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Los historiadores griegos y romanos determinaron los siete monumentos más

representativos de la antigüedad en una lista de maravillas que ha pasado a la


historia.

Herodoto fue el primero en mencionar esta idea, hacia el siglo V a.C., y en el


incendio de la Biblioteca de Alejandría ardió un volumen que Calímaco de
Cyrene dedicó al tema en el siglo III a.C.

Sin embargo, nunca llegó a haber más de cinco maravillas de forma


simultánea, y es que la enumeración definitiva data de la Edad Media, cuando
se recopilaron los recuerdos sobre aquellos monumentos, ya casi todos
perdidos.

Curiosamente, la mayor parte de estos monumentos tuvieron una vida


relativamente corta y fueron presa fácil y reiterada de vándalos, gamberros e
invasores. Por ello, al pasar revista a la capacidad del ser humano de crear
hermosos lugares, es también obligado reflexionar sobre su aún mayor
capacidad para la destrucción irracional.

Quedan aún sobre la Tierra muchas maravillas, de la antigüedad y de la


modernidad, que no se localizaron en el mundo conocido por los romanos y los
griegos o que fueron posteriores a ellos. Cabe preguntarse si queremos que en
el futuro se nos recuerde como ahora podemos pensar en aquellos salvajes
destructores.

La pirámide de Keops, la más antigua de todas, es la única de las legendarias


Siete Maravillas que se conserva en la actualidad, y con su magnificencia
corrobora la importancia que un monumento debía tener para pertenecer a esta
lista.

LA ESTATUA DE ZEUZ OLIMPICO

Olimpia no era exactamente una ciudad, sino un conjunto de templos y


monumentos erigidos con motivo de los juegos olímpicos. Estos juegos fueron
entre el 668 a.C. y el 393 d.C. la fiesta nacional más importante en Grecia. Y de
todos estos templos el más hermoso era el de Zeus, más tarde Júpiter para los
romanos.

La construcción del templo se estaba terminando el 450 a.C., contando en sus


frontones y metopas con grupos escultóricos de tal calidad que se consideraron
la mejor representación del arte griego en su época.

Pero es en el interior del templo donde se encuentra la gran estatua de doce


metros de altura que durante todo un año Fidias había creado para representar
al dios. El cuerpo estaba tallado en marfil y las ropas y joyas eran de oro. A sus
pies se coronaba a los vencedores tratándolos como a auténticos héroes.

Según la leyenda, cuando Fidias terminó su obra pidió al dios una señal de su
conformidad con el trabajo realizado, y entonces del cielo despejado llegó un
rayo hasta los pies del escultor. Fanáticos cristianos incendiarán el templo
durante el reinado de Teodosio II, y los terremotos del siglo VI d.C. lo abatirán
haciendo desaparecer la estatua.

EL COLOSO DE RODAS

Desde el 292 a.C. y durante doce años, los arquitectos Chares de Lindos y
Laches dirigieron las obras de construcción de una gran estatua a la entrada
del puerto de Rodas. El primero de ellos terminó suicidándose bajo la presión
que le suponía no estar seguro de poder lograr la estabilidad de la estatua.

Hecha con placas de bronce sobre un armazón de hierro, la estatua


representaba al dios griego del sol, Helios, con una altura de 32 metros y un
peso de unas setenta toneladas. No se sabe con certeza que cada uno de los
pies se situara a un lado de la entrada del puerto, obligando a todos los barcos
a pasar por debajo suyo.

Formado por trescientas toneladas de bronce, y relleno de ladrillos hasta la


cintura, la parte superior del coloso era hueca y en su interior se encontraba
una escalera para alcanzar la cabeza. En la llamada torre del fuego se
encendían todas las noches grandes hogueras para guiar a los marinos a modo
de faro.

Tan sólo 56 años después de terminado, un terremoto derribó al coloso. Aún


después de caído, el coloso siguió atrayendo gente que acudía junto a él para
comprobar de cerca sus verdaderas dimensiones.

Siguiendo el designio de un oráculo, los habitantes de Rodas dejaron el coloso


donde había caído, hasta que novecientos años después fue recuperado por
los musulmanes como botín de guerra.

