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DEL AUGURIO ENTRAÑABLE

De vez en cuando vuelvo mis pasos pensativos


Recuperando el tiempo de los años cuarenta.
Y entro en una casa de la calle Suipacha,
En aquel Buenos Aires que ya nos apagaron.

Allí, en medio de prédicas de amistad y saludo,


La barba iconoclasta del profeta Oliverio
Partía y repartía primicias incansables
De vino, y mil sabores junto al conocimiento.

Y hurgueteando memorias, recuerdo sus discursos


Oficiando elocuente su ritual cotidiano:
Las lujosas proclamas contra los eruditos,
Y la violenta y dulce ternura, que volcaba
Por ese patrimonio de la ciudad querida
Que recorrió sin pausa junto a su espantapájaros,
En coche señorial, con caballos de estirpe,
Para hacer verdaderos sus sueños y ficciones.

Ahí se destruían los principios vigentes


Y se pulverizaba la lógica invencible;
Como en la vez aquella que enarbolando euforia,
Entre luces de dientes y ademanes marcados,
Nos sorprendió, extrayendo de un bolsillo invisible
Un raro manuscrito de apariencia enigmática.
Y mientras le bailaba del rostro hacia las manos,
Proclamaba gritando:
«Este es un hombre nuestro que alzado en la escritura
Proyectará su fama dondo quiera que vaya.
Se apelativa Julio, y aún sin ser un César,
Tiene sendas de triunfos demarcando sus palmas,
Y el futuro lo sigue como un perro enseñado.»

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Y cuando aquel maestro clausuró su discurso,
Volví, al igual que todos, hacia las realidades
Cotidianas y exactas del mañana que abría.
Acaso ya el pronóstico comenzaba a cumplirse,
Eficiente y seguro: parecido a sí mismo.

ARIEL FERRARO

Alfonso X I I I , 19, ..° B


MADR1D-18

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