Está en la página 1de 99
Traduccién de ROGER-POL DROIT MAROOS MAYER. JEAN-PHILIPPE DE TONNAC Tan locos como sabios | Vivir como fildésofos Foo pe Currura ECoNoMICA México - ARGENTINA - BRASIL - CocoMala - Cutts - Espana EsTabos UNIDOS De AMERICA - GUATEMALA - PERL - VENEZUELA Prime edn en francis 2002 Primers edcn en xp, 2003, Primera inp, 2004| AMarie, Aurélia y Raphael, Y a todos aquellos que creen que la sabidtria es triste ‘Tio gin: Foe comme dager © 2002, Eins du Sei ISBN de edi origina: 0524732 ISBN: 9505575874 Fotocopiar bs en le: Pokbids ws eproducisn wr o parc por gta en forma ida, exracada 0 modifica, en sin autora expres del editorial Hecho el eps que mara Trmpres en a Argentina - IntRopuccin Actos de pasaje [len ta Antigiedad, un cera un personaje que escri ool, er alguien gue v Preake Havor, La Citadeleinériewre Paris, Fayard, 1992, p. 76. No dejo de hacer ver lo que me parece justo: A falta de palabras lo hago ver a través de mis actos. SécRaTES, en: Jenofonte, Mémorables, 4,5 La filosofia ensefia a hacer, no deci. ‘Seneca, Caras, 20, 2 Hasta hace algunos atios, se consideraba a los filésofos de la Antigiiedad como tedricos y nada més que eso. Se vefa en ellos a creadores de sistemas, a fabricantes de conceptos. Hombres del discurso, preocupados tinicamente por razonar y argumentar. Profesores, gente de biblioteca. Nada més, Fi- nalmente, se tepresentaba a los filésofos de la Antigtiedad sobre el modelo de los universitarios modernos: comentan- do los textos de sus predecesores, fundando instituciones, sosteniendo polémicas. Evidentemente, esto no e nexac- 9 to, lejos de eso, Pero esa perspectiva parece hoy parcial, glo- balmente mal orientada En efecto, hoy se redescubre que la filosoffa constitufa un modo de vida particular. Implicaba ciertas formas de actuar, impregnaba los gestos mas cotidianos. Pertenecer a tal o cual escuela, trabajar para convertise en estoico, epictireo o cini- co no era simplemente una cuestién de lecturas 0 de convic- ciones intelectuales. Afectaba el estilo de toda la existencia: formas de alimentarse, vestirse, comportamiento sexual, acti- tud politica, relacién con los dems y con uno mismo. Por lo tanto, una parte importante de la filosofia no resi- dia en los libros. Consistia en un esfuerzo continuo por modificarse, a fuerza de repetidos ejercicios cotidianos. Tam- bién aparecia de manera sibita, sin aviso previo, en una si- tuacién azarosa, en la esquina de una calle. Explotaba a ve- ces en gestos bruscos, provocaciones, ritos de pasaje. A la hora de hacerse entender todo era bueno para los filésofos: risa, postura, insulto, manera de callarse, adivinanzas, aco- plamientos, suicidio. Segtin el caso. Estos buscadores de sabidurfa no eran hombres de gabi- nete. Deambulaban y emigraban. Hablaban en las carrete- ras. Les ocurrfa dormir en cualquier parte, ser vendidos como esclavos o incluso mendigar. Compartian en miles de oca- siones la vida cotidiana de sus contemporaneos. Mas atin: muchos de entre ellos, lejos de sufrir pasivamente la mirada de los demas, buscaban atraerla. Hablaban a través de su manera de vivir, y ésta constituia la parte inmediatamente visible, e incluso la obra esencial, de su filosofia. Lo que sorprendia a quien pasaba, al ignorante, al hombre de la calle era, en principio, la manera de ser del buscador de sabidurfa. Su ejemplo, su singularidad. Su manera, emotiva 0 disparatada, de enfrentar el barniz convencional de los. hébitos humanos. Por lo tanto, hay que recordar este hecho muy simple: lo que més solia atraer a tal o cual escuela filoséfica en la An- Cigtiedad no eran las lecturas las preferencias te6ricas, sino el encuentro con un maestro. El efecto que provocaba, la seduccign o la fascinaciGn que ejercia, La sorpresa que produ- cia el sabio constitufa con frecuencia el impulso inicial, el acontecimiento desencadenante de un recortido filos6fico. iCémo es posible semejante hombre? {Qué hacer con su ejemplo? Seguirlo, combatirlo? ;Tratar de comprenderlo? Qué significa exactamente su intervencidn? (Qué quiere hacer entender? (Con qué ha roto, a qué se ha unido, dénde se ha colocado, para comportarse de esa manera? {Cémo lle- 6 hasta alli? ;En nombre de qué principios, de qué esperan- zs, segiin qué légica? (Y por qué camino? ;Y para obtener qué beneficio?... Esas son probablemente las primeras pre- guntas que provocaba el sabio por su sola presencia desqui- ciante y activa, El estatuto de las anécdotas Estas preguntas nacen en el espiritu de los demas. De aque- los que pasaban, miraban, escuchaban. La mayor parte del tiempo al sabio le alcanzaba con callarse. O con actuar. O con proferir sélo algunas palabras, parecidas a actos més que a discursos. Lo importante era el efecto. La perturbacién suscitada, la sorpresa. Poco importa la frase que se retenga, sabiendo que esas personas sorprendian, desorientaban, per- turbaban, desconcertaban, inquietaban o mas atin, enloque- fan, interpelaban, despistaban, desquiciaban. Aleanzaba con haber provocado una perturbaci6n. En efecto, de ese des- equilibrio nacfa, para quien pasara junto a ellos, la posibili- dad de conocer una historia diferente de aquella que se apres- taba a suftit. Cruzarse con un buscador de sabiduria era ver abrirse una puerta. Ante uno mismo, mas que ante él ‘Hemos tratado de reenconttat algunas de estas sorpresas y perturbaciones iniciales que en otros tiempos llevaron en direccidn a la filosoffa. Un suefio de dificil realizacién, evi- dentemente. La mayoria de esas vidas no han dejado nin- gain rastro, O apenas un nombre, una fecha incierta, el titu- Jo de una obra perdida. Cuando permanecen los escritos, fragmentarios 0 raramente conservados en su totalidad, son los tiltimos restos, ridiculos o sublimes, de un inmenso nau- fragio. Se puede estimar.que del total de las obras antiguas nos ha llegado apenas la décima parte. Por otro lado, como acabamos de ver, lo esencial no se encontraba necesaria- mente en el discurso. ‘A pesar de todo, existe una serie de indicios. Pero nos hemos acostumbrado a no prestarles atencién. Porque nor- malmente lo que interesa de los fildsofos, tanto de los de la ‘Antigiedad como de los demas, son las obras, los grandes textos, los conceptos -la parte presentable y pasible de ser comentada-. Sin vacilar, se deja de lado un halo de peque- fas historias, réplicas, ocurrencias, anécdotas, entremeses. ‘As{, se aparta una multitud de detalles porque no se sabe qué hacer con ellos. ‘Hemos intentado explorar esos residuos que se tiran a los, basureros biogréficos. Son més numerosos de lo que se pien- sa. S6lo en Vidas y doctrinas de los fildsofos ilustres, la obra de Diogenes Laercio que constituye nuestra fuente principal, se cuentan esas historias por centenares. Las més largas se extienden aun pétrafo entero, La mayorfa abarca dos o tres Iineas. En una primera instancia, parece no haber cémo abor- darlas. Mas atin porque estén separadas unas de otras y no forman un todo continuo, ni siquiera un relato articulado. ‘A pesar de todo, son hechos, gestos, palabras, actos que fue~ ron considerados dignos de ser anotados y que atravesaron los siglos. Para evocarlos, nos hemos ayudado de la imaginacién. Hemos elegido tomar esos fnfimos granos de memoria como puntos de apoyo de una serie de pequefios relatos que ponen ‘enescena, en esas situaciones testimoniadas, a los buscadores de sabidurfa. Por ello, lo que va a leerse es una ficcién. Si hemos hecho deliberadamente esta eleccién es porque nos ha parecido que no habia otro modo de hacer entrever esos gestos filos6ficos, ese singular estilo de pensamiento con- vertido en actos. Por lo tanto, hemos partido de indicios, generalmente muy breves, provistos por los textos griegos y latinos. Los lectores encontrarén en un anexo la traduccién de los frag- ‘mentos originales, afin de que quien lo desee pueda separar Jo que nos ha transmitido la historia de lo que ha realizado nuestro trabajo de imaginacién. En efecto, no hemos vaci- lado en agregar came a estas anéedotas esqueléticas. Eran necesarios los decorados, los paisajes, la iluminacién. A ve- ces, incluso dislogos o fragmentos de mondlogos intetiores. Nos parecié adecuado, la mayorfa de las ocasiones, sugerit una leccién filoséfica moral para tal o cual escena. Evidentemente, es a “nuestros” sabios a quienes vamos a encontrar, tal como los hemos sofiado y puesto en relato. Afirmar que en las paginas que siguen existen efectivamen- te, tales como estuvieron en Mileto, Efeso, Atenas o Roma seria muy imprudente. No aspiramos a la objetividad hist6- rica. Nos dio placer imaginar a esos sabios, darles un cuerpo, hacerlos hablar o reft. Esperamos que, al leerlos, otros com- partan este placer. Con eso nos alcanza. Pero serfa bueno, pese a todo, agregar otras precisiones. En principio, sefialar que, al modo de aquellos que temen lo arbitrario y lo anacrénico, hemos puesto lo mejor de noso- tos para eliminar los errores de perspectiva con la ayuda de los trabajos, ya vecesde los consejos, de un buen ntimero de expertos. Y luego seria bueno insistit, en sentido contrario, sobre los limites de la objetividad hist6rica en este terreno: la mayoria de estas escenas de sabidurfa no tienen, a fin de cuentas, otro sentido que el que decida darseles. (Hay que recordar que cada época en la historia del pensamiento eu- topeo se ha hecho su propia imagen de los griegos? Las de la Edad Media, de la Revolucién Francesa o las del Segundo Imperio tienen poco en comtin. Finalmente, y sobre todo, la cuestién de lo imaginario y de lo real ha hecho correr tanta tinta como para que no se pueda mantener un oposicién simplista entre los dos térmi- nos. Se puede pensar que el imaginario no s6lo posee su pro- pia forma de realidad, lo que es evidente, sino que permite en ciertos casos acceder a los registros de la realidad que no son abordables por otros caminos. Los experimentadores Falta decir lo que més nos ha sorprendido en estos buscadores de sabidurfa que a veces creimos encontrar. Tienen una ma- nera singular de explorar los limites, de tratar obstinadamen- te de ir mucho més lejos de lo que es habitual entre los hom- bres. Eso los conduce ademss a las antipodas de lo que uno imagina ingenuamente que es la sabiduria. Se suele aludir a cierta serenidad irreversible, una forma de impasibilidad va- gamente aburrida. El sabio? Aquel al que nada perturba. Mas allé de nuestras emociones comunes, ha llegado a uh estado ideal del que no se sabe bien si sigue siendo humano o no, Nuestros experimentadores son muy diferentes de este modelo incorruptible. Tantean, corren tiegos, los hacen co- rer a los demés. Se comprometen, se engafian, se exaspe- ran. Contrariamente al sabio que esta seguro de sf, que de- tenta verdades insuperables, que ha llegado al final de su camino, les ocurre que dudan, de si mismos y de la sabidur Peor: les ocurre que dan listima y risa. Son casi ridiculos. Por lo tanto, humanos. Sin embargo, continuamente consi- deran que esa condicién humana es demasiado chata y en- tonces se ocupan de mejorarla, de atravesar los limites, de ampliar el horizonte de posibilidades. 50s fildsofos eran claramente lo que su nombre indica: buscadores de sabidurfa. He aqui una Gltima caracteristica que ha terminado también por perderse totalmente de vista. Del término griego sophia y de su derivado, sophos, ha que- dado un solo sentido que domina nuestro enfoque moderne: el saber, el experto. Se olvida que para los griegos saber y sabiduria era un solo y Gnico término, dos caras indisociables de una misma realidad. Para ellos no habfa diferencia entre el experto y el sabio-ademés, para designar a ambos conta- ban con una sola palabra: sophos. Por el contratio, la bas- queda del saber-sabidurfa aparece muy pronto como un pro- ceso indefinido, una historia de amor y de amistad sin final. Philo significa “yo amo”, un amor que no se supone camal y que implica la busqueda de este elemento amigo. El filésofo, amante y buscador del saber-sabidurfa, no cesara jamas de devenir experto-sabio. Hay que seguitlo sin descanso. Lalectura continua de historias relativas a los pensado- res de la Antigiiedad nos reforzard finalmente en nuestro apego a dos o tres convicciones simples, pero tal vez unéni- ‘memente aceptadas. La primera concierne a la distincién, entre “sabio” y “filésofo". Es clara para todo el pensamiento modemno: para el sabio la modificacién radical de Ia exis- tencia, para el fildsofo la investigacién te6rica, eventual- mente desprovista de efectos sobre su propia vida. El filéso- fo persigue indefinidamente la investigacién de los crite- rios de la verdad intelectual; el sabio, por el contrario, una vex adquirida la sabiduria, la detenta para siempre. Otras caracteristicas los oponen, éstas alcanzan para armar una divisién. De otras fronteras Esta separacién, que se ha vuelto tan evidente para noso- tos, era en la Antigigdad mucho menos marcada. Sucede con frecuencia que los griegos empleen indistintamente los dos términos. No solfan hacer diferencias alli donde tende- ‘mos a ver oposiciones marcadas. Cuando Pitdgoras inventa la palabra “fl6sofo", subrayando el matiz entre aquellos que detentan la sabidurfa y aquellos que solamente la buscan, su idea no es en absoluto romper lanzas con la sabidurfa, Por el contrario, es un plus de respeto, un exceso de modestia. El ideal de sabidurfa no deja de animar a los filésofos de la Antigtedad, de moverlos y conmoverlos. Es evidente que se hacian de la filosofia una idea no sélo distinta de la nuestra, sino también més vasta. Nuestra segunda conviccién esta directamente ligada a esta comprobacién. Lo que nosotros, los modemos, llama- mos “filosofia” fue establecido principalmente a partir del nacimiento de la universidad y la constitucién de una ense- fanra especializada. Esta mutacién acompafia la transfor macién del fil6sofo en profesor y en funcionario. Los hom- bres de la Antigitedad entienden de una manera muy distin- ta el sentido y el contenido de la palabra “filosoffa”. Si sus concepciones reaparecen es porque tomamos conciencia del hecho de que la filosofia puede y debe abordar otros territo- tios y practicar otros estlos que aquellos delimitados recien- temente. El reino de los fildsofos se muestra hoy més vasto y mas variado que nunca. En suma, lo que aprendimos de estos raros exploradores a través de sus locuras, sus risas y sus acciones intempestivas ¢s, sin duda y principalmente, lo que ya sabfamos, como todo el mundo, Es decir que los sabios, los verdaderos, putos y perfectos, no existen. Su vida se funda incluso sobre esta inexistencia. Que no haya habido jamés un solo hombre sa- bio es el motivo principal que los impulsa a perseverar en ese camino hacia lo inaccesible. Nuestra tiltima conviccién es que no esté mal sorpren- derse por lo que pueda tener de ins6lita la proximidad fami- liar con los grandes. Todos conocemos, al menos de nom- bre, a Tales, Sécrates, Platén, Aristoteles, y otros. Es siem- pre una experiencia singular descubrirlos de repente, a la ‘vuelta de una historia, arteros o confusos,alelados o celosos, empecinados o burlones. Humanos, simplemente, en sus excentricidades y sus actos de pasaje. Dicho esto, pueden empezar las historias. RPD. Instrucciones, modo de empleo En la medida en que son ampliamente independientes unos de otros, y comprensibles por separado, los textos que si- guen pueden ser lefdos, si se lo desea, al azar y de manera desordenada. Hemos elegido ordenarlos cronol6gicamente, sefialando claramente cuén incierta y aproximada es la fecha en la ma- yorfa de los casos. Las diferentes partes corresponden grosso modo a los co- mienzos, la época clisica y la declinacién del pensamiento antiguo. Hemos distinguido siempre los textos relativos a Socrates, Didgenes y algunos otros, de aquellos relativos alas escuelas filosoficas y sus conflictos. ‘Al final de cada historia, sugerimos un interrogante que permita seguir reflexionando. Evidentemente, hay otras pre- guntas posibles que cada uno podré formular a su gusto. a informacién sobre las fuentes y referencias donde son descriptas las anécdotas que hemos usado, asf como las noti- cias sucintas sobre los diversos filésofos puestos en escena esta agrupada al final del volumen. En cuantoal reparto de la autorfa de los textos entre noso- tos, cada uno ha elegido las escenas segtin sus preferencias PRIMERA PARTE Donde se comprueba que los sabios més antiguos siguen sorprendiendo ‘No son seres de pura razon. Son, por cierto, astrénomos, mate- iticos, fundadores de nuevas ciudades. Instauran leyes, cal- culan eclipses, inventan conceptos, pero persiste una zona de sombras. Estos buscadores de sabidurta estan todavfa cerca de los dioses. Con ellos comparten la violencia repentina, el estallido im- previsible. En todo caso, asf lo creen. Entre esos primeros sabios y los profetas, héroes, magos y otros duefios de la verdad no siempre la frontera es clara. No més, en. Jo que les conciemne, que el limite entre verdad y leyenda. 4 Tales, hacia 580 antes de nuestra eva, en la tegién de Mileto. Rico en una estaci6n —iContempla las estrellas pero no sabe lo que hay sobre la tierra! —jEs muy cierto! Siempre inmévil, la cabeza en el aire, ‘uno se pregunta qué encuentra de tan interesante alli arriba.. —{Despierto toda la noche, eso no es vida! ;Y todo para observar el cielo por horas! Vers que un dia, a fuerza de no ver donde pone los pies, terminaré por caerse... vayaa saber- se dénde. En un pozo 0 en un foso... —Es verdad, esa gente no es normal, no sabe vivir. Con. Ja nariz’siempre-en el cielo en lugar de ocuparse de sus asuntos. —La cabeza llena, el granero vacio. —No dejan de hacer célculos, de dibujar cfrculos, erin gulos, lineas sin fin en la arena. —No es su fortuna lo que hay que contar. Se dice que ni siquiera tiene abrigo para el invierno. Para gente como ésta, Tales no tiene remedio. Por mu- cho tiempo creyé poder soportarlo. (Qué le importaban esos comadreos, esas historias de sirvientes, esas risas por la es- palda? {No era experto, sabio, amigo de tantos, contemplador de verdades superiores? ;No era uno de los tinicos que podia comprender el movimiento perfecto de las esferas celestes? Tal era la distancia entre esas burlas imbéciles y la altura de sus miras, que nada habia que responder. Inctil preocuparse por eso. Seguir el camino. Que se quedaran con esos chilli- B dos. Tonterias de ignorantes, comentarios de bobos. Todo pasa. Si, se dijo, Nada pasaba. Por el contrario. Habfa visto multiplicarse las maledicencias, crecer la incomprensién. Ahora hasta los nifios se refan al verlo pasar. Hacia falta terminar con eso. No era una cuestién de orgullo, ni siquiera de dignidad. Lo que habia convencido a Tales de poner término a-las mur- muraciones era el respeto al saber y a sus guardianes. Los ignorantes podian seguir con su estupidez y su ceguera. Pero no debfan menoscabar a la ciencia. Habfa que acabar con ese desprecio obsceno, hacerlo calla. iCémo? Ese atardecer, al subir como cada dia a lo alto de la coli- 1a, Tales por una ver no pens6 en el curso de las estrellas ni en la organizacién del cielo. Mientras trepaba por las am- plias laderas puso a punto su plan. En principio, hacer algu- nas observaciones, efectuar ciertos célculos. No seria muy largo. En pocas horas, y midiendo como de costumbre el campo de olivos que se hallaba al final del camino, queds convencido de su estratagema. ;Esas pobres mentes lo creen incapaz de conseguir piezas de oro? (Estén convencidos de que su ciencia no vale nada, no puede nada, no beneficia en nada? (Les hace falta una prueba tangible, un éxito sorpren- dente? Pues bien, lo verdn. El invierno llega a su fin. El viento del norte no deja de soplar. Casi hiela. Los campesinos piensan que una ver més la cosecha de olivos corre el tiesgo de ser pobre. Pocos fru- 0s, muy pequefios y casi secos, lo mismo que en los diltimos afios. Una miseria si se quiere hacer aceite. Oh, perfumado, luntuoso, suave, sf, por supuesto; aunque s6lo para aquellos que pueden contar con un poco en sus comidas, es decir, no mucha gente. Parecerfa que Atenea se ha olvidado de la gente de Mileto. Por su parte, Tales decide alquilar una prensa para la préxi- ma estacién, Realmente una idea rara, dicen los que sabens pero se callan, porque no entienden nada. {Qué puede Hle- gar a hacer Tales con una prensa de aceite? No se habla mucho del tema. El sabio se muestra discreto, persuasivo. A unos les dice que lo hace para agradar a su tia, a otros que es para tratar sus ardores estomacales. Alquila dos, tres, cinco, diez prensas de aceite en los altededores. Y précticamente por nada, Estamos apenas en los comienzos de la primavera, todo el mundo esta convencido de que habra apenas tres escasos olivos para prensa. Tales envia a sus sobrinos a kas ciwlades cercanas y luego a las més alejadas. Muy pronto, mientras atin la primavera no esté a pleno, no queda ya una prensa en la regién que él no haya reservado. A cuatro dias de mula de Mileto esta todo alquilado. Y no le cuesta gran cosa. Nadie se da cuenta. El buen tiempo puede retomnar...y lo hace. Es soberbio, sorprendente, suave cuando hace falta, ca- luroso y seco en el punto justo, hiimedo como corresponde, un clima softado para los olivos. Los rboles se cubren de frutos, Se hinchan, crecen, explotan de savia y de jugos. Nada los amenaza, Cuando finaliza el otofio, la cosecha es digna de los dioses. Las ramas crujen por el peso. Los dfas son cor- tos. Hay que apurarse prensar los frutos. Entonces, Tales impone su tarifa. "No querrén perder una cosecha tan buena... Tendrén aceite por aos... Si, pueden pa- garme en varias veces... Nu, s6lu acepto piezas de oro ode pla- ta.. bh, jedio hice? Pues bien, gracias a a ciencia. Gracias a las estrellas, gracias alos célculos. El resto queda en secreto. R-P.D, Sila gente del saber, tanto hoy como ayer, , no gana demasiado dinero, ;es por incapacidad o por desinterés Tales otra vez, hacia 570 antes de nuestra eva, siempre en la regién de Mileto iNinguna diferencia? {Cudntas veces recorrié ese camino? Tales no lo sabe. El, que ha medido tanto, calculado tanto, jamés pensé en enu- merar sus recortidos hacia la cunbre de esa colina vecina a su casa. Conocia a la fuerza practicamente todas las piedras, las cavidades, las curvas. Al principio, una corta subida rala, latierra pedregosa, con las puntas de las rocas casi cortantes Luego, el rodeo, al ras del campo de olivares, la pendiente suave que, al final, se hace frondosa en primavera. Los acan- tilados después, cada vez més escarpados, entre los espinos y la maleza salvaje. Mas all, las rocas hasta la cima, casi pla- na, barrida por el viento, y a lo lejos el mar habitado las noches de luna por una luz tenue y helada. All permanece Tales a solas durante noches enteras. Es- taciones, afios, vidas tal vez. Es en ese lugar, durmiendo poco, a la intemperie, entre las piedras secas, que ha completado su conocimientade las constelaciones. Fue alli también don- de calculé la duracién exacta del afio, establecié la duracién de las estaciones. Es en ese lugar incluso que pudo predecir tuna abundante cosecha de aceitunas y encontré asf, como jugando, el medio para hacer fortuna. Cuando tuvo el dine- ro y sin saber qué hacer con él, solamente hizo instalar una ‘cama més suave en su cabafia de piedras. El resto quedé sin cambios: la pequefia mesa apoyada a lo largo de la pared, el hogar, la lampara de aceite. Ningin rastro de escritura. 