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I DESPUÉS
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Ny* Aportaciones a la interpretación
de la historia del siglo XX
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•fK EDITORIAL ARIEL, S. A.
m BARCELONA
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Título original:
Lehrstück oder Tragödie?
Traducción de
J oaquín Ajdsuar Ortega
1.a edición: abril 1995
© 1991 by Böhlau-Verlag GmbH & Cie, Köln
Derechos exclusivos de edición en castellano
reservados para todo el mundo
y propiedad de la traducción:
© 1995: Editorial Ariel, S. A.
Córcega, 270 - 08008 Barcelona
ISBN: 84-344-1131-8
Depósito legal: B. 15.980 - 1995
Impreso en España
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser
reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún
medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotoco
pia, sin permiso previo del editor.
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J
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
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INTRODUCCIÓN 29
vencido de su razón absoluta hasta el momento mismo
de su muerte. No se puede negar que su muerte tuvo la
grandeza de lo horrible, y eso mismo es válido, aun en
mayor medida, para Joseph Goebbels. Nada caracte
riza mejor la intención de robar a la historia parte de su
contenido por razones m oralizadoras, que la form a
como se expresó un biógrafo que no vaciló en escribir
que Goebbels «asesinó» a sus hijos. Lo cierto es, sin
ninguna duda, que Goebbels am aba a sus hijos más
que a nada y, además, también se «asesinó» a sí mismo.
Compensó las muchas debilidades y malas acciones de
su vida practicando en su m uerte lo «absolutamente
necesario», del mismo modo que Lenin y Luxemburgo
realizaron en vida esa «absoluta necesidad».
Una observación tan categórica como ésta provo
cará escándalo por lo que tiene de apología. Pero un
apologista es quien disculpa al atacado y defiende su
causa. Un juez no debe ser considerado un apologista
por el hecho de tomarse en serio los argumentos del de
fensor y colocarlos en el correspondiente platillo de la
balanza de la justicia; todo lo contrario: si no lo hiciera,
faltaría a su ética profesional y no sería juez, sino fis
cal. Nadie capaz de pensar podría aceptar en la actuali
dad otro tipo de sociedad que no fuera la pluralista, que
concede al individuo derechos inviolables, pero que
permite, e incluso anima, los conflictos abiertos entre
grupos, siempre que estos conflictos se resuelvan o se
atenúen por medios pacíficos, reprobando la guerra ci
vil e incluso que la política se entienda como una rela
ción entre el amigo y el enemigo.
La forma histórica que constituye el espacio original
de esta sociedad, el sistem a liberal europeo, fue, sin
embargo, terreno propicio para guerras civiles tan
pronto como la oposición radical que se cobijaba en él,
y que en su mayoría representaba lo nuevo, quiso ser
un todo único y trató de conseguir el poder absoluto.
Un exceso semejante se enfrentaba con los demás fac-
30 DESPUÉS DEL COMUNISMO
Notas
Nota
i
LA GUERRA CIVIL EUROPEA 1917-1945
II
El estallido de la primera guerra mundial, que hasta
1917 fue una guerra totalmente europea, significó, en
primer lugar, la completa victoria de las fidelidades al
Estado. Fue una experiencia en parte satisfactoria y en
parte traum ática para los marxistas, que estaban con
vencidos de que la estructura horizontal y totalmente
actual de la solidaridad de la clase obrera homogénea e
internacional sería más fuerte que las estructuras verti
cales de los Estados y naciones, profundamente arrai
gadas en el pasado.
Sin embargo, con la, en principio inimaginable, du
ración de la guerra y su insólita devastación, fue ga
nando fuerza una tendencia opuesta, cuyo punto cen
tral era que la ilimitada soberanía de los Estados había
sido, al fin y al cabo, la responsable de la guerra, y que
la fuerza destructora de la contienda se había hecho de
masiado grande como para perm itir que la dirección
de la guerra continuara siendo un derecho inaliena
ble de cada Estado por separado. Esa tendencia pudo
unirse con otra de tipo totalm ente distinto que repre
sentaba la culminación de la voluntad de victoria de to
dos los grupos de potencias beligerantes, y que se ba-
¡ saba en la creencia de que el enem igo era el único
culpable de la guerra y, por lo tanto, debía ser aniqui-
i
56 DESPUÉS DEL COMUNISMO
* Fritz Haber, Premio Nobel de Química en 1918, fue director del De
partamento de Guerra Química del emperador Guillermo II durante la pri
mera guerra mundial. Su intervención fue muy importante en el desarrollo
de los gases asfixiantes. (N. del t.)
