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Coaliciones sin partidos. La ciudad de Buenos Aires luego de la crisis de 2001
Introduccion1
La crisis argentina de fines de 2001 significó el quiebre del sistema bipartidista vi-
gente desde 1983, con el predominio del Partido Justicialista (PJ) y la Unión Cívica
Radical (UCR). La ruptura del bipartidismo, sin embargo, no impactó de igual
forma a los dos partidos predominantes ni impulsó la emergencia de nuevos y más
representativos partidos políticos. La interrupción de la presidencia de Fernando
de la Rúa (en un gobierno de coalición entre la UCR y el Frente País Solidario,
FREPASO), condujo al derrumbe electoral del radicalismo y a la disolución de las
terceras fuerzas políticas recientemente formadas. Contrariamente a la fragmenta-
ción y declive de los partidos del polo no peronista, el PJ logró, luego de la crisis,
incrementar su poder institucional, renovar su liderazgo nacional y revalidar sus
vínculos con la ciudadanía.
Los datos sobre la crisis del sistema partidario son elocuentes: el número efectivo
de partidos en elecciones presidenciales varió de 2 en 1983 a 5,7 en 2003, mientras
que el número efectivo de bloques en la Cámara de Diputados de la Nación pasó
de un promedio de 2,5 durante la década de los ’80 a un promedio de 4,4 entre
2003 y 2011. También es elocuente el impacto diferencial de dicha crisis entre el
PJ y la UCR. En primer lugar, el radicalismo pasó de un caudal electoral de 51,7%
en las elecciones presidenciales de 1983 a 2,3% en las de 2003 y a 16,9% en las de
2007, mientras que el peronismo pasó de 40,2% en 1983 a 45% en 2007. En segun-
do lugar, la representación parlamentaria de la UCR en la Cámara de Diputados
descendió del 49% durante el período 1983-1989 al 17% en el período 2003-2007,
mientras que el PJ pasó de 40% en el primer período a 50% en el segundo.
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Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el XXI Congreso Mundial de Ciencia
Política, ¿Descontento Global? Dilemas de cambio, Santiago de Chile, 12 al 16 de julio de 2009.
de 2001 generó el colapso del sistema partidario en su conjunto. Una serie de indicadores
permiten dar cuenta del profundo quiebre que significó la crisis de 2001 para el
sistema político porteño.
En primer lugar, es posible observar cómo los principales partidos del distrito (PJ,
UCR, FREPASO y otros partidos menores) fueron marginados de la competencia
política luego de la crisis: en las elecciones para diputados nacionales del año 2003,
los principales partidos sumados concentraron apenas el 3,3% de los votos; mientras
que en los otros distritos subnacionales, los partidos tradicionales continuaban re-
presentando a más del 50% del electorado (Bril Mascarenhas, 2007). La marginación
de los partidos tradicionales no significó un proceso lineal de renovación, sino la
conformación de una escena fragmentaria y volátil, en la que se sucederían sellos
partidarios inestables alrededor de líderes personalistas.
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La ciudad es la sede del 90% de los partidos políticos nacionales inscriptos, así como del 60% de las
organizaciones de la Sociedad Civil con alcance nacional. Por otra parte, la ciudad es el principal
centro de producción y circulación en el campo mediático, tanto en periódicos como en producción
televisiva.
A diferencia del rasgo saliente del resto de los distritos subnacionales, la Ciudad se
destaca por la ausencia absoluta de sesgos mayoritarios o partidarios en su normativa
electoral (Calvo y Escolar, 2005). El uso de la fórmula D’Hont sin umbral para la
asignación de bancas en un distrito de magnitud alta ha definido una proporciona-
lidad casi perfecta entre votos y bancas3. Otro tanto puede decirse de la legislación
electoral para la designación del Ejecutivo local: con requisitos más exigentes que
los de la legislación nacional para que un candidato se imponga en el primer turno,
la normativa electoral ha facilitado la dispersión de la oferta partidaria en primera
vuelta, haciendo del ballotage una práctica recurrente.
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El índice de Loosemory-Hanby (que expresa cuán disímil es la asignación de bancas respecto de los
votos obtenidos, según el cual 1 señala la desproporcionalidad total y 0, la proporcionalidad pura)
para la ciudad en el período 1997-2007 fue de 0,1.