EL TEMPLO DE ARTEMISA

Artemisa era la diosa griega de la fertilidad, que los romanos llamaron Diana.
Desde tiempos inmemoriales era adorada en un templo situado en Efeso, cerca
de la actual aldea turca de Aia Soluk.

El intento de invasión de los cimerios en el siglo VII a.C. tuvo entre otros el
resultado del incendio del templo. Creso, rey de Lidia e inventor de las
monedas decidió reconstruirlo y abrió una suscripción pública, a la que todos
los ciudadanos aportaron algo. El resultado fue magnífico.

Dos siglos después, en el 356 a.C. un mendigo loco ávido de notoriedad


llamado Eróstrato incendió el edificio que fue consumido por las llamas sin que
nadie pudiera hacer nada por evitarlo.

Veinte años después, y utilizando los mismos planos, Alejandro Magno lo hizo
reconstruir gracias a la coincidencia de que había sido incendiado el mismo día
de su nacimiento. Fue terminado en el 323 a.C., pero ya nunca recuperó su
antiguo esplendor.

Plinio lo describió con ciento veintisiete columnas jónicas de una altura de 18


metros, 36 de ellas ornamentadas, que rodeaban la sala donde se situaba la
estatua de la diosa. Medía 123 metros de largo y 67 de ancho.

Entre los años 260 y 268 d.C. los saqueos de los godos destruyeron gran parte
del monumento. El ingeniero inglés J.T.Wood descubrió los restos demostrando
la veracidad de la descripción de Plinio y que había sido puesta en entredicho
durante siglos.

LOS JARDINES COLGANTES DE BABILONIA

Hacia el año 600 a.C., Nabucodonosor II, rey de Caldea, quiso hacer a su
esposa Amytis, hija del rey de los medos, un regalo que demostrara su amor
por ella y le recordara las montañas de su tierra, tan diferentes de las llanuras
de Babilonia.

Sobre una superficie de 19.600 metros se construyeron una serie de terrazas


de piedra sostenidas por amplios arcos de seis metros de longitud hasta
alcanzar una altura total de noventa.

Estaban situados junto al palacio del rey, hacia el lado que daba al río para que
pudieran contemplarlo los viajeros que tenían prohibido el acceso. Sobre la
más alta de las terrazas se situaba un depósito de agua desde el que se nutría
un genial sistema de irrigación.

Esta constante humedad y el calor característico de la zona hacían que el


jardín estuviera permanentemente en flor. Arboles, plantas y flores de todo el
mundo constituían un oasis de color. Bajo las arcadas se construyeron amplios
aposentos con una rica decoración donde los soberanos podían reposar
durante sus visitas a los jardines.

Flavio Josefo, escritor judío que vivió en el primer siglo de nuestra era dejó
constancia del aspecto histórico: "Nabucodonosor ordenó levantar cerca de su
palacio elevaciones de piedra, darles la forma de montaña y plantarlas con toda
clase de árboles. Por deseo de su mujer instaló además un jardín como los
había en la patria de ella."

Según una leyenda, en cambio, los jardines habrían sido construidos en el siglo
XI a.C. Por entonces reinaba en Babilonia Shammuramat, llamada Semíramis
por los griegos, como regente de su hijo Adadnirari III. Es una reina valiente,
que conquista La India y Egipto, pero no resiste que su hijo conspire para
derrocarla, y termina suicidándose.

La desaparición de los Jardines fue paralela a la de la propia Babilonia. La


conquista de los persas, el paso del tiempo y el incendio que provoca Evemero
al conquistarla en el 125 a.C. reducen la histórica ciudad a simples ruinas antes
de que comience nuestra era.

Las excavaciones del alemán Robert Koldewey en el sector nororiental de la


fortaleza sur de Babilonia revelaron unas bóvedas con un profundo pozo y que
él atribuyó a los jardines colgantes.
LA PIRAMIDE DE KEOPS

En el 2640 a.C., el faraón de la cuarta dinastía llamado Keops ordenó la


erección de una tumba tan alta y majestuosa que ocultara la luz del sol.

