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En la mayoría de parroquias hay un coro o un ministerio de música que son los encargados del

servicio litúrgico durante los domingos en la Santa Misa, sin embargo, el coro o ministerio a veces
no cumple como debe ser su misión de ser músicos de Dios. A continuación les dejaré 5 consejos,
tanto litúrgicos como espirituales, para aquellos que le sirven a Dios a través de la música.

1. Reconocer que somos instrumentos del Señor

Tal vez nos hemos topado en el coro con algún cantante o un músico que quiere ser la estrella, el
que salmodie solamente en Pentecostés, o en alguna otra solemnidad, aquel que siempre quiere
figurar en el coro, que su voz resuene más que la de los demás, el que quiere hacer solos de
guitarra en la misa, etc…

Para aquellos músicos, les quiero dedicar este primer consejo que es espiritual: la Santa Eucaristía,
no es un acto en el cual nosotros demostramos nuestros dotes y talentos a los demás. Es un
sacramento en el cual Cristo se hace presente, en cuerpo alma y divinidad bajo las especies del
Pan y del Vino. Por lo tanto, la misa no es un concierto. El centro de la Misa es Cristo, la estrella es
Él.

Para contrarrestar este problema, les recomiendo la oración de san Francisco de Asís: «Señor


hazme un instrumento de tu paz…» Si buscas la fama, los aplausos, los fans, estás perdiendo el
tiempo. Inviértelo en algo mejor, aunque no hay nada mejor que cantarle a Dios.

2. Discernimiento
Como músicos de Dios, debemos discernir todo el tiempo, tanto en el diario vivir, como en el
servicio litúrgico, para poder cumplir con excelencia nuestra misión de músicos católicos. Es difícil,
pero no imposible, ser buenos músicos de Dios. Acudir constantemente a los sacramentos, la
lectura diaria de la Palabra de Dios y el rezo del santo rosario es de vital importancia espiritual.

El discernimiento para los cantos se da siempre y cuando se abra el corazón a la acción del Espíritu
Santo antes y durante del servicio litúrgico. Discernir qué canto hacer para que se relacione con las
lecturas del día, con el Evangelio, con la reflexión del sacerdote. La pregunta para discernir los
cantos es: ¿qué quiere decirnos el Señor hoy? No podemos realizar cualquier canto, el primero
que nos llegue, o el que es más bonito. Nada de eso. Los cantos, han de ser siempre producto de la
inspiración divina en los músicos y no de sus gustos personales.

Recuerda no convertir la Misa en un concierto, debes hacer bien tu trabajo, nunca te alegres por
hacer las cosas a medias, planifica siempre los cantos para el servicio y tampoco critiques algún
canto, porque es muy viejo o el ritmo parece fúnebre. Recuerda siempre que es Dios quien habla
cantando.

3. Ora y estudia
La oración es el combustible de nuestro corazón, sin ella, no podemos seguir el camino en el
Señor. Un cristiano que no dedique un momento de su día a la oración está perdiendo su batalla
espiritual. Debemos orar todos los días, comunicarnos con Dios en todo lugar y en todo momento.
No buscar excusas, para no orar. «Quien dice que no ora por falta de tiempo, no le falta tiempo
sino amor» (San Juan Pablo II).

¿Estudiar? sí hay que estudiar, pero… ¿estudiar qué? Música, liturgia, magisterio de la Iglesia, vida
de santos, hay mucho por estudiar. En el coro, se debe dar algunas nociones musicales a todos los
integrantes, se debe estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica, el Concilio Vaticano II, el
«Musicam Sacram», entre otros documentos eclesiales, que hablen sobre la música.

4. No ser superficiales
La misión de los músicos de Dios no es solamente cantar la misa, la hora santa, los conciertos, etc.
El coro debe enseñar a las demás personas, música y canto. De igual modo también pueden dar
charlas sobre liturgia y música –según el nivel de formación que lleven– en otras parroquias a
coros o ministerios que se están iniciando en este hermoso servicio. Además procurar en realizar
visitas a los ancianatos y hospitales para llevar la alegría del Evangelio.