6 Le Hews mucho tiempo subir. Mas que antes, en todo caso. Con la edad, sui cuerpo se endureci6. Piernas menos giles, aliento corto, Sobre todo después de que su vientre creciera. Entonces, Tales se toma su tiempo, avanza de modo regular rumiando sus ideas recientes. Lo que més le preocu- pa en los iltimos tiempos ya no son las sutilezas de la geo- metrfa ni la marcha del cielo. Cree estar acercéndose a una comprensién mas esencial. Algo fundamental lo espera, sin que sepa claramente de qué se trata. Est4, tal vez, por llegar a ese objetivo tiltimo al que ha decidido sacrificar todo, ho- nor y mujeres, familia y placeres. En el fondo, sélo le interesa comprender. Por eso viajé hasta Egipto, se reunié con los escribas y prefirié mantener la soledad y pasarse la vida subiendo cada noche por ese sendero para observar el cielo detrés de la cabafia de piedras. Compro- 'b6 que no alcanza con saber para comprender. La mayorfa de los conocimientos de que se enorgullece tanto no son més que relatos y compilaciones, interminables transmisiones de formulas amontonadas, Se repite lo que dicen los dioses, los ‘Ancianos, los poetas, los sabios, los hombres inspirados. La ‘mayor parte de las veces no saca de esas montafias de versos y frases acumuladas mas que un pobre beneficio. Tales desea algo completamente diferente, Comprender, como desde adentro, la marcha del mundo. Ver claro su por- qué y su como. Acceder al fondo de las cosas, asu regla inti- ma, al nimero que las piensa. Hasta aqui, se ha manejado bien. Sin embargo, falta algo més profundo, mas intenso. {Pero qué? Las tiltimas etapas del camino son més duras de lo acos- tumbrado, Tales rezaga la marcha, se detiene, resopla. Jamas se ha sentado antes de llegar alo alto, no sera hoy la primera ver. Respira fuerte, Un dolor muy agudo le atraviesa el lado izquierdo del pecho. Por un instante, Tales piensa que va a morir. En otro, siente miedo. Qué temor tonto, se dice, un asunto privado, un pensamiento cerrado. No hay diferen- cias entre la vida y la muerte. Hay un solo y tinico mundo, siempre y en todas partes, eterno y regular, calculable y per fecto, donde la vida y la muerte no se diferencian Es un pensamiento tan simple y fulgurante como el dolor que acaba de atravesarlo. Tales vuelve a caminar. El dolor se esfuma. El pensamiento insiste. ;Y si fuera ésa la clave que buscaba? jLa equivalencia entre la vida y la muerte! Ausen- cia de distincién entre esas dos caras que todos crefan radi- calmente opuestas. Tado lo que los hombres esperan o te- ‘men seria entonces falso, ilusorio, inconsistente. ;Ah! jR&- pido! Hay que hablar con el pastor. El pastor es el otro habitante de la colina. Su cabafia esta detris de la cima, en el lado opuesto a la del gesmetra. le- trado, inculto, inteligente, atento, Tales lo conoce bien, des- pués de treinta afios. Es a él a quien confia, para ponerlas a prueba, sus intuiciones més vivas. El pastor jamés lo decep- cioné: previsible y astuto, pero directo. Cuando Ilegue el alba, Tales le hablard de su descubrimiento. Pan, queso y miel. Como cada mafiana, el hombre de las estrellas y el de los corderos comparten el desayuno. Tales esté excitado, el otro se da cuenta. “Ayer al subir tuve un pensamiento que creo verdadera- mente divino: no hay ninguna diferencia entre la vida y la muerte.” El pastor se calla, termina de tragar su bocado, mira a su viejo compatiero directo a los ojos. “Entonces, por qué no te matas?” Elgolpe le llega de donde menos lo espera, pero Tales no demuestra sorpresa. Se rehace: “Pues justamente por eso, porque no hay ninguna dife- rencia.” Esta vez, el pastor se quedaria sin respuesta. Es verdad: cuanto més lo piense, mas claro le quedara que es irrefut le. Si no hay ninguna diferencia entre la vida y la muerte, no hay efectivamente ninguna razén para matarse. Tales no esté insatisfecho de su réplica. Entonces, su amigo el pastor se levanta sin decie palabra Riéndose, seftala con el dedo el mar a lo lejos, el so, la coli- ra, los corderos, el queso. Siempre tiendo y riendo... como para decir: “;¥ todo eso? {Qué haces con eso? (Todo eso no hace para ti ninguna diferencia con la muerte?”. R-PD. {Cémo podrian compararse la vida y la muerte dado que slo tenemos experiencia de la vida? T i Periandro, uno de los Siete Sabios, tal vez hacia 570 antes de nues- ‘ ta era, en la region de Corinto, ' Borrar las marcas propias Hijo de un hombre sabio, Periandro, el nuevo tirano de Corinto, no se sentia-inclinado a la sabidurfa. Se lo conocia como inestable y violento. Llegé a matar a su esposa embara- zada en un momento de eélera, por el solo hecho de que una concubina lo habfa convencido de que ella lo engafiaba, Por desesperacién, habia hecho quemar viva a su amante. ‘Ademés de esos arranques de humor y de celos asesinos, el destino habfa dotado a Periandro de una madre que esta- ba prendada de él. Progresivamente, los besos dados al nifio habfan cambiado de naturaleza. Para seducit a su hijo, le hizo creer que una mujer de gran belleza queria entregarsele, con la condicién de que fuera en la oscuridad total y que ella no estuviera obligada a hablatle.. Crateia se convirtié ast en la amante de su hijo, Asedia- do por la duda, éste hizo entrar de improviso a una sirvienta con una antorcha. Asf fue que descubrié el engatio. Enton- es se quiso matar. Borrar todo de su existencia. Para aniquilar esa vida de oprobio, hacer desaparecer ese cuerpo mancillado por el amor matemal, esa sombra de sf mismo que el mundo habia ensuciado, decidié suprimir su ‘marca de la far de la tierra y de la memoria de los hombres. ‘Una noche casi sin luna hizo venir a dos de sus servido- res: “{Conocen el camino que va detrés de la muralla y que se pierde entre los érboles?”. 30 j Sacudieron la cabeza con rostro alelado. “Siganlo. Caminen mucho tiempo. Cuando se crucen con un hombre solo, métenlo y entiérrenlo. Aqui esta la paga.” Los dos hombres se retiraron sin hacer preguntas. No se podian discutir las érdenes de Periandro. Un poco més tarde, hizo venir a cuatro hombres y los envié al mismo camino. “Cuando vean a dos hombres caminar en direccién a los grupos de érboles, métentlos. Luego sepulten sus cuerpos. Aqui cesté la paga.” Los cuatro hombres se pusieron en marcha. La paga era buena y Periandro era el tirano de Corinto. En pequetios grupos, los hombres en armas se dirigieron al bosque a buscar a los vagabundos que el tirano, sin justifi- car su orden, habia ordenado hacer desaparecer. Entonces Periandro caminé sin apurarse hacia el lugar del encuentro. Su plan era formidable. Una multitud de testigos se elimi- naban unos a otros. Quién conoceria entonces la ubica- cin del cadaver de Periandro, si el cuerpo de su asesino y luego los cuerpos de los asesinos de su asesino permanecian inallables? Ensuciar sus rastros, Hacerlos desaparecer. Permanecer para siempre sin sepultura, Tal era para este sabio paradojal la libertad definitiva. Mientras pensaba en la serie de cadé- veres que habfa imaginado, sinti6 un cuchillo enterrarse entre sus oméplatos. Finalmente la noche, definitiva. J-P.deT. Quien se desprecia por completo, se convierte en sabio al matarse? Cleabudina, la primera mujer filésofa, ‘hacia 570 anes de nuestra era, en la isla de Lindos. La muchacha de los enigmas Sentada a la sombra, cuenta con los dedos. Su perfil se des- taca sobre el mura todavia soleado del patio. La nariz muy recta, como su padre. La frente alta, parecida a la de él. La penumbra deja apenas discernir sus pestafias muy negras y largas. Sélo se distinguen en la semioscuridad sus labios, esculturales y carnosos. Cleobulina es decididamente digna de su padre, el sabio Cleobulos. Hered6 de él fuerza y belleza, asi como una educacién diferente a la de todos los demas. En efecto, para este sabio instruir a sus hijos figura en- tre sus deberes sagrados. El, que viajé desde su isla de Lin- dos hasta Egipto para adquirir los conocimientos més al- tos, él, que ha recogido el saber de la boca de los sacerdo- tes, reflexioné sobre lo que un padre debe legarle a su descendencia. Entre el niimero de bienes que debe trasmi- tir toma en cuenta evidentemente la riqueza: la morada de la familia hace pensar en los palacios de los reyes. Luego vienen la fuerza y la habilidad de un cuerpo ejercitado, sin las cuales no se puede actuar plenamente. Desde su mas tierna edad, Cleobulina, al igual que sus hermanos y her- manas, aprendié a montar a caballo, a soportar el calor tanto como el viento del invierno, a correr por horas e incluso a batirse contra adversarios mas fuertes que ella. En el curso del aprendizaje de esos combates, se podia des- cubrir cudn astuta era. 32 I ¢ Su padre hizo que se le ensefiara todo lo que era posible aprender, Cleobullina se entrené en matemidticas y en misica tanto como en arte ecuestre y lucha. En éstas tambien brilla~ ba la caracteristica jovial y astuta de su inteligencia. La apa~ sionaban los enigmas. Para ella habfa en ellos maravillas inigualables. No se conformaba con coleccionarlos, con apren- der todos los que le legaran, Hizo de la invencién de enigmas su actividad favorita. He aqui por qué, sentada en la sombra, cuenta con los dedos. Sus seguidores duermen, agotados por los juegos danzantes de la mafiana. Ella prepara su enigma del dia. Su desafio es que no pase un dia sin haber compuesto un enig- ma nuevo, coherente, puesto en versos exactos, con el me- tro perfecto. Repite cada verso para ver si cae justo. Es el sentido evidente y oculto a la vez? “Siempre igual, sempre nuevo”, escande Cleobulina, “Tan claro como oscuro / Se sucede a s{ mismo / Sin permanecer jamas / Péro fenaciendo siempre.” jDemasiado facil! Todo el undo lo adivinaré enseguida. Ademis, exe enigmase parece demasiado a los compuestos por su padre. El seria el primero en comprender de que se trata. Hay que encontrar otra cosa. ‘Nada le gustaba mas a Cleobulina que poner en jaque la sagacidad de su padre. El juego nunca dura mucho, pero esos momentos son deliciosos. Ella sabe que él sabe, pero no lo muestra. Busca, tantea, se detiene, permanece como alela- do. He aqut lo que prefiere Cleobulina en esos enigmas: quie- nes buscan ya conocen la solucién, pero el juego les presen tase tema familiar bajo un aspecto oscuro y desconcertan- te. Sin embargo, los indicios para salir se encuentran en esa misma opacidad. Luminosos, sorprendentes, irrefutables. Pero sélo cuando se los mira con el éngulo adecuado. Cleobulina retoma. Jamés se cansa, puede pasar horas con ello. El dia, veamos, el dia, el dia... ;Cémo esconder todo nombrindolo? (Como desplegar el sentido de las palabras para que el término escondido quede oculto y evidente al mismo tiempo? Llega una nueva idea: “Es su propio hijo / Mitad negro, mitad blanco / Siempre naciendo, siempre muriendo”. Vuelve a decirse los versos una, dos, tres veces. Si, estén escandidos correctamente, los térmninos son sufi- cientemente elipticos, a pesar de todo, la solucién no es im- posible de encontrar. Sf, es un buen enigma. Va a ensayarlo muy pronto. Con sus parientes primero, acostumbrados a torturarse el espititu para tratar de resolverlos, logrindolo o rho, con cuchicheos incesantes y risas estentéreas y aloca- das. Luego, segtin los resultados obtenidos, con su padre. La joven esta contenta. Sin embargo, permanece pensa- tiva. {En qué consiste ese juego que la ocupa tanto y que le ha valido incluso un comienzo de reconocimiento? Piensa en una tela desplegada, lisa. Su juego consistirfa en plegarla, en recubrir un fragmento de mundo con otto. © es un juego de escondidas con las palabras, entre las palabras. Tal ver sea Como una lucha: el espiritu se bate contra s{ mismo, se cubre de aceite y no consigue vencerse. En el fondo, no sabe nada, Nosotros, tantos siglos mas tarde, tampoco sabemnos nada més. Salvo tal vez en un punto: sabemos que esos juegos mentales, adivinanzas, enigmas, paradojas y otras astucias participan del comienzo de la filosofia. R-PD. sor qué el lenguaje, que dice el mundo, también puede enmascaratlo? Pitdgoras, hacia 530 antes de nuestra era, en alguna parte del sur de Italia Vivir en el infierno Esta agua no se parece a ninguna otra, Negra, negra con re- flejos de luna, aunque no hay luna. Siempre agitada por cortientes, olas, aunque no hay viento. Agua sin algas, sin hea, in pes dengue epee Nee ees ella. Sin embargo, se mueve sola. Lucha desde su interior, animada de una lentitud inguietante y sin par. En cada movimiento se dibujan fugitivamente sobre su superficie ligetos reflejos fosforescentes, de color azul oscuro. Cuando los.mnuertos llegan, son al principio reunidos, cen una de las orillas. Se los separa luego en dos grupos. Por un lado, las almas deformes, engreidas, enfermas, las almas de todos aquellos que se dejaron llevar por sus apetitos, que han cometido crimenes,injusticias, traiciones. sas almas conservan una parte de sus recuerdos. Pier- den la memoria de su nombre, de su vida pasada, incluso del mundo de los vivos. Pero petmanece el recuerdo de sus faltas que no cesa de invadir sus imaginaciones. Vuelven a ver indefinidamente las mismas imégenes sin poder modi- ficarlas ni retroceder. Con Is loa carat y ben proporconadas se forma otro grupo. Son transportadas a la isla central donde los Ghose las euidan y les permite acceder la serenidad dela contemplacién del mundo incorruptible. Esas alinas justas vven que la totalidad de sus recuerdos se borran. Ya nada saben de lo que fueron ni de lo que han vivido. Las excep ciones son rarfsimas. 8 36 ‘TAN LOCOS COMO SABIOS Por supuesto, est Tiresias. Como toclos saben, recibis el privilegio de conservar el recuerdo del mundo de los vi- vos. Puede reconocer y distinguir entre la multitud de los muertos alas almas de sus antiguos compatieros. Les puedo decir, yo que he visto con mis propios ojos todas estas esce- ‘nas de los Infiernos prohibidas a los mortales, que Homero dice la verdad respecto de Tiresias. Pero el propio Homero no estaba tan préximo al esptri- tu de los dioses como para concebir la imagen de mi propia existencia, Pues yo, Pitégoras, hijo del propio Hermes, re- cibtde entre todos el insigne privilegio de mantener la me- ‘moria de una'vida.a otra, de todo lo vivido en el curso de mis existencias sucesivas. Es asf que recuerdo con una gran claridad, como si fuera ayer, mi vida de cuando eta Aitilides, el hijo del dios Hermes en persona. Tengo recuerdos igual- mente vivos de mi vida de cuando era Euforbo, luego Hermotina, luego Pirraos y finalmente Pitégoras. Los recuerdos de cada una de estas vidas son para m{ tan vivos como los de los iltimos afios de mi existencia actual. Vuelvo a ver con exactitud los lugares, ls aconte cimientos, los individuos. Me acuerdo también de los més ‘minimos detalles de cada uno de mis pasajes, entre dos exis- tencias, por el mundo negro de Hades. Los oyentes estén pasmados. He aqu{ alguien que es més que un sabio. Mucho mas que un iniciado en los misterios de los ariegos y de los barbaros, un alumno de los sacerdotes egip- ios, un conocedor de los secretos primordiales. Mucho més que todo eso, un igual de los propios dioses. Los que acaban de escucharlo, comprenden por qué Pitagoras s6lo se mues- tra asus discfpulos cuando han esperado oyéndolo en silen- cio detrés de una cortina, Sin embargo, alguien rfe por lo bajo. Evidentemente, un descarado. Un espiritu malvado, denigrador, escéptico. Re- cuerda una historia que suele contarse. A su llegada a Italia, [DONDE SE COMPRUEBA QUE LOS SABIOS. ” Pitégoras se habria hecho construir una residencia subterré- nea y secreta, desconocida para todos. Salvo para su madre, que habria sido su cémplice. Habrfa anunciado a sus discfpu- Jos, con un enorme refuer20 de citas de oréculos, que debia, por exigencia de su padre el dios, volver a descender a los Infiernos. Luego el maestro desapareci6. Por mucho tiempo. La madre estaba encargada de escribir en algunas frases, Jo que pasaba de importante en la polis y de colocar el texto en un escondite conocido sélo por ellos dos. Desde su gruta secreta, Pitdgoras podfa acceder a él. Un dfa se lo vio, enfla- quecido, 10s ojos lastimados por la luz, regresar, al maestro de los Infiernos, con la facultad de recitar de memoria, con los parpados cerrados, los hechos significativos vividos, se- mana a semana, en la regién. El escéptico renuncié a recordar esta historia. Sabfa que los discfpulos de Pitégoras la hubieran considerado una simn- ple calurania. R-PD. Qué poderoso deseo nos hace creer cen las peores mentiras cuando nos maravillan? Herdclito, hacia 500 antes de nuestra era, en Efeso. Sin una palabra Herclito habfa terminado por darle la espalda a sus seme- jantes. Una espalda como erizada de pias. Se temfa a sus réplicas mordaces, a sus dcidas afirmaciones y, sobre todo, a su parécido con el rayo, pues su pensamiento mantenta un comercio inseparable y fructifero con el fuego."Les habia negado a sus conciudadanos, én su opinién hundidos en el fango de la existencia facil, el sistema de leyes que le habian pedido. “Deberfan pensar en dejarle la ciudad a los nifios.” A fuerza de despreciar a los hombres, Heréclito amaba en efecto la compaiita de los nifios. Incluso se acereé un dia al templo de Artemisa para jugar a la porra con ellos. Los efesios habian terminado por no prestarle demasiada atencién a sus excentricidades. Sin duda, el fil6sofo tenfa sus razones para buscar, a través de una vida sabia, la preser- vacién del fuego del cual procede el alma. Y por cierto no se equivocaba en estimular las virtudes entre sus conciudada- nos. {Pero qué habia de malo en disfrutar del tiempo del que uno no podra disponer en el Hades? Sin embargo, cuando los petsas sitiaron la polis, comen- zaron a imaginarse las restricciones que vendrfan. Algunos recordaron las palabras olvidadas del sabio, callado desde hacia mucho tiempo. Nada que hacer. Los efesios siguieron sus inclinaciones, como era su costumbre. La guerra es un mal demasiado grande como para agregarle privaciones inttles. Pero los persas no se cansan. El sitio se extiende, se etemiza. Las reservas se acaban. Preocupados por hallar una 38 DONDE SE COMPRUEBA (Que LU Saat, a salida, los responsables de la ciudad suben uno a uno a la tribuna. Sus discursos orgullosos seftalan culpables. Quienes, gobemnaron antes la ciudad dejaron hacer. Se los sefiala para ‘que el pueblo se vengue. {Que caiga sobre ellos el deshonor de haber llevado a la ciudad a esa situacién! Ninguna propuesta salié de esas disputas interminables. Surge entonces en la asamblea un hombre de pecho muy ancho, que avanza hacia la tribuna y se trepa a ella como si fuera un oso. Algunos reconocen en sf mismos la mala con- ciencia: es Herdclito. Los mas j6venes, quienes jamas ha- bian escuchado abucheos en Efeso, descubren esa fuerza viva surgida del otro lado del tiempo. Meneras la emocién del auditorio est en su punto més alto, Héraclito coloca sobre la tribuna una copa llena de ‘agua frfa y lanza alli un pufiado de harina de cebada. Provis- to de una pequefia rama tomada de entre sus ropas, se dedi- caa armar una mezcla. Por qué ese gesto grotesco? Separa la ratha, y ahora amasa la pasta de cebada con el dedo. Cada tanto lanza una mirada hacia el auditorio que re- tiene el aliento. Se diria que lanza una invectiva, pero en silencio, Cuando obtiene lo que pretendia, se acerca la mez- cla y, siempre con el dedo, degusta lo que ha preparado. Por un breve instante, una sonrisa ilumina su rostro austero. Lim- pio el plato, el dedo enjuagado, el filésofo se va por donde ha venido. Esa fue la Gltima intervencién politica de Heraclito. ‘A quienes se sorprendieron de que una leccién de filoso- fla pudiera ser transmitida sin una palabra, a aquellos que preguntaban por qué habia preferido callarse, él hubiera res- pondido: “Para que ustedes tengan de qué hablar”. J-P.deT. {La accién es el reverso de la palabra? {En qué sentido? ;En qué condiciones? Heréclito nuevamente, hacia 480 antes de nuestra era, en los alrededores de Efeso, Acrapar la humedad Herdclito se va. Ha tomado la direccién de las montafias. Ya no quiere vera nadie.