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Era una construcción muy amplia y magnífica, una creación del propio príncipe,
de gusto excéntrico, pero grandioso.
Un fuerte y elevado muro la circundaba. Los cortesanos, una vez dentro, trajeron
fraguas y pesados martillos para soldar los cerrojos.
Habían resulto no dejar ninguna vía de acceso o salida a los súbditos impulsos de
la desesperación o del frenesí.
El mundo exterior, que se las arreglara por su cuenta. Por lo demás, sería una
locura apenarse o pensar en él.
Ocurrió a fines del quinto o sexto mes de su reclusión, mientras la peste hacía
grandes estragos afuera, cuando el príncipe Próspero proporcionó a su millar de
amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.
La noche del baile uno por uno comenzaron a entrar al salón decorado de una
forma magnifica y resplandeciente haciendo reverencia al príncipe y a sus
acompañantes, antes de empezar el príncipe realizó un brindis de lo más contento
junto su millar de amigos, olvidando todo aquello que ocurría fuera de los muros,
dando por terminado el brindis comenzó el baile, el cual se desarrollaba de una
forma inimaginable, todos bailaban y se paseaban por los aposentos a excepción
del negro, en el que se encontraba un reloj de ébano cada vez que este daba las
12, la fiesta paraba y todos escuchaban atónitos, como asombrados, a que algo
sucediera cuando el reloj terminara de dar la hora, pero nada sucedía y la fiesta
continuaba como si nada hubiera pasado.
Este al ritmo de la música se iba llevando uno por uno las vidas con quienes
bailaba sin que nadie se diera cuenta, hasta que el príncipe muy alterado al ver
que tal sujeto se burlaba de él disfrazándose de la peste, ordenó que
desenmascararan al personaje, pero nadie tuvo el valor ya que el enmascarado
infundía respeto a quienes lo miraban.