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UNIVERSIDAD AUTONOMA DE MADRID

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© 1962, PRESSES UNIVERSITAIRES DE FRANCE, París

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(PICO DE LA MIRANDOLA.)
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Primera edición: 1981

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Reimpresiones: 1984, 1987


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Al principio de su lección de apertura de curso de 1862 acerca


de La significación múltiple del ser en Aristóteles 1, señalaba Bren-
tano lo presuntuosa que podía parecer, tras veinte siglos de comen-
tario casi ininterrumpido y unos cuantos decenios de exégesis filol6-
«La injusticia que con mayor frecuencia suele come- gica, la presentación de decir algo nuevo a propósito de Aristóteles,

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terse con el pensamiento especulativo consiste en tor- y pedía que, en gracia a su juventud, se le perdonase la temeridad

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narle unilateral; es decir, en tomar solamente en con-

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sideración una de las proposiciones de las que se del intento. Lo que ya era cierto en 1862, ¿no lo será todavía más
compone.» unos cien años después? El siglo que nos separa de Brentano no ha
sido menos rico en estudios aristotélicos que los precedentes. En
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Francia, si bien un latente cartesianismo apartó por mucho tiempo a
la filosofía del trato con el aristotelismo, el rebrote de los estudio'> de
filosofía antigua inaugurado por Víctor Cousin 2 había producido ya
el brillante Ensayo de Ravaisson sobre la Metafísica de Aristóteles 3,
e iba a confirmarse, por citar sólo autores ya clásicos, con los impor-
rantes estudios de Hamelin" de Rodier s, de Robin 6, de Rivaud 7,

I Von der mannig/achen Bedeutung des Seienden nach Aristoteles, Frj·


burgo de Brisgovia, 1862, p. VII.
2 Cfr. De la métaphysique d'Aristote, 1835 (se trata de su ponencia sobre
el tema sacado a concurso por la Academia de Ciencias morales y políticas
en 1832, en el que Ravaisson obtuvo el premio, y va seguida de una traduc·
ción del libro A de la Metafísica. La 2." ed., 1838, contiene además una tra·
ducción del libro A). Se debe a dos ¡:)iscípulos de V. Cousin -Pierront y
Zévort- la primera traducción francesa íntegra, aún hoy utilizable, de la
© 1974, TAURUS EDICIONES, S. A. Metafisica de ARISTÓTELES (1840).
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3 T. 1, 1837.
1987, ALTEA, TAURUS, ALFAGUARA, S. A.
• Le sysleme d'Aristo/e, curso impartido en 1904-1905, publicado en 1920.
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Príncipe de Vergara, 81, 1.0 - 28006 MADRID


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5 Cfr. Etudes de philosophie grecque, 1923.


I.S.B.N.: 84-306-1176-2 6 La lhéorie plalonicienne des Idées el des Nombres d'apres Arislote,
Depósito legal: M. 15.449-1987 1908; Aristote, 1944; dr. La pensée hellénique des origines a Epicure, 1942.
PRINTED IN SPAIN
7
de Bréhier '. Al mismo tiempo, el renacimiento neotomista se aden- Acerca de la metafísica aristotélica, que será el objeto esencial de
traba desde muy pronto en el camino de la investigación histórica, nuestro estudio, los trabajos -sobre todo en Francia- son sin duda
especialmente en Bélgica, dando lugar a los notables trabajos de mon- menos abundantes que sobre otras partes de esa filosofía: por ejem·
señor Mansion y sus discípulos 9. En Inglaterra, la gran tradición fi· plo, la física b la lógica 16. Con todo, el problema del ser, en con·
losófica de Cambridge y Oxford iba a aplicar muy pronto al aristote· creto, ha dado ya lugar a por lo menos dos estudios cuyo objeto pa·
lismo las cualidades de precisión analítica y elegancia expositiva que rece confundirse con el nuestro: el ya citado de Brent::mo, y el más
habran avalorado sus estudios sobre Platón; sir David Ross iba a ser reciente del P. Owens sobre La doctrina del ser en la metafísica de
el principal promotor, en Oxford, de ese renacimiento de Aristó- Aristóteles 17; esta última obra, aparecida en 1951, y apoyada en una
tele 10. En Alemania, donde pese a Lutero y gracias a Leibniz nunca bibliografía de 527 títulos, imposibilitaría al parecer cualquier inves·
e había quebrantado seriamente la tradición filosófica del aristotelis- tigación realmente nueva sobre el tema.
mo 11, iba a ser con todo de la historia, apoyada en la filología, Así pues, resulta necesario justificar la oportunidad de nuestra
de donde debían llegar los más fecundos impulsos para la investiga· empresa, y definir la originalidad de nuestras intenciones y método
ción aristotélica; desde este punto de vista, Brentano prolongaba la por respecto al conjunto de comentarios e interpretaciones. Nuestro
tradición ya ejemplificada por Trendelenburg y Bonitz, y que en propósito es sencillo y se resume en pocas palabras:[no pretendemos
los años siguientes desembocaría en la conclusión de la monumental aportar novedades acerca de Aristóteles, sino, al contrario, intenta·
edición del Aristóteles de la Academia de Berlín 12, pronto seguida mos desaprender todo lo que la tradición ha añadido al aristotelismo
.primitivoJ Acaso tal pretensión haga sonreír, no viendo en ella más

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por la edición aún más monumental de sus comentaristas griegos u;

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y una vez más sería la filología, con las decisivas obras de W. ]aeger

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acerca de la evolución de Aristóteles 14, la que iba a obligar a los fi-
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decirse que, desde 1923, la casi totalidad de la literatura aristotélica


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vez mejor aclaradas por la erudición contemporánea 18, se ha transo


es una respuesta a W. ]aeger 15;1
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mitido a la posteridad la obra aristotélica. Pero no resulta indiferente,


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incluso - y sobre todo- a efectos de la comprensión filosófica, te·


7 Le probleme du devenir et la notion de matiere, depuis les origitles ner siempre presentes las particulares circunstancias de dicha transo
;usqu'lJ Théophraste, 1906; Bistoire de la philosophie, t. 1, 1948. misión(el Aristóteles que nosotros conocemos no es el que vivía en
, BRÉHIER ha escrito poco sobre Aristóteles. Pero deben ser citadas, aun·
que sea tan s610 porque el estilo de interpretación que en ellas se dibuja di· el siglo IV a. c., un filósofo que filosofaba entre hombres, sino un
fiere sensiblemente de las contribuciones anteriores, las páginas tan penetrantes Corpus más o menos anónimo 19 editado en el siglo 1 a. C. No hay
que su Bistoire de la philosophie dedica a Aristóteles (t. 1, 1938, pp. 168-259). otro caso en la historia en que el filósofo haya quedado hasta tal
9 Cfr. A. MANSION, Introduction tl la physique aristotélicienne, 1913;
2." OO., 1946; las obras de la colección Aristote. Traductions et études, Lo- F. DlRLMElER, «Zum gegenwiirtigen Stand der Aristoteles-Forschung», Wiener
vaina, 1912 ss.; Autour d'Aristote, Mélanges A. Mansion, Lovaina, 1955; Studien, 76 (1963), pp. 54-67.
Aristote et saint Thomas d'Aquin, colectivo, Lovaina, 1958. 16 Ocurre así que, en el Systeme d'Aristote de Hamelin, sólo 18 páginas
10 Cfr. de este autor las ediciones y comentarios de la Metafísica (1924), de 428 están consagradas a la metafísica. Sea cual sea la importancia que en
la Física (1936), los Primeros y Segundos Analíticos (1949). la dirección de la tal repartición tenga el azar, no por ello refleja menos la importancia relativa
colección Works of Aristotle translated into English, 1908-1952; y la obra que, a comienzos del siglo xx, un filósofo e historiador de la filosofía otor-
Aristo/le, Londres, 1923 (trad. fcesa. 1926). Cfr. ]ournal of Hellenic Studies, gaba a la metafísica, por respecto a la física y la lógica, en un curso acerca del
vol. año 1957 (homenaje a W. D. Ross). «sistema» aristotélico.
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Sobre este punto, interesantes indicaciones en Y. BELAVAL, Pour connai-


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17 The Doctrine of Being in the Aristotelian Metaphysics, Taranta. 1951.


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tre la pensée de Leibniz, pp. 17, 31. 18 Cfr., sobre todo, P. MORAUX, Les listes anciennes des ouvral{es d'Aristo·
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14 Studien zur Entstehungeschichte der Metaphysik des Aristoteles, 1912;


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15 Sobre el estado más reciente de los estudios aristotélicos, cfr. P. WIL-


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radical, apoyada por otra parte en los más frágiles indicios, carece, en rigor.
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1946, pp. 123·140; 1. BOURGEY, «Rapport sur l'état des études aristotélicien- Corpus aristotelicum, el cual, pese a cuanto podamos saber hoy sobre el Aris-
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nes», Ac/es du Congres G. Budé, Lyon, 1958, pp. 41-74; R. WEIL, «Etat
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tóteles perdido, nunca ha podido ser relacionado de un modo decisivo con la


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présent des questions aristotéliciennes», Information littéraire, 1959, pp. 20-31; vida del filósofo llamado Aristóteles.
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punto abstraído de su filosofía. Aquello que nos hemos habituado a conclusión, opuesta a un error de óptica ampliamente difundidoLlos
considerar bajo el nombre de Aristóteles no ~s el .filósofo .así llama· comentaristas, incluidos los más antiguos, y aun en el caso de que
do, y ni siquiera su andadura filosófica efectiva, SIDO un ftlosofema, tuvieran en su poder textos perdidos de entonces acá 2J, no tienen
el residuo tardío de una filosofía de la cual se olvidó muy pronto privilegio histórico alguno respecto a nosotros. Al comentar a Aristó-
que fue la de un hombre existenteJ«Nos imaginamos siempre a Pla· teles más de cuatro siglos después de su muerte, y estando separados
tón y Aristóteles -<leáa Pascal 20_ vestidos con grandes t~gas ma· de él no por una tradición continuada, sino por un eclipse total de su
gistrales.» Por 10 que a Platón concierne, los prog~esos eruditos han influencia propiamente filosófica, no se hallaban mejor situados que
dado buena cuenta hace tiempo de semejantes visiones. Pero cuando nosotros para comprenderlo. Siendo así, comprender a Aristóteles de
se trata de Aristóteles, seguimos sorprendiéndonos un tanto al ente· otro modo que los comentaristas, incluidos los griegos, no significa
rarnos de que forma parte de esa «buena gente que, como todo el necesariamente modernizarlo, sino quizá acercarse más al Aristóteles
mundo bromea con sus amigos» 21, y padeáa del estómago 22. histórico 1
[Est~ recuperación del Aristóteles vivo no tendría más interés que Pues bien("resulta que el aristotelismo que nosotros conocemos
el anecdótico, si el anonimato bajo el cual han sepultado su obra los -por ejemplo, el de las grandes oposiciones estereotipadas del acto
azares de su transmisión no hubiera influido decisivamente en las y la potencia, la materia y la forma, la substancia y el accidente- es
interpretaciones de su filo~ofíaJ Imagine~os por un ins~ante que se quizá menos el de Aristóteles que el de los comentaristas griegos.
descubriese hoy, en un sotano de Koemgsberg, el conjunto de las Interviene aquí una segunda circunstancia histórica, agravante de la
obras manuscritas de un filósofo llamado Kant, que hasta el momen- primera: el estado incompleto en que fueron publicados por Andró-
to sólo fuera conocido por sus poemas, sus discursos académicos, nico de Rodas los escritos de Aristóteles, redescubiertos en el si·
acaso un tratado o dos de geografía, y el recuerdo semilegendario de glo 1 a. c.,]estado incompleto que se hace perceptible a todo lector
su enseñanza; la rareza misma de la hipótesis, la cual supondría que sin prevenCIOnes en virtud del estilo a menudo alusivo de los textos
no ha habido postkantismo ni neokantismo, nos impide llevarla más de Aristóteles, el carácter deshilvanado de sus desarrollos, el hecho
lejos. Sin embargo, nos basta para poner de manifiesto 10 que de de que sea imposible encontrar en ningún lugar de su obra la reali·
artificial, V hasta de absurdo en cierto modo, ha podido tener la acti- zación de tal o cual proyecto expresamente anunciado, o la solución
vidad de ios comentaristas que, a partir de la edición de Andrónico de talo cual problema solamente formulado.CEse defecto de acaba-
de Rodas, se pusieron a examinar e interpretar los textos de Aristó- do de los escritos de Aristóteles conocidos, unido a su disper5ión,
teles sin conocer ni el orden efectivo de su composición ni el que dictó a los comentaristas una tarea que consideraron doble: unificar
Aristóteles pretendía darles, como tampoco los detalles y pormeno- y completarJTal exigencia podía parecer obvia. No por ello dejaba
res del proceso, los motivos y ocasiones de la redacción, las objecio- de encubrir una implícita opción filosófica, para librarse de la cual
nes que había podido suscitar y las respuestas de Aristóteles, etc. Ima- harán falta siglos(.Querer unificar y completar a Aristóteles significa
ginemos una vez más que de Kant hubieran llegado a nosotros, en admitir que su pensamiento era susceptible, en efecto, de ser unifica-
revoltijo, la Disertación de 1770, las dos ediciones de la Crítica de do y completado; significaba querer extraer el aristotelismo de dere-
la razón pura y el Opus postumum; y sobre todo imaginemos que, cho del Aristóteles de hecho, como si el Aristóteles histórico no hu-
ignorantes de su cronología, hubiéramos decidido enfocar dichos es- biera llegado a poseer su propia doctrinaJvalía tanto como suponer
critos como si fuesen todos contemporáneos entre sí e intentásemos que únicamente razones externas, y fundamentalmente una muerte
extraer de ellos una doctrina común: ni que decir tiene que de tal prematura o un progresivo desinterés por las especulaciones filosó-
suerte nuestra concepción del kantismo se habría alterado de un modo ficas, habían impedido que Aristóteles diese a su sistema carácter
singular y probablemente sería más insulsa. Se impone una primera completo y unitario. Tal opción no era del todo gratuita: si indujo a
2J Los comentaristas poseían, en efecto, bien obras enteras de autores ano
20 PASCAL, fragmento 331 Brunschvicg. tiguos, bien colecciones doxográficas. que no han llegado hasta nosotros más
21 Ibid. que a través de las citas que de ellas hacen. Pero incluso así no se trataba
22 Al menos esto es lo que A. W. BENN (Tbe Greek Pbilosopbers, 1, más que de textos, y no de una tradición viva, que los hubiera unido directa·
p. 289, citado PQr J.-M. LE BLOND, Logique et méthode ehez Aristote, p. XXIII) mente al aristotelismo. La interesante tentativa de M. BARBOTIN (Lo théorie
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cree poder concluir a partir del hecho de que Aristóteles lOme a menudo como aristotélicienne de ['in/elleet d'opres Théophras/e, Lovaina, 1954) conducente
ejemplo «el paseo con miras a la salud». Sobre las tradiciones concernientes a a ver en Teofrasto un intermediario entre Atistóteles y sus comentaristas, no
la biografía de Aristóteles, ver hoy 1. DÜRING, Aristotle in tbe aneient bio- ha aportado, y no podía aportar, desde este punto de vista, resultados decisi·
graphieal /rodition, Estocolmo, 1957. vos. Cfr. nuestra recensión de esta obra en RelJ. El. anciennes, 1956, pp. 131·32.

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error por tanto tiempo fue porque se hallaba inscrita en la esencia concepción analítica y otra sintética de la casualidad 26; para Bou-
mísma del comentario. Colocado frente a un conjunto de textos y troux, habría contradicción entre una teoría del ser para la cual sólo
sólo ésos, conociendo tan sólo aquellas intenciones del autor que éste el individuo es real y una teoría del conocer para la que sólo hay
ha formulado explicitamente y aquellas realizaciones que han alcan- ciencia de lo general n; Brunschvincg, que había mostrado en su tesis
zado efectividad, el comentarista se encuentra más predispuesto a latina la duda de Aristóteles entre una concepción matemática y otra
tomar en cuenta lo que el autor ha dicho que aquello que no ha di- biológica del silogismo 28, iba a resumir más adelante tales oposicio·
cho; está más preocupado por lo que se declara que por lo que se nes en la de un «naturalismo de la inmanencia» frente a un «artifi-
silencia, por los éxitos más que por los fracasos. Ignora las contra- cialismo de la trascendencia», entre cuyos términos Aristóteles no
dicciones del autor, o, por lo menos, su papel consiste en explicarlas, habría llegado a decidirse 29. Por aquel tiempo, Theodor Gomperz
o sea en negarlas. Conociendo tan sólo del filósofo el residuo de su describía el conflicto en términos psicológicos: Aristóteles estaría
enseñanza, cuida más de la coherencia que de la verdad, y de la ver- habitado por dos personajes, el Platónico y el Asclépida, el idealista
dad 16gica más que de la verosimilitud histórica (No hallando en Aris- lógico, incluso «panIogista», y el empirista, nutrido de ciencia médi-
tóteles sino el esbozo de un sistema, no por ello dejará de orientarse ca y ávido de observaciones concretas 30; mientras que Taylor creía
según la idea de la totalidad del sistema~ Aparte de 10 arbitrario de ver en Aristóteles un Platónico gue habría «perdido su alma», pero
sus presupuestos, se aprecian entonces los peligros de semejante mé- sin llevar al limite su apostasí 1.CTodas estas oposiciones no ca-
todo; pues si la síntesis no está en los textos, forzosamente tendrá recían de rasgos comunes;-Y su convergencia misma era señal de
que estar la idea de la síntesis en el espíritu del comentarista. No hay, su verdad relativa. 'De un modo general, se oponían una teoría del
de hecho, comentarista de Aristóteles que no 10 sistematice a partir conocimiento de inspiración platónica y una teoría del ser que, con-
de una idea preconcebida: los comentaristas griegos a partir del neo- tra Platón, rehabilitaba 10 sensible, lo individual, la materia; o, dicho
platonismo, los escolásticos a partir de cierta idea del Dios de la con mayor precisión, una noética de 10 universal que reclamaba una
Biblia y su relación con el mundoQ=uanto más profundo es el silencio cosmología idealista y una cosmología de la contingencia que recla-
de Aristóteles, más prolija se hace la palabra del comentaristail no maba una noética empirista] Emancipada de la síntesis tomista y
comenta el silencio: 10 llena; no comenta el mal acabado: 10 acaba; postomista, que había ordenado las distintas partes del pretendido
no comenta el apuro: lo resuelve, o cree resolverlo; y acaso 10 resuel· «sistema» aristotélico en torno a la noción de analogia, la interpre-
va de veras, pero en otra filosofía] tación moderna buscaba en el platonismo, frecuentemente interpre-
La influencia difusa del comentarismo fue tal que, hasta el final tado él mismo a la luz del idealismo crítico, la norma a partir de la
de siglo XIX} nadie puso en duda, pese a las contrarias apariencias cual el aristotelismo aparecía como un platonismo debilitado o «con-
del texto, el carácter sistemático de la filosofía de Aristóteles] Con tenido», v en cualquier caso inconsecuente, cuando no era el filósofo
todo, la interpretación sistematizante, que, según parece, había al· mismo quien resultaba acusado de doblez 32[La interpretación «siste-
bergado sus primeras dudas con Suárez 24, iba haciéndose cada vez matizante» se vengaba en Aristóteles de sus propios fracasos]
más insegura, cada vez menos satisfecha de sí misma, y orientaba su Apareció entonces -dertamente preparada, en este punto, por
descontento contra Aristóteles mismo. Tras la admirable síntesis de
Ravaisson, en la cual Plotino y Schelling representaban, ciertamente,
2h Cfr. especialmente «Sur la conception aristotélicienne de la causalité»,
un papel mayor que el de Aristóteles, surgieron dudas, en autores en Archiv ,. Gesch. d. Philos.. 1909-1910 (reproducido en La pensée hellénique
más preocupados por la verdad histórica, acerca de la coherencia mis· des orillines li Epicure, pp. 423 ss.).
ma de la filosofía aristotélica. Pero en vez de cuestionar el carácter n E. BOUTROUX. arto «Aristote» de la Grande Encyclopédie, 1886, repro-
sistemático de su pensamiento se prefirió proclamar que su sistema ducido en Etudes d'histoire de la philosophie, 1897, pp. 132 ss.
28 Qua ratione Aristo/eles vim metaphysicam syllogismo inesse demonstra-
era incoherente. Según Rodier, Aristóteles no habría llegado a deci- veril. París, 1897.
dirse entre el punto vista de la comprensión y el de la extensión 25; 29 L'expérience humaine et la causalilé physique, p. 153.
según Robin, la inconsecuencia brotaría de la oscilación entre una 30 Th. GOMPERZ, Les penseurs de la Grece, t. III (trad. fcesa., 1910),
caps. VI y VII.
31 Cfr. A. TAYLOR, «Critical Notice on Jaeger's Aristoteles», Mind, 1924,
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Année philosophique, 1909 (reproducido en sus Etudes de philosophie grecque, des idées..., noto p. 582, Y sobre todo en CHERNISS, Aristotle's Criticism 01
pp. 165 ss.). Plato and the Academy, vol. 1, Baltimore, 1944.

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las observaciones de Bonitz 33 y las demostraciones ya incisivas de tarse de ese modo hasta el infinito, acaba por destruirse a sí misma.
Natorp 34_ la tesis de W. ]aeger, que a muchos les pareció revolu- Conduce a la banalidad de que Aristóteles no escribió toda su obra
cionaria simplemente porque restauraba, contra los rodeos de la tra- de un tirón y que, además, a causa de su finalidad didáctica, esa obra
dición, el punto de vista del puro buen sentidoCLos textos de Aris- tuvo que avanzar de un modo más concéntrico que lineal, mediante
tóteles, tal y como nos han llegado, incluyen contradicciones, pero revisiones sucesivas de una totalidad inicialmente bosquejada, más
como un filósofo digno de este nombre no puede sostener opiniones que por la adición de obras enteramente nuevas. La tesis de la evo-
contradictorias en un mismo momento, sólo era posible interpretar lución no significa, por consiguiente, que tal obra no deba ser con-
esas proP9siciones contradictorias como momentos distintos de una siderada como un todo; ninguna interpretación filosófica, sea del au·
evoluciónJ Siendo así que el buen sentido, confirmado además por el tor que sea, resulta posible si no se establece como principio que
contenido de las obras llamadas «de juventud» cuyos fragmentos he- ese autor sigue siendo en cada instante responsable de la totalidad
mos conservado, sugería que Aristóteles había tenido que alejarse de su obra, mientras no reniegue expresamente de talo cual parte de
progresivamente del platonismo, quedaba así descubierto el principio ella. Y dicho principio se aplica en especial a Aristóteles, por cuanto
general que permitía reconstruir su evolución: entre dos proposicio- que los escritos que de él conocemos no son obras destinadas a la
nes contradictorias, la más platonizante debía ser considerada como publicación, y por ello mismo independizadas de su autor, sino un
la más antigua, y junto con ella todo el tratado, o al menos el capítu- material didáctico permanente (10 que no quiere decir intangible), al
lo, o sólo el pasaje, en el que se hallaba inserta1 La aplicación de tal que Aristóteles y sus discípulos debían referirse en cada momento
método permitió a ]aeger proponer una cronofogía de las obras de como a una carta de unidad doctrinal del Liceo.
Aristóteles, que a partir de entonces ha sido objeto de críticas y re- La objeción filosófica apunta al estatuto de la contradicción en
visiones que la han alterado casi por entero, pero sin que haya sido la obra de un filósofo en general y de Aristóteles en particular. Las
puesto radicalmente en cuestión el principio sobre el que se fundaba. que llamamos contradicciones de un autor pueden situarse en tres
No nos compete aquí intervenir en esa discusión (aunque puede planos: en nosotros los intérpretes, en el autor mismo, o, por último,
ocurrir que, en ocasiones, expongamos hipótesis cronológicas, y, en su objeto. En el primer caso, la contradicción obedece a un fallo
eventualmente, propongamos nuevos criterios de evolución 35). Pero del intérprete y es, entonces, filosóficamente despreciable; en los ca-
sí nos importa tomar posición respecto al método genético en general, sos segundo y tercero, reclama en cambio una elucidación y una de-
tal como fue inaugurado por W. ]aeger. Nuestras objeciones serán cisión de orden filosófico. Hay que estar seguros primero de que es
de dos órdenes: el histórico y el filosófico. La objeción histórica con- real (y Aristóteles nos enseña precisamente, mediante las distinciones
siste esencialmente en la naturaleza misma de los escritos de Aristó- de sentido, a desbaratar las falsas contradicciones); si es real, no nos
teles, de los que se admite hoy que no son, en general, notas tomadas quedan más que tres hipótesis: o es reductible en términos de evolu-
por sus oyentes, sino las notas mismas de que Aristóteles se valía ción (lo que es otra manera de considerarla como meramente aparen-
para preparar sus clases. La primera consecuencia es que Aristóteles, te), o se debe a una inconsecuencia del filósofo, o refleja la naturale-
pues tenía que dar esas clases varias veces, podía en cada ocasión za contradictoria de su objeto. ]aeger rechazó con justicia, al menos
alternarlas, añadiendo o modificando, no ya capítulos enteros, sino en tanto que presupuesto metodológico posible, la segunda de dichas
al,zunas frases. De hecho, el análisis de ]aeger ha puesto a veces de hipótesis: es preciso haber agotado todas las posibilidades de com-
relieve añadiduras tales que pueden ser a un tiempo cuantitativamen- prensión antes de acusar a un autor de inconsecuencia; pero si se
te despreciables y filosóficamente decisivas. Pero se concederá que atuvo a la primera hipótesis fue por haber ignorado deliberadamente
la empresa consistente en reconstruir una cronología no de las obras,
trucción de la psicología aristotélica a la cronología de Otros escritos: efecti-
sino de las múltiples estratificaciones de una misma obra, sólo puede vamente, ello le lleva a datar todo un capítulo o un tratado conforme a tal
proponer orientaciones generales, o bien, si desciende a detalles, re- o cual alusión psicológica que haya en él, sin dar'se cuenta lo bastante de que
caer en lo arbitrario 36. Más aún: la tesis de la evolución, al fragmen. puede rratarse meramente de un ejemplo, una reminiscencia incluso una anti-
cipación, sin que de ello pueda concluirse nada al no tr~tar Aristóteles ex
professo del tema (así, nos parece imposible datar todo el libro A sej!Ún la
II Observationes criticae in Aristotelis Libros Metaphysicos, Berlín. 1842.
única alusión de 1075 ~ 34). Po~ igual razón. nada puede inferirse, según
34 <.Thema und Disposition der aristotelischen Metaphysik», Philos. Mo- creemos, de la pretendIda evolUCión del sentido de ciertas palabras como
natshefte. 1888, pp. 37·65, 540·574.
35 Ver infra. especialmente pp. 196-198; 200. n. 361; 297. n. 7; 312. n. 62. 'Ppo·'r.'t<;: en realidad, Aristóteles las emplea en su sentido rradicional (en este
36 Es el reproche que podría dirigírsele a F. NUYENS (L'évolution de la
caso, pla~ónic?~ cuando no habl~ .de ellas ex professo, y en su sentido propia-
psychologie d'Aristote, 1939, trad. fr., 1948), cuando intenta aplicar su recons- mente arJstOlehco cuando las utiliza en un contexto técnico.

14 15
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la tercera. Podría decirse, ciertamente, que para el mismo Aristóteles
el principio de contradicción excluye la posibilidad de un ser contra- quiera con el orden que Aristóteles mismo pudo darles[Conserva-
dictorio, y que, supuesto eso, si el pensamiento acerca del ser es r;mos, pues, de la hipótesis unitaria, el postulado de la responsabi-
contradictorio, se revela él mismo ocmo un no-pensamiento, no ha- lidad permanente del autor por respecto a la totalidad de su obra: no
biendo podido entonces Aristóteles, eñ ningún caso, asumir sus pro- h~y un Aris~óteles platonizante seguido de un Aristóteles antiplató-
pias contradicciones. Responderemos que ésa es una interpretación mco, como SI el segundo no fuera ya responsable de las afirmaciones
filosófica del principio aristotélico de contradicción y de su aplica- de~ primero, sino ,!n Aristóteles acaso doble, acaso desgarrado, a
ción por Aristóteles al caso de su propia filosofía, pero no de un he- q~l~n podemos pedtr razón de las tensiones, e incluso de las contra-
cho que pudiera servir de base a un método de determinación cro- dicc~ones,. de su obr~l ~ .la ~terpretación genética, conservaremos
nológica. Por cualquier lado que se aborde el problema, ya se trate la hipóteSIs de una genesls 10eVItable y una probable inestabilidad del
de la distinción entre contradicciones o de la definición misma de pensamiento de Aristóteles; pero esta evolución no será el tema ex-
contradicción, vemos que el método genético presupone un análisis plícito de nuestra investigación porque, en ausencia de criterios exter-
y unas opciones que son de esencia filosófica. Lejos de ayudar la cro- nos, un método cronológico fundado en la incompatibilidad de los
nología a la interpretación de los textos, es más bien la interpreta- textos, y cuya fecundidad se apoya de esta suerte en los fracasos de
ción de los textos, y sólo ella, la que fundamenta en el caso de Aris- la comprensión, corre en cada momento el riesgo de preferir los pre-
tóteles las hipótesis cronológicas. textos para no comJ?render más bien que las razones para comprender.
¿Será preciso entonces retornar a la interpretación unitaria y sis- Las con,secuenoas de tales opciones metodológicas es que aten·
temática de la único que no es dado: los textos? Pese a los esfuerzos de;~mos mas a l?s pr?~lema~ que .a las doctrinas, más a la proble-
que, después de ]aeger, hayan podido intentarse de nuevo en ese. ~a~lca ~ue a la slstematlca. SI la urudad se halla al final y no al prin-
sentido, por ejemplo, los del P. Owens, no creemos que una inter- CipIO, SI el punto de partida de la filosofía es el asombro disolvente
pretación de los textos tenga por qué volver necesariamente a la lógi- de pseud~evid~~cias, entonces debemos partir de ese asombro inicial,
ca sistematizadora del comentariotHay dos maneras de enfocar los de esa dlspers.lOn que hay que domeñar. Puede afirmarse que, en
textos: puede considerárselos como situados todos en el mismo plano, este punto, la mterpretación tradicional no sólo ha invertido el orden
y remitiendo todos ellos a la unidad de una doctrina de la cual serían psicológico probable, sino, más aún, el orden estructural de la inves·
partes, como si su diversidad no fuese más que la inevitable frag- tigación. Aristóteles no partió, como haría creer el orden adoptado
mentación, en el lenguaje, de una supuesta unidad inicial; y, por el por ~rentano, de .la decisió~ de distinguir los múltiples sentidos del
contrario, puede suponerse que la unidad no es en ellos originaria, ser, s100 que se VIO progreSIvamente oblioado a reconocer que el ser
sino sólo pretendida, que tienden hacia el sistema en vez de partir de no era. unívoco: Aristóteles no partió d; la oposición entre acto y
él, y que su coherencia, por ello, no es presupuesta, sino problemá- potenCla, materia y forma, para servirse a continuación de tales pares
tica. Desde esta segunda perspectiva, la diversidad de la obra no re- de conceptos en la solución de ciertos problemas. Al revés: fue la re-
presenta ya las partes del sistema, sino los momentos de una blísque- f~exión acerca d~ ta! ? cual problema la que dio nacimiento, progre-
da que no es seguro llegue a su término] En el caso de Aristóteles, Sivamente, al pr1OClplO que lo resolvía --o a una formulación más
no es siempre posible ni filosóficamente necesario convertir esos elaborada del problema-, aun cuando Aristóteles sea de una notable
momentos en los de una historia psicológica; basta -y es preciso-- discreción acerca de sus pasos efectivos. La dificultad procede aquí
que aparezcan como momentos de orden que, con independencia de de que el o~den en el cual se expresa Aristóteles no es, propiamente
toda hipótesis cronológica, puede ser leído en la estructura misma habla,ndo, ~ un orden de exposición ni un orden de investigación.
de los textos, o sea en su organización inmanente, según la cual no Podn~ dectrse que es e~ orden de exposición de una investigación,
están todos en el mismo plano ni su sentido se pone de manifiesto es deor, una reconstrucción, hecha después y con intención didáctica
más que en términos de cierta progresión, que puede no correspon- de la investigación efectiva. Esa reconstrucción tiene el inconvenient~
derse ni con la sucesión cronológica de los textos, ni con el orden de .n~ ser necesariame~te fiel: a veces, tenemos, la impresión de que
parcialmente arbitrario;r¡ en el que han llegado hasta nosotros, ni si- Ans~oteles «problematlza» a efectos pedagógicos una dificultad que
ya tiene resuelta, pero ésa no es razón para caer en el error de los
comenta~i;tas e intérpretes s~stematizantes que, al generalizar dicha
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37 Se sabe hace tiempo que este orden no es debido al mismo Arist6teles,


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obse:v~cJOn, aca~an, por conSiderar como puros artificios los pasajes


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sino a sus editores. Cfr. )AEGER, Studien zur Entstehungsgeschichte... ¡ P. Mo·


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aporetlcos ~~ Arlstoteles. Y, en efecto, conviene corregir esa prime-


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RAUX, Les listes anciennes...


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ra observaclOn con esta otra: que Aristóteles, al revés, presenta a


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veces como soluci6n una pura y simple sistematizaci6n de sus dificul· plantea, el que ni la filosofía prearistotéJica ni la teadjcj6n ÍlHnediata·
tades. ¿D6nde buscar entonces el hilo conductor en esta ambigua nte asíerior se Ianjewun cU!!!ltQ.Jal, el gue las tradiciones
masa de soluciones ofrecidas como investigaciones, de investigaciones no occidentales jamás ha~ hattuntado-ni-rozado...Como vivtmos en-
ofrecidas como soluciones, pero también de investigaciones y solu- tro del pensamiento aristotélico del ser -aunque s610 sea porque se
ciones verdaderas? (efIeja en la gramática, de inspiración aristotélica, a cuyo través pen·
La respuesta a esta pregunta supone previamente una elección samos y hablamos nuestro lenguaje- no sabemos ya oír lo que había
por parte del intérprete[Una vez reconocida la imposibilidad de ex· de asombroso, y quizá de eternamente asombroso, en la pregunta
poner a Arist6teles en el orden imperfecto en que él mismo se expre· ¿qué es el ser? Por eso nos ha parecido interesante preguntarnos
s6, y cuya imperfecci6n se ha visto agravada por los azares de la por qué Arist6teles plantea esa cuesti6n nada obvia, y c6mo es que
transmisión, se trata de escoger entre el orden supuesto de la expo- ha llegado a planteársela en cuanto tatrol problema del ser es e~
sición -es decir, del sistema completo-- y el orden, igualmente su- roblemático d mbkrnas no s6 o en el sentido de que acaso
puesto, de la investigación) Entre ambas reconstrucciones, necesa- jamás será resuelto por entero, SInO en el de que es ya un problema
rias en virtud del estado de deterioro del texto, los comentaristas e saber por qué planteamos ese problema. Esto bastaría para distinguir
intérpretes sistematizantes han elegido la primera(nosatros elegire- nuestro prop6sito del de las obras ya citadas de Brentano y de
mos deliberadamente la segunda. Dicha opci6n, independientemente Owens, donde se hallará -bajo una forma ciertamente más crítica
de su inevitable significación filosófica, nos parece la única adecuada en el segundo que en el primero- un ensayo de reconstrucci6n doc-
a un método histórico sano~ si nunca estamos seguros de que un filó- trinal de la ontología aristotélica", sin que las motivaciones de ese
sofo haya concebido un sisd:ma perfectamente coherente, lo estamos pensamiento y los caminos seguidos por él hayan sido tomados como
menos aún (seguridad que es postulado implícito de toda interpreta- tema explícito del análisis. En la medida en que tales motivaciones
ci6n sistematizante de Arist6teles, tanto como de la genética) de que y motivos constituyen, por el contrario, nuestro único objeto, nues·
su pensamiento se habría convertido en sistemático si hubiese vivido tro libro parece concluir donde los de Brentano y Owens comienzan.
más tiempo. Es cierto, en cambio, que, aun cuando no los haya re· En realidad, lo que haría sería poner en cuestión el designio mismo
suelto del todo, se ha planteado problemas y ha procurado resolver· de éstos, si consiguiera probar que la metafísica aristotélica no pasa
10s.(Ños parece, pues, inevitable el orden de investigación, mientras nunca del estadio de la problemática al del sistema, y que ahí reside el
que el orden de exposici6n es facultativo, ya que el fil6sofo puede sentido de un carácter incompleto que no es accidental, sino esencial."')
llegar O no a él, según que haya completado o no su investigaci6nJ Nos resta indicar cómo pensamos aplicar nuestro método --ex·
El primero siempre podrá ponerse de manifiesto, con riesgos más o traer de la estructura de los textos el orden de investigaci6n- a
menos graves de error, a partir de la estructura misma de los textos, nuestro objeto, el problema del ser. La dificultad estaría resuelta si
que lo refleja más o menos fielmente; el segundo, supuesto que no Arist6teles mismo hubiera dado explicaciones acerca del orden de
pueda ser leído inmediatamente en la estructura textual, ha de ser investigación en metafísica; bastaría entonces con aplicar a textos
extrapolado a partir de ella, con razonables probabilidades de apro- fragmentarios e incompletos las declaraciones programáticas de Aris·
ximación si dicha estructura está simplemente inacabada, pero tamo t6teles acerca del verdadero orden del conocimiento. Tal esfuerzo ha
bién de total despropósito si la estructura en cuesti6n, de hecho y de sido intentado, pero en sentido contrario: de la larga descripci6n que
derecho, es inacabable. hace Arist6teles, en los Primeros y Segundos Analíticos, del orden
del saber científico, o sea, del saber que se halla en posesi6n de sus
* * * propios principios, se ha concluido que dicho orden ideal debía ser
aplicado por él, más pronto o más tarde, al conocimiento metafísico.

~
Tales son los principios que vamos a intentar apliear al problema y si la Metafísica no se nos presenta en un orden deductivo y silo-
del ser en Arist6teles, en la esperanza de obtener a partir de él las gístico, ello sería una prueba más del carácter contíngente de su falta
Uneas generales de su problemárica filosófica. E~roblema del ser de acabado; sería así propio del comentario llevar a término la orde-
-en el sentido de la pregunta Miué.. el ser? " - es el menos natu- naci6n que Arist6teles no tuvo tiempo o tranquilidad para efectuar.
ral de todos los roblemas, aquel qu=..~tido común nunca se Pero ello implica ignorar el sentido de una distorsi6n mucho más
que accidental {; si la ciencia procede de manera silogística, resulta
J8 Aristóteles no -sc-pIante6..-como tamPJXP Jo hizo el pensamiento griego
parad6jico que aquella que Arist6teles llama la «más alta» y la «pri-
mera» de las ciencias sea la última en constituirse conforme a ese
.. ----
en su conjunto, esa otra cuestión:--Lp r ué hay ser más bien que nada?
~

18 19
canon1 Por no haberse preguntado el porqué de esa distorsión 39, la lencios-, para que ese Aristóteles se nos descubra. Pero si hiciese
tradición, en líneas generales, ha ignorado toda una serie de obser- falta una caución histórica contra la autoridad «histórica» de los co·
vaciones, las más de las veces incid~ntales o implícitas, a través de mentaristas, la hallaríamos en la herencia inmediata de Aristóteles.
las cuales proyecta Aristóteles algún rayo de luz sobre el orden real No hemos meditado 10 bastante sobre el hecho de que la Metafísica de
del proceso de su metafísica. Semejante proceso, reconoce él mismo, Aristóteles no haya tenido influencia inmediata, como si su mismo
autor no hubiera podido convencer a sus discípulos de que siguiesen

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se parece al de la dialéctica. Es anunciado como tal por la progresión,
en absoluto deductiva, de la historia de la filosofía. Es vivido como por esa vía; ni sobre este otro hecho: que el Liceo, heredero del pen-
perplejidad, o, según su propia expresión, como aporía, yIJa pregun- samiento del Maestro, no creyó serIe infiel al inclinarse hacia el proba-
ta ¿qué es el ser? es una de las que siguen siendo eternamente aporé- bilismo y el escepticismo que eran los suyos en la época de Cicerón.
ticas}Siendo ello así, se concibe que el orden de la investigación para No pretendemos en absoluto que el Liceo haya comprendido a Aristó-
nosotros sea inverso del orden del saber en sí, y que la humana filo- teles mejor que los comentaristas (sus representantes nunca tuvieron
sofía no llegue nunca a identificarse con el orden que pertenecería el sentido filosófico de un Alejandro de Afrodisia o incluso de un Sim·
a un saber más que humano. Todos los textos de este género, aun plicio), pero es al menos vercsímil que haya sido más sensible al as-
cuando muestren reticencia o confesión, habrán de ser metódicamen· pecto aporético del proceso de investigación aristotélico que aquellos
te confrontados y analizados, pues exhiben el privilegiado carácter que habían perdido toda memoria de éste, y ello aunque no compren·
de informarnos, no de lo que el filósofo ha querido hacer, sino de sus diese su sentido. Entre unos herederos fieles, si bien poco dotados para
reflexiones, aunque sean fugaces, sobre lo que de hecho ha realizado. la especulación, y una posteridad inteligente pero demasiado alejada,
La imagen así revelada será la de un Aristóteles aporético, justamente ¿por quién inclinarse? La oposición del Aristóteles del Liceo y el Aris-
aquel que los trabajos más recientes han redescubierto progresivamen- tóteles del comentario deja al intérprete, y sólo a él, la responsabilidad
te 40. Pero aún quedará por comprender, en el interior de la filosofía de redescubrir al Aristóteles efectivo.
misma de Aristóteles, y no a partir de hipótesis psicoiógicas o históri- Allí donde la historia es muda, no queda sino escuchar la voz sin
cas[por qué la estructura de la Metafísica no es ni podía ser deductiva, rostro de los textos, esa voz que nos parece hoy tan lejana precisamen-
sino solamente aporética, es decir -en el sentido aristotélico del tér- te porque nos es tan familiar, esa voz que parece anunciarnos lo que
mino- dialéctica; y, en fin, por qué el discurso humano acerca del de siempre sabíamos ya 41 y que, con todo, no acabaremos nunca de
ser se presenta no al modo de un saber completo, sino de una inves- aprender, o sea, de buscar. El análisis de los textos no alcanza nunca
tigación, y por añadidura de conclusión imposible. Conviene sustituir a evocar espíritus; si pese a ello ocurriera que la imaginación del lec-
las aporías de la interpretación sistematizante por una interpretación tor se aventurase a hacerlo, caería quizá en la cuenta de que esa voz
filosófica de la aporía, y el fracaso de la sistematización por una eluci- que habla en medio del desamparo de los textos no es tanto la palabra
dación metódica del fracasol ejemplar del «~aestro de los que saben» 42 como aquella otra, menos
Basta, según pensamos, con dejar hablar a los textos -y a sus si- segura pero mas fraterna, que sigue en nosotros buscando lo que es
el ser, y callándose a veces.
J9 Esta distorsión entre la lógica de Aristóteles y su espeeu1ación meta-
física ha sido subrayada por vez primera, según parece, por Hegel (V orlesun· * * *
gen über. Geschichle der Philos., Werke, t. XIV, 1833, pp. 408 ss.). En su
obra Logique el mélhode chez Aristole, el P. LE BLOND opone igualmente la Séame permitido dar aquí las gracias a todos cuantos han alentado
lógica de Aristóteles a su método, es decir, al camino que efectivamente re- este trabajo ~ han permitido su realización y cumplimiento, y ante
corre. Pero c:ste autor hace constar la oposición más bien que la explica, si no
es por medJO de componentes psicológicamente contradictorios del filósofo. todo~ .e~os ffilS maestros de la Sorbona, M. M. de. Gandillac, que lo
En cuanto a Hegel, justifica dicha oposición mostrando que la lógica de Aris- ha dmgldo a todo lo largo de su elaboración, y M. P.-M. SchuhI, que
tóteles es una lógica del pensamiento. finito, del entendimiento, y que la lo ha sustentado con sus consejos y hospitalidad en su Seminario de
verdad no puede ser captada en su unidad por medio de formas tales. Pero Investigaciones sobre el Pensamiento antiguo, así como M. A. Forest,
es~a ex~licación sólo tiene sentido dentro del sistema hegeliano y es ajena al
anstotehsmo.

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41 Cfr. GALIENO, De Sophism., II: «Arist6teles expone como por señas

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40 Tal redescubrimiento está en la base, como hemos visto de la inter-

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pretación genética de Arist6teles (Natorp, Jaeger, Nuyens, etc.). E~ la tradición la mayor parte de las cosas que dice, porque escribía para gente que lo había

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oído ya» Cxa! xaijdltS(J ~lt¡ a·fj¡.t.ElUIV ~1!l·.:.zrw 'tri ltoi.;"'; X/1( ~t-:i 't'; :-:pi¡- 'tr,~- rixTXo~'ta<;

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«psicológica», cfr., además de GOMPERZ (op. cil.), A. BREMoNn, Le dilemme T;~"; Tpá'f'EaOat). . • .. ,
aristOlélicien, 1933, y derivada de la anterior, pero con muchas más iustifica-
42 DANTE, Infierno, IV, 131.
ciones textuales, la obra citada de J.-M. LE BLOND.