‘A\lise alimenta con hierbas y plantas recolectadas al azar en sus caminatas. “Nada puede interpo- nerse entre esas plantas y yo. Cortarlas no implica el menor comercio con los hombres.” Dice ‘los hombres” con un aire de disgusto, que se puede atribuir a ese odio, tenaz y defini- tivo que le producen, o bien al amargor de la planta que acaba de probar. Con un régimen semejante, termina por perder la salud. Se lehan hinchado las manes las peas durant la noche Si pudiera contemplar su rostro por debajo de la barba que lo tapa, veria un rostro abotargado. Sus tejidos estén repletos de agua. Heréclito sufte de hidropesia. Hay que encontrar un remedio antes de que el alma pierda la sequedad que la carac- teriza entre tanta humedad generalizada. Entonces, el sabio, hirsuto, baja de la montafta y pide ayuda a los médicos. Si el alma es la emanacién de un Fuego primero, de un Fuego perenne, si éste le corresponde fuegoa cada hombre, segtin cual sea su participacién en las cosas del mundo, mantener la presencia de ese agua en el cuerpo es perjudicial. “;Pueden transformar la lluvia en sequedad?”, les pregunta a los hombres que lo cuidan, Ellos lo miran con inquietud. “Pueden ustedes, s{ 0 no, atrapar la humedad?” Ellos s6lo le aconsejan reposo. #0 Lento a causa de sus miembros demasiado pesados, Héraclito vuelve a abandonar la ciudad. Ayudado por sus sirvientes, camina, transpira, se debilita bajo el calor del da. Finalmente se detiene cerca de un establo. Aqui todo esta en calma. Las vacas rumian en silencio. El amo ha dado la orden de cubrir su cuerpo de bosta una ve2 que se halle tira- do al sol. Nadie habfa ordenado jamés algo semejante. Fatigado por la caminata, el calor, la enfermedad, Heréclito se tiende. Ofrece su cuerpo al fuego del cielo, a fin de atrapar el agua y de llevar al alma el beneficio de sus rayos. Secarse. “Hagan ahora lo que les dije”, ordena. Todo el mundo se pone en movimiento. Unos depositan la bosta cerca del filésofo, los otros untan su cuerpo con un cuidado extremo. Cuando no se ven més que los ojos, dice: “Esté bien’. En ese homo, espera que el Fuego se apodere de él. Pues el Fuego debe triunfar siempre. Ante el abismo, e fil- sofo sigue obstindndose, seguro de su doctrina. Llega Ta noche. Los sirvientes se van a dormir. Una larga parte de la noche, la capa de bosta hace que el calor suba ain més. A la magiana, el filésofo esté muerto. ‘Con el sol, vuelven los sivientes. Encuentran al filésofo bajo la vestimenta de bosta. Lo llaman sin recibir respuesta, {Se habré asfixiado? Tratan de separar la bosta de Ia piel pero, por el efecto del calor, estén indisolublemente pega- das. {Cémo hacer? Lo sacuden: “!Despiértese!” Ningin sig- no permite pensar que el filésofo no esté simplemente dur- miendo. Se alejan. Lo dejan en su tumba. Muy pronto, un olor insoportable excita alos perros. ;Ha vencido el Fuego? J-P.de T. Lo que creemos cierto debe necesariamente result cierto? Deimécrito y Protdgoras, hacia 464 antes de nuestra era, en la ciudad de Abdera La escuela de las ramas* Demécrito entra en su casa, feliz pero sin dinero. Regresa de un largo periplo que Jo ha Ilevado casi hasta los confines del mundo. Habiendo gastado ya la herencia patena, debe lle- var una vida simple, desprovista de todo lujo. Pese a todo, necesita, para continuar con su trabajo, de un joven bien preparado que sea capaz de entenderlo. ;Cémo elegirlo? Demécrito no podré pagarle. En alguna parte debe haber algdn muchacho sin educacién al que pueda iniciar en la filosofia. iCon qué criterios elegir tan precioso escriba? Ese joven debe hablar agradablemente, sin dificultades. Habré leido a Homero, evidentemente. Oal menos habré oido hablar de él. ‘A menos que no sepa leer. Ademés, :puede la lectura de Homero transformar un espiritu estéril en un égil corcel? Quienes citan a los poetas a propésito de cualquier cosa no manifiestan gran disposicién al saber. Quienes saben leer no siempre saben cémo vivir. No hay que exigir al futuro filésofo que ya esté instruido Que llegue desnuco. Que no sepa nada. Que la lectura sea para él como la travesia a nado hasta Paros. Demécrito se * Eltitulo originales “A Vecole des fagot”, juego de palabras intradu- cible. En francés, got significa “rama”, pero también “persona simple” INedeT] . ° 2 encargara de abritle los ojos. Se trata, ante todo, de buscar un joven con una mirada, con una bella mirada donde vi van dos pequefias llamas. stn esos dos nifios que juegan sin cansarse al caballito llevandose por tumos sobre sus espaldas, que protegen su suefio del torrente. Pero no, en dos o tres afios resultardn insoportables. Hay un adolescente que arregla la puerta de la casa de su padre. Cuando Demécrito pasa junto a él, le- vanta la cabeza y se da un buen golpe en los dedos. {Confiar sus trabajos a quien se deja distraer asf de su trabajo? Jamés. Mejor seguir solo. ‘A punto de deprimirse, Demécrito se aparta del barullo de Abdera. La calle es estrecha, en subida, porlo tanto, poco frecuentada. En la sombra, apoyado en un muro de la casa més alta, un haz de ramas. Arrodillado ante ellas, hay un joven ocupado en reunir las que formarén su proximo carga- mento. Un cuadro banal. Sin embargo, hay tal concentra- cién en el muchacho, una presencia tal en los menores ges- tos, que Demécrito se detiene. Sin permitirse una distracci6n, el joven continga, en un. orden perfecto, hasta que las ramas se encuentran ubicadas cen un pequefio bolso a sus espaldas. ;Qué ingenioso! Da la impresién de que el muchacho ordena el mundo. © bien que el mundo se ordena a través de él. Cuando pasa ante el fil6sofo embelesado, su mirada siempre prepara el siguiente movimiento Demécrito marcha en su silla, sorprendido de que la rmultitud se abra de esa manera ante él. En un recodo del camino, lo detiene, le pone la mano sobre la espalda, la es- palda libre, buscando ya una respuesta en la mirada del jo- ven. “Dime tu nombre.” El otro se detiene y sontie, —Protagoras. —iQuién es tu padre? —Menandro, pero lo hemos perdido, —jCémo vives? —Ya lo ves. —En efecto, lo veo. Sabes leer? Me estoy demorando. —iQuieres aprender? —Es mi mayor anhelo. —Entonces ve a dejar tu carga y sigueme. Desde ese dia, Protagoras compartié la vida de Demécrito y se convirtié en su alumno. Llegé un tiempo en que sus caminos se separaron. Protagoras sacé tanto provecho de las ciencia que le trasmitié su maestro que, visitando la ciuda- des y haciéndose pagar copiosamente por sus lecciones, se volvié tan rico como Fidias. Una vez que olvidé sus ramas, Megé a no acordarse nunca de Demécrito. J-P.deT. iCémo explicar que el éxito suele afectar la memoria? Empédocles, hacia 435 antes de nuestra era, cen las laderas del Etna. Ultima marcha La noche ha empezado a desvanecerse. La oscuridad ya no es total. Algo ha cambiado, dificil de explicar. Algdin perfil se mantiene todavia indiscemible. Alguna silueta, alguna forma, no se distingue. Sin embargo, la negrura no es com- pleta. Como si se abriera desde el interior, haciendo lugar a tuna luz todavia ausente pero esperada desde ese momento. Pocas personas llegan a percibir esta ruptura tan sutil. Ense- guida Empédocles supo que el dia habia comenzado. Su mar- cha debia adoptar un ritmo més sostenido para llegar en el ‘momento conveniente. Sabfa que el trayecto era largo y dificil. Habja decidido colocarse en ese punto exacto desde donde aleanzaba con un salto para estar por completo dentro del Fuego, absor do, solar, extendido tal vera la dimensién misma del mun- do. En esa marcha, no era ésta la tiltima dificultad. Por el contrario, Pensaba acercarse a lo esencial, a la fusidn defini- tiva, a confundirse con el infinito. Nada que ver con un adiés a la vida, un fin de la existencia. No era un trayecto {que se terminara. Nada habria de extinguirse, al contrario de lo que pensaban la mayorfa de los hombres, ciegos y descerebrados, que no vetan ni la mitad de las cosas. Era ala inversa, Esta vez, al término de la marcha, ir‘a a reunirse con el propio mundo, ese Fuego que iba creciendo y achi- candose eternamente, como la luz 6 ® TAN LOCOS COMO SABIOS El verdadero esfuerzo es la propia marcha. Por horas y horas, por las laderas secas del volcén, por las superficies aridas, tanto grises como negras, emprendiendo caminos cada ver més escarpados. Empédocles haba recorrido muchas veces esa larga subida hasta el créter. Pero cuando era joven, en la lorde la edad. Ademés, en toda su vida no habfa deja- do de recorrera pie esa gran isla donde todo el mundo cono- cia, al menos, su reputacién, De Agrigento a Segesta, de Siracusa a Selinonte, del norte al sur, del este al oeste, habia marchado de temporada en temporada por las arenas, a tra- vés de los olivaress-las rocas, bajo los limoneros y las buganvillas, los dfas de tormenta o las noches de calor. Si, a fuerza de andar, conocia de memoria todos los paisajes de esa isla vasta como un pafs entero. El Etna le era familiar entre todos. Conocta las rfspidas roeas, el fino polvo de las cenizas en lo alto, que se pega a las pestafias, a las cejas, a los cabellos. Conocfa el olor acre del azufte y todos los demas pesados olores, speros o roncos, que pican dentro de la narie antes de afectar toda la gargan- ta, Todoeso lo habta suftido siempre al término de una larga jomada, bajo el sol terrible y mas tarde con los vientos de las alturas y el frio que se hacia cortante. Pero esta vez estaba viejo. Sus pienas ya no tenfan el vi- got de otros tiempos. Sobre todo, las rodillas, los tobillos, muy pronto empezaron adolerle. Aunque las hubiera levado pric ticamente toda la vida, sus sandalias de bronce hacfan ahora Pesada la marcha. Maravillosas sandalias,‘inicas en su géne- to, imposibles de gastar o de romper, inmunes al agua y al polvo, a las salientes de las rocas. También, unas sandalias teribles: pesadas, ruidosas, duras como la piedra, imposibles de doblar. Sandalias inflexibles y sin dobleces a las que el pie debia acompafiar, en lugar de ser ella las que siguieran los mo- vimientos. Cansadoras, siempre amenazaban con lastimarlo. DONDE SE COMPRUBIA QUE Ls snes: Hoy Empédocles maldice esas sandalias. Ahora debe cempujarlas, levantarlas, separarlas, paso a paso, del suelo en cel que se fijan, retenidas por una fuerza que parece crecer a medida que avanza, Esos singulares calzados habfan sido su orgullo, incluso lo hicieron célebre entre los espiritus zafios. Ahora las odia. Eso lo deprime. No lo hubiera querido. El que ha pensado tanto en el amor y el odio, que tanto ha dicho que estos contratios esta- ban ligados y que el mundo estaba hecho de su alternancia. El que ha repetido tanto que el amor suma, une, organiza, mientras que el odio divide y desune. Si, conoce mejor que ‘cualquiera su necesaria ida y vuelta, y la etemidad de su com- bate, Justamente pot eso, hubiera preferido que no fuera en ese movimiento que se terminara su recorrido. Sus sandalias lo aan a la roca, pesan como bloques de piedra. A cada paso debe arrancarlas del camino y se despelleja; las odia. Le parecen ridiculas y terriMles. Las de- testa con toda su alma, intensamente. El, que ha inventado Ja consigna més alta (“ayunar de la maldad”), tiene la sensa- cin de no poder aplicarla por completo. ‘Algunos dias més tarde, en lo alto del Etna, los pastores, encuentran las sandalias de bronce del maestro Empédocles. En algunas zonas del metal se hallaba adherida una capa de lava y de cenizas oscuras. No se supo jamais si el filésofo las habfa abandonado en ese lugar voluntariamente antes de entrar al fuego del créter o si habfan sido lanzadas por la fuerza de una explosién. Algunos dirén que no importa. Por el contrario, otros sostendrin que, segiin el caso, el sentido de la historia seria otro. R-P.D. ¢Podemos saber realmente lo que significan los rastros dejados por otros? Diez aos después de la muerte de Anaxdgoras, hacia 418 antes de nuestra eva, en Lampsaca. Nifios que juegan Son una decena, todos entre los 7 y los 10 afios, la mayorfa varones. Tres nifias juegan por su lado, casi al margen. Des- de la mafiana estan muy agitados. Las nifias bailan cantan- do, como lo han visto hacer los dfas de fiesta. Los chicos se baten en parejas, a la manera del Pancracio. Luego de un momento, se forman dos tropas constituidas por los nitios que decidieron darse batalla, armados con lanzas imagina- rias y con escudos hechos de viento. Las nifias, de comin acuerdo, se ponen acoser y reacomodar las vestimentas, como si estuvieran reunidas en el gineceo, la casa de las mujeres, mientras que sus esposos se matan en el campo de batalla. Ahora todo esta calmo, Los huesecillos han reemplazado a las armas. Los nifios se agruparon en grupos de tres, a la sombra de los olives. Uno de los mas grandes se divierte al costado con una montafia de tierra cocida sobre una roca plana. Las chiquillas se han ido a buscar sus utensilios de cocina en miniatura, platos, cacerolas, vasijas con pequefios dibujos tallados especialmente para ellas por el alfarero que vive en lo bajo de la colina. Cada tanto, brota alguna risa, un grito destemplado. Todo aquello sume en un gran asombro al extranjero que acaba de llegar. ;Cémo puede ser que en Lampsaca los nifios se pasen el dia jugando? Viene de lejos a arreglar un asunto de herencia con un primo y no comprende. La pasan bien 6 los nifios de la ciudad, divirtiéndose todo el dia. Desde s Hlegada, el extranjero ha recorrido todos los lugares y pasado por todas las puertas de las casas de la ciudad. Interroga al nifio que juega solo con la tierra. Tendré unos 12 aftos. —Dime, je6mo puede ser que no estén en la escuela? Desde esta mafiana no veo en esta ciudad mas que nifios que juegan. “Se ve bien que no eres de aqui, caballero. Aqui, en ‘Lampsaca, los nifios juegan cada afio en honor al sabio. —En honor al sabio? {De qué estés hablando? Si, en honor al sabio Anaxagoras, nos pasamos un mes por afio jugando. Alli regresa mi padre de los vifiedos. Elte lo explicara mejor que yo. “Este es el porqué de los juegos. Hace exactamente vein- te afios, lo recuerdo bien, estaba a punto de casarme y el sabio Anaxagoras vino con nosotros, a Lampsaca, su patria, muy enférmo. Era un hombre de gran saber. Lo conoct bien, mi madre se ocupaba de su casa. Un dfa que un noble le reprochara haberse olvidado de su patria lo hizo callar di- ciéndole: “Me he ocupado y mucho de mi patria’, al tiempo le sefalaba el cielo con el dedo. Porque este hombre no se interesaba més que en el cielo. Pasaba su tiempo contem- plando la luna, las estrellas, el sol, sabia todo sobre ellos. Decia que no tenia otro interés que contemplarlos. —Algunos son asf. Pero {por qué los nifios de Lampsaca nv estén en la escuela como en otros lugares? —Cuando regresé el viejo Anaxdgoras, debfa tener mas de 70 afios, estaba enfermo, ya te lo dije. La gente de ‘Lampsaca quiso honrarlo. El habia pasado grandes dificulta- des en Atenas, habia sido condenado a muerte por sus teo- rias sobre el sol. ¥ fue Pericles, e gran Pericles, su discfpulo, quien lo salv6, Entonces querfamos hacer algo para honrar- Jo, algo que quedara tras su muerte, en su memoria, Pero no sabfamos qué hacer. Nos reunimos, buscamos. Nada resulta- ba satisfactorio. Entonces decidimos preguntarle qué que- ria, Anaxagoras era quien podria celebrar mejor su obra y honrar su memoria. Se le pregunté cémo pensaba él que podia glorificarse su sabidur —iY entonces? —Una delegacién fue hasta su casa, Me lo conté mi ma- dre, Simplemente pidis que cada afio, en el mes de su muer- te, se dejara jugar a los nifios. Como ves, hemos respetado su deseo. R-PD, {Es el juego la forma suprema dela accién? ;Por qué? SEGUNDA PARTE Donde se ve actuar cutiosamente a Sécrates, Didgenes y algunos mas {Cémo se las arreglan para evitar las falsas evidencias? Ob- servan, pero también esquivan, se abstienen. Jamés estén donde deberian. Se esfuerzan por adecuar la existencia a otra cosa que los hébitos y los pliegues de la rutina. Se sefialar que eligieron por guia la raz6n o la naturaleza, las palabras o los gestos, la provocacién o la grandeza. Su punto en comin: intentar, experimentar a fin de superar quello que ata, de dejar atrés lo que demora. Y al tratar de inventar los caminos para llegar a eso, tropiezan. O encallan. Séerates, hacia 432-429 anves de nuestra eva, en Potdea Una noche a pleno sol Entre los guerreros de Atenas, en el borde del Calcidiques, un sabio cumple con su deber militar contra la ciudad. Tie- ne 38 afios. En lugar de ser escultor como su padre, ha elegi- do apostrofar a sus conciudadanos en las esquinas. De pre- gunta en pregunta, pone a prueba sus convicciones, incluso aquellas que los ottos crefan mas sélidas y mejor fundamen- tadas. Esta préctica le vale a veces duras reacciones. Alguna ver le pegaron. Jamés pidié reparacién, “Si un asno me hu- biera dado una coz, ile iniciaria un proceso?” Los trirtemes han atracado y vaciado su cargamento de hombres en armas. Los combates se libran durante los pri- eros dias. Sécrates participa con bravura en esos enfrenta- mientos, tan inspirado en su accién militar como cuando dialoga con los j6venes. Soporta el calor y el fri, el hambre, lased, el exceso de vino, Nadie lo vio jamés ebrio, ni siquie~ ra achispado. Los atenienses avanzan hacia Potidea, defendida por un ejército al que el rey de Macedonia acaba de aportar su apo- ‘yo. Pera la ciudad se resiste, los guerreros de Atenas retroce- den. Luego llegan refuerzos que dan ventaja alos atenienses. Que vuelven a perderla. Y asf sucesivamente. La guerra se intensifica y se debilita En la noche de una jomada sin horizonte, parecida a todas las demés, Socrates se aleja de sus compafieros de armas. Camina hasta la cima de la colina més proxima, 3 como si quisiera ponerse a distancia de la guerra, En la semipenumbra del sol que quedarse quieto, de pie, al lado de un rbol. Es la primera vez que se aleja tanto. Suele mantenerse al margen, con aire ausente, pero no por mucho tiempo. Por ello, Sécrates no va a tardar en bajar. Estaré pronto en su lugar, como cada noche. Pero el dia se desvanece y Sécrates sigue siempre inmévil Permanece fijo, mas derecho que el tronco de un atbol, sin un movimiento. Sus compafieros empiezan a hacerse preguntas ‘Ese extrafio pajaro tendré alguna dolencia? El filésofo esté fuera del alcance de'ld'voz. Antes de que la noche sea plena, dos hombres suben a su encuentro para volver a traerlo con los suyos, tal ver incluso para socorrerlo. Cuando regresan, casi no se distinguen sus siluetas. Di- cen haber hablado, gritado, sin que Sécrates los escuchara Ni una respuesta, ni un gesto. Permanece de pie, con los grandes ojos abiertos, pero no parece ver nada, Se escucha su respiraci6n como durante el suefo, pero sin embargo no duerme. Una de sus manos est apoyada contra el tronco del érbol. En un momento, sus labios se movieron. Peto nin- guna palabra salié de su boca. Cuando dieron vueltas a su alrededor no se movi6. Un dios se apoderé de él. En el campamento, sus compafietos siguen hablando por mucho tiempo de Sécrates. Algunos recuerdan su bravura en los combates. Jamas cedis al pénico, ni siquiera cuando habia que batirse en retirada. Otros sefialan que pese a todo ese hombre tiene algo de extrafio. Casi nunca se conduce ‘como podria esperarse. El mismo habla a v nio que lo habita y que lo guia cuando no lo lleva a retraer- se. Uno de los que lo habfan escuchado con frecuencia en el Agora no deja de repetirlo. Todos saben que no lograran des cifrar ese enigma. Jos del campamento lo ven es de un demo- Cuando el alba permite volver a distinguir las formas, iran hacia lo alto de la colina. Sécrates sigue all, inmévil, de pie, en la misma posicién, su enorme cabeza hacia el orien te. Muy pronto el sol reaparece. La luz vuelve a inundar el rostro del sabio inmévil. ‘Una vez de regreso, Sécrates come un enorme pedazo de pan y retoma su lugar junto a los suyos. No da ninguna ex- plicacién. R-PD.yJ-PdeT. {Debe uno ausentarse del mundo para estar mds intensamente presente en él? ‘Séevates y Antistenes, hacia 400 antes de nuestra eva, en Atenas. Orgulloso de sus agujeros Libre; antes que todo y en principio, queria ser libre. Como el aire, como el agua. Libre como la naturaleza, sometido solo a las necesidades del cuerpo, todas faciles