Está en la página 1de 6

Ejercicio recopilatorio historia financiación educación pública 1992 – 2018.

Comité Académico Político–Sede San Fernando/ Elabora: A.G.Med

La financiación de las universidades públicas ha sido inadecuada, tal que los


recursos que debieron girarse hacia ella en los últimos 4 años se destinaron al
programa “Ser Pilo Paga” al que le invirtieron aproximadamente 900 mil millones de
pesos beneficiando a 40 mil estudiantes (10 mil por año desde 2014) que en su
mayoría opto por ingresar a la educación privada, estos mismos recursos pudieron
logran un mayor alcance en la universidad pública para una cobertura de 500 mil
estudiantes, una política pública del gobierno pasado que cautivo electoralmente
pero que comprometió recursos hacia la intermediación financiera educativa,
dificultando el acceso a más estudiantes y la financiación de las universidades, sin
contar con la iniquidad que produce el crédito ICETEX.

La financiación de la educación pública no ha sido reformulada desde la ley 30 de


1992 que creó al SUE (Sistema Universitario Estatal) que reglamenta la educación
superior del país; de acuerdo al artículo 81 de dicha ley, sus funciones son
"racionalizar y optimizar los recursos humanos, físicos, técnicos y financieros;
implementa la transferencia de estudiantes, el intercambio de docentes, la creación
o fusión de programas académicos y de investigación, la creación de programas
académicos conjuntos; y crea condiciones para la realización de evaluación en las
instituciones pertenecientes al sistema. Además de un giro anual de recursos, la
educación se financia con el aporte privado de las personas y las familias de manera
directa o a través de crédito educativo según la capacidad de pago. Aunque ambos
subsistemas han crecido en cobertura –muy baja si se compara con países vecinos-
las universidades públicas han tenido que hacerlo con recursos insuficientes. Esta
situación las ha obligado a vender servicios académicos, disminuir sus costos de
operación y tratar de mantener su productividad, descuidando su infraestructura, su
dotación y la calidad de sus programas de pregrado y posgrado. El resultado, desde
el punto de vista de la oferta es muy desigual en calidad, en investigación y en
cantidad de profesores con posgrado. Desde el punto de vista del derecho, este
esquema conduce cada vez más hacia la inequidad relacionada con la capacidad
de pago de las personas
En 1992 entró en vigor la Ley que “organiza el servicio público de la Educación
Superior”, más conocida como Ley 30.
El Artículo 86 de esta ley estableció que “las universidades estatales u oficiales
recibirán anualmente aportes de los presupuestos nacional y de las entidades
territoriales, que signifiquen siempre un incremento en pesos constantes”. Y el
Artículo 87 añadió que “a partir del sexto año de la vigencia de la presente ley, el
Gobierno Nacional incrementará sus aportes…en un porcentaje no inferior al 30%
del incremento real del Producto Interno Bruto”.
La financiación estaba asegurada. A partir de los niveles de 1993, las transferencias
tendrían que aumentar por encima del Índice de Precios al Consumidor (IPC). Ya
no era necesaria la disputa anual de los recursos ni el “lobby” en el Congreso o en
el ministerio de Educación para obtener cada peso.
En desarrollo de esta misma ley, el Decreto 1444 de 1992 estableció un nuevo
régimen salarial para los profesores universitarios, garantizándoles el
reconocimiento de sus títulos y de su producción académica.