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profesor de la Universidad de Montpellier, quien, en el último estadio INTRODUCCION

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de mi investigación, la ha estimulado a menudo con sus objeciones. Mi

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LA CIENCIA SIN NOMBRE

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agradecimiento se dirige también a las dos instituciones que han facili-
tado más mi tarea: el Centro Nacional de la Investigación Científica y
la Fundación Thiers, en donde tuve el privilegio de beneficiarme de
los consejos, doblemente preciosos para un filósofo, de aquel maestro
de los estudios griegos que fue Paul Mazon.

Besan~on, marzo de 1961. f


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CAPITULO PRIMERO
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«Ha una ciencia ue est n cuanto ser u t s _ ...i • "

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esencia es» . Esta afirmación de Aristóteles al comienzo del libro r de
a eta/ísica puede parecer banal, tras más de veinte siglos de es-
peculación metafísica. No lo era, sin duda, para sus contemporáneos.

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Quizá incluso la seguridad de Aristóteles al afirmar resueltamente la

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existencia de una ciencia semejante era menos la expresión de la cons-

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tancia de un hecho que el reflejo de un anhelo aún incumplido: su

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insistencia, en las líneas siguientes, por justificar una ciencia del ser

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en cuanto ser -siendo así que tal preocupación no aparece cuando se
trata de las ciencias «particulares)>- muestra, en cualquier caso, que

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la legitimidad y el sentido de esa ciencia nueva no eran cosas obvias

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para sus oyentes, y acaso ni siquiera para él mismo.
( Dicha ciencia carecía de antepasados y de tradición. Basta remitirse .,

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a las clasificaciones del saber que circulaban antes de Aristóteles para ...-1
darse cuenta de que en ellas no babía ningún lugar reservado a 10
que hoy llamaríamos ontología) Los Platónicos dividían generalmen.
te el saber especulativo en tres ramas: dialéctica, física y moral 2 • Je-
nócrates, según Sexto Empírico J, habría sustituido el nombre de
dialéctica por el de lógica, y el propio Aristóteles, en un escrito -los
T6picos- aún de influencia platónica, conservará esa división, que
I Met. r, 1, 1003 a 21. N.B. 1) Según el uso más corriente, designamos
los libros de la Meta/biea mediante las letras griegas correspondientes, y los
libros de las demás obras de Arist6teles mediante cifras romanas. Cuando una
referencia empieza por una letra griega, sin más indicaci6n, se trata de la Me·
ta/ísiea. Ej.: A, 9, 992 b 2 = Met., A, 9, 992 b 2. 2) Las referencias, en las
citas de los comentaristas, reenvían sin otra indicaci6n a la edición de la Aca·
demia de Berlín.
2 CICERÓN, Aead. Post., r, 5, 19.
J Adv. Mathemat., VII, 16.

25
I
llegaría a ser tradicional en la Escuela: «Li~i~ándonos a un sencillo agotase para ella la totalidad de la filosofía: no sólo la legitimidad ~
esquema distinguimos tres clases de propOSICIOnes y de problemas:
el sentido sino la existencia misma de problemas que no sean ni
entre las'proposiciones, unas son éti~as, otras física! y otras ló~ieas.» 4; físicos ni 'morales ni éticos se perderán a partir de entonces incluso
división que Aristóte~es presenta, C1erta~en~:, a titulo apro,,!~au~?, dentrd de un medio que pr~tendía nutrirse del pensamiento de Aris-
reservándose para mas adelante su sustituclOn por una clasIÍ1caclOn
tóteles. La ciencia del ser en cuanto ser, apenas nacida, caerá durante
más científica.
Lo extraño es que tal división tripartita, que no deja lugar alguno siglos en el olvido. " . .
Si consideramos la singular boga en que estara la Meta/mea,. pn-
para las especulaciones «metafísicas» S, sobrevivirá al aristotel.ism?, mero con el rebrote neoplatónico, y después, tras un nuevo eclipse,
como si el esfuerzo de Aristóteles encaminado a crear una CienCia
con el renacimiento escolástico de los siglos XIII y XIV, no podemos
nueva hubiera sido desdeñado o ignorado por sus sucesores. Es bien
dejar de ver, en este vaivén de olvidos y resurrecciones, de mar.cbas
conocida la fórmula mediante la cual delimitarán y dividirán los
subterráneas y resurgimientos, el signo de una extraña aventura lOte-
Estoicos el dominio entero de la filosofía: un campo cuyo suelo es
lectual. Si nos atenemos, por otra parte, al relato más o. menos l~gen­
la física el cercado la lóoica y el fruto la moral 6. Diógenes Laercio,
dario acreditado desde la Antigüedad, dichas expresIOnes caSI no
intérpre~e poco perspicaz~ pero fiel, de la tradición filosófica ~edia, serían metafóricas. s bien conocida la versión novelesca que nos
recogerá como cosa obvia la división platónica y estoica: «La filoso-
han transmitido Estrabón y Plutarco 9. Los manuscritos de Aristóte-
fía se divide en tres partes: física, ética y dialéctica. La física trata
les y de Teofrasto habrían sido legados por este último a su condis-
del mundo y de su contenido, la ética de la vida y las costumbres, la
cípulo Neleo; los herederos de Neleo, gente ignorante, ~os ha?rí.a~
dialéctica da a las otras dos disciplinas los medios de expresión» 7.
enterrado en una cueva de Skepsis para sustraerlos a la aVIdez blbho-
Más aún: el propio Diógenes Laercio, al resumir la filosofía. ~e Aris- fila de los reyes de Pérgamo; mucho tiempo después, en el siglo .1
tóteles encontrará muy natural incluirla en los marcos tradlclOnales:
a. c., sus descendientes los habrían vendido a precio de oro al perl-
si bien' admite la distinción aristotélica entre filosofía práctica y filo- patético Apelicón de Teos, quien los transcribió. Por último, durant.e
sofia teorética subdivide la primera en ética y poütica, y la segunda
la guerra contra Mitrídates, Sila se apoderó de la biblioteca de AP7li-
en física y ló~ica 8, reproduciendo así, salvo una sola diferencia -la
cón, transportándola a Roma, donde fue comprada por el gramat~co
disociación de ética y política- la división clásica.
Tyranión: y a él fue a quien el último escol~r:a del Lice.o, Andr~n1co
Tal persistencia de una tradición que Aristóteles deseab~ sin. duda de Rodas compró las copias que le perrrutieron publicar, hacJa el
modificar expresa al menos su fracaso en este punto. La ciencia del 60 a. c., Ía primera edición de los escritos «esotéricos» de Aristóteles
ser en cuanto ser no tenía antepasados: tampoco tendrá posteridad
y Teofrasto (mientras que las obras «exotéricas, publicadas por el
inmediata. Tan sólo Teofrasto recogerá, por lo demás en forma apo- propio Aristóteles, y perdidas hoy, nunca habían dejado de ser cono-
rética, los problemas metafísicos abordados por su maestro. A J?artir
cidas). Así pues, el Corpus aristotélico debería a una serie de afortu-
de Estrabón, la escuela aristotélica se consagrará a las especulaclOnes
nados azares el haber escapado a la humedad y los gusanos antes de
físicas, morales y -en menor grado-- lógicas, como si con eso se
ser «exhumados» definitivamente por Andr6nlco de Rodas.
4 Top., J, 14, 105 b 20. . . . Hoy se tiende a ver en dicho relato, según la expresión ae Ro-
s Algunos intérpretes alemanes del siglo XIX, Sin duda por .mfluen~l~ de bin lO, un «prospecto» publicitario, inspirado por el mismo Andrónico
Hegel, no dudaron en clasificar la metafísica entre las especulaCIones loglcas. para hacer creer en el carácter compl;t~mente inédito. de l?s t;~tos
Cfr. RITTER, His/oire de la philosophie, trad. fr., t. lB, p. 54; PRA~L, que publicaba. En efecto: no es veroslmll que los escntos C1entlf¡cos
Geschich/e der Logik, J, p. 89. Pero nada hay en Aristóteles que autorice
semejante interpretación: el adjetivo I.QT!X~~ no designa nunca en él I~ lógica
de Aristóteles fueran ignorados por la escuela aristotélica desde Estra-
en el moderno sentido del término (que él designa como analí/ica), ~lnO que bón como tampoco por los adversarios (megáricos, epicúreos, estoi-
es prácticamente sinóni!U0 de ~1r,(A.~X't!X;'~ y excl~ye por tan.to d.e s~ .campo de cos),, que a veces parecen re f erlrse
. a e11 os en sus po Iemlcas
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aplicación las especulaCiones apropIadas a su objeto, ~. deCir, clentl/lcas,. co~o
pretenden serlo las metafísicas. En cuanto a la anallUca, no es una cI~nCJ~,
sino una propedéutica por la que es preciso pasar «antes de abordar CIenCIa EsTRABÓN, XlII 54; PLUTARCO, Vida de Sita, 26.
9
Aristote, p. 11;' cfr. J.-M. LE BLOND, «Aristote et Théophraste. Un re-

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alguna» (Met., r, 3, 1005 b 2). 10

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nouve!lement radical de la question aristotélicienne (a propos du livre de
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6 DIOG. LAERC., VII, 39-40. Los epicúreos distinguirán asimismo tres par-
J. ZÜRCH ER, Aristoteles' Werk und Geist!», en. Critique, 1952, p. 858.

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les en la filosofía: can6nica, física y ética (DIOG. LAERC., X, 29-30).

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11 Así lo han mostrado diversos trabaJOS reCientes. Véase un buen enfoque

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7 Vie des philosophes, Introd., trad. GENAlllE, pp. 37-38.
de la cuestión en J. TRICOT, trad. de la Metafisica de ARISTÓTELES, nueva ed.,
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8 [bid., V, 1, p. 214.
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1953, Introducción, pp. VII-VIII.


26
27
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quizá no se ha subrayado 10 bastante que el relato de Estrabón tiene tos textos epicúreos 13, Y acaso incluso ciceronianos 14, no se explican
el mérito al menos de explicar muy naturalmente la decadencia filo- más que a través del conocimiento de obras esotéricas de Aristóteles,
sófica de la escuela peripatética a partir de Estrabón y, en particular, con anterioridad a la edición de Andrónico. Pero hay un conjunto de
su sHencio total respecto a las especulaciones metafísicas: «ocurri6 tratados cuya huella, después de Teofrasto, se pierde antes del si-
entonces que los antiguos peripatéticos, los sucesores de Teofrasto, glo 1 d. C. (es decir, cerca de un siglo después de la edici6n de An-
al carecer de estos libros, con excepción de un pequeño número de drónico), y respecto a ellos el problema sigue en pie: es el grupo de
ellos que, además, eran exotéricos en su mayor parte, no pudieron escritos llamados metafísicos.
mosofar científicamente (1tpaIJia'tlxw~), sino tan sólo perorar acerca Pueden ensayarse razones de tal olvido: la dificultad del asunto,
de tesis dadas» 12. También Plutarco ve como una excusa para las el carácter abstracto de especulaciones sobre el ser en cuanto ser, la
insuficiencias de la Escuela la ignorancia que a ésta afectaba acerca aplicaci6n de espíritu necesaria para pensar un ser que no sea un ente
de las obras del maestro. particular, explicarían que inteligencias peor dotadas, o simplemente
Así pues, parece que Estrabón y Plutarco hayan querido tanto al más positivas, que la del maestro, hayan renunciado en seguida a leer
menos justificar las lagunas y carencias de la escuela peripatética textos que los repelían por su aridez y abstracción, y que, de rechazo,
como alabar la originalidad de Andr6nico. Tras su relato, discernimos la investigación metafísica, privada del impulso o apoyo que habría
ante todo el doble sentimiento de extrañeza y satisfacción que debie- encontrado en los textos aristotélicos, se haya agotado rápidamente.
ron experimentar los eruditos contemporáneos cuando se dieron cuen· Pero esta explicaci6n sigue siendo insuficiente: una cosa es, por ejem-
plo, no comprender las matemáticas, y otra cosa estimar que las mate-
ta del inestimable «descubrimiento» que les proporcionaba la edición
máticas no existen)' los discípulos de Aristóteles habrían podido apar-
de Andrónico. Sin duda, les pareció lo más sencillo admitir que, si tarse de l,ª metafísica, reservándole con todo un lugar en el edificio
tales escritos no habían ejercido influencia alguna, era porque se los del sabed.Lo que se perdió en realidad durante siglos no fue s6lo la
había ignorado: a espíritus predispuestos a lo novelesco no les cost6 comprensi6n de los problemas metafísicos, sino el sentido mismo de
trabajo expresar bajo la forma medio mítica del enterramiento y la su existencia IS) La persistencia de la divisi6n de Jen6crates en 16gica,
exhumaci6n la historia de un olvido y un redescubrimiento que acaso física y moral parece ser indisolublemente consecuencia y causa de ese
tenían razones más profundas. Aun cuando tornásemos al pie de la olvido fundamental: consecuencia, evidentemente, porque si la meta-
letra el relato de Estrabón y Plutarco, seguiría sin explicar por qué física se hubiera impuesto como ciencia nueva tal divisi6n habría sido
Teofrastro legó imprudentemente al oscuro Neleo una biblioteca de revisada; pero causa también, en el sentido de que esa división, que
la que habría podido hacer mejor uso su suceso en el Liceo; si hay pretendía ser exhaustiva, había acabado por impregnar los espíritus
que imputarle de veras la responsabilidad de un legado semejante, es hasta el punto de hacer psicológicamente imposible toda nueva organi-
que debía de haber en circulaci6n copias suficientes de las clases de zaci6n del campo filosófico. Se produjo, según parece, un fenómeno de
Aristóteles como para que dicha herencia no privase al Liceo de tex- «bloqueo mental», análogo al que ha podido ser descrito en otro terre-
tos esenciales; y si, por último, los manuscritos de Arist6teles fueron no del pensamiento griego 16(Esa es quizá la razón profunda en cuya
virtud los escritos metafísicos fueron ignorados o mal conocidos hasta
a parar efectivamente al fondo de una cueva, es que ya nadie se inte-
Andrónico de Rodas: más bien que proceder a una revisión radical de
resaba por ellos. Por cualquier parte que abordemos el problema, la los conceptos filosóficos para dejar sitio a tales intrusos, pareció mejor
permanencia en el Liceo de una escuela organizada, destinada a pro-
longar la obra de Aristóteles, prohíbe creer en una pérdida acciden-
13 E. BIGNONE, L'Aristotele perdulo e la /ormazione filoso/ica d'Epicuro.
tal: no se trata entonces. ni mucho menos, de que la pérdida explique 14 R. WEIL, reseña de P. MORAUX, «Les listes anciennes des ouvrages
el olvido, sino que es el olvido el que explica la pérdida, y es dicho d'Aristote», en Revue his/orique, 1953, p. 466.
olvido lo que hay que explicar antes que nada. 15 Ello no quiere decir que no puedan hallarse. p. ej., en el estoicismo
Respecto a cierto número de obras de Aristóteles, ha podido mos- antiguo, momenlos metafísicos. Aquí nos referimos sólo a la metaflsica como
ciencia autónoma, consciente de su autonomía y en posesión de su campo pro-
trarse recientemente que ese olvido nunca fue total: en especial, cier- pio: es evidente que los estoicos no tienen idea alguna de semejante ciencia
y no plantean jamás el ser en cuanto ser como objeto o lema de su investi-
gación.
12 ESTRABÓN, loe. cit. La última expresión (~écal~ i.7¡XOOi~ElV) es francamen-
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CERáN, Ad. Att., J. 14).


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2.' ed .• pp. XTT-XITT.

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atenerse a la división tradicional, a riesgo de excluir, primero como Pero si sigue siendo cierto que la filosofía, la O'o~ia, no se ocupa de
demasiado oscuro, y luego, con ayuda del olvido, como inexistente, lo que nace y perece 20, ¿no hay también que ver, en esa rehabilitación
aquello que no podia adaptarse a ella] ., de la investigación «terrena», la confesión de cierto desafecto por
Sigue en pie el problema de cómo, aun d~~nte su vIda, A~lstót7les aquella sabiduría más que humana, que tiene el doble inconveniente
pudo fracasar en su intento de reestructuraclOn del campo filosófICO, de ser difícilmente accesible v de no referirse dirctamente a nuestra
implícito en la aparición de una ciencia que por vez primera adoptaba condición? .
como objeto propio no talo cual ente particular, s.ino el s~r eI?- cuanto Tal es desde luego, por lo demás, el resultado de las investigacio-
ser. ería aún comprensible que Aristóteles no hubIera podIdo Imponer nes de W. ]aeger. Tendremos que preguntarnos si esa interpretación
su punto de vista a las escuelas rivales, las cuales, a pesar de todo, en del recorrido de Aristóteles es la única posible, y si el progresivo pre-
un terreno en que el Estagirita tuvo más éxito, se vieron obligadas a dominio de las investigaciones positivas no significa, al menos tanto
reconocer en él al fundador de la lógica. Pero que Aristóteles no haya como el abandono de ellas, una ampliación del campo de la filosofía o
podido convencer a sus propios discípulos de la especificidad d.e U;lla una transmu tación de su sentido 21. Ahora bien: ¿no es verosímil que
ciencia del ser en cuanto ser y del interés por consagrarse a ella, mdica los discípulos interpretasen como renuncia definitiva por parte de
una situación tan extraña que podemos preguntarnos si el propio Aris- Aristóteles el reconocimiento de unas dificultades que eran quizá esen-
tóteles no la provocó. Resulta tentador invocar aquí las opiniones de ciales a la metafísica misma? En cualquier caso, no parece muy dudo-
W. ]aeger acerca de la evolución del pensamiento de Aristóteles 17; so que el desafecto del Liceo por las especulaciones abstractas y la
según él, los escritos metafísicos no datarían de la última parte de. la orientación empírica de sus primeros trabajos 22 hallasen su origen
vida del autor (hipótesis que se le ocurre espontáneamente a qUIen en las preocupaciones, acaso mal interpretadas y, en todo caso, insu-
intenta explicar el porqué de su estado incompleto), sino que se ha- ficientemente meditadas, del Aristóteles de la vejez. Y así, la historia
llarían ya constituidos al principio de la segunda estancia de Aristóte- externa de la Metafísica nos reenvía a la interpretación interna: el
les en Atenas. En otras palabras: Aristóteles, antes de haberles dado relato de Estrabón y Plutarco no hace sino prolongar, en el plano de
término, se habría apartado él mismo de las especulaciones de la meta- la anécdota, el drama de una pérdida y un redescubrimiento que se
física, para consagrarse a trabajos de orden, sobre todo, hist~rico y representa, ante todo, en la obra del propio Aristóteles.
biológico: recopilación de constituciones, confección de una lIsta de
vencedores en los juegos píticos, problemas de física práctica, obser- * * *
vaciones sobre los animales. W. ]aeger nos presenta a un Aristóteles,
al final de su vida, que organiza el Liceo como un centro de investi- Hemos hablado hasta ahora de metafísica y de ciencia del ser en
gación científica. Esta evolución parece ser atestiguada por un texto cuanto ser, asimilando provisionalmente, conforme a la tradición,
del libro 1 del tratado Sobre las partes de los animales: el conocimien- esas dos expresiones. En realidad, dicha asimilación no es obvia y me-
to de las cosas terrestres, sujetas a devenir y corrupción, no posee me- rece un examen: es bien sabido que la denominación f.l.era ,a epoO'ly.d
nos dignidad, y en todo caso tiene mayor extensión y certeza, que el de es postaristotélica; ordinariamente se la explica por la obligación que
los seres eternos y divinos; y Aristóteles menciona en apoyo de tal tenían los editores de Aristóteles de inventar un título, a falta de
juicio la respuesta de Heráclito a unos visitantes extranjeros que, ha:

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19 «Si los hombres poseyeran los ojos de Linceo, de ral modo que su tafísicos de Teofrasto. Pero nada prueba que no fueran redactados aún en
vista penetrase todos los obstáculos, ¿acaso no hallarían muy vil, si su mi- vida de Aristóteles, antes de su evolución final. Los trabajos de M. ZÜRC H ER
rada se hundiese en las vísceras, d cuerpo de Alcibíades, tan hermoso en (Aristo/eles' Werk und Geist, Paderborn, 1952), por excesivas que sean sus
la superficie?» (fr. 59, Rose, citado por BOECIO, Sobre el consuelo de la conclusiones, han mostrado por lo demás lo difícil que es distinguir el Corpus
filosofía, III, 8). Los dos textos han sido cotejados por P.-M. SCHUHL, de TEOFRASTO cid de ARISTOTELES.

.30 .31
7
una designación expresamente indicada por el propio Estagirita. De Andrónico era considerado en la antigüedad tan poco arbitrario que
hecho, como veremo , esa designación existe: es la de filosofía pri- Porfirio, en el capítulo 24 de su Vida de Plotino, propondrá tomarlo
mera o teología. Así pueS,Jlos hallamos en Qresencia de tres térmi- como modelo en la clasificación de los escritos de su maestro Xl.
nos: ciencia del ser en cuanto ser, filosofía primera (o teología) y Si el título metafísica hubiera nacido del azar, nunca nos admira-
metafísica, ¿Son sinónimos? Si o son, ¿por que la tradición no se ríamos bastante de que diese lugar, desde tan pronto, a una interpre-
a contenta o con los os primeros, establecidos por el mismo Aris- tación filosófica, Kant se asombrará de esa coincidencia, la cual ha-
tóteles? Si no lo son, ¿cuáles son las relaciones entre ellos? La filoso- bría convertido una designación arbitraria en una indicación positiva
fía primera, ¿es la ciencia del ser en cuanto ser? Y si es que no se para el contenido misma de la obra: «En lo que concierne al nombre
confunden ambas, ¿cuál de ellas es la metafísica? de la metafísica, no puede creerse que hay nacido del azar, pues se
a primera mención que conocemos del título p,E'ta 'ta cpuotl(á ajusta ta ¡en a la ciencia misma{si se llama cpÚOI~ a la naturaleza y
se encuentra en Nicolás de Damasco (primera mitad del siglo 1 d,
El hecho de que no figure en el catálogo de Diógenes Laercio, cuya
c.n SI sólo podemos llegar a os conceptos acerca de la naturaleza me-
diante la experiencia, entonces la ciencia que viene a continuación
fuente sería una lista que se remonta a Hermipo o incluso quizá a de ésta se llama metafísica (de ItEi:rl, trans, y physicaJj Es una ciencia
Aristón de Ceos 23, y por tanto muy anterior a Nicolás de Damasco, que de algún modo se halla fuera, es decir, más allá, ael campo e a
FíSICa»28. - -- - -
ha llevado a atribuir a éste la paternidad de tal designación (que
vuelve a aparecer en los catálogos posteriores: los del Anónimo de - De hecho, la i!Jterpretación intrínseca de la rúbrica Metafísica es
Ménage y de Tolomeo)[El origen tardío de dicho título ha parecido la. única que encontramos en los comentaristas griegos, los cuales, si
por mucho tiempo prueba suficiente de su carácter no aristotélico: bien se equivocaban al atribuir el título al mismo Arisfóteles, no por
pura denominación extrínseca, se ha dicho, que exeresaba el orden
de los escritos en la edición de Andrónico de Rodasj seamos huscar es el comienzo y el orden de la enseñanza Sl'1I.ún la sabidurfa»
Esta interpretación tradiciona1 24 descansa sobre el postulado, a (trad. LE COKKE, en RC/iul' phi/()sophiqul', 1956, p, 35),
primera vista discutible, de que una consideración que afecta al orden Z:, De creer a P. MORAUX (op. cit.), no podría extraerse nin~una con·
es necesariamente extrínseca y no podría tener significación filosó- cluslon de las rrt"'()(,'uraciones lk' Andrónico; sin emhargo, a efectos de la
fica. Ahora bien: recientemente ha podido mostrarse que las tres interrrl'lal'ión de la rúhricll Mela/ísicu. Según él, el titulo Ilwi 'teX 'rJ~Cllxd
a la edición androniquea (y, tI /orli()ri. a la de Nicolás de Damasco), p'uesto
listas antiguas de las obras de Aristóteles se apoyaban en una clasi· que hahría figurado, desde finales del s. 111 a. c., en la liSIa confeccionada
ficación sistemática, inspirada en parte en indicaciones del propio JlOr Arisll)n de Ceos, dl' 111 que derivan los calálogos de Dió~enes y del Anó-
Estagirita 25. Es verosímil que la edición de Andrónico de Rodas res- nimo: sil~ duda, dicha rúhrica no sc encuentra en Diógenes, pero esa ausencia
pondiera a preocupaciones análogas; un testimonio de Filopón mani- sería aCl'ldl'mal (r. I XX). El Anónimo, en contrapartida, menciona una Mela-
/ísictI en JO lihros, que represemaríll el c. tado preandroniqueo de ese tra-
fiesta por 10 demás que la preocupación por el orden intrínseco de la ta~lo .. ~I único. p,.pel de Andrónim hahría sido d de añadir a esa Meta/ísica
enseñanza y la lectura, que llegará a ser entre los comentaristas tema pr!mlll\'a los Iihros actllalmenll' dl'signados como a., 1:1, K y A, resultando
clásico de discusión, estaba ya presente en Andrónico: «Boeto de Si- aSI nllc!.rra ,\1C'I.I/isirtI en 14 lihros. atcslil\uada por el catálogo de Tolomeo
dón dice que hay que empezar por la física, porque nos es más fami- (I?: 279). Sohrt, d pap~'1 dl' Andrón}co, Moraux sigue por otra parte la opi-
OIon tle W/, .IAf(;FR, .\Iudlen :l./Ir r.nlslehuflj(,sJ!('schirhle der Melophysik des
liar y conocida; ya que debe empezarse por 10 más cierto y mejor Airsl()lrles, pp. 177-IXO. M. 11. REINER (.. nic Entslehun~ und ursprüng]iche
conocido. Pero su maestro Andrónico de Rodas decía, apoyándose en Bedelllung des N'lml'ns J\.1l-taphysik", en 1.1'Ílscbri/1 /ür philosophische Forsch-
una investigación más profunda, que habría que empezar por la lógi- flllJ!, 19')-t, pp. 210-)7) se ha hasado en el trahajo de Moraux para concluir
ca, pues ésta trata de la demostración» 26. El orden del Corpus de que d títuln ,\f<'I,I/í.ril'll hahría sido dirl"Ctamente inspirado por indicaciones
dd mismo Arisllíll'ks, 1Ililiz,índosl' (k'sde la primera generación del Liceo:
Sll pall'rnida(~ r<\dría ¡Ilrihuírsele a Eudemo, dd quc por otra parte sabemos
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23 La atribución a Aristón de Ceos, cuarto escolarca del Liceo, ha sido


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mantenida recientemente por P. MORAUX, Les listes anciennes..., pp. 233 ss.
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24 La encontramos en Zeller (pp. 80 ss.), Hamelin, Ross, ]aeger. Es ad-


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cesa, p. 66).
25 Cfr, P, MORAUX, op. cit., especialmente pp. 173, 239, 304.
un catálogo (M(')raux (lhSl'rVa al respeclO que, en la lista primitiva reconstruida
por él'; la Ml'lu/ísicp no va después de las obras Hsicas, sino 'de las obras
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26 In Categ., 5, 16 ss, Busse.-Discusiones semejantes se produjeron a


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propósito del orden en que debían ser leídos y editados los diálogos de matemáticas), v res mde, aun cuando haya nacido -y sobre todo si lo ha
hecho-- denrro del drculo de los sucesores inmedialos de Aristóteles a una
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Platón. Una huella de tales polémicas se halla en el PróloJ!o de ALBlNUS,


que, por su parte, se inclina hacia una clasificación sistemática: «lo que de- in~drorina1 ' -
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ello dejaban de estar mejor informados que nosotros acerca de las como una simple relación de separación (1tapá)j pero la idea de pri-
tradiciones vinculadas con aquél. ~nterpretación es cie amen- macía está ya claramente indicada en la expresión misma de filosofía
te, de 1 es según el sentido que se le dé a la preposición lEtri. primera) si la filosofía del ser se arado e inmóvil es primera, sin
De acuerdo con e prImer tipo de interpretación, que podríamos duda ello no se cebe sólo a su lugar en el orden del conocimiento,
llamar «platonizante», la preposición lleta significaría un orden je- sino a a aigniCfa ontológica de su objeto[Primacfa es también sinó-
rárquico en el objeto; la metafísica es la ciencia que tien~ por..9bjeto nimo de eminencia: «La ciencia más eminente ('tlfllUltátl¡) debe refe-
Jo gue está má allá de la naturaleza: :Ji::€r' ·~~'Jt·, o E7::ÉXEl"'l tUf, '~:J:1!jI.Uw rirse al género más eminente» 35, género que es el principio (apx~)
Estas expresiones se encuentran en un 'tr~tado de Herenio, Pero en de ,todo 10 demás: de esta suerte, la ciencia primera, ciencia del prin-
un pasaje que, según Eucken, sería una interpolación del Renacimien- cipio, conocerá a fortiori aquello de lo que el principio es principio,
to 29: de hecho, esta interpretación, ya la más corriente en la Edad y será así «universal por ser primera» 36. Nada había en estas tesis
Media 30, llegará a ser predominante con el rebrote del platonismo. que un espíritu de formación platónica no pudiera asimilar a su pro-
Pero la idea está ya incontestablemente presente en los comentaris- pia doctrina: por tanto, una interpretación platonizante era tan poco
tas neoplatónicos[Asl en Simplicio: «A lo que trata de las cosas com- arbitraria que hallaba justificación en ciertos textos del mismo Aris-
pletamente separadas de la materia (7::10['\ "Cri ZOl~~'Jtri r.á"·'"{¡ o;f¡.; tí)''''l~) tóteles; esa interpretación, además, suministraba un medio para con-
y de la pura actividad del Entendimiento agente... , lo llaman teolo- ciliar el meta de metafísica con la primacía atribuida por Aristóteles
gía, filosofía primera y metafísica (p.Etri tti rtl'J~zá) puesto que su lu- a la ciencia del ser inmóvil y separado.
gar está más allá de las cosas físicas (Ól~ E7::ÉZél'l'l o;W', r:J~H)(W" Sin embargo, .1)0 fue ésa la interpretación..más frecuente_entre los
rimeros comentaristas, g!Jienes, ateniéndos !tI sentido obvio de
tEt'l·íllé,,.r,") »31. Y más adelante: «Investigar con precisión acerca
meta vier e ' la ill.QK¡ció d una relacLó cronológica: la meta-
del principio (dpZy,\';) de la esencia, que está separado y existe en Jisi.ciue llama así porque vlene después de la física.en el orden de
tanto que pensable y no movido... es asunto propio de la filosofía saber. a preposjciólLmeta no significaría ya un orden jerárquico en el
primera, o, 10 que es lo mismo, del tratado que se refiere a lo que ob'eto, sino un orden de sucesión en el conocimiento. Son éstos los
está más allá de las cosas fisicas (o;y,:; '~7::Ep "Ca 9!.l:HWi 7::~(.(W'1o;E(a~), pasajes que an sido interpretados generalmente como traidores al
llamado por él mismo metafísica (llEo;..( tri :r!.l'Jmih> 32.] origen accidental del título Metafísica, al tratar torpemente de jus.
Esta interpretación ha sido recusada como neoplatónica. Pero tificarlo 37. Pero basta traer a colación los textos de los comentaristas
acaso sea sencillamente platónica. En cualquier caso, no se ajusta para darse cuenta de que dicha justificación y el orden mismo al que
menos por ello a una de las definiciones, ella misma platonizante, ella se refiere están lejos de ser arbitrarios. La primera mención de
que Aristóteles da del contenido de la filosofía primera. Si .ste esta interpretación se encuentra en Alejandro de Afrodisia, según el
«al o etemQ, inmóvil y separado», su e5tudio competerá a la filoso- cual ~ «sabiduría» o «teología» habría sidQ denominado «tras la
fía primera o, dicho de otro modo, a la teología~.Rues el problema física» en v1rtud e que viene de~ués de ella en el orden para
teológico por excelencia es éste: «¿existe o no, aparte (r:apá) de las '""'-'".........t~r:'oJs <tll tá~El .. - 7tpO~ +¡Ildc;) 38. Como observa M. H. Reiner, <<una
esencias sensibles, una esencia inmóvil y eterna, y, si existe, qué t4<t~ 7tpO~ ~Ildc; es algo distinto, pese a todo, del orden puramente
eS?2> 34f Sin duda, los comentaristas neoplatónicos transformarán en extrínseco de un catálogo» 39. Igualmente, si Asc1epio atribuye el tí-
una relación de trascendencia ('~7::EP) lo que en Aristóteles aparece tulo Metafísica a consideraciones de orden (Ola U¡v tá~lV) <10, ofrece una
justificación filosófica de ese orden:« is óteles ha tratado primer9
de las rosas físicas, pues si ést2s son posteriores J?or naturaleza
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28 Vorlesunll.en Kants über Metaphysik aus drei Semestern, ed. por


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M. HEINZF., Leipzig, 1894, p. 186. Cfr. KANT, «Ueber die Fortschritte der
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29 R. EUCKEN, Geschichte der philosopl:ischen Terminologie, 1879, p. 133.


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30 Para Santo Tomás, la metafísica es la ciencia de las transphysica


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(In Met. A, Prologus), es decir, de las «cosas divinas» (Summa teológ,ica, 35 Met., E, 1, 1026 a 21.
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de ella por el modo del conocimiento. 37 Así ZELLER, pp. 80 ss.


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31 In Ph)'s., 1, 17·21 Diels. 38

32 Ibid., 257, 20-26. H. RErNER, loe. cit., p. 215.


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33 Met., E, 1, 1026 a 10 ss. 4iJ In Met., Proem., 3, 28·30 Hayduck.


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34 Met., M. 1, 1076 a 10 ss. Cfr. B, 1, 995 b 14; 2, 997 a 34 ss.


41 Tbid., 8-13, 19·22.
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puesta en relación sistemáticamente por parte de los comentaristas fía primera ('ta 1tEpi TIí¡; 1tpw'tYt¡; ftA.oao~ta¡;). En defecto de Aristóte·
con la distinción auténticamente aristotélica entre la anterioridad en les, Teofrasto hubiera podido suministrar un título: en las primeras
sí, o por naturaleza, y la anterioridad para nosotros 42: el objeto de la líneas del escrito que los editores llamarán Metafísica por analogía
ciencia considerada es anterior en L al d la lísica, pero le es poste- con el de Aristóteles, se menciona «la especulación acerca de los pri-
rior en cuanto a nosotros, lo que justifica a un tkmpo el titulo de meros principios» (i¡ upip 'tiiw 1tpw't(/)\I 6Eo>pta) 47, como si se tratara
filosofía primera y el de metafísica. de una expresión consagrada, que designaba, por oposición al estu-
Sea cual fuere el sistema de interpretación adoptado, parece que
dio de la naturaleza, un género de actividad teocrática claramente
los comentaristas pusieron su empeño en justificar, conciliándolos,
delimi tado 48.
los dos títulos que habían llegado hasta ellos. No arecen haber pues-
to en duda que la metafísica desi nase la fi osofía primera 4) y tu- Las dificultades de los primeros editores, entonces, parecen ha-
viese por objeto e ser en cuanto ser, ue or lo demás ellos asimila- ber sido de orden distinto al que se les atribuye habitualmente; y si
ban al ser divino . Pero nÍ os comentaristas ni los modernos exége- dieron muestras de espíritu de iniciativa, lo hicieron menos por in-
tas parecen haberse preguntado j::lOl:. qué razón los primeros editores ventar un título nuevo que por rechazar aquel o aquellos que les su-
de la Metafísica tuvieron que inventar esta rúbrica, si ya Aristóteles gería una tradición que se remontaba hasta Aristóteles. T~
les roporcionaba una. Los comentaristas, es cierto, resolvían el pro- hace creer \,les, que la rúbrica De la filosofía primera no les pareció
blema atribuyendo las dos rúbricas al propio Aristóteles: no pudien- de adecuada a licación al conjunto de escrit.os) reunidos por una tra-
do tildarlo de inconsecuencia, venían forzados a considerar como si· dición allterio J:)ue tenían a J. . vista.
n6nimas las dos expresiones, metafísica y filosofía primera. Pero si y en efecto, ué es lo que designa, en los textos mismos de
se admite que, de esos dos títulos, sólo el segundo es propiamente Aristóteles, la expresión filosofía primera? a calificación de «prime-
aristotélico, entonces hay que plantearse no sólo cuál es la significa· ra», sea cual sea su sentido, R e nacer de una preocupación po~
ción del primero, sino a qué' necesidades pretendía responder su in· distinguir varios campos en el seno de la filosofía en ~eneral..-AJa
vención. cuestión planteada en el libro B: « hay una ciencia única de todas
Lo que ya no es posible poner en duda es que, en el origen del las-eseñcias) o ay varias»? 49, Arist6teles responde muy claramente
título Metafísica, hubo «una dificultad referida a la comprensión de
los escritos catalogados en el Corpus aristotelicum» 45. Que los edi-
~ Met., 1, 4 a 2.
tores se desconcertasen ante el contenido de una ciencia filosófica 48 Asclepio no cita menos de cuatro tItulos de la Melafisica: «Debe sao
que no entraba en los marcos tradicionales de la filosofía; que se in- berse que (este tratado) se titula también Sabiduria (ao'!Ji'2). o Filosolia, o
dinasen entonces a designar lo desconocido por respecto a lo conoci· Filosofia primera, o Metalisica,.. expresiones para él eouivalentes. Tras ex·
do, y la filosofía primera por respecto a la física: tales razones pueden plicar por qué Arist6teles ha llamado a su tratado Sabiduria (que es una~
explicar la letra misma del título Metafísica, pero no la oportunidad especie de c1arificaci6n, oIo"E: ~'Í'fEt'2 't~~ o?i~'2). cita una referencia de Aristó-
teles a este respecto, tomada de la Apodictica O. 27 ss.). Pero no conoce-
de su uso. Pues la solución más fácil habría sido reproducir, en últi· mos ninguna Apodiclica de Arist6teles y los catálo¡¡os no la mencionan. En
mo caso sin entenderla, una denominación usada como título por el cuanto a los Segundos Analilicos, en los que podría pensarse, no remiten en
propio Aristóteles: en un pasaje del De motu animalium 46, obra cuya parte alguna a un 1:E1'1 :lo'fi~. Este testimonio es, pues, sospechoso; además,
autenticidad no se discute hoy, remite a un tratado Sobre la filoso- puede suceder que Asclepio no se haya dado cuenta de que las denomina-
ciones l':Epí 'f'~J.o:lo'fi'2; (y quizá también ::E('1 oO'f'i~) remiten sencillamente al
De philosophia de Aristóteles, y no a la Metafisica (as!, en la Phys., n, 2,
42 Cfr. Introducción, cap. 11. 194 a 36, la referencia ~., -::01; ::EI': 'f~)"o~0'fia<; no puede reenviar más que al
43 Cfr. Alejandro DE AFRODI lA: <<. .. la sahiduría o teologfa, que él De philosophia, y no a una obra esotérica de Aristóteles). En cuanto a la
(sc. Aristóteles) \lama también metafí ica» (in Me/., R. principio, 171, 5 referencia 1:Ept ~o';;i'2;. parece remitir también al De philosophia, si es cierto
Hayduck); ASCI.EP10: «La obra \Ie\la por tÍtulo MNtl/isiccl porque Aristóteles, que la conexión ~0'f'¡'I-'J'Í'f'Et'2. que se buscada en \lano en la Metafisica, se
después de haber tratado primero de las cosas físicas. trala luc/! cn e la encontraba ya en él (cfr. A.-]. FESTUGtERE. Le Dieu cosmique, p. 588, quien
disciplina de las cosas divinas» (in Me/., l, 19). etc. cila en este sentido un texto paralelo de Filop6n, Como a la Isal(ofl,é de Nico-
44 Cfr. los numer sos textos citado por J. OWENS (The Doc/rine 01 maco DE GERASA, ed. Teubner, 1, 8, considerado por él como una copia de
Being in /he Aristotelian Metaphysirs, Toronto, 1951, pp. 3 ss.) quien sus- Aristóteles). Sigue en pie el hecho de que Aristóteles mismo proponía, si no
cribe por lo demás dicha a imilación. cuarro titulos (multiplicidad que habría debido parecer sospechosa a los co-
45 M. HEIDEGGER, Kan/ el le probleme de la mé/Ilphl'sique, trad. fran· mentaristas) al menos uno: ::Ert -::i¡; ::rl;'-::".~ ·f~i.o:l0'f'ia;. lo cual basta para plan.
cesa. p. 67. lear el problema: ¿por qué los primeros editores no se contentaron con él?
.., 6. 700 b 7. 49 B, 2, 997 a 15.

37
en el libro: « tanta partes de...la filosofía como esencias hay.» "O, género particular del ser: a la física el de los seres s~arados 56, pero
añadiendo: «Así pues, es necesaria que haya, entre estas partes (1J.¿rJYj) móviles; a la matemática el de los seres inmóviles, pero no separa-
de la filosofía, una filosofía Erimera y una filosofía segunda; sucede dos; y a ateo ogla, expre.samente asimilada aquí a la filosofía pri-
en efecto que el ser y 10 uno se dividen inmediatamente en géneros, mera 57, el énero de los seres se arados e inmóviles: 1 amamos a
y por ello las ciencias se corresponderán a esos diversos géneros; le esta CIencia tealo ía -precisa Ads.tóte1es- llorque «nonay dudá de
pasa al filósofo lo mismo que al que llaman matemático, pues las ma- que, si o divino está presente en alguna parte, lo está en esta natu-
temáticas también conllevan partes: hay una ciencia primera, una raleza inmóvil y separada». 58 • la teología se la llama filosofla
ciencia segunda, y otras ciencias que vienen a continuación en este primera, es porque <<1a ciencia más eminente '!lfl!Ultá-.:'Yj'¡ debe tener
campo.» Así pues, la filosofía primera es a la filosofía en general por o JetO e genero más eminente (-ro t!jj.!lÍl'ta'to\l li'lo~); y así las
como la aritmética es a la matemática en general SI: siendo parte de ciencias teóricas tienen más valor (aipE-':lÍltEpat) que las demás cien·
una ciencia más general, se refiere a una parte del objeto de ésta, Clas, y a teología tiene m s valor que las demás cienci s te' icas» 59.
pues, según un principio a menudo afirmado por Aristóteles, «a un Así pues, la teología guarda con las otras ciencias una doble relación
género diferente corresponde una ciencia diferente» 52, y a una parte de yuxtaposición y de preeminencia; es el primer término de una
del género corresponde una parte de la ciencia. serie, pero no es -al menos no lo es todavía- la ciencia de la serie,
Pues bien: ué sucede con la ciencia del ser en cuanto ser? Al de modo que sigue existiendo una oposición re5pecto de la ciencia
principio del libro r, se la opone precisamente «a las ciencias llama-
das particulares» (too\I ~\I flÉpEl ),qO:..t.É\lll)\l): «Pues ninguna de esas divide la filosofía en filosofía dialéctica (= lÓJ/,ica), filosofía práctica (= moral)
ciencias considera en general el ser en cuanto ser, sino que, recortan- y filosofía teorética, de la cual la física es s610 una parte, al lado de la teolo-
gía y las matemáticas. Acerca de la posici6n intermedia ocupada por las ma·
do cierta parte llÉpoi; tt) de éste, estudia sus propiedades» 53. Algu· temáticas en la tripartici6n aristotélica, cfr. P. MERLAN, From Platonism to
nos autores han creído ver una contradicción entre este texto y la Neoplatonism, cap. III: «The subdivisions of theoretiC<lI Philosophy»; véase
definición, más arriba citada, de la filosofía en general, hasta el pun- inlra. cap. 1.0, § 1, p.
to de que han pensado que debe eliminarse este último pasaje como 56 Separado (I.WplCl't~) tiene en Arist6teles dos sentidos, y desiWla: a) Lo
extraño a la doctrina del libro 54. Pero la contradicción sólo existe si que está separado de la materia (así en el De anima, JI, 1, 413 a y passim,
el voü~, a diferencia de la o/lrd. se dice que está «separado» del cuerpo);
pretendemos asimilar la filosofía primera y la ciencia del ser en b) Lo que es subsistente por sí y no tiene necesidad de otra cosa para existir;
cuanto ser, pues entonces vemos definida una misma ciencia, respec- cfr. Met., !J., 18, 1022 a 35: ~lO 'ta ~€ZOJplClIJ.ÉvO'J ~aO'a¡I'tIJ; en este sentido, la
tivamente, como ciencia universal y como ciencia de un género par- «separaci6n» es la propiedad fundamental de la «substancia». Estos dos sen·
ticular del ser. En realidad, si nos atenemos al texto . ,teles, tidos coincidían en Platón, para quien la Idea, separada de 10 sensible, era
al propio tiempo la única realidad subsistente. No coinciden ya en Arist6teles;
la relación entre los dos tél'lninos está aquí perfectamente clara: le- así la substancia física es separada en el segundo sentido, pero no lo es en
jos de confundirse con ella, !! filosofía primera al!.arec~ como una el primero; el ser matemático es separado en el primer sentido, pero no en
¡¿arte de la ciencia del ser en cuanto ser-:-- el segundo (pues se trata de un abstracto. que no existe por sí). De ahí
Esta relación de Qarte a todo se halla confirmada por la clasifica· la incertidumbre de los editores en la lectura de la 1. 1026 a 14, donde se
ción arista . de las ciencias reoréticas donde vemos que la filoso- define el objeto de la f/sica: unos, siguiendo al Ps.-AJejandro y los manus·
critos, leen C%".(CÍlplCl'ta (Bekker, Bonitz, Apelt, D. R. Cousin, P. Goh1ke,
ía primera, ahora definida como teologza se yuxtapone, en el seno J J. Owens); en cambio, Schwegler, seguido por Christ, Jaeger. Ross, Cherniss,
de la filosofía en general, a una filosofía segunda, que es la física, Merlan, corrige -y con razón, creemos- ax,CÍlplCl'ta leyendo y"wplCl'tá, para
ocupando las matemáticas -parece- no el tercer puesto, sino una conservar la oposici6n con los objetos matemáticos que, en la línea siguiente,
posición intermedia ss. A cada una de esas ciencias se le asigna un son llamados ou zwplCl'tá (se trata, pues, aquí de la separaci6n en el sentido
de subsistencia). En cuanto al ser divino, se le llama «separado» en los dos
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2, 1004 a 2. sentidos: el platonismo sigue siendo verdadero para Arist6teles en el plano
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de la teología. Sobre la lectura de 1026 a 14, cfr. últimamente V. DÉCARIE.