de satisfacer. Un poco de paja seca para dormir, un pedazo de pan, tres aceitunas, para aplacar el hambre. El resto, a lo que viniere. Sin poseer nada. Habria que deshacerse de todo lo superfluo ¢ indtil, como se deja caer una vieja piel. Habria que dejar de lado en conjunto las leyes, las obligaciones sociales, in- cluso las convenciones mas simples, las aparentemente “nor males”. Bagatelas y artificios. Anitistenes vivirfa de acuerdo ala naturaleza, no de acuerdo a la ley. Habra de deshacerse de todo lo que pertenecia al dominio de la convencién. Allt estaba el camino de la sabiduria y, por lo tanto, segiin su opinion, el de la felicidad. Al principio no fue simple. Para apartarse de sus viejos habitos, gestos y pensamientos de otrora, antiguas expe tivas o aprehensiones, Antistenes debio pasarla mal. Evi dentemente era lo esperable. Pero las dificultades surgieron de donde no las habfa imaginado jamés. La cuestion de la toga, por ejemplo, Nunca pensé que se lo plantearfa en esos términos. En otro tiempo, en esa lejana vida que habfa levado an- tes de convertirse a la filosofia y de vivir seguin la naturaleza, habia tenido togas. Togas de toda clase. De lana, lino, de cesparto, de seda. Blancas 0 marrones, sueltas o de dobladillos 56 DONDE St Vi AL LUAR Gunton bordados, crudas o tefiidas, livianas para la primavera o los fines del verano, espesas en piel de cordero para los tiempos de vientos frios y noches largas. Antistenes no s6lo era ele- gante y rico, hijo de una gran familia de armadores; también se preocupaba por su comodidad. Lo que mas le gustaba en una toga no era la apariencia o el terminado. Sin dudas era sensible a esto, pero no lo consideraba esencial. Lo més im- portante era que el aspecto de la vestimenta estuviera en funcién de las citcunstancias, su adecuaci6n a la temperatu- ra, a la humedad, al viento. De lanoche a la matiana, habia decidido abandonar todo 0, Quien vive de acuerdo a la naturaleza no tiene necesidad de vestimenta. {Tienen acaso toga los animales? Es verdad que tienen pelaje, piel, plumaje. Vayamos por una toga. Pero una sola, Elemental, modesta, sin lujos. Una toga utilita robusta y practica. La vestimenta de un : 1ésofo que ha deja- do de interesarse en aparentar siquiera ante la sutilezas de Jas estaciones. Una toga endurecida de sabio el cuerpo for- talecido por la voluntad, preocupado por lo ménimo. Por lo tanto, Antistenes habia elegido, en su coleccién de joven atolondrado, la tinica pieza capaz de convertirse en su vesti- menta de sabio para el invierno Lo que no habia previsto era el desgaste. Habfa elegido una de lana gruesa con costuras fuertes, forrada por partes. Pero no habfa previsto el efecto de los afios, la sucesin de los inviernos, las noches en los graneros y los establos, los viajes en bote, en carreta, las mordeduras de los perros, las rmanchas de pasto, los elavos a los que uno se acerca, las asti- llas escondidas en las maderas, la comida que puede volcarse por un movimiento desdichado, el fuego al que uno debe acercarse cuando se tienen los dedos ateridos, los juegos de los gatos, la malicia de los ratones, la inocencia de los nifios, las zarzas de los bosques, el agua en el fondo de los barcos. 8 TAN LOCOS COMO SABiCS No haba previsto esa multitud de accidentes minimos e in- cesantes que, inviemo tras invierno, habrian de transformar su toga en una criba de agujeros, de colores tan indefinidos como variables. Trats de reparar el primer desgarro, Antistenes ain se acuerda, fue en el codo izquierdo. Traté también de hacer desaparecer las primeras manchas. ¥ luego... a medida que la toga se degradaba, habia terminado por renunciar. Mas atin, habia terminado por decirse que esa criba se habfa con- vertido en su emblema, su bandera, el signo de su sabiduriay de su desprecio por tas convenciones. Bien podfan los de- més pavonearse con sus lanas inmaculadas. Antistenes ex- hibia sus manchas. Aquello termin6 por convertirse en costumbre. Si algéin rico personaje, hombre o mujer, pasaba por el égora, ve‘a a Antistenes, en su sitio, saludar con su toga agujereada. El gesto era amplio, desplegaba el resto de tela dudosa, expo- niendo el ancho de esa vestimenta en archipiélago. Era como si dijera: “Vean como yo, que soy sabio y pobre, me manten- g0 indiferente a sus brazaletes de oro, a sus elas célidas. He renunciado a todo eso, y vivo mejor. Mejor que ustedes, en. todo caso”. Al principio de un inviemo, le leg6 a Sécrates el tumno de ccruzarse con Antistenes. El viejo maestro estrenaba una toga rnueva que Xantipa, su mujer, acaba justamente de confeccio- narle. Gritona y rebelde como quieran, esa terrible esposa no era mala costurera. La toga de Sécrates era simple y sobria, pero de buena factura, bien ajustada y sin agujetos ni man- chas de ninguna especie. Viendo a Sécrates asi, Antistenes fingi6 inclinarse, exhibiendo como de costumbre los agujeros de su toga. Como para recordarle quién era el verdadero filé- sofo, el auténtico sabio, el que habia tenido el cotaje de aban- donar las apariencias y de perseverar en eso. [DONDE SE VE ACTUAR CURIUAME iE 9 one o Entonces Sécrates mir6 a Antistenes, luego a la toga, nuevamente a Antistenes. Y sin que el otro tuviera tiempo de responder, dijo dando vuelta la esquina: “Es tu vanidad lo que veo a través de tu toga”. R-PD. _Siumo se apega al desaego,estd uno realmente desapegado? Didgenes de Sinope, hacia 380 antes de nuestra era, en Atenas Un ratén liberador A\lprincipio, en ese momento de confiso despertar, no sintié nada, Sélo el entorpecimiento de la fatiga, como si el dfa hu- biera llegado sin que hubiera alcanzado a dormir nada. Algu- nas horas de suefio inquieto que no le habfan bastado para descansar. All principio no supo dénde se hallaba. Dolor de cabeza, los ojos hinchados. De pronto todo se hizo claro: el calor del granero lo habia asfixiado, las picaduras de los mos- uitos y del heno, la tenaza del hambre, el temor de un largo dia por venir, como ayer, sin nada que Ilevarse a la boca. Al fin de cuentas, esto no era nada al lado de la ansiedad estridente que le atravesaba el cerebro. (Qué hacer? (Qué habria de hacer? ;Cémo vivir? (De qué? {Y con qué objeti- vo? (Segiin qué regla? Desde que se exili, desde que legs a Atenas... ;cudnto tiempo hace?, ya 20 afios, tal ver 22. Su memoria se nubla y no sabe qué camino debe seguir. Ve de- tenida su vida. Didgenes tiene la impresién de que su exis- tencia esté inmévil, suspendida, sin movimiento. Como si estuviera chocando permanentemente contra un muro in. visible, una pared resistente, lisa, sin fall Lo de Sinope estaba terminado. No habfa otro camino que emprender la fuga. Cuando vuelve a pensar en esa larga historia, jamés logra comprenderla. El oréculo de Apolo, al que habfa consultado para saber cusil era st tarea en la vida le habia respondido: “Falsificar moneda”. La respuesta pare- cfa directa y clara, Entonces se dedie6, con la ayuda de st © DONDE SE VE ACTUAR CURIOSAMEN Ie A Suan ue padre banquero, a cambiar las aleaciones, a alterar la fabri cacién de las monedas. Hasta el dia en que algunos descu- brieron que habia modificado el sistema de los intercam- bios. Lo habfan arrinconado y condenado. Para escapar de Jo peor, tuvo que exiliarse. Desde su Iegada a Atenas, siente que su existencia est atrapada en un extrafio estado de suspensién. No sélo se pregunta donde vivir, qué oficio practicar. Busca, sin ver la salida, una direccién para ser feliz. No le gustan las conven- ciones ni las conveniencias. Pero sigue dudando entre la es- tafa y la sabiduria. Evidentemente, lo que le interesa es es- capar de las obligaciones, sustraerse al peso de la ley. Pero hay muchas maneras de lograrlo. ;Viviré fuera de la ley como bandido o como filésofo? Algo agradable. Como un ruido, furtivo, intermitente, leve. Viene desde abajo. Se asoma, busca discemir de qué se trata. El suelo esté muy oscuro, no se ve casi nada. Si, es claramente un ratén. Didgenes lo ve ir y venir, brillar como tun relimpago, permanecer inmévil, casi darse vuelta. Lo contempla pata poder sacarle algain provecho, bajo la paja, sobre las m{nimas cavidades del suelo. Lo sigue con los ojos largo tiempo. No se detiene. Sin embargo, no le causa nin- guna molestia. Sobre él no pesa ninguna obligacién ni nin- grin artificio. No conoce lo que es la inquietud. No tiene domicilio, ni terreno, ni punto fijo. Lo ve detenerse. Duer- me aqui o alli, no importa dénde, mientras que esté mas 0 menos protegido. Extendido sobre el heno, Didgenes sigue con los ojos al rat6n, lo escucha escurrirse cuando ya no lo ve, lo imagina inmévil o adormecido cuando el silencio lo cubre. Para él, jacaso no toda moneda es falsa, initl artificio, inimagina- ble sinsentido? ;Tiene acaso algtin principio de preocupa- cién por la riqueza, las leyes, el trabajo, el futuro, los aho- 8 TAN LOCOS COMO SABIOS rros? Se preocupa siquiera por la comida? No, el rat6n anda. Camina sin detenerse o casi, sin preocuparse por la oscuti- dad, la fatiga, el hambre. Avanza continuamente. No hace ‘mas que existir, caminar por la existencia de manera obstina- da y valiente, sin proponerse ningiin objetivo en particular, Precisamente en ese instante, Didgenes comprende que comer, dormir, discutir, eso se puede hacer en cualquier par- te. El trayecto incesante es el tinico lugar donde vivir, Eso debe ser asi. Falsficar moneda nada tiene que ver con los movimientos bancarios ni con las aleaciones de metal. Es transformar en caducas las convenciones humanas, desha- cer todos los valores de intercambio habituales, ver como falsas todas las convenciones humanas. No seguir més reglas que las de la naturaleza. Serd duro. Necesitara tiempo, nece- sitard ejercitarse, violentarse a sf mismo. Seré necesario des- pojarse progresivamente de lo intl y lo artificial, de todo lo artificial. No vacilar en ofender, en soportar el oprobio 0 el dolor. Si, decididamente, seré largo. Y abrupto. Pero, des- de que se emprenda la escalada, tendré la libertad simple y ccruda del ratén al alcance de la mano. Didgenes estalla en risas. El ratén huye. R-P.D. La libertad consiste en imitar a la naturaleza? 2O noes mas que una ilusion? Didgenes de Sinope, nuevamente, hacia 380 antes de nuestra era, en Creta. {Quién quiere comprar un maestro? Antistenes se lo repetia: no hay que llevar de viaje més que las provisiones que puedan flotar en caso de naufragio. La palabra del maestro era sensata. Algunos piratas se cruzaron en el camino del navio en el que se hallaba Diogenes, y ra- ciones, equipajes y pasajeros fueron tomados prisioneros. Al- gunos de ellos, entre los que estaba Diégenes, fueron final- mente vendidos en un mercado de esclavos de Creta. El dia de la venta, los curiosos se agolpaban en gran rxime- +0. Qué sabe hacer aquel que parece tan enclenque? ;Para (qué servira? ;Para qué trabajos valdré aquel otro, tan achica- dlo, casi aterrorizado? {Y aquel que mira a todo el mundo de arriba, que tiene aspecto de haber olvidado la condicién a la que lo ha lanzado el destino? {Quién es ese hombre que tiene el aplomo de medir a cada uno como lo harfa un emperador? —Y tai —le pregunta un vendedor—. {Qué sabes hacer? —{Qué sé hacer? —responde Didgenes con una voz que Mega lo suficientemente lejos como para que nadie pueda ig- norarla—, pues bien, es muy simple: mandar a los hombres. Luego, dirigiéndose al vendedor, el c{nico prosigue: “Haga este anuncio: {Quién quiere comprar un maestro?”, El vendedor vacila, convencido de que el esclavo se esta burlando. Diégenes insiste. Dado que el vendedor se obsti- na en la negativa, el fil6sofo se venderé a si mismo. Lanza hacia la multitud una llamada tronante —Bien, jquién quiere comprar un maestro? 8 Luego cruza los brazos sobre el pecho. ;Quién hard una oferta digna de su propuesta? Diogenes espera. Se instala un silencio consternado. “;Puedo sentarme?”, le pregunta el fi- lésofo al vendedor. Este se lo prohibe. A pesar de todo, se sienta diciendo: “De todos modos el veneno se vende cual- quiera sea su envase”. Un sol de plomo atenaza el lugar. Todo el mundo se va a la sombra, El maestro que se ha puesto en venta a si mismo se asombra de que nadie haya tomado en serio su oferta. iQue vengan los compradores a asegurarse de que dice la verdad! Pueden ponerlo a prueba, deben tratar de saber si dice la verdad. “Mira ti, vendedor, si te compras un anfora, la golpearés suavemente, la hands resonar para comprobar que esté bien hecha y bien cocida, ;no es cierto? Pues bien, cuando se trata de un hombre, uno se conforma con mirarlo entrece- rrando los ojos.” La mirada de Didgenes se detiene de pronto sobre un ros- tro més bien gordo que parecis salir de la nada. —iVes a ese hombre? —le dice al vendedor sefialando con el dedo a Xeniades, un rico propietario llegado de una ciudad lejana. El vendedor asiente con la cabeza. —iLo ves como lo veo yo? Pues bien, vas a venderme a ese hombre. Le voy a ordenar que me compre. Pues es evi- dente que me necesita Un momento mas tarde, como por arte de magia, Xeniades desembolsa la suma fijada para adquirir ese escla- vo paradéjico, apenas unas pocas decenas de dracmas. La audacia del fildsofo lo sedujo. Y ademas la ensefianza cinica estaba a un precio muy razonable. Xenfades tenia la idea de confiar a Didgenes, liberto, la educacién de sus hijos y la onganizaci6n de su casa. En poco tiempo, el fildsofo toma posesién de la morada de Xentades. Se comporta como el verdadero duefio del lu- gar. Xenfades se asombra. Didgenes le responde que todo pertenece a los dioses. Dado que el sabio es amigo de los dioses y que entre amigos os bienes son comunes, todo perte- nece al sabio. Lo que es de Xentades es también de Diégenes. ‘Aquello duré hasta el momento en que el propietario juzg6 preferible deshacerse de ese molesto maestro. Cuando Didgenes retomé el mar se sintié liberado. Su antiguo com- prador también. J-P.deT. 2A qué responde el deseo de ser mandado? | Antistenes y Didgenes, hacia 370 antes de nuestra eva, en Atenas Un amigo para morir En una cabafia apartada de los eaminos, no lejos del gimn. sio del Cinosargo, donde pasé toda su vida, un hombre su- cio, abandonado por todos, se retuerce de dolor sobre su mastro. /A quién llamar cuando se ha construido un desier- toalrededor de uno? ;A quién pedir ayuda, si todo el mundo ha terminado por desalentarse, al no ser llamado jamés? iQuién dudaria de que a esa hora en la que el sol desaparecta tras las montafias del Citerdn y del Pamaso, un sabio que parecta haber superado definitivamente las pruebas de la vida esta a punto de morir? Esta lejano el tiempo en que los jévenes ansiosos por abra- zar el camino efnico venfan a verlo. —jDebemos dejamos crecer los cabellos y la barba como ‘xi, Antistenes? ;Debemos llevar una toga como la tuya? ;De- bbemos estar tan sucios como ti? “Mejor convertirse en presa de los cuervos antes que caer bajo el influjo de los aduladores; aquellos atacan los cadave- res, éstos devoran a los vivos.” Tras decir esto, Antistenes levantaba su bastén y los j6- venes escapaban. No se los volviaa ver nunca. Cuando se le preguntaba por qué trataba tan rudamente a sus alumnos, decia que los médicos hacfan lo mismo con sus pacientes Solo Didgenes habia seguido, a pesar de los bastonazos. Recientemente desembarcado de Sinope, habfa buscado un 6 lugar en Atenas antes de escuchar hablar del perro. Existia entonces, en ese gimnasio, un hombre del que todo el mun- do habia terminado por huir. “He aqué un regalo de los dio- ses", se dijo Didgenes. “Necesito un maestro como ése”. Y fue a reunirse con aquel furioso ocupado en ensefiar la vir- tud en el vacto. Diégenes lo habta observado por varios das antes de presentarse. Y muy pronto el perro habja levantado su bastén. “Golpea, pues”, le habia dicho Diégenes. “No encontra- rs garrote tan duro para apartarme; golpea tanto como para darme la impresi6n de que tienes propésitos sensatos.” Antistenes no estaba preparado para eso. Desde aquel dia, no se vio més al viejo sabio caminar solo, ;Antistenes habja encontrado un discipulo! Un extran- jero, con la cabeza mas dura que la roca. Por lo que se conta- ba, se permitia extravagancias que su maestro se habfa pro- hibido. Con Didgenes, la impertinencia cinica habia empe- zado a cruzat los limites. No s6lo habfa asimilado las palabras del maestro, sino que las haba completado con toda altiver, segiin los atenienses que tan mal lo habfan recibido. Se ex- plicaba su ferocidad por el resentimiento, lo que era tran- quilizador. Nadie habia comprendido que Didgenes era el perro por excelencia. Hoy, Antistenes estd solo. Han pasado los afios. Diégenes. ha partido, Antistenes se siente olvidado. Puede morir en ese camastro que comparte con las ratas. Nadie vendré. (Qué importa que se retuerza de dolor? Ese hombre impiadoso con Jos suftimientos de los demas debfa serlo también con el suyo. {Lega la muerte? Pues, que se apure. Pues el dolor es dema- siado intenso. Pero la muerte no llega y Antistenes soporta los peores tormentos Ha cafdo la noche. Antistenes escucha que alguien se acerca a la cabafia. Didgenes, con una lémpara en la mano, pasa la cabeza por el umbral de la puerta y saluda a su maes- to. “Se me ha dicho... he venido.” Entra, se attodilla al lado del sabio y deposita una espada al costado del camastro: —Hay veces que necesitas de un amigo. Disgenes parte como ha venido. Antistenes es por fin libre de morit J-P.deT. GEn qué sentido es en signo de afecto judo los amigos a morir? Jenofonte, hacia 360 antes de nuestra era, en Corinto. Todos los hijos son mortales Su gente habja hecho bien su trabajo. Limpiaron el altar como él lo habia ordenado. La piedra lijada, las marcas de pasto cuidadosamente quitadas. La acequia para la sangre fue raspada, Esté limpia y lisa, Més oscura, evidentemente, pero nada la obstruye. {El hogar? Desembarazado de sus ce- nizas, provisto de lefia seca, prendido desde temprano: las bbrasas ya son abundantes. El cuchillo, el mejor, el mas gran- de, aquel del que ya se servia su padre, e incluso en otros tiempos el padre de su padre, el cuchillo fue afilado, coloca- do donde debia, justo al alcance de la mano. Jenofonte inspecciona con ojo exigente el altar familiar. Le gusta que todo en la casa esté en orden. Como las tropas a las que comandaba no hacia mucho tiempo. Que cada uno cumpla con su tarea, como corresponde, en tiempo y forma, esto es lo que considera indispensable. Tanto en campafia como en tiempos de paz. Habiendo examinado el lugar, esta satisfecho. Todo ha sido ejecutado. Eso lo llena de una ver- dadera alegria. Ese aristécrata no es hombre de resentimien- tos. No sera él quien busque la tarea olvidada, la piedra que se arrastra, s6lo busca que nada arruine su placer. No, esta limpio. Sera un bello sacrificio, como aquellos que solfa rea- lizat. Apolo deberfa estar contento. El animal es muy bello. Un cordero de larga frente, la came espesa, traido de su mejor manada, la que esté bien al norte, Hace ya varias semanas que sus pastores lo eligieron, oe cuidkindolo mas que a los demas. Los iltimos dias, tras haberlo traido hasta aqui, lo dejaron descansar. Lo lavaron y peina- ron como se debe. Jenofonte aprecia que sus propiedaces estén impecables, sus cuentas al dia, sus bestias cuidadas, Es un modo de vida que le importa preservat. Si no, los ariegos corrian el riesgo de desaparecer. Nada més perdura- ria. Los guerreros se volverfan mercenarios; los sefiores, ban- didos o comerciantes. No fue por placer que Jenofonte re- dact6 un tratado consagrado al arte de conservar la casa y otro, al cuidado de los caballos. Escuchar a Sécrates es esen- cial, pero no es todo. También hay que ditigir a la gente, conducir su propiedad ‘También la corona fue correctamente disefiada: Esté co- Jocada en un buen lugar. El momento se acerca. Se busca al animal. Jenofonte coloca la corona sobre sus cabellos, desde hhace un tiempo, cada vez mas encanecidos. Toma al cordero por el costado, la pierna donde debe estar. He aqui que llega tun mensajero, exhausto, cubierto del polvo de un largo ca- mino. Tiene el rostro grave. Ante su armamento, Jenofonte ya ha comprendido. Se dirige hacia el caballero que acaba de poner los pies en tierra —{Mi hijo? dice. —Si, Jenofonte —responde el soldado con vor suave, bajando la cabeza Entonces el viejo general se saca la corona, en signo de duelo y de impureza, y regtesa con fa cabeza desnuda al sa- ctificio. Sin una palabra, cercena la garganta, deja correr la sangre, desgarra con cuidado las cares, con habilidad para deshacer las articulaciones. De repente se detiene, deja los misculos colgando y las coyunturas abiertas. Vuelve con el soldado. —iCémo? —dice solamente Jenofonte. UNL SE ve mtu —En combate, Jenofonte, al comienzo del ataque, el pri- mero, en la cabeza, de un lanzazo en plena frente. Entonces el padre se vuelve a colocar la corona en el créneo casi descubierto y regresa a terminar el sacrificio. Su hijo no murié deshonrado, Su més fiel servidor, el viejo Hermién, no puede conte- ner las légrimas. Ha conocido a Polos, el hijo mayor, cuando estaba en brazos de su madre. Le enseii6 a cepillar los caba- los, a limpiar su espada, a llevar sin cansancio su escudo de bronce atando de modo diferente los lazos de cuero, como le habia mostrado alguna ver