Cien mil esclavos negros, hebreos y barbariscos fueron utilizados en la obra a


lo largo de veinte años. Fue necesario utilizar dos millones trescientos mil
bloques calcáreos de dos toneladas y media de peso cada uno, que fueron
colocados uno sobre otro hasta alcanzar los 147 metros de altura.

Durante los veinte años que duraron las obras, Egipto sufrió privaciones y
miserias, se impuso el pago de fuertes impuestos y la reducción de las
ceremonias religiosas. Incluso se ordenó a los hombres libres ayudar a los
esclavos.

Muchos esclavos murieron por las fatigas y el trato de los guardianes, y el resto
fue sacrificado una vez terminado el trabajo para evitar que los ladrones de
tumbas tuvieran más fácil descubrir la entrada a la pirámide.

La erosión del viento a lo largo de estos cuatro mil seiscientos años ha


reducido su altura en casi diez metros

EL MAUSOLEO DE A HALICARNASO

En Halicarnaso, capital de Caria, murió el rey Mausolo después de un reinado


tranquilo y feliz que llevó a su pueblo al esplendor y la prosperidad. Corría el
año 353 a.C., y su esposa Artemisa decidió construir una tumba que hiciera
inolvidable al rey perdido.

Dirigidos por los arquitectos Sátiros y Piteos, a los esclavos se unieron


hombres libres que quisieron rendir un homenaje al rey, y las obras eran
frecuentemente visitadas por Artemisa. El dolor por su pérdida la volvía cada
vez más frágil y enferma, y presintiendo una muerte próxima animaba a los
obreros para ver finalizada la obra antes de fallecer.

Al cabo de dos años, la reina murió por fin y su pueblo quiso hacerla compartir
con su marido aquella suntuosa tumba, repleta de los tesoros con que el
pueblo de Caria quiso mostrar su gratitud hacia ellos.

Sobre una superficie de 33 por 39 metros, la tumba levantaba unos cincuenta


metros de altura. Un muro partía de cinco escalones y llegaba hasta media
altura para formar un podio. Sobre esta base se situaban 117 columnas jónicas
ordenadas en dos líneas de nueve frente al Opistodomos, y en dos hileras de
veintiuna a cada lado.

La columnata sostenía a su vez una pirámide escalonada y en lo más alto una


gigantesca cuádriga. Se encargó a Briaxis, Timoteo, Leucastes y Escopas, los
mejores escultores griegos de la época, la realización de las estatuas y
relieves.
Dieciséis años después, el mismo Alejandro Magno que ordenara reconstruir el
templo de Artemisa, conquista la ciudad y destruye el Mausoleo.

Los Caballeros de San Juan, en el siglo XIV utilizaron sus materiales para el
castillo de San Pedro de Halicarnaso, que hoy se llama Bodrum. Y lo hicieron
con tanto detenimiento que en la actualidad apenas se distingue la forma en la
roca donde se asentó.

EL FARO DE ALEJANDRIA

El arquitecto Sóstrases de Cnido recibió en el 279 a.C. un encargo del rey


Ptolomeo Filadelfo para construir una torre en la isla de Faros, frente a
Alejandría. Su finalidad sería servir de guía para los navegantes hacia la
entrada del puerto más importante de la época.

Grandes bloques de vidrio fueron utilizados como cimientos intentando


aumentar la solidez y resistencia contra la fuerza del mar. Bloques de mármol
unidos con plomo fundido constituyeron el resto del edificio, de forma octogonal
sobre una plataforma de base cuadrada, hasta alcanzar una altura de 134
metros.

Sobre la parte más alta se colocó un gran espejo metálico para que su luz no
se confundiera con las estrellas. Durante el día reflejaba la luz del sol, y por la
noche proyectaba la del fuego a una distancia de hasta cincuenta kilómetros.

Un terremoto lo derribó en el siglo XIV, y ochocientos años después de su


construcción, el califa Al Walid pasó a la historia tanto por su codicia como por
su ingenuidad, al hacer derribar los restos del faro con la esperanza de
encontrar bajo sus cimientos un inmenso tesoro escondido.

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