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aritmética; la matemática segunda, la geometría plana; las matemáticas pos- «La physique porte-t-elle sur des «non.séparés»?», en Rev. Sci. pbilos. tbéol.,
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teriores, la geometría de los sólidos; la astronomía, etc. 1954, pp. 466468 (quien defiende, aunque sin aportar argumentos decisivos,
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52 Cfr. r, 2, 1003 b 19. la lectura de los manuscritos), y E. DE STRYCKER, «La notion aristotélicienne
53 r, 1, 1003 a 22 ss. de séparation dans son application aux Idées de Platon», Autour d'Aristote,
i.3;E;
ni&8,

54 Así CaLLE, ad 1004 a 2-9. Mélanges A. Mansion, 1955, quien lee y"WPlCl'tá (p. 131, n. 68).
ss Dicha tripartici6n se hará clásica, mezclada a menudo, por lo demás, 57 Comparar en E, 1, las líneas 1026 a 16 y 19.
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de la edici6n de Andr6nico. Cfr. ALBINO, Didasc., 3, p. 153, Herm., quien

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res 61; también ella parece sometida a ]a jurisdicción de una ciencia manecen independientes.
más alta, que sería a la filosofía primera lo que la matemática en ge- La filosofía ri e es la ciencia del s r c nto ser,
neral es a la matemática primera. SI es a tea o ía. De hecho, en los dos pasajes del COrptH aristo-
ta interpretación de la filosofía primera como te.a1og~ece télico en que la expresión filosofía primera es usada a título de refe-
confirmada or todos aquellos pasajes en que Aristóteles emplea la rencia, difícilmente puede extenderse que remita a otra cosa que no
éXiJ[eSión <ptAooo'flla "pIO'tY¡. Incluso allí donde no es asimilada expre- sea la exposición, propiamente teológica, del libro, donde se elucida
samente la teología, se la o one a la física entendida como filosofía la esencia del Primer Motor. En el tratado Del cielo, tras haber de-
segunda 62 mientras ue la ciencia del ser en cuanto ser es defjniqa mostrado Aristóteles la unicidad del cielo mediante argumentos físi-
U: re no or oposición a Ja física, sino a las ciencias particulaJ'es cos, añade que podría alcanzarse el mismo resultado mediante «ar-
en cuanto tJl1e~, En las obras de física, 1 'losofía rimera es descri- gumentos sacados de la filosofía primera» (~l,l -:Ü)'I ¿r. 'ti¡:; r:pÓI'tT¡:;
ta por lo re ul· amo ciencia de la forma, mientras que la física sólo r-li,oa0l'la¡; AÓ-(Ol'l) 67: como observa Simplicio 68, encontramos efecti-
estudia form li a as a la materia; ..pero ]a forma en estado puro, vamente una demostración de ese género en el libro A de la Metafí-
es decir «separadas» en los dos sentidos de esta palabra, sólo existt" en sica fII, donde la unicidad del Primer Motor es deducida de la eterni-
el campo de las cos-ªs divinas, y es ]a existencia de un campo tal la dad del movimiento. En el tratado Del movimiento de los animales,
que fundamenta la posi6ilidad e una filosofía distinta de la filosofía tras recordar Aristóteles que «todos los cuerpos inorgánicos son mo-
de la natllraleza1~ existiera la física a¡,otaría la filoso- vidos por algún otro cuerpo», añade: «El modo en que es movido
í 63, o, al menos, ella sería la merecedora e nombre de filosofía el ser primera y eternamente móvil, y cómo el Primer Motor lo mue-
primera 64. L cha-por la primacía 65 se entabla, pues entre la fí~c~ ve, ha sido determinado anteriormente en nuestros escritos acerca
y la teología, mientras que la ciencia del ser en cuanto ser no parece de la filosofía primera» (¿'I 'tI;)'! ::Ept 'tT,~ ::púm¡:; 'flA'JO'Jr-ia:;) 70: reenvío
manifiesto al mismo libro A (cap. 8), donde Aristóteles muestra que la
60 E, 1, 1025 b 8. relación entre el Primer Motor y el Primer Móvil es como entre lo
La tradición ecléctica, reasumiendo el esquema aristotélico, no se equi·
61 deseable y el que desea. No cabe, pues, duda de que Aristóteles quiso
vocará. Así Albino presenta la ciencia teológica como lie',iJ')'lX';" Ilir"~ (rr,<; desi nar con la expresión ilosojía p'rimera el estudio oe los seres
'l'!),l)a0'r¡~~ (op. ci/.. ibid.).
62 Así, Met.. 3, 1005 b 1; Fis., I. 9, 192 a 36; n, 2, 194 b 9 ss.; De
rimeros más exactamente del Primer Motor: en otras palabras, la
anima, J, J, 403 b 16 (el ::r(i..tl)~ :úó:W?',; es opuesto a la vez al físico y al teolqgja.
matemático). La cxpr.esión /i/Dso/id segunda ucsi 'na (rl.'(.\.lenteroent a la físi- Tal es, al menos, el uso ordinario en los escritos del Corpus aris-
ca: Met., Z, 11, 1037 a 15; Parto animal., 11, 7, 653 a 9; De lonF,iludine el totelicum. Ha ue hacer una sola exce ción! tocante al libro K de la
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revitale vitae, 1, 464 b 33.


63 Cfr. Parlo animal., r, 1, 641 a 36. Metafísica. En tres ocasiones, la expresión ?l;",o"J:pla r:pÚl'tYj u otras
64 Me/., E, 1, 1026 a 27. Cfr. r, 3, 1005 a 31 ss. equivalentes (';, "pr¡xeqtÉ'/Yj ?li,oo()~ia, Y¡ "ptjl'tY¡ tr:ln'ijluj), son emplea-
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65 Pensamos en la competición instituida por PLATÓN en el filebo entre


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que son las matemáticas y la física; pero lo que las distingue no es ¿Cómo explicar que, en este punto capital, el libro K se halle en
ya la delimitación de sus dominios respectivos dentro del campo uni- ab"oluto desacuerdo con escritos de los yue él no sería más que un
versal del ser: física y matemátic Oll-CO.Osideradas, desde luego, resumen o un esbozo? 76. ¿No será mejor atribuir la denominación
como partes de Ía filosofía (/.lÉpr¡ ,Y¡; :wfia;) 71, pero la filosofía pri- de la ciencia del ser en cuanto ser como filosofía primera a un dis-
mera, lejos eJe ser tamhié.n-eUa~ .mordialr pa rece cípulo inhábil, que hubiera interpretado apresura?am.ente .cierto~ ~e~.
i enufícarse con la filosofía e co.nju t Y así mientras que «la tos sin duda sutiles del libro E, donde las dos CienCias, SIO perjUICIO
física considera los accidentes. y J2.rinci ios de los seres, en cuanto de su distinción, son presentadas como coincidentes? 77. Obsérves.e
por otra parte que el capítulo 7 del libro K, al volver sobre la cl~~I­

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«aquellos que tienen en sí mismos el principio del movimiento o el cuanto ser y en cuanto separado (,',ti OV"COC; 11 "'1 y.at Z(t)pt::l'óv),
reposo»- ni de la «ciencia que trata de la demostración», puesto debemos examinar si hay que admitir que esa ciencia es la física
que ésta no contempla la materia misma de la demostración 74. do- misma, o bien es diferente» 78. Dicha asimilación del ser en cuanto
ble papel d establec p,rincipios comunes a todas las ciencias y e
justificar cada na de...e1las.. mediante la elucidación del estatuto de 76 El Ps.-Alej. ve en el libro K un l'esumen de los Iibrt;>s B, r y E. BONITZ
existencia propio de su. objeto 10 reservará Aristóteles, como vere- y W. ]AEGER (Aristo/eles, pp. 216-22) lo ven, al contrano, com0.un esb?zo
mos, a la ciencia del ser en cuanto ser. Que aquí se lo asigne a la anterior a dichos libros. La razón que da ]aeger es la res<?nancla rel~tlva­
filosofía primera .r.eve1a una concepción de.. ésta oca ca n mente platónica. según él, del libro K; nos parece, al contrano, que la Ide~­
tificación de la filosofía primera con la ciencia del ser en cuanto ser mam-
el sentido habitual de la expresión. fiesta una evolución radical por respecto al platonismo, e incluso por respecto
El insólito carácter de la terminología del libro K conduce al re- a la definición «teológica» de la filosofía primera: evolución tan radical que
planteamiento del problema de su autenticidad. Dicha autenticidad nos resulta difícil atribuirla al propio Aristóteles.
77 La teología o filosofía primera, aun siendo una parte de la filosofía
fue impugnada en el siglo XIX, especialmente por Spengel y Christ,
en general no deja de aspirar, como ésta, a la universalidad: «es univers~l
a causa de ciertas particularidades estilísticas 75. La anormal identifi- porque es primera», y en este sentido -si bien sólo en él- no es fal~o decir
cación de la filosofía en general con la filosofía primera, y de esta que se refiere también al «ser en cuanto ser» t,E, 1, 1026 a 30-32). Sl~e ~n
última con la ciencia del ser en cuanto ser, aunque apenas haya me- pie el hecho de que, aun cuando la filosofía. I?nmer~ se confunda en ~l límIte
recido la atención de los comentaristas, plantea un problema que, des- con la ciencia del ser en cuanto ser, es deflmda prImero como teolo~la. Pues
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bien: en el libro K encontramos un modo de proceder exactamente inverso:


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de la hipótesis de la autenticidad, quedaría sin resolver. Se viene


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en el pasaje paralelo al anterior, el autor se pregunta «si la ciencia del ser


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observando hace mucho que los capítulos 1-8 del libro K reinciden, en cuanto ser debe ser o no considerada como ciencia universal» (7, 1064 b 6),
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bajo una forma menos elaborada, en los problemas abordados por cuestión que carece de sentido (o, mejor dicho, reclama una re~pue~ta obvi~­
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los libros B, r y E. Ahora bien: ya hemos visto que, si bien la expre- mente positiva) en la perspectiva aristotélica, según la cual esa CIenCIa es defI-
nida precisamente por oposición a las ciencias particulares; y el autor d~l
libro K responde curiosamente: sí, la ciencia del ser en cuanto ser es unI-
K, 4, 1061 b 3,3.
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71 versal porque es la teología, o sea, una «ciencia anterior a la física», y así


K, 4, 1061 b 28.
72 es «universal por su anterioridad misma» (ibid., 1064 b 13).
73 K, 4, 1061 b 19. 78 K 7 1064 a 28. Es particularmente en este pasaje donde W. ]aeger
74 K, 1, 1059 b 14-21. ve n vdstigio de platonismo. Mas parece poco verosímil que Aristóteles haya
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75 En especial, el uso de la partícula TE Ili¡v. La inautenticidad ha sido concebido primero como idénticos el ser en cuanto ser y el ser separado! ~
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mantenida igualmente, en virtud de razones internas, por NATORP (cfr. Bi- reserva de disociarlos luego: el ser en cuanto ser y el ser saR'rado son dehru-
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bliogr., n.· 145) y recientemente por monseñor MANsroN (cfr. Bibliogr., n_O 135). dos por Aristóteles por vías lan independientes entre sí que su coincidencia,

42 43
7/
ser y el ser separado se hará tradicional en los comentaristas, y, al mo\ Imlcnto' en el libro J, un análisis de la noción de unidad: en el
permitir la identificación de la ciencia del ser en cuanto ser con la libro K un resumen de los libros B r, E, y, en su 2. a parte, una
filosofía primera, autorizará una interpretación unitaria de la Meta- compilación de la Física; en la primera parte del libro A (caps. 1-5),
física, perpetuada hasta nuestros días. La buena fortuna de esta in- una nueva investigación sobre las diferentes clases de esencias y so-
terpretación no debe hacernos olvidar que se funda en un único texto bre los prin('ipios comunes a todos los seres; por último, en los
del Corpus aristotelicum, el cual, difícilmente conciliable con la ma- libros M y N, un examen crítico consagrado especialmente a la teoría
yor parte de los análisis de Aristóteles, pertenece a un pasaje por platónica de los números. Si exceptuamos algunas alusiones a la teo·
demás dudoso, y cuyo mismo carácter único nos parece una prueba logía, más bien programáticas, al principio del A, y la mención que
suplementaria de la inautenticidad del contexto 79. de ella se hace a propósito de la clasificación de las ciencias en los
Incluso si se admite que el libro K estuviera ya unido a los otros libros E y K 81, sólo la 2. a parte del libro f\ en toda la M ajhica,
libros cuando a los editores se les ocurrió dar un título al conjunto 80, está con agrada a las cue tiones teológicas, bajo la forma de una ex-
sólo podía confirmar a sus ojos el uso de la expresión filosofía prime- licitación de la esen..cia..del Pcim tQl: (cuya necesl a se e-
ra en el sentido de teología; en él no se definía, en efecto, la filoso- muestra más ampliamente en el libro VTIr de la Física). De hecho,
fía primera como ciencia del ser en cuanto ser sino sólo en la medida las referencias u '. 'teles hace a la Filosojía--p'rimera remiten-a
en que el ser en cuanto ser se entendería como ser «separado», o sea esos desarrollos del libro A. Ahora se comprenderá por qué os e.,gi-
como ser divino. Así pues, los editores se hallaban en presencia de tores, cualesillliera .9ue fuesen renunciaron a hacer extensivo dicho
un título --el de Filosofía primera- al cual los textos mismos de título al conjunto de los escritos que la tradicion es transmitía· 1
Aristóteles (o conocidos bajo su nombre) atribuían un sentido unívo- la filosofía primera es la teología (y tal era, sin duda, el pensamiento
co, y de un conjunto de escritos a los que dicho título habría debido de Aristóteles) ¿cómo atribuir a la filosofía primera un eswdio que
ajustarse normalmente. Ahora bien, ¿qué encontraban en éstos? Aná- se refiere esencialmente a la constitución de los seres sensibles? ¿Se
lisis que, en su mayor parte, no se referían al ser divino, inmóvil y dirá que ese estudio compete, si no a la filosofía primera, al menos
separado, sino al ser móvil del mundo sublunar: en el libro A, una a la ciencia del ser en cuanto ser? Pero ya hemos visto que, según
exposición histórica relativa al descubrimiento de las causas del ser una interpretación cuyo primer testigo sería el autor del libro K, ei
sujeto a cambio y ligado a la materia; en el libro a., una demostra- ser en cuanto ser fue muy pronto asimilado al ser separado, y la on-
ción de la imposibilidad de remontarse al infinito en la serie causal; tología a la teología 82.
en el libro B, una colección de aporías cuya mayor parte atañen a la rechazar el títu o filoso/ía primera, los editores reconodan
relación de los seres y los principios corruptibles con los seres y prin- la ausencia de preocupaciones teológicas en la mayor parte de los
cipios incorruptibles; en el libro r, una justificación dialéctica del escritos «metafísicos». Empero, no pudiendo concebir una ciencia
principio de contradicción, entendido como principio común a todas filosófica que, siendo aistinta de la física (y de las matemáticas) y
las ciencias; en el libro A, un diccionario de términos filosóficos, la también de la lógica y de la moral, no fuese por eso mismo una
mayoría de ellos relacionados con la física; en el libro E, una clasi- teología, e incapaces de reconocer la originalidad y especificidad de
ficación de las ciencia y una distinción de los diferentes sentidos del una ciencia del ser en cuanto ser, se tropezaban con una investiga-
ser; en los libros Z y H, una investigación sobre la unidad de la ción que no cabía ni en las divisiones tradicionales de la filosofía
esencia de los seres sensibles; en el libro 8, una elucidación de los (lógica, física, moral) ni incluso en los marcos aristotélicos del saber
conceptos de acto y potencia, esencialmente' en su conexión con el
81 Ahora bien: es evidente que la clasificación de las ciencias, como tal,
lejos de ser natural, resulta milagrosa. La identificación de ambos parece no compete a la teología.
obra, pues, de un discípulo celoso, preocupado por unificar con posterioridad 82 Si se admite esta perspectiva unitaria. que es la del libro K y los
la doctrina del maestro: así, la doctrina de' los caps. 1-8 del libro K es comentaristas, la mayor parte de la Metafísica no trata más de ontología que
menos el rastro de un Aristóteles aún platonizante que el anuncio de los de teología, y si el término metafísica designa esa ontología teológica, refe-
comentarios neoplatónicos. rida al ser en cuanto ser, o sea separado. entonces en la mayor parte de los
79 Ni que decir tiene, sin embargo, que el pasaje K, 1-8, refleja en los libros de la Metafísica se trata de cualquier cosa menos de metafísica. A esta
demás puntos la doctrina de Aristóteles, Por ello no dejaremos de citarlo, sal- conclusión extrema (a saber, que en ningún lugar de la Metafísica encontra·
vo en la referente a la doctrina en litigio. mas la exposición propiamente dicha de la metafísica de Aristóteles) llega
so y ya hemos visto (p. 33, n. 27) que había motivos para dudar de ello, e! P. OWENS (The doctrine of Being in the Aristotelian Metaphysics, Toronto,
si es cierto que la primitiva Metafísica en 10 libros, testimoniada por el catá· 1951), quien asume por cuenta propia, llevándola hasta las últimas canse·
lago del Anónimo, no contenía el libro K. cuencias, la interpretación unitaria de! libro K y los comentaristas.

44 45
I m¡ltemáticas, física, teol gía)[V esta ciencia sin nombre y sin lugar, C,A PIrULO 11
en la que no reconocían a la teología, sin ser capaces de admitir, con
todo, que pudiera ser otra co a que teológica} hicieron que fuese, du- o METAFISICA?

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¿FILOSOFIA PRIMERA

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rante muchos siglo, la metafísica] .\lE-rri t,i ?:>:¡txá: la rúbrica poseía
ante todo, y sin duda, un valor descriptivo; expresaba el carácter

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post-físico de un estudio que prolongaba en un plano de abstracción «En IOda' la, cosas. lo principal y pcr <:so tarmbién
más alr -y no ólo en los análisis de los libros Z, H, a, acerca del lo má difídl es, como bien aiirma el dicho común, el
er sen ¡ble, ino también en el pasaje propiamente teológico del li- punto oe parliua ...
br A -la investigación física de los principios-o ero al JIÚsmo (ArgulJI. rofist .. .34. 183 h 22.)
tiempo, en virtud de una ambigüedad sin duda inconsciente, dicho
título conservaba la interpretación teológica de la ciencia del ser en
cuanto ser: la investigación post-física era a la vez ciencia de 10 trans-
físico. La metafísica, ciencia de 10 divino o bien investigación que, a
lravé del laborioso camino del conocimiento humano, trata de ele-
varse hasta el ser en cuanto ser: ambas cosas podía ser a un tiempo;
mientras que la expresión filosofía primera difícilmente se aplicaba
al segundo de esos aspectos.
Pero al dar al meta de etafísico dos clases de interpretación di- A la re 'l~ • or ljué la filosofía primera va Je'spués de la física
ferentes 83, los comentaristas vuelven a tropezarse con la dualidad en el OL en del saber?» va hemos vjsto ljue la mayoría de los co-
que el título pretendía enmascarar: unos insisten sobre la trascen- mentaristas I re3londían mediante la distinción aristotélica de la an-
dencia del objeto, otros sobre la posterioridad de la investigación. terioridad en si y la anterioridad para nowtros. Pero esta explicación,
A primera vista, esas dos explicaciones no se contradicen, y el inge- ,:se remonta hasta el propio Estagirita? Y, antes que nada, ¿recono-
nio de los comentaristas se aplicará a demostrar que son compatibles. ció él mismo el carácter necesariamente post-físico de su filosofía
Sin embargo, en el capítulo siguiente veremos que si el objeto tras- primera?
cendente es entendido como principio, o sea, como punto de partida De hecho, aquello sohre lo que insiste Aristóteles es la anterio-
del conocimiento, no hay más remedio que escoger entre esas dos ridad de la filosofía primera por respecto a las ciencias segundas,
interpretaciones. Por el momento, la perspec'tíva unitaria, según la matemáticas y, sobre todo, física: «Si hayal o eterno, inmóvil y se-
cual no hay en la Metafísica más que una ciencia -la que Aristóteles arado, su conocimiento 1ertenecerá nec aoamente a una cíencia
«busca» 64_, o al menos una sola concepción de dicha ciencia, con- teoretlca: ciencia que no es ciertamente ni la física (pues la física
duce a la situación siguiente: si la «ciencia buscada» es la teología, tiene por ohjeto ciertos seres en movimiento), ni la matemática. sino
posee un nombre y un puesto en el edificio del saber, pero en cambio una ciencia anterior a una y otra (rii,úi. 'WJtÉ(J'.l~ rip.'fCJiv)) 2,
está ausente de la mayoría de los escritos llamados «metafísicos»; si (En 'ué consiste esa anterioridad de la filQs fía primera? Las
la ciencia buscada no es la teología, se explica el carácter no teológico expresiones 7::pót;!"'C; y ;~'JtEr}'JC; forman parte de esos términos cuyas
de los escritos, pero una ciencia así carece de nombre y debe con-
quistar su justificación y su puesto en el campo de la filosofía. De un I Se trata evidentemente, de los que interpretan el meta de metafísica
lado, una ciencia conocida, pero inhallada; del otro, una ciencia anó- en el ~entido 'de la postcrioriuau cronol6gica. Para aquellos que, como Sim-
nima y sin estatuto, pero que se nos presenta bajo el aspecto de una plicio y Siriano. lo ven wmo simple relación ue supcrioridau, no hay pro-
hlema, pues el meta de «metafísica» y el primerll de: «(ilosofía primera» tienen
investigación efectiva. Los comentaristas siguieron el partido de dar entonces igual sentiuo, remitiendo uno y otro a la trascendencia del objeto.
nombre a una ciencia inhallable. ¿No seremos más fieles al proceso Pero esta interpretacilín, que no aprecia bien el sentiuo ohvio de. los dos tér·
Jel pensamiento de Aristóteles si le respetamos, a esa «ciencia bus- minos, ha brotado manifieslamenl\: de la preocupación ue conciliar con pos-
cada», la precariedad e incertidumbre que revela su anonimato ori- terioridad dos títulos legados por fa tradición. De hecho, esa interpretación de
ginal? 11E'ta es filológicamente inaceptable (<<en el orden del valor o rango». 11E'ta
designa una relación de posterioridad, o sea de inferioridad: Liduell-Scott,
sub. v.j. En cuanto a la interpretación correspondiente de 'll:(J';'u, en 'fl1.oCio'fla
Cfr. más arriba, pp. 33-38.
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diferentes significaciones son estudiadas por el libro a de la M cta· ún la esenda y l~ naturalezaJ Esta última, en cambio, se ajusta peto

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no se aplique a la filosofía primera, y, siendo éste el sentido de la

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cior es lo universal, Yo en el segundo lo individual. Por último, el ter- xpresión cuando se la utiliza en términos absolutos (ár:).(;l~),
cer tipo de am rioridad es la anterioridad según la naturaleza y la n hay.duda de que la filosofía primera es, para istóteles anterior
esencia: en este sentido se laman anteriore «todas las cosas ue I l~lca @n el Ot6e CO¡;¡OCl to como en el de a i cidad o
pueden existu: iod.ependientemen de s otras cosas, mientras que mo «s.egúoJa...natllUll~ y la....esencia». -
las Qtr.as cosas n uec;len existir sin..e.Jl; distinción ya empleada por Así pues, la anterioridad se aplica a la filosofía primera en todos
Platón» 4. Este es, añade Aristóteles, eJ se tido fundaroent J de la us senu.dos, y no .vemos que Aristóteles se haya preocupado nunca
anterioridad puest< ffiJe los otros dos u~en reducirse a él s. La por preCIsar que, SIendo pnmera en uno o varios sentidos, podría no
exposición del libro a omite, es cierto, un cuarto ,gntidQ, senalado serlo en otro u otros. Más aún: todos los sentidos mencionados re-
en la exposición paralela (y probablemente más antigua) de las Cate- miten a aquel q~e, según las Categorías, era «primero y fundamen-
gorías: a uel según el cual anterior designa «lo mejor y más estima- tal», y que el libro A sólo parece omitir porque resulta obvio en
ble». «En e enguaje corriente, se dice que estan antes que los de- uanto se habla de un antes y un después: la anterioridad cronológica.
más los hombres a quien se e<¡tima y quiere más.» Pero «ése es -aña· y en efecto, ¿qué uede ser el orden del conocimiento sino una re-
de AristóteJes- el más indirecto de todos los sentidos de anterior,> ". lación de sucesión? Lo anterior según el razonamiento 'es aquello en
Podría sorprendernos no hallar en esta enumeración la anterioridad ue éste encuentra el punto de partida más seguro: lo universal· lo
cronológica: en la expansión de las Categorías, se la presentaha como .lnt7rior .se~ú~ la sensac.ión es 10 qu.e ~sta encuentra al principio: es
(lel sentido primero y fundamentah>; en la del libro a de la Metafí- deCIr lo tndIvIduaL Es CIerto que Anstoteles opone reiteradamente la
sica, aparece sólo como un caso particular de la anterioridad según nterioridad crono ógica (/.p6\1~J) Y la anterioridad lógica (M,lIl):
la posición. . y así el ángulo agudo es cronológicamente anterior al ángulo recto,
¿En !lué medida esos distintos sentidos se aplican a la filo ofía p.uesto que es generado antes que él, pero le es lógicamente poste-
primera. a anterioridad según la posición tiene aquí escaso interés, rIor, puesto que la definición de ángulo agudo supone la de ángulo
pues todo depende de la elección y definición del punto de referen- recto 9. Pero ¿qué es esto sino decir que se define el ángulo recto
cia: si su elección es arbitraria, cualquier cosa puede ser llamada,
según los casos, anterior o posterior; si es conforme a la naturaleza, 7 ,'"'"
A 11 ~ 1019 a5: ::~(I)'l:O"
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I'-E'/ 't'~ ~,:o~E(l'-e'Jov 7I:ponpov. (¡tr, "'1 ouata 7I:pO'tEpov.
la anterioridad según la posición se identifica con la anterioridad se- Podna extranarnos la petiCión de prmclplo que Aristóteles parece cometer
1 ~resentar aquí la au,,¡a como anterior xr.mi y.:Xnv xal oValav (1019 a 2-3). En
1::., 11, 1018 b 9 ss.
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1::., 11, 1019 a 1 ss. No se conocen textos platónicos que contengan ex·
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antes de definir el agudo, mientras que se construye el ángulo aguo J la generación: prinCIpIO que se enuncia y se aplica, sobre todo,
do antes que el recto? La anterioridad lógica es también una anterio- tu donde la consideración de la causa final es predominante, es de-
ridad temporal: sólo que el tiempo de la definición lógica no es el ir en las obras biológicas 16. En este último caso, la anterioridad esen-
de la construcción geométrica. Si sólo a este último llama ZpÓ"CI~ ia! no es sino la del discurso racional, es decir, la de la definición:
Aristóteles, es que el tiempo se define por relación a la génesis de Cronológicamente, la materia y la generación son necesariamente
las cosas y, más en general, al movimiento del universo, pues es su nteriores; pero lógicamente (.t<j"> ).,ó,o~)lo son la esencia y la forma de
medida 10. Por mucho que el tiempo del razonar humano se esfuerce cada cosa; esto resulta evidente si se formula la definición ('tóv ).,ó,o,,)
por recorrer al revés el tiempo de la génesis, sigue en pie que s610 de la generación: y así la definición de la construcci6n de la casa
por respecto a este último puede aparecer el primero como inverso, upone la definición de la casa, pero la definici6n de la casa no su-
y, más aún, tal inversión se produce ella misma dentro de un tiempo pone la de la construcci6n» 1,\ Pero esto, ¿qué es sino decir que se
que no es sino el de las cosas. Asimism cuando Aristóteles afirma define la casa antes de definir construcción, mientras que es preci-
que «lo que es postrero en el orden del análisis es primero en el or- o construir la casa antes de verla completa?
den de la génesis» 11, quiere decir que la investigación teórica y prác- De cualquier manera que abordemos el problema, la anteriori-
tica del hombre 12 reproduce, pero en sentido inverso, el desarrollo dad resulta depender del modo de consideraci6n, es decir, del modo
espontáneo del cosmos: ello no impide que esa marcha atrás se reco- de conocimiento. El mismo primado de la esencia no es sino el pri-
nozca y se mida en un tiempo que es el número del movimiento mado de la consideración de la esencia: prioridad que no es arbitraria,
natural. Mediante el conocimiento no nos libramos del tiempo; o me- ino que expresa la obligación que tiene el discurso racional de em-
jor dicho, sólo, en cierto modo, nos libramos de él dentro del tiempo. pezar por la esencia si quiere saber de qué habla; en este sentido asi-
En cuanto a la anterioridad «según la naturaleza y la esencia», mUa Aristóteles con frecuencia la anterioridad esencial y la anterio-
no es otra cosa que el orden de la causalidad, el cual supone, por lo ridad según el razonar ().,Ó"í1p), caso particular de la anterioridad
menos a título de esquema, la sucesión en el tiempo Cierto que egún el conocimiento. Pero el orden del conocimiento, acto humano
también aquí depende todo del modo como lo consideramos: si nos que se desarrolla en el tiempo, es él mismo un orden cronológico. Si
fijamos en la causalidad eficiente o en la material, el tiempo «esen- mbos órdenes son opuestos a veces, es porque el conocimiento hu-
cial» coincidará con el tiempo de la generación; lo mismo ocurrirá, mano puede, y quizá incluso debe, remontar el curso natural de las
en cierto sentido, si tomamos en consideración la causalidad formal: cosas, por respecto al cual se define el tiempo del físico o, 10 que es
la anterioridad lógica del sujeto respecto de sus atributos coincide quí lo mismo, el del filósofo. Por mucho que queramos evacuar del
con la prioridad causal de la esencia respecto de sus propiedades, y tiempo la noción de anterioridad, reduciéndola a un orden puramen-
del sustrato respecto a sus determinaciones 13. Mas para quien con- te «lógico» o inteligible, no escaparemos a la necesidad que obliga al
temple la causalidad final el tiempo de la esencia y la naturaleza será píritu humano a desarrollar en' el tiempo los términos de una suce·
la inversa del tiempo de la génesis: «Lo posterior según la genera- ión. Más aún no hay orden que no sea temporal, no hay primero y
ción es anterior según la naturaleza» 14 o bien «según la esencia» 15, 10 egundo que no 10 sean en el tiempo, pues para Arist6teles el tiempo
que quiere decir que lo perfecto es anterior a 10 imperfecto en el no es otra cosa que el número ord1nal mismo: «el número del movi-
orden de la esencia y la naturaleza, pero le es posterior en el orden miento según el antes y el después» 18. El tiempo es aquello en cuya
virtud hay antes y después. Y aun cuando el conocimiento invierta
la Cfr. Fis., IV, 11, 219 b 1. 1 antes y el después de las cosas, tal inversión seguirá produciéndose
11 Eth. Nicom., 111, 5, 1112 b 23. dentro del tiempo, que es el número del movimiento natural.
12 La palabra ava1.uat~ designa, en efecto, tanto la búsqueda regresiva de
los medios a partir del fin como de las causas a partir de los efectos. Es po- * * *
sible que Aristóteles conociera el sentido matemático de dicho término que,
atestiguado por FILODEMO (Acad. Ind., 17), será erigido en método por Pappus. Cfr. Parto animal., 11, 1, 646 a 12 ss.; Gener. animal., 11, 6, 742 a 21.
16
13 La esencia (abala) es llamada anterior «según la naturaleza y la esencia» Parto animal., 11, 1, 646 a 35 ss. Obsérvese que aquI d orden lógico
17
desde el triple puma de vista de la eficiencia, la materia y la forma: A, 11, se opone al cronológico, mientras que en el texto de Z, 1, citado más arriba
? _ _

1019 a 5. No es, pues, extraño que, en el caso de la esencia. anterioridad (n. 1), la esencia era llamada primera, lógica y cronológicamente a la vez.
16gica y anterioridad cronol6gica, lejos de oponerse, coincidan: Z, 1, 2028 a Es porque el ).dTa~ mismo es múltiple: en un caso, contempla la esencia como
32, b 2. substrato, causa eficiente y sujeto de los atributos; en d otro, como causa
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14 A, 8, 989 a 15. final.


IS M, 2, 1077 a 26. 18 Fi~'" IV, 11, :219 b 1.

50 51
Si es cierto que la primacia según la esencia se reduce a cierto n poco tiempo sus progresos en filosofía han sobrepasado a los que
orden del"conocimiento, y si este mismo orden sólo puede desarro- n las demás ciencias hayan podido realizar» 23. Otro argumento: «el
llarse en el tiempo, es evidente que todos los sentidos osibles de h cho de que a todos los hombres les complazca habitar en elll\
la anterioridad primera se aplican sin ISCUSlOn ala filo --¡[meTa. '1 ::ána:; 7!A.0Zl1lfJ€tll a~-q.)24 y deseen consagrarse a ella tras haberse
1ndudablemente rimera r así como en el o den de la esen- ). pedido de todos sus otros ciudadanos». Pero ésa no es sino la
cia~ es asimismo cro;;;¡;;gjp:rmente. i1JJterlor a las cIencias llamadas se- mfirmación, histórica y psicológica, de un optimismo hasado en la
undas, nada nos indica que Aristóteles haya eseado excluir este n turaleza misma de la filosofía y su objeto: «Lo anterior es siempre
sentIoo, e cual é mismo ha IC o que era «primero y fundamen- 10 jor conocido que lo posterior (asi trio PWO'!1(;l''tEoa 'ta ;:pónoa 'tIDV
tal» 19. Descartes será menos infiel a cierta clase de pensamiento aris- 'n'tipwII) y lo mejor según la natural~za es' mejo~ conocido ~ue 10
totélico de lo que él mismo supondrá, cuando, en el Prefacio de los r or; pues la ciencia se refiere preferentemente a las cosas definidas
Principios, crea que invierte el orden tradicional del conocimiento \' ordenadas y a las causas más bien que a los efectos» 25. Vemos así
haciendo de la metafísica la raíz del árbol filosófico, o sea el comien- mo ya coinciden, en su aplicación al objeto de la filosofía las múJ·
zo absoluto del saber, del cual derivan, según una relación de deduc- Ilples significaciones que Aristóteles asignará más tarde a l~ anterio-
ción, lógica y temporal a la vez, la física y las ciencias aplicadas 20. ridad: según el tiempo, según la esencia, en el orden del conocimiento
Para que la metafísica, ciencia de los «principios» y de las «primeras y a ¡mismo en la jerarquía de los valores. Lo que importa observar
causas», sea primera cronológicamente, se precisan dos condiciones, .h ra es que Aristóteles en los comienz~ de su cauera filosófica
que Descartes enunciará de este modo: «Una, que (estos principios) r:c ~~e el principio es más cognoscible gue aquello de lo cual e~
sean tan claros y evidentes que el espíritu humano no pueda dudar I rrnclplO,. la causa más inmed~atamente accesible (}!le el efecto. )'
de su verdad cuando se aplica a considerarlos; otra, que de ellos de- corolarIo que no desaprobarla Descartes- el alma más fácil de:
penda el conocimiento de las demás cosas, de tal manera que puedan unocer ue el cuerpo: «Si el alma es mejor que el cuerpo (y lo es,
ser conocid0S sin ellas, pero no, recíprocamente, ellas sin ellos» 21.
fU. p~rtenece mas 9ue.él a la .naturaleza de 10 que es principio) 26,
La segunda de dichas condiciones no hace sino explicitar la noción
• 1 ex~sten artes y CIenCIas relatIvas al cuerpo, como la medicina y la
misma de principiO', y coincide perfectamente con la definición aristo- lm~asla ... , con mayor I~ón existirán una investigación y un arte
télica de la anterioridad según el conocimiento 22. Pero si el principio r I Uvas al alma y a sus VIrtudes, y seremos capaces de adquirirlos,
es aquello de lo que depende el conocimiento de las demás cosas, y la
I ues que lo ,so~o~ .tocante a objetos que, conllevan mayor ignoran-
r,:=c!proca no es cierta, ¿de qué dependerá el conocimiento del prin- t y son mas difíciles de conocer» 27. ASI pues, si hay objetos que
Op1O? Descartes -y a ello responde la primera condición- resol- nllevan ignorancia, hay otros que conllevan saber, en el doble sen-
verá la dificultad mediante la teoría de la evidencia, que instituye
tid de que son fuentes de conocimiento 28 y de que pertenece a su
una relación de inmediatez entre el conocimiento humano y la clari-
dad de las verdades primeras: de este modo, la primacía epistemoló-
23 A~erca de esta oposici?n entre e! progreso titubeante de las t&nicas
gica puede coincidir con la ontológica, y la filosofía de los principios V I 2~ rápidos progresos de la fIlosofía, cir. parte 1, capítulo 1, «Ser e historia».
puede ser a un tiempo el principio de la filosofía. Ross traduc~: «The fact that all men fee! at home in philosophy»
No parece que Aristóteles haya planteado el prohlema de otro fhis Works 01 Am/o/le translated into English, XII, p. 33).
modo, ni que, al menos en sus primeros escritos, lo haya resuelto de Fr. 52 Rose, 5 Walzer (YAMBLICO, Protréplico, cap. 6).
26 'APXlXW't€POY Tap UiY CP!JalY muy.
manera muy distinta. En el Protréptico, desarrolla largamente el tema 27 • -
•.. Xal1:UIY llE"t.aT"OltZ<;
,. )..' ,- , •
1'.: ElOYO<; xal fo'W'lal Xar.e:':W'tEpWV (fr. citado, p. 61
de la facilidad de la filosofía. La prueba de que «1a adquisición de la e).
sabiduría es más fácil que la de los demás hienes» nos la suministra 2a «Es mucho más necesario tener conocimiento de las causas y los ele-
en primer lugar su historia: «Por mucho que los hombres hayan pro- 11 ntos que de las cosas que de ellos derivan; pues estas últimas no forman
digado sus esfuerzos en otras ramas del saber, sigue siendo cierto que 1 rte (le los princ~pios supremos ('tÜJv áxpwv), y los primeros principios ('td 1tpw'ta)
n ceo de ell~s, sm<? .que, al contrario, a partir de ellos y por ellos es como
l' o lo de,mas manifiestamente se produce y constituye. Y as1, si el fuego, el
19 Calegorias, 12, 14 a 26. Ir , el numero o alguna otra naturale.za son J:Jlusas de las de!lÚs cosas, y
20 AD1LM-TANNERY, t. IX, n, p. 14.
I'rlmera.s por respec~o. a ellas, nos es Imposible conocer cualqUler otra cosa
21 [bid., p. 2. los Ignoramos» (Ibld., p. 61 Rose). Así pues, no se trata sólo, como en
22 «Las cosas mejor cognoscibles sol? los principios (ti '-(JÜJ'ta) y las causas: I scartes, ~e una de~uccl~n de verdades, sino ciertamente de una relación
pues por ellos y a partir de ellos se conocen las demás cosas, pero a ellos no .1 prod';lCC1ón; o, melo: dIcho, la deducción, para Aristóte!es, no hace sino
se los conoce por las cosas que les están subordinadas» (A, 2, 982 b 2). r prodUCir e! proceso mismo por e! que las cosas son producidas.

52
7-
naturaleza el ser conocidos inmediatamente. A fin de que la filosofía todas las cosa: 33 • poLlo tant.o gué medios odría ser ad·
de las cosas primeras sea a la vez primera en el orden del conoci- 11Iirida, aunque fuese en una vida anterior. dirá acaso - y así
miento, Aristóteles es inducido a transponer en las cosas una especie I rece que debe entenderse el mito platónico- 9lK cJencia de
de saber en sí, de saber objetivo, que asegure la coincidencia perfecta 1 as las cosas nos es, de alguna manera, «connatural» 34? Pero tal
de la rafio cognoscendi y la ralío essendi. Lo más imP9rtante es al . r cter innato sería entonces tan sól olatente, y «sería extraño que
mismo tiempo lo más co~oscible' lo más útil es a la vez lo más fácI . eyésemos, sin saberlo, la más alta de las ciencias» ('d¡\I xpa'ttOUj"
~l tema aparentemente optimista ere a facilidaá ae la Nfosofía no ll)'1 EltlO't"fjllW\I) 35.
hace sino traducir la exigencia mínima propia de toda filosofía: si la Este pasaje de la Metafísica, que apunta evidentemente a la
filosofía es la ciencia de los primeros principios y si los primeros prin- 1 ría de la reminiscencia, se aclara con un texto de los Segundos
cipios son aquello en cu a v'rtud existe todo y todo es conocido, es ttalíticos, donde Aristóteles critica una teoría según la cual nuestra
reciso que los rime ~ JJri cipios sean conocidos de manera inme- Ji posición (Z~l~) a conocer los principios no sería adquirida, sino
iau", si se guiere que las demás cosas lo sean. El filósofo que refle- Innata y en principio latente O./X\l6a·,m): «Tal cosa es absurda -dice
xiona acerca de la esencia de la filosofía no tiene opción: o la filosofía ristóteles-, pues de ahí resulta que, poseyendo conocimientos más
es fácil, o es imposible; o la filosofía es primera, tanto en el tiempo x ctos que la demostración, sin embargo los ignoramos» 36. Dicho
como en importancia, o no existe. l otro modo: ¿cómo podría ser conocido confusamente el principio
El tema aparece tan poco aisladamente en la obra de Aristóteles, mi mo, que es aquello en cuya virtud es conoce todo lo demás?
que inspira nada menos que toda la concepción del saber implicada ; mo podría ser oscuro aquello que lo aclara todo? Volvemos a
en los Segundos Analíticos, patente desde la primera frase de dicho ncontrar aquí la idea de una cosgnoscibilidad en sí, ligada a la esen-
tratado: «toda enseñanza dada o recibida por vía de razonamiento i misma del principio, y que parece declarada tl priori, al margen
procede de un conocimiento preexistente» 29. Reconocemos ahí -y ti toda referencia al conocimiento humano. Lo que en Descartes será
Aristóteles mismos nos lo recuerda 30_ la aporía que Menón oponía ivido bajo la forma de la evidencia, aparece primero en Aristóteles
a Sócrates: no podemos aprender ni lo que sabemos, pues entonces mo una exigencia lógica: los principios tienen que ser claros y dis-
ya lo sabemos, ni lo que no sabemos, pues entonces ignoramos qué tintos, si se quiere que sean principios."La ciencia de los principios
es lo que hay que aprender. Al responder a dicho argumento -¿real- el be ser la mejor conocida, es decir, la primera en el orden del saber,
mente tan «capcioso» JI?_ mediante la teoría de la reminiscencia, j se quiere que sea tal ciencia de los principios.
Sócrates le daba de hecho la razón a Menón: puesto que lo difícil es La filosofía primera de Aristóteles es, pues, «anterior» por la
el comienzo del saber, habrá que admitir que el saber no ha comen- misma razón que había llevado a Platón a proyectar sobre una vida
zado nunca, sino que estaba ahí ya en su totalidad: «puesto que el nterior el conocimiento de las verdades primeras. Pero Aristóteles
alma es inmortal y ha vivido muchas vidas, y ha visto todo 10 que n queda satisfecho con una anterioridad mítica. El conocimiento
sucede aquí y en el Hades, no hay nada que no haya aprendido ... rdadero se de~rrolla para é según un orden que no es sólo lógico,
Como en la naturaleza todo se mantiene y el alma lo ha aprendido ino cronológico: ninguna demostración es posible si no presupone
todo, nada impide que al acordarse de una sola cosa -eso que los 11 verdad de sus premisas. Lo propio del silogismo es apoyarse en
hombres llaman aprender- vuelva a encontrar por sí sola todas las tina verdad precedente, y Aristóteles sitúa )a inevitable imperfección
demás» 32. A fin de resolver las dificultades suscitadas por el orden l este razonamiento mucho más en esta especie de precedencia de
del conocimiento, Platón negaba que el conocimiento tuviera otro J verdad con respecto a sí misma que en el reproche de círculo vi-
orden qne no fuese el circular: el conocimiento, o es total de entra- i so, que más tarde le dirigirán los Escépticos. Pero en tal caso'[si
da o no existe. I demostración es algo ya comenzado siempre, no habrá demostra-
Aristóteles no podfa quedar satisfecho con esa respuesta. ~i toda ión posible del comienzo mismo: las premisas del primer silogismo
ciencia se aprende por medio de conocimientos anteriores, no se ve

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JJ A, 9, 992 b 29. Alejandro observa con pertinencia que la «ciencia de

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ué es 10 ue podría ser anterior a esa ciencia total «ciencia

o 9
lodas las cosas.. sólo puede ser la «ciencia de los principios de todas las ro-
t

I
~as», pues «si una cosa posee principios, sólo se la concede si se conocen sus
2'-

29 Anal. Post., 1, 1, 71 a 1. principios.. (129, 15-16 Hayduck).


R 8 ñ B

30 71 a 29. 34 a:j¡L'f'u'to~. (993 al).