Un potencial polo de atracción era el mandatario local, Aníbal Ibarra, quien aparecía
como capaz de representar una propuesta de centroizquierda, identificada con la
retórica del ex FREPASO pero sin haber sucumbido ante el fracaso de la Alianza. A
pesar de la situación crítica que enfrentó el gobierno porteño a fines de 2001, con
el desorden de la protesta generalizada en sus calles y la disolución de la coalición
de gobierno, Ibarra logró sostener el control del Ejecutivo, asegurando la solvencia
de las cuentas públicas y garantizando canales de diálogo con los colectivos de pro-
testa emergentes, a partir de la implementación descentralizada de políticas públicas
focalizadas.
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Los comicios estaban previstos para septiembre u octubre, pero Ibarra anunció en el inicio de
las sesiones ordinarias de la Legislatura su convocatoria al 8 de junio. Según este calendario, las
candidaturas debían oficializarse el 18 de abril, nueve días antes de las elecciones presidenciales.
Sin embargo, esta estrategia fue frustrada por la Justicia electoral, que obligó al Jefe
de Gobierno a postergar los comicios por los múltiples problemas organizativos
ocasionados por el adelantamiento. En los dos meses que transcurrieron entre el
proceso electoral frustrado y la celebración efectiva de las elecciones se celebraron
los comicios presidenciales y el campo político entró en una rápida reorganización,
que contribuiría, casi accidentalmente, a la ambición reeleccionista del mandatario
porteño.
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Los partidos que formaban parte de la alianza Fuerza Porteña eran: FG, ARI, PS, PAIS, Partido
Intransigente, Partido de la Victoria (el nuevo sello electoral del Presidente), GESTA (el sello electoral
de Rafael Bielsa), y Memoria y Movilización Social (el sello electoral del dirigente justicialista Juan
Carlos Dante Gullo, expulsado del ARI a inicios de 2003 por diferencias con Elisa Carrió).
En el caso de las listas para diputados nacionales, Fuerza Porteña distribuyó las can-
didaturas entre los principales socios de Ibarra: el kirchnerismo, el ARI, el Socialis-
mo y sectores gremiales. Además, el jefe de gobierno aceptó que otras dos listas de
candidatos a diputados nacionales apoyaran su candidatura, una de ellas encabezada
por un periodista vinculado al kirchnerismo, la otra por una funcionaria porteña de
extracción radical. Las listas de candidatos a la legislatura porteña replicaban el loteo
de espacios políticos, incorporando a la lista principal (Fuerza Porteña) un puñado
de candidatos leales al jefe de gobierno.
Por su parte, Mauricio Macri, presentó su nuevo partido, Compromiso para el Cam-
bio (CPC), en alianza con una pluralidad de partidos menores referenciados en la
centroderecha del arco político6. Aunque también construyó su coalición en forma
piramidal, presentó sólo una lista de candidatos a diputados nacionales, compuesta
por los referentes del peronismo porteño no alineados con el liderazgo de Kirchner.
Éstos se alternaban con referentes de otros partidos, especialmente del radicalismo y
del minoritario y conservador Partido Demócrata.
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A nivel de diputados nacionales, la alianza CPC incluía a los partidos CPC, Demócrata, Federal,
Acción por la República (sello del ex ministro de economía Domingo Cavallo), Autonomista,
Nacionalista Constitucional, Todos por los Jubilados y Popular Cristiano.
La campaña electoral giró en torno a la polarización entre una vieja política corrupta y
una nueva política (Mauro, 2005). En este sentido, la presentación de la coalición que
sostenía al Jefe de Gobierno volvía verosímil la idea de un frente de centroizquierda
que daba batalla a las aspiraciones personales de uno de los beneficiarios de las po-
líticas de los '90: mientras que detrás de Ibarra se alineaba una serie de actores iden-
tificados con una retórica progresista, la propuesta de Macri era presentada como
la aventura personal de un empresario corrupto y demagógico. Identificada con la
década pasada, la corrupción era entendida como apropiación de los bienes de todos
por parte de algunos, entendiendo como progresista la protección de lo público por
parte del Estado. Si bien esta concepción podía evocar vagamente una demanda de
inclusión social, lo público era interpretado como un espacio neutral, igualmente
de todos e idealmente ajeno a la lucha política. Por esta operación, la centroderecha
aparecía ligada a intereses particulares en detrimento de lo público, pero al precio
de que el progresismo apareciera vaciado de las reivindicaciones históricas de la
izquierda democrática.
Del lado del macrismo, el intento por desmontar este principio de lectura también
tomó como eje la divisoria entre vieja y nueva política, pero entendiendo el carácter
corrupto de la vieja política en los términos de una “politiquería vacía”, que promete
para acceder al poder y luego no se esfuerza por solucionar los problemas de la
gente. En este sentido, CPC exaltó (ya desde el nombre del sello) la inserción de
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En 1997 participaron 18 listas de candidatos a legisladores porteños, y 17 en las elecciones de 2000.