66 DESPUÉS DEL COMUNISMO
buenos motivos para sostener que el verdadero funda
mento ideológico del antisemitismo no era el «antisio
nismo», protector de la segregación racial, ni la aver
sión cristiana contra los «asesinos de Cristo», sino el
antim arxism o en su form a concreta de antibolche
vismo.
El pacto de no agresión firmado entre Hitler y Polo
nia en enero de 1934 no hubiera podido proponerlo
ningún estadista de la República de Weimar sin arries
gar su supervivencia política; Hitler, por el contrario,
fue capaz de imponerlo debido a su parentesco ideoló
gico con el m ariscal Pilsudski y, probablem ente, te
niendo en cuenta ya la posibilidad de un posterior en
frentamiento con la Unión Soviética. En un principio,
el Ministerio de Asuntos Exteriores, como el de la Gue
rra, se m ostraron contrarios a la intervención de Ale
mania en la guerra civil española; Hitler, sin embargo,
ordenó dicha intervención y la mantuvo con firmeza
hasta que se produjo la victoria de Franco. El pacto con
Mussolini se debió, al principio, a razones de tipo ex
clusivamente pragmático. El Pacto de Munich se atenía
exactamente a la conducta observada por Hitler desde
su llegada al poder en Alemania: en estrecha colabora
ción con las fuerzas conservadoras tradicionales, Hitler
deseaba infligir una dura derrota al Estado revolucio
nario. Naturalmente, tam bién la Unión Soviética, que
en aquel entonces m antenía una actitud tan revisio
nista como polémica con respecto al Tratado de Versa-
lles, perseguía, desde hacía años, alcanzar un acuerdo
con las potencias occidentales, mientras que Hitler, por
su parte, estaba decidido de todo punto y abiertamente
a som eter a Checoslovaquia, aun sin contar con la
aprobación de Inglaterra y Francia. Y se había puesto
de manifiesto que la complejidad de la realidad histó
rica no perm itía que la «contrarrevolución» tom ara
cuerpo en determinados Estados o, incluso, en deter
minados partidos. En la Unión Soviética, Stalin había
LAGUERRACIVIL EUROPEA 1917-1945 67
eliminado radicalm ente a los compañeros de viaje de
Lenin, como Hitler hizo con los cam aradas de Thal-
m ann. El ejem plo m ás llam ativo y desconcertante
—para sus contemporáneos— de estas paradojas y con
tradicciones históricas fue el Pacto de no agresión en
tre Stalin y Hitler, que, en realidad, fue un acuerdo de
guerra encaminado a la destrucción y al reparto de la
Polonia anticomunista de los sucesores de Pilsudski y
que significó el prim er disparo que desencadenaría la
segunda guerra m undial. Durante dos años pareció
darse una situación de guerra civil de un tipo completa
mente nuevo: las democracias parlamentarias, denomi
nadas por su más antiguos enemigos plutocracias capi
talistas, estaban solas —aunque contaban con unos
pocos aliados en el campo enemigo— frente a los dos
estados con «dictaduras totalitarias», la más joven de
las cuales había reclamado hasta hacía poco el papel
de adalid en la lucha contra la más antigua. Si se hubie
ran realizado los proyectos aliados de acudir en ayuda
de Finlandia, atacada por la Unión Soviética sin pre
via declaración de guerra, o si se hubieran destruido,
mediante un ataque aéreo, los campos petrolíferos de
Bakú, todas las hipótesis razonables llevan a suponer
que Hitler y Stalin hubieran seguido siendo aliados du
rante un período de tiempo incalculable.
