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Caso Falconi
Caso Falconi
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directivos suspiran, pero, ya entrados en gastos, acceden. Las computadoras estarán en
red.
Comienzan las clases a finales de marzo. Cuando el presidente de la APAFA pregunta si
las computadoras “tienen Internet”, el director contesta que sí, que todas están
conectadas en red. Y los alumnos recibirán dos horas semanales de computación. En un
tiempo record, Falconí cree haber solucionado su problema.
¿Final feliz? No, desgraciadamente. Los directivos no saben que sus problemas no han
hecho más que comenzar. A la semana un niño tropieza con los cables y produce un
cortocircuito que deja inoperativas dos máquinas durante una semana. A reacomodar a
los alumnos. Diez días después, un alumno trae un archivo con virus e infecta la red. Otra
semana perdida, hasta que se limpia la red, se reconfigura e instala todos los programas.
Al mes, una alumna se desmaya por el calor con insuficiente ventilación y una mala
disposición de los muebles, el salón de computadoras se vuelve rápidamente un horno,
sobre todo porque ese grado lleva Educación Física antes de las clases de computación.
La solución temporal es invertir los horarios pero eso trae conflicto con otro grupo.
Para colmo, los alumnos de primer grado se quejan con sus padres porque no entienden
al profesor de computación. Pronto las quejas cunden en los demás años: los programas
son difíciles y los alumnos, resignados, se limitan a memorizar los comandos dictados en
clase.
Ante la queja de los padres, Falconí se ve “en la necesidad” de hablar con el profesor de
computación. El ingeniero responde a las críticas aduciendo que los niños no están
acostumbrados a que les digan qué hacer con las máquinas pero, que pronto,
aprendiendo los comandos necesarios, las van a usar muy bien. El director, que no sabe
hasta qué punto es cierta esta afirmación, le cree y calma a los padres. Al siguiente mes,
un grupo de miembros de la APAFA se presenta en su oficina para quejarse porque “no
se enseña diseño multimedia” a sus hijos. Uno de ellos exige que se les dé, además,
clases de Internet y diseño de páginas web.
Falconí no sabe que pensar. Consultando al proveedor, el precio de los nuevos
componentes es excesivo (ya están endeudados con las computadoras) y en lo referido a
Internet, no tiene aún los equipos, “pero llegan a fin de mes”. El director decide aplazar la
compra “hasta otra oportunidad” y promete a los padres complacerlos muy pronto.
Falconí comienza a arrepentirse de sus decisiones apresuradas. Algo que parecía tan
fácil, añadir el curso de computación a su currícula escolar, se ha convertido en un gran
dolor de cabeza sin trazas de soluciones