JI Menón, 81 d. 35 Ibid., 993 a 1. 2.
32 Menón, 81, cd (trad. CHAMBRV). 36 Anal. Post., JI, 19, 99 b 27.

54
7
serán «primeras e indemostrables» 37. Aristóteles insiste en lo que 1 Icmostrado de la demostración 42. Pero entonces, ¿cómo puede
hay, a la vez, de paradójico y de inevitable en esa doble exigencia: las Ipturse el principio? Si, puesto que es la base de todo conocimiento,
premisas son primeras, aunque indemostrables; pero son también I he er mejor conocido que aquello que él permite conocer, y si, con
primeras porque son indemostrables «pues de otro modo no podría 11 do, no es objeto de ciencia, pues toda ciencia demuestra a partir
conocérselas, a falta de su demostración» 38(Y precisa Aristóteles en I principios previamente conocidos, no habrá más remedio que ad-
qué sentido debe entenderse esa primacía de las premisas: «Deben "mir una modalidad de conocimiento distinta de la ciencia y supe-
ser causas de la conclusión, mejor conocidas que ella y anteriores a rmr a ella: «Si no poseemos, fuera de la ciencia, ningún otro género
ella: causas, pues no tenemos ciencia de una cosa hasta el momento I c nocimiento, en último término (ht1tE'to'tl el comienzo de la cien-
en que conocemos su causa; anteriores, puesto que son causas; ante- 11 será la intuición» 43.
riores también desde el punto de vista del conocimiento» 39. La ante· Quizá no sea una casualidad que el problema del comienzo sea
rioridad de las premisas será, pues, lógica, cronológica y epistemo- ,1 nteado en el último capítulo de los Segundos Analíticos, y que
lógica a la vez: al menos es preciso que esos tres órdenes coincidan .\ resuelto mediante un proceso de pensamiento regresivo. Presen- -
si se quiere que sea posible la demostración, o sea la ciencia. Nos ha- 11m en este punto que el orden de la investigación efectiva no es el
llamos aquí muy lejos de esa «inversión entre el orden de conoci- J I conocimiento ideal, y que la teoría del silogismo no se hace con
miento y el orden del ser» en la que Brunschvicg verá el postulado lit gismos. Aristóteles ha descrito el saber como deducción; pero
fundamental del realismo aristotélico 40. La idea del conocimiento I Kla deducción .a.,partir de alguna cosa que, en última instancia, no

implica, al contrario, que su orden sea el mismo que el del ser: que deducida: si todo saber es deductivo, ¿será preciso admitir que el
lo ontológicamente primero sea también epistemológicamente ante· .1\ r toma su origen del no-saber, destruyéndose de tal suerte a sí
rior. Si la naturaleza parece «silogizar», es porque el silogismo no I r pío? Sólo podremos sustraernos a esa consecuencia admitiendo
IIna modalidad de saber superior a la ciencia misma, y que es la intui-
hace más que expresar el modo en que las cosas se producen: toda la
I i611. No hay otra salida, yeso es lo que Aristóteles expresa en dos
teoría de la demostración y de la ciencia en las Analíticas supone esa
coincidencia entre el movimiento según el cual progresa el conoci- I siónes con el verbo I..El1tE'tO,l: «En último término --escribe una
miento y aquel según el cual son engendradas las cosas 41. . z más en la Etica a Nic6maco- será la intuición la que capte los
I rincipios» 44. Nos hallamos aquí lejos del proceso conquistador de
No será extraño, pues, que el problema del comienzo se plantee
In Descartes, que se instala de entrada en la evidencia de las natura-
en términos similares cuando se trata del conocirnientp y del movi-
I'zas simples, para deducir las infinitas verdades que de ellas se des-
miento. Tanto en un caso como en otro, la imposibilidad de una I r nden. Aristóteles, al final de su análisis regresivo de las condicio-
regresi6n al infinito obliga a establecer un término absolutamente ne del saber, más bien que aportarnos la experiencia de la intuición,
primero: de una parte, una causa incausada, que es el Primer Motor \) que hace es perfilar negativamente su idea. La intuici6n no es
inm6vil; de la otra, una premisa no deducida, que es el principio !na el correlato cognitivo del principio, su manera de ser conocido:
37 Anal. Post., 1, 2, 71 b 26. 42 Es característico que ARISTÓTELES, en los Segu dos Analíticos, llegue
38 [bid., 71 b 27. I dar esta definici6n puramente negativa del principio: <Entiendo por princi-
39 Ibid., 71 b 29. 1"0, dentro de cada género aquellas verdades cuya existencia es imposible
40 L'expérience humaine de la causalité physique, p. 1.57. 1 mostrar» (1, 10, 76 a 31). Con f6rmulas de ese tenor, Arist6teles no quiere
41 Podría objetarse que Aristóteles opone algunas veces el orden de la presar tanto la trascenden~ia del principio como la impotencia del discurso
generación y el orden de la esencia, es decir, del discurso racional: lo perfecto r ional humano. Hasta el neoplatonismo, la negación no remitirá a la tras-
es anterior según la esencia, pero aparece s6lo al final de la generación (cfr. más ndencia e inefable del principio, convirtiéndose así, parad6jicamente, en
arriba, pp. 50-.51 Y nn. 14-17), principio que, según hemos observado, es invocado mediación, vía de acceso al Uno. En Aristóteles, la negaci6n no es más que
sobre todo en las obras biol6gicas. Pero todo el esfuerzo de Arist6teles se dirige n gaci6n: en este punto, más que en otro alguno, conviene precaverse contra
a probar que ese orden aparentemente ascendiente de la generaci6n es s6lo posible tnterpretaciones retrospectivas, demasiado a menudo acreditadas entre los co-
en virtud de la aspiraci6n de la materia hacia una forma que es al mismo tiempo mentaristas griegos, y sobre todo entre los escolásticos. Véase a este respecto
causa final e incluso eficiente. No hay, para Aristóteles, evoluci6n creadora: l' parte, cap. n, § 4 (El discurso sobre el ser).
la esencia de lo perfecto no se halla al término del proceso, sino en su co- 43 Anal. Post., n, 19, 100 b 13.
mienzo; el movimiento aparentemente ascendente de la generaci6n no es sino 44 Et. Nic., VI, 6, 1141 a 6: ).,E{7:<tal vo~v €tval 'tW'1 rJ.p,/júv. El verbo J.E{7:nal
la supresi6n de los obstáculos que se oponen al movimiento realmente des- ntroduce a menudo, en Arist6teles, lo que podríamos llamar una explicación
cendente de la forma. En este sentido, al orden deductivo del saber coincide rtsidual. Veremos que este género de explicación es particularmente frecuente
sin duda con el orden real de la generaci6n. uando se trata de voü, o de Dios. Cfr. Gen. anim., n, 3, 736 b 27.

56 57
7
es aquello sin lo cual el principio no puede conocerse, en el caso de del hombre no contentarse con investigar el género de ciencia que
que sea cognoscible. Ahora bien: nada nos dice que sea cognoscible, le es propio» (:~v ~ab'aú:~\1 E7:l:J:f¡117jV) 53. •
de hecho. Igualmente, al final de la Etica a Nicómaco: tras haber desc~lt~
Nada nos dice tampoco que la filosofía primera sea humanamente lo que sería una vida perfectamente contemplativa, se preguntara SI
posible. En el segundo capítulo del libro A de la Metafísica) Aristó- «una vida semejante no se halla por encima de la condición humana
teles describe las condiciones de esa ciencia, llamada sabiduría) que (XPEh:"tll)\1 t¡ xa'! av6p(I)7.o'J)>>, y responderá que el hombre, s.i acep-
se refiere a las primeras causas y los primeros principios. Uno de ta ese género de vida, la vivirá «no en cuanto hombre, .SI~O en
sus caracteres es la exactitud, que no es sino otra denominación de cuanto que hay en él algo divino» 54. En caso que hay de ~<dl~l~o en
la claridad de su objeto 45; consiguientemente, afirmar que «las cien- el hombre» no nos extrañará volver a encontrar aquel «pnnclplo del
cias más exactas son las que son más ciencia de los principios» 46 vie- principio» que los Segundos Analíticos 55 consideraban superior a la
ne a ser como recordar que los principios y las causas son «lo más ciencia humana: «Si la intuición (vo¡;~) es lo divino por respecto al
cognoscible que hay» (11á.1..la"ta e'ltl a"t"l"tá) 47. La sabiduría, como hombre la vida conforme a la intuición será una vida divina por
ciencia de lo más cognoscible, debería ser entonces, de entre todas respect~ a la vida humana» 56.
las ciencias, la más fácilmente accesible. Pero de hecho no sucede Se ha dado generalmente una interpretació;" optimista a esos p~­
así, y Aristóteles, sin aclarar esta aparente contradicción, define al saje de la Etica a Nicómaco: el hombre sena un ~e: capaz de lr
sabio algunas líneas más arribla como «aquel que es capaz de cono- más allá de su propia condición y participar de 10 dIVinO. Pero con
cer las cosas difíciles y penosamente cognoscibles por el hombre igual legitimidad podría concluirse de ellos que la vida contempla-
("tá za1..E'ltá...xat IJ.~ p4ala dv6pID'lt<O TlpIDOXElVh> 48. Si recordamos que, tiva no es la propiamente humana. y que el hombre~ en cuanto
en el Protréptico) la adquisición de la sabiduría, por comparación hombre carece de intuición intelectual. Ciertamente, Aristóteles, un
con la de los demás bienes, era presentada como mucho más fácil poco más adelante, presenta la vida contemplativ~ ~omo la m~s ade-
('lto1..).<j) páo"t'f/) 49, no podremos dejar de preguntarnos por las razo- cuada al hombre, «siendo en ella donde se manlÍ1esta en mas alto
nes de semejante inversión de pros y contras, que convierte la cien- grado la humanidad» (Eh:Ep '!oií-co l.l.á),lo'ta aV6p('lí.Oi;) 57. Pero la con-
cia más accesible en el término de la marcha más laboriosa. El propio tradicción, resaltada en particular por Rodier 58, entre esas d<:>s se-
Aristóteles, a decir verdad, nos propordona, en el mismo capítulo ries de pasajes, acaso sea sólo aparente: una cosa es la esencta del
del libro A, un elemento indirecto de respuesta: la sabiduría, nos hombre y otra su condición; y la intuición, cuya idea tenemos, cuya
dice, es la más libre de las ciencias, esto es, la única que es fin para sí funci6n' como condición de posibilidad de la sabiduría discernimos,
misma; ahora bien, «la naturaleza del hombre es esclava de tantos mo- y en la cual situamos, mediante una especie de paso all1mite, la esen-
dos» que «con razón podría considerarse no humana (oox dv6po)'ltiv"l) cia máxima (1J.á.1..la'ta) del hombre, tal vez nos sea rehusada de hecho.
la posesión de la sabiduría», y que, en expresi6n de Simónides, «s610 Entonces, lo que significarían esos textos de la Etica a Nicómaco es
Dios podría detentar ese privilegio» so. Si es cierto, como dicen los que las limitaciones del hombre, y en especial. de ~us fac~ta?:s C?g-
poetas, que «la Divinidad es por naturaleza capaz de envidia», nunca noscitivas, no son tanto negaciones como prtvactones; slgnificatlan
mejor que en el caso de la filosofía tendría ocasión de manifestarse que el hombre de hecho se remite al hombre de derecho, y q~e. la
ese rasgo. Tal ciencia es divina, en efecto, en dos sentidos: ciencia verdad del hombre fenoménico debe buscarse, no en su condiCIón
de las cosas divinas, pero también «ciencia cuya posesión sería lo efectiva, sino en la esencia del hombre en sí, extrañamente emparen-
más digno de Dios», o al menos --corrige Arist6teles-, ciencia que
«principalmente le pertenecería poseer a Dios» 51. Sin duda, Arist6teles acerca al corazón de los dioses» (Fedro, 247 a); cfr. Times, 29 a. Tal idea
relega al mundo de la ficción poética la hipótesis de un Dios envidio- será invocada a menudo como una especie de aforismo por los autores de la
Edad Media. Cfr. Guillermo DE AUVERGNE. (De universo, la He, cap. 9,
so 52. Pero sigue siendo cierto que, por un momento, considera <<indigno t. 1, p. 817 a, Aureliae, 1674): «lnvidia et avaritia sunt in ultimate e1onga·
45 Sobre la sinonimia de dY.{Jl~É<; y de aa'fÉt;;, cfr. Tópicos, 11, 4, 111 a 8. tionis a Creatore».
46 Met., A, 2, 892 a 25. 53 Met., A, 2, 982 b 31.
47 982 b 2. 54 Et. Nic., X, 7, 1177 b 26 ss.
48 982 a 10. ss Anal. Post., H, 19, 100 b 15.
49 Frag. 52 Rose, p. 62, 1. 17. 56 Et. Nic., X, 7, 1177 b 30.
SO Met., A, 2, 982 b 28-30. 57 Ibid., 1178 a 7.
SI 983 a 6-9. 58 Notes sur le livre X de l'Eth. Nic., p. 119, n. 2 (cfr. asimismo sus
52 Esta hipótesis habia sido ya rechazada por Platón: «La envidia no se Eludes de philosophie grecque, p. 214).

58 59
7
ta?a con lo divino: así se justificaría la envidia de los dioses, y ha· más divino, y el conocImIento de las cosas que nos atañen sería
bna q~e entender entonces como un desafío la pretesión, expresada para ella un cambio peyorativo 64. En contrapartida, Aristóteles se
en el lIbro A de la Metafísica, de compartir con la divinidad la pose- mostrará muy sensible al aspecto inverso de la paradoja: ¿cómo es
sión de la sabiduría 59. posible que la ciencia más exacta 6." o sea la ciencia de lo más patente
[Fácil de derecho, la sabiduría, en seguida denominada filosofía (71Z'¡é(JÓ'n66, nos resulte la más oculta? Cómo lo más cognoscible en

p~imera, es entre ~odas las ciencias la más difícil de hecho1Mejor sí es lo menos cognoscihle para nosotros? 67.
dIcho: hay una sabIduría más que humana, que es teóricamente fácil A esta aporía algunos textos platónicos podían proporcionar cier-
ya que su objeto es el más claro y exacto de todos, y hay una filosofí~ ta respuesta. Si bien la luz del sol es la que hace posible toda visión 68,
humana, demasiado humana, que, moviéndose inicialmente en el produce en principio el efecto inverso, deslumbrando al que sale de
plano de. n~e~tras cosas c?tid~anas, .no puede. man~ener con los pri- la oscuridad 69: entre la maravillosa claridad de las verdades inteli-
meros prmC1pIOS esa relación mmediata de eVidenCIa que Aristóteles gibles y su percepción por la mirada humana, se interpondría ese
designa con la palabra \I/Jü,;. Esa distorsión, esa distancia que se re- fallo temporal que impide a la vista reconocer su verdadero objeto.
conoce haber entre un conocimiento en sí y un conocimiento para Aristóteles reasumirá tal explicación en un texto del libro a, que nos
nosotros, no era cosa nueva: el viejo Parménides la había ya usado parece testimoniar una fase aún platónica de su pensamiento 70. Ate-
como objeción contra Sócrates en el diálogo platónico que lleva su nuando un poco el optimismo que profesaba en el Profréptico, reco-
nom~r~. Las Ideas,. ~s~ablecidas por el eratilo, en otro tiempo, como noce en dicho pasaje que «la consideración de la verdad es difícil en
condIcIones de posIbilIdad del conocimiento 60 esto es como las rea- un sentido y fácil en otro» 71. De ese doble aspecto ofrece una expli-
Iida~es mejor cognoscibles en sí, ¿no son d; hecho Ías menos cog- cación, fundada en la naturale7.a del error, que aquí no nos intere-
n?sclb~es t?ara nosotros, por no decir completamente incognoscibles? sa 72. Pero nos da además otra, consistente en distinguir dos clases de
SI la CienCIa es una relación, y los términos correlativos son necesaria- dificultades: una cuya causa está en las cosas (i'J ':'J~; ;::,r,(·¡:IJt:lt·J\.
mente homogéneos, no habrá ciencia para nosotros de las cosas en si y otra cuya causa está en nosotros 1i~ -¡,lLb J. «La dificultad de la
del mismo modo que el esclavo de nuestra propiedad no es esclav~ filosofía sería de esta última clase: no reside en la oscuridad de su
de la Propiedad en sí 61. Sino que así como el hombre sólo se rela- objeto, sino en la debilidad de la visión humana. En efecto; así como
cion.a c~n el ~o~bre! y las Ideas con las Ideas, igualmente la Idea de los ojos de los murciélagos quedan cegados por la luz del día, lo
la cIencIa sera CIenCIa de la Verdad en sí, y la ciencia que nos atañe mismo ocurre con la intuición de nuestra alma respecto a las cosas
(1tap'~IJ.tV) será ciencia de la verdad que nos atañe 62. El viejo Par- más evidentes por naturaleza (-;:r,( -;:"(j '-?~'Je! '-?'l'JE;:(il';:rl,:a ;:rb':w,) 7.1.
ménides obtenía de este análisis la paradójica conclusión de que Dios
no puede conocer las cosas que nos atañen 63. En cuanto a Aristóte- 64 Met., A, 9, 1074 b 25 ss.
les, ~e conformará de buen grado con esa aparente impotencia: es 65 'I'Y¡v rly.(,t~Er.:,.hT¡·J ~;7t'J'ti,\lTIV: Parm., 134 e.
propIO de la naturaleza de la inteligencia divina el conocer sólo lo 66 Top., 11, 4, 111 a 8.
67 Se hallará de nuevo la misma paradoja en el uso kantiano del término
noúmeno, en el sentido de que «lo inteligible, es decir, el propio objeto de
59 • Cfr. Et. Nie., X, 7, 1177 b 31: «No hay que escuchar a quienes nos nuesrra inteligencia, es precisamente (para Kant) lo que escapa a todo es-
aconsejan que, por ser hombres, sólo debemos tener pensamientos humanos fuerzo de nuestra inteligencia por asirlo» (LAC H El.TF.R, «Sur le sens kantien
y, por ser mortales, sólo pensamientos mortales, sino que debemos en 10 posi: de raison», en el Voeabulaire de LALANDE, voz «Razón», 5: ed., p. 861).
ble h~cernos inmortales ,(!rp'oaov MUXE'tlll aOawrtiCelv)). Aristóteles combate 68 Rep., VI, 509 b.
asI abiertamente un escrupulo expresado a menudo por los griegos. Cfr. EPI- 69 VIJ, 515 d-516 a.
CARMO, 23 B Die1s: 6wmi Zp~ 'tav Ova'tr)v, oux d6áva'ta 'tav Owrtov rppo>Eiv (citado 70 Cfr. más adelante, capftulo «Ser e historia», p. 75. n. 20.
por ARISTÓTELES, Ret., 11, 21, 1394 b 25); PINDARO, Istm., V, 20; SóFOCLES, 71 Met., a, 1, 993 a 30.
A~ax, 758 ss., fr. 590 P; EURl"PIDES, Bae., 395, 427 ss.; Aleestis, 799. etc. Se 72 Cfr. cap. «Ser e historia», pp. 75-76.
mide la g~ave~ad del desafío aristotélico recordando que una pretensión similar 73 a, 1, 993 b 8-9. La metáfora del deslumbramiento volverá a ser em-
le habIa SIdo Imputada a Sócrates como un crimen. Cfr. J. MOREAU, L'ame du pleada por TEOFRASTO (Met., 8, 9 b 12), pero en un contexto bastanle dife-
monde de .Pl~ton aux Sto'iciens, pp. 112-13. El Epinomis había combatido ya rente; se trata de saber dónde debe detenerse la investigación ascendente de
es~ comedImIento, pero sólo a efectos de justificar la observación astrónó- las causas: «Cuando pasamos a las realidades mismas supremas y primeras
mIca (998 a). ('tclaX("l xrtt ;7(JI;I't'l). ya no somos capaces de continuar, bien porque no tienen
60 eratito, 349 e-440 b. causa, bien en razón de la impotencia de nuestra mirada para contemplar, por
61 Parménides, 133 ed. decir, esas brillantes, ~{r.t 'á/v i,\lHÉ(,'lV ,lofMvw1v t'i>crr:er' r:(,;,~ 'tcl 'f'CIl'tetwj't'l'tU ~1.É1tetv».
62 134 a.
No Se trata, como se ve. de explicar la dificultad de hecho de la filosofía,
63 134 de.

61
60
La metáfora del deslumbramiento sirve aquf para disipar una para· ("'Ilt)~t¡1(O~;;rfJ'J zIl6'a~~6 O bien tÍ;:/_w;) o «por naturaleza» I:~ ·t~b;;q.
doja, que en el fondo es sólo aparente: lo más evidente sigue siendo y «lo mejor conocido para nosotros» fTtlwpquo:a!Jfi'" Z'1.Ij·il~'.i;, o bien
lo más cognoscible, hasta para nosotros, y por eso es fácil la filoso- "r'O~ 1,¡vi~). Reconocemos aquí la oposición que el libro a; estableda
fía; pero hay que tener en cuenta las circunstancias, contingentes y ~ntre la dificultad que reside oen las cosas» y la que reside oen nos-
pasajeras, que la hacen parecer difícil. La distinción entre el obs- otros», sólo que, de algún modo, cuajada y radicalizada: entre el
táculo que reside en las cosas y el obstáculo que reside en nosotros j. 1,f"'/ del libro a. y el "P¿~ 1,f'á; de los textos clásicos podriamos
lleva aquí a oponer Jo real a lo aparente, lo definitivo a lo provisio- decir que existe una distancia análoga a la que separa. en Kant, la
nal, lo inevitable a lo que de nosotros depende. apariencia y elfen6meno. La dificultad que se presenta opor relación
La pedagogía platónica tenfa como finalidad habituar Ja mirada • nosotros» no es ya un obsráculo cuya supresión dependa de nos-
a la contemplación de la luz ": ¿no significaba eso poner al final de otros: hay que contar ahora con un orden de investigación propia-
un proceso un conocimiento que debería ser lógicamente el prime- mente humano, que es no sólo distinto, sino inverso, de lo que sería
ro? ". Pero Platón no se tomaba por lo trágico esa distorsión entre el el orden ideal del saber, y del cual no cabe esperar que sea una
orden ideal del saber verdadero, que va de la Idea a lo sensible, y simple propedéutica de este último.
el orden humano de una investigación que se eleva de lo sensible Esra oposición aparece progresivamente en la obra de Aristóteles,
a la Idea. En efecto: por una parte, tal investigación no era más que y, antes de convertirse en una distinción escolástica 76, nace espon·
una propedéutica al saber, y la vislumbre de su conclusión autorizaba toneamente, como por el propio peso de los problemas. Un texto de
la esperanza en un proceso por fin descendente, que coincidiría con
los T6picor acerca de la definición nos hace asistir, según parece, a su
la génesis misma de las cosas. Por otra parte, esa misma propedéutica,
en cada uno de sus momentos, era un redescubrimiento: la reminis- génesis. Siendo Jo propio de la definición patentizar una esencia, está
cencia de un saber lógica y cronológicamente anterior. Lo más senci-
claro que debe proceder a partir de términos más patentes, o sea,
llo, lo más luminoso, era entonces, pese a las apariencias, lo más cono- m.jor conocidos, que el término definido: oPuesto que la definición
ti~ne por objeto dar a conocer el término en cuestión, y nosotros
cido yJ en cierto modo, ]0 ya conocido.
Aristóteles conservará el ideal platónico de un saber descenden· damos a conocer las cosas no empleando términos cualesquiera, sino
te, que va de lo simple a lo complejo, de lo claro a lo confuso, de lo anteriores y mejor conocidos, como se hace en la demostración (pues
universal a lo particular, y las Analíticas fijarán el canon definitivo así ocurre con toda enseñanza dada, (;talJ.'Jf..(Zai.¡a, o recibida, J1áfJT¡'J!~)
de un saber semejante. Pero este saber, siempre mediato. depende, ~stá claro que si no se define mediante términos de esa clase no se
como hemos visto, de ]a intuición inmediata que se encuentra en su
punto de partida, de manera que la conquista de dicho punto de par- 76 Los escolásticos di!~inguirán entre lo mejor conocido quoad nos jY 10
tida será la tarea previa de todo conocimiento humano. Supongamos mejor conocido simpliciter:r.Ya ciertos textos del Corpus aristolélica párecen
ahora que el hombre sea un ser naturalmente derlumbrado, que esté dar testimonio de O-Qi escorarizaci6n de dichos conceptos. Así, en la Anal. Post.,
l. afirmación de la anterioridad de las premisas (cfr. más arriba, p. 56 Y n. 39)
de hecho privado de ]a intuición, aun cuando ésta pertenezca a su conduce al siguiente desarrollo: «Por lo demás, anterior y me;or conocido
esencia: ]a investigación previa se convertirá en una lucha indefinida tienen una significaci6n doble, pues no hay identidad entre lo que es anterior
contra un deslumbramiento que renace sin cesar, y el comienzo del por naturaleza y lo que es anterior para nosotros, ni entre lo que es mejor
saber verdadero se diferirá indefinidamente. conocido por naturaleza y lo mejor conocido para nosotros.p..1amo anterious ,J
y me;or conocidos para nosotros a los objetos más próximos a la sensaci6n, y '"
Aristóteles no formula en ningún lugar esta consecuencia. Sin .nt~riores y meJp' conocidos en términos absolutos a los objetos más alejados
embargo. ella parece implícita en la distinción, muy frecuente, que de los sentidosJY las causas más universales son las más alejadas de los sen-
sus obras clásicas establecen entre «lo mejor conocido en sr» lidos. mientras que las causas particulares son las más pr6ximas» (1. 2, 72 a 1).
Este pasaje. que por Jo demás rompe la concatenaci6n de las ideas, nos parece
sino de fijar los límites de la investigación: para el Aristóteles del libro, como ser una interpolaci6n. Pues lejos de aclarar la tcorfa del silogismo, compromete
para Platón, el deslumbramiento era un obstáculo perjudicial, pero transitorio,
en la búsquea de la verdad; para Teofrasto, simooliza un Ifmite sin duda
definitivo, pero hallado únicamente al final de la búsqueda.
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75
Rep., VIl, 516 .h.
«Si no conocemos la Idea de Bien, aunque conociéramos todo lo que
cxtremadamente su aplicaci6n: para que el silogismo sea humanamente posi-
ble, es n~ario que las premisas sean mejor conocidas que la conclusión, no
1610 en sI sino para nOJotrOJ. Ahora bien: como se sabe, una al menos de las
premisas ha de ser más universal que la conclusión, lo cual, 5c:RÚn la doctrina
que acabamos de mencionar, la haría peor conocida para nosotros que la con-
--
hay fuera de ella del modo más perfecto posible, eso, como sabes, de nada c1usi6n misma. No se ve entonces el interés que podría tener aqu( Aristóteles
nos servirfa, de igual manera que sin la posesi6n del bien, nos es inútil la en insistir sobre una distinción que reduce a la impotencia las reglas de la
de rualquier otra cosa. (ibid., VI, 505 ab). demostraci6n.

62 63
define en absoluto» 17. Pero esta regla, que no hace sino aplicar al píritu no es lo bastante penetrante como para conocer primero 10
caso particular de la definición la exigencia universal de un saber mejor conocido en términos absolutos. Arist6teles no ha perdido t<>
preexistente, puede entenderse de dos maneras: «O bie~ se supone d vía. la esperanza de acceder al orden de la inteligibilidad en sí; es
que los términos [de la mala definición] son peor conocidos en sen- uestl6n de penetración de espíritu, y por 10 tanto de ejercicio: «Para
tido absoluto (á::i.(;J~), o bien se supone que son peor conocidos para \lnas mismas personas, en tiempos diferentes, resultan mejor conoci-
nosotros, pues ambos casos pueden darse» 7ll. «En sentido absoluto s cosas diferentes: al comienzo, lo son los objetos sensibles pero
-precisa Aristótoles- lo anterior es mejor conocido que lo poste- landa el espíritu se hace más penetrante, ocurre al revés» M j puede
rior»: así el punto es mejor conocido que la linea, l~ línea que .la í suceder que «exista identidad de hecho entre 10 mejor conocido
superficie, la superficie que el sólido, o también la umdad es mejor ra nosotros y lo mejor conocido en términos absolutos» es.
conocida que el número y la letra mejor que la sílaba. Volvemos a Pero a medida que el pensamiento de Arist6teles va desarrollán·
encontrar aquí la coincidencia, afirmada por el Protréptico, entre la ose, parece que la perspectiva de semejante coincidencia va difirién·
anterioridad ontológica y la anterioridad epistemológica, entre el ose cada vez más. En el libro Z de la Metafísica, ya no se habla de
orden de la generación y el orden del saber. Pero de hecho, y por Insuficiente penetraci6n, sino de una permanente servidumbre del
respecto a nosotros, a veces ocurre a la inversa: es el sóli?~ el que nacimiento humano. Ni siquiera el espíritu más penetrante que
es percibido antes que nada por los sentidos, y la s~perf~c~e antes 1uede haber, el del filósofo, escapa a esa condición común: ~Nuestra
que la línea, y la línea antes que el punto. Por tanto, SI dehmmos en Investigación [sobre la esencia] debe empezar por los seres sensi·
virtud de 10 que es mejor conocido por nosotros, diremos que «el I les.. . Todo el mundo procede así en su estudio: se llega a las cosas
pllnt~) es el límite de la linea, la línea el de la superficie, y l~ super- más cognoscibles a través de 10 que es menos cognoscible en sí» 86.
ficie el del sólido» 79. Pero eso es definir lo antenor por mediO de lo La tarea (ÉpTo\l) que incumbe al método consistirá entonces en «hacer
posterior, y proceder obscurum per obscurius. Al contrario, «u.na de- gnoscible para nosotros lo que es cognoscible en sí» De este
finición correcta debe definir por medio del género y las dIferen- modo, Aristóteles considera como algo natural la distorsi6n entre los
cias», determinaciones que, «en sentido absoluto», son. ~ejor cO,noci- d s órdenes: en cuanto a su coincidencia, ha de ser conquistada me-
das que la especie, y anteriores a ella: «pues la supreSlOn del genero liante un proceso probablemente trabajoso, que. define la investiga-
y de la diferencia conlleva la de la especie, de suerte que se trata de ción humana en cuanto tal,,.Por consiguiente, si hay dos puntos de
nociones que le son anteriores». Reconocemos en estas palabras la 1artida, el de la búsqueda y el del saber -o, como dirá una vez más
definición de lo anterior según la naturaleza y la esencia /lO, que coin- Teofrasto, un punto de partida «para nosotros», lo sensible, y un
cide aquí con lo anterior según el dis.curso racion~1. Lo que resulta punto de partida «absoluto», 10 inteligible- ll8 , ¿podremos alcanzar
primero desde este doble punto de vista es lo untversal: generador Iguna vez ese punto, el más alejado de nosotros, y que es sin em·
de la especie y, a través de la especie, del individuo 81, debe ser men- argo el comienzo del saber verdadero?- Pero, entonces, ¿no hay
cionado, y por tanto conocido, antes de lo que él engendra. -: así, la ¡erta ironía en hablar de un «punto de partida», que para nosotros
correcta definición del punto será ésta: el punto es una «umdad que n es sino un término apenas vislumbrado, y de una cognoscibilidad
tiene posición» (IHJ'¡cl~ Oé-=d~)~, definición que. sUI??ne c?noci~os el n sí que no sería cognoscibilidad para nadie? Los T ópicos como J

género más universal de la Unidad, y la determlnac10n, mas umversal


que lo definido 83, de la posición en el espacio. . ,. S4 Top., VI, 4, 142 a 3.
La definición del punto como límite de la línea es stO duda vali- es 141 b 23.
86 Met., Z, 3, 1029 a 34, b 3 ss.
da, pero como un recurso para salir del paso, útil para aquellos cuyo g-¡ 1029 b 7: «... de igual modo -precisa Aristóteles- que nuestro deber
rn la vi~a práctica consiste en partir de cada bien parúcular para conseguir
tjue el bien general llegue a ser el bien de cada uno». La coincidencia entre
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Top., VI, 4, 141 a 27 ss.


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81 Nos hallamos aquí en una perspectiva aún platónica. Más tarde, Aris·
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82 1:J., 6, 1016 b 25, 30. . ' cuando la ley castiga al rico que usa mal su riqueza lo hace por su bien
per~ contribuye asimismo a la prosperidad general (466, 12-15).
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83 La diferencia específica es más universal que la espeCie, e incluso que


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hemos visto, se contentaban con distinguir entre el vulgo y el espíritu Ile~o~ vi.s,to que alguno.s 4e los comentados neoptatórncos utijj·
«penetrante», teservándole a este último el acceso al conocimiento n la diStlnCIOn entre antertortdad en sí y anterioridad para nosotros
en sí. Pero en la Metafisíca el espíritu del filósofo queda .reducido a f ctos de conciliar el título de la metafísica con el carácter primero
la condición del vulgo, y la expresión más cognoscible en sí acaba I ~ obj.eto 92. Un exégeta contemporáneo, H. Reiner, ha creído po-
por vaciarse de toda referencia a un conocimieto humano efectivo. r, ~fetlt .de ello. que la rúbrica Metafísica era aristotélica por su
Los comentaristas sacarán sus consecuencias, identificando en pmtu (setnem Stnn und Geist nach) 93. Pero una cosa es reconocer
definitiva lo que es cognoscible en sí o por naturaleza con lo que es n entido al título Metafísica} y otra interpretar dicho sentido como
cognoscible para Dios 89. Y así, por distinta senda, volvemos a trope- I tot~lico. explicar que la metafísica es posterior para nosotros
zarnos con la aporía que Aristóteles hallaba en su análisis de las h fí.slca, ~U?que ~ más bien porque- su objeto sea anterior en sí
condiciones de la sabiduría: la sabiduría es fácil en sí y primera en el I bJ.et~ fISICO, Alejandro y Asclepio parecen oponer el orden del
orden del saber, pues versa sobre 10 más cognoscible; pero acaso es '11 Clmlento y el orden del ser. Pero, como hemos visto ese trasto-
fácil y primera tan sólo para Dios, es decir, para un ser que estaría miento. d~l or~en ontológico y el orden epistemológic~ no puede
provisto de intuición intelectual, y cuyo saber, si es que lo tiene 90, tI.e atrtbuI~o Sin :eservas al mismo Aristóteles: cuando opone 10,
seda descendente y productivo, a imagen de la génesis de las cosas 91. lor conOCIdo e? SI y 10 mejor conocido para nosotros, no opone el
al conocer, SinO ?~S ~odos de conocimiento, uno de derecho y
89 Así 10 hace el Ps.-Alej. en su comentario del libro N (6, 1092 b 26-30).
d~ hech01La orlg1.?a~dad de su concepción reside precisamente
Aristóteles critica la teoría pitagórica según la cual una mezcla sería más
11 sa Idea de un conOCimiento en sí, para el cual 10 ontológicamente
vallosa si pudiera ser expresada mediante un número que definiese con exac-
titud su composición. Tal crítica no significa, comenta el Ps.-Alej., negar que Imero sería al mismo tiempo lo primeramente conocido orden
toda mezcla se produzca según cierta proporción, pero hay casos en que esta 1 , com 1~ p~u~ba ampli~m7nte.Ja teoría de. los Segundos Analíti-
proporción es inaccesible a nuestro entendimiento, siendo un cambio «cognos- t, es el oroen 1 mo de la ciencia demosttlltl.Ya. Ahora bién: no se
cible para Dios y por naturaleza» 'tti' OEljJ 6S XCIi 'tr¡ 'f~(m rvólPllloV). . con c arl a cómo la filosofía primera a menudo llamada la mas
90 Es bien sabido que Aristóteles, en el libro A (9, 1074, b 15-35), dis-
cute que Dios conozca el mundo. Sin embargo, en el libro A (2, 938 a 9), 1.1 de las cien~ias, puede obedecer a un 'orden distinto de ése. Hay
tendía a atribuir únicamente a Dios el conocimiento de los principios, y, por 1 tO?1ar parudo, pues} a pesar de los comentaristas: la teología era
lo tanto, en virtud de la definición misma de principio, el conocimiento de n mmad.a por Aristóteles filosofía primera, no sólo porque su oh-
aquello de 10 cual son principios. Parece hab~, pues, eyoluci?n desde .la doc- , era r1mer~ en el orden del ser} sino también orgue ella misma
trina más tradicional del Ilbro A a la propiamente arIStotélIca del hbro A.
Pero esta evolución es explicable: Aristóteles pondrá cada vez más en duda Ifa que ser rlIDera en e or en ae1 saber. El ingenio de los comen-
que el mundo sublunar se vincule a Dios como a su principio, pues la con.tin- r! las no sirve aquí para nada: Aris.tÓtdes o uede haber que-
genda, debida a la resistencia de la materia, intr~~c,e en este punto un hi~to
entre Dios y el mundo. No hay, pues, contradlcclOn entre los dos. pasaJ~s, m~úer»). Podría decirse que toda intuición es originaria, en el sentido
tan a menudo invocados uno contra otro en el problema de saber SI el DIOS lue Kant entenderá esta expresión en su Disertación de 1770 en cuanto
de Arist6teles conoce o no el mundo (sobre esta polémica, cfr. STO. TOMÁS, funda indisolublemente una deducción y una producción que' en Aristó-
In Metaph. A, ed. Cathala, p. 736. n.· 2614; BRENTANO, Die Psychologie des , .se .desplegarán en el silogismo. Por ello no es casual que ei mecanismo
Aristoteles, p. 246 -quien sostiene, como Sto. Tomás, que Dios, al conocerse, I Iloglsmo reproduzca al proceso de la fecundación. Cfr. BRUNSCHV1CG
conoce todas las cosas-; en contra, ZELLER, Phil. der Griechen, n, 11." parte, ratione Arutoteles metaphysicam vim syllogismo inesse demonstraver;/
p. 371, n. 1). (pero Brunschvicg insiste con demasiada exclusividad en el carácte:
En realidad, es cierto a la vez que, por una parte, Dios se conoce a sí ógico de esa ana~ogía: el hecho de que Arist6teles recurra en otros pasajes
mismo como principio de todas las cosas (cfr. A, 2, 983 a 8), y por otra, sin n logías tecnológiCas prueba que la fecundación biológica y la fabricación
embargo no conoce el mundo: Dios ignora el mundo ¡ustamente en la me- nal sólo son tomadas aquí como ilustraciones particulares de la generaci6n
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Cfr. capítulo anterior. Esta tradición se perpetuará en los comenta-


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árabes. Cfr. AVERROES, Metalisica, trad. alemana M. HORTEN} p. 8.


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«algunas cosas es mejor no verlas que verlas» (1074 b 27 y 32). Si el mun?o


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1 NA, ~e la curaci6n, .del alma, 4." suma, trad. M. HORTEN, pp. 35-36:
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expreslón tras la Itstca expresa un después por relaci6n a nosotros...


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y este argumento no sería válido). Del mismo modo, el artesano ignora lo el nombre con que merece ser designada esta ciencia si se la considera
que, en su obra, procede de la resistencia de la materia: no hay ciencia del u esencia propia, .es ante .la lis~cai pues las cosas que 'investiga se hallan,
accidente. cuanto a su esencia y u01versalidad, antes que la física.»
91 En efecto: el saber verdadero es análogo a la acción demiúrgica en la '3 H. RElNER, arto cit.} p. 228. Reiner piensa que hay en ello un argu-
medida en que coincide con el orden natural de la generación. Recíprocamente, nto en favor de la atribución del útulo, si no al mismo Aristóteles por lo
la actividad del artesano será una buena introducción al conocimiento (cfr. n s a uno de sus discípulos inmediatos, p. ej., EUDEMO (ibid., p. 237).
J.-M. LE BLOND, Logique et méthode chez Arista/e, p. 326 ss.: «Les schemes
66 67
rido llamar filosofía primera a una filosofía aunque sólo res- PRIMERA PARTE
pec o a nosotros, viniese des ué _ a &ka, pues entonces, o bien
esa filosofía no sena pnmera, o bien no sería una filosofía, es em

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~ cl~a ues no se atendrfa al orden de la cognoscib' . s. LA CIENCIA «BUSCADA»
Si ue sien o cierto ue e títu o Metafísica corresponde e'or
...w~=-~e-Eilosa#a-pu tivo as cto de la investigaci6n
aristot.élica. y que. Qgt. tanto. su invención no rla ser o ra de un
c Q).c:!2.. desI!r~ósit~l error de los comentar1stas -estatÍa más len S. PABLO (l Cor., 1, 22.)
en haber querido hacer e Meta mca eítítulo de la filosofía primera,
como si ínvestigaciones «post-físicas» pudieran cumplir el proyecto Nadie debe asombrarse de que esta ciencia primor-
aristotélico de una ciencia «anterior a la física». Partiendo oe ahí, dial a la que pertenece el nombre de Filosofla primera,
no podfan resolver la paradoja S100 jugando con los sentidos aparen- y que Arist6teles llamó deseada o buscada I :'r,tO~I'évT¡)
temente múltiples de anterior y posterior. Pero si, como hemos in- siga estando hoy entre las ciencias que deben buscarse.
tentado mostrar, hay que tomar en serio a la vez la anterioridad de la
LEIBNIZ (De primae philosophiae emenda/ione
filosofía primera y la postel:.ioridad de la metafíúca -es decir, en- el de nolione substantiaeJ
tender que en los dos casos se trata de un orden de sucesión tempo-
ral-, habrá que conceder que los dos títulos no pueden aplicarse a
a ~sma especulación. Por consiguien e fa metafísica no es la filo-
so ía pimera. Pero, ¿qué otra cosa pOdría ser? Las conclusiones del
capítUlo preceoente nos autorizan a responder: el título de Metafisi-
fa. si bien...nQ e aiusta a la filosofía primera oteo ogla, se apnca sin
dificultad a esa ciencia.-..que..Acistóteles dejó sin nombre, y que tiene
or o~ n divino~ sino el ser en su universalidad, es decir,
el ser en cuanto ser. Confundir bajo el nombre ambiguo de metafísica
la ciencia del ser en cuanto ser y la ciencia (fe lo divino, o, como a
partir de ahora diremos, la ontología y la teología 94, valía tanto como
condenarse a ignorar la especificidad de la primera alterando el sen-
tido de la segunda; era atribuir a la primera una anterioridad que
sólo pertenece a la segunda, y a est~ última una posterioridad que es
prQPla de la primera.
Pero denunciar la confusión no es todavía entenderla: si la me-
tafísica no es la filosofía primera, si la ciencia del ser en cuanto
ser no se reduce a la del ser divino, habrá que mostrar cómo ambas
se ordenan, se subordinan o se implican, hasta el punto de que los
comentaristas, y tras ellos la mayor parte de los intérpretes, las han
confundido espontáneamente95 •
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94 Estas denominaciones, por lo demás obvias, son las de W. JAEGER


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(Aris/ottles, cap. IV).


9S En prensa la presente obra, ha aparecido la de V. DÉcARIE, L'ob;e/ de
la mé/aphysique selon Aris/ote, Montréal/París, 1961, que tiende a confirmar
la interpretaci6n tradicional, según la cual el estudio del ser en cuanto ser es-
tada subordinado al de la «substanciu, en relaci6n de consecuencia a princi-
pio. Digamos aquí s610: 1) que dicha tesis nos parece ignorar los odgenes
ret6ricos y sofIsticos de la problemática del ser en cuanto ser; 2) que se le
pueden hacer las mismas cdticas que dirigimos contra las interpretaciones
unitarias (aun cuando, en un punto importante, coincida con nuestra tesis, al
rechazar la asimilación del ser en cuanto al ser divino).

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CAPITULO PRIMERO

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Una golondrina no hace verano.

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(Et. Nic., J, 6, 1098 a 18.)

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«Aristóteles -escribe W. Jaeger- ha sido el primero en esta-
blecer, junto a su filosofía propia, una concepción de su posición per-
sonal en la historia» l. Es ése un hecho cuya novedad merece ser
xplicada. Aun admitiendo que la historia de la filosofía no haya des-
mpeñado un papel determinante en la formación del pensamiento
de Aristóteles, y que no signifique en él más que una reconstrucción
hecha apres-coup y con propósitos de justificación retrospectiva, se-
guiría siendo cierto que la historia resulta invocada siempre en su
obra como una garantía suplementaria de verdad, hallándose dotada,
por tanto, de un valor positivo.
La idea era nueva, al menos por respecto al platonismo. Para
Platón, «los Antiguos valen más que nosotros», porque «vivían más
cerca de los dioses» 2. «Son los Antiguos quienes saben la verdad»,
hace decir a Sócrates al principio del mito de Teuth 3, y «los de hoy»,
los Modernos, se han olvidado de esas verdades pasadas. Si hay una
historia de la verdad, es la de un olvido progresivo entrecortado por
reminiscencias; pero si el olvido es la regla, la reminiscencia es la
excepción, pues (<00 es igualmente fácil para todas las almas acordar-
se de las cosas del cielo a la vista de las cosas de la tierra» 4. Aristó-
teles mismo pagará tributo a ese respeto cuasi-religioso hacia el
pasado, que debía de haberse convertido en un lugar común del tra-
dicionalismo ateniense: «Lo más antiguo es también lo más venera-
ble» s; y en otro lugar aludirá a un pasado remoto y en cierto modo
I Aristoteles, p. 1.
2 Filebo, 16 c.
3 Fedro, 274 c.
4 Fedro, 250 a.
5 Met., A, 3, 983 b 32.