No queda claro, a primera vista, que se pueda consi
derar la guerra germano-soviética como una guerra ci
vil, como una especie de reanudación de la guerra civil
rusa entre blancos y rojos; con la notable diferencia, so
bre todo, de que en esta ocasión las potencias occiden
tales luchaban a favor de los «rojos». En un estudio
breve, como es éste, tampoco pueden explicarse deta
lladamente estos fundamentos y, especialmente, no es
posible m ostrar hasta qué punto no se trataba de una
guerra civil «pura», sino de una realidad múltiple, den
tro de la cual se mezclaban factores casuales que juga
ban un importante papel, en la que se superaba lo con
68 DESPUÉS DEL COMUNISMO
tradictorio y los enemigos se asemejaban. Al que desee
conocer más detalles, le recomiendo mi libro, cuyo tí
tulo es idéntico al de este capítulo (Der europäische
Bürgrkrieg 1917-1945). Aquí, no obstante, citaré algu
nos hechos que aclaran la perspectiva desde la cual esta
guerra entre Estados aparece como guerra civil.
Con el Kommisarbefelh* Hitler no hizo sino conti
nuar, como algo natural, una de las reglas más espanto
sas de la guerra civil rusa; en amplios territorios de la
Unión Soviética, las tropas alemanas fueron recibidas
con júbilo por la población, y cientos de miles de solda
dos soviéticos se pasaron al bando alemán; en sus dis
cursos, tam bién Stalin evocaba las em ociones de la
guerra civil y tam bién había un núm ero de alemanes
que —en el interior de Alemania primero y más tarde,
también, en los campos de prisioneros— actuaban en
favor de un enemigo cuya ideología com partían o al
menos consideraban adecuada a los tiem pos. Hitler
hizo ver claro hasta qué punto tenía presentes los acon
tecimientos de la guerra civil rusa y se dejó determinar
por esos recuerdos incluso en actuaciones concretas.
También se enfrentaron grupos de antifascistas france
ses contra los m iem bros de la Legión Charlemagne,
árabes contra árabes, indios contra indios; incluso de
Estados Unidos e Inglaterra acudieron en ayuda de Hit
ler hom bres influyentes, como Ezra Pound y James
Joyce. Es precisam ente desde esta perspectiva que
queda claro con qué fuerza seguían existiendo viejas
tradiciones que, de acuerdo con la teoría biologicista,
presentaban aspectos contradictorios con los de una
guerra civil pura y simple, como, por ejemplo, la tradi
ción alemana de la «lucha popular» en el Este, que pre
tendía esclavizar y oprim ir a los anticomunistas pola-
* Orden dada por Hitler de ejecutar sin juicio a todos los comisarios
políticos soviéticos capturados. (N. del t.)
LAGUERRACIVILEUROPEA 1917-1945 69
eos considerándolos slawische Untermenschen, o sea,
«infrahombres eslavos». Estas herencias culturales in
fluyeron también en la «solución final de la cuestión ju
día» que, desde el punto de vista de la guerra civil, apa
rece como la repetición, aunque a escala gigantesca, del
progrom «blanco» en Ucrania, pero en la que también
está presente en aquel pensamiento que lam entaba la
decadencia moderna, la corrupción y la desintegración
de la vida y que, en parte, señalaba a los judíos como los
responsables de este fenómeno. De ese modo, la «solu
ción final» es la prueba más concluyente de que los na
zis no sólo buscaban responder a las medidas políticas y
sociales de destrucción de la revolución bolchevique
con otras medidas de destrucción antagónicas, igual
mente políticas y sociales, sino que tenían previstas
otras medidas de exterminio basadas en la biología, e
incluso en la metabiología, que habrían de superar con
creces el horror inherente a toda situación de guerra ci
vil. La solución final hizo posible postular de m anera
ideológica el pacto entre el comunismo y las democra
cias occidentales, que tuvo como consecuencia la de
rrota del Tercer Reich. Como todo el mundo sabe, esa
derrota fue el prólogo a la «guerra fría» entre el «Este» y
el «Oeste», es decir, de la guerra civil mundial potencial,
cuyo fin sólo actualmente da muestras de vislumbrarse.