un jinete parto. Hermién no pue- de creer que el orgulloso joven haya encontrado la muerte. Tan habil para esquivar los golpes, tan atento al menor mo- vimiento. ;Cémo puede seguir Jenofonte como si fuera de mérmol? El, que tanto ha velado por ese hijo, que lo ha cria- do, instruido, que no ha cesado de preocuparse por su edu- cacién, jc6mo puede estar sin verter una ldgrima? Hermidn conoce’a su amo desde hace tantos afios... Han envejecido juntos, conocido la vida de los guerreros tanto lejos como cerca de la casa. Incluso Hermign ha escuchado con frecuencia a Sécrates, en compafifa de su amo, en los tiempos en que éte no vivia mas que para la filosofia, la sabiduria y la justicia. Decididamente, no comprende. Hay que preguntarle, Ningiin otro se lo permitirfa. Pero él no puede quedarse ast. El sacrificio est4 terminado. Los sirvientes comparten una ‘enorme pata de cordero. Las entrafias, cocidas, han side re- ppartidas entre los campesinos y los pastores. Jenofonte se qued6 a un lado, cabizbajo. No come. Permanece inmévil contemplando la Hlanura que se halla a sus pies con los ojos secos. Hermién se pone a su lado. —Aio, perdone mi audacia —dice con un nudo en la vor. —Sé cud querido le era su hijo. ;Cémo logra contener las ldgrimas? Me parece que esta mas alld dle las fuerzas hu- manas. En nombre de nuestra vida pasada, le ruego que me explique ese mister. Jenofonte no responde enseguida. Piensa en Sécrates, en los sabios, en el honor. Alcanza a contener el grito que le brota de la garganta. Busca responderle a Hermién algo sim- ple, que esté seguro de set comprendido. —Sabia que habfa engendrado a un mortal ~dice. R-PD, {Debe la razén imponerse a los sentimientos? Didgenes de Sinope wn vez mas, hacia 350 antes de nuestra era, en Atenas. Entrenarse para lo peor El perro extiende la mano, pero los atenienses siguen su camino. Didgenes mendiga entre la indiferencia general Después de horas, nadie le lanza una moneda, ni siquiera una mirada. Para hacerse ayudar no facilita el insultar a la gente. Al pedir su limosna, el perro eructa, a lo largo de toda la jornada. Contra todo. Contra las leyes, las costum- bres, las ambiciones miserables, las vidas perdidas, la ve- leidad general. Contra aquellos que se rehtisan a pagarle el precio de su insoléncia. Si no alimentan al perro, van a oftlo ladrar: “Dime ti entonces”, dice el cinico. “jDame! Ves bien ‘que mendigue. ;A ver si te decides! En lugar de mirarme, dame algo de comer.” El anciano ast sorprendido se queda pettificado. La inso- lencia y la libertad de Didgenes le quitan el aliento. (Cémo ¢s posible? Una vez superado el estupor, el hombre se mar- cha. Ni siquiera quiso aproximarse a Didgenes. Como si fue- ra demasiado peligroso, demasiado amenazante. Las horas pasan. Didgenes permanece imperturbable. In- corruptible e inalterable. Presente allf donde la multitud se mueve vanamente. Atestiguando que el lugar del sabio esta ‘més allé, que no tiene entre los hombres un lugar dénde ubicarse. Ademas ya no hay hombres sino fantasmas, que el perto trata de acercar a la vida. B sDe qué abnegacién habria que dar prueba para llevar esa existencia? Renunciar a todo, perderlo todo y ganarlo todo, jser para el perro la misma cosa? Abandonat los arti- ficios de la polis para reencontrarse con las verdaderas nor- mas, las tinicas normas, las de la naturaleza, Entrenarse en soportat lo peor, el mayor frio v el fuego del sol, el hambre y la pobreza. Entrenarse continuamente, esforzarse, terminar por ser insensible a lo que normalmente hace sufrir. ;Quién hharfa una eleccién como ésa? (Quién estaria tan loco? Osar despreciar lo sagrado, comerse las ofrendas hechas a los dio- ses, dormir en Jos.templos. Masturbarse en ptiblico, reco- mendar el incesto. Despegarse de todas las leyes instauradas por los hombres. Quien se burla asf de los hombres y de los dioses merece estar en el Hades. Didgenes se quedé medio acostado toda la mafiana. In- sultaba a ciegas a la multitud. Cada tanto se dirige a alguien en particular. Al hijo de una cortesana que le arroja una piedra, le regresa este cumplido: “Atencién jovencito, po- drias golpear a tu padre”. A un calvo que lo insulta, le grita: “Felicito a tus cabellos por haber abandonado una cabeza tan sucia”. A uno que lo amenaza con el putio: “No, te equi- vocas, hay que tender la mano a nuestros amigos sin cerrar los dedos”. A aquellos que le preguntaron por la vejez, por lo que envejecia més répido entre los hombres, les habia res- pondido: “EI buen pasar’ Finalmente, Didgenes se levanta. Con paso un tanto pe- sado, se dirige lentamente hacia una estatua, en la esquina de la casa que hace dngulo con la calle vecina. Se queda quieto frente a la estatua y tiende la mano, Todos evitaban detenerse cuando pedia su limosna, Alli, frente a la piedra, Mamaba la atencién. Pasa una hora asf. Lentamente, Didgenes se convierte en estatua con la palma abierta. Se forma un corrillo. DONDE SE VE ACTUAR CURILSAMEN Em sULaniece 2 Un hombre termina por preguntar: —iPara qué? Elperro, sin darse vuelta, sin dejar de buscar, buscar has- tael final, responde con voz sorda: —Para acostumbrarme al rechazo. J-P.deT. Se puede tomar a la desdicha como habito? Hiparguia de Maronea y Crates, hacia 310 amtes de nuestra eva, en Atenas. Bajo la toga Crates se asemeja a un animal. Todo su cuerpo parece mal dispuesto. En el gimnasio se burlan siempre de él. Ademas, anda por todos lados. Porque se lo encuentra ridiculo, sin dudas. Porque se teme su rudeza, también. En efecto, Crates, como su maestro Didgenes, es ante todo un perro. No va- cila en morder. Los que lo cruzan, bajan los ojos y siguen su camino. Sin embargo, el hombre ha hecho algunos amigos. Quie- ren emprender el camino cinico como él. Convencidos de que el camino es escarpado, estan igualmente persuadidos de que esa via directa conduce a la felicidad. Por lo tanto, se centrenan en vivir segin la naturaleza. En soportar la inco- modidad, en eliminar todo lo que sea superfluo. En denun- ciar lo artificial y las falsas apariencias. A esa pequefia tropa acaba de llegar una joven aristécrata, Hiparquia. Esta inte- resada en la vida cinica, en la ruda ascesis para retomara la naturaleza, A medida que pasan los dias, més convencida esta de convertirse en perro. Ademés, ese Crates no le desagrada. Se le ha puesto en la cabeza la idea de casarse con él. Los padres de la muchacha estan indignados. ;Darle su hija a un hombre que pisotea adrede su porvenis, que alza sobre todos su bastén, del que todo el mundo se rie apenas les da la es- palda? Hiparquia no frecuentaré mas a ese bribén. Deberd 6 DONDE St Vi ALLUAR Cunieeranssetee= dejar de seguir sus ensefianzas. Los padres llegaron incluso a visitar al maestro. El les prometié que haria todo lo que es- tuviera a su alcance para disuadir a su hija de seguirlo. Hiparquia grita en todos los tonos que terminaré por ‘matatse si no puede casarse con Crates. —iMi pobre hija! {Hablas seriamente? (Qué puede poseer ese principe de la mugre, siempre andando por las calles? —Crates me gusta. La vida que lleva es la que debe inspi- rar la raz6n. Voy a casarme con él —jLe pediras que se lave? —Sé que esté en el camino de la verdad. Nadie es tan libre, tan feliz como él y como los que viven como él. Apre- cio todo lo que él es. —{Incluso su olor? —Es el de la propia naturaleza. Finalmente, Crates convoca a Hiparquia para la prueba decisiva, (Cree ella que él quiere cargar con una mujer, por mds bella que sea, que entorpeceré su camino, que amenaza- + sus libertades? {Con qué beneficio? ;Puede un cinico to- mar compromisos? {Ha pensado ella que él no tiene nada, que debe mendigar su comida, que muy pronto seré un an- ciano? {Ha considerado cuan dura, miserable, incémoda es esta existencia como cfnico? ‘A pesar de todo, Hiparquia no quiere escuchar nada. Tie- ne respuesta para todo. Punto por punto, responde a cada argumento con otro, absolutamente decidida a no dejarse vencer. La pequetia tropa, reunida a su alrededor, sigue el debate con atencién. El hombre termina por quedarse sin motivos para disuadirla. Entonces, con un répido gesto, Crates se deshace de su tainica. Completamente desnudo, enel centro justo del efrculo, apostrofa ala bella Hiparquia: —Mira. He aquf el marido que pretendes. No hay nada mds que esto. Ves todo lo que poseo. os TAN LOCOS COMO SABIOS Se instala un silencio. La joven escruta las articulacio- nes, los miembros nudosos que una vida austera ha esculpi- do lentamente. No ve ninguna raz6n para cambiar. Esta todo pensado, —Te tomo por esposo —dice ella— te quiero y quiero la vida que va junto contigo. Entonces se unieron ante polis, abandonndose a ha- cer el amor salvajemente en la calle, en el estadio, en el ‘gora, alli donde el deseo los encontrara, es decir, en todas partes. ;Hacen acaso otra cosa los perros? J-P.deT. wor qué ransgredit? Zenin de Citi y Craes, hacia 304 antes de nuestra era, en Atenas Por un puré de lentejas A ese joven sus amigos le pusieron por sobrenombre “sar- miento de Egipto”, Por causa de su nudosa delgader y su piel oscura, Desembarcé en el Pireo tras haber naufragado. {Qué habfa perdido? Sus reservas de puirpura legadas de Fenicia, La mar ensangrentada, una pequefia fortuna perdida en el agua’ Se encontré sin dinero. Un dia, eligié buscar el cami- no que lleva a la sabidurfa. Zenén descubre entonces algunos grandes hechos de Socrates. Se lo lefa en vor alta entre los mercaderes de li- bros. Et joven admiré los planteos de su filosofia, su virtud, su coraje, la gran leccién que su vida ejemplar supo dar en su ‘momento los suyos y a todos. Jamis, durante el tiempo que vvivi6 en Chipre, pudo suponer el joven que existieran tales personajes. Poco a poco, empez6 a frecuentar un grupo de pordiose- ros que estaban siempre provistos de un bastén. Uno de ellos se servia del suyo para empujar a quienes pasaban ante él y abritse camino. —Es a él a quien debes seguir, si re interesas por la filoso- —le habia dicho a Zenén el mercader de libros. —(Seguira ese hombre? iJamés! {Cémo podria acercarme a.un hombre como él? Es feo, desdichado, sucio. {Qué podria censefiarme un hombre que no conoce lo que es la cortesfa? Crates habfa heredado de su maestro Didgenes una ma- nera abrupta de decirles a los hombres sus verdades. Al acer- Bp ® ‘TAN LOCOS COMO SABIOS case, Zenén se vio implicado, » pesar suyo, en las huellas de tun basurero que removia los desperdicios de los hombres, sus mentiras, sus pequefias condescendencias consigo mis- mos. En poco tiempo, Zenén empez6 a apegarse a Crates. Mis alli de todo, apreciaba en él una forma de resolucién implacable, un ardor de vivir que nada podta detener. No hicieron falta més de tres meses para que Zenén si- guiera a Crates como su sombra. El joven discipulo se impo- ne severas privaciones, pero las incesantes provocaciones de Crates no le gustan del todo. No aprecia en nada que su maestro haga ef amor en piblico con su compafiera Hiparquia. Zenén sigue el curso de Estilpn de Megara, habil dialéc- tico al que jamés se verd fomicar en las calles. Cuando Crates lo sorprende, le tira de su ve —La buena manera de tratar a los fildsofos es la persua- sién —le recuerda entonces Zenén—. Si tratas de forzarme, ‘mi cuerpo ird contigo pero mi alma se quedars con Estilpsn. {Este gallito cree que todo le esté permitido? Crates jusga que ha llegado el momento de poner a prueba a Zenén. Una mafiana le ordena transportar una olla de puré de lentejas a través de toda Cerémica. ;Consentiré el aprendiz de filésofo a realizar una tarea tan servil? —iA qué me parezco? A un esclavo, a un doméstico, a un pobre sirviente que lleva una cacerola. Y si alguien de la escuela me reconoce? jMe sentiré humillado como nunca! En un gesto rapido, Zenén disimula el objeto bajo los pliegues de su toga. {Por qué hacer el ridiculo? Crates, habiéndolo observado de lejos, lo ha dejado avanzar varios pasos antes de alcanzarlo. Cuando el joven esté a su alcan- ce, el maestro pega un fuerte bastonazo sobre el vientre de la olla. El barro se quiebra y el puré de lentejas se desparrama sobre las piernas de Zendn. La humillacién es maytscula, wenta, —iPor qué pones esa cara, pequefio fenicio? No has pa- sado nada muy terrible —le lanza Crates. : Habfa un alma servil entre los perros. Zenén nada tenia que hacer con ellos. ; De ese dia data la partida de Zencn de la tropa de los cini- cos y su resolucién de fundar su propia escuela. No sabja, no hace falta aclararlo, que seria el primero de los estoicos. J-P.deT. (Hay que evitar la vergilenza? ;Por qué? TERCERA PARTE Donde se ven nacer las escuelas, los conflictos y las dudas Se orga forma. La competencia se agudiza. Los maestros se vuelven dlesconfiados y rivales. 1 cursos, se preparan estudiantes. El saber se trans- Se lanzan desafios. Desde que se fijaron los Ifmites, siempre hay alguno que intenta superarlos; tanto en sentido propio como figurado. Alejandro Magno va més all de las fronteras habi- tuales, hasta la India, Evidentemente, también allf encuentra sabios. ‘A fuerza de oponer argumentos, de torcer los argumentos en todos los sentidos, algunos Hlegan a la conclusién de que tal vez la verdad no pueda ser alcanzada, de que el mundo es un tejido de apariencias, Otros concluyen por no saber completamente dénde estén. Anénimo, hacia 450 antes de nuestra eva, en alguna parte del Mar Ezeo. Los que navegan en el mar Hace bastante tiempo que el puerto ya no es visible. La brisa es bastante fuerte, pero regular y sobre todo casi tibia. Cae la no- che. Sélo sigue siendo perceptible a lo lejos la silueta firme de las islas. El mar esté més iluminado que el cielo por momentos, como si la luminosidad proviniera del agua. Un anciano esté sentado en la proa. Desde la partida, deja que su mirada vague sobre las olas sin decir palabra. Nadie sabe aqui su nombre, pero se dice que ha lefdo todo lo que se ha escrito desde que los griegos escriben. Debe haber allt algo de exageracién. Pero debe haberse pasado la vida cen medio de los rollos, las hojas y las tablillas. Su piel ha terminado por parecerse a un papiro Un joven aristécrata de alta estatura viene a sentarse junto a él. El anciano no parece haberse dado cuenta. Permane- cen en silencio, uno al lado del otro, mirando el horizonte, la silueta de las islas, los diltimos rayos del sol. Sélo cuando esté casi oscuro, el joven se dirige al anciano. —Maestro, he ofdo decir que tu saber es grande, tu me- moria inmensa. Me encantaria que me dijeras de quién es la frase: “Hay tres clases de hombres: los vivos, los muertos y Jos que navegan en el mar’. —Tupregunta no tiene respuestaso tiene demasiadas. Esta idea se encuentra ya en Anacarsis y también en Aristipes, pero también en un dilogo de Platén y en ottos filésofos. 85 TAN LOCOS COMO SABIOS iY qué quiere decir? —Hay tal ver tantas significaciones como islas hemos cruzado descle nuestra partida. Los espiritus débiles se imagi- nan que esa frase habla de las incertidumbres de la navega- cin. Piensan que los marinos estarian entre los vivos y los muertos porque al navegar no cesan de arriesgar st vida. iY cual es para ti Is significacién? —Eres decididamente un cahallo fogoso. {Qué respon- derias a tu propia pregunta? —{Quién estarfa entonces entre los vivos y los muertos? Los fetos? (Los guetreros desapareciclos? (Las mujeres que desfallecen? {Los que duermen? Las bacantes en furia? jLa Pitia cuando habla sin comprender lo que dice? —Ah, tienes un espfritu répido. Para mi, no es nada de eso, Pero has visto lo esencial. En cada uno de tus ejemplos, se pierde un camino: las sefiales se desvanecen, las huellas se borran. Mira a nuestro alrededor: es claramente lo que nos ‘ocurre. Ni rutas, ni ciudades, ni casas. No hay signos, esta- ciones, nada que se pueda ver. Ninguna marca. Pero has ol- vidado algo. Qu —Quienes estén en el mar no estén dormidos, ni en éx- tasis, ni en trance. Estén hicidos en medio de la extensin sin buellas, Velan por mantenerse alertas, siguen su ruta con ojo atento y espiritu despierto. —Y bien, (quiénes son entonces esas personas que no estan vivas ni muertas —Han abandonado las rutas conocidas, borrado los ca rminos de los hombres, pero su mirada sigue fija sobre la pre- sencia del mundo. {No lo ves? No... —Es verdad, los vivos estn desapegados incluso espe- ran morir. Sin embargo, siempre avanzan. Estan activos. Es- tin vivos en lo desconocido. Es por eso que creo que Tos que navegan en el mar pueden muy bien ser los filésofos. R-PD. {Sobre qué navega la reflexion? Zenén de Blea y Antétenes, hacia 435 antes de nuestra eva, en Atenas. La prueba por la experiencia Sobre el barco que parte de Elea hacia Atenas, Zenén vuel: ve a reunir sus fuerzas. De nuevo va a defender la verdad. No es la primera véz. Ya'se ha enfrentado en otros tiempos a los ataques contra su maestro Parménides. Si el Ser es, en- tonces, el No-Ser no es y no se puede concebir ni el movi- miento ni el futuro. Ha participado en Atica de victorias decisivas. Parménides hubiera estado orgulloso de él. Pero Parménides ha muerto y el eco de las palabras de Zenén se expande. Vuelven a elevar- se las eriticas contra la doctrina del Ser. Hay que retomar las armas, volver a partir para enfrentar a esos arrogantes que suefian con voltear la estatua del maestro. Ya verdn esos po- bres espfritus que comercian con ideas falsas. Van a recibir una leccién demoledora. Zenén goza cuando el nav ca al Pireo: jlas batallas estan préximas! En Cerdmica, los curiosos se reiinen alrededor del ex- tranjero. Algunos lo reconocen, lo han ofdo otras veces maltratar a los maestros ya viejos o muertos. La multitud rece, forma un circulo alrededor de Zenén. Sécrates se ade- lante lentamente. El también se prepara para escuchar al fil6sofo de Elea. Se le acerca un banco para que pueda sen- tarse. A su lado, su cortesana, Arfstipa, con el torso dere- cho, siempre elegante. Detrés, con aire sombrio, Platén. Antistenes mas sucio aun que otras veces. Hay muchos ros- tros que Zenén no conoce. se acer- 88 Entonces, sin demora, Zenén comienza a exponet los ar- _gumentos que permiten sostener que el movimiento no exis- te. A pesar de las apariencias, a pesar de las convicciones expandidas, de hecho, todo es inmévil. “Todo cuerpo que se mueve debe en principio llegar a la mitad de su recorrido, luego a la mitad de lo que le falta recorter, y as{sucesiva, indefinidamente. En esas condicio- nes, jc6mo alcanzard su objetivo?" De la misma manera, Aquiles nunca atraparé a la tortuga. “Reflexionen. Quien persigue debe, en principio, llegar al punto desde donde el otro ha partido, de manera que el iis lento tiene siempre una ventaja sobre el que lo sigue.” —{Qué més, Zenén? “Una flecha est en reposo cuando ocupa un lugar igual a su volumen. Si se lanza la flecha, ocupard siempre, en cada instante, un lugar igual a su volumen. Por lo tanto, la flecha que vuela est inmévil.” Consternaciéi La flecha vuela y no vuela. Silencio. ;Muy fuerte! Decididamente, Zenén ha preparado armas podero- sas, Esos eleatas son un demonios. Como Zenén se apresta a continuar, se escucha gritar a Antistenes: —Perdén, perdén. Tengo un argumento para oponer a Zenén sobre la imposibilidad del movimiento. Socrates, orgulloso de ver a su discfpulo responder tan répido, lo invita a continuar. Entonces, rodeando el circulo, Antistenes se pone a ca- minar. JePdeT, {Cudnto vale una evidencia sensible ante un razonamiento? Piatén, hacia 388 antes de nuestra era, en Siracusa, Todo Pitégoras por casi nada Tras la muerte de Sécrates, Platén ha viajado. A Megara, donde se encontré con Euclides. A Egipto, donde los sacer- dotes le abrieron los papiros sagrados. A Cirenaica, la patria de Aristipes. Sus ideas evolucionan con esos encuentros, lo mismo que sus proyectos. Platén se ha propuesto una tarea inmensa. Quiere recorrer de nuevo todo lo que se ha pensa- do para poder encontrar un nuevo camino. Exe gran periplo seria incompleto si Platén no pudiera recoger la herencia de Pitagoras. El divino maestro de Crotona parece haber detentado conocimientos esenciales sobre el orden del mundo, su arquitectura interna y sobre la liberacién del alma, Pero sus ensefianzas permanecieron en secreto. Faltan los testimonios y las obras. Su comunidad fue destruida, sus dispersos disefpulos se callan. Tanto miste- rio aguijonea atin mAs la curiosidad de Platén. Ha ofdo hablar de un cierto Filolao, un médico que ha- bria vivido en Crotona. Habria consignado lo esencial de las ensefianzas de Pitégoras en tres obras. Nadie parece haberlas lefdo ni visto. Algunos incluso dicen que esos li- bros no existen. Si Platén pudiese solamente poner su mano sobre esos escritos, Pero seémo conseguirlos? A la cabeza de Siracusa, el griego Denis se ha convertido en el amo de Sicilia. Platén debe encontrarlo. {Conocera tal ver el tirano la existencia de las obras de Filolao? Platén se embarca con esa esperanza, 90 zee Por casualidad, se encuentra en el entorno de Denis con un hombre que conocfa a gente cercana al alumno de Pitagoras. —Son los dioses quienes te envfan lice Platén—, jCo- noces ciertos textos que Filolao el pitagsrico hubria dejado en estas parajes? Si, esos textos existen. Los he visto. Los poseen los nietos de su hermano. —jLlévame ante esa gente! Una suerte de fuego se