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71
prehumano, cuyo recuerdo ha sido abolido, o al menos alterado, por n es ya cosa propia del hombre, puesto que las caídas sucesivas se
la iruervención de los hombres: Jeben a cataclismos cósmicos ': muy al contrario, el progreso de Jos
«Una tradición, procedente de la más remota Antigüedad y trans- nocimientos y de las artes, dentro de los períodos intermedios, es
mitida bajo la forma de mito a las edades siguientes, nos enseña que puesto en el activo de la invención y el trabajo humano.
los astros son dioses y que lo divino abraza la naturaleza toda. El Es cierto que Aristóteles, quizá asustado por la idea de un pro-
resto de esa tradición ha sido añadido más tarde, en forma mítica, reso lineal e irreversible, que manifestaría el poder indefinidamente
para persuadir al vulgo y servir a las leyes y el interés común ... Si (reador del tiempo, la sustituye por la de un devenir cíclico, imagen
del rdato se separa su fundamento inicial, y se lo considera aislado, débil e imperfecta de la eternidad del Cosmos: .Las mismas opinio-
a saber, la creencia en que todas las esencias primeras son dioses, en- nes reaparecen peri6dicamente entre los hombres, no una vez, ni dos,
tonces nos daremos cuenta de que ésa es una tradición verdaderamen. ni unas cuantas, sino infinitas veces. 10. No por ello deja de ser tam-
te divina. Siendo así que, verosfmilmente, las distintas artes y la i~n cierto que, entre dos catástrofes cósmicas, el sentido de ]a evo-
filosofía han sido desarrolladas en varias ocasiones tanto como era lución humana no es el de una regresión, sino d de un progresivo
pos!ble, J:?Ol~éndose luego cada vez, aquellas opiniones son, por así avance. El tiempo posee dos rostros: destructor de la naturaleza, a la
dear, reliqwas de la antigua sabiduría que se han conservado hasta que erosiona y mina por la acción conjugada del calor y el fria ", es
d tiempo presente. Con esas reservas aceptamos la tradición de nues. también el benévolo auxiliar - ,o',ono; a-ra6ó; - de la acción hu·
tros padres y nuestros más antiguos predecesores. '. mana; y, si bien no es creador, al menos es inventor e:~raTI¡;, lo cual
. La idea de una Revdación originaria, cuyos vestigios serían los autoriza el progreso de las técnicas". Aristóteles llega incluso a al·
nutos, aparece aún en d texto, pero ¡con cuántas restricciones! El vidar, a veces, sus propias lecciones de paciencia, y que «una golon.
mito ha perdido d carácter sagrado que aún poseía en Platón: no drina no hace verano. 0: al progreso titubeante de las artes oponía
expresa sin más la tradici6n, sino que la traiciona al traducirla· de en el De philosophia la marcha acelerada de la filosofía, anunciando
origen di~o, ha sido.apartado de su función revdadora para po'ner. para un futuro próximo su definitiva perfección: «Cuando Asist6te·
lo a! SeMeto de necesIdades humanas: la mitología se vuelve mistifi. les --<l.ice Cicerón- reprocha a los filósofos antiguos su creen-
cación socia!. No por ello pierde la sabiduría d papel catártico que cia de que con ellos Ja filosofía había alcanzado Ja perfección, dice
p?~fa en Platón: librar a los mitos de la ganga que los recubre sig- que eran o estúpidos o vanidosos, pero también dice que por lo que
nifica restaurar. en su pureza la palabra misma de los dioses; significa
acordarse, mediante una conversión que va contra la corriente de la , Mtuoro/., J, 14, 351 b 8 ss. Una idea análoga se encuentra en el Timto
iústoria, de aquellos comienzos luminosos en que aún reinaba una na. de Platón (cEr. 20 t, 22 b, 23 c, 25 c), pero el diluvio no parece ser en él sino
ruraI familiaridad entre el hombre y lo divino '. la versión metica del olvido: entre dos catástrofes, no hay propiamente pro-
Pero hace su aparición otra idea, que atribuye a la historia un greso humano, sino a lo sumo conservación de «una pequeña semilla escapada
.1 desasrre» (23 cl. Tomando al pie de la letra el mito platónico, Aristóteles
movimiento exactamente inverso al anterior. Arist6reles recoge por salvaguarda la posibilidad de una historia, o más bien de historias humanas,
su cuenta --<:ircunscribiéndola, es cierto, a las artes y la filosofía, en el seno de la historia cósmica.
pero ¿qué hay fuera de eso?- la idea sofística del progreso de los 10 Meteorol., l, 3, 339 b 27. Cfr. Ve Coelo, l, 3. 270 b 19. Según el
conocimientos y las técnicas humanas, idea de la que Platón se había P. LE BLDND (Logiqut ti méJhode chez Aristote, p. 262), eso sedan «maneras
corrientes de habtaf», contrarias a la convicción intima de Aristóteles, que
burlado en d Hipias mayor '. Ciertamente, en ese progreso no deja «cree en el desarrollo lineal del pensamiento, en el progreso de las ideas».
de haber recaídas, y tras ellas remonta d vudo; pero la decadencia Pero no hay razón para que Aristóteles conciba la historia general de la hu-
manidad de otro modo que el devenir de la naturaJeza, es decir, bajo la forma
, Met., A, 8, 1074 • 38-b 14 (trad. J. TlUcoT). Be int....ante observar de una generación circular y un eterno retorno (cfr. De Gtn. ti CO"., II,
que este pasaje, el cual, • pesar de las reservas fmales, posee una resonancia 11, 338 a 7 ss.). Más aún: TEOFRASTO verá en la teoría aristotélica de las
cIararoente platónica, pertenece , UD capftulo que. según W. JAEGER (histo- catástrofes el único medio de conciliar la eternidad del género humano (resul·
ltks, p. 366 IS.), es de redacci6n bastante tardla. tante, para él como para Aristóteles, de la eternidad del Universo) y la im-
7 La idea de que la verdad esttÍ en el comienzo, y de que la historia no perfección de nuestras artes y ciencias, que revela el carácter relativamente
es descubrimiento, sino olvido, es común a todos los tradicionalismos. Cfr. de reciente de su aparición (DIELS, Doxogr., 486 ss.). Esta idea, muy antigua
BONALD: «La verdad, aunque olvidada por los hombres, jam's es nueva' estai c:n la obra de Aristóteles, debía inspirar la exposición histórica en que consis·
en el comienzo, ah ¡ni/jo. El error es siempre una novedad en el m~do: !la el libro 1 del "'pi t'¡.ooo~(.< (dr. frag. 13 Rose, 8 Walzer).
car«:e de antepuados y de posteridad. (citado por el Vocabulaire de LALANDE 11 Meleor., 1, 14, 351 a 26; dr. sobre todo Fís., IV, 13, 222 b 19.
en la voz cTradici6n..). " Et. Nic., l, 7, 1098 a 24.
, 281 d-282 •. " lbid., 1098 a 18.
72 73
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a él toca, y dado el poderoso desatrollo de la filosofa en los últimos él no concibe ese crecimiento cuantitativo de los conocimientos, don·
años, está seguro de que dentro de poco llegará' a ser perfecta» ". de se deposita en capas sucesivas la experiencia de la humanidad,
Si bien hay progreso, su ritmo es muy desigual según las distin- como un proceso indefinido: vislumbra ya su cumplimiento, y es ese
tas ramas del saber. Al término de su obra lógica, Aristóteles, recon- cumplimiento entrevisto el que da sentido a los esfuerzos parcelarios
siderando con evidente satisfacción el trabajo que ha llevado a cabo, de los filósofos del pasado.
hace constar que, si bien la retórica ya habfa llegado antes de él a un Platón despreciaba a los filósofos mediocres lO. Para Aristóteles,
grado avanzado de desarrollo, no sucedía lo mismo con la analítica no hay filósofos mediocres, sino hombres que han participado con
y la dialéctica: sobre la dialéctica, «no habfa nada en absoluto»; «so- mayor o menor éxito -un éxito del que ellos no podían ser jueces-
bre el razonamiento, no había nada anterior que mereciera cita, por en una búsqueda común: «La especulación acerca de la verdad es,
más tiempo que hayamos dedicado a penosas búsquedas» ". y cuan- en un sentido, diffcil, y en otro, fácil. La prueba es que nadie puede
do más adelante le pide al lector que juzgue si «esta ciencia despro- .lcanzar del todo la verdad, ni errarla nunca del todo. Cada filósofo
vista de todo antecedente no es demasiado inferior a las demás cien- encuentra algo que decir sobre .la naturaleza; esta aportación, en sí
cias, que han crecido en virtud de trabajos sucesivos» 16, esa llamada misma, no es nada O es poca cosa, pero el conjunto de todas las refle-
a la indulgencia oculta mal el tono triunfal de una parte de victoria: xiones produce fecundos resultados. De manera que con la verdad
Aristóteles no se considera aquí restaurador de una antigua sabiduría, ocurre, según parece, algo similar a aquello del proverbio: ¿quién
sino fundador de una ciencia nueva. Esta confianza propia del inno- sería incapaz de acertar con la flecha en una puerta? Así considerado,
vador es la de un hombre que cree decididamente en el progreso. lal estudio es fácil. Pero la dificultad de la empresa queda mostrada
Si Aristóteles rinde tributo, a veces, de palabra al respeto platónico por el hecho de que podemos poseer una verdad en su conjunto, sin
hacia el pasado, y si inserta la idea moderna de progreso en el ritmo por ello alcanzar la parte determinada a la que apuntamos» "'.
dcIico del pensamiento tradicional, no deja de ser por ello -y acaso Así pues, toda opinión en cuanto tal remite al horizonte de una
más de lo que él mismo cree-- el heredero de lo que Gomperz llamó verdad, en cuyo interior se ha constituido necesariamente; cualquier
«época de la ilustraciÓn». La concepción de un avance progresivo de proposición que se enuncie dice algo sobre la naturaleza y el ser,
las récnicas y las ciencias -lugar común entre los sofistas, y en las pero no responde sin embargo a la pregunta que le planteábamos
obras de los médicos hipocráticos "- es aplicada por él al progreso acerca de talo cual ser en particular: aunque permanezca dentro del
de la filosofía !l. Pero Aristóteles introduce en ella una idea nueva: ser y la verdad -pues ¿cómo podría sustraerse a ellos?- nos habla
de algo que no es aquello acerca de lo cual la interrogábamos. Reco-
14 «... brevi tempare philosophiam ptane absolutam Eore» (Tusculanas,
IIJ, 28, 69, trad. ]. HUMBERTj frag. 53 Rose). (Este fragmento, atribuido du·
nocemos aqul la teoría platónica del error, pero en cierto modo in-
rante mucho tiempo al Protréplica, parece que debe ser restituido, de hecho. al vertida: si el error es una confusión, s610 es error por respecto a su
De phi/osophia, pero no vemos razén suficiente para objetar su autenticidad, objetoj pero en cuanto es un enunciado positivo acerca del ser -aun-
a pesar de l. DÜRING, 4CProblems in Aristodc's Protrepticus», Eranor, LII que dicho ser sea otro que el que investigamos-, ese error sigue
(19'4), pp. 163·164). Este tono de conquista se concilia mal con el pretendido
«escepticismo» -O, al menos, «probabilismo.- que, según BIGNONB, los epi·
cúreos Colotes y Di6genes habrían criticado en los primeros escritos de Aris· tado. Pero esta «apoda» le da ocasión para exponeT la tesis de la innovaci6n
t6teles. En realidad, como el mismo BIGNONE sugiere (VAristotele perduto e en términos que anuncian de algún modo los aforismos baconiano y pascaliano
la formation~ filosofica di Epicuro, 1, p. 40 ss.), CoIotes y Di6genes han to- sobre los Antiguos, «bisoños en todas las cosas»; «Nuestros primeros padres,
mado por escepticismo 10 que no era sino un artificio de presenraci6n me· hayan nacido de la tierra o sobrevivido a alguna catástrofe, se asemejaban
diante tesis y antltesis, o, de un modo más profundo, un m~todo dialéctico probablemente al vulgo y los ignorantes de nuestro tiempo; ésta es al menos
de investigaci6n: el jovm Arist6teles no era un probabilista par tener «la la idea que la tradici6n nos transmite acerca de los hijos de la tierra, y seria
costumbre de tratar el pro y el contra en todo asunto» (conruetudo de omnibus entonces absurdo seguir las opiniones de aquellos hombres» (JI, 8, 1269 a 4).
rebur in contrariar parter dirurendi, CICERÓN, Turculanar, JI, 3, 9), del mis- 19 Cfr. Ttetelo, 173 e: «Vaya hablar de los corifeos; pues ¿para qué
mo modo que tampoco Plat6n puede ser tildado de escéptico por haber escrito mencionar a los filósofos mediocres?».
diálogos. 20 Met., Cl, 1, 993 a 30-b 7 (trad. TRlCOT, modificada). Hoy se admite
IS Arq. sofist., 34, 184 • 1, 184 b l. que este libro, aun cuando haya sido redactado por Pasiclés de Rodas (como
16 Ibid., 181 b 3. afirma una tradici6n que se remonta a la antigüedad) utiliza notas, quizá anti·
17 Sfr. especialmente: Sobre la medicina antigua, 2 (ed. KÚHLEWEIN, pá- guas, de Arist6teles. Se advertirá la resonancia plat6nica de ciertos pasajes
gina 2). aro P.-M. SCHULL, Enai rur la formation d~ la penrée greclJue, 2.- ed., (definici6n de la filosofía como «especulaci6n acerca de la verdad»; metMora
pp. 347-'2. del tiro con arco, que recuerda la caza de pájaros del Tutelo, 198 a ss.; y,
18 En un pasaje de la Política, AJuSTÓTELES duda en aplicarla al arte del algo más adelante, metáfora del deslumbramiento. que recuerda el mito de
legislador, que rambién debe tener en cuenta la necesaria estabilidad del Es- la caverna y volveré a ser utilizado por TEOFRASTO, Metaf., 9 h 11-13).

74 75
siendo verdad por relación a la totalidad. Si ello es así, ¿acaso la «l- I;,-::t'~Z"} y sin nosotros saberlo, en cierto modo? 2.5, Los contempo~
talidad de las opiniones -aunque sean, en cuanto parciales, erró· ráneos de Frinis no sabían que iba a tener a Timoteo por discípulo,
neas- no nos conduce a la verdad total? De esta suerte, queda para- y no era necesario que lo tuviera. En cambio, la relación retrógrada
dójicamente rehabilitado el esfuerzo colectivo de los investigadores que va de Timoten a Frinis, como de lo condicionado a la condición,
modestos y desconocidos. Pero también resulta implícitamente exal- está marcada con el sello de la necesidad: necesidad hipotética sin
tado el papel del Filósofo que consigue dar sentido a esos tanteos duda, en el sentido de que tanto Timoteo como Frinis habrían podi-
anónimos, como el de un general que, al final del combate, convierte do no existir, pero que se convertiría en necesidad absoluta si estu·
en victoria los desordenados ataques de una tropa aún bisoña 21. viera dado el fin de la historia, a cuyo advenimiento, como a un fin
Nada se pierde, pues, en la historia de la filosofía, pues todo con- necesario, contribuyen Timoten y Frinis. A decir verdad, Aristóteles
tribuye a su perfección. El pensador más oscuro adquiere un valor no llega a tanto: sería preciso que la filosofía hubiera llegado a su
retrospectivo, si sus modestos esfuerzos han preparado la venida de perfección para que la necesidad absoluta de su esencia refluyese
un filósofo más grande: .Si Timoten no hubiera existido, habríamos sobre la historia de su advenimiento; pero, como veremos, las pers-
perdido muchas melodías, pero sin un Frinis no hubiera existido un pectivas de este cumplimiento, entrevistas por un momento en el
Timoten. Lo mismn sucede con los que han tratado acerca de la ver- De philosophia, irán alejándose poco a poco, hasta el extremo de
dad. Hemos heredado las opiniones de alJ!Unos filósofos, pero otros que Aristóteles acabará por dudar de que la filosofía pueda tener un
fueron causa del advenimiento de éstos» 22. término.
Aristóteles ha visto con claridad que la necesidad, en la produc-
ción, no sigue el camino del antecedente al consiguiente, sino del * * *
consiguiente al antecedente: es la casa ya construida la que confiere
a los materiales su necesidad como instrumentos 21. ¿No ocurrirá ]0 Sigue siendo cierto que, a falta de perfección efectiva, es la idea
mismo con la génesis de las ideas? Frinis habría podido carecer de de un cumplimiento final de la filosofía la que guía con mayor fre-
sucesores y caer en el olvido, pero es el éxito de Timoten el que con- cuencia a Aristóteles en su interpretación de los filósofos del pasado.
fiere retroactivamente a Frinis ]a aureola de precursor. Si enfocamos El libro A de la Metafísica es buen ejemplo de ello: a partir de la
la historia en el sentido que va del pasado al porvenir, no vemos en teoría de las cuatro causas, considerada por él como definitiva 26,
ella más que una ciega acumulación de materiales; si, por el contra-
rio, volvemos la vista del presente al pasado, esos materiales adquie- 2S Cfr. L. BRUNSCHVICG, L'expérience humaine el la causalilé physique,
ren la significación de materiales para una construcción; lo que era p. 510; P.-M. SCHULL, Le dominateur el les possibles, p. 79.
26 ARISTÓTELES remité él mismo a la Física (cfr. II, 3 y 7) donde, según
balbuceo aislado se convierte en contribución a un pensamiento filo- dice, la distinci6n entre las cuatro causas ha sido suficientemente probada
sófico que camina hacia su cumplimiento ". Esta marcha en cierto (Met., A, 3, 983 b 1; 7, 988 a 22; lO, 993 a 11). El recurso. l. historia de
modo retrógrada, que ve en el pasado la preparación del presente, la filosoUa se presenta aqui como una prueba destinada a confirmar una teoda
que Arist6teles habda descubierto mediante una reflexión independiente de la
no era excepcional, por 10 demás, en el pensamiento griego: ¿acaso historia: -«Este examen será de utilidad para nuestra actual investigación, pues,
el mismo adverbio, <fl~poa6.., no designaba a la vez 10 que ya ha 'pa- o bien descubriremos alguna otra clase de causa, o bien se hará más firme
sado y lo que se muestra especialmente delante de nosotros, mien- nUl..'5tra confianza en la enumeración presente» (A, 3, 983 b 4). Como era de
tras que lo que viene después de nosotros sucede a espaldas nuestras esperar, 10 que ocurre es esto último, y Aristóteles se atorRa a sí mismo un
aprobado al final de su examen histórico: .eLa exactitud de nuestro análisis
de las causas, en cuanto a su número y en cuanto a su naturaleza, parece,
. 21 _Estos filósofos han captado hasta ahora, evidentemente, dos de las pues, confirmada por el testimonio de todos estos filósofos, en razón de su
causas que h~os determinado en la Física... ¡ pero lo han hecho de un modo misma impotencia para describir. otro tipo de causa. (A, 7, 988 b 16). En
vago y oscuro, como se comportan en los combates los roldados bisoños, quie- realidad, la exposición del libro A~ que es hisl6rica y no meramente doxo/l,rá-
nes acuden a todas partes y aciertan a menudo en sus golpes, sin que la ciencia Ika, representa mucho más que la confirmación extrinseca de una teoría ela-
tenga parte alguna en ello» (Met.• A, 4, 2985 Q 1.3). borada por otras vías: al establecer un orden de filiación entre Jos filósofos.
Z2 Met., a, 1, 993 b 15 ss. Cfr. Arg. 10jlst., 34, 183 b 20. Aristóteles no puede evadirse a la obligación de situanse ~l mismo en dicho
n Fís., 11, 9; Anal. Post., 11, 12. orden, aun siendo él su término y, por ello, la razón de ser de la serie. Como
24 .Es pues de justicia mostrarse agradecidos, no s610 con aquellos cuyas podremos comprobarlo en otros casos, la efectiva práctica de Aristóteles no
doctrinas compartimos, sino hasta con aquellos que han propuesto explicacio- corresponde: siempre a las intenciones que declara: concede de hecho dema-
nes superficiales: pues también ellos han aportado su contribuci6m.. (Met., a, siada importancia a la historia de la Eilosoffa romo para que ésta signifique
1, 993 b 12). tan sólo para ~I un ornamento sobreañadido.

76 77

I
Aristóteles se vuelve hacia los sistemas anterIores para ver en cad¡¡ natural» ~I; sostiene, comenta Simplicio, una proposici6n que ~ .1 1.1
uno de ellos el presentimiento parcial de la verdad total. vez contraria a la verdad y a sus propias intenciones» 32: expr' iÓll
Así pues, la comprensión histórica es retrospectiva, justamente doblemente notable, pues postula a un tiempo la coincidencill d I
en la medida en que el todo es lógicamente anterior a las partes, querer filosófico y la verdad, y la consciencia del filósofo por r .
siendo cronológicamente posterior a ellas. Se llega así a la paradoja pecto a su propia voluntad. Tras el sistema, Aristóteles bus a 1
de que muchos filósofos han sido ciegos para la verdad que en sí intención, y tras la intención empírica, el querer inteligible; median
mismos llevaban, por ser ésta parcial: por ejemplo, «Anaxágoras no te esta última disociación, inaugura un tipo de historia de la filo fí,
entendió el sentido de sus propias palabras.) 17; pero, si bien no llegó que opone -podría decirse- la conciencia de sí psicológica de 1
a formular la razón de su propia teoría, «habría asentido inevitable· filósofos a su conciencia de sí absoluta. Aristóteles no se asombro
mente a ella, si se la hubieran presentado,) 2g. de que la primera sea con frecuencia una versión mistificada de la
Esta distinción entre la comprensión -o más bien ),1 incompren. egunda: la inexperiencia de la juventud basta en general para expli.
sión- de una doctrina por parte de su mismo autor, y lo que po- car que su «tartamudeo» no se encuentre a la altura de su buena
dríamos llamar su significación objetiva, conduce a Aristóteles ¡¡ prac- voluntad, o incluso de sus intuiciones 33; pero, así como el hombr
ticar una especie de c!ivaje en la obra de sus predecesores. Si bien es maduro transfigura las iluminaciones de su juventud, así también la
cierto que un sistema es siempre verdadero en algún aspecto, tam- filosofía, al acercarse su cumplimiento, hace justicia a su propio pa·
bién manifiesta obligadamente su insuficiencia en algún otro. La ce- ado: la verdad del final se reconoce a sí propia como en sus orígenes.
guera del filósofo para con la verdad de que es portador no puede El movimiento de la historia no es, sin embargo, el de un des-
por menos de influir en la expresión de tal verdad: la intención pro- cubrimiento perfectamente progresivo. Y ello porque no todos lo
funda, precisamente por ser inconsciente, no llega a articular e: la filósofos participan con la misma sinceridad en la común búsqueda
idea implícita no consigue constituirse como sistema consciente. de la verdad: los hay que muestran una voluntad empírica no sólo
Esto es sin duda lo que Aristóteles pretende sugerir cuando opone el de retorcer, sino de negar pura y simplemente la intención de verdad.
~(,úi.E~aat al ;;lf.(p(l~(,;;¡'1, lo que los filósofos quieren decir y lo que de;: Tales son los sofistas, o al menos, de entre ellos, los que no han ha-
hecho «articulan» 29. blado para resolver problemas, sino por el gusto de hablar 34, En
Hay como una especie de impotencia de la verdad, por la cual la cuanto a aquellos que, como Heráclito o Protágoras, han ido a parar
intuición profética se degrada a balbuceo informe: así, para el caso a tesis sofísticas en virtud de una reflexión apresurada sobre dificul·
de Empédocles, Aristóteles recomienda «atenerse más bien al e píritll tades reales, no hay que tomar en serio lo que dicen, pues «no es
(atrÍ'lwl) que a la expresión literal, que es mero tartamudeo» 30; sólo siempre necesario que lo que se dice se piense» 35. Así, quien niega
entonces podrá verse en la Amistad y el Odio un presentimiento de de palabra el principio de contradicción no puede negarlo en espíritu
la causa final. Pero hay también una especie de male icio de la ver· y en verdad. Aquí la letra no es más estrecha que el espíritu: la pa-
dad, por el cual los filósofos dicen a menudo lo contrario de lo que labra va más lejos que el pensamiento, y si lo traiciona es por exceso,
quieren decir: así esos mecanicistas que quieren explicar el orden del no por defecto. El intérprete ya no deberá leer la intención tras el
mundo en virtud de una feliz coincidencia de movimientos desorde· sistema, pues éste no traduce aquélla -aunque sea imperfectamen·
nados, y que «acaban por decir lo contrario de 10 quieren, a saber, te- sino que, en el límite, la niega. El intérprete deberá mostrar
que es el desorden lo natural, y el orden y buena dispo ición lo anti- cómo la doctrina vivida (;;ttÍV()!a) de tales filósofos está en contra·
dicción con su dicurso explícito O.¿'((,:;). Por lo demás, importa menos
TI Gen. y Corrup., J, 1, 314 a 13. saber lo que dichos filósofos pensaban, ya que en el fondo pensaban
28 Met., A, 8, 989 a 32. Cfr. A, 10,993 a 23 (a propósito de Empédoeles), como todo el mundo, que comprender por qué dijeron lo que no
y K, 5, 1062 a 33 (a propósito de Heráclito). En el mismo sentido, Brunschvicg podían razonablemente pensar, y explicar esta contradicción. Pero
mostrará, especialmente a propósito de Kant, que la verdad de una filosofía no
va forzosamente acompañada de la consciencia contemporánl'll de dicha ver- entonces, ¿cuál ha podido ser la contribución de esos filósofos a la
dad: ..Extraño espectáculo el de un filósofo que permanece, no ya indiferente,
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Cfr. A, 5, 986 b 6 (a propósito de los pitagóricos); B, 989 b 5 (respecto a
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34 Met., r, 5, 1009 a 20.
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Anaxágoras).
3S Met., r, 3, 1005 a 25.

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30 Met., A, 4, 985 a 4.

78 79

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historia de la verdad, si la letra de su sistema es en rigor im~en,sable, I.IS y vueltas atrás. Pero, más bien que explicarlas, prefiere negarla
y si su pensamiento r~al al m:n?s (eso procura mostrar Anstoteles) s,
11 mejor no tenerlas en cuenta: lo que importa no es la sucesi6n de
no difiere de la vulgarIdad COtidIana? , l t'eho de las doctrinas, sino su orden por respecto a la verdad. Aris-
Para convencerse fácilmente de que eso represento un problema t6teles introduce dicho orden en el tiempo, superponiendo así al tiem-
para Aristóteles, basta comparar la avasalladora marcha d: la. :xpo- I real un tiempo inteligible, en el que se despliega sin saltos
sición histórica del libro A, donde cada filósofo se halla Jusuf1~ado brus-
el movimiento irreversible de la verdad. Si el libro A de la
por el movimiento retroactivo de la verdad final, con .la acerba dISCU- Metafísica nos ofrece una conjunción tan perfecta del orden crono-
sión del libro r, cuyo objeto es librarse de adversarIos que op~ne~ 11 gico y el orden lógico, si nos persuade de que, tanto de hecho como
obstáculos previos a cualquier búsqueda eficaz. de ~~ verd~d. ArIsto- I derecho, la causa material debía ser descubierta antes que la efi-
teles no oculta lo desalentador de semejante sltuaclOn: «SI.los hom- I nte, la eficiente antes que la final, y la
bres que con más claridad han visto toda la verdad posIble para final antes que la formal,
nosotros (y estos hombres son quienes la buscan y ama~ con mayor
110 se debe a que Aristóteles, por 10 demás muy conscientemente,
. toma ciertas libertades con la historia. No de otro modo, pare-
ardor) 36, expresan tales opiniones y pr~fesan tale~ doctnnas sobre la
, cabe entender el pasaje en donde Anaxágoras es presentado como
verdad, ¿cómo no van a sentirse desanlmados qUIenes ab~rdan el es- de más edad que Empédoc1es, pero posterior a él por sus obras» 38.
tudio de los problemas filosóficos? Buscar la verdad sena entonce,s
Jejandro 39 comete aquí un error al entender esta posteridad como
como perseguir pájaros volanderos» 37. Volvemos a enco,trar a~u~,
Inferioridad en cuanto a mérito: la palabra ÚO'tEP0C; sugiere, sin duda,
probablemente también inspirada por el Teeteto, una me~af~r~ Sl~l­
lar a la que habíamos observado en e~ libro a; pero l~ slgmÍlcaclOn una idea temporal; pero hay dos tiempos: el de la edad ('ti! ~}.IX¡q.),
ha variado completamente de un pasaje al otro: en el hbro a, lo ex- y el de las obras ('.Ol:; EprOIC; l, el tiempo empírico y el tiempo inte-
traño era no dar en el blanco; aquí, 10 extraño sería acertar: A:Uí, toda ligible, que no siempre coinciden.
opinión remitía a un horizonte de ver~ad; aq~, el d~scubnmlento de Esta interpretación parece confirmada por otros textos. Así, Ana-
la verdad sería sólo efecto de una felIz casualidad. Sm .~uda, no ~o~­ Rgoras es presentado como posterior a Empédoc1es en espíritu y en
viene tomar al pie de la letra esta desencantada refleX1?n de A~IS~o­ verdad, dentro de un pasaje donde es evidente que Aristóteles habla
teles. Pero prueba al menos que la existencia de la comen te soÍls~c~ de algo que no es una sucesión de hecho: «Si se siguiera el razona-
-a la que-incorpora arbitrariamente otros fil6~ofos, como !Ierac~­ miento de Anaxágoras dando articulaci6n al mismo tiempo a lo que
to-- aminora en su opinión el valor de la creenCIa, que pareCla manI- quiere decir, su pensamiento aparecería sin duda como más moderno
festar el libro A, en un progreso lineal del pensamiento. El h~cho ?e (xalvo;:pET.E:r.¿POl:;) [que el de Empédoc1esJ»~. Y la misma idea
ha-
que la crítica sofística haya permiti~o nuevos pro~resos a la filosofla, llamos en el De Coelo, aplicada casi en los mismos términos a la re·
es algo que la obra misma de ArIst6teles -q~Ien, c0r:t;l0 veremos, I ción entre los atomistas y Plat6n: «Aunque pertenezcan a una época
debe mucho a los sofista s- bastaría para conflIC?ar. Sm embargo, posterior, sus concepciones acerca del problema que nos ocupa son
resulta característico que el Estagirita ~o haya podi~~ conceder a los más modernas (xalvo't¿pWc;) [que las de PlatónJ » 41. Esta última re·
sofistas el papel que en el libro A at:Ibuye a los fíSICOS: .el de pro- flexión es tanto más notable por cuanto en el libro A de la Metafí-
gresiva preparaci6n de su propia doctrma. Para 9?e 10 hubI~a. hecho, sica los platónicos vienen sin discusión después de los atomistas, a la
habría sido preciso que reconociera el valor POSItiVO de la cntIca y la vez cronológica y lógicamente: así pues, hay un tiempo diferente para
potencia de 10 negativo. ada problema, y el que es moderno en un aspecto es antiguo en otros.
¿En qué se convierte, troceada y recompuesta de tal modo, la his-
* * * 38 Met., A, 3, 984 a 12.
39 27, 26.
Arist6teles reconoce en varias ocasiones que la historia efectiv~ ~ Met., A, 8, 989 b 6.
no siempre coincide con el progreso inteligible de la verdad: hay Cal- 41 De Coelo, IV, 2, 308 b 30. Arist6teles, como es sabido, al menos
us obras físicas, muestra una gran estima por los atomistas. A «aquello en
e han desviado de la observación de los hechos a causa del abuso de s que
36 Aristóteles acaba de citar pasajes de Dem6crito,
Empéd?CI~. Parmé- namientos dialécticos» (es decir, los platónicos) les opone los que, los razo-
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nides Anaxágoras y Homero que admiten la verdad de las ~par1enCl como De·
tanto' la verdad de cosas contradictorias, yendo así en el ffitsmo a~, y por
m6crito, «han vivido en contacto familiar con los fenómenos» (Gen.
2, 316 a 5 ss.). Incluso en el libro N de la Metafísica (2, 1088 y Corr., 1,
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senado que
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Protágoras. tóteles 'reprocha a los platónicos su «manera arcaica de plantear los b 35), Aris-
37 r, 5, 1009 b 33. problemas»
(tO a..op~aal dpxalxÜJ~).

80 81
toria real? Al querer entender a sus predecesores como continua to, la filosofía describe una cuvá que va desde el asombro original
preparación de sus propias doctrinas, Aristóteles se condenaba a arre· hasta el asombro ahte ese primer asombro; y si las cosas sacan al
g!ar la histor~a a su ;lDanera: en último término, el tiempo no era ya hombre de su ignorancia satisfecha para convertirlo en filósofo, obli·
smo un medio ambiente adecuado para proyectar en él sucesiones gan luego al filósofo a reconocerlas tal como son.
inteligibles 42. Pero la demostración perdía entonces mucho de su Si el origen y el sentido de la investigación es determinado por la
fuerza: si se modificaba el orden cronológico en beneficio de un or- presión de las cosas, ésta anima y mantiene también a aquélla en sus
den lógico que incluso llegaba a absorberlo, entonces la génesis real distintos momentos. Cuando los filósofos se percataron de que la
se convertía en génesis ideal, y la misma causalidad de las ideas apa- causa material no bastaba para explicar el movimiento, no tuvieron
re~ía ficticia. Ciertamente, la historia conseguía una unidad y conti- más remedio que recurrir a una nueva clase de causa: «En este mo·
~U1dad retrospectivas, pero a condición de sacrificar su proceso efec- mento ---dice Aristóteles- la cosa misma (atl"to '1:0 7:pdlfla) les trazó
tivo..La comprensión retrógrada, proyectando sobre el pasado una el camino y los obligó a la búsqueda» 46. Análogas expresiones se en-
necesidad que, a falta de una causa final ella misma necesaria, sólo cuentran a menudo en las exposiciones históricas de Aristóteles: ha-
podía ser hipotética, no llegaba a erigirse en verdadera explicación. bla con frecuencia de una «coerción de la verdad» 47, y de la necesi-
Nos queda por averiguar si, aunque sea mediante indicaciones frag- dad que fuerza al filósofo a «seguir los fenómenos» 48.
mentarias, Aristóteles no nos informe a veces acerca del efectivo pro- Pero si analizamos tales expresiones situándolas en su contexto,
ceso de la verdad y la génesis real de los sistemas filosóficos. nos damos cuenta de que pueden tener dos sentidos: o bien las cosas,
l~ verdad, los fenómenos -términos que deben considerarse aquí,
m duda, como equivalentes- trazan el camino al filósofo y lo em-
* * * pujan adelante; o bien lo que hacen es encaminarlo por la fuerza ha·
El origen de la filosofía está en «el asombro de que las cosas sean cia la vía que no hubiera debido abandonar: de esta suerte como no
10 que son» 43. Ahora bien: el correlato del asombro es la aporía 44, tiene más remedio que seguir los fenómenos, Parménides ;e ve obli-
es decir, un estado de cosas tal que conlleva una contradicción, al gado, contra las tendencias propias de su doctrina, a reintroducir la
menos aparente. Aristóteles cita dos ejemplos: el de la marioneta que pluralidad sensible en el plano de la opinión; y bajo la presión de la
se mueva sola y el de la inconmensurabilidad de la diagonal del cua- verdad, Empédocles, pese a sus tendencias materialistas, no puede
drado. En el primer caso, el asombro nace de la contradicción entre por menos de llamar a veces razón (AÓr0';), a la esencia y la natura-
el carácter inanimado de la marioneta y la facultad que tiene de mo- leza. En tales casos, la realidad no desempeña el papel de motor, sino
verse por sí misma, facultad que sólo pertenece a los seres vivos; en de pretil: corrige las desviaciones y vuelve al buen camino a los
el segundo caso, de la contradicción entre el carácter finito de la dia- despistados. Pero entonces volvemos a tropezar, en el plano de la
gonal y la imposibilidad de medirla según un proceso finito. Así pues, explicación, con la dificultad suscitada por la existencia histórica de
la f~~sofía. no nace de un impulso espontáneo del alma, sino de la filosofías malas, que rompen el desarrollo lineal del pensamiento. La
preSlOn miSma de los problemas: las cosas se manifiestan, se nos expresión misma «coerción de la verdad» parece indicar que la ver-
imponen como contradictorias, como suscitadoras de problemas; nos da~ deb~ usar la fuerza para imponerse y, por tanto, que choca con
impulsan a investigar, incluso a pesar nuestro; no nos dan tregua reSIstencia, que debe contar con recaídas y desvíos. Peto ¿de dónde
hasta que nuestro asombro llega a ser inverso: hasta que nos asom- proceden tales resistencias? Y si la verdad es el principio, motor y
bramos de que hayamos podido asombrarnos alguna vez ante el hecho regulador a un tiempo, de la investigación filosófica, ¿cómo explicar
de que las cosas sean 10 que son; <<lo más asombroso, en efecto, para los extravíos de los filósofos?
un geómetra, sería que la diagonal fuese conmensurable» 4S. Por tan- Es característico que Aristóteles jamás invoque, a fin de explicar
los errores, ningún vicio fundamental del espíritu humano. Con ex-
cepción de los sofistas ---que prefiere a veces excluir de la filosofía,
-ÉgE$e'+s

42 Pensamos en el mito platónico de la demiurgia, tal como será desarro-


~ado por ]enÓCIates y más ~arde por Crantor, para quien la proyección en el 46 Met., A, 3, 984 a 18. Cfr. Parto animal., I, 1 642 a 27 (a propósito de
tiempo acaba por no ser smo un procedimiento mítico de exposición. Cfr. Dem6crito).
1\RISTÓTELES, De Coelo, 1, 10, 279 b y 32 ss.; L. ROBIN, La théorie platoni-
. ~7 Met., A, 3, 984 b 9 (ult'a0'día 'díc; &'A:r¡6eiac;... &vaTl(aCó¡.t.E\lot). Cfr. Parto
cten4~e des Idées et des Nombres d'apres Aristote, n. 328, p. 406.
antmal., 1, 1, 642 a 18 (a propósito de Empédocles).
Met., A, 2, 983 a 13.
44 Ibid., 982 b 13.
. 48 Met., A, 5, 986 b 31 (ITap¡.t.Evior¡c;... avaTl(aCó¡.t.evoc; al(oloo6eiv 'toic; 'f'alvo-
4S Ibid., 983 a 19. ¡.t.~VOtc;).

82 83
en princlplo, verosímil, razonable: lo cual expresa generalmente
en vez de dar explicación positiva de sus extravíos-, los filósofos se
han equivocado sólo por ir demasiado lejos .en sus pretensiones de con el término a~'í'}l'}~ 52. Pero comprender por qué una doctrina
verdad. Hay como una suerte de inercia de la investigación, la cual, pudo parecer verosímil a su autor significa ~. la vez ponerse en guar-
puesta en marcha por las cosas mismas, sigue espontáneamente su Jia contra su falsedad: significa distinguir la intención -que, como
carrera y acaba por perder el contacto con lo real. De este modo, los hemos visto, es necesariamente buena- de su errónea cristalización
eléatas comprendieron que el Uno no podía ser causa de su propio 'n un sistema que, al petrificarla, la traiciona. Por ello, dice Aristó-
movimiento, y en ese momento la cosa misma los obligó a una nue- t les, «no sólo es preciso exponer la verdad, sino también descubrir
va búsqueda; pero, en vez de admitir una segunda causa, que hubiera 1,\ causa del error; pues tal modo de proceder contribuye a consolidar
sido la del movimiento, prefirieron negar el movimiento mismo: que- Id confianza: cuando mostramos como razonable (e:Ji.I)'í'}'¡) el motivo
daron «dominados por su búsqueda» 49 hasta el punto de olvidarse que hace parecer verdadero lo que no lo es, reforzamos las razones
de la verdad. 1 ~ra creer en la verdad» 53. Aristóteles se ha esforzado por cumplir
Parecida causa de error reside en la fidelidad inoportuna a prin- Itcho programa: la profundidad de sus análisis históricos se debe a
cipios demasiado rígidos, cuando no se quiere acomodarlos a la ex- l búsqueda sistemática del motivo verosímil, lugar privilegiado des-
periencia. Esa es, en concreto, la equivocación de los platónicos, que e el cual se contempla a un tiempo la intención de verdad y la
han comprendido bien la necesidad de principios eternos, pero que f Isedad del sistema, así como las razones por las cuales la primera
rehúsan admitir otros que no 10 sean: «Nuestros filósofos, por amor e ha descarriado o degradado en el segundo. Dicho método, especie
a sus principios, representan un poco el papel de aquellos que, en la de arqueología de doctrinas, aplicado por Aristóteles con perseveran-
discusión, montan guardia en torno a sus posiciones. Están dispues- ¡a, conduce con frecuencia a interpretaciones notables, a las que no
tos a aceptar cualquier consecuencia, convencidos de poseer princi- abría reprochar, sin mala voluntad, su inexactitud histórica 54, puesto
pios verdaderos: como si ciertos principios no debieran ser juzgados que no pretenden informar de argumentos «articulados», sino buscar
según sus resultados» so. tras ellos motivaciones esencialmente ocultas. Daremos aquí tan sólo
La consemencia de esa obstinación, de esa impermeabilidad a la algunos ejemplos. Aristóteles muestra en varias ocasiones que la teo-
experiencia, constituye propiamente 10 que Aristóteles llama ficción rla anaxagórica de lo homeomería y la mezcla fue elaborada como
(7LAdo¡.ta): «Llamo ficción a la violencia que se hace a la verdad con tal respuesta al asombro suscitado por el devenir: ¿cómo es que tal cosa
de satisfacer una hipótesis» 51. A la coerción de la verdad se opone así puede llegar a ser tal otra, si esta última no estuviera presente de
la violencia del discurso racional; pero no se trata de dos fuerzas algún modo en aquélla? Más aún: ¿cómo explicar el cambio sin con-
iguales 'j antagónicas: la violencia del discurso no hace sino prolon- trovertir el principio, universalmente admitido, según el cual el ser
gar por inercia la coerción de la verdad, cuando ésta ha dejado ya de no puede provenir del no-ser? 55. No cabe duda de que una teoría
actuar, o cuando actúa en un sentido distinto. La hipótesis nace del especialmente embrollada se aclara a la luz de esta explicación: la
asombro y del deseo de eliminarlo, y por eso está siempre más o me- homeomería y la mezcla aparecen desde ese punto de vista, cierta-
nos justificada. El error no surge del desvío, sino de la rigidez: de mente, no tanto como una solución que Aristóteles pretenderá apor-
este modo, aún es considerado como una verdad parcial, que ignora
su particular punto de aplicación en la totalidad. El infierno filosófico 52 Es ése uno de los varios usos del término: el que el P. LE BLOND
está empedrado de buenas intenciones, petrificadas, cristalizadas califica de «dialéc1ico»: «En este caso I Ei.;),O¡O~ I puede decirse de una teoría
como hipótesis y extrapoladas como ficción. El papel del historiador- que Arist6teles reconoce como falsa, pero que no carece de justificación en
filósofo, ¿no consistirá en devolver a dichas intenciones su fluidez, en el espíritu de quien la proponía» (J<;Ü).fl¡o.; et l'ar¡,ument de convenance chez
Aristote, p. 29).
volver a hallar tras el sistema el asombro inicial que lo ha suscitado 53 Et. Nic., VII, 14, 1154 a 24. Cfr. Et. Eud., 111, 2, 1235 b 15; Fís., IV,
y el movimiento que lo ha constituido? 4. 211 a 10.
Aristóteles insiste reiteradamente en la idea de que todo error es, 54 Eso hace especialmente CHERN1SS (Aristotle's Criticism 01 Presocratic
Philosophy), que ha llegado a distinguir, en las exposiciones de Aristóteles,
'H-t1:1/0éV'CE~ (¡r.o 1:I;(ÚtT¡~ C1/1:~(JEuJ<; (Met., A, 3, 984 a 30).
hasta siete procedimientos de deformación de la verdad histórica (pp. 352-357),
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49
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De Coe/o, lII, 7, 306 a 12.