III
La tesis del libro, cuyo contenido hemos reiterado
aquí —aunque muy resumido— ha sido objeto de m u
chas críticas, por lo general de tendencia científica, y
además tuvo que enfrentarse a graves reproches: se le
acusó de falta de sensibilidad moral o, incluso, se in
tentó atribuirle otras intenciones aún peores. Expongo
algo de ello a continuación y ofrezco las respuestas que
me parecen más necesarias:
l
70 DESPUÉS DEL COMUNISMO
1. Se objeta que presentar el período que abarca el
tiempo transcurrido entre las dos grandes guerras y el
de la segunda guerra mundial como una «guerra civil
europea», no está justificada si se tienen en cuenta la
multiplicidad de factores y la complejidad de las rela
ciones entre Estados soberanos: esto desvía la atención
del hecho de que la segunda guerra mundial fue una re
petición de la primera y que ambas tuvieron su origen
en las mismas causas: los esfuerzos expansionistas del
Imperio prusiano-alemán. Casi tan fuerte como la crí
tica objetada por los defensores de la interpretación
germanocéntrica, fue la que hicieron los partidarios del
concepto teórico del totalitarismo: en vez de examinar
en sus profundas contradicciones la concordancia
esencial de los regímenes totalitarios de Hitler y Stalin
frente a los estados constitucionalistas de impronta oc
cidental, se aceptó la imagen tópica generalizada sobre
ambos regímenes que ya hacia prever una mortal ene
mistad entre ellos; de ese modo, el papel de Occidente
se redujo de modo inadmisible, hasta el punto de consi
derar como irrelevante e inconsecuente, simplemente
como un posible error, su apoyo a la Unión Soviética.
Pero la flagrante contradicción entre estas dos interpre
taciones dominantes desde hacía mucho tiempo, per
mitía apreciar que cabía otra interpretación más. Esta
interpretación no pudo evitar una reducción, incapaz
de crear y reflejar el cuadro monumental de los aconte
cimientos que se había propuesto como meta una «his
toria de Europa de 1914 a 1945» o una «historia de la
segunda guerra mundial». Pero aspiraba, eso sí, a rei
vindicar el hecho de haber puesto luz y hecho com
prensible, en el marco de lo posible, aquello que en las
otras interpretaciones queda como un hecho incom
p ren sib le y deleznable, p o r ejem plo el ya citado
Kommisarebefehl o, tam bién, la «solución final» del
problem a judío. En lo que respecta al significado de
«occidente» o del «sistema liberal», nadie podrá apre-
LAGUERRACIVILEUROPEA 1917-1945 71
ciar menosprecio en el juicio expresado, en ninguno de
mis cuatro libros sobre la historia de las ideologías mo
dernas, o que haya algo allí despreciativo o negativo.
En esos libros, el sistem a liberal es considerado
como la raíz y la tierra abonada de las ideologías de ex
trema izquierda y de extrema derecha que, en 1917 y en
1933, por así decirlo, lograron su respectiva autonomía
como ideologías de un Estado. La primera fue más ori
ginal que la segunda porque nació de una fe más autén
tica y mucho más antigua a la que se opone otra fe radi
calm ente contraria. En conjunto, para em plear un
término de Jacob Burckhardt, es una historia de la era
moderna de las revoluciones que surgió con la revolu
ción industrial y que aporta —mediante el análisis más
que mediante la descripción— a la teoría del totalita
rismo la dimensión histórico-genética que hasta enton
ces le faltaba, sin omitir la cuestión del papel especial
jugado por Alemania para no mencionar la polémica, ya
obsoleta desde hace tanto tiempo, contra los Junker*
La crítica científica puede m ostrar la limitación de
los conceptos expresados en mis libros y está obligada
a criticar la debilidad de su exposición, pero no debe
extrapolar las frases aisladas sin tener en cuenta el sig
nificado conjunto e interdependiente, es decir el con
texto; ni hacer conjeturas sobre la motivación preexis
tente, que queda fuera del ámbito científico. Además,
tampoco he sido yo el primero en emplear el concepto
de «guerra civil europea» aplicado a la segunda guerra
mundial, ya que, con anterioridad, lo hizo así Dorothy
Thompson, en octubre de 1939; tam poco soy el p ri
mero en considerar, desde una perspectiva igualmente
distante de ambas ideologías, su lucha como un aconte
cimiento central de la historia del siglo xx.