Las primeras crisis


Pero las cosas no funcionaron tan bien como se esperaba. Los salarios decretados
por el Gobierno nacional subían por encima de la inflación, los pactos colectivos con
funcionarios y trabajadores superaban dicho techo y el Decreto 1444 empujaba los
ingresos docentes cuesta arriba.
La fórmula para financiar estos sobrecostos se encontró en la Ley misma: los
recursos de las universidades públicas procedían de la Nación, pero era posible
reforzarlos con recursos propios. Se dictaron nuevas tablas de matrícula siguiendo
el argumento de que los estudios universitarios eran un buen negocio para el
estudiante. Al fin y al cabo, la “apertura económica” de entonces desmontaba los
subsidios e invitaba a un Estado más eficiente.
Las crisis iniciales estallaron hacia mediados de la década de 1990. La Ley 30 no
tuvo en cuenta el crecimiento explosivo de los pasivos pensionales, y por su parte
los académicos encontraron que ofrecer una educación de calidad internacional
implicaba muy grandes inversiones.
En consecuencia, algunas universidades se cerraron; se recortaron gastos
eliminando residencias estudiantiles y restaurantes universitarios; se paralizó la
construcción de infraestructura; se congeló la planta de servidores públicos y se
optó por contratar cada vez más profesores a destajo.
Y mientras tanto las promesas de la apertura económica contrastaron con sus
resultados. Una gran crisis financiera internacional encontró a la economía
colombiana en estado de indefensión entre 1998 y 2002. Un creciente déficit fiscal,
una deuda externa considerable y otro déficit en las cuentas externas tuvieron que
ajustarse duramente frente a la fuga de capital, la devaluación y las altas tasas de
interés.
Las universidades privadas encontraron cobijo en ICETEX, una institución que dejó
de ofrecer créditos para estudios en el exterior y empezó a brindarlos para cubrir el
alto costo de las matrículas en Colombia.
En la alborada del tercer milenio, la crisis financiera de las universidades estatales
solo pudo solventarse con sus propios esfuerzos. En lugar de aumentar las
transferencias de la Nación, el remedio se buscó en reducir los salarios. Así se
eliminó el Decreto 1444 y se expidió el 1279 de 2002 para dificultar el alza en la
remuneración de los docentes.
Con los nuevos ajustes se impuso una decisión sin presupuesto alguno: ampliar la
cobertura en la llamada “revolución educativa” del gobierno Uribe:

• Por un lado, las universidades estatales triplicaron sus cupos, pero los
atendieron con una tasa creciente de profesores ocasionales y con el
detrimento paulatino de sus recursos educativos.
• Y por el otro, las universidades privadas aportaron a la ampliación de
cobertura con recursos extras: el ICETEX se transformó a partir de 2005 en
una entidad financiera de naturaleza especial y obtuvo empréstitos con la
banca multilateral: 200 millones de dólares del Banco Mundial y una
contrapartida nacional de 87 millones de dólares que se inyectaron al pago
de matrículas bajo el esquema de capital semilla.

Poco a poco, la educación superior se edificó en los planes de desarrollo del Estado
sobre dos pilares impuestos por las agencias internacionales: el crédito educativo
para la formación profesional de los sectores medios en universidades privadas, y
la formación para el trabajo de los más pobres en el SENA o en instituciones de
garaje. Por su parte, las universidades oficiales se hicieron invisibles para quienes
diseñaban las políticas y las finanzas públicas.
La situación de las universidades estatales siguió deteriorándose sin recibir ayuda
alguna. El costo ocasionado por la incorporación de las nuevas tecnologías de
información, la actualización de laboratorios, la renovación de instrumentos
requeridos por diversas disciplinas y, en general, los costos de la dotación para la
formación profesional acabaron por descomponer la balanza de ingresos y gastos
de las universidades públicas.
A todo lo anterior se sumaron los costos en la formación doctoral de los profesores,
la internacionalización académica, la pertinencia de la investigación científica, las
inversiones en bienestar estudiantil y las urgencias de la infraestructura física y
administrativa, entre otros. Estos factores propiciaron un derrumbe presupuestal
imposible de contener con lo simples reajustes asociados con el alza anual del IPC.
El costo asumido a partir de 2002 por las universidades estatales se calcula hoy en
más de 16 billones de pesos. Las universidades no oficiales, por su parte, costearon
parte de sus necesidades con el alza de matrículas por encima del IPC que los
créditos del Estado y los particulares pagaban sin pedir descuento.