50
Pero reconocer que tales procedimientos son, al menos en parte, sistemáticos,
(,no significa admitir que Aristóteles no se proponía como objetivo la verdad
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Meat., M, 7, 1082 b 3. Pero dicha impermeabilidad a la experiencia no


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es un vicio constitutivo, inherente a cierta mentalidad: es sólo el aspecto histórica? Cfr. la recensión de esta obra por DE CORTE, en Antiquité classique,

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negativo de una fidelidad a principios que, en cuanto tales, siguen siendo 1935, pp. 502-504.
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parcialmente verdaderos. ss Cfr. especialmente Fis., r, 4, 187 a 26,


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84 85
mismas en 10 que éstas tienen de asombroso, pronto las pierde JI;:
tar con su teoría de la potencia y el acto, cuanto como el problema vista si no se verifica en seguida en ellas. Pero entonces resulta que
mismo hipostasiado. . a la imagen de la sucesión 58 la sustituye la de un vaivén entre la cosa
Más notable aún es la aplicación de semejante método a los so- misma, que «(constriñe» al filósofo a pensarla según sus articulacio-
fistas y, más en general, a quienes niegan el principio de contradic- nes o significaciones múltiples, y las hipótesis así obtenidas, que se
ción: «La aporía que suscitan puede resolverse examinando cuál ha convierten inmediatamente en otras tantas preguntas respecto a la
sido el origen (dpx~)de esta opinión» 56. Origen por lo demás doble: cosa, en la cual se verifican.
de una parte, el mismo asombro ante el devenir que había llevado a A este diálogo entre el filósofo y las cosas se añade otro: el de
Anaxágoras a su teoría, y que, en este otro caso, y en nombre del los filósofos entre sí. El que hemos llamado método de explicación
legítimo principio según el cual del no-ser no puede provenir el ser, egún el motivo verosímil, tiende a sustituir la historia por la mono-
introduce el ser en el no-ser y el no-ser en el ser; de otra parte, la grafía. La multiplicidad de sistemas no se orienta ya según una su-
observación psicológica según la cual «lo que parece dulce a unos cesión, sino que se reduce, en su origen, a una pluralidad de asom-
parece a otros 10 contrario». Ahora bien: explicar. ¿no es absolver? bros solitarios y singulares, no tanto coordinados como yuxtapuestos.
y la historia, ¿no explica aquí lo que la filosofía condena? Aristóte- Mientras que en el libro A de la Metafísica veíamos cómo una serie
les no retrocede ante tal consecuencia: la explicación según el origen de filósofos iba encontrando, uno a uno, diversos problemas, resol-
llega a justificar, y por ende a salvar, esa no-filosofía que es la sofísti- viéndolos paso a paso en el sentido de una victoriosa progresión, la
ca. Si es cierto que lo que distinguen sofística y filosofía no es tanto ituación se invierte ahora: ya no se suceden problemas, sino filóso-
una diferencia de contenido como de intención (r.p¡,alpeOl¡;) 57, recono- fos. Si aún se puede seguir hablando de series históricas, la unidad
cer en el sofista una intención recta significa hacer de él un filósofo, ya no debe buscarse en el final barruntado, sino en la persistencia
y consentir en atribuirla un puesto, si no en la historia de la filosofía, de una pregunta, como, por ejemplo, ¿son los principios eternos o
al menos en el concierto de los filósofos. corruptibles?, o ¿cómo el ser puede provenir del no-ser?, preguntas
La explicación genética de los sistemas lleva así a una concepción todas que se remite a aquella de que es «(el objeto pasado, presente,
de sus relaciones muy distinta de aquella a que conduce su compren- de nuestras dificultades y nuestra búsqueda, a saber: ¿qué es el
sión retrospectiva. Esta última suponía en cierto modo un acabamien- ser?» 59. Pero entonces, si la filosofía es un conjunto de cuestiones
to de la filosofía, un punto fijo desde el cual pudiera abarcarse la to- constantemente planteadas, de problemas siempre abiertos, de asom-
talidad de los sistemas anteriores, y por relación al cual dicha totali- bros que renacen sin ceasr, y si los filósofos no tienen entre sí otra
dad se orientase según una sucesión. Más aún: aunque Aristóteles solidaridad que la de la búsqueda, la historia de la filosofía ya no
nunca hubiese llegado a asimilar por completo el movimiento retró- será la de una acumulación de conocimientos, y menos aún el devenir
grado de la verdad y el movimiento retrógrado de la necesidad. la de una verdad que camina hacia su advenimiento. Como compensa-
comprensión podía producir la ilusión de una explicadón según el ción, se darán todas las condiciones de un auténtico diálogo: unidad
fin y el todo, es decir, según la causa final. Esa concepción es sin del problema, diversidad de actitudes, pero también comunión en la
disputa la clave del libro A de la Metafísica, libro que, según W. Jae- intención de verdad» 60.
ger, data de la estancia de Aristóteles en Assos, o sea de un período De este modo, la imagen de la conquista, heredada del raciona-
bastante antiguo, cuando todavía podía mantener la confianza, mani- lismo de la «época de las luces» 61, es progresivamente sustituida por
festada unos años antes en el De philosophia, en la conclusión, no la menos ambiciosa del diálogo) transposición, en el plano de la histo-
sólo posible sino próxima, de la filosofía. ria, de la dialéctica socrática. Aristóteles interroga entonces, por en·
Sin embargo, al descender a detalles, Aristóteles tiende a expli-
car la aparición y contenido de los sistemas en virtud de una «coer- 58 Hemos visto que se trataba, en efecto, de una imagen, que acaso es
ción de la verdad», que no es tanto una llamada o una aspiración más que una metáfora, pero menos que una descripción adecuada de la rea-
lidad. Incluso en el libro A de la Metafisica, la sucesión es poco más que el
cuanto la presión, en cierto modo mecánica, de los problemas. Enton- esquema de la génesis inteligible.
ces, a fin de explicar las desviaciones aparentes, los retrocesos o las 59 Met., Z, 1, 1028 b 2. Esta fórmula parece ser una reminiscencia del
recaídas en la «ficción», es cuando Aristóteles se inclina a atribuir Filebo (15 d).
60 Como se sabe, ésa era para Platón, y sin duda también para Sócrates,
una fuerza de inercia a la investigación, que, proviniente de las cosas
la condición esencial del diálogo. Cfr. Sofista, 217 c·d, 246 d,- Carta VII,
344 b, etc.
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Met., K, 6, 1062 b 20; cfr. 5, 1009 a 22-30.


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56 61 Cfr. Met., A, 4, 985 a 13.


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Met., r, 2, 1004 b 22 ss.


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cima del tiemp<J, a los hombres competentes, sin preocuparse por la la dialéctica ffl, y guarda escasa relación con la introducción propia-
situación que éstos ocupan en la historia: «Por un parte, debemos mente histórica del libro A, que a la postre resulta aislada dentro de
buscar la respuesta nosotros mismos, y por otra, interrogar a quienes la obra de Aristóteles: en la clasificación de las opiniones posibles, es
la han buscado; y si hay alguna diferencia entre las opiniones de los fácil comprobar que muchas nunca han sido sostenidas de hecho; en
hombres competentes y las nuestras, tomaremos en cuenta unas y cuanto a las otras, la historia sólo interviene para suministrar una
otras, pero seguiremos sólo las más exactas» 62. Aquí ya no interviene garantía suplementaria de su posibilidad. Tales introducciones care-
el tiempo para establecer una jerarquía entre las doctrinas, como si cen, por tanto, de toda pretensión histórica: la historia sólo entra en
la recién llegada tuviera todas las probabilidades de ser más verda- ellas para llenar el cuadro preparado a priori por la razón filoso-
dera que las anteriores; el tiempo ya no es más que el medio ambien- fante 70.
te, neutro en cierto modo e indiferente, en el cual se desarrolla la Pero si Aristóteles reduce en esos casos a la historia al papel de
deliberación 63 que enfrenta, en la emulación de una búsqueda co- accidente, 10 hace más que nada por exigencias de la exposición:
mún, al filósofo con el conjunto de sus predecesores. Aristóteles no nunca ha creído que el diálogo de los filósofos fuera un diálogo de
se presenta ya como juez, sino tan sólo como árbitro; no decreta sordos, en el cual idénticos temas reaparecerían periódicamente, sin
a priori de qué parte está la verdad: aguarda a que la verdad, o al que cambiase nada esencial. Como buen socrático, Aristóteles sabe
menos la dirección en que deba buscarse, se desprenda de la confron- que el diálogo sigue una progresión: sólo que aquí no se trata ya de
tación misma. En este sentido, el acuerdo entre los filósofos, o entre un progreso lineal, que tenga lugar por acumulación de resultados,
la mayor parte de ellos, es ya señal de verdad: el que Platón haya sino de un progreso propiamente «dialéctico», que sólo consigue
sido el único filósofo deseoso de engendrar el tiempo parece testimo- aproximarse a una verdad siempre huidiza al precio de un vaivén
niar en contra suya 64. Y a la inversa, la divergencia entre filósofos perpetuo en la discusión. El tiempo del diálogo, como el de la per-
que han razonado sobre un mismo problema es señal de la falsedad suasión en general, no es un tiempo homogéneo, en el cual el mo-
de sus teorías 6S. mento último sería necesariamente privilegiado por respecto a los
Ello supuesto, no hay filósofo privilegiado, ni sistema alguno pre- precedentes, pues los contendría a todos ellos. Por el contrario, la
destinado hacia el cual confluya todo. ¿Quiere esto decir que Aristó- discusión obedece a un ritmo secreto, en el que se suceden períodos
teles renuncie a toda idea de progreso? Podría a veces parecerlo; de maduración y de crisis, y cuyos momentos distan mucho de ser
como cuando, al introducir una cuestión, traza una especie de cuadro equivalentes: el dialéctico sutil captará aquél en que su intervención
orientador de las soluciones teóricamente posibles: sobre el número será decisiva. Esta observación de sentido común se había convertido
y naturaleza de los principios (16, o sobre la naturaleza de los núme- en un tópico de retóricos y sofistas: el discurso improvisado es supe-
ros 67, o sobre la definición del alma 68; no se da en esos casos pro- rior al escrito, y la discusión superior al curso dogmático, por cuanto
greso de una solución a otra, sino una especie de intemporal sistemá- que hacen posible al orador o al filósofo agarrar la ocasión, el mo-
tica de los puntos de vista, que excluye toda idea de genealogía. mento propicio, el xatpo~71. Es significativo que Aristóteles aplique
Nada indica en qué sentido, en otros lugares sugerido por la historia, el mismo término al diálogo ideal de los filósofos en el tiempo: las
debe operarse la síntesis; mejor dicho, no hay tal síntesis: el filósofo dificultades suscitadas por Antístenes a propósito de la definición
debe escoger entre soluciones que, ante los ojos de la historia, son «no dejan de ser oportunas» aZEl "Cl'itI Xl'llpo'if2: tal uso del término
equivalentes. Dicho género de introducciones es más bien asunto de ilustra bien una concepción «dialéctica» de la historia, según la cual
vemos cómo el problema planteado por éste, la llporía suscitada por
62 Met., A, 8, 1073 bID. aquél. a veces no viene a cuento, y a veces, en cambio, aporta un
63 El término (a~veopEuélV) es del propio Aristóteles, que lo usa ya en el impulso decisivo, aunque imprevisible, a la discusión.
libro A de la MetaHsica (5, 987 a 2). Esta idea de una búsqueda común pa-
rece de clara inspiración socrática; cir. JENOFONTE, Memorables, IV, 5, 12: Así pues, el tiempo no es el lugar del olvido, como pensaba Pla-
XOlV~ ~oulEúEaOal; IV, 6; 1: OXor.:Wv erov 'toi~ au"o~al PLATÓN, Protágoras, 314 b:
'tao'ta oov axoltw,uOa xat IlE'tli 'tw" 'JtpEa~u'tÉpwv ~\1W'l. ffl Cfr. Tóp., 1, 2, 101 a 34.
64 Fís., Vln, 1, 251 b 17. 70 Recordamos aquí un curso inédito de M. GUÉROULT sobre Les théories
6S Met., M, 9, 1085 b 37; 1086 a 14 (divergencias entre Platón, Espeusipo de l'histoire de la philosophie.
y Jenócrates acerca de la naturaleza de los números). 71 Gorgias parece haber sido el primero que empleó el término en este
66 Fís., 1, 2 184 b 15. sentido. Se halla francamente en Isócrates (Panegírico, 7 ss.; Contra los so-
67 Met., M, 6, especialmente 1080 b 4-11. fistas, 12 ss.) y Alcidamas (Contra los sofistas, 10 ss.).
68 De Anima, 1, 2, esp. 403 b 27. 72 Met., H, 3, 1043 b 25.

88 89
tón, ni el de la revelación, como por un momento parece haber creído El diálogo de los filósofos en el tiempo nos pone en presencia de un.l
Aristóteles. Olvido,! revelación suponen la existencia de una verdad especie de ascesis de la verdad: no ineluctable devenir, sino prueba
absolutll, independiente del conocimiento humano, y que existiría en laboriosa. Tal es la utilídad de la historia: abreviar, mediante la ex-
sí, bien al comienzo, bien al final de la historia: es decir, fuera del periencia de los esfuerzos pasados, los años de aprendizaje de los
campo efectivo de la historia humana. Aristóteles nunca renunciará filósofos que vienen detrás, Tal es también su limitación: la historia,
del todo a esta concepción: la solución a la cuadratura del círculo si bien indica los errores que deben evitarse y los caminos ya explo-
existe, aun cuando ningún hombre la haya descubierto todavía 73; rados que no van a ninguna parte, o revela al filósofo ruta definitiva
pero si es cierto que, desde el punto de vista de la eternidad, sólo lo alguna, Responsable único de la decisión que adopte, no tendrá otra
imposihle no ocurrirá jamás 7\ aquella solución, por el mero hecho esperanza que «razonar, en algunos puntos, mejor que sus anteceso-
de existir en cuanto posible, acabará siendo hallada. Asimismo, era res, y, en otros, no razonar peor» 7¡.
necesario que la teoría de las cuatro causas, por el mero hecho de ser Ambición ciertamente modesta, en la que ya no hallamos la im-
cierta, encontrase alguna vez quien la formulara, fuese Aristóteles u periosa seguridad del De philosophia y el libro A. Desde estos dos
otro cualquiera. Desde semejante perspectiva, la historia es aquella textos de juventud hasta las frases desengañadas de los libros r o Z,
parte irreductible de contingencia que separa a los posibles de su vislumbramos una evolución que condujo a Aristóteles de una con-
realización; si hay necesidad de esperar, no es menos necesario que cepción finalista y optimista de la historia de la filosofía a una concep·
dicha espera tenga un final, pues sin ello 10 posible no sería ya tal, ción dialéctica y relativamente pesimista, de la idea de un progreso
sino imposible. En ese sentido, el progreso sí era entendido como necesario a la de una incierta progresión, de la esperanza en un pró-
-¡ÉUE:¡t>,; El~ o~o¡a';: el progresivo advenimiento de una esencia. ximo acabamiento a la aceptación de una búsqueda indefinida. Las
Pero Aristóteles, como hemos visto, llega a dudar de que la filo- causas de semejante evolución -entre las cuales se trasluce la expe-
sofía tenga un final, es decir, de que se aproxime a una verdad abso- riencia de un fracaso-- no hay que buscarlas dentro de la considera-
luta e inmutable que sería como la esencia de la solución. Lo que ción misma de la historia, puesto que no conciernen tanto a una con-
distingue el problema de la cuadratura del círculo por respecto a la cepción de la historia como de la filosofía: lo que aquí está en juego
cuestión: -::¡ -::0 0'1 es que el primero está ya resuelto, si no en una es la posibilidad misma de completar la filosofía, es decir, de con-
conciencia humana, sí al menos en el universo de las esencias, mien- vertir la búsqueda en sistema.
tras que la respuesta a la segunda ha sido y es «buscada siempre»
(áEl l::"Ij'tOÓflE·;OV)75. La historia no es ya el margen que separa al hom-
bre de las esencias, sino el indefinido horizonte de la búsqueda y el
trabajo humanos.
Ahora comprendemos la profunda afinidad que vincula, en Aris-
tóteles a la dialéctica v la historia: si la dialéctica es el método de
la bús~ueda (!:;i¡n¡::lt.;).l~ historia es su lugar. Desarrollar una aporía
(ata~opEtv) y recoger las opiniones de los predecesores son dos pro-
cedimientos complementarios 76: pues la historia de la filosofía no
hace sino desplegar los titubeos y contradicciones por los que debe-
rá pasar, a su vez, el filósofo que se plantea los mismos problemas.

7\ Eso es lo que parece desprenderse de Arglllll. so/íSf.. 11. 171 b 16 ss.,


donde Aristóteles mantiene la verdad de la tesis. pese a la falsedad de las
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demostraciones propuestas hasta el momento.


74 Considerado el tiempo en su totalidad, hay identidad entre el ser y el
poder-ser, así como entre el «no sen> y el «poder no ser»: así. «es imposible
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que una cosa corruptible no se destruya en algún momento» (De Coeto. I. 12,
283 a 24). Aristóteles ignora lo que Leibniz llama el «misterio de los posibles
que jam¡ís sucedenín» (Di' liberf,¡te).
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75 Met., Z, 1, 1028 b 3.
76 De Aníma, r, 2, 403 b 20.
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Met., M, 1, 1076 a 12.


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CAPITULO II

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SER Y LENGUAJE

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1. LA SIGNIFICAcróN

No hay exageración alguna en decir que la especulación de Aris-


tóteles tuvo por principal objetivo responder a los sofistas; la polé-
mica contra ellos asoma por todas partes en su obra: no sólo en sus
escritos lógicos, sino en la Metafísica y hasta en la Física, traslucién-
dose en muchos pasajes que no tratan expresamente de la sofística.
Cuando vemos cómo insiste Aristóteles en discutir argumentos que,
en apariencia, ya ha refutado, y con qué pasión arremete contra filó-
sofos que dice despreciar, adivinamos la importancia real, aunque no
confesada, que la corriente sofística de pensamiento tuvo para la cons-
titución de su filosofía. Sus relaciones con el platonismo son comple-
tamente distintas: la polémica antiplatónica tiene límites más claros,
y va acompañada de una seguridad y autocomplacencia tales, que nos
hacen pensar que Aristóteles andaba muy cerca de considerar su crí-
tica como definitiva. Por el contrario, las aporías suscitadas por los
sofistas renacen apenas resueltas, se imponen obsesivamente, y pro-
vocan ese «asombro» siempre renovado que sigue siendo para Aris-
tóteles, como para Platón, el punto de partida de la ciencia y la filo-
sofía 1, En suma: la sofística no es para Aristóteles una filosofía más,
1 Met., A. 982 b 12; 983 a 13-20. Cfr. PLATÓN. Teeteto. 155 d. En 983
a 15. ARISTÓTELES cita como ejemplo de observación asombrosa la inconmen-
surabilidad de la diagonal con el lado del cuadrado. Pues bien: esta dificultad,
aun no siendo de origen sofístico, parece haber formado parte del arsenal de
argumentos de los sofistas: «Los que sostienen que nada es verdadero». re-
cuerda Aristóteles en otro lugar, «aportan entre otros este argumento: nada im-
pide que a cualquier proposición le ocurra lo que a la de la conmensurabilidad
de la diagonal» (prototipo de proposición que parece verdadera y es, sin em-
bargo, falsa) (Met., r, 8, 1012 a 33).

93
entre otras. En un sentido, es menos que eso, ya que el sofista no .\ argumentos, sino a convicciones.). Pero en cuanto a los segundos
es filósofo, y se contenta con «revestirse con el hábito de filósofo»: «el remedio es la refutación (Ei,E'íZ(J~) de su argumentación, tal como
su sabiduría es sólo «aparente, sin realidad». Pero si bien la sofística hla se expresa en los discursos y las palabras» 3.
no es una filosofía, es en cambio «la apariencia de la filosofía», y, De esta suerte, Aristóteles reconoce lo que hay de serio en la
por ello, «el género de realidades en que se mueve... es el mismo empresa sofística, en el momento mismo en que expresa la irritación
que el de la filosofía». Por último, lo que diferencia al sofista del 4ue le causa: sean cuales sean las intenciones de los sofistas, sus
filósofo no es tanto la naturaleza misma de sus problemas como la ;lrgumentos están ahí, y más apremiantes por menos vividos, por más
«intención» (r.:poaípE~l<;) con que los abordan: de verdad en un caso, más anónimos. Acaso por no haber podido conocer personalmente a
de ganancia en el otro 2. los sofistas del siglo v. Aristóteles se siente más inclinado que Pla-
Esta última consideración descalificaría, parece, a la sofística. tón a tomar en serio sus discursos, todavía pre entes y, si no irrefu-
Pero precisamente en virtud de ella es más temible: en el fondo, esa tables, al menos aún no refutados. Platón se había contentado -por
indiferencia hacia la verdad es la que ha hecho de los sofistas los ejemplo, en el Eutidemo- con ridiculizar a los sofistas, o, las más
fundadores de la dialéctica, es decir, de un arte que enseña a presen- de las veces, se las hahía ingeniado en su diálogos para presentarlos
tar como igualmente verosímiles el pro y el contra de un mismo pro- en contradicción consigo mismos, forzándolos, por hoca de Sócrates,
blema. Precisamente porque no les preocupaba en absoluto la verdad a reconocer 4ue ignoraban aquello mismo que pretendían enseñar.
de las cosas, los sofistas han concentrado todos sus esfuerzos sobre Es cierto 4ue, en un caso al menos, Platón hahía respondido al fondo
la eficacia del discurso, haciendo de éste un arma incomparable para de un argumento de los sofistas: aquel que puesto por Platón en
transmutar lo falso en verdadero, o al menos en verisímil. Por con- boca de Menón, tendía a prohar la imposibilidad de aprender tanto
siguiente, el filósofo no puede ignorar al sofista, ya que 10 propio de lo que ya se sabe como lo 4ue llún no se sahe. subordinando así con-
las tesis sofísticas es, precisamente, presentarse como verdaderas, es tradictoriamente el comi<:nzo de todo saber a la' necesidad de un
decir, como filosóficas. Entonces, la fuerza del sofista consiste en im- saber preexistente 4. Como nos recuerda Aristóteles -', Platón concibió
poner su propio terreno -el del discurso- a su adversario: para su teoría de la reminiscencia precisamente para responder a ese argu-
darse cuenta de ello, no basta con percatarse de que el discurso es mento. Pero eso era responder a un argumento con un mito, y Aris-
lugar obligado de toda discusión; pues, en el diálogo ordinario, el tóteles no quedará satisfecho con tal respuesta b. En términos gene-
discurso rara vez es puro," lo más frecuente es que sea un medio para rales, y lejos de continuar las respuestas platónicas, que él juzga como
sugerir tina intuición, una percepción, una experiencia: en suma, un poco convincentes, Aristóteles se remontará a los problemas mismos
medio para remitir al interlocutor a las cosas mismas; pero en la dis- tal como los sofistas lo habían planteado: desde este punto de vista,
cusión con un sofista tal recurso no está permitido, pues en este el aristotelismo no es tanto una rama derivada del platonismo como
caso, por definición, el adversario 10 es de mala fe: se niega a com- una respuesta a la sofística, allende Platón. Podría aplicarse, al aris-
prender con medias palabras, y no admite que la polémica salga del totelismo y al platonismo, lo que H. Maier dice en particular de la
plano del discurso, y vaya al dominio problemático, por no inmedia- lógica aristotélica: amhos son «producto de una época de erística»,
to, de las cosas. Esta es la dificultad, inherente a la argumentación de un «siglo en que la ciencia debe luchar por su existencia» 7, y so-
contra los sofistas, que Aristóteles aclara notablemente en un pasaje bre ese trasfondo de crisis es como mejor se comprende su comuni-
del libro r: entre quienes han sostenido tesis paradójicas, como la dad de inspiración. Pero si Aristóteles considera la crisis como aún
de la verdad de cosas contradictorias, hay que distinguir dos grupos: abierta, si se impone como un deber fundamentar de nuevo, contra
«unos han llegado a esta concepción como consecuencia de una di- los sofistas, la posibilidad de la ciencia y la filosofía, ello se debe a
ficultad real (ex -COÜ clr.:opYjaal) », los otros hablan así tan sólo «por que el platonismo, más que acabar con las dificultades, las ha enmas-
el gusto de hablar» (Aólo0 Xáptv). No podremos comportarnos de igual carado. Así se explica que Aristóteles acabe por ser más sensible que
modo, en la discusión, con ambas clases de adversarios: «Unos nece- Platón a una corriente de pensamiento de la que se encuentra, sin
sitan persuasión, los otros coerción lógica ... La ignorancia [de los embargo, más alejado en el tiempo; así se explica que, paradójica-
primeros] tiene fácil remedio: no se trata de responder, en este caso,
r, 5, 1009
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3 a 16-22.
4 Men6n, 81 cd.
Met., r, 2, 1004 b 17, 26, 19-24. Cfr. Arq. solíst., 1, 165 a 20; 11,
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171 b 27, 33. Platón advertía ya que filósofo y sofista se parecen «como perro
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6 Cfr. más arriba. introd. ¡t( cap. ] r.


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y lobo» (Sofista, 231 a).


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7 Cfr. 11. MAIER, ])il..' Sy//oJ1.islik des AriJ/o/c!es, JI, 2, p. J.

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exaltadas por igual: Jos solistas omiten su función de eXI!~esi6ll O
mente, se halle «mucho más próximo que Platón a la actividad dia-
transmisión} para quedarse sólo con su poder de persuaston. Para
léctica y retórica de los sofistas del siglo v» 8.
retóricos y sofistas, hablar no es tanto hablar de como hablar a 11; el
La causa de las insuficiencias de Platón viene claramente suge-
objeto del discurso importa menos que su acción sobr~ el interlocu-
rida por el texto ya citado del libro r: no se responde a arg~mentos tor o el auditorio: el discurso, empresa humana, es consIderado exclu-
lógicos con argumentos ad hominem, co.mo tampoco con m!~os. ~I sivamente como instrumento de relaciones interhumanas. Expresar
discurso sólo puede responderse con el dIscurso, y a su coaCC10n solo
cosas es a lo sumo propio del discurso banal: la verdadera potencia
con otra de la misma naturaleza. Hay, pues, que aceptar el terreno " se revela, al contrario, cuando es e11 a 1a que sustituye
.
del discurso a
que los sofistas nos imponen, pero volviendo contra ellos sus pro-
la evidencia de las cosas, haciendo parecer verdadero 10 que es falso,
pias armas: Aristóteles recurrirá a la re/u/ación, procedimiento afina-
y falso 10 que es verdadero. En el Fedro, Platón elogiaba irónicamen-
do por los sofistas y al cual consagrará todo un tratado 9, .a fin de
te a esos retóricos que, como Gorgias, pueden, «mediante la fuerza
desembarazarse de los obstáculos previos que oponen los sofistas a la
de la palabra, dar a las cosas pequeñas apariencia de grandes, y a las
búsqueda de la verdad. Pero antes de estudiar la técnica de la re/uta-
grandes apariencia de pequeñas» 11; y Protágo~as defendja su .arte
ción y cómo la emplea Aristóteles, no será inútil proceder a un reco- como el medio de arreglárselas para que «el discurso mas débIl se
nocimiento del terreno sobre el que va a disputarse una polémica
convierta en el más fuerte» 13. Lejos de dejarse guiar por las cosas, el
que debe expresarse, según Aristóteles nos ha advertido. «en los dis-
discurso les impone su ley: abogado de causas perdidas -¿no escri-
cursos y en las palabras».
birá Gorgias un paradójico Elo¡?,io de Elena?- sustituye el orden
natural por el de las preferencias humanas.
* * * La ciencia del discurso se convertía así, para los sofistas, en la
ciencia universal; no sólo en el sentido banal de que todo saber par-
Si algo escapa a la universal cl"Ítica emprendida por los sofistas, licular cae bajo su incumbencia desde el momento en que se expresa,
es el discurso, ya que es el instrumento mismo de tal crítica. La om- sino en el de que ninguna capacidad humana se actualiza, ni llega
nipotencia del discurso es un lugar común de retóricos y sofistas: «El
a ser eficaz si el discurso no le presta su fuerza. Son bien conocidas
discurso --dice Gorgias en el Elof,io a Elena- es un poderoso maes-
las paradoj~s que Platón atribuía a Gorgias: el médico es incapaz de
tro que, bajo las apariencias más tenues e invisibles, produ~e las
obras más divinas» 10. Pero no todas las funciones del lenguaJe son hacer que admita sus drogas un enfermo desconfiado si no se ayuda
con los recursos de la retórica; y, ante una asamblea del pueblo, es
el orador quien llevará la mejor parte contra el médico, si se trata
8 ¡bid., p. 3, n. 1. H. Maier explica, es cie~lo, por razon~s históricas ese
resurgimiento de la inspiración sofística en la fllo~ofía <.le, ~rJStóteles: corre~­ de elegir un médico; pues «no hay tema sobre el que un hombre ~ue
pondería al renacimiento de los modos ,d~ pensa~lento erlSlICO, que se ~~nJ­ epa retórica no pueda hablar a la multitud de un modo más persuasIvo
fiesta en el siglo IV en las escuelas socrallcas, particularmente en los mej\arlcos que el hombre de oficio, sea cual sea» t4.
y Antístenes. Pero éstos eran ya contemporáneos .de Platón, y no le plante~~
a Aristóteles problemas que su maestro no huhlera ya enconl~ad(lo A~cmas. Aparentemente, Aristóteles no será más indulgente que Platón t5
Aristóteles no los ataca sólo a ellos, sino expresamente a los sufistas. ~ntll\u0s..: con la «polimatía» y la «politecnia» de los sofistas, ni con esa cul-
piénsese en el lugar que ocupa, por ejemplo, PROTÁGORAS, en. la declsl,:,a pole- LUra general preconizada por Gorgias ~ Isócra~es \ o~ltad.ora, como
mica del libro de la Metafísica. Tampoco pensamos que la ImportancIa otor- había mostrado Sócrates de una real Ignorancia: nrngun dIscurso se-
gada por Aristóteles a la filosofía pre-platónica deb~ explicarse. por una a~ec.
tación de ignorancia del platonismo; tal es la tesIs de Robln, para ,!u!~n
«Aristóteles desea siempre aparentar que reanu<.la la cadena de una tradlClOn Jt Es ésta una primera aproximación, pues hablar a puede significar: hab~ar
filosófica que se habrfa roto con las divagaciones de Platón» (La théorie pla- para o hablar con; esta última distinción ju~~fic~rá la. separ.a~ión de ret6rlca
tonicienne... p. 582, n. 550) (subrayado nuestro). Quisiéramos probar que, y dialéctica. Cfr. nuestro artículo «Sur la definuon anstotéJlclenne de la co-
en ese retor~o a la problemática pre-platónica, no hay sólo afectación de anti- lere», Revue philosophique, 1957, p. 304.
platonismo, una «apariencia» que Aristóteles desease adoptar, lo cual le cos- 11 Fedro, 267 a.
taría mucho trabajo, sino una exigencia profunda de su filosofía. . 13 Citado por ARISTÓTELES, Ret6rica, II, 24, 1402 a 2:3 (= 80 B 6 b
9 Los Argumentos (o Refutaciones) sofístico(a)s. Como es sabIdo, no se Diels-Kranz).
trata en esta obra ---contra lo que quiere un malentendido frecuente- de rc- 14 Gorgias, 456 c.
futar los sofismas sino de estudiar esa modalidad de razonamiento sofistico 15 Hippias mayor, 285 e-286 a.
que es la refutación; más en concreto, de sustituir la refutaci6n aparente, 16 Sobre Gorgias, cfr. PLATÓN, Gorgias, 456 a e. Para lSÓCRATES, Antí·
practicada por los sofistas, por un método de refutación real. dosis, 261-272. Cfr. E. BIGNONE, L'Aristotele perduto. 00' l, pp. 98-100.
10 82 B 11, 8 Diels-Kranz.

97
96
ria capaz de ocupar el lugar de la «ciencia de la cosa,) 17, y el hombre J"ór 23, o sea, enunciar proposiciones contradictorias sobre un mis-
competente, el «físico», recobrará siempre su preeminencia natural mo asunto, pues si dos interlocutores hablan de la misma cosa, no
sobre el hombre simplemente cultivado y elocuente. Si, en virtud de pueden por menos de decir la misma cosa; y si dicen cosas diferentes
una extraña inversión, llegará a reprochársele a Aristóteles en el fu- e que no hablan de la misma cosa 24. Tampoco es posible mentir o
turo «el carácter completamente verbal de su ontología» 18, lo cierto quivocarse 25, pues hablar significa siempre decir algo, o sea, algo
es que nadie ha proclamado más alto que él su desconfianza hacia el 4ue es, Y lo que no es nadie puede decirlo; no hay, pues, término
lenguaje. Para convencerse de ello. baste invocar el sentido casi siem- medio entre (<00 decir nada» y «decir verdad». El principio común
pre peyorativo que para él tiene el adjetivo i·/J·ítY.f;~: ra70nar o definir a esos dos argumentos se expresa con mucha claridad en un texto
A0l'lXW:;, o sea, verbalmente, significa atener e a las generalidades, 4ue .nos transmite Proclo: «Todo discurso, dice Antístenes, está en
desdeñando lo que tiene de propio la esencia de la cosa con iderada. 1 cierto; pues quien habla dice algo; pero quien dice algo dice el
Es ése un defecto al que los mismos platónicos no han escapado r, y quien dice el ser está en lo cierto» 26. Antístenes sólo quiere
cuando, por ejemplo, hablando del Uno, no ven en él t:lnto la tmidad mplear el verbo i.ÉjZt'i en su uso transitivo: hablar no es hablar de,
numérica como ~l correlato de los discursos universales 19; y cuando 1 que implicaría una referencia problemática a algo más allá de la
afirman que no hay sólo Idea del Bien, sino de todas las cosas, razo· palabra, sino decir algo; ahora bien, ese algo que se dice necesaria-
nan «de un modo verbal y vacío»: i.(¡'íl)(lil:; )((J.' )(~"lij:; 20. De ahí la mente se dice del ser, puesto que el no-ser no es: así pues,'ni siquiera
pre~erencia que otorga Aristóteles a las especulaciones «físicas», es
basta con hablar de una relación transitiva entre la palabra y el ser,
decu, apropiadas a la naturaleza misma de su objeto. pues no hay paso de una a otro, sino más bien adherencia natural
Pero esa oposición entre el sentido de las palabras y la naturaleza e. indisoluble, que no deja lugar alguno a la contradicción, la men-
de las cosas supone una teoría, al menos implícita, acerca de las rela- tira o el error. Así se justifican también las otras tesis de Antístenes,
ciones, o mejor dicho de la distancia, entre el lenguaje y su objeto. aquellas que acaso impresionaron más a Aristóteles, a saber: la im-
Parece claro, como dice W. Jaeger 21, que Aristóteles ha sido el pri- posibilidad de la predicación y de la definición. Sólo se puede decir
mero que «rompe el vínculo entre la palabra y la cosa, entre el de una cosa lo que ella es, o sea, que ella es lo que es; por tanto,
)..ól'0:; y el ¡;'/ , así como el primero que elabora una teoría de la
a c~da cosa le conviene tan sólo una palabra: aquella misma que la
significaci6n, es decir, de la separación y relación a un tiempo entre deSigna. El caballo no es otra cosa que caballo: por consiguiente
el lenguaje como signo y el ser como significado. Fuesen cuales fue- toda predicación es tautológica 27. En cuanto a la definición, no e~
sen las divergencias entre los sofistas en cuanto a su teoría del len- menos imposible: sólo se puede designar la cosa, o, a lo sumo, descri-
guaje, divergencias cuyos ecos parecen llegarnos a través del eratilo b.irl~ mediante una perífrasis (p.axpo~ ),ól'0~)' la cual sólo puede con-
de Platón, no parecen haber poseído, en cualquier caso, la idea de lsm en la sugerencia de una semejanza entre la cosa considerada y
que el lenguaje pudiera tener cierta profundidad, reenviando a algo otra no menos indefinible que elJa 28.
distinto de sí mismo: sus teorías son, podríamos decir, teorías ínma- A igua! ~ncepción implícita del lenguaje parece remitirse, a la
nentistas del lenguaje; el lenguaje es para ellos una realidad en sí, postre, el úlumo de los argumentos del tratado de Gorgias Sobre el
que es una ffi1sma cosa con lo que expresa, y no un signo que hubie- no·ser. Como es sabido, esa obra pretendía demostrar sucesivamente
ra que rebasar en dirección a un significado no dado, sino proble- t:es tesis: 1) Nada. existe; 2) Si existiese algo, ese algo sería incognos-
mático -lo que supondría cierta distancia entre el signo y la cosa Cible; 3) Incluso SI ese algo fuera cognoscible, no podria ser comuni-
significada. cado a nadie. Sea cual sea el alcance general de dicho tratado en el
Esa ausencia de distancia entre la palabra y el ser justifica por sí que se tiende a ver cada vez más algo distinto de un simpI; juego
sola las paradojas por cuyo medio Aristóteles, probablemente discí-
pulo de Gorgias, obtendrá, «no del todo inoportunamente» 22, las 23 M~ elvat avet A.ÉTElV (.1., 29, 1024 b 33).
consecuencias extremas de la posición sofística. No es posible contra- 24 ALEJANDRO, 435, 6-13. Cfr. ASCLEPIO, 353, 18 ss.
25 ...a¡eoo\l OE ¡.o.1jOE q.eúoeoOat (.1., 29, 1024 b 33).
Parto animal., l, 1, 639 a 3. oi
2~ , I!~~ :¡!.ip, r¡.o.ai. A.~TO~, r.q'l0EÚEl' 6 1rip A.ÉTw\I "Cl liTEt' 6 "Cl A.ÉTw\I "Co 0\1
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1. BRUNSCHVICG, Les áges de l'intelligence, p. 65. A.ETE~7 o O. "Co 0\1 .A.qw\I al ljOeuet (PROCL,O, In. Cr~tylum, 429 b, cap. 37, Pasquali).
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19 Met., M, 8, 1084 b 23. Esta tesIs no es, por lo demas, prlvanva de AnlÍstenes y se remonta
20 Et. Eud., l, 8, 1217 b 21. a la sofística. Aristóteles la atribuye ~I cofi.sta Licofrón: Pis., l,
28 Cfr. J.·A. FESTUGIERE, «Anusthenlca», en ReIJue des Sciences philo-
i,185 b 25 ss.
Aristoteles, pp. 395·96.
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22 H, 3, 1043 b 25. sophiques et tbéologiques, 1932, p. 370.
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erístico 29, resulta difícil tomar a la ligera la argumentación que Gor- (i'e~:J?i¡'n(t)~) con lo líquido resulta para nosotros el discurso relativo
gias desarrolla en apoyo de su última tesis. Esta se funda, aparente- a dicha cualidad; y de la presentación del color resulta el discurso
mente en la incomunicabilidad de los sentidos: «si aquello que es se que lo traduce. Siendo así, no es el discurso el que traduce lo que
percib~ por la vista, el oído y los sentidos en general, al .~smo tiem- está fuera de nosotros, sino más bien es lo que está fuera de nosotros
po que se presenta como exterior; y si, aquello q~e ~s ~1Slble es cap- aquello que resulta revelador del discurso» 3-1. Para comprender esta
tado por la vista, lo audible por el Oldo, .y no mdistlntamente por última frase, recordemos que el problema debatido es el de la comu-
uno u otro sentido, ¿cómo puede eso manIfestarse a otro?» Pues el nicación con otro: 10 que Gorgias ha mostrado es que el discurso, no
discurso es una realidad audible: ¿cómo podría entonces expresar teniendo nada que comunicar, no puede, a lortiori, ser comunicación
realidades que se revelan tan sólo a los otros sentidos? «Los cuerpos a o con otro; de tal modo que, si nuestras palabras tienen sentido
visibles son completamente diferentes de las palabras. ~ues el me- para otro, ello se d~be a que él posee la percepción de las cosas de
dio por el que se capta lo visible es completamente diferente de que hablamos; así pues, es la percepción que el otro tiene de la cosa
aquel por el que se captan las palabras. Siendo así, el discurso. no I que da sentido, para él, a nuestras palabras, y no el hecho de que
revela en modo alguno la mayoría de las cosas a que se refIere é tas tengan una significación intrínseca: no hay ni comprensión ni,
(-:a ~11:0)(Ell.l.EV'l). de la misma manera que unas cosas no revelan en hablando con propiedad, transmisión o comunicación, sino sólo un
modo alguno la naturaleza de las otras» 30. Si l~ ir.~~municabili?ad de encuentro accidental en cuya virtud nuestras palabras, en vez de
los sentidos tiene como corolario la incomuDlcabilidad del dIscurso perderse, resultan asumidas por otro a cuenta suya, es decir, como
y de aquello a que se refiere, epa se d~be .a que el discurso es. una expresión de su propia experiencia 35.
realidad sensible como las demas. Gorgras Ignora el desdoblamIento La argumentación de Gorgias supone, por último, el carácter
en cuya virtud el discurso como realidad' sensible quedaría borrado I
sustancial, cerrado sobre sí mismo, del discurso. Ahora bien: si éste
ante otra realidad significada. «El medio que tenemos de expresar no permite la comunicación, pues nada tiene que comunicar, al me-
es el discurso (m -reir flYj'¡ÓOI.l.Év EO'tl A.¿·(O~)31, y el discurso no es aque- nos autoriza y facilita la coexistencia con otro. Así se sustrae Gorgias
llo a que se refiere no es lo ente (i.¿-ro:; ae 'J~)( Eon -cri Ó1t!J)(E11.l.E'¡a )(al a la inconsecuencia en que habría incurrido si hubiese pretendido, en
ov-;:a)j por tanto, l~ que nosotros comunicamos a los demás no .es su tratado Sobre el no-ser, minar aquel terreno sobre el cual ciment6
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lo ente, sino el discurso, que es diferente de aquello, a que se r~fIe­


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y precisamente porque es un ser como los demas solo puede m~Dl­ laciones humanas, y no el de la comunicaci6n del ser. «De resultas
festar lo que él es; Gorgías expresa eso jugando con el dc:ble s~nt1do --escribe Dupréel- «el arte de la palabra se sustrae a la tutela doc-
del término ~"O)(El¡.t.Evov: «Como el discurso es una cosa (U"(¡)(EqlE~O'l) trinal de la ciencia de las cosas. No será cierto que, a fin de sobresa-
y un ser, es imposible que nos revele la cosa a ~ue se refiere lir y alcanzar el éxito, haya que pasar por la escuela de quienes pre-
(Ó1tOXElflEVO'l) y el ser» 33. Así pues, el discurso no remIte ~, otra cosa tenden explorar la naturaleza y explicarnos 10 que es el Ser» 36. El
que a sí mismo. Siendo una cosa entre las cosas, su relaclOn con las discurso, siendo él mismo un ser, no puede expresar el Ser; pues ex-
demás no pertenece al orden de la signi~icación, sino sólo al del
encuentro: «El discurso nace a consecuenCla de las cosas que desde [bid., VII, 85.
34
Seguimos aquí. en líneas generales, la interpretación de Dupréd (con
35
el exterior nos afectan, a saber, las cosas sensibles: del encuentro las reservas, más arriba formuladas, relativas al empleo dd verbo significar,
a propósito de Gorgias): «Si hablamos de un color, necesitamos para ser
comprendidos que aqud a quien nos dirigimos haya percibido por su cuenta
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presar quiere decir, en cierto modo, ser otra cosa de lo que se es: m:s y Cratilo, descansan en un principio común: el de la adherencia
realidad sensible, pero también signo de otra realidad. Gorgias ha total de la palabra y el ero Para Cratilo y Antístenes, el nombre for-
llevado a sus últimas consecuencias coherentes una concepción y una ma un solo cucrpo con la co a que expresa, o, por mejor decir, es la
práctica del lenguaje que ignoran aún su función significante 37: no co a misma expresándose. Gorgias, del mismo principio, extrae la
por ello el lenguaje pierde valor, pero, como no es el lugar de rela- consecucncia inversa: el discurso es él mismo un ser, una cosa entre
ciones significativas entre el pensamiento y el ser, resulta sólo el la' cosas, y «a-í como unas cosas no revelan en modo alguno la na-
instrumento de relaciones existenciales (persuasión, amenaza, suges- turaleza de las otnlS», el discurso no revela nada, no expresa nada
tión, etc.) entre los hombres. por sí mismo -a menos que el artificio humano establezca una rela-
A decir verdad, Gorgias parece llegar así a una conclusión inver· ción extrínseca entre tlll palabra y tal cosa. De un lado, el logos es
sa a la de AntÍstenes. Afirmar que el ser es incomunicable, porque d ser; del otro, el [o?,os es un ser, y por eso el ser en su integridad es
el discurso sólo se refiere a sí mismo, parece contradecir una teoría incomunicable 39. Pero si el punto de partida es el mismo, el de lle-
según la cual el discurso está siempre en lo cierto, por ser discurso gada también lo es; ambas tesis desembocan, por diferentes razones,
de alguna cosa. En realidad, los sofistas parecen haber discrepado en n la misma conclusión paradójica, según la cual es imposible equi-
cuanto a sus concepciones acerca de la naturaleza del lenguaje, y el ocarse y mentir: en un caso, porque hay coincidencia natural entre
Crotilo de Platón alude de manera evidente a polémicas de esa clase. 1.1 palabra y la cosa, y en el otro porque hay identidad convencional.
La tesis defendida por Herm6genes, según la cual la exactitud de lo El problema del Crati[o no es el de saber si los nombres se aplican
nombres es asunto convencional, podría relacionarse bastante bien con exactitud, sino cómo. Hermógenes está perfectamente de acuer·
con el punto de vista de Gorgias: si la relaci6n entre el discurso y la d?, con C.ratito en que los nombres son siempre exactos: «En mi opi-
cosa de que trata pertenece, como dice Gorgias, al orden del «en- mon --dlce-, el nombre que se le asigna a un objeto es exacto: y si
cuentro», se entiende por qué los hombres han tenido interés en sus- se abandona ése cambiándolo por otro, el segundo es tan exacto como
tituir la contingencia de tal encuentro con la relativa fijeza de una el. primer~ ... Pues la ~tural:za no asigna nombre alguno como pro-
convenci6n; igualmente, si el discurso tan s610 se refiere a sí mismo, pIO de objeto alguno» . Y Viceversa, porque la naturaleza asigna un
resulta forzoso establecer una relaci6n, al menos extrínseca, entre la nombre a cada objeto como propio, Cratilo mantendrá no ya contra
palabra y aquella cosa con la que queremos que corresponda; la con- Hermógenes, sino contra Sócrates, su adversario común, que «todos
venci6n consistiría en este caso en la codificaci6n, por parte del hom· los nombres son exactos» y que «es absolutamente imposible decir
bre, de esas relaciones existenciales cuyo instrumento, según Gor- lo falso» 41.