apodera del fildsofo, una fiebre por poseer las huellas antes de poder seguirlas. Platon se presenta entonces ante la casa de los parientes, de Filolao. El pitagérico ya no esti, pero se conservan reli- giosamente sus recuerdos y sus escritos. Se los busca en un cofre. Platén descubre finalmente lo que habia venido a buscar. Cuando se colocan los tres rollos cubiertos de polvo sobre la mesa, al lado de las escudillas de madera y el pan de cebada,el discipulo de Socrates no puede evitar estremecer- se. Finalmente tiene el tltimo elemento de su busqueda {Qué pasa? —preguntan sus huéspedes. —Nada—responde Platén, que busca disimular su emo- ‘Un pensatniento lo inquieta: ;qué suma querran? Ojala que no sepan lo que contienen esos libros! Le pedirian todo el oro de Atenas, Denis le ha dado a Platén 800 talentos, 0 sea 480 minas. El filésofo esta decidido a hacer bajar el pre- cio tanto como se pueda. Por suerte, los parientes de Filolao no tienen més que tuna idea vaga de lo que pueden valer es0s libros. —Danos 400 minas —dice el mayor de entre ellos. —;Cuatrocientas minas por esos viejos rollos estropea- dos, casi ilegibles? No hay trato —responde Platén con per- fecto aplomo. Ofreaco 50 como mucho. | | —Ni lo pienses. Sabes bien que el maestro de Filolao, el divino Pitagoras, ordené que sus ensefianzas no se transmitan a nadie. Corremos riesgos en acceder a que adquieras estos tesoros. Debemos recibir un precio por nuestra audacia. Platén reflexiona un instante. —No olviden que puede ser peligroso para ustedes con- servar estos libros. Saben que los pitagoricos no tienen mu- cchos amigos. Muchos discfpulos han sido asesinados. Deben pensar seriamente en esto. Teniendo en cuenta sus iltimas cosechas, que fueron tan malas, me puedo estirar hasta 100 minas Los cinco hombres se alejan para discutir en voz baja. Pasa un momento. “De acuerdo, por cien.” Negociacién con- cluida. Ya no le falta a Platén ninguna pieza para consteuir su propio navio. Cuando regresa de Sicilia con los libros de Filolao, sabe que muy pronto trazard su propia ruta J-P.de T. 1En qué se reconoce el valor de las ideas? Axiotea de Flionte, hacia 348-344 antes de nuestra era, en Atenas, Muchacha escondida, muchacha salvada Sies el por el rostro, esté bien. Tena la frente bastante alta, las cejas bastante marcadas, la nariz bastante derecha como para ser tomada por un muchacho. Evidentemente, la mirada era suave, la oreja estaba finamente disefiada. Pero habia muchos jévenes con esos rasgos. A esa edad, uno podia en- gatiarse. Sobre todo porque tenfa el cabello corto y enrulado y el mentén casi cuadrado. En contraposicién, se distingufa un muy leve bozo rubio en loalto de las mejillasy arriba del labio. La silueta serviria también: grande, un poco nudosa, los miembros sueltos, muy despegados del cuerpo. Axiotea es- taba orgullosa de su silueta seca, desprovista de esas redondeces que marcan a diez leguas la feminidad. Decidi- damente, tenia todo para ser confundida con un muchacho. Todo, incluyendo las grandes manos chatas, bastante finas, pero casi rectas. Todo o casi. El tinico problema, y el mas inevitable, eran los senos. Dos manzanas redondas, duras, colocadas en lo alto, demasiado visibles. No habia modo de que ce la tomara por un var6n si se veia la tela de su tinica extendida por esas formas arrogantes y firmes. Y, sin apariencia masculina, adiés al saber, la sabiduria, el crecimiento del espirieu hecho posible por la filosofia. Platén no querfa mujeres en la Academia. Sin embargo, Axiotea queria recibir su ensefianza. {De Platén y de nadie més! 93 Inventé el remedio. Una fuerte banda de tejido doble, terriblemente apretada, hace desaparecer practicamente los senos, También su respiracién, pero termina por acostum- brarse. Ha Ilegado de muy lejos, ha desplegado tantas astu- cias, inventado tantas historias. no va a tenunciar ahora, tan cerca de su objetivo. Pues ese abandono significaria la pérdida de la propia verdad, la eleccién de las sombras, del mal. Pero decidié no enceguecerse. Al convertirse en fildsofa va a caminar hacia la luz. Su alma debe ditigirse hacia el Bien, lo Bello. Ese mundo ideal del que es pariente. El problema es mantener la banda lo mas apretada posi- ble. También nécesita ponérsela sola, tras haberla deshe- cho a la noche para poder respirar. No habia forma, estan- do en la Academia, de esperar ayuda de una sirviente. En- tonces puso a punto todo un sistema de broches que la mantienen comprimida permitiéndole vestirse por sus pro- pios medios. No se pregunta por qué Platén prohibe mujeres en la ‘Academia. El que sostiene que la Ciudad ideal brinda a las. mujeres la misma educaci6n que a los varones, que las ima- gina entrendndose como ellos en la lucha y en el Pancracio, que quiere que monten a caballo y combatan, ipor qué las haapartado entonces de su escuela? Axiotea quiere sélo una cosa: poder estar presente, escuchar. No suefia més que con elevar su alma escuchando a Plat6n. O bien a Espeusipo. Es verdad que es de su confianza. Platén envejece. Sus cabellos se vuelven grises, a veces sus estos son menos seguros. Incluso a veces debe detenerse en medio de una frase, porque ha perdido el hilo. Al menos es lo que se dice. Con Espeusipo, las cosas funcionan distinto, Mirada vivaz, espalda recta, puede hablar por horas sin sig- no de fatiga. Tiene los dientes muy blancos y una manera de mirar como si escrutara el fondo de las almas DONDE SE VEN NACER ESUUELAD, CAssmtnctear os ‘Axiotea todavia lo recuerda, a pesar de que se ha eruzado con él hace ya varios meses. Un broche més y la estratagema serd perfecta. ;Por cuanto tiempo? ;Sabe claramente lo que quiere? {La calma de las ideas o la cama de Espeusipo! De hecho, se da cuenta, pot primera vez, que no Jogra separar una cosa de la otra. Desea todo a la ver, indisociablemente. La calma de las ideas y la piel morena de Espeusipo. Mientras renuncia a disociar el deseo de saber del deseo de vivir, Axiotea aprieta un poco més la tela, Tiene prisa por estar alli. Apasionadamente. R-PD. En la exigencia de la verdad, ;sabemos qué es en verdad lo que nos mueve? Platon y Aristoteles, hacia 347 antes de nuestva era, en Atenas. Resentimiento del maestro Su vida ya ha sido muy larga. {Qué no ha hecho! Combates en el gimnasio que le han dejado el sobrenombre de “an- cho” ("Platén”) a tait de su pecho de atleta. Meditaciones junto a Sécrates, el maestro que le cambié la existencia, Largos viajes, tal vez a Egipto, sin dudas a Siracusa Proyec- tos politicos, suefios de reformas profundas y de la Ciudad justa, donde el hombre de la verdad no sera asesinado por impulsos del pueblo. Platén lo ha vivido casi todo. La humillacién de ser ven- dido como esclavo. La alegefa de ser rescatado. Los trabajos del cuerpo, los vértigos del amor, los descubrimientos fun- dadores. Sin dudas un dfa, nadie sabe cuindo con certeza, a fuerza de escribir, supo que posefa una visién coherente del todo, cuerpo y alma, hombres y dioses, ciudades y leyes. Lo que habfa comprendido le abria el acceso a todas las pregun- tas que pudieran plantearle quienes lo ofan. Los principios se habjan vuelto definitivamente claros. Sin dudas tuvo que pasar por momentos de zozobra. Sin dudas quedaban zonas oscuras, puntos de doctrina mal ex- plicados. Nada de todo eso podia afectar sus certezas, Platén. tenia la sensacin de haber logrado poseer verdades decisi- vas sobre la organizacién del mundo, su funcionamiento y su porvenit. Esta conviccién lo habia llevado a regresar a Atenas y fundar la Academia, Habia puesto toda su fortunaen la com- 96 pra del terreno y en la construccién. Habia organizado la vida de todos los miembros de la comunidad. Habfa reparti- do los tiempos de formacién entre los comentarios de sus obras, la observacién de los astros, las matemsticas y la geo- metria, y hasta también la lucha y el tejido. Esa comunidad era una méquina destinada a perpetuar su filosoffa, para él “la” filosofia. Bibliotecas, archivos, ense- fianzas, ejercicios, discipulos, todo habfa sido concebido para transmitir y conservar su pensamiento. Eventualmente, para extenderlo y prolongarlo. La organizacién fue tan eficaz como para sobrevivir sin discontinuidades por casi mil aftos. Por tanto, el filésofo lo habia previsto todo. O casi. No habfa contado con Arist6teles. Brillante, estudioso, peligro- so discipulo. Al principio, no fue més que un buen alumno. Un joven dotado. Platén se reconocfa en él. A veces con emoci6n, Esa agudeza en las preguntas, esa sed de entender, sf, eso le recordaba a cierto joven al que habfa conocido bien. iY esi rapides en los argumentos! ;Y esa capacidad de trabajo! El muchacho parecta infatigable. Imposible de des- alentar. Nada, decididamente nada hacta retroceder a Aristételes. Y luego ese bello espiritu se puso a dudar de la realidad incorruptible de las ideas. Comenz6a querer observarla vida sobre la tierra, de los minerales a los animales. Se puso a clasificar, disecar, multiplicar las notas. Se lo vio sobre el puerto del Piteo eligiendo especimenes en las redes de los pescadores. Los mercaderes le wafan piedras y plantas de lu- gares lejanos. Algunos incluso transportaban, a su pedido, esqueletos extranjeros. Entonces Platén comenz6 a tenerle ojeriza. Se puso a re- prenderlo. Como no podfa acusar a Aristételes por querer instruirse, y no queria rebajarse a responder a sus objecio- nes, Platén, a fuerza de estar irritado, se volvig mezquino, Un dia, le resultaba desagradable el corte de pelo de Aristételes. Otra vez, sus vestimentas no eran elegantes. O eran llamativas. Inconvenientes, mal elegidas. Su manera de caminar, de sentarse, de ir y venir... nada le caia bien a Platén. Multiplicaba los comentarios. Miradas severas 0 ir6- nicas, consignas ridiculas. Reprimendas permanentes. Los fil6sofos también son seres humanos. R-PD. {Pueden disociarse totalmente los conflictos de ideas de las vivalidades personales? Aistételes, hacia 340 antes de nuestra eva, en Atenas. Aprender y no dormir Cuando habfa empezado a frecuentara Platén con sus 17 afios, nose habia dado cuenta, Habfa crefdo que serfa breve. Tal ver arduo, rudo y laborioso, por cierto, pero breve. Algunos afios, tuna decena tal ver. Enseguida Ilegarfa a la cima, habrfa fran- queado todos los obstéculos, subido todas las pendientes, aun las més escarpadas. Habria contemplado la verdad, las ideas, cel mundo inmutable de las formas. Sin duda, la vida entera no seria suficiente para explicar lo que brillaba por detrés a os hombres, esos enceguecidos, esos desdichados atados a las cosas materiales. Para comenzar, lo esencial era ese camino abrupto, Pero el recortido no habria de ser muy largo. {Error! Cuanto més pasaron los afios, més comprendié Aristételes que ese mundo de lo alto no existia, En todo ‘caso, no como lo imaginaba su maestro. El saber no era una ‘escalada, un escape por lo alto. Era un circulo, una inmer- sin en espiral, una bisqueda paciente, inmensa, multifor- ‘me, para recoger todo lo dado en el mundo, bajo todos los aspectos del mundo, y clasificarlo, ordenarlo, compararlo, reflexionar en cada uno de ellos a la luz de la razén. No podfa alcanzar con especular sobre la Forma y lo inmutable. El desafio de la inteligencia era la génesis de las formas y el engendramiento de las realidades, astros 0 moluscos, érbo- leso metales, recuerdos o fetos. Sin dudas, para conocer hay que razonar, teorizar, conceptualizar; pero a partir de lo que ha sido observado, constatado, disecado 9 Entonces comendé para Aristételes un camino sin pau- sas, Para organizar, antes de morir, la totalidad del saber en la medida de lo posible, debfa trabajar sin interrupciones, Comer mientras lefa. Manejar su tiempo. Ensesiar al cami- nat. Tener sobre la mesa varios ollos abiertos al mismo tiem- po. Tablillasal alcance de la mano. Fichas de papiro siempre preparadas. Dos escribas a disposicién que se relevaran. De- bia pasar de un estudio a otro varias veces durante la jorna- da para evitar la monotonia, luchar contra el aburtimiento, poner una fatiga a otra. Sabfa que era yna tarea interminable. Leer y criticar los, libros pasados, los filésofos pasados, comprender la repro- duccién de las especies vivientes, la organizacién de los Es- tados, los fundamentos de la moral, el curso de las estrellas, la composicién de poemas, la eficacia de los razonamientos, los mecanismos de la percepeién, las leyes de la logica, la digestién de los bovinos... Todo eso Hlevaria su tiempo. In- definidamente. Para reflexionar y escribir més no habia més que un camino. Habia que dormir menos. Entonces Aristételes invent6 una terrible obligacién. Un suplicio para sabios. Un instrumento de estimulo y de tortura para amantes del saber. Una maquina, verdugo de trabajo, con la que se infligia asf mismo la peor de las tensiones. A la noche, a veces muy tarde en la madrugada, cuando empezaba a cabecear, sus ojos a entrecerrarse, un esclavo, sin siquiera hablarle, sin interrumpir un instante su trabajo, llegaba hasta su mesa de uabaju y colocaba sobre su mano izquierda una bola de bronce. En el suelo, justo donde cafa la mano, el es- clavo ubicaba una mesa de bronce, pesada y sonora. Arist6teles seguia trabajando. El suefio continuaba inva- diéndolo suavemente. Cuando estaba exhausto, vencido, cuando su cabeza bamboleaba y cafa finalmente sobre la mesa de madera cubierta de rollos y de fichas, su mano izquierda se relajaba, La bola de bronce, con un tuido de trueno, gol- peaba la mesa y la hacia vibrar por mucho tiempo. Ese ruido ensordecedor resonaba dentro de su cabeza, hacfa temblar todo el crdneo, le impedia dedicarse al reposo necesario. Retomaba la lectura, las notas recomenzaban. Una ver, tres veces, cinco veces. La fatiga le hacta doler los ojos. Toda la cabeza era como un fuego. Pero Aristoteles le habfa ganado al suefio algunas reflexiones més, un pard- grafo, un tiltimo planteo. Se iba a dormir, apenas unas ho- ras, cuando ya no lograba leer, cuando la cabeza le parecia martillada desde adentro por la bola de bronce. ‘No es seguro que esta historia sea cierta. Algunos han planteado la hipétesis de un mecanismo mas elaborado, una especie de reloj hidréulico que habria lanzado la bola de bron- ce a una hora determinada de antemano para sacar al filéso- fo del suefio y hacerlo regresar ala mesa de trabajo. De todos modos, el objetivo seria el mismo: dormir menos para saber mas. Sélo éstarfa'atenuada la crueldad del instrumento. Tal ver haya que esperar que haya sido asi. Segtin se cuenta, un dia en que se le pregunts qué era la esperanza, Aristételes habria respondido: “Es sofiar estando despierto”. R-P.D. {Qué deseo satisface la aplicacién excesiva al trabajo? Onesicrito, en 326 antes de nuestra era, con Alejandro, en la India. Estar desnudo o no Finalmente habrfa de verlos. El camino le habfa parecido interminable, el calor sofocante, la polvareda insoportable. Desde el alba, caminaba con una tropa heterogénea: solda- dos, intérpretes, exploradores, indigenas. Griegos e indios, persas y gente de Sogdiana. Pero las érdenes son drdenes, y las de Alejandro se discuten menos que todas las demés. Ademés, Onesicrito, atin aplastado por el sol plomizo, no dejaria su lugar por nada del mundo. Encontrat a los gimno- sofistas. {Qué suefio incretble! Esos sabios completamente desnudos, desligados de todo, esos maestros legendatios. Fi- nalmente habria de escucharlos y verlos. El, el discipulo de Didgenes el cfnico, habria de ser el primer griego en cono- cer a e308 fil6sofos de la India, Sabfa que vivian retirados en los claros de la selva, enemigos de las ciudades, pero no los imaginaba tan lejos de la civilizacién. Después del alba, la pequefia tropa ha dejado el poblado. El sol esta en lo més alto. El aire raspa la garganta en cada respito. El paisaje es calcinado. Un esqueleto de perro, cada tanto, constituye el nico signo de que hay vida en ese hu- gat. A veces, Onesicrito casi siente miedo. Su ttinica se le pega a la piel, el sudor le cubre los ojos. El sol le quema la espalda. Tiene la sensacin de que el créneo va a terminar por estallarle. Entonces piensa en su misién. Esta encargado de invitar a los gimnosofistas de parte de Alejandro. Y encuentra el 102 coraje de prepararse. El, el discfpulo de Didgenes, vaa invi- tara los sabios cesnudos de esa tierra desquiciada a entrevis- tarse con el guerrero al que ha educado Arist6teles. Onesicrito encuentra en la idea de que su embajada filosofica es extraor- dinaria la suficiente energfa para no desvanecerse. Bebe un sorbo de agua. Est amarga y caliente jElespectaculo es increible! Todos inméviles. Todos des- nudos. Todos silenciosos, en diferentes posturas. Sentados, con las piernas cruzadas. O bien estirados, incluso sobre las piedras, al rayo del sol. Helos aquf por fin, los cabellos larguisimos, endurecidos, el cuerpo cubierto de arena o de cenizas y con extrafias manchas de color aqui y alld. Y sobre todo, es lo primero que sorprende a Onesicrito, sus ojos cuan- do miran parecen no ver nada. —Nobles sabios, vengo de parte de Alejandro, mi rey, cuyo poder conquisté el mundo, a invitarlos a hablar con él, pues desea conocer vuestra sabiduria. ‘No $e necesitan menos de tres intérpretes. El primero tra- duce del griego al persa, el segundo del persa al sogdiano, el tercero pasa del sogdiano a la lengua de los ascetas. La res- puesta tarda el mismo tiempo en recorrer el camino inverso. “Que el extranjero se acerque a Kalanos, el sabio. Onesictito se adelanta. El otro contempla su tiinica, sus sandalias, su sombrero y una enorme sonrisa ilumina su o3- euro rostro. “Si quieres hablar con nosotros, quitate todas esas vesti- mentas y ven a sentarte al sol sobre esas piedras complet mente desnudo.” Onesicrito no habfa pensado en eso. Siente que el piso se hhunde bajo sus pies. (Desnudo él? ;Delante de todos esos desconocidos, delante de sirvientes y soldados? ;Y bajo el 0] del mediodia, sobres esas piedras calcinadas? ;Y qué ha bria dicho Didgenes, quien se masturbaba a pleno dfa en la 0 IAN LOCOS COMO SABIOS plaza del mercado? ;Y qué dir Alejandro? Todo se mezcla en su espititu, Felizmente, interviene otro sabio desnudo. Habla larga- mente al ofdo con su intérprete que, a su vez, se ditige a su traductor. Luego, finalmente: “No, no estés obligado. Nos da lo mismo. Ta rey se honra cen querer conocer la sabidurfa. Esta bien, Cuéntanos lo que dicen tus sabios.” Onesicrito comienza a tranquilizarse. Retoma la compos- ‘ura. Explica.a ese sabio—cuyo nombre cree haber compren- dido como Dandamis- quignes fueron Sécrates, Pitégoras y Diggenes, su propio maestro. Le habla de su rechazo de las creencias habituales, de las opiniones consabidas. Su bi queda del bien, de la verdad, de lajusticia. Su preocupacién por la polis y por la mejor politica posible El dislogo avanza, generoso, incierto, inesperado, apa- sionante, trabado por el obstaculo de tres intérpretes, el ca- lor que no cesa, los universos lejanos en que vive cada uno de los interlocutores. Es finalmente el brahman quien tiene la dileima palabra. Desnudo sobre su roca, le da a Onesicrito su opinién sobre los sabios que viven en ese pais denominado Grecia. El brah- man jamés habfa ofdo hablar de ellos. Dice: “Me parece que son hombres de bien. Estamos de acuer- es €n eso. Pero estén todos demasiado preocupados por las. leyes.” Onesicrito no supo qué pensar durante todo el viaje de regreso R-PD. Bs posible rechazar todas las convenciones? Alejandro Magno y algunos brahmanes, en 326 antes de nuestra era, hacia Taxila, en la India. Aceite sobre el fuego Los escribas trabajan desde hace ya mucho tiempo. Alejan- dro exige empezar a leer la carta esa tarde. El texto es breve, pero no hay nada més largo y complicado que esas cadenas de traducciGn, Nadie esté jamas de acuerdo. Los que traje- ron la carta permanecen junto a los escribas. Estan sentados bajo el sol, desnudos, como siempre. Al supervisar el trabajo del grupo, siguen impasibles, lejanos, con la mirada vacta y ademanes lentos. Los griegos los aman fil6sofos. Ellos se consideran hom- bres del saber, gente del conocimiento. Alguncs llegaron trayendo una carta a ese hombre que desde hace meses ha conquistado todo su paisaje, atravesado montaties y rios, sometido reyes, derrotado a los ejércitos més aguerridos. No tienen miedo ni desprecio. Sélo la intencién de marcar res- petuosamente los limites. Finalmente, el texto en griego fue puesto a punto, relefdo, rectificado, vuelto a copiar. El archivista en persona se diri- ge a la tienda del emperador con un pequefio rollo en la mano. Cuando Alejandro lo abre, no puede evitar cierta emocién. El, que tuvo como preceptor a Aristételes, que fue criado con la filosofia, que sometié al mundo més amplia- ‘mente que nadie antes, recibe una carta de esos sabios que antes se ctefa tan lejanos que ningin griego jamés los habia visto. Hasta ayer se discutia su existencia y se hacfan pre- 105 1065, ‘TAN LOCOS COMO SABIOS guntas sobre sus costumbres. Esta ver son ellos los que se dirigen a él. “Nosotros, brahmanes, hemos escrito al hombre Alejan- dro, Si decides combatirnos no ganarés nada, pues nada tie- nes de qué apropiarte. No somos més que hombres desnu- dos, acostumbrados a filos.far. Te toca a ti hacer la guerra, a nosotros nos toca filosofar.” Esos