* Terratenientes prusianos de la nobleza inferior, de ideas ultracon
servadores, que desde la época de Bismarck constituyeron la aristocracia del
ejército y absorbieron el Estado Mayor durante la primera guerra mundial.
(N.delt)
72 DESPUÉS DEL COMUNISMO
2. En lo que se refiere a la crítica no científica, a la
crítica filosófica o conceptual, ésta no se dirige tanto
contra el hecho de que se tome muy en serio el enfrenta
miento entre el nacionalsocialismo y el bolchevismo —y
no sea considerado como una simple apariencia o mera
lucha por el poder—, sino que se escandaliza de que el
poder «revolucionario», tanto como el «contrarrevolu
cionario», se repartan por igual tanto la injusticia como
la justicia históricas. Desde el punto de vista del año
1989, me parece evidente, de hecho, que el comunismo
jactancioso y violento que se llamó a sí mismo bolchevi
que, es decir, mayoritario, carecía de razón histórica
cuando pensó que podía sustituir al capitalismo, es de
cir, a la economía mundial de mercados, que se hallaba
en su prim era etapa de desarrollo, por una economía
planificada, y quiso «abolir» los Estados. Estoy comple
tamente convencido de que el nacionalsocialismo tenía
razón histórica al oponer resistencia a ese intento. Pero
el nacionalsocialismo se enfrentó a la historia cuando,
por ejemplo, quiso utilizar la guerra como medio de es
tablecer para el futuro la conservación de la pureza de
la raza y fijar jerarquías visibles de individuos y estados
para los siglos venideros; por el contrario, el bolche
vismo se identificó con el movimiento opuesto, que te
nía como meta el establecimiento de un gobierno mun
dial único. Consecuentemente, es lícita y justificada una
distinción histórica entre el «exterminio social» del bol
chevismo y el «exterminio biológico» nazi. Pero me
parece de todo punto ilícito, y una deplorable conse
cuencia del entusiasmo revolucionario —tan extendido
como ingenuo—, extraer de esta diferenciación histó
rica también una diferenciación moral, y prescindir así
del único principio con validez absoluta: que el asesi
nato de seres hum anos inocentes e indefensos está
prohibido en toda circunstancia y que la «atribución de
responsabilidad colectiva» que lo fundamenta debe ser
reprobada cualesquiera que sean las circunstancias.
LAGUERRACIVILEUROPEA 1917-1945 73
3. Precisam ente en este contexto se ha elevado
una acusación moral: que se ha olvidado de tomar en
consideración que la causa original de «la solución fi
nal» radica en el antisemitismo y que al establecer un
paralelismo entre el Gulag soviético y el Auschwitz nazi
se ha tratado de realizar una operación que pretende
relativizar los crímenes nazis y cuestionar su singulari
dad. Yo sé también, perfectamente, que el antisem ita
Eugen Dühring, mucho antes del cambio de siglo, ya
exigió el exterm inio de los judíos por constituir una
«nacionalidad especialmente peligrosa para los pue
blos».7 Pero sé, igualmente, que exigencias de este tipo
eran fenómenos totalmente marginales y que el antise
mitismo de las masas no perseguía otro objetivo, en
Francia y en Alemania, en Rumania y en Polonia, que
la expulsión de los judíos de sus respectivos países.
Este antisemitismo se convirtió en asesino sólo porque
se pudo aliar con otro fenóm eno social m ucho más
fuerte que la mera existencia de una minoría judía. Ese
fenómeno fue el marxismo de la época, que había pro
bado que él, por sí solo, se bastaba para estar en condi
ciones de hacerse con el poder en exclusiva y realizar
sus postulados de exterm inio social; la relación de
causa-efecto fue el concepto «bolchevismo judío».