La realidad presente
El desbalance acumulado acabó por ahogar a las universidades estatales.
Por obligaciones de sobrevivencia, estas empezaron a sacrificar sus necesidades
académicas y su desarrollo para garantizar mínimamente el pago de la nómina.
Mientras tanto, la infraestructura se vino al piso, se hizo aún más precaria la
contratación de profesores y funcionarios, y se eliminaron o redujeron las
inversiones en investigación, tecnología y recursos educativos.
La realidad es muy concreta. Un ejercicio sobre los últimos cinco años arroja que,
mientras las transferencias de la Nación para las universidades han aumentado
entre un 7 y un 7,3 por ciento, en promedio los gastos de funcionamiento han
aumentado cada año el 8,67 por ciento, con un crecimiento adicional en los gastos
de personal de 9,28 por ciento.
Dicho de otra forma, mientras el aumento promedio de los gastos de funcionamiento
e inversión del Sistema Universitario Estatal en las últimas cinco vigencias supera
el 10 por ciento, el aumento promedio de los recursos de la Nación solo llega a la
mitad de dicho crecimiento.
Aunque el ministerio de Educación lo niegue, las cifras frías muestran varias
verdades contundentes:

• En el año 2000, los aportes de la Nación a las Instituciones de Educación


Superior Pública equivalían al 0,55 por ciento del PIB.
• Desde el año 2015, la cifra anterior descendió al 0,40 por ciento.

Si de otro lado se consideran las variaciones del IPC en relación con las alzas
salariales, resulta ser que valor real de las transferencias a las universidades
estatales descendió más de dos puntos cada año.
La situación financiera de las universidades públicas se ha tornado desesperante.
El déficit ha sido cubierto con la búsqueda de recursos propios, asesorías y
extensión, pero dichas acciones son insuficientes y apuntan a la privatización por
vía del autofinanciamiento.
Hoy en día el Estado cubre aproximadamente el 50 por ciento de los costos en
educación superior pública y descarga en las Instituciones de Educación Superior
lo restante. El deber ser de la educación pública superior se aleja cada vez más de
su realidad y la calidad se pone en riesgo. La ruina en muchas edificaciones se
convierte, además, en amenaza para la vida.

Decisiones sin soluciones


Consciente de la situación, el ministerio de Educación en cabeza de Cecilia María
Vélez y durante los gobiernos de Álvaro Uribe, anunció una reforma a los artículos
86 y 87 de la Ley 30 para obtener una financiación de la Educación Superior Pública
más acorde con sus necesidades.
No pasó nada. La propuesta se trasladó al primer gobierno de Santos, cuyo
ministerio lo encabezaba María Fernanda Campo, y fue incluida en la reforma
general que la comunidad universitaria rechazó en el 2011. Con Gina Parody se
ofreció una parte pequeña del recaudo del llamado impuesto CREE, al que poco
después se le imprimió un rumbo diferente. Por último se adoptó un articulado
concreto en la Reforma Tributaria, pero este, una vez más, solo ha servido para
cubrir las urgencias prioritarias de otros programas.
Entre tanto, los costos de la Educación Superior siguieron aumentando y surgieron
nuevas obligaciones. Los nuevos sistemas de gestión y de control, la acreditación
obligatoria, el descuento electoral en las matrículas, la admisión con enfoque
diferencial, la ampliación en cobertura de los posgrados, la indexación de revistas y
las bases de datos internacionales son solo una lista parcial de estos costos no
previstos.
Por último, entre las consecuencias de la crisis fiscal ocasionada por el fin de la
bonaza petrolera, hay que incluir el hecho de que el capital semilla del ICETEX no
se haya recuperado, de manera que el Gobierno salió en su auxilio compensando
las tasas de interés, pero este auxilio se derrumbó poco a poco con una deuda que
los estudiantes desertores y los egresados desempleados no pudieron cancelar.
Fue así como nació el programa “Ser Pilo Paga” para auxiliar a las universidades
no oficiales, seguido por una propuesta que hoy se está poniendo en curso: la
Financiación Contingente al Ingreso.
Por su parte, las universidades estatales a duras penas han seguido aguantando su
crisis a riesgo de la calidad académica y la precarización laboral.