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soluta entre el nombre y la cosa, se relaciona aún más inmediata- J9 Volvemos a encontrar un tema an:ílolto (aunque invocado en favor de
mente con el punto de vista de Antístenes 38. Sin embargo, las tesis una conclusión inversa) en la teoría aristotélica del entendimiento: es preciso
aparentemente divergentes de Gorgias y Antístenes, o de Hermóge- que el entendimiento sea, en cierto sentido, no-ser, o al menos que no sea
nada en acto, a fin de poder «ser de algún modo todas las cosas» (De anima
;¡ Es característico que, en la tradición presocrática, la si~nificaci6n sea lII, 8, 431 b 21). Arist6teles interpreta en ese sentido la frase de Anaxágoras;
opuesta a la palabra: así, según Heráclito, «el dios cuyo oráculo está en «el entendimiento debe ser sin mezcla, a fin de gobernar», esto es, comenta
Delfos no habla ni disimula: significa» (OO'tE )JTel otl'te xpcíT.'tEl, a:k),u. :Tr¡llaivEl ARISTÓTELES, «a fin de conocer» ('AvIÍTxT;... cillqr, Eiv7! l'toy vo5v] ¡va xpa'tT, 'to:>'to
(fr. 93 Diels). o'EO'tiv fva TWlpU:71) (De anima, lII, 4, 429 a 18; DIELS, Vorsokr., 59 100). A
38 Fundándose en el parentesco de las tesis de Cratilo y AntIstenes, al- Diels incluye este pasaje entre los testimonios, siendo así que, con excepción
gunos críticos han llegado a pretender que AntIstenes era aludido directa- de las cinco últimas palabras, parece tratarse de una cita textual de Anaxá·
mente en el diálogo de Plat6n. Tal opinión, que se remonta a Schleiermacher, goras). Reencontramos el mismo argumento, mas de nuevo invertido, en Pas-
y cuyo último representante es Dupréel (Les sophistes, p. 37), tropieza sin cal: «Lo poco de ser que tenemos nos oculta la visión de lo infinito» (frag. 72
embargo con algunas dificultades; la principal de ellas, que el heraclitefsmo B~unschvic.g); ~asca! justifica así, ?Or vía análoga a la de Gorgias, un pesi.
de Cratilo concuerda mal con las tendencias eleáticas de Antfstenes. Cfr. 1. MÉ- m~smo eplstemlOlógJco que no deja de guardar relación con el del sofista
RIDIER, Introd. au Cratyle, ed. Budé, pp. 44-45. Por otra parte, acaso no gnego.
haga falta buscar una atribución necesariamente precisa a las tesis de Hermó- 40 Cratilo, trad. MÉRIDIER, 384 d.
genes y de Cratilo. Ambos representan los dos tipos extremos de respuesta a 41 1bid., 429 b, d.
un problema que, conforme al testimonio de Aulo Gelio, debi6 convertirse 42 Por un camino distinto del nuestro, Dupréel pone de relieve esa uni-
muy pronto en una «cuestión disputada», tema clásico de ejercicios de escuela: dad a .prop6si~o ?e las tesis ~parent~mente conttlldictorias presentadas por
e¡;ó<m 'tu. ov6\la'ta ~ 6ÉOEl; Noches áticas, X, 4. el Crat¡fo. Segun el, las concepciones de Herm6genes y Cratilo derivarían am-

102 103
ella se mantienen no son tanto contradictorias como contrarias, 10 No son los pasajes en que Aristóteles trata ex profeso dellengu~,
que viene a querer decir que su oposición sólo tiene sentido en el jI.: aquellos que más nos enseñan acerca de la naturaleza de éste. Al
seno de un género común. Y de hecho, en este punto sin duda deci- comienzo del De interpretdtione, el lenguaje es definido como símbolo
sivo, la polémica de las Refutdciones sofísticds se ditigirá contra los (:]ÓJ1~o).rn): «Los sonidos emitidos por la voz (:,i ¿'/7~ fol')"'?) son los sím·
sofistas en general. Entre una teoría «convencionalista» y una teoría
.naturalista» del lenguaje, Aristóteles no tomará partido, sino que bolos de los estados del alma (::~ijr.I'~~~ ~T,: ·~"ZT,:). y las palabras es-
denunciará el error que late en el fundamento de esa falsa oposición, critas, los símbolos de las palabras emitidas por la voz» ". De lo que
y cuyo origen deberá buscarse en el desconocimiento que los sofistas quí se trata no es de la relación entre el lenguaje y el ser, sino tan
tienen de la verdadera esencia del lenguaje ". , lo de la relación entre la materialidad de la palabra pronunciada o
escrita y el .estado de alma» al cual corresponde; y debe notarse
* * * que la relación entre la palabra hablada y el estado del alma no difie-
re de la que existe entre palabra escri ta y palabra hablada: la escri-
bas del relativismo de Protágoras: la primera, directamente (1a conexión la
sugiere, por lo demás, Plat6n mismo, 385 e-386 4), y «más i~dircctamente .. tura remite a la palabra, que remite de igual modo a un .estado de
la ~gunda: «eratilo y Herm6genes representan... dos aspectos diferen.tes de la .Ima». Así pues, la relación del lenguaje hablado -y con mayor ra-
misma posición protag6rica: uno, el carácter absolutamente co,;,venc~onaI del zón el escrito-- con el ser no es inmediata: pasa necesariamente por los
lenguaje... ; otro, la coincidencia rigurosa, en cuanto a la consistencia, de la ::cr.fh1J1Clta -:t¡c; ~oz.i¡.;. y son éstos los que expresan inmediante el ser,
palabra y la cosa-. (us sophis/es, p. 37). Pero no estamos de acuerdo. con
Dupril cuando califica de «nominalismo radical.. ObiJ.) la tesis de Cratllo y pero no del mismo modo que el lenguaje significa el pensamiento:
Antrstenes. Si ~ llama nominalismo a una tcoda ~gún la cual hay «solida· .Así como la escritura no es la misma para todos los hombres, las
ridad completa entre el nombre y lo que designa.., entonces la tesis de Her· palabras habladas no son tampoco las mismas, mientras que los esta-
m6genes no es menos nominalista que la de Cratilo o Antíste!'!es. Mejor es dos de alma de los que tales expresiones son inmediatamente signos
decir que la calificaci6n de «nominalista.. carece aquí de ~ntldo, pues no
existe aún una doctrina de la significación que no aparecerá hasta Aristóteles. (ol'lfl Eta ;:pórrro¡;) resultan idénticos en todos, así como también son
4J Podda resultar extraño que este análisis de los origenes de la filosofía idénticas las cosas de las que dichos estados son imágenes» ". La di-
aristot8.ica del lenguaje parezca omitir un eslab6n importante: el de la filosofía versidad de lenguas obliga a admitir que la palabra y la escritura no
plat6nica. Pero ¿hay una teoda del lenguaje en Plat6n? Recuérdese el final
del era/ilo: como ~ ha dicho (L. MÉRIDIER, In/rod. au er4/yle, p. 30), en son significantes por sí mismas, en tanto que los estados del alma son
él «Plat6n despide a ambos adversarios con una especie de superioridad ir6 semejantes, por sí mismos, a las cosas que les corresponden. Se impo-
niea.., y no porque tenga una mejor teoría del lenguaje que propone, ~ino ne, pues, una primera distinción entre las relaciones de seme;anza
porque desprecia una filosofía que se detiene en el lenguaje en vez de Ir a -<amo las que existen entre el pensamiento y las cosas-, y las re-
las cosas mismas. La palabra es para él s610 un «instrumento.. (388 b) que laciones de significación (aquí expresadas por los términos, cierta-
debe y puede ser rebasado en dirección a la esencia (la C4r/a VII describirá
las etapas de ese proceso, 342 a-d), y que acaso' no sea ni siquiera indispen- mente oscuros, de símbolo, aÓI.l~OAO'J, y, accesoriamente, O'1jJ1EtrJ'J),
sable como punto de partida: así, Sócrates pide a Cratilo que «convenga en tal como se instituyen entre el lenguaje y el pensamiento.
que no es necesario partir de los nombres, sino que es preciso buscar y En otros textos, es cierto. Aristóteles llama símbolo a la relación
aprender las cosas partiendo de ellas mismas más bien que de los nombres,.
(439 b). Siendo ad como observa L. Méridier, «no es la lin~Istica, sino la del lenguaje a las cosas: .No es posible, en la discusión, alegar las
diaI6::tiea, la que p~ede llevar a la verdad_ (loe. cit., p. 30), y la «lingüfstica,. cosas mismas, sino que, en lugar de las cosas, tenemos que servirnos
deja de tener el interés que posefa para los sofistas y que volverá a tener para de sus nombres como símbolos» 046. Aquí, el intermediario constituido
Arist6teles. Dicho con mayor exactitud, Platón concibe la posibilidad de una por el estado de alma es suprimido, o al menos olvidado, pero tal
dialéctica que no sea ciencia de las palabras, sino de las cosas, o, más p~
fundamente, de las Ideas: posibilidad que negará precisamente Arist6teles. supresión es legítima, puesto que, al comportarse los estados de alma
Se entiende, pues, que Arist6teles tenga en común con los sofistas su interés
por el lengua;e y el discurso, y que, en este punto como en tantos otros, haya " 1, 16 a J.
considerado como mera evasiva esa «superioridad ironicn con la que el Só- 45 Ibid., 16 4 5 ss. Resulta de este texto que los ;:a:8~l'4'ta~; o/u1.T,~ son
aates de Plat6n despacha las teorías sofísticas del lenguaje. En cualquier caso, 'tw't/ =PCÍ'J\1átIOY óJl.0uó\1«'t'a. M. HEIDEGGER interpreta esta f6rmula como el ori.
la tcoda aristot8ica de la significación se ha constituido contra la sofistica, gen de la definición escolástica de la verdad como 4decuación. Reconoce, sin
y por consiguiente, el mismo Aristóteles nos invita a enfocar su propia con- embargo, que tal a~rto no es «propuesto en modo a1~no como definici6n
c~pci6n desde el ángulo de la relación que guarda con la de los sofistas. Acerca expresa de la esencia de la verdad,. (Sein und Zeit, p. 214). En realidad, lo
de la cuesti6n de si hay una filosofía plat6nica del lenguaje, cir. A. DIES, ~l1olUJtU1 se opone asf, sobte todo, aJ a-JllI3oJ,ov, al modo en que una relación
Autour de Pla/on, II, pp. 482-485 (cuyas conclusiones seguimos s~ún L. Mé- inmediata y natural se opone a una relaci6n mediata y convencional.
rid¡er), y, en sentido contrario, B. PARAIN, Essoi sur le Lagos pl%nicien. 46 Arq. solís!., t, 165" a 7 (ror~ (j'ol'4L'lOlV dvri:rwv ::[~('I:1vát:WY XPlÍll"0a .,:Jt1~¿­
Cfr. asimismo V. GOLDSCHMIDT, Essai sur le ..Cra/yle•. J...<).

104 105
como cosas, pueden ser inmediatamente sustituidos por ellas. E~ tóteles que «todo discurso es significativo, no como instrumento
desquite, no puede sustituirse sin más la cosa por el nombre, SUPrI- natural (m; Opra'io'~) sino, según se ha dicho, por convención» 51.
miendo asl toda relación; pues «entre nombres y cosas no hay se- Estos textos serían daros, si a ellos se redujera la filosofía aristo-
mejanza completa: tanto los nombres como la pluralidad de las_ d~­ télica del lenguaje: el lenguaje no es una «imagen», una «imitación»
finiciones son limitados en número, mientras que las cosas son rnfl- del ser, sino tan sólo un «símbolo», y el símbolo debe definirse como
nitas. Es, pues, inevitable que cosas varias sean significadas por una un signo, no natural (se trataría entonces de un ~Y¡ll!!'J"/), sino con-
sola definición y un único nombre» ,,_ Por consiguiente, no debe vencionaL O también: el lenguaje no manifiesta (o~ alj)~oi), sino que
creerse que «lo que ocurre en los nombres ocurre también en las significa, no ciertamente como un instrumento natural de designa-
cosas» 41. ción. sino por convención (~a':a ~!J'I6i¡~l'j'l). Pero la terminología de
Estos textos arrojan, según parece, alguna luz sobre lo que Aris- Aristóteles no es siempre muy segura, y conviene examinar otros
tóteles entiende por s!mbolo. El slmbolo no ocupa, pura y simple- pasajes que, al parecer, podrían contradecir a los anteriores. Así,
mente, el lugar de la cosa, no tiene semejanza alguna con ella, y sin el término ar¡Jl!!tI'I es usado a veces para designar ]a relación del len-
embargo, a ella nos remite, y la significa. Decir que las palabras son guaje a los estados del alma, relación que. según hemos visto, es
slmbolos de los «estados del alma» o de las cosas mismas, significa convencional con el mismo título que la relación del lenguaje a las
a un tiempo afirmar la realidad de un vinculo y de una dista.ncia. (por cosas. Pero la definición cienrlfica de lo o'll"'.·/ en los Primeros Ana-
lo cual se distingue el s!mbolo de la relación de semejanza, OI"M"l~); líticos parece incompatible con ese uso, demasiado amplio, del tér-
o también reconocer que hay una relaci6n, sí) entre palabra y cosa, mino: «El signo es una premisa demostrativa necesaria o probable:
pero que esa relación es problem~tica ~ revocable, por no ser ~atu­ cuando, si una cosa es, otra también es, o cuando, si una cosa devie-
ral. En consecuencia, no basta con deCIr que la palabra es el SIgno ne, otra también deviene con anterioridad o posterioridad. las se~
del ser, pues el signo puede ser una relación real y natural, como gundas en ambos casos son signos de aquel devenir o aquel ser» 52.
cuando decimos que el humo es signo del fuego. El slmbolo es, a la Así, el hecho de que una mujer tenga leche es signo de que ha dado
vez, más y menos que el signo: menos, en cuanto que no hay nada a luz y, en términos generales, el efecto es signo de la causa 53. Así
que sea naturalmente slmbolo, y en cuanto que la utilización de un pues, el signo designa una conexión entre las cosas, y, más aún, fun-
objeto como slmbolo Implica siempre cierta atbitrariedad; más, en dada en una relación natural (como la de causa a efecto). Desde este
cuanto que la constitución de una relación simbólica exige una inter- doble punto de vista, el OÓI'~o).o·/ se opone sin duda al 0'll"'ov. y entono
vención del espfritu que adopta la forma de imposición de un senti- ces Aristóteles no usa con propiedad este último término cuando
do. Esto es lo que Aristóteles expresa al definir el discurso (kó,O<;) designa con él la relación del lenguaje a las cosas.
como (<uD sonido oral que tiene una significación convencional Pero hay más: Aristóteles parece emplear a veces para designar
(xatd oov6~x'lv)."; y esa significación es convencional «en el sentido esa misma relación, el vocabulario de lo ÓllOlWJla, que el texto del
de que nada es por naturaleza un nombre, sino que sólo lo es cuando De interpretatione parecía reservar a las relaciones entre los «esta-
llega a ser slmbolo, pues hasta cuando sonidos inarticulados, como dos del alma» y las cosas. As!, en la discusión acerca de los futuros
los de los brutos, manifiestan (8'lkOOOl) alguna cosa, ninguno de ellos contingentes. Aristóteles, cuando quiere mostrar que la contingencia
constituye sin embargo un nombre» 50. Y más adelante precisa Aris· objetiva de los acontecimientos se reproduce en la indeterminación
de las proposiciones que se refieren al futuro, se basa en el principio
" Ibid., 165 • 10 ss.
de que «los discursos verdaderos son semejantes a las cosas mis-
.. Ibid.• 165 • 9. mas» 54. Empero, podría observarse que no es tanto el discurso como
.., D~ interp., 4, 16 b 28: rpwvY¡ CT1J\1llvttri¡ xtttd aoy6~x'1'" No vemos, en con-
tra de WAlTZ (1, 231), EDGHILL y TRICOT (p. 83, n. 2), razón alguna para que es el punto de partida de numerosos tratados medievales Sobre los modos
considerar este pasaje como dudoso. El hecho de que Ja expresión aparezca d~ significación. Cfr. asimismo CICERÓN, Tópicos, VIII, 35.
textualmente unas lineas más arriba, en la definición del nombre (16 a 19), 51 [bid., 4, 17 a 1.
no suscita ninguna dificultad: el nombre es una especie del género diJcur~o, .52 Anal. pr.• n, 27, 70 a 7 ss.
y es normal que la definición del género vuelva a hallarse en la de la espeoe. .53 Adviértase que la teoría estoica del razonamiento se funda en esa rela·
50 D~ Interpr., 4, 16 b 28. Aunque ATistóteJes. aquí no insi~ta. e~ ello, es ción de inferencia.
en textos de este tipo donde debe buscarse el ongen de la distinCIón esco- S4 ·O... olw~ O! MTol alT¡Oti¡; tlJai!tp ,ti =pciw-a'ta (D~ Tnterp .• 9, 19 a 33).
lástica entre el signo natural (que Aristóteles llama generalmente aú ... ~o}.oy Este texto prefigura, mucho más que el citado más arriba, p. 105, n. 45), la
y el signo conv~ndonal o ad pladlum (el aT)llEioy) de Aristóteles), distinción definición escolástica de la verdad como adecuación¡ pues aquí sí que se trata

106 107
,
1
la verdad lo que est~ siendo aquí definido en términos de semejanza. blando inimitables por el discurso--, al menos la relaci6n de las cosas
En el De interpretatiOlle, Arist6teles distingue con cuidado, precisa- entre sí: s~ ~m'posición o su separación. Así pues, la proposición es
mente, entre el discurso en general y ese otro discurso susceptible el lugar pnvileglado en que el discurso sale en cierto modo fuera de
de verdad y falsedad que es la proposici6n, especie del primero. El sí mismo, o sea, de la simple intención significante, para tratar de
discurso en general es significativo, no sólo en sí mismo, sino tam- captar las cosas mismas en su vinculación recíproca y, a través de
bién en cada una de sus partes, sean éstas verbos o nombres 55. Pero ella, en s.u exist:ncia: En términos modernos, se diría que el juicio
la significaci6n aún no es el juicio, en el sentido de que hace abstrac- es a un Uempo smtesls de conceptos >- afirmaci6n de esta sintesis en
ci6n de la existencia o inexistencia de la cosa significada: así, por el ser. Se. comprende ?e este modo que, aventudndose a juzgar las
más que los verbos sean significativos por sí mismos, «aún no signi- cosas_ a rlesg? de ser Juzgada por ellas, la proposici6n, a diferencia
fican que una cosa es o no es» ". Dicho de otro modo, la significa- del sunple termmo que no es verdadero ni falso, sea el lugar de la
ción no tiene alcance existencial por sí misma: podemos significar sin verdad Y. la falsedad. Por l? tanto, es en cuanto verdadero, y no en
contradicci6n lo ficticio, precisamente porque la significaci6n de los cuanto ?!scurso J como se dice que el discurso se asemeja a las cosas;
nombres no prejuzgan la existencia o inexistencia de las rosas: «Hir- o tamblen: no es en cuanto que significa, sino en cuanto que juz-
cocieroo significa sin duda algo, pero no es todavía verdadero ni fal- ga, como compete a lo que hemos llamado el vocabulario de lo
so, a menos que se añada que es o que no es» 57. No todo enunciado (ÓI'0¡o,!'-").61.
significativo ('fá.ot~) es necesariamente una afirmaci6n (xatá'faa'~) . quedaría por p:eguntar, ciertamente, cómo es que la funci6n ju-
o una negaci6n (cbró'faa'~)" .•Quiero decir -precisa Arist6teles- que dlcauva d~l lenguaje pued~ injertarse en su funci6n significante, y
la palabra hombre, por ejemplo, significa sin duda algo, pero no que es c6mo el slmbolo, que no Implica semejanza alguna natural con la
o que no es: s610 habrá afirmaci6n o negaci6n si se le añade otra cosa, o ~ás bi:n ~ómo una composición de símbolos, puede mudarse
cosa» "'. Esta otra cosa es la composici6n o la divisi6n de términos e.n. ~emeJa~a(o:J..ol(t)f1a:)La ~res~uesta sería que la esencia de la propo-
significantes aisladamente, en cuya virtud se define la proposici6n OJ: sIClon ~adlca, no en los t.e~mmos que hay que componer, sino en d
composici6n o divisi6n que ahora sí pretenden imitar, y no ya s6lo acto rrusmo de la composlcl6n. Ahora bien: la composici6n misma no
significar, si no las cosas en sí mismas ~ue son precisamente ha- pert.enece al orden del símbolo, y ni siquiera es competencia del len-
guaJe: es uno de esos .estados del alma» (u6~l'a'a U¡~ ~uxjj~),
de la relación entre el discurso y las cosas, y no, como en el texto anterior, acerca de los cuales nos adver~a el comienzo del De interpretatione
entre los «estados de alma~ y las cosas.
55 Aristóteles distingue el nombre (0''10\14), que significa «sin referencia
que guardan relacl6n de semejanza con las cosas_ En definitiva el
al tiempo. (2, 16 a 20), y el verbo IpWal, que .-añade a su siltnificaci6n la juicio es una función no tanto del discurso como del alma mis~a:
del tiempo» y, además, «es siempre el signo de cosas que se afirman de otra y no es que el discurso deje de ser indispensable (es característico
cosu (.3, 16 b 6). Pero esta doble función (referencia al tiempo, interconexión que Aristóteles no hable propiamente de juicio, sino de proposici6n),
de los nombres) sólo se ejercita en la proposición, de suerte que, considerado
aisladamente, el verbo es comparable a un nombre.
" 3, 16 b, 19. (jI Estas breves indicaciones de Arist6tdes sobre la distinción entre la
!;1 1, 16 a 16. «Hircociervo. es el ejemplo que Aristóteles emplea corrien- significaci6n y. la p!oposici6n, siendo esta última la única que conlleva refe-
lemente cuando analiza lo ficticio. En los Segundos Analfticos mostrará que renCJa a la e"lstencla, llegarán a ser un lugar común de la escolástica tomista
lo ficticio puede ser significado, pero no definido, pues carece de esencia: y posr.romista. Sin embargo, la primera tendencia de un pensamiento ingenuo
«En cuanto a lo que no es, nadie sabe lo que es: puede saberse tan sólo lo que era la. de crear de entrada en la existencia de las cosas designadas por el
significa el discurso o el nombre, como cuando digo hircociervo, pero es im· len~aJe: así .e~ como FREJ?EGISO. en el siglo IX, pretende mostrar en su
posible saber lo que es un hiroociervo» (JI, 7, 92 b 6). aro asimismo Anal pr., E.prstolll de n.,h,lo el ten~brts que la nada existe, puesto que la palabra nlldll
1, 38, 49 a 24. ~ene un ~ent~do; ~ues, .dice, 4lomnis significado est ejus significado quod est,
" De Interpr., 4, 16 b 27. Id esl re, eXlstenlls» (C1t~do por E. GILSON, La philosophie ou Moyen Age,
'" Ibid., 4, 16 b 28. p. 1%). Pero la escolástica recobrará d sentido de la enseñanza aristotélica
60 Eso es lo que resulta de la comparación entre De lnurpr., 4, 17 II 2 al mostrar que la significaci6n es indiferente a toda posición de existencia.
(<<No todo discurso es una proposición, a1tó,..aVOl~. sino sólo aquel en que As.f, para Duns Escoto, «si se produce un cambio en la cosa en cuanto que
residen lo verdadero y lo falso»), y Met., 9, lO, 1051 b .3 (<<Estar en la verdad Ulste, no se produce cam~io, ~n la significación de la palabra; la causa de
quiere decir penasr que lo que está separado está separado y que lo que está esto es q~e /ll CO!.ll no es SlK:nt!fc.odll en cUllnlo que existe, sino en cUllnto que
unido está unido», consistiendo la falsedad, inversamente, en pensar lo sepa· es concebldll .,. (res non SJgniflcarur uc existit, sed ut intelligirur)"¡ y, más
rada como no separado y lo unido como no unido). La proposici6n verdadera ad~a.nte, Duns Escoto habla de la cosa concebida, "a la cual es extraño el
es aquella cuya composici6n reproduce, o mejor dicho imita, la composici6n Ulsur en cuanto que es significada ("cui extraneum est existere secundum
de las cosas. quod significatur")>> (Quoesliones in librum Perihermene;lls, q. 11, 545).

108 109
pero, en el juicio, el discurso es rehasado, en cierto modo, en direc· Aristóteles dice de ese género de definiciones que él llama dialéctica,
ción a las cosas: tiende a suprimir la distancia que lo separaba de o sea meramente verbales, pero cuyo empleo hasta para fundar un
ellas, distancia que, como hemos visto, caracterizaba su significación; diálogo coherente (puesto que nos garantizan que, al emplear el mis-
y por eso deja de ser discurso para convertirse -{) intentar conver- mo término que nuestro interlocutor, estamos hablando de hecho
tirse- en pensamiento de la cosa. En suma, la función judicativa de la misma cosa): una definición así no es, nos dice, «ni del todo
«interesa a otra disciplina» 62 que la teoría del lenguaje. oscura ni del todo exacta» ". Sobre esta relación ambigua entre el
Otros textos, es cierto, parecen asignar al discurso en cuanto tal lenguaje y las cosas insiste las más de las veces Aristóteles, mucho
una función no sólo significante, sino relevante. «El lenguaje no más que sohre una pretendida «revelación» de éstas por aquél. Cier-
cumplirá su función propia si no manifiesta (Iay fl~ ay/k.¡¡" afirma tamente, al confiar en las palabras, estamos seguros de no apartarnos
Aristóteles en la Retórica". Igualmente, algunos han creído legítimo por completo de la verdad de las cosas: el mero hecho de que los
concluir, a partir del hecho de que Aristóteles designe la proposición hombres las usen, y con eficacia, prueba por sí solo que las palabras
con el término d1tó"a)lot~ que atribuía al discurso una función «apo- cumplen bien con su función designadora. Asl se explica la confianza
fántica», es decir, reveladora: dT.oq:;alvEo6cn significa poner de mani- que el sabio Aristóteles parece tener en las clarificaciones del len-
fiesto, en el sentido de un «mostrar revelador», aquello de que trata guaie popular: el éxito de una designación consagrada por el uso
el discurso ". Pero acerca de esto debe observarse que la expresión
indica que tal designación no es arbitraria, y que a la unicidad del
á~ó'i'ava!~ no designa cualquier clase de discurso, sino sólo aquel que,
dividiendo y componiendo, es susceptible de verdad y falsedad: así, nombre tiene que corresponder la unidad de una especie o de un
por ejemplo, la plegaria es un discurso, pero no una proposición, género ". Asl se explica también el frecuente recurso de Aristóteles
pues no es verdadera ni falsa. Por consiguiente, la función apofántica a las etimologías (10 que él llama «tomar las palabras como indio
no pertenece al discurso en general, sino al discurso judicativo, pues cios») 6&, e incluso a los análisis sintácticos 69. Pero esos argumentos
éste es el único que hace ver lo que las cosas son y que son lo que no tienen m,¡ís valor que el dialéctico, en el sentido opuesto a físico 'lO:
son; él solo, como se ha visto, guarda con las cosas que expresa una Ja experiencia de los hombres, tal como se comunica en su diálogo
relación que no es solamete de significación, sino de semejanza. y se codifica en su lenguaje, es una aproximación) pero sólo eso, a lo
En cuanto al uso del verbo ay/k."y para designar la función del que nos enseñará la ciencía de la naturaleza de las cosas. El lenguaje
lenguaje, tampoco resulta probatorio. Más arriba hemos visto que
ese mismo verbo designaba, en otro texto, el modo de expresión in~ 66 Rétor.. 1, lO, 1396 b 32. Cfr. nuestro artículo 4lSur la définition aris-
mediata que es propio de los sonidos inarticulados emitidos por los totélicienne de la colb-e», Revue philosophique, 1957, p. 303.
brutos, en oposición a la expresión simbólica característica del len- 67 Y así, en el De partibus animalium (1, 4), ARISTÓTELES prescribe
guaje humano os. Y cuando a Aristóteles se le ocurre emplear la como punto de partida las clasificaciones del sentido común, que, a diferencia
de las o:divisiones» abstractas de los plat6nicos, aíslan y disciernen totalidades
misma palabra a fin de expresar la función del discurso humano en concreras (especies o géneros). Es verdad que hay muchas especies, e incluso
general, quizá dehamos recordar que ay/k."y significa sin duda hacer géneros, que siguen innominados (cfr. De anima, II, 7. 418 a 26¡ 419 a 2-6,
ver, pero en el sentido de designar, señalar con el dedo. Tal es, en 32, etc.; El. Nic., IJI, lO, 1115 b 25; IV, 12, 1126 b 19, etc.; Meleorol., IV,
efecto, el ohvio papel del lenguaje, menos preocupado por expresar 3. 380 b 28¡ 381 b 14, etc., y en todas las obras biológicas); en los Tópicos,
AluSTÓTELES se lamenta de que la inducción se hace a veces dificil por «el
lo que son las cosas que por designarlas, por reconocerlas; más aten· hecho de no haber nombre común establecido para todas las semejanzas»-
to, en el fondo, a la distinción que a la claridad: pues bien, no siem· (VIII, 2, 157 a 23). Pero tampoco en este caso puede decirse que el lenguaje
pre es preciso conocer claramente la esencia de una cosa para distin- nos induzca positivamente a error; peca sólo por defecto. al no ir lo bastante
guirla de las otras. Y' del lenguaje en general podría decirse lo que lejos en el sentido de la denominación. pero entonces basta con ir más lejos
que él en dicho sentido, forjando si es preciso palabras nuevas.
68 JIOlEioOal 'ta oYó~ta CftJilEioy (Poética. 3, 1448 tl 35). Como indica el
62 De InJerpr., 5, 17 a 14. singular. evidentemente no es cada nombre en particular el aquí calificado de
.. IJI, 2, 1404 b 1. O'Jl\lEioy; sino que el hecho de que tal nombre haya sido preferido a tal otro
64 4l0ffenbarmachen im Sínne des aufweisenden Sehen1assens», y, más puede ser una indicación sobre la naturaleza de la rosa.
arriba: 4lDer A.ÓT~ lasst etwas sehen (iftliYEa6all. nimlich d~s. worübcr die Rede 69 Así. en su análisis del acto. invoca la distinci6n entre presente y pcr.
iSl» (M. HEIDEGGER Sein und Zei/. p. 32). Cfr. del mIsmo autor. «Logoslt fecto (9, 6, 1048 b 23 ss.). En otro lugar, la función gramatical del sujeto
(en Fes/Schrijt jür Hans Jan/un, Berlín, 1951; reproducido en Vor/ráge und es invocada como signo de la realidad física del substrato (Fís., 1, 7, 190 a 35).
Aufs',uJ. 'lO V<!ase más arriba, pp. 97·98.
" Cfr. más arriba, pp. 106-107. 71 C&. 1.& parte. cap. III.

110 111
abre un cammd, Una dirección de investigación: indica por qué tanto a la esencia del lenguaje como a la condición del hombre ha-
lado deben buscarse las- cosas; pero nunca llega hasta ellas. blante. De hecho, nos hallamos aquí en un campo que parece com-
Aristóteles da varias razones de esa parcial impotencia. La prime- peter más a la antropología que a una teoría del lenguaje, y podría
ra de ellas, que volveremos a encontrar más adelante 71, depende de concebirse una especie de deontología de la palabra que sirviera de
lo que podríamos llamar la condición dialéctica del discurso humano, remedio al uso demasiado indulgente que de ella hacen los hombres.
que siempre es discurso para otro: «Tenemos todos la costumbre Por oposición, podría concebirse una forma más que humana del
de enderezar nuestras investigaciones, no según la cosa misma, sino discurso, que se sustraería a las limitaciones del lenguaje humano:
según las objeciones de quien nos contradice. Y hasta cuando somos así era el lagos heraclíteo y, en general, el presocrático. Pero Aristó-
nosotros mismos quienes planteamos objeciones, no llevamos nuestra teles ignora una forma de discurso que coincidiría con el proceso
averiguación más allá del punto justo en que ya no podemos plan- mismo mediante el cual las cosas se desvelan, y que sería como el
teárnoslas» 72. El lenguaje tiene su propio movimiento, cuyo motor lenguaje de Dios. «Con Aristóteles, el lagos deja de ser profético;
--o, como decía Sócrates, «aguijón»- es la objeción del interlocu- siendo producto del arte humano y órgano del comercio entre los
tor o de uno mismo; pero si nos atenemos a este movimiento inma- hombres, es descrito como discurso dialéctico, cuya forma más eleva-
nente del discurso, nunca estaremos seguros de llevar adelante la da será, a lo sumo, el discurso profesoral (aquel que mejor hace abs-
investigación «hasta donde sea posible», es decir, hasta la cosa mis- tracción, si bien no por completo, del comportamiento del oyente)>> 78.
ma 73. No se trata sólo de que el diálogo ya no sea, como lo era para No es ya sólo que Aristóteles no sugiera en ninguna parte que el
Sócrates y Platón, un correctivo a los extravíos del discurso, sino que lagos acaso podría, aunque sólo fuese de derecho, tener una función
es una fuente suplementaria de engaño, pues nos empuja a buscar la reveladora; es que llega a decir, en un texto de la Poética, que si las
aquiescencia de nuestro interlocutor más bien que el conocimiento cosas no estuvieran veladas el discurso sería inútil: «¿Qué tendría
de las cosas, procurando así más la verosimilitud que la verdad. La que hacer el discurridor (ó ),i'(ow), si las cosas se manifestasen ya por
verosimilitud -y por eso Aristóteles acabará por rehabilitar la dia- sí misma¡ (:01 ::-a\lol'to ~a"ll 8t'alJ'tá), sin necesidad del discurso?» 79.
léctica- sigue siendo, sin duda, una presunción de verdad; pero la Así pues, el discurso no es tanto el órgano del desvelamiento como
verosimilitud es más amplia que la verdad, y la endeblez del discurso el sustitutivo de éste, y necesariamente imperfecto.
depende precisamente de que se conforma con esas generalidades, De tal imperfección, da Aristóteles otra razón, que depende aho-
bastándole con saber que en el interior de ellas está situada la ver- ra de la esencia misma de todo lenguaje, y cuyo desconocimiento es
dad. «Le pasa como al arquero que no puede ni alcanzar plenamente la fuente principal de los errores sofísticos: «Puesto que, en la dis-
el blanco, ni fallarlo del todo: ¿quién no será capaz de clavar la fle- cusión, es imposible alegar las cosas mismas, y en vez de las cosas
cha en una puerta? .. Pero el hecho de que podamos poseer una ver- debemos usar sus nombres a modo de símbolos, suponemos que lo
dad en su conjunto, y no alcanzar la parte precisa a que apuntamos, que sucede en los nombres sucede también en las cosas, igual que
muestra la dificultad de la búsqueda» 74. Se entiende así que Arist6- al contar se piensa en las piedrecitas. Ahora bien, entre nombres y
teles asocie tan a menudo la idea de verbalismo (y, por tanto, la de cosas no hay completa semejanza (oúx ~O'tl'll o¡J.OtO'll): los nombres
dialéctica), no a la falsedad, sino a la de vacuidad: AOTlXWC; xal Xe'llWC;, son limitados en número, así como la¡luralidad de las definiciones,
dice de los razonamientos platónicos 75, y aquellas definiciones que mientras que las cosas son infinitas» . Presentimos aquí que Aris-
no incluyen el conocimiento de las propiedades de lo definido serán
llamadas «dialécticas y vacías» 76: vacías por demasiado generales 77. 78 Sobre la oposid6n entre lo profesora! y lo pro/ético, cfr. K. AxELOS,
Podría objetarse, empero, que esa impotencia del discurso para «Le logos fondateur de la dialectique», Recherches de philosophie, n, pp. 125-
llegar a las cosas en sí mismas, es decir en su singularidad, no se debe .38. Acerca del carácter profesora! de la filosofía de Arist6teles, cfr. L. ROBIN
Aristote, p. .300.
79 Poét., 19, 1456 b 7. Seguimos aquí la conjetura de Susemihl. Gudeman
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lee un texto distinto, pero cuyo sentido es equivalente.


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De Coelo, 11, 13, 294 b 7 ss.


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Ibid. Seguimos aquí la interpretación de TRICOT (ad loe.). 80 Arg. so/ist., 1, 165 a 6 ss. Volvemos a encontrar aquí la oposici6n
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74Met., e:t, 1, 99.3 b 5. platónica entre el límite y el infinito, o entre lo uno y lo múltiple, pero ahora
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75 Et. Eud., l, 8, 1217 b 21. no como interior al lenguaje, pues éste se encuentra por completo del lado
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76 De Anima, l, 1, 402 b 26. del Iúnite, mientras que las cosas son múltiples e infinitas. No hay que contar,
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77 Cfr. SIMPLICIO (In Phys., 476, 25-29): razonar ),OTlXÜJ~, es razonar pues, con la potencia del discurso para eliminar esa oposici6n: en Plat6n,
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XOlVÓV jl;w~ xa! ola),ex'tlxw't:EPO'l. Cfr. ibid., 440, 21. Y lo mismo ocurre con las el lagos, por el cauce de la dialéctica, se remediaba a sí propio; en Arist6-
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definiciones. teles, la dialéctica no se sustrae a la impotente generalidad del discurso.

113
i

112
t6teles, en el recurso al universal, no ve tanto una conquista del pen- ciones a uno mismo» 86. Podrían recordarse, sin duda, en sentido in·
samiento conceptual como una inevitable impedección del discurso. verso, los pasajes en que Aristóteles habla de una semejanza inmedia-
E! drama del lenguaje humano -es decir, de todo lenguaje, pues ta entre los estados del alma y las cosas; pero esa semejanza pasiva,
Aristóteles no conoce otro lenguaje que el humano-- es que el hom- al ser inconsciente, es vana, mientras no se exprese. El pensamiento
bre habla siempre en general, mientras que las cosas son singulares. reflexivo sustituirá esa semejanza inmediata por la semejanza ejerci-
Todas las aporías sobre las definiciones, en el libro Z de la Metafísi- da en el juicio y expresada en la proposición. Pero ese proceso que
ca, se basan en esta dificultad fundamental: ¿cómo definir, con nom- se eleva desde la asimilación pasiva hasta la adecuación reflexiva pasa
bres que son comunes, una esencia singular? Pues, precisa Aristóte- necesariamente por la mediación del discurso, puesto que «las cosas
les, «las palabras establecidas por el uso son comunes a todos los no se manifiestan por sí mismas» 87, El pensamiento del ser será,
miembros de la clase que designan; deben aplicarse necesariamente, pues, en primer lugar, una palabra sobre el ser, o sea, en el sentido
más fuerte del término, una onto-logíaj pero si es cierto, pese a los
por tanto, a otros seres que no son la cosa definida» 81. En otro te-
sofistas, que no hay semejanza inmediata -sea natural o convencio-
rreno, el de la ética y la politica, Aristóteles destacará la imperfec- nal- entre el A?IO~ y el 0\1 no habrá más remedio que analizar esa
ción inherente a toda ley escrita, que es universal, mientras que las relación ambigua, esa presencia ausente, ese vínculo y esa distancia
acciones humanas que pretende regular pertenecen al orden de lo que unen y separan, a la vez, lenguaje y cosas.
particular 82. La ambigüedad es, pues, contrapartida inevitable de la
universalidad de los términos, consecuencia de la de proporción en-
tre fa infinidad de las cosas singulares y el carácter necesariamente
* * *
finito de los recursos del lenguaje 83. Usamos nombres en vez de cosas, y, no obstante, no hay com-
Se comprende, pues, que Aristóteles sueñe a veces con escapar pleta semejanza entre nombres y cosas: tales son, en su limitación
a las trampas del lenguaje, y parezca reasumir por cuenta propia la recíproca, las dos afirmaciones liminares de una verdadera teoría del
exigencia socrática o platónica de una investigación que «parta de las lenguaje. El primero de esos principios no hace sino traducir nues-
cosas mismas, mejor que de los nombres» 84. «El error -dice- se tra práctica espontánea del lenguaje. Pero si esta primera afirmación
produce con más facilidad cuando examinamos un problema junto no se corri.ge con la segunda, entonces «no tenemos experiencia alguna
con otras personas que cuando lo examinamos por nosotros mismos; del modo como los nombres ejercen su poder (M\lalllt;). 88. Ignoran-
pues el examen conjunto se hace mediante discursos, mientras que do esa ne~esaria restricción, los sofistas se quedaron con la identidad
el examen personal se hace también, e incluso más, mediante la con- aparente de la cosa y la palabra: «Pues hombre -reconoce Aristó-
sideración de la cosa misma (al' aú'too 'too 1tpáll.la'tOt;). 85. En otro lu- teles- es a la vez una cosa y una palabra» 89. Pero de ahí no se in-
gar, sin embargo, y como hemos visto, Aristóteles reconoce que la
propia investigación personal no se sustrae a la condición dialéctica 86 De Coelo, II, 13, 294 b 7 ss. (cfr. más arriba, p. 112). Recuerda esto a
de toda investigación, si es cierto que consiste en «proponerse obje- la definici6n platónica del pensamiento como «discurso del alma consigo mis-
ma~ (Teeteto, 189 e). El propio Aristóteles empleará, para designar el pen-
samiento, la expresi6n discurso interior (6 lcsw )..óTo~, 6 lv 'tfl ~uxñ)j Anal. Poet.,
81 Met., Z, 15, 1040 a 1l. 1, 10, 76 b 24-27.
82 Et. Nic., V, 14, 1137 b 13 SS., 26 ss. Cfr. ya PLATÓN, Político, 294 b. ~ Cfr. p. 113, n. 79. Por eso no nos parece legítimo oponer, en el seno
al Vemos lo lejos que está Arist6teles de ese sumario conceptualismo que de la filosofía aristotélica, como hace Eric WEIL (<<La place de la logique dans
a veces se le atribuye. Su cdtica del lenguaje anuncia más bien la cdtica la pensé aristotélicienne., Revue de Métaphysique el de Morale, 1951, ad. lin.),
bergsoniana; podría él decir del lenguaje en general lo que Bergson dice de un plano «lingüístico. y un plano «objetivo.. Para Aristóteles, no hay nada
los sistemas conceptuales: lo que les falta sobre todo es «precisión~; no están que pueda hacer que salgamos del lenguaje, aun cuando, en virtud de la
«cortados a la medida de la realidad en que vivimos», porque son «dema- «astucia» del juicio, parezca que lo rebasamos. Todo lo más -y a ello nos
siado amplios para ella» (La pensée et le mouvent, p. 7). Con todo, las dife- ayud~rá la teoría de la significaci6n- podemos recurrir contra un lenguaje
rencias entre ambos no son despreciables: tanto en Aristóteles como en Berg- mal informado, apelando a otro mejor informado (es decir, consciente de sus
son, el universal queda descalificado, pero en Arist6teles lo queda sólo de límites), elevándonos así de un lenguaje impuro y «subjetivo. -el que es-
áerecho; de hecho, es un recurso necesario, a falta de otra cosa, y que, como tudian la ret6ricaJ la dialéctica- a un lenguaje purificado y relativamente
veremos, hallará una relativa justificación en la estructura misma del mundo «objetivo», como de la ciencia.
sublunar. 88 Esa es la fuente principal de los paralogismos sofisticos: Arg. sollst.,
84 Cfr. p. 113, n. 79. 1, 165 a 16.
8S Arg. solíst., 7, 169 a 37 ss. 89 Ibid., 14, 174 a 9.