Un escritor ha mostrado recientemente en la revista
judía Commentary que en el caso del paradigm a de
«atribución de culpa colectiva», éste apenas si se trató
de una simple fantasmagoría del individuo Hitler, y ese
mismo autor no ha sentido tem or al citar la frase de
un rabino: «Los Trotskis hicieron la revolución y los
Bronsteins pagaron la cuenta.»8 Con eso establece la
evidencia de un nexus causal pero, no menos evidente
mente, se aleja también de la opinión de que ese nexus
causal significaba una obligada determ inación, y de
que la presentación de esa cuenta no pueda ser igual
mente considerada una singular injusticia o error his
tórico. El establecer una diferenciación moral basada
74 DESPUÉS DEL COMUNISMO
Notas
1. Ralph Giordano, D ie zw e ite S ch u ld o d er v o n d e r L ast, D e u t
scher zu sein , Hamburgo-Zurich, 1987, p. 358.
2. M E W , t. 6, pp. 149 y ss.
3. Véase, a este respecto Ernst Nolte, N ie tzsch e u n d d er N ie tz
sch ea n ism u s, Frankfurt-Berlin, 1990, pp, 190 y ss.
4. Ernst Nolte, D er eu ro p ä isc h e B ürgerkrieg, 1 9 1 7 -1 9 4 5 , Frank
furt-Berlin, 1987, p. 67; W. I. Lenin, A u sg ew ä h lte W erke, t. II, p. 886.
5. R o te F ahne del 2 de noviembre de 1920.
6. P o em a s y C an cio n es ro ja s, Berlín, 1924, p. 76.
7. Eugen Dühring, D ie Ju den frage als Frage des R a ssen ch a ra k
ters u n d sein er S c h ä d lich k eiten fü r V olkerxisten ze, S itte u n d K u ltu r.
M it ein er d en k erisch freih eitlich en u n d p ra k tisc h a b sch liessen d en A n t
w ort. 5.a ed. rev., Nowawes, 1901, pp. 3 y 113.
8. Véase «Abschliessende Reflexionen...», p. 235.
ESLAVOS, JUDÍOS Y BOLCHEVIQUES
EN LA IDEOLOGÍA NACIONALSOCIALISTA.
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS
Notas
Notas
Notas
1. Fritz Fischer, G riff n a ch d er W eltm a ch t, Düsseldorf, 1964, p. 5.
2. Vease Claude Digeon, L a c r is e a lle m a n d e d e la p e n s é e
française (1870-1914), Paris, 1959, p. 482.
J
ALEMANIA COMO ESTADO NACIONAL 161
A estas cuestiones de conciencia sólo se puede res
ponder, o intentar hacerlo, si desviamos la m irada de
Alemania y recurrimos al método comparativo del aná
lisis.2
Mucho antes que Alemania, otro Estado nacional
europeo vivió una catástrofe muy parecida: la Francia
de los años 1870-1871. También en aquel caso no se
trató sólo de una derrota militar sino que tuvo, además,
una dimensión moral. De acuerdo con el punto de vista
de muchos intelectuales franceses, el derrotado fue un
régime, un régimen criminal que estaba manchado de
sangre, el régimen de Napoleón III. De hecho, el so
brino del Gran Corso se hizo con el poder en diciembre
de 1851 gracias a un golpe de Estado que costó la vida
a cientos de personas en París y en las provincias del
sur de Francia, mientras que miles de adversarios polí
ticos fueron condenados a trabajos forzados y enviados
a los trópicos para cumplir allí sus sentencias. Numero
sos escritores se vieron obligados a em igrar y los iz
quierdistas de entre ellos atacaron apasionadamente al
káiser como líder de la contrarrevolución. En lo que se
refiere a la política exterior, Napoleón III provocó rápi
damente una guerra que estuvo a punto de convertirse
en mundial: la guerra de Crimea, aunque, todo hay que
reconocerlo, no lo hizo solo sino aliado con Gran Bre
taña. Muy poco después pasó a ser considerado como
el «enemigo de la paz en Europa» tanto por los rusos
vencidos como por sus aliados ingleses. En 1859 se
sacó de la manga una agresión contra Austria que, en
contra de su voluntad, tuvo como consecuencia la uni
dad de Italia. Seguidamente trató incluso de convertir
en emperador de México a un archiduque austríaco, y
con ello tam bién se granjeó la enem istad de Estados
Unidos. En el interior de su país creó un régimen que,
de modo totalmente nuevo, unió la más cruel represión
con «el progreso social». Por fin, a partir de 1860 entró
en un período de limitada liberalización.