En el último mes, los integrantes de la Comisión Tercera del Senado suscribieron


una proposición para presentar ante el Ministerio de Hacienda una solicitud de
adición presupuestal de $500 mil millones para las universidades públicas del país.

Esto, luego de que rectores como Carlos Prasca, de la Universidad del Atlántico;
Édgar Varela, de la Universidad del Valle y Jairo Torres, de la Universidad de
Córdoba, alertaran sobre las limitaciones presupuestales para desarrollar los
programas educativos en sus regiones. Prasca asevero que, en 1993,
universidades que funcionan en el departamento del Atlántico tenían 5.913
estudiantes y a la fecha hay más de 24 mil, un crecimiento del 316%. E indicó que
en materia de presupuesto han tenido muchas limitaciones de carácter nacional. De
momento el presidente del ICETEX no estima posible trasladar sus recursos a la
educación pública, pues hay estudiantes que escogen y tienen el derecho de
escoger la educación privada. Icetex beneficia según su presidente a 398.000
estudiantes con una cartera de 5.4 billones de pesos que han colocado en el
mercado y que ha posibilitado que todos estos alumnos adelanten sus programas
de educación superior.
Con el anuncio del presidente Iván Duque sobre el fin del programa Ser Pilo Paga,
las universidades públicas tuvieron algo de alivio, creyendo que los recursos podrían
llegar a la universidad pública, que varios denunciaron como desfinanciada y con
altos problemas que con el nuevo gobierno no iban a encontrar solución.

El anuncio de tres billones de pesos más para ser invertidos en Defensa y la


denuncia de 32 universidades de desfinanciamiento, la alerta sobre un paro
estudiantil de las universidades públicas se hace evidente y necesario desde los
estudiantes para obligar a la voluntad política a recuperar financieramente el SUE.

En medio de la asamblea del Sistema Universitario Estatal (SUE), que se realizó en


Cartagena el 28 de septiembre, los rectores de las 32 universidades públicas del
país se quejaron con la designación del presupuesto general para el año que viene
sin recursos suficientes para las universidades públicas, y pidieron que no sean
aprobados los proyectos de ley Ley 052 de 2018 de la Cámara y 059 de 2018 del
Senado, por los que se fija el presupuesto general de la Nación en la 2ª semana de
octubre, fecha de la movilización nacional estudiantil (Oct 10/2018).

Las universidades públicas denuncian que nuevamente se van a quedar sin recursos
de inversión: “se contempla cerca de 1,97 billones de pesos para calidad y fomento
de la Educación Superior; sin embargo, por información del Ministerio de Educación
Nacional, este monto se distribuirá para los costos operacionales del Sistema de
Aseguramiento de la Calidad, financiación a la demanda de las cohortes del
Programa Ser Pilo Paga, estampilla UN y fomento a la Educación Superior. Es claro
que no hay un recurso concreto adicional que haga base presupuestal de las demás
universidades públicas”, explican los rectores.

Además del SUE que dice el UNEES y los estudiantes de las universidades públicas:
“Defendemos y llamamos a defender la educación pública, gratuita, universal y de
alta calidad, en virtud de su pertinencia para la construcción de la paz y el alcance
de un país justo y democrático”, señala el manifiesto por la educación superior
pública firmado por representantes de docentes y estudiantes, que harían una “gran
toma” de Bogotá para el próximo 10 de octubre que podría ser el inicio de un gran
paro universitario como el de 2011.”

También podría gustarte