conseguir comida. La Asociación
de Cabildos Indígenas del Chocó y la Diócesis de Quibdó denunciaron que "la restricción de la Fuerza
Pública a la entrada de alimentos aduciendo que son para la guerrilla" ha sido impuesta incluso a
comida que es para los restaurantes escolares y los desayunos infantiles.

En Bagadó y el Alto Andágueda murieron 52 menores en el 2006, y 28 en el 2007, por el hambre y la


desnutrición. Este año, a pesar de los esfuerzos que han hecho algunas entidades del gobierno, han
fallecido 10 niños más.

La situación de los jóvenes es más terrible. En el año 2004, Jennifer Pagonis, vocero del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, reveló que en poco más de un año, 17
muchachos y muchachas embera de entre 12 y 24 años, se han suicidado o han intentado quitarse
la vida. No quieren vivir en medio del infierno del hambre y de la guerra y acorralados por sus
demonios.

Page 2 of 3
Colombia: El oro y la sangre
Published on Servindi - Servicios de Comunicación Intercultural (https://www.servindi.org)

Cierro las páginas del periódico y doy gracias a los agentes de la Policía que compraron teteros,
chocolates, ropa y cobijas para los niños embera refugiados en la Terminal de Transportes, sin saber
esta historia. Es bueno que todavía existan ángeles. Sin embargo, me pregunto: ¿cuándo llegará el
día en que los ángeles derrotarán a los demonios?

----

Fuente: El Colombiano, Medellín junio 1 de 2008. Agradecemos el envío del artículo al Colectivo
Jenzerá

Valoración: 0

Sin votos (todavía)

Source URL: https://www.servindi.org/actualidad/4152

Page 3 of 3

También podría gustarte