El coro también debe ayudar en la organización de procesiones en Semana Santa, las novenas
decembrinas, las fiestas patronales entre otras actividades parroquiales. El coro o ministerio no
solo canta la Misa los domingos.

5. Cantar al Señor, más que con la voz, con la vida misma


Cantemos al Señor el cántico del amor

«Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos
exhorta a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo sabe lo que significa este cántico
nuevo. Un cántico es expresión de alegría y, considerándolo con más atención, es una expresión
de amor. Por esto, el que es capaz de amar la vida nueva es capaz de cantar el cántico nuevo.
Debemos, pues, conocer en qué consiste esta vida nueva, para que podamos cantar el cántico
nuevo. Todo, en efecto, está relacionado con el único reino, el hombre nuevo, el cántico nuevo, el
Testamento nuevo. Por ello el hombre nuevo debe cantar el cántico nuevo porque pertenece al
Testamento nuevo

Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice que
no amemos, sino que elijamos a quien amar. Pero, ¿cómo podremos elegir, si antes no somos
nosotros elegidos? Porque, para amar, primero tenemos que ser amados. Oíd lo que dice el
apóstol Juan: El nos amó primero. Si buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a Dios,
la única razón que encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dio a sí mismo como objeto de
nuestro amor y nos dio el poder amarlo. El apóstol Pablo nos enseña de manera aún más clara
cómo Dios nos ha dado el poder amarlo: El amor de Dios dice ha sido derramado en nuestros
corazones. ¿Por quién ha sido derramado? ¿Por nosotros, quizá? No, ciertamente. ¿Por quién,
pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Teniendo, pues, tan gran motivo de confianza, amemos a Dios con el amor que de él procede. Oíd
con qué claridad expresa San Juan esta idea: Dios es amor y quien permanece en el amor
permanece en Dios, y Dios en él. Sería poco decir: El amor es de Dios. Y  ¿quién de nosotros se
atrevería a decir lo que el evangelista afirma: Dios es amor?  Él lo afirma porque sabe lo que posee.

Dios se nos ofrece en posesión. Él mismo clama hacia nosotros: «Amadme y me poseeréis, porque
no podéis amarme si no me poseéis.»

¡Oh, hermanos! ¡Oh, hijos de Dios! Germen de universalidad, semilla celestial y sagrada, que
habéis nacido en Cristo a una vida nueva, a una vida que viene de lo alto, escuchadme, mejor
aún, cantad al Señor,  junto conmigo, un cántico nuevo.  «Ya lo canto», me respondes. Sí, lo cantas,
es verdad, ya lo oigo. Pero, que tu vida no dé un testimonio contrario al que proclama tu voz.

Cantad con la voz y con el corazón, con la boca y con vuestra conducta: Cantad al Señor un cántico
nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas hay que cantar de aquel a quien amáis? Porque, sin duda,
queréis que vuestro canto tenga por tema a aquel a quien amáis. ¿Os preguntáis cuáles son las
alabanzas que hay que cantar? Habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué
alabanzas? Resuene su alabanza en la asamblea de los fìeles. Su alabanza son los mismos que
cantan. ¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros
mismos seréis la mejor alabanza que podáis tributarle, si es buena vuestra conducta».

De los Sermones de San Agustín, obispo (Sermón 34, 1-3.5-6; 41, 424-426).

Por último, les comparto una oración de san Ignacio de Loyola:


«Señor, enséñame a ser generoso; enséñame a servirte como mereces: a dar y no contar el costo,
luchar y no hacer caso de mis heridas, trabajar y no hacer caso de mis heridas, trabajar y no buscar
descanso, desgastarme y no pedir recompensa, más que conocer que hago tu voluntad. Amén».

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