términos placen al joven amo del mundo. Decide dirigitse a ellos sin armas, acompafiado sélo por una peque- fia escola No es hasta el dfa siguiente, hacia el final de la jornada, que logra avizorar el lugar donde residen, en el claro de una selva espesa. Lo que le interesa a Alejandro es saber lo que piensan. Esos sabios desnudos, retirados, venerados por to- dos, ;eual es su doctrina? Son habiles, expertos, ingenuos? {Llegan por medio de sus meditaciones a los mismos resulta- dos que su maestro? ;O tienen por el contrario otras opinio- nes? Cusles? Cuando llega Alejandro, ninguno de ellos se mueve. Como se lo esperaba, todos se quedan en su sitio, fijos en sus actitudes. Como si no pasara nada. Un deseo se apodera entonces del joven: ponera prueba a esos ascetas, descubrir- los, saber si son esttipidos o realmente extraordinarios. Hace reunir répidamente alos escribas. Sus preguntas fueron: {Por qué no tienen tumbas? {Qué es més fuerte, la muerte o la vida? {Lo primero es el dia o la noche? (Cuél es el mas ma- ligno entre los setes vivientes? Las respuestas son répidas, sutiles, incluso astutas, El con- quistador, que es conocido también por estos combates de ideas, esté sorprendido y seducido. Dos respuestas en parti- cular lo han conmovido. Cuando pregunté quiénes eran mas rnumerosos, silos vivos o los muertos, se sorprendis al escu- char responder a un brahmén: “Los muertos son més nume- rosos, pero no son contables, pues han desaparecido. Aque- Ios a los que se ve son més numerosos que aquellos que no aparecen”. Cuando Alejandro les pregunté a continuacién. qué era en su opini6n la realeva, recibié como un golpe de agua frfa la respuesta de un enjuto anciano: “Poder inicuo de Tacodicia, golpe de audacia de los aforcunados, fardo dorado”, Bl encuentro duré hasta que Alejandro pidié conocer a su maestro, si es que tenian uno. Se lo mostraron, un poco apartado, acostado sobre las hojas, con algunos melones co- ocados a los costados, un hombre aiin mas delgado que los otros, llamado Dandamis. Alejandro lo salud: “Soy el amo de los pueblos y las tierras que se extienden més allé, desde el poniente hasta aqui. {Y qué posees tii?” El brahmén le respondis sin levantarse: “Poseemos el sol, Ja luz, la luna, el agua, y eso nos alcanza para vivir” ‘Antes de abandonar a los brahmanes, Alejandro hace evar a Dandamis oro, pan, vino y aceite. —Teima esto, anciano, para que te acuerdes de mf. El brahmén estalla en tisas. —Estos regalos nos resultan inttiles, pero para honrarte aceptamos el aceite. jJunté leBia, la dispuso con mucho cuidado y, delante de Alejandro, vertis el aceite sobre el fuego con un gesto aten- toy preciso. R-P.D. {Quién puede prevender poseer el mundo? Pirrén y Anaxarco de Abdera, hacia i Pon Anau de Able, 310 antes de nuestra era, Las alegrias del barro La region es pantanosa. Hay que ser it aventura por all Dos slo ente lx patanes ee senderos poco segutos, caminan en silencio. Anaxarco, on espivitu diverido y butlén en un cuerpo ya envejecido, Pirrén, su discipulo, que se esfurza por permanecer impas ble, indiferente Estédecidido a no dar su consejo, pues en realidad no posce consejos sobre nada, Si nada existe euya veracidad esté comprobada, por qué ceder alas emociones! {Qué se sabe en suma? No gran cosa. “one Pirrén y su maestro Anaxarco marchan juntos desde ha mucho tiempo. Caminan porque no hay otra cosa que ee cet Sin querer preocuparse po os regs del ugar La rata agosa, seguro. Probablemente, incierta, pero no me- nos que las opiniones humanas. ;Cémo saber i las cosas qu cxapan hastahoy anuesta capi de conocimient, a oe rnd neasomalisLorquehan dichoqu este ani ii su camino se aventura hoy por es lerc izc es ue prefrern it derecho antes que confine le vone gptsones de oromes spans inslube emo on ida es un sueno. Algo como e Pies, qu puede devine deun auch! Nodentotaie St te sofiado. Dos amigos, curvados ya por el peso de los afios, s ies por el peso de los afios, 108 Sullargo camino es ahora un terreno ahogado porel agua, ese tipo de lugar del que el comin de los hombres dita sin vacilar: “He aqui aguas lodosas, por lo tanto un peligro”. jHabrfa que regresar desde donde se ha Tlegado baséndose fen una opinién consabida? Y si el peligro no estuviera all donde se lo ha creido? {Si la muerte nos esperara més bien. fen casa, tranquilamente, en nuestro lecho, esa misma no- chel, se pregunta Anaxarco, que no pierde ocasién de dis traerse con el espectculo del mundo. De repente, la tierra desaparece bajo los pies. Anaxarco se resbala, cae hacia delante sobre el fango, se hunde en el agua barrosa. Habria que ayuxlarlo, sacarlo de allt. Pieron sigue su camino como si nada ocurriera, sin dirigitsiquiera tuna mirada a su maestro. El otro, hundido hasta el codo, agita en silencio la mano embarrada. El discipulo permane- ‘ce derecho sobre sus piernas. Pretende liberarse por comple- todel punto de vista humano, no quiere determinarse a nada. Se esfuerza por dejar que las cosas sean lo que son, libradas de todo juicio. Jamas diré que Anaxatco se ha caido. Ade- ids, se ha cafdo Anaxarco? (Esté en dificultades? “Qué vergiienza!”, dicen los campesinos. Han visto al anciano resbalarse en el barzo. Todos juzgan severamente la indiferencia de su discipulo. Esos son los juicios de los hom- bres. Siempre saben lo que conviene hacer o decir. Varios campesinos se disponen a golpear a Pirrén cuando aparece elviejo maestro, cubiertode barro. Noes lindo de ver. Avanza ‘con paso firme hacia su discipulo. No hay dudas de que aho- rava a reprenderlo. Pero no. Anaxarco abre grandes unos ojos que muestran més reconocimiento que célera. Aprieta con sus brazos all impasible Pirtén, trasmitiéndole en un mismo gesto su ba- tro y sualegria, Para él, el accidente carece de importancia, pero la reaccién de Pirrén es maravillosa ny LAUD COMO SABIOS ‘{Han visto?”, pregunta a los campesinos. “ bilidad! {Qué indiferente se mantuvo! do por su maestro!” El maestro no de} stro no deja de elogiar a su discipuul dierene, ¥ de flicitarlo. Girando hacia los, que qued finalmente Anaxarco dice: "No aseguto que ess eee m peligrosos, Pero estoy de acuerdo en que 0s tiltimos espectadores esbozan una sontis “Qué impasi- iMerece ser estima siempre in- lo parecen”. isa tonta, J-P de T. ‘La indiferencia es libertad? Diodoro, hacia 300 antes de nuestra era, cen la corte de Ptolomeo Soter. El desaffo imposible No eran juegos de palabras, ni siquiera simples juegos l6gicos. © Cuando las personas de Megara planteaban un problema, una especie de adivinanza, un desafio incongruente, iba siempre en serio. Por cierto, sabfan refrse de esto. No ignoraban el cardcter extrafio y desconcertante de sus enigmas. Pero tam- bién sabian cudnto tenfan que ver estas aparentes distraccio- nes con la organizacién de nuestros pensamientos, nuestra concepcién del tiempo, del movimiento, de la acei6n, junto a aquello que podemos decir 0 no decir, pensar 0 no pensar. ‘Ast, cuando se planteaba: “Lo que no has perdido, lo tie nes siempre”, je6mo no acordar? Entonces el megarita conti- nuaba. “No has perdido unos cuernos?” No se podfa decir que no. En efecto, jams, por lo que sabfamos, halfamos per dido unos cuemos. Apenas se veia hacia donde queria it, uno ya se hallaba atrapado: “Entonces tienes cuemos" Lo peor de todo era la confusién entre dos evidencias: la conviccién intima, tenaz ¢ indeclinable de que no teniamos tcuernos, y que era verdad que era as, y la comprobacisn logi- ‘cai no habiéndolos perdido nunca, evidentemente debfamos poseerlos siempre. La cuestién derivaba muy pronto hacia aquello en lo que se puede confiar. Patecta que esos juegos no eran simples divertimentos. Algo en ellos producia inquie- tud. Afectaban la relacién entre palabras, pensamientos y cosas, para desbaratarla, anudarla de manera inesperada, ut Diodoro era maestro en ese género de justas. Ademés, se le atributa la paternidad de la historia de los cuernos, lo que otros discutfan adjudicéndosela a Euclides. Nadie, en todo caso, le discutfa la patemnidad de sus cinco hijas, todas ellas convertidas en Iégicas. Indudablemente sutiles, capaces de Paralizar con tres o cuatro preguntas a los filésofos més aguertidos. Se seguian riendo todavfa de la cara que puso un extranjero al que le mostraron, a la manera de su padre, que el movimiento no tiene existencia, salvo en el pasado. Un cuerpo no se mueve en el lugar en donde ests, pues lo aban- dona, ni en el qye no esté, porque no esté. En compensa- i6n, nadie podrfa negar que el céntaro que estaba ayer aqui std ahora alli. Entonces, puede decitse que el movimiento ha tenido lugar pero en ningtin caso ha tenido lugar. Las cinco se refan sin descanso pensando en el dia en que su desdichado padre légico se habia luxado el hombro. Su- fifa terriblemente. Lo llevaron a ver a Heréfilo, el médico de la familia. Este, con una leve sontisa burlona, comienzé a decirle al filésofo herido: “Lo lamento, pero no hay nada que hacer. No puedo intervenir porque usted no tiene nada, En efecto, su hombro se ha luxado en el lugar en el que esté, © sea en el lugar donde no esté, pero no se luxé alli donde estaba, ni all donde no estaba, por lo tanto no est Iuxado”. Felismente, a fin de cuentas Her6filo era mas médico que légico. Puso en su lugar el hombro de su amigo Cronos En efecto, ése era el sobrenombre de Diadoro, como an- tes lo fue el de su maestro, Apolonio. El mote era ambiguo. Podta aludir en efecto al terrible padre de Zeus, el tiempo que se devora a sus propios hijos. Nombraba también, y ésta era la parte mala, a un viejo loco y chocho, una especie de pelimazo desvariado. En el fondo, puede que esa ambigiedad no le desagradara a Diodoro. Nada de lo que era tetorcido podia desagradarle. Era por eso que apreciaba a Estilpén. Por supuesto que para todos eran rivales. Algunos incluso los consideraban enemi- gos mortales. No era falso. Pero a Diodoro no le desagradaba tener en Estilpén a un adversario de su talla, un verdadero dialéctico, capaz de elaborar arduos enigmas, preguntas con doble sentido, con triple fondo, con miiltiples niveles. Seale- ‘raba de su encuentro en esa tarde. Le producfa un poco de tremor, pues sabfa que asistiria el rey, al igual au un ato auditorio, Estilpén estaba en lo mejor de su edad. El comen- zaba a volverse viejo. El hombro le dolfa, su oreja se enroje- sar de todo, serfa un gran momento. aac ee en la gran sala del palacio, bajo la mirada de Ptolomeo Soter y de toda su corte, Estilpén se pone de pie. No es grande, tiene el cabello negro, un aire decidido. jonorable Diodoro, sabemos todos la amplitud de tu cien- & Y i pedennise de tu espiritu. Ayidame, te ruego, 2 salir de este atolladero. En efecto, me he dado cuenta de que nadie en verdad puede decitse mortal. Entre aquellos a los que se niombra asi, los vivos no pueden decir ‘he muer- (o sin mentir y los muertos nada pueden decir. En cuantoa Jog inmortales, vade suyo que para ellos no es una frase que reute werdader, Aa leto que nae ude deci esto, el hecho de ser mortal no designa ms que una posibi- lidad futura en lo que concierne a cada uno de nosottos y para nada una certeza. Diodoro siente de repente mucho calor. Tiene la impresién de que el méemol desaparece bajo sus pies st queda eS silencio un momento, incaparde encontrar una iea. Ve los elementos del problema, comienza incluso a entrever dénde se encuentra la falla, pero no logra encontrar el hilo de su planteo, Su oreja comienza a enrojecer. Balbucea algunas palabras tartamudeando, lo que jamais le ha sucedido, Un murmullo recorre la sala, y luego otra vez el silencio. =i bien, Cronos? —dice el rey en un tono entre severo € irénico. Diodoro mira el suelo, Todo lo que le viene a la mente es complicado, demasiado técnico, demasiado largo de expli- car. Mejor seré que lo escriba. Es eso, va a escribitlo. Los cortesanos retienen su aliento. De repente uno de ellos retoma la altima palabra del rey y dice con vor sorda: Cronos". Todos lo imitan. Toda la gran sala pronto escande cen vor baja: “Crongs.. Cronos... Cronos... Cronos. El viejo Diodoro sale con la cabeza baja, Justo antes de cruzat la puerta, se da vuelta para decir: “Mi respuesta debe ser escrita. Voy a componerla. Hasta mafiana”. Pero no convence a nadie. Llegado a su casa, llama a su escriba. Le dicta toda la noche una respuesta sabia y argumentada. Cada tanto lo detiene para que se la relea. Si, se sostiene. Sin embargo, todavia no es concluyente, queda en un segundo plano un punto débil que hay que suprimir. Entonces Diodoro redis- tribuye, precisa, desarrolla, diseca. Cuando se le lee el diti- mo argumento, tiene la misma impresiéni el andlisis es més fino, el vinculo entre las ideas més preciso, pero sigue sin ser del todo convincente. Al alba, dicta todavia algunas palabras a su fatigado es- criba, para enviar el rollo completo a Estilpén y las tablillas ‘a sus hijas. Luego, Diodoro sube sin una palabra a lo alto de la muralla y se lanza al vacto. R-P.D. {Puede mater un argumento? ‘Alexinos de Blis, hacia 280 antes de nuestra era, en la region de Oli. Una escuela ejemplar Alexinos es discutidor. Ha llevado hasta su cima el arte de lacontroversia. Victorias y fama no le alcanzan. Reunir gente a su alrededor es ahora su camino més deseado. ;Dénde ins- talarse? jEn Elis, su ciudad natal, donde hizo el aprendizaje de la filosofia? {Es una ciudad suficientemente prestigiosa para acoger su escuela? Merece ella su grandeza? Hay que encontrar algo mejor : jAtenas? Ya no se tiene en cuenta a los pequefios maes- tros qué reciben alumnos. Incluso los grandes tienen pro- blemas para hacerse escuchar. Se dispuran los jévenes, se pelean por su presencia y sus dracmas. No es cuestién de hhumillarse a esas bajezas. Ademds, todo es demasiado caro en esa ciudad, las calles son poco seguras, la juventud pretenciosa transforma el oro de la sabidurfa en plomo. Hay que darle la espalda a Atenas, sol engaiiador. {Donde instalarse en esas condiciones? “Somos llamads a trasladamos alli donde conviene a los mejoresentre los mejores”, declara sentenciosamente Alexinos a susalumnos. Recuerda haber visto en la regisn de Olimpia, bajo un techo de olivares, una parcela de tierra roja a precio modesto. Ser formado por el propio Alexinos tendré ese pre- cio. Habrd que concebir una escuela de una clase completa~ mente nueva, parecida ala polis donde reinan los desafios, los concursos, la lucha por la victoria. Partamos sin demora. us “Bsa escuela serd Ginicamente para aquellos que conciban Ja vida filos6fica como un pacto de exigencia con uno mis- mo.” El maestro tiene frases que suscitan en sus alumnos una admiracién absoluta. Habria que reflexionar antes de saber eémo utilizar to mejor posible el terreno, una vez concluida la compra. Se construiré en esa zona sombreada antes que a la vera del camino. “Sélo la excelencia tendra lugar en esta escuela”, repite el maestro. Los discipulos ya desmalezan, cortan las Tamas, escriben en el suelo los planos de las edificaciones a realizar. El entysiasmo es digno de verse. Deja presagiat la fundacién de una plaza fuerte para el pensamiento Sin embargo, muy pronto el vigor se desvanece. Los bra- 20s decaen por la dureza del trabajo, Los gastos ya son consi- derables, los ingresos tardan en llegar. Hay algo més grave. El lugar es insalubre. Sin dudas, el terreno ha sido mal elegi- do. Hubiera sido preferible ese valle detras de la cresta de las colinas. Aqui no son las argucias de sus adversarios las que ponen en riesgo la dltima palabra del maestro, sino los mos- Quitos. El arte de la heuristica merece algo mejor que esa colonia de insectos. Nos hemos equivocado por apresurar- nos. Hay acuerdo sobre eso. Uno a uno, los alumnos deser- tan de esa escuela que no es més que un cfrculo sobre el suelo. Alexinos se queda solo con un sirviente. “vAdénde irén ahora”, pregunta el profesor sin alunos siguiendo el vuelo de un pijaro. Cansado de correr tras los hombres que no se dejan ensenar, Alexinos decide quedarse alli donde el destino lo ha conducido junto a su sirviente. En esa tierra olvidada de los dioses, si no se puede fundar una escuela, (se podra, pese a todo, seguir pensando? Asivivieron, durante largos afios, en una choza rudimen- taria, el discutidor que sofiaba con la gloria y su desengaiia- do lacayo. El filésofo seguia inventando nuevos argumentos repletos de ingeniosas paradojas. Desafiaba con el pensamien- Srna a eee wen se ocupaba de los pollos y los olivos, cultivaba algunas le- gumbres. Los dos habfan a por ser indiferentes a uitos, que los picaban con frecuencia. Fak find undo, Alexinos se lst mientras na daba un dia en las aguas del Alfa, con la punta de un acanti- lado. La herida se infect6. Y luego Hegé la gangrena. El gran hombre muri6. Nadie hizo duelo por él JeP.deT. ZA qué llamamos azar? i Epicuro, hacia 271-270 antes de nuestra era, en Atenas. El recuerdo del placer Es un dolor terrible. Le atraviesa el bajo vientre, lacera las centratias. Pesa y transfigura al mismo tiempo, sucede en ata- ques incandesceptes..Hace ya varias semanas que dura Epicuro esta exhausto. Esa noche sigue buscando un poco de aliento con los cabellos pegados a la frente por el sudor. Hace frio, a pesar de la suavidad del aire de esa noche de verano, tanto frfo que ajusta su cobertor y saca las ufias para tocar el borde apretado, apretado, imagindndose asf que al mantenerse bajo la tla, pod dejar de esremecerse yen- contrat un momento de respiro, una zona de calm: | contrarun momento derespir, una zona de alma, Apenas Cuando el dolor esté en su punto més alto, cuando los ataques se siguen en breves intervalos, es en esto en lo que piensa: acceder, al menos por un momento, a una zona de calma. Sobre todo cuando los dolores se combinan y se ex- panden y cuando al peso terrible que agota y desgarra la ve- jiga le responden las tensiones del vientre, los torrentes in- temos de la disenteria que aprietan su carne contra el lecho. Incluso se reiefa si tuviese la energia suficiente. El que ha sostenido que: “la fuente y la raiz de todo bien es el placer del vientre’, él que siempre estuvo convencido, que no reniega ni rectifica nada de su doctrina, descubre ahora que el mal también viene del vientre. No hay otro bien gue el placer, no hay otro mal que el dolor, evidentemente. Ese es el pun. to de partida, el indispensable esclarecimiento para evitat us [DONDE SE VEN NALen e=Uveers las tonterias moralizadoras, cuando casi todos suponen que el placer puede ser un mal, lo que es absurdo. {Pero qué hacer cuando los dolores regresan, lo hunden, lo aplastan? jLlegar a la conclusién de que desde ahora el mal ha triunfado? ;Poner término a su existencia para abreviar el su- frimiento? ;Volver a decirse una ver més que los dolores ms insoportables no duran (uno se desvanece, muere) y que los dolores que se prolongan son posibles de sobrellevar? El viejo maestro casi duda ahora de esas evidencias tan- tas veces explicadas, aqué mismo, en el Jardin, a tres pasos de esa cama, a los amigos discipulos que vivian con él. To- das esas bellas palabras no valen demasiado ante la catarata de espasmos que lo sacuden en su interior. © Se trata de aferrarse a algo. {Qué tiene a mano? El recuer- do del placer. Las alegrias pasadas pero siempre alli, siempre intactas en la memoria. Si las encuentra, las despliega; si lo- gra sumergirse en el pensamiento, si tiene la posibilidad de pensar en ellas con suficiente fuerza, tal ver pueda abstraerse ‘un poco del dolor y lograr derrotarlo a través del recuerdo _reencontrado de la memoria. Vale la pena el intento. ‘Ademés, las noches como ésas eran las mejores. Noches de gran calor, con una brisa marina que recorre ligeramente Atenas y sacude los arboles del jardin con un soplo tibio y regular. Todos estaban reunidos antes del final del dia yjun- tos habfan preparado la mesa. Pan de cebada, agua, aceitu- na, dientes de ajo y cebollas, queso blanco, jqué fiestal, in- cluso miel clara y perfumada. Para un apetito ya intenso, zqué perfecto festin! Acompafiado de la confianza de los amigos, que habjan elegido buscar y compartir juntos la ver- dadera vida. Pues era es0, por supuesto, lo més dulce, lo més preciado. Epicuro recuerda. Las conversaciones. Nada de artificia nada de vacfo, jamés entre ellos una fanfarroneada o vanas w TaN! LOCOS COMO SABH0S uerellas. Tampoco justas oratorias o falsas apariencias, nun- a. Sélo didlogos con el corazén y el alma abiertos, exigen- tes, tenaces, sus protagonistas siempre dispuestos a seguit la verdad tan lejos como se pueda Nada més tranquilizador, mas sereno, més duraderamente 02080 habia experimentado en el curso de su existencia que una palabra verdadera intercambiada entre amigos, a la no- che, en el Jardin, tras haber comido y bebido el agua atin fres- ca de la fuente. Se acuerda claramente, patentemente, del rostro de Idomenea, de la redondes de sus mejillas (todo en ella era redondo, st hombro, el ojo ls senos, incluso las rodi- las), de la dulzura de su vor y de la pertinencia de sus afirma- cciones. Ademés recuerda las tantas noches, incluso las mafia nas pasadas en responder a sus preguntas, viéndola sorpren- derse, reir a carcajadas. Una risa que le hacfa tan bien. Recuerda también a Leoncia. Habfa llegado una noche, muy tarde, trafda por Metrocles. Lo