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fiere que hombre sea cosa y palabra, a la vez y desde el mismo punto el acusativo indica que se trata del quid de la significación; en el
de vista. Decir que el término «hombre» significa la realidad hom- segundo, el adverbio indica que se trata del cómo de la significación.
bre, significa a un tiempo afirmar cierta identidad (que autoriza la El primer tipo de equivocidad es normal: nada puede impedir que
sustitución de la una por el otro), y cierta distancia, en cuya virtud el universal caballo signifique, en último análisis, una pluralidad in-
la sustitución será sólo válida en determinadas condiciones: son estas definida de caballos individuales; y, sin embargo, la palabra caballo,
condiciones las que Aristóteles se aplicará a precisar, especialmente en la medida en que traduce un universal, tiene una única significa-
en los Argumentos sofísticos. ción. Por el contrario, el hecho de que una palabra pueda tener va-
El problema quedaría resuelto fácilmente si se pudiera establecer rias significaciones (por ejemplo, y ejemplo célebre, que la palabra
una correspondencia biunívoca entre las cosas y las palabras. Pero ya can pueda significar a la vez el Can, constelación celeste, y el can,
hemos visto que esa correspondencia era imposible, pues las cosas animal que ladra) representa una anomalía que amenaza con ser fatal
son infinitas, mientras que las palabras son limitadas en número: para la capacidad significante del lenguaje: pues, como dice enérgi-
«Por consiguiente, es inevitable que varias cosas sean significadas... camente el texto del libro r, si la significación de una palabra no es
por un solo y mismo nombre» 90. Vemos entonces que una misma p~­ una, entonces no hay significación en absoluto 94.
labra significa necesariamente una pluralidad de cosas, y que la eqUl- Hay, pues, dos equivocidades: una natural e inevitable, que con-
vocidad (10 que Aristóteles llama homonimia), lejos de ser un mero siste en la pluralidad de los significados, y otra accidental, que es la
accidente del lenguaje, aparece desde el principio como su vicio esen- pluralidad de las significaciones. Es el análisis de este segundo tipo
cial. Pero esa consecuencia debe ser corregida: pues si una misma de equivocidad el que va a dar ocasión a Aristóteles de aportar una
palabra significa cada vez una cosa distinta, ¿cómo entenderse en la decisiva contribución a la teoría de la significación. Sobre la plura-
discusión? «Si no se establecieran límites y se pretendiera que un lidad de las significaciones de una palabra se apoyan la mayoría de
mismo término significase una infinidad de cosas, es evidente que los argumentos sofísticos, o al menos los más temibles 95. El paralo-
desaparecería el lenguaje. En efecto: no significar sólo una cosa es gismo, en el estricto sentido del término, consiste efectivamente en
como no significar nada en absoluto, y, si los nombres no significa- tomar la misma palabra en diferentes acepciones a lo largo de un
sen nada, al propio tiempo se destruiría todo diálogo entre los hom- mismo razonamiento; se produce así la ilusión de que se significa
bres, e incluso, en verdad, todo diálogo con uno mismo» 91. Por tan- algo, cuando nada se significa, pues se le dan varias significaciones
to si el análisis del lenguaje nos ha puesto en guardia contra la a una misma palabra: la homonimia es tan sólo la apariencia de la
ill~vitable equivocidad de las palabras, la realidad de la comunicación significación 96, y por ello es el fundamento de esa sabiduría aparente,
nos lleva, por el contrario, a ver en la univocidad la regla, pues que la sofística.
sin ella toda comprensión sería en rigor imposible. Desde este último Distinguir las múltiples significaciones de una misma palabra:
punto de vista, la exigencia de significación se confunde con la exi- ésa será, en cambio, la tarea principal -podría incluso decirse que
gencia de unidad en la significación. Pero entonces, ¿cómo conciliar la única- de quien quiera denunciar las ilusiones sofísticas. En efec-
esa unidad de significación con la pluralidad de los significados? to: tan sólo la distinción de significaciones nos permitirá discernir,
Una sola vía se le abre a Aristóteles: distinguir entre el significado detrás de la palabra pronunciada por el interlocutor, la intención que
último, que es múltiple y, en rigor, infinito (puesto que el lenguaje,
en último análisis, significa a los individuos), y la significación, que

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nifica varias cosas» (1tA.EÍw clllflalvEtv),92, y que «tiene varias signi- la Idea es inmóvil), ni de tal o cual hombre en particular (pues no es eso
ficaciones» ~1toA.A.ax 00 e; AÉpaBat o Cl1jfla¡ ',IEl \1) 93. En el primer caso, lo que ha querido decir), sino de un tercer hombre. Pero Aristóteles responde
fácilmente a argumentos de ese género con su teoría del universal: «El hom-
Ibid., 1, 165 a 12. bre, como cualquier otra noción común, no significa tal o cual ser individual
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10 anima en el momento de pronunciarla, y, por tanto, la cosa que entre los argumentos la diferencia que algunos pretenden hallar cuan-
pretende significar en ese preciso momento. Tal es la importancia do dicen que unos se enderezan al nombre (~pó:; 'to~v0f-la) y otros al
que Aristóteles, en un notable pasaje de los Tópicos, asigna a este pensamiento mismo (::po:; ~jl" alá'lQtav) ' 99. Mejor dicho: todo argu.
método: «Es útil haber examinado el número de las múltiples signifi- mento es a la vez de palabra y de pensamiento, según el punto de
caciones de un término (to I1EV 7toaay'iñ~ M'(E'tal) tanto en orden a la vista desde el cual es enunciado o captado: «El hecho de dirigirse al
claridad de la discusión (pues se puede conocer mejor qué es lo que pensamiento no reside en el argumento mismo, sino en la actitud
se mantiene, una vez que se ha puesto en claro la diversidad de sus de quien responde por respecto a los puntos que concede (o,J..• av 'tqJ
significaciones) como para asegurarnos de que nuestros razonamien- )"ó·(o>... , dD: E') 'tÜJ -:6·) a;:oiUJlVÓI1E'¡O') ~ZEl') 7t(\)C; r:ooc; 'ta aEaOI1Élla)>> 100
tos se aplican a la cosa misma, y no sólo a su nombre. En efecto: sin Así' pues, todo ~s cuestió~ de actitud, o, diría~os, de intención 10<
ver con claridad en qué sentido se toma un término, puede suceder Según que la intención se dirija hacia la palabra o, a su través,
que quien responde, 10 mismo que quien interroga, no dirijan su es- hacia la cosa o idea significado, nos las habremos con uno u otro
píritu hacia la misma cosa (11~ E7tl 'talJ't¿'1 'tóv 'tE dr:oxptvÓI1E'IoV xal 'tO'l tipo de argumento, incluso cuando la letra del argumento perma-
épO>'tiñv'ta epÉpEIV U¡v alávolav), Por el contrario, una vez que se han nece la misma. Por último, sólo hay argumentos de palabra, estric-
aclarado los diferentes sentidos de un término, y se sabe a cuál tamente hablando, cuando se juega con la ambigüedad de un térmi-
de ellos dirige su espíritu el interlocutor cuando enuncia su aserto, no; pues un argumento así sólo posee realidad si nos atenemos a las
entonces parecería ridículo que quien interroga no aplicase su argu- palabras y nos abstenemos de discernir, tras su ilusoria unicidad, la
mento a dicho sentido» '11. pluralidad de sus sentidos. «Si, teniendo las palabras diversos sen-
Por el mero hecho de decir que una palabra tiene varias signifi- tidos, se supusiera (tanto por parte de quien interroga como por par-
caciones, se disocia la palabra de sus significaciones, y se reconoce te del interrogado) que sólo tienen uno... ¿puede decirse que esa
que la palabra carece de valor por sí misma 98, poseyéndolo sólo en discusión se dirige al pensamiento de quien es interrogado?» 102.
virtud del sentido que le damos. Dicho con más precisión: el valor y Aristóteles cita a este respecto un ejemplo, no acaso por azar toma-
significante no es inherente a la palabra misma, sino que depende do del campo de la ontología: «Puede ocurrir, por ejemplo, que el
d~ la intención que la anima. El lenguaje deja de ser ese terreno cer- ser y 10 uno tengan varios sentidos, y que, a pesar de ello, responda
cado al que pretendían atraernos los sofistas para prohibirnos luego el que responde y pregunte el que pregunta suponiendo que sólo hay
salir de él. El lenguaje, institución humana, remite, por una parte, a un sentido, teniendo el argumento por objeto concluir que todo es
las intenciones humanas que 10 animan, y por otra, a las cosas hacia uno» 103. Tal argumento s6lo tendrá valor si ignoramos la pluralidad
las que tales intenciones «se dirigen»: al decir que el lenguaje es de significaciones del ser y lo uno. Pero no reconocer esa pluralidad
significante, no se hace más que reconocer esa doble referencia.
Pero si ello es así, entonces no se puede disociar 10 que se dice

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un capítulo de la Ret6rica consagrado a las cualidades del estilo: «La bdleza 102 Arg. sofíst., 10, 170 b 20.
de una palabTa, como dice Lycimnios, reside, ya en los sonidos ay 'tOte; ~ó'P0le;), 103 Ibid., 170 b 21. Tal vez hay aquí una alusión a 2en6n, cuyo nombre
ya en la significaci6n (~ 'tep CTlJllalyoIlÉYlp)" (ilI, 2, 1405 b 6). Distinci6n impor- es citado, por lo demás, en este punto de los manuscritos, aoque rechazado
tante, en cuanto disocia el contenido significativo (que aquí engloba a un c?mo glosa por los editores modernos. Podríamos reconstuir así el argumento:
tiempo Jo que hemos llamado significado y significaci6n) y las cualidades SI todo ser es uno, como todo es ser, todo será uno. El argumento juega a la
sensibles de la palabra (auditivas o visuales, o también 10 que Arist6teles v~ c0;'l una pretendida identidad del ser y 10 uno, y con una pretendida
llama aqu11a lltiyallte; de la palabra (1405 b 18), o sea, según parece, su poder unIVOCidad de cada uno de los términos ser y uno. El principio de la soluci6n
de evocaci6n). Arist6teles recuerda aquí que dos expresiones pueden tener la de Arist6teles consistirá en reconocer, si no la identidad al menos la conver-
misma significaci6n sin tener, no obstante, el mismo valor estético: así, es tibilidad del ser y 10 uno (todo ser es uno en un sentido todo uno es ser
más hermoso decir «el amor de dedos de rosa (poaOaÚX'toAOe;)" que «el amor de en un sentido), a reserva de distinguir múltiples significaciones del ser y 10
dedos rojos (tpOllllXOaXÚ"tuAoe;)" (1405 b 19). uno (así, no todos los seres son unos en el mismo sentido).

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· no es ni siquiera pensar con falsedad: es no pensar en absoluto; si fistas se encierran en el lenguaje, y quieren encerrar en él a sus adver-
nosotros afirmamos o dejamos decir, por ejemplo, que todo es uno sarios, persuadidos como están de que el lenguaje no remite más que
porque el ser es uno y todo es ser, nos hemos dejado llevar por la a sí mismo; pero Aristóteles descubre que el lenguaje significa, es
identidad de los signos, pero nuestra intención no ha podido seguir decir, que a través suyo se dirige una intención humana hacia las
nuestro lenguaje, en razón de que la palabra uno (y, lo que aquí im- cosas. No existen, pues argumentos que lo sean tan sólo de palabra,
porta más, la c6pula ser) están tomadas sucesivamente en acepcio- y a los que estemos obligados a responder sólo con palabras; todo
nes distintas I()$. En general, un paralogismo sólo puede ser tomado argumento, el de palabra incluido, revela alguna intención (aunque
por un silogismo en la medida en que nos atenemos a la identidad sea inconsciente), y en el plano de las intenciones puede y debe ser
del signo sin discernir la pluralidad de las significaciones. rdutado.
La distinción de las significaciones será, pues, el método universal
para refutar sofismas. Estos se apoyan en la ambigüedad, la cual, * * *
según hemos visto, no es más que la apariencia de la significación;
por el mero hecho de denunciar la ambigüedad, suprimiremos la apa- Es este paso del plano de las palabras al de las intenciones, que
riencia sofística: «A los argumentos que son verdaderos razonamien- Aristóteles obliga a dar a sus adversarios los sofistas, el que consti-
tos se les responde destruyéndolos, y a los que son s6lo aparentes, tuye el nervio de la argumentación del libro contra los negadores del
haciendo distinciones (otrov A.ÓrOlV "tOO¡; fi€V OUA.A.EA.0TtOfiÉvOO¡; aVEA.óV'ta, principio de contradicción. Tal principio, reconoce Aristóteles, no
"tOO¡; ai epatVofiÉvOUc; all;A.Óv"ta A.~€lV)>> lOS. Nos damos cuenta de la im- puede ser demostrado, puesto que es el fundamento de toda demos-
portancia filosófica de dicho método, si pensamos que la homoni- tración: demostrarlo sería incurrir en petición de principio. Ahora
mia es el procedimiento que usan sistemáticamente los malos filó· bien: es posible establecerlo por vía de refutación (CX7toaEtxv6val
sofos, ésos que, como Empédocles, «nada tienen que decir y fin- HE"'(X'ttxro¡;)I09, es decir, refutando a sus negadores. Pero ¿evitare-
gen, no obstante, decir algo» 106. Con Aristóteles, el lagos deja de mos así la petición de principio? Si la refutaci6n es un silogismo liD,
tener la fuerza de apremio que poseía a ojos de los sofistas; pues ¿no supondrá ella misma el principio que se discute? ¿Bastará con
el lenguaje tiene sólo el valor de la intenci6n que lo anima, como lo advertir que los sofistas, al negar el principio de contradicción, se
prueba el hecho de que intenciones múltiples pueden ocultarse tras contradicen a sí mismos, por cuanto consideran esa ne~aci6n verda-
un discurso aparentemente uno. Por eso, al juzgar a los fil6sofos del dera, con exclusión de la afirmación que la contradice? lll. Tampoco
pasado, Arist6teles nunca se atendrá a las palabras, sino que buscará,
tras la letra, el espíritu, la atávota, única que puede dar sentido al 109 r, 4, 1006 a 11.
lagos Iln. liD Esto es lo que parece desprenderse de la definición que dan de ella
los Primeros Analiticos, II, 20, 66 b 11: «La refutación ... es el silo¡¡ísmo de la
Por eso, en fin, la distinción que Aristoteles establecía, al prin- contradicción» (es decir, el silo¡¡ísmo que establece la proposición contradic·
cipio del libro r, entre aquellos que argumentan «para resolver un toria de aquella que se refuta). Cfr. Arg. sofíst., 9, 170 b 1. Pero en la Ret6-
problema real» y los que hablan «por el gusto de hablar» (A.ÓTOU rica, Aristóteles admite que «la refutación difiere del silogismo» (II, 22,
Xáptv) 108 era tan sólo '.lOa concesi6n provisional a los sofistas. Pues 1396 b 24). En la práctica, el término nen0!; designa un modo de argumen·
tación más personal que el silogismo: se trata principalmente de hacer ver que
nunca se habla «por hablar», sino para decir alguna cosa; es inconce- la afirmación del adversario se destruye a sí misma en el momento en que se
bible un discurso que no sea significante, o al menos que no quiera expresa; el wTJ.0~ sería entonces una refutación que el adversario se hace
serlo. Tal es el principio de toda argumentación antisofística: los so- a sí mismo, y el papel del dialéctico consistirfa sólo en hacerle ser consciente
de dicha «autorrefutación». Es lo que podría llamarse, de acuerdo con la ex·
IOf Para la si~ificación intrínseca de tales ar~entos, cfr. más adelante, presión propuesta por el P. ISAYE (<<La justification critique par rétorsion»,
l." Parte, cap. HI: «Dialéctica y ontología». Revue philosophique de Louvain, 1954, pp. 205-33), un arRumento por retor·
lOS Arg. sofíst., 18, 176 b 35. Pese a la coincidencia terminológica, es sión. Un buen ejemplo de ese argumento nos lo da Fís., VIII, 3, 254 a 27:
obvio que tal método de división no tiene nada que ver con la 8ta{peCH!; negar el movimiento sigue siendo afirmar el movimiento, puesto que la opio
platónica: ésta era una división real, efectuada (aunque arbitrariamente, según nión es ella misma un movimiento del alma. Se ha intentado relacionar ese
Aristóteles) en el interior de los géneros, mientras que, en Aristóteles, se modo de argumentación con el empleado en el Si fallor, sum de San Agustín,
trata sólo de distinciones en principio semánticas (aunque más adelante vere- y en el cogito (o más bien dubito) ergo sum de Descartes, e incluso se ha
mos que no dejan de tener cierto alcance real). llegado a plantear si no habría en aquél una posible fuente del CORito (cfr.
106 Retórica, III, 5, 1407 b 12 ss. P.-M. SCHULL, «y a-t-il une source aristotélicienne du cogito», Revue philo-
107 Cfr. l." parte, cap. L·, p. sophique, 1948, pp. 191·94).
loa r, 5, 1009 a 16·22. Cfr. más arriba, pp. 94·95. 111 En general, así es como las exposiciones del aristotelismo resumen la

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se evitarra asl el reproche de petición de principio: pues ¿en nombre pios, en cuya virtud un solo principio, en general, puede ser estable-
de qué, sino del principio de contradicción, objetamos sus contra- cido) 117; sino que le basta con que e! sofista hable, pues entonces da
dicciones a unos adversarios que niegan precisamente ese principio? testimonio, mediante el ejercicio de la palabra (cualquiera que sea
Hay que buscar, pues, en otra parte -yen otra parte que en una su contenido), de la esencia del discurso, que es la significación:
refutación de forma silogística- la clave de la argumentación de testimonio vital en cierto modo, que sigue estando más acá de la
Aristóteles: «El principio de todos los argumentos de esta naturaleza expresi6n, pero que bastará para poner al sofista en conflicto consigo
no consiste en pedirle al adversario que diga que algo es o no es (pues mismo. Pues, como observa Aristóteles, el sofista, «al suprimir el
de esa suerte podría pensarse que se supone 10 que está en cuestión), discurso, se sirve del discurso» liS, y, en su virtud, podríamos añadir
sino en pedirle que signifique algo, tanto para si mismo como para con Aristóteles, «cae bnjo el peso del discurso» "'. Por 10 tanto, es
los demás (dlld"to OYjJ-lUíVE!V TÉ "tl Y-Ilt a~;:<f' xai áll~». 112, Po- él, y no su adversario, quien comete petici6n de principio, pues, a fin
dríamos extrañarnos de esa advertencia, si, lejos de ser una arbitraria de argumentar, se vale de aquello mismo que está en cuestión: el va-
solicitud del refutador, no fuese consustancial, de algún modo. al lor del discurso. Puede añadirse -y, tras la petición de principio, ésa
lenguaje mismo: «Eso es completamente necesario, si él quiere decir es la segunda falla en su argumentación- que en el preciso instante
realmente algo; en caso contrario, efectivamente, no habría para se- en que niega e! valor del discurso, da testimonio de él -si no con
mejante hombre un lenguaje, ni consigo mismo ni con los demás» IU. las palabras, al menos en esplritu- en virtud de aquel mismo recha-
Para poder ejercitar la refutación, por consiguiente, es necesario y zo: aquí es donde podríamos ver una «contradicción» en su actitud,
suficiente que «el adversario diga alguna cosa» '''. Pues, si habla, hay si bien a condición de percatarnos de un conflicto más profundo que
por 10 menos algo que no puede dejar de admitir: que sus palabras el expresado en palabras, un conflicto que podría llamarse vital y, en
poseen un sentido. cierto modo, «antepredicativo», puesto que no opone talo cual pro-
AsI llegamos a ese «algo definido» 11.5, a ese principio común a posici6n a tal o cual otra, sino «lo que se piensa» a «lo que se
los dos adversarios, que es fundamento indispensable de todo diálo- dice» 120.
go "'. Sólo que, en este caso, tal principio no pertenece al orden del Tal es, pues, el principio aristotélico de la .refutación». Pero
discurso ni puede hacerlo, pues, si perteneciese, caeríamos de nuevo ésta quedada incompleta si sobreviniera aún una duda sobre 10 que
en petición de principio: supondríamos que el adversario ha conce- conlleva el carácter significante del lenguaje. Pues pudiera ocurrir
dido precisamente aquello que pone en cuestión, a saber, que cierta que una misma palabra significase esto y aquello, es decir, esto y
proposición (aquí, la de que las palabras tienen un sentido) es verda- no-esto; por ejemplo, que la palabra hombre significase tanto el no-
dera, con exclusión de su contradictoria. Pero en realidad no hay hombre como el hombre; en tales condiciones, el principio de contra-
petición de principio, pues el fundamento del diálogo, y con él el de dicción ya no tendda valor, pues de una cosa podrla decirse que es
la refutaci6n, se halla más acá de! discurso: que «las pnlabras tengan «asl y no-así» 121 (por ejemplo, de Sócrates, que es hombre y no-
un sentido» no es una proposici6n más entre otras, sino la condi- hombre). Pero Aristóteles responde sin mucho trabajo que, si una
ci6n de posibilidad misma de todo discurso. Arist6te!es no le pide al
sofista que la admita como principio (pues el sofista le rechazarla, 117 «Toda demostración se remite a este principio último, pues es pdn·
ya que niega e! principio de contradicción, ese principio de princi- cipio naturalmente, incluso para todos los demás axiomas~ (f, 3. 1005 b 32).
lIS ALEJ.} 274, 27: 'A"atpw" a~ Mlo" 1P~'tat lÓltp.
119 'Avatpüw aE: )..ól'0" o1ColLl!\I!l )..ólo". (r, 4, 1006 a 26) .
argumentación de Aristóteles. Cfr. L. ROBIN, ArisJoJe, p. 104: se trataría de 120 «Es imposible en cualquier caso concebir que la misma cosa es y no
hacer ver en ese pasaje, que «los que los niegan los primeros principios esta- es, como algunos creen que dijo Heráclito. Pero no es necesario que se piense
blecen el' legítimo fundamento de ellos, en virtud del hecho mismo de sus Jodo lo que se dice.. (r, 3, 1005 b 24). Por 10 demás, es cierto que Aristóteles
propias contradicciones»; M.-D. PHILlPPE, IniJiaJion a la pbilosopbie d'Aris- afirma de su adversario que, «al mismo tiempo, dice una cosa y no la dice»
JoU, p. 123: «Las propias palabras del adversario... muestran con evidencia (4, 1008 b 9; cfr. 1008 a 21). Si Aristóteles opone aqui el decir al decir, y no
que el objetante se halla en contradicción consigo mismo., etc. el decir a la in/enci6n, es porque no puede separarse normalmente la palabra
112 r, 4, HX)6 a 18. de la intenci6n, el decir del querer decir: el error de los sofistas -error que se
1IJ 1006 a 22. denuncia por sr mismo- ha sido creer que podían decir cosas que no pocHan
11. 1006 a 12. razonablmlente querer decir, de manera que su intención real se rebela contra
lIS 1006 a 25. su discurso explicito, reduciéndolo a palabras vadas de sentido, a simples
116 Cfr. K, 5, 1062 a 11: «Los que tienen que discutir entre sí deben J» /laJus vacis. En este sentido es en el que, a la vez. dicen y no quieren decir
nerse de acuerdo sobre algún puntOj sin que se dé esta condición, ¿cómo podría --o sea, no pueden querer decir- una misma cosa.
haber discusión común a los dos? 121 r, 4, 1006 a 30.

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misma palabra pudiera presentar una pluralidad indefinida de signi- Así se aclara al fin la refutación que hace Aristóteles de los ad-
ficaciones, todo lenguaje sería imposible, pues cada palabra ya no
remitiría a una intención, sino a una infinidad de intenciones posi-
vers~rios del p.rJncipio de contradicción. Hasta ahora, parecía que
segwamos movlendonos en el plano del lenguaje, cuando 10 que su-
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bles: «No significar una única cosa, 10 hemos visto, es como no sig- ~ede ~s que el prin~pio en cuestión es un principio ontológico (<<es

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nificar nada en absoluto» 122. ImpOSIble que la mIsma cosa sea y no sea, en un solo y mismo tiem-
Ahora bien, ¿qué es 10 que nos garantiza que tal o cual palabra po») 125, y su estudio compete, según la opinión misma de Aristóte-
conserva una única significación? Dicho con más precisión: puesto les, a la «ciencia del ser en cuanto ser» 126. Aristóteles ha previsto la
que, por sí misma, no es más que un «sonido», y su significación le objeción: «La cuestión no está en saber si es posible que la misma

II
viene de la intención humana que la anima, ¿cómo es que intencio- cosa sea y no sea a la vez un hombre en cuanto hombre, sino en
nes múltiples (empezando por la mía y la de mi interlocutor) van a Ctl~n.t? a la cosa misma (p:i¡... -:0 ovop.a, di.!-d -:0 7tpd"(p.a). 127. y es el
ponerse de acuerdo en cuanto a la imposición de un mismo sentido? analíSIS de los fundamentos del lenguaje (análisis al que los sofistas

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¿Se dirá que la unidad de significación se basa en la universalidad de se ne~aban, alegando que el lenguaje, pues era él mismo un ser, no
una convención? Hemos visto, SIn duda, que Aristóteles, con su no- neceSItaba fundamento alguno fuera de sí mismo) el que revela a

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ción de aÚ!1~oA.OV, insiste en el carácter «convencional» de la signi- Aristóteles que el plano de la denominación remite al plano del ser,
ficación de las palabras. Pero con ello quería decir que éstas no eran puesto que sólo la identidad del ser autoriza la unidad de la denomi-
significantes por naturaleza, y que su sentido sólo podía proceder de n~~ión: ,Ello supu.est?,. la exigencia «lingüística» de unidad en la sig-
una intención significante: no por ello negaba que dicha intención mf1caClon y .el prIn~lplO ontológico de identidad se confunden, pues-
pudiera ser universal. El recurso a la «convención» no excluye, pues, to que la pr!mera Uene sólo sentido en virtud del segundo: «Signifi-
la universalidad de la convención, pero no por ello la explica: 10 car la esenCIa de una cosa es significar que nada distinto de eso es
convencional nunca es universal más que por accidente, no por esen- la quididad de tal cosa» 128, Sigue siendo cierto, con todo (y tendre-
cia. Ello supuesto, dentro de la hipótesis «convencionalista» ---que m~ que, volver a menudo sobre esta observación), que el principio
explicaría por la mera convención la fuerza significante de las pala- de Idenudad" a falta de poder ser directamente demostrado, aparece
bras- sería un milagro permanente que el lenguaje tenga un senti- como dep~~diente, al menos en sus condiciones de implantación, de
do, es decir, un único sentido. Por 10 tanto, Aristóteles no puede u?a reflexlon sobre el lenguaje. Empero, resulta establecido, o más
quedarse ahí: si las intenciones humanas, como atestigua la experien- bIen s?puesto, por el lenguaje, como aquello que es previo a todo
cia, se corresponden en el diálogo, es preciso que ello ocurra en un lenguaje, pues es su fundamento: al principio, no sólo lógico sino
terreno que fundamente objetivamente la permanencia de ese encuen- ontológico, de contradicción, es descubierto inicialmente por Áristó-
tro. Dicha unidad objetiva, en la cual se basa la unidad de la signifi- teles como la condición de posibilidad del lenguaje humano.
cación de las palabras, es 10 que Aristóteles llama la esencia (ouola), De esta manera, la refutación de la negación sofística del princi-
pio de contradicción (negación a la que se reconducen, en último aná-
o también la quididad, el lo que es ('to 'tl htl). «Por significación
lisis, todos los argumentos sofisticos, lo mismo que, a la inversa, el
única entiendo aquí 10 siguiente: si hombre significa tal cosa y si principio de contradicción es el principio de toda demostración) lleva
algún ser es el hombre, tal cosa será la esencia del hombre ('to dv6poo1till a Aristóteles a precisar, a través de una especie de análisis regresivo
elvat). ID. Dicho de otro modo: aquello que garantiza que la pala- de las condiciones de posibilidad, las relaciones entre lenguaje, pen-
bra hombre tiene una significación única es, al mismo tiempo, 10 que
hace que todo hombre es hombre, a saber, su quididad de animal ra- 124 Ibid., 1006 a 32.
cional o de «animal bípedo» 124. Decir que la palabra hombre significa 125 K. 5, 1061 b 36. Aristóteles enuncia siempre el principio de contra-
alguna cosa --o sea, una sola cosa- es decir que, en todo hombre, dicción como una ley del ser (dr. De Interpr., 6, 17 a 34; Arg. salíst., 5.
aquello que hace que sea hombre y que 10 llamemos así es siempre 167 a 23; Met., r, 3. 1005 b 18). El principio l6gico: «Una proposici6n no
puede ser a la vez verdadera y falsa», o «Dos proposiciones contradictorias
una sola y misma esencia. La permanencia de la esencia se presupone no. pue~en s~r verdaderas al mjs~o tiempo», es s610 un corolario del primero:
así como fundamento de la unidad del sentido: las palabras tienen «SJ. es U?poslble que los contrarios pertenezcan a la vez a un mismo sujeto...
JI un sentido porque las cosas tienen una esencia. es l.lDposlbJe. para un mismo hombre. concebir al mismo tiempo que una mis-
ma cosa es y no es» (ibid., 1005 b 26).
126 r, 3. 1005 a 28.
1006 b 7. 127 r. 4. 1006 b 21.
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1006 a 32. 128 Ibid., 1007 a 26.


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saminto y ser. La condición de posibilidad de ese discurso interior el gusto de hablar», si es cierto que toda palabra es palabra acerca
que es el pensamiento y de ese discurso proferido que es el lenguaje del ser, que compromete por ello a quien la pronuncia.
reside en que las palabras tengan un sentido definido, y 10 que hace Más aún: es en el momento mismo en que creen dominar el len·
posible que las palabras tengan un sentido definido es que las cosas guaje cuando los sofistas se dejan dominar por él, y, por haber que·
tengan una esencia. Pero es más interesante todavía el proceso que rido tener razón en el plano del discurso, acaban por extraviarse en
sigue Aristóteles en esa refutación, y, más en general, en su refuta- el plano del pensamiento, y en él deben ser refutados. Tal parece ser
ción de los argumentos sofísticos. La fuerza de los sofistas consistía, el sentido de la inversión sugerida por Aristóteles en los Argumentos
como hemos visto, en imponer al adversario su propio terreno: el de solístieos entre argumentos de palabra y argumentos de pensamiento.
los discursos. A diferencia de Platón, Aristóteles parece aceptar por El argumento que se funda en la ambigüedad parece ser el tipo mis-
un momento dicha exigencia, al decidir volver en contra de los so- mo de argumento de palabra, y efectivamente en ese caso ambos ad-
fistas un procedimiento que es él mismo de inspiración sofística: la versarios saben a qué atenerse sobre la naturaleza verbal del argu-
refutación. Pero el ejercicio de la refutación revela a Aristóteles que mento; pero entonces puede también decirse que ya no hay argu-
ninguna refutación es solamente verbal: refutar un argumento es, en mento. No sucede lo mismo si como el sofista desea, la ambigüedad
primer lugar, comprenderlo, puesto que a través suyo es imposible es ignorada por el interlocutor. «Si la palabra tiene sentidos divers s,
que el adversario no haya querido decir alguna cosa. Nos percatamos per? quien responde no se da cuenta de la ambigüedad, ¿cómo no
entonce de que talo cual argumento, que es correcto en el plano del declf en este caso que quien interroga se dirige con su argumento al
decir, no lo es en el del querer decir: detrás de la unidad del signo pensamiento de quien responde?» 132. En efecto: este 6ltimo cree en-
se oculta una pluralidad de intenciones inconfesadas o acaso incons· tonces pensar una cosa única a través de la palabra única, y en este
cientes, pero que en todo caso la refutación no puede dejar de tener caso hay argumento, aunque sea un argumento aparente. Pues bien:
en cuenta, pues la comunicación y el diálogo pueden establecerse en la. apariencia (que no es sólo verbal, sino que engaña al pensamiento
el plano de las intenciones, y sólo en él. Así pues, el lenguaje -y por mIsmo) procede de una ignorancia de la función significante del len-
eso es significante-- nos remite, querámoslo o no, a las intenciones guaje: el que responde no separa su pensamiento del lenguaje que
humanas que 10 animan; en este sentido, toda refutación acaba por emplea o que recibe de su interlocutor, y por eso sigue creyendo que
ser una argumentación ad hominem 129: «Los que sólo quieren reno piensa en el mismo momento de pronunciar palabras vacías de senti-
dirse a la fuerza del discurso piden lo imposible» 130. Lo que los so· do. Por el contrario, reconocer la ambigüedad es librar al pensamien·
fistas dicen queda refutado de hecho por lo que piensan y lo que to de sus lazos con el lenguaje, reduciendo éste a su verdadera fun.
hacen: «¿Por qué nuestro filósofo se encamina hacia Megara, en vez ción: la de un instrumento, cuya única fuerza es la de la intención que
de quedarse en casa pensando que va allí? ¿Por qué, si de madrugada en cada instante 10 saca de la inanidad.
encuentra un pozo o un precipicio, no se dirige hacia él, sino que, por La experiencia de la distancia, experimentada por vez primera
el contrario, se muestra precavido, como si pensara ~ue caer en él en la polémica contra los sofistas, es por tanto el verdadero punto
no es a la vez malo y bueno? Está claro que estima que una cosa es de partida de la filosofía aristotélica del lenguaje: distancia entre el
mejor y otra peor. Si ello es así, debe también creer que tal cosa es lenguaje y el pensamiento, del cual no es sino instrumento impero
un hombre y que tal otra no 10 es» J3J. Nunca se habla, entonces, «por fecto y siempre revocable; distancia entre el lenguaje y el ser, según
atestigua, pese a Antístines, la posibilidad de contradicción y error.
129 «Verdades tales no conllevan demosrraci6n propiamente dicha, sino
Con Aristóteles, 10 asombroso no es ya que se pueda mentir o errar,
s610 una prueba ud hominem (1tpO~ 'tÓV~E») (K, 5, 1062 u 1). Pero tal prueba sino que pueda significar el ser un lenguaje que descansa en conven·
no es ud hominem más que como último recurso, y aún en tal caso dicho re- ciones humanas. La experiencia fundamental de la distancia es corre·
curso está filos6ficamente justificado por medio del reconocimiento del fun- gida entonces por el hecho, no menos incontestable, de la comunica-
damento humano de todo discurso. En esto difieren las refutaciones de Aris- ción. A él vuelve siempre, como último recurso, Aristóteles: nada
t6teles de una crítica como la de PLATÓN en el Eutidemo, que se contenta
con arrojar descrédito y ridículo sobre los sofistas, sin ver d6nde reside el ~re~~ponía a las palabras para que fuesen significantes; pero «si no
vicio de sus argumentos. slgruÍlcasen nada, se desplomaría con ello todo diálogo entre los hom·
lJO r, 6, 1011 u 15. bres, y, en verdad, hasta con uno mismo» 133. Asimismo, el análisis
131 r, 4, 1008 b 13 ss. Este procedimiento de refutaci6n, consistente en
oponer lo que el adversario dice a lo que realmente piensa y a lo que hace,
más superficial del lenguaje tropieza con el hecho de la equivocidad:
volverá a ser empleado por los estoicos de la época imperial, en su polémica
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Arg. sofíst., lO, 171 a 17.


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contra los escépticos (cfr. EPICTETO, Coloquios, n,20,1 y 28,31). 132

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tas en número? Y sin embargo, es preciso que la univocidad de las cación 1.16.
palabras sea la regla y la equivocidad la excepción, pues de no ser La t~oría ~ristotélica del lenguaje ~resupone, pues, una ontología. (
así todo diálogo sería imposible. Ahora bien: el diálogo es posible Ahora bIen: Inversamente, la ontologla no puede hacer abstracción
entre los hombres, pues existe; por consiguiente, las palabras tienen del lenguaje, y ello no sólo por la razón general de que toda ciencia
sentido, es decir, un solo sentido. necesita palabras para expresarse, sino por una razón que le es pro-
Si la experiencia de la distancia, al separar el ).áloe; del av pia: aquí, el lenguaje no es sólo necesario para la expresión del ob-
parecía desalentar cualquier proyecto de ontología, la experiencia de jeto, sino también para su constitución. Mientras que el discurso
la comunicación vuelve a introducir su necesidad. Si los hombres se encuentra su objeto bajo el aspecto de tal o cual ser determinado que
entienden entre sí, se requiere una base para su entendimiento, un existe independientemente de su expresión, el hombre no habría pen-
lugar en el que sus intenciones se encuentran: y ese lugar es el que sado jamás en plantear la existencia del ser en cuanto ser, sino como
libro r de la Metafísica llama el ser ('to El vat) o la esencia (~oóala).
Si los hombres se comunican, lo hacen dentro del ser. Cualquiera que 136 Aristóteles toma el término axioma del lenguaje de las matemáticas
sea su naturaleza profunda, su esencia (si la cuestión de la esencia (r, 3, 1005 a 20), pero amplía su uso: designa con él uno de los principios
del ser puede tener sentido), el ser resulta presupuesto en principio del silogismo, no lo que es demostrado (o " ni aquello a que se refiere la
demostración (..Epi 8), sino aquello a partir de lo cual (~~ t1v) y por lo cual
por el filósofo como el horizonte objetivo de la comunicación. En ese (1il'JJY) procede la demostración (Anal. Post., 1, 7, 75 a 41; 10. 76 b 14).
sentido, todo lenguaje -no en cuanto tal, sino en la medida en que Cada ciencia posee así un cuerpo de axiomas. Pero además de los axiomas
es comprendido por el otro 134_ es ya una ontología: no un discurso propios de cada ciencia, existen axiomas comunes a todas (por ejemplo, el
inmediato sobre el ser, como quería Antístenes, y menos aún un ser principio de contradicción), que, por el hecho de «abarcar todos los seres»,
él mismo, como creía Gorgias, sino un discurso que sólo puede ser competen a la ciencia del ser en cuanto ser (r, 3, 1005 a 22). No obstante,
como veremos, tal ciencia existe sólo a título de proyecto, de tal modo que
comprendido si se supone el ser como fundamento mismo de su com- los axiomas comunes, esos axiomas «que todos los hombres usan, pues perte-
prensión. Desde tal punto de vista, el ser no es otra cosa que la uni- necen al ser en cuanto ser» (¡bid., 1005 a 23), serán extraídos de hecho, no
dad de esas intenciones humanas que se responden unas a otras en el de un imposible análisis del ser en cuanto ser, sino de una reflexión acerca del
diálogo: terreno siempre presupuesto y que nunca está explícito, sin diálogo de los hombres entre si, diálogo del cual los axiomas comunes apa-
recerán entonces como condición de posibilidad. De esta suerte, la función de
el cual el discurso quedaría concluso y el diálogo sería inútil. La on- los axiomas comunes no es tanto, ni mucho menos, la de revelarnos las pro-
tología como discurso total acerca del ser se confunde, pues, con el piedades del ser (pues el ser en cuanto ser no puede -ser su;eto de ningún
discurso en general: es una tarea infinita por esencia 135, pues no po- aserto), cuanto la de asegurar o justificar la coherencia del discurso humano.
Pero el axioma (yen esto el uso aristotélico concuerda con el euclídeo), a
dría tener otro final que el del diálogo entre los hombres. Pero una diferencia de la hipótesis (br:rj6EOlC;1 y del postulado (al'tYjl1a), es «aquello que
ontología como ciencia puede proponerse inicialmente una tarea más es necesariamente por -sí y que debe necesariamente creerse~ (Anal. post., 1,
modesta y realizable dentro de su principio': establecer el conjunto lO, 76 b 23). Hay, pues, una necesidad intrínseca del axioma, que bastaría
de las condiciones a priori que permiten a los hombres comunicarse para distinguirlo de una simple convención. Sólo que, si bien el axioma es
por medio del lenguaje. Igual que cada ciencia se apoya en principios necesario, nosotros no poseemos por ello su intuición (sin lo cual no se com-
prendería por qué Aristóteles se toma tanto trabajo por establecer el más
o axiomas, que delimitan las condiciones de su extensión y validez, fundamental de todos: el principio de contradicción), y el substitutivo de la
así el discurso en general presupone axiomas comunes (como el prin- intuición es aquí la universalidad de la «convención», del «encuentro~ dia·
cipio de contradicción), cuyo sistema sería la ontología, que constitu- léctico. No hay, para Aristóteles, contradicción entre convención y objetividad,
ye así 10 que podríamos llamar, sin apartarnos exageradamente del entre hipótesis y necesidad: el axioma común es una «hipótesis» por cuanto
es «supuesto» por el discurso humano, pero es una hipótesis objetiva y neceo
saria por cuanto el acuerdo entre los hombres y la coherencia de su discurso
113 Met., r, 4, 1006 b 8. exigen el ser en cuanto ser como fundamento de ese acuerdo y esa coherencia.
134 Esta reserva permite presentir el papel privilegiado de la dialéctica en Así, pues, la ontología es efectivamente un sistema de axiomas, y, en tal sen-
la constitución de la ontología. Cfr. más adelante, cap. 111: «Dialéctica y on- tido, una «axiomática»; ahora bien (y ello bastaría para distinguir el sentido
tología». de esa palabra de su uso moderno, y para aproximarla al sentido euclídeo).
135 «Es una tarea indefinida (dóplO1:a) la de enterarse de todas las razones es una axiomática objetiva y necesaria: la única axiomática posible del dis-
que hacen aparentes las refutaciones a cualquier hombre» (y no sólo al hom- curso humano. Acerca del principio de contradicción como axioma común,
bre «competente» en tal o cual género particular del ser) (Arg. sofíst., 9, dr. Met., B, 2, 996 b 28; acerca de la asimilación de la ciencia del ser en
170 b 7). Cfr. ibid., 170 a 23 (infinidad de las demostraciones posibles), cuanto ser y la ciencia de los axiomas comunes, dr. Met., r, 3, especialmente
170 a 30 (cerrrelativa infinidad de las refutaciones posibles). 1005 a 26 ss.; K, 4, 1061 b 18.

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horizonte siempre presupuesto de la comunicación. Si el discurso no güedad que había ímpedidó hasta entonces que todos los discursoS
mantiene ya, como en los sofistas, una relación inmediata con el ser, sobre el ser fuesen algo más que «tartamudeos» 139.
al menos -y por esa misma razón- es mediación obligada hacia el
ser en cuanto ser, y ocasión única de su surgimiento. La necesidad
de una ontología no se hubiera presentado nunca sin el asombro del 2. LA MULTIPLICIDAD DE LAS SIGNIFICACIONES DEL SER:
filósofo ante el discurso humano: asombro cuyo primer e involunta- EL PROBLEMA
rio estímulo habrán sido las paradojas sofisticas.
Estas consideraciones, a que hemos sido llevados por un análisis La refutación de los paralogismos sofisticos ha llevado a Aristó- ,'. 1
de los textos aristotélicos acerca del lenguaje, y, en particular, un teles a admitir, como fundamento de la comunicación entre los hom-
análisis del uso aristotélico de la noción de significación, no preten- bres, la existencia de unidades objetivas de significación, que él llama
den decir nada por anticipado sobre el contenido mismo de la onto- esencias. Inevitablemente, si siguiéramos el razonamiento de los so-
logía aristotélica, sino tan sólo mostrar de qué modo pudo nacer en fistas, habría que admitir que no hay esencias y que todo es acciden-
Aristóteles, y no en sus predecesores, el proyecto de una ontología te 140. O también: si una teoría de la significación conduce a una on-
tología de la esencia, una teoría --o más bien una práctica- de la
como ciencia autónoma. El análisis del lenguaje, reconocido como sig-
equivocidad conduce a 10 que aparece primero como una ontología
nificante, nos ha hecho rebasar el plano «objetivo» de las palabras, del accidente, pero pronto será denunciado como la negación misma
único que conocen los sofistas, en dirección al plano, problemático de toda ontología. De este modo, el absurdo de una ontología que
siempre al ser «subjetivo», de las intenciones. Pero el acuerdo, o al reduciría el ser al accidente va a confirmar, a contrario, el resultado
menos el encuentro de éstas en el seno de la realidad humana del de los análisis de la significación.
diálogo, nos ha llevado a presuponer como lugar de dicho encuentro ¿Qué sucedería, en efecto, si un nombre pudiera tener varias
una nueva objetividad, que es la del ser. La objetividad del discurso, significaciones (relación que, en espera de un más amplio análisis,
puesta en peligro por la subjetividad de la intención (la cual, consi- designaríamos con el término corriente de equivocidad)? Sin duda,
derada aisladamente, corría el riesgo de aparecer como convención) podríamos seguir atribuyendo ese nombre a una cosa: podría decirse
queda al fin restaurada en nombre de la intersubjetividad del diálogo. así que Sócrates es hombre; pero la palabra hombre, al tener por
El proyecto de una ontología aparece así ligada, en Aristóteles, hipótesis varias significaciones, no significaría sólo la esencia del
a una reflexión, implícita pero siempre presente, sobre la comunica- hombre, sino también la esencia del no·hombre, o más bien la no-
ción. Este carácter antropológico 137, desde el principio, del proyecto esencia del hombre. Decir que Sócrates es hombre implicaría enton-
aristotélico bastaría para distinguirlo de todos los discursos preten- ces que Sócrates es hombre y no-hombre. Sin duda, no hay en eso
ciosos, pero en definitiva «balbucientes», acerca del ser, efectuados contradicción alguna: «Nada impide, en efecto, que el mismo hombre
por sus predecesores: su defecto común ha sido el de querer averi- sea hombre y blanco, e innumerables otras cosas» 141. Pero sólo se
guar los elementos (O'tOlX€ta.) del ser antes de distinguir las distin- escapa a la contradicción haciendo de hombre un atributo de Sócra-
tas significaciones de la palabra humana sobre el ser 138. Pero la an- tes entre otros, en vez de la designación de su esencia. En la perspec-
tropología, como se verá, no excluye el rigor: el análisis aristotélico tiva de la equivocidad, hombre no puede significar la esencia del
de las significaciones del ser, al sustituir a la vieja especulación «físi- hombre (pues la esencia es una, y entonces la significación sería tam-
bién una), sino que significa tan sólo alguna cosa de Sócrates. La
ca» sobre los elementos, va a disipar por fin la fundamental ambi-
práctica sofística del lenguaje impide así privilegiar cualquier atri-
buto, sea el que sea: de ninguno podemos decir que expresa la esen-
137 Decimos precisamente antropológico, y no lingüistico, pues lo que in· cia de la cosa, pues la esencia es única, mientras que la atribución es
teresa a Aristóteles en el discurso no es tanto la estructura interna del lenguaje
como el universo de la comunicación. 0, al menos, aquélla no le interesa sino ad libitum. Vemos así la diferencia entre un lenguaje atributivo, o
en la medida en que refleja o anuncia ésta. Ello, en nuestra opinión