162 DESPUÉS DEL COMUNISMO
i
178 DESPUÉS DEL COMUNISMO
Notas
1. D ie Z eit, 5 de octubre de 1990.
2. Más detalles en Ernst Nolte, «Europa und die deutsche
Frage in historischer Perspektive», en E u ro p ä isc h e In teg ra tio n u n d
deutsche F rage, Jens Hacker y Siegfried Mampel (eds.), Berlin, 1989,
pp. 25-42.
3. Véase Ernst Nolte, D e r F a s c h is m u s in s e in e r E p o c h e , Mu
nich, 1963, pp. 80 y ss.
4. Véase, también, pp. 57 y ss.
5. Hamburgo, 1946.
1
REFLEXIONES FINALES SOBRE
LA DENOMINADA POLÉMICA
HISTORIOGRÁFICA
1
184 DESPUÉS DEL COMUNISMO
La «ciencia» no científica
1
190 DESPUÉS DEL COMUNISMO
i
192 DESPUÉS DEL COMUNISMO
1
194 DESPUÉS DEL COMUNISMO
1
196 DESPUÉS DEL COMUNISMO
Geo rg L uk ács
E r n s t B loch
i
200 DESPUÉS DEL COMUNISMO
Notas
1. M. Stürmer, «Geschichte in geschichtslosem Land April
1986», en H is to r ik e r s tr e it (documentación de la controversia en
torno a la singularidad del exterminio judío por los nacionalsocia
listas), Munich, 1987, p. 36.
2. E. Nolte, «Vergangenheit, die wicht vergehen will» (dis
curso que fue escrito pero que no pudo llegar a pronunciarse [6 de
junio de 1986]), en ibidem, p. 45.
3. Ibidem, p. 46 (lo subrayado en el original).
4. Th. Sommer, «Von der Last, Deutschen zu sein», en D ie
Z eit, 18 de noviembre de 1988, p. 1.
REFLEXIONES FINALES 215
5. E. Nolte, D er E u ro p ä isc h e B ü rgerkrieg 1 9 1 7 -1 9 4 5 . N a tio n a l
so zia lism u s u n d B o lc h e w is m u s , Berlin, 1987.
6. H.-U. Wehler, «Entsorgung der deutsche Vergangenheit?
Ein polemischer Essay», en H is to r ik e r s tre it , Munich, 1988, p. 154.
7. I. Kershaw, D e r N S -S ta a t. G e s c h ic h ts in te r p r e ta tio n e n u n d
k o n tro versen im Ü berblick, Reinbeck, 1988, p. 323.
8. Nolte (Anot. 5), p. 502.
9. Ibidem, pp. 512 ss.
10. Véase H. Mommsen, «Das Ressentim ent als W issen
schaft», anotaciones de Ernst Nolte D e r E u ro p ä is c h e B ü rg erk rie g
1 9 1 7 -1 9 4 5 . N a tio n a ls o z ia lis m u s u n d B o lsc h e w ism u s, en Geschichte
und Gesellschaft, 1988, pp. 495-512. La respuesta se encuentra en
ibidem, 1989, fase. 4, pp. 537-551 (Das Vor-Urteil als «strenge Wis
senschaft». Notas de Hans Mommsen y Wolfgang Schieder).
11. H. Mommsen, anot. 10, p. 507 (subrayado en el original).
12. Nolte, anot. 5, p. 499 (subrayado en el original).
13. Citado de B. Hillebrand (ed.), N ie tzsc h e u n d d ie d e u tsc h e
L itera tu r, 1.1, Munich/Tubinga, 1978, pp. 279 y ss.
14. M. Sperber, L eben in d ie ser Z eit, Viena, 1972, p. 101.
15. Th. Herzl, «Der Judenstaat», en Z io n istisc h e S ch riften , t. I,
Tel Aviv, 1934, p. 37.