En las elecciones a diputados nacionales de 2001, se presentaron 19 listas por la Ciudad de Buenos
Aires.
En las elecciones del 24 de agosto, Mauricio Macri se impuso con el 37,5% de los
votos, el resultado más bajo en las tres elecciones ejecutivas de la Ciudad, por lo que
debió enfrentar una segunda vuelta electoral contra la fórmula Ibarra-Telerman, que
había obtenido el 33% de los votos. En la nueva competencia, se puso de manifiesto
el difundido rechazo a la figura de Macri, revelando la eficacia de la construcción
discursiva de Ibarra. El Jefe de Gobierno, finalmente, fue reelecto por el 53,5% de
los votos, frente al 46,5% de la fórmula de CPC.
pocos meses de asumir, los diputados electos por las tres listas ibarristas se dividieron
en doce bloques diferentes, mientras que los legisladores zamoristas se dividieron en
cuatro bloques y los legisladores que apoyaron a Patricia Bullrich se fragmentaron
en otros tres. Contrariamente a este proceso, los legisladores que respondían a Mau-
ricio Macri se reagruparon en un único y numeroso bloque, aunque con el tiempo
también sufrieron un proceso de fractura y erosión, aunque menos profundo que en
el resto de los espacios políticos. De este proceso de fragmentación y realineamiento
emergerían nuevos protagonistas de la política porteña: el kirchnerismo y el ARI
formarían bloques propios con gran capacidad de negociación, cada vez más inde-
pendientes de la figura del jefe de gobierno.
Esta dinámica encontró un nuevo nivel luego del incendio de un local durante
un recital de rock a fines de 2004, en el que murieron 194 jóvenes y miles resul-
taron heridos. La movilización social emergida de la tragedia generó una crisis en
la coalición de gobierno ibarrista, que casi inmediatamente perdió el apoyo de los
sectores progresistas que habían participado de la alianza electoral Fuerza Porteña en
2003. Estos sectores (en particular el ARI) pasaron a formar parte de una avanzada
opositora liderada por el macrismo y apoyada sistemáticamente por los partidos de
izquierda (fragmentos de la coalición que lideró Luis Zamora en 2003), que amena-
zaba con forzar la renuncia o la destitución del mandatario local. La crisis obligó a
Ibarra a reorientar su coalición de gobierno recostándose en el apoyo del peronismo
(tanto kirchnerista como no kirchnerista) y de otros sectores políticos menores, des-
dibujando la identidad ideológica construida dos años antes. Frente a esta evolución,
Ibarra denunció un intento de golpe institucional por parte de la centroderecha, en
busca de rehabilitar la polarización ideológica que había funcionado en la campaña
electoral, aunque el panorama político era muy diferente y era ostensible para la
opinión pública su aislamiento en el campo político.
Una vez pasadas las elecciones, la debilidad de Ibarra ofreció la oportunidad para el
avance del proceso político que terminó en la destitución. El proceso obligó a los
fragmentados actores de la Legislatura a tomar postura, y casi la totalidad del arco
político (desde izquierda hasta centroderecha) se aglutinó contra el mandatario lo-
cal. Ibarra sólo fue sostenido por un puñado de legisladores propios o aliados y por
el indisciplinado bloque kirchnerista, que no votó de manera uniforme en ninguna
de las instancias que definieron la destitución. El comportamiento ambivalente del
kirchnerismo obedeció a las contradicciones internas sobre cómo construir una
coalición en el distrito, dadas las intenciones del vicejefe de gobierno, el peronista
Jorge Telerman, de desplazar a Ibarra y convertirse en el nuevo vértice de una coa-
lición progresista que incluyera al FPV.
Siguiendo el patrón que organizó la escena electoral cuatro años antes, Telerman
combinó la convocatoria a los candidatos presidenciales que buscaban hacer pie en
la Ciudad con el uso estratégico del calendario electoral para limitar sus alternativas
y forzarlos a apoyar su candidatura. Adelantando las elecciones locales, dificultó la
instalación de aquellos candidatos con menor reconocimiento público, y acortó los
tiempos para que los actores partidarios definieran sus estrategias, lo que determinó
la escena electoral posterior.
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Se formaron tres grandes interbloques: uno macrista (de 22 legisladores), otro alineado tras la
candidatura de Daniel Filmus (con 16 legisladores) y un tercero con el Jefe de Gobierno (con 15
legisladores).
cación, Daniel Filmus (quien hasta 2003 había sido ministro del gobierno de Ibarra
en la Ciudad). A pesar de ser el ministro con mayor imagen positiva en el electorado,
Filmus no era una figura reconocida por el electorado, y el adelantamiento del ca-
lendario electoral reducía sus chances de instalarse como un candidato competitivo,
lo que dificultaba el alineamiento de las múltiples organizaciones kirchneristas con
base en el distrito.
Con el objetivo de potenciar su figura, Filmus celebró una alianza con su ex jefe
político, Aníbal Ibarra, quien, luego de su destitución abandonó sus filiaciones parti-
darias y fundó un nuevo sello, Diálogo por Buenos Aires (DBA), una coalición con
otros referentes de la política porteña interesados en sumar bancas en la Legislatura
y en la Cámara de Diputados. Al filo del cierre para la presentación de candidaturas,
el FPV (que agrupaba a ocho partidos) y DBA (una alianza de seis etiquetas) pre-
sentaron al binomio Filmus-Heller para el ejecutivo local, y dos listas (una por cada
coalición) para la Legislatura local.
Telerman, del mismo modo que Ibarra, había logrado alinear detrás de su candi-
datura al PS, a sectores del kirchnerismo e incluso a la UCR y otros partidos me-
nores (como la Democracia Cristiana y el Partido Verde). Este colectivo había sido
organizado en función de dos listas legislativas (una denominada Más Buenos Aires
y otra Buenos Aires por Más), ante la imposibilidad de dirimir candidaturas entre
partidos políticos, organizaciones sociales y cuadros políticos en disponibilidad. Con
el adelantamiento del calendario electoral, Telerman logró, al filo del cierre de pre-
sentación de candidaturas, el alineamiento del ARI, el partido de Elisa Carrió. La
nueva coalición (que agrupaba a once etiquetas) presentó dos listas de candidatos
a la legislatura, una que reagrupaba a todo el conglomerado telermista y otra que
representaba al armado de Carrió.
Esta lógica coalicional entre espacios políticos difícilmente identificables como par-
tidos en el sentido tradicional del término (se trataba, en todo caso, de etiquetas que
alineaban fragmentos organizacionales con liderazgos de popularidad), se reflejó en
En esta lógica, tanto Filmus como Telerman intentaron ubicarse como herederos de
la tradición progresista que había encarnado Ibarra en 2003. La disputa por la heren-
cia progresista consumió sus esfuerzos de campaña, en la convicción de que la figura
de Mauricio Macri resultaba expulsiva para la mayoría de los porteños y perdería
en cualquier escenario de ballotage. Estas convicciones se revelaron injustificadas
luego del holgado triunfo de Macri en la primera vuelta. Aunque debió transitar el
ballotage (algo que no hubiera sucedido en otro contexto institucional), ello redundó
en una victoria aún mayor: obtuvo, por primera vez en elecciones a Jefe de Gobier-
no, más de un millón de votos (60,94%), frente al 39.06% de Filmus-Heller.
Conclusiones
En el presente artículo nos hemos preguntado por el fenómeno del crecimiento de
las coaliciones partidarias en un contexto de colapso del sistema partidario y frag-
mentación de los partidos. Nuestra hipótesis apuntó a identificar un nuevo patrón
En segundo lugar, coyunturas políticas que alcanzan una intensidad crítica (a partir
de la movilización social o de la división política que generan ciertos fenómenos)
también tienen efectos en la reconfiguración del campo político. Hemos analizado
el caso del juicio político al jefe de gobierno, donde la movilización social derivó
en la reorganización de la coalición parlamentaria y de gobierno de Aníbal Ibarra;
modificando por completo la escena política de las elecciones de 2005 y 2007.
En estas coyunturas, el campo de la comunicación política también resulta vital,
posicionando discursos y favoreciendo o dificultando la conformación de actores
sociales y partidarios.
Finalmente, hemos señalado cómo el uso de los recursos del gobierno local facilita
el posicionamiento y la continuidad de las coaliciones políticas, en un contexto de
baja institucionalidad de todos los actores y de alta volatilidad del electorado. Los
casos de la destitución de Ibarra y de la derrota de Telerman en las elecciones de
2007, sin embargo, demuestran los límites del recurso a los resortes del ejecutivo. En
este sentido, la construcción de una identidad que cohesione coaliciones partidarias
heterogéneas y garanticen el vínculo entre las élites políticas y la ciudadanía es
una dimensión ineludible en un contexto de desagregación partidaria y fluctuación
electoral. Es sólo a través de los procesos de diferenciación política que los acon-
tecimientos públicos adquieren significación política, y que los individuos pueden
reconocerse como partícipes de un proceso democrático, en una dimensión que va
más allá del puro pragmatismo con el que se caracteriza a las redes políticas.
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