habfa ocupado toda la noche, una locura, pues era excesivamente querible, asf como excesivamente joven, bella, inteligente, soberanamente in- teligente, y libre. Sin embargo dulce, contra todo lo espera- do, maravillosamente dulce. ;Cémo, si no, hubiera ella po- dido pensar en quedarse con un viejo filésofo y mimarlo con tanto tacto? Encuentra ahora la exacta sensacién de sus labios en su ruca, acompariada de ese curioso y pequefio gesto con el cual le acariciaba la cabeza. Nadie, entre los amigos del Jar- din, se preocupaba por su diferencia de edad, sobre todo la propia Leoncia. Nadie pensaba en enojarse con el oficio de Leoncia. Tampoco nadie se molestaba cuando Hegaba, en medio de todos, para tomar al anciano entre sus brazos. Fi nalmente nadie habria pensado que habia algo que decir por el hecho de que ella fuera tierna con tantos otros amigos Sobre todo no el propio Epicuro Recuerda también esos tiltimos atardeceres en los que ella posaba su cabeza sobre su vientre y terminaba por desapare- cer entre los pliegues de su toga. T Al alba, sus amigos encontraron muerto a Epicuro. Se habfa sacado la frazada. Sus cabellos estaban secos. Una li- «gra sonrisa parecta tecorrerle los labios. Estaba en pat. R-BD. {En nombre de qué es condenable el placer? Ariston, hacia 250 antes de nuestra era, en Atenas Los caprichos de la fortuna Suspender su juicio no es el ejercicio favorito de Ariston. Es més, puja sobre Lo que su interlocutor afirma o niega, ante cualquier cosa que diga, ‘@Dices que hace calor? Muy bien, entonces hace calor, yo también lo afirmo. Ahora dices que hace frio, te buscaré en esa ciudad a un enfermo que tira. Estaré de acuerdo con todas tus afirmaciones. Sea lo que sea que hayas forrmula- do, ke encom a ¥ justo. Esto 0 aquello, es todo cuestién del punto de vista. Mira el paisaje desde este sitio. Ahora cambia de lugar: no tienes el mismo punto de vista, Lo mismo valdré para la politica, la guerra, el teatro, incluso la filosofia. Aristén repetiré lo que escuche decir, pues el sabio no tiene opinién, luego seguir’ su camino. Sin embargo, un cierto Per embargo ios se cans6 de escuchar a rist6n decir s, luego no, y comportarse en cualquier situa- cién como un actor que declama lo que se le pide. “{Como se puede decir sf, si el instante anterior se dijo no?” Esta manera de actuar ha pucsto a Persaios de p mw humor, Esa proclamada indiferencia era falsa. Sus juegos no eran mas que monerias. Se propuso sacar a Aristén fuera de ese tea- tuo. E imaginé un plan para conseguirlo. Persaios albergaba a dos gemelos por los cuales tenfa gran afectoy les ensefiabael arte dela cesteria, En efecto, Pesaios, ademas del interés pot las justas filosdficas, conocta el arte de 12 confeccionar cestos que eran famosos en toda Atenas por su robustes. Un dia en que Aristén acababa de afirmar lo que hhabia negado un momento antes, Persaios decidié actuar. Deposits en un sélido canasto todos los ahorros de sus” padres. A primera vista, se adivinaba que habia alli una suma bastante considerable. Agreg6 también sus propias reservas ¢ hizo llevar todo a la casa de Arist6n por uno de los geme- los. Vigilado por Persaios, que lo segufa unas casas atras, el adolescente avanzaba con esfuerzo llevando el canasto so- bre el hombro. Llegado a su destino, deposité su carga ante a puerta del gran indeciso. Golpes, lamé y Aristén termi 1 por presentarse —jEres vii Aristén? —le pregunts Soy yo. —Tengo aquf una gran suma que debo entregar a Aristén. Quiero estar seguro de no darsela a otro. — Pero quién me hace enviar este dinero? —Alguien cuyo nombre no puedo revelar. (Qué impor- ta, ademés, si esta suma es desde ahora tuya? —Tienes raz6n. —Debes estar muy feliz de recibir este regalo de los dio- No lo sé. Tal vezsea un bien, tal vez sea un mal. (Quién sabe? Tal vez mafiana tenga una nueva casa cuyo techo se me caiga en la cabeza, No hay que alegrarse por nada, porque uno no conoce las consecuencias de sus actos. Es por eso que este canasto, como ves, me deja realmente indiferente. En ese momento, pasé el otro gemelo. Al ver a su herma- no, se adelanté, se acercé y tomé el canasto. Sin una pala- bra, Ariston siguié con la mirada al joven, ligeramente in- quieto, a pesar de su indiferencia. Lo miraba sin compren- der c6mo se fugaba ahora al regalo inesperado, que acababa de llegar: ~Yo crefa que era mio desde ahora... Pero usted decta... —iQué decta? —..que todo esto le era indiferente —Si, en efecto. —iPor qué deplorar la pérdida de este dinero, si su uso podrfa colocarlo a usted en una mala situacién? —Tienes razén. El dinero no podria hacernos més acce- sible el camino de la virtud. Habria seguramente corrido gra- ves pelgros aceptando el regalo que se me hacia. Ese dinero ubiera estado gll{ disponible, lo hubiera gastado 4 bubiee gastado, Ya no esté, Aristén se pas6 la mano por la barba y lanz6 un largo suspiro. Finalmente pregunt6: ~—iSabes por qué camino se fue ese muchacho?. J-P. de T. Vivimos mis allé de las apariencias? Crisipo, hacia 205 antes de nuestra era, en Atenas Morir de risa A final de una larga vida en la que ha escrito bastante y deambulado durante suficiente tiempo por el pértico, al norte del égora, Crisipo se senté en un banco. Deposité a su costa- do algunos higos para comer. Las obras del espiritu no han alejado a los estoicos de las cosas simples. La idea de morder esa came azucatada le hace subi una sonrisa alos labios. El aire fresco balancea las hierbas entre las piedras. Las cigarras, de la Pnyx se mueven con extrafios ruidos. La polis se agita suavemente con la luz del fin de un dia en que el mundo se encontré una vez inds de acuerdo consigo mismo, soberano. El hombre esté de acuerdo con esta soberanfa, alcanza con tender una mano, abrir la boca, recibir aquello que muy pron- to-estard en su garganta. Aceptar lo que es: a higuera, el higo, el apetito que lo hace tragar, el banco donde esté sentado para comer. Como si el festin ya no fuera sufi grande, la sirvienta viene a proponerle una copa de vino. Esa sirvienta tiene la edad de Crisipo, es decir bastante. Comparte su vida, ese momento, incluso ese banco. No ne- cesariamente sus reflexiones, El fildsofo cree que el destino es clemente esa noche, Tal vez mafiana sea duro, menos fa- vorable. {Para qué servirfa protestar? Aceptar aquello con- tra lo que nada podemos hacer, ése es el «nico camino sin perturbaciones. La vieja sirviente no gira la cabeza. Conoce de memoria esos momentos en que su maestro de repente muestra un aire ausente. entemente 1s Crisipo no ha visto a un asno que se ha acercado al banco. No se ha dado cuenta de que ha atacado los higos uno por uuno, atrapando los mis lejanos de un lengiietazo, Sélo se so- bresalea cuando el animal busca los frutos que se hallan en los pliegues de su tinica. Cuando descubre el hocico del animal, comprende que debe renunciar a su reftigerio, que su presen. cia en ese banco ha perdido todo sentido. Crisipo se rie. —iMira este animal! —Ie dice a la anciana, y se rie mas fuerte Larisa sorprende al asno que saca hacia atrés la cabeza —Dale un pocade vino para que trague los higos —dice Crisipo que ahora casi se cae de la risa Se exulta ante la idea de que ha dejado hacer, de que no se encolerizé ante la visita del asno. He aqui la libertad del sabio. (Crefan que ese anciano serfa el rehén de un destino vestido de largas orejas? Pues no. Ademés, jactud el asno en su contra? Para nada. {Contra los higos? Menos atin. jEn qué hacerlo responsable de los mandatos de la naturaleza? Esta ver el anciano se atraganta de risa Al tiempo que la vieja mujer se levanta y trata de pedir auxilio nadie hay alrededor a esa hora~elfildsofo se cae de su banco, con la cabeza hacia delante. Muerto. Caido ante un destino amante de los higos. JeP.deT. iCémo defini lo insuperable? Denis de Heraclea, hacia 200 antes de nuestra era, en Heraclea. Cambiar de tunica “Denis, tii no estabas al comienzo de la vendimia cuando expliqué qué es un circulo vicioso y eémo evitarlo. Es por lo tanto inevitable que hoy caigas en ea tampa, incapaz como eres de reconocer un razonamiento falso con apariencia de verdadero.” Alexinos no est contento. Los alumnos que se ausentan lo hacen encolerizar. ;Tiene Denis siquiera una excusa —jPor qué no asististe a ese curso? 1 ro —La tempestad me impidié embarcarme. Tuve que per: manecer en la casa de mi padre. —jDénde vive? —En Egina. | El maestro sefiala con el dedo a un alumno sentado al costado que esté leyendo. ; : El tambien vive en Ea, Legs sin inconvenient e cudndo crees que jentira es una virtud? (Quién te {Desde cuindocrees que la ment ‘mete esas tonterias en la cabera : ‘Alexinos reflexiona, desconfia, quiere tener el coraz6n limpio. —|Frecuentas a otro maestro? He visitado ocasionalmente a Menedemos. Has sacado algtin provecho de sus lecciones? Me parecen interesantes. No puedo asistir con él y contigo? esa — {Crees posible sacar de unos y ottos lo que te interesa, aqui y allé, como se hacen las compras? 127 Se habian imaginado mil medios para reforzar las puertas de las escuela. Los maestros se viglsban, se peas nos trataban de robarse los alumnos de aus vecinos, Otros rechazaban que se fuera infiel a sus ensefianzas.;Se poda pensar una cosa hoy y la inversa mafiana? Pero jdeben los alumnos atenerse necesariamente al aprendizaje de una sola doctrina? Habia tantas posibilidades. ;Por qué limitarse a un tinico maestro? Denis habia probado. Para él, los maestros estaban he- chos para sr traicionados. (Come uno en su vida s6lo cebo- llas 0 sélo habag? ;No era acaso la diversidad una higiene para el espritu? Arcesilas, el primero, uno de los maestros de la Academia, llevaba con su comperidor a quien hubiera planteado la intencidn de abandonarlo. Entonces Denis se fue a Atenas a escuchar a Heréclito quien habia frecuentado la Academia. Luego regress a sa patria. Entonces habia seguido los cursos de Alexinos, fa- soso por su are para imponens eh todas as ontroversias co habia visto después escuchar a Menedemos, el princi. pal adversario de Alexinos. Continus luego cortiendo de- tras de otros maestros, estudiando sin reglas y sin eompro- to, Baca pound en tds spares en ue Cuando finalmente se eruzé en su camino con Zenén Denis creyé descubrir la asiduidad. Eso llev6 aeste uiletante a realizar un gigantesco esfuero. El, que mezclaba alegre: = a Platén con Atistételes, de quien habia seguido las ‘ones en la época en que ésteensertaba en la Academia, debié realmente aplicarse. Sin gran éxito, pues ya no recor. daba la manera en que sus maestros de heuristica le habfan ensefiado a reconocer los silogismos mal construidos. A pe- sar de todo, fue un momento conmovedor, cto un tien suspendido en el vuelo de un ave migratoria, Zendn retuvo a Denis mucho més tiempo que cualquiera de sus maestros. Pero Denis no retuvo a Zenén, De la misma manera que no etuvo claramente en la memoria todas las lecciones de los maestros encontrados y a su turno abandonados. De esta errancia filosofiea, Denis habfa sacado de todos modes una curiosa téctica. Para él, fuera cual fuera la difi- cultad, habfa una solucién en alguna parte. Alcanzaba con ira buscar en tal 0 cual sistema, bien 0 mal comprendido, para salir en un movimiento de un mal paso. Toda su vida Denis recurrié a esta estratagema. En principio, permaneci6 fiel a las ensefianzas de Zenén y a la escuela del Portico. Pero no era un estricto estoico. En funcién de los momentos y de las circunstancias, sacaba del taller de su memoria la herramienta que le parecfa mas conveniente. Finalmente, una enfermedad en los ojos arruiné sus Gl- timos afios. Denis tendié entonces a quejarse mas de lo que deberia hacer un verdadero estoico en ciscunstancias semejarites. Para tales hombres, la enfermedad pertenecta a los acontecimientos indiferentes. Se le reproché a Denis esa inconsecuencia. Se le sefialaba que si las personas salu- dables debian servir a un tirano, y por eso perder la vida, cuando los enfermos fueran dispensados de esta servidum- bre y escaparan asf a la muerte, el sabio elegiria estar enfer- mo. Por lo tanto, la salud no hacfa nuestra felicidad. En- tonces, la enfermedad era algo claramente indiferente. “Se ve bien que no eres ti el que sufte”, contesté el an- ciano, que ademas ya no sabia lo que habian dicho precisa- mente sobre la enfermedad Heréclito, Alexinos, Menedemos o Platén, Denis ya no sabfa bien dénde comenzaba ni dénde ter- minaba la doctrina estoica, ni cémo distinguir los sistemas que habfa estudiado en otro tiempo. Su cabeza era un taller desordenado donde no encontraba casi nada. Antes de mo- fis, fue tentado por la gente de Cirene, que perpetuabs el pensamiento de Acistipes y su filosofia del placer. Se lanzé hacia alla y perdié todo contacto con el Pértico. J-P. de T. En qué se recomoce un esprieu dbl? (QUARTA PARTE Donde se ve el regreso de las creencias magicas Algunos de entre ellos aprendieron a ponerle el cuerpo al des- tino, al sufrimiento, a la muerte. Al punto de mantenerse de pie, inméviles como estatuas, heroicos para la eternidad. Sin embargo, empezaba a llegar la noche. Con el regreso de los magos, los ordculos, los rituales. Con los poderes sobrehuma- nos atribuidos a los sabios. Antes de que los cristianos hicieran entrar la historia en otra era, Seneca, on el tio 65 de nesta er, en los alrededores de Roma. Una cena interrumpida Eldia habia sido claro. Esas jornadas plenas de luz en las que se afirma el triunfo de la primavera. Sombras nitidas, colo- res crudos. El are casi caliente, las sombras aiin muy frescas, Por primera ver después de mucho tiempo, el filésofo hizo un largo paseo. Se reencontsé con el gusto de las largas ca- rminatas familiares a su pensamiento, cuando el ritmo de los pasos defa el espfritu libre de permanecer como inmévil, aten- toauna sola cuestién. Es tiempo de cenat, la luz declina. Pompeia Paulina esta- 14 feliz, sin dudas, de que haya podido caminar tanto sin cansarse. Ella, siempre tan atenta y dulce, a la que hab dejado sola tanto tiempo —juna media jomada!~ después de meses. La comida es sobria, como de costumbre. De todos modos, a Séneca no le gusta que la mesa parezca demasiado austera. Serfa también vanidad montar un espectéculo con tun poco de cebada y una vasija de agua. Las copas son esca- sas pero de plata. Los frutos, frescamente preparados, estén dispuestos armoniosamente. Los cuatro: comensales -dos amigos préximos que comparten la cena comienzan a ins talarse. ‘Apenas se sientan, cuando un soldado irrumpe en la sala. Habiéndolo reconocido, Séneca comprende enseguida. Gavius Silvanus, tribuno de la cohorte pretoriana, entran- do stbitamente a su casa; eso no puede significar més que tuna cosa, No se equivoca: Ner6n lo invita a darse muerte, 33 | | Hace mucho tiempo que se prepara para ese momento. Ha meditado frecuentemente sobre la célebre comparacion entre quitarse Ia vida y abandonar una comida, Es lo que le falta ahora realmente, levantarse de la mesa para no volver Jamés, Mil veces ha hecho ese gesto, sin imaginarse que se. Ha el dltimo. Mil veces se recordé que la muerte no es nada, Gue el sabio nunca es débil. Sin embargo, llegado el mo. mento, iva a seguir sosteniéndolo? Séneca no tiene tiempo de pensar. Hay que rectificar el festamento. El centurién se rehisa. Los amigos lloran, hay ue consolarlos. Hay que implorarle a Pompeia que no caiga en un dolor intétininable, que no siga con eso, pero ella no uiere saber nada. Moririn juntos. Exige que se la ayude Algo que no sorprende al hombre que ha vivido con ella Por lo tanto, morirén juntos. Juntos tienden los brazos y de una misma cuchillada les son abiertas las venas. El corte en cada mutieca es profundo, hasta el hueso. El tiempo parece detenerse. Corre cada vec inds lentamente a medida que las ropas enrojecen y el suelo se mancha, De pronto, el presente se hace lento. Todo parece fijo. Seneca es demasiado viejo, demasiado seco, demasiado , de- sarrollado por Richard Goulet, donde se encuentra una multitud de links con los catélogos de las grandes bibliotecas Y los sitios especializados en filosofia de la Antigiiedad, que también pueden ser consultados en linea, el Dictionnaire des philosophies de’ Antiquité, asf como la base de datos de L’ Année philologique, donde estén resefiadas las miles de referencias a ‘estudios que pueden consultarse segtin multiples criterios. Indice Introduccién. Actos de pasaje Instrucciones, modo de empleo PRIMERA PARTE Donde se comprueba que los sabios més antiguos siguen sorprendiendo Tales, hacia 580 antes de nuestra era, en la regién de Mileto. Rico en una estacién (R-P. D.) 23 “Tales oera vez, hacia 570 antes de nuestra ea, siempre en la rein de Mileto 26 iNinguna diferencia? (R-P. D.) Periandro, uno de los Siete Sabios, tal vez hacia $70 antes de nuestra era, en la regién de Corinto. Borrar las marcas propias (J.P. de T. Cleobulina, la primera mujer filésofa, hacia $70 antes de nuestra era, en la isla de Lindos. La muchacha de los enigmas (RP. D.) .. Putgras, Rata $30 ams de nuestra era, cen alguna parte del sur de Italia, Vivir en el infierno (R-P.D) «. Herdclito, hacia 500 antes de nuestra era, en Efeso. Sin una palabra (J-P. de T.) Herdclvo nuevamente, hacia 480 antes de muestra era, cen los alrededores de Efeso. Atrapar la humedad (J-P. de T,) .. 40 wr Demdcrito 3 Provdgoras, hacia 464 arues de nueser era, cen la ciudad de Abdera, Laeescuela de las ramas (J-P. de T) 42 Enpédocles, hacia 435 antes de nuestra era, en es aderas de Ea. Ultima marcha (RP. D.).. 45 Dice aos después de la muerte de Anaxigoras, hacia 418 antes de nuestra era, en Lempsaca Nifios que juegan (R-P. D.)... SEGUNDA PARTE Dortdé'se ve actuar curiosamente a Socrates, Didgenes y algunos més Séerates, hacia 432-429 amtes de nuestra era, en Potiea. Una noche a pleno sol (J.-P. de T. y ReP. D.) ssnnemnnn 53 Sacrates y Amtstnes, hacia 400 antes de nuestra era, en Atenas Orgulloso de sus agujeros (R-P. D.) 56 Didgenes de Sinope, hacia 380 anes de muestra er en Atenas Un ratén liberador (R-P. D.).. Disgenes de Sinope, nuevarente, facia 380 ances de nestra era, en Crea iQuign quiere comprar un maestro? (J.-P. de T.) ‘Anubtenes y Difgenes, hacia 370 ances de musta er, en Atenas Un amigo para morir (J-P. de T.).. Jenofonte, hacia 360 antes de nuestra era, en Corinto. Todos los hijos son mortales (RP. D.) Diigenes de Sinope una vex més, hacia 350 antes de nuestra era, en Atenas Entrenarse para lo peor (JP. de T.) Hiparquia de Maromea y Crates, hacia 310 antes de nuestra ent, en Atenas, Bajo la toga (J.-P. de T.) a 76 Zendn de Cito y Crates, hacia 304 ants de muestra ev, en Atenas, Por un puré de lentejas (J.P. de T.).. ‘TERCERA PARTE Donde se ven nacer las escuelas, Jos contflictos y las dudas ‘Anénimo, hacia 450 antes de nuestra er, nal pare del Mar Ego. Los que navegan en el mar (RP. D.) enn de Ela y Anistenes, hacia 435 ants de nuestra era, en Atenas... La prueba por la experiencia (J-P. de T) .. Plauin, hacia 388 antes de esa ea, en Siracusa. Todo Pitagoras por casi nada (J.-P. de T.)... ‘Axiotea de Flionte, hacia 348-344 antes de nuestra era, en Atenas. Muchacha escondida, muchacha salvada (R.-P. D-) Plain y Aitteles, hacia 347 antes de nuestra era, en Atenas. Resentimiento del maestro (RP. D.) 96 ‘Astle, hacia 340 antes de nuestra era, en Atenas ‘Aprender y no dormir (R-P. D. Onesirito, en 326 antes de nuestra era, con Aljano, en la Indi Estar desnudo o no (RP. D.). ‘Alejandro Magno y algunos brahmanes, en 326 antes de nesta ea, hacia Tai, en la Indi. ‘Aceite sobre el fuego (RP. D.) Pin y Anaxarco de Abdera, hacia 310 antes de nuestra era, en la capi de Atenas. Las alegrias del barro (J.-P. de T.) Diodoro, hacia 300 antes de nuestra era, en la corte de Ptolomeo Soter. El desaffo imposible (RP. D.) . ines de Ms 0 ns de rc, eg ipl Una escuela ejemplar (J-P. de T.) soonne LIS 102 00 TAN LOCOS COMO SABIOS Epicuro, hacia 271-270 antes de nuestra eva, en Atenas. El recuerdo del placer (R-P. D.) .. a M8 Aisin, hacia 250 antes de nuestra eva, en Atenas. Los caprichos de la fortuna (J.-P. de T.) 122 CCrispa, hacia 205 antes de nuestra era, en Atenas Morir de risa (JP. de T.) some 7 125 Denis de Heraclea, hacia 200 antes de nuestra eva, en Heraclea Cambiar de tiinica (J.-P. de T.) 0. 127 CCUARTA PARTE Doiide se ve el regreso de las creencias magicas ‘Séneca, en el aio 65 de nuestra era, en los alrededores de Roma. Una cena intercumpida (R-P. D.)... 133 Epicteto, hacia 69 de nesta er, en Roma. Esclavo pero libre (JP. de T. sane 136 Pererinas Proteus, en 161 de nesta eva, n acide de Olimpia. Un suicidio bien previsto (R-P. D.).. 1.139 Alrededor de Porfirio, hacia 285 de nuestra era, en Roma. Sin came, sin habas (R-P.D.) 141 Jdmblic, alrededor del 310 de nuestra era, en Apamea, Siri El paso de un cadaver (RP. D. : 144 Sospara, hacia el aro 340-350 de nuestra era, en Pergo. Visin a distancia (R-P. D.) Hat, en 415 de rues rena cna de Ajeet, Masacrada por los monjes (R-P. D.) . roca, hacia 470 de muestra eva, en Atenas. Rezar al sol (RP. D.) se sens 155 ‘Damascus, en $32 de nuestra era, en alguna pare de Persia. Un regreso incierto (RP. D.) ANEXO Fuentes, indicaciones, orientacién bibliografica Fuentes principales... 1 1B Algunas informaciones 179 Orientacién bibliogeatica .. 195

También podría gustarte