16. J. Z. Müller, «Communism, Anti-Semitism and the Jews»,
en C o m m e n ta ry, 1988, fase. 8, pp. 28-39.
17. G. Lukács, T a k tik u n d E tjik , P o litis c h e A u fsä tz e I, 1 9 1 8 -
1 92 0, Darmstadt-Neuwied, 1975, p. 233.
18. ídem, G e le b te s D e n k e n . E in e A u to b io g r a p h ie im D ia lo g ,
Frankfurt am Main, 1981, p. 105.
19. ídem, O r g a n isa tio n u n d Illu sio n . P o litis c h e A u fsä tz e III,
1921-1924, Darmstadt-Neuwied, 1977, p. 83.
20. Ídem, anot. 18, p. 175.
21. E. Bloch, B riefe 1 9 0 3 -1 9 7 5 , T. I, Frankfurt am Main, 1985,
p. 67.
22. ídem, V a d e m é c u m fü r h e u tig e D e m o k ra te n , Berna, 1919.
Desde 1985, fácil de consultar en ídem, K a m p f n ic h t K rieg. P o litsch e
S ch riften 1 9 1 7 -1 9 1 9 , M. Korol (ed.), Frankfurt am Main, 1985.
23. ídem, V a d em écu m , anot. 22, p. 12.
24. Ibidem, p. 70
25. Ibidem, pp. 50, 67.
26. Ibidem, p. 35.
27. Ibidem, p. 71.
28. Ibidem, p. 34.
29. Ibidem, p. 54
30. Ibidem, p. 220.
31. Ibidem, pp. 232 y ss.
32. Ibidem, p. 72
33. ídem, D u rch die W ü ste. K ritisch e E ssa ys, Berlin, 1923, p. 31.
34. ídem, T h o m a s M ü n tz e r a ls T h eolo ge d e r R e v o lu tio n , Mu
nich, 1921, p. 128.
216 DESPUÉS DEL COMUNISMO
35. Ibidem, p. 10.
36. Citado por E. Nolte (ed.), T h eorien ü b e r d e n F a sc h ism u s,
Colonia, 1967, p. 197.
37. E. Bloch, V o m H a sa rd zu r K a ta stro p h e . P o litisch e A u fsä tze
1 9 3 4 -1 9 3 9 , Frankfurt am Main, 1974, p. 245.
38. Idem, P o litisch e M essu n g en , P estzeit, V o rm ä rz, Frankfurt
am Main, 1970, p. 376.
39. Ibidem, p. 232.
40. Ibidem, pp. 320 y ss.
41. M. Horkheimer, N o tize n 1 9 5 0 b is 1 9 6 9 u n d D ä m m e ru n g .
N o tize n in D e u tsc h la n d , W. Brede (ed.), Frankfurt am Main, 1974,
p. 245.
42. Ibidem, p. 260.
43. Ibidem, pp. 269 ss.
44. Ibidem, p. 296.
45. Ibidem, p. 302.
46. Ibidem, p. 288.
47. Ibidem, p. 351.
48. Ibidem, p. 289.
49. Bloch, B riefe..., obra, cit., t. II, p. 878.
ÍNDICE
Prólogo a la edición e s p a ñ o la ........................................... 7
Introducción ..................................................................... 15
N o ta s ............................................................................. 34
La caída del comunismo soviético. Fin de un Estado . 35
N ota ............................................................................. 47
La guerra civil europea 1917-1945 ................................ 49
N o ta s ............................................................................. 75
Eslavos, judíos y bolcheviques en la ideología nacio
nalsocialista. Perspectivas históricas...................... 77
N o ta s ............................................................................. 98
El problema de la definición de la situación histórica
del nacionalsocialismo ............................................. 101
N o ta s ............................................................................. 128
Paradigmas de la historia del siglo x x .......................... 131
N o ta s ............................................................................. 153
Alemania como Estado nacional y la catástrofe de
1945 ............................................................................. 155
N o ta s ............................................................................. 181
Reflexiones finales sobre la denominada polémica
historiográfica............................................................ 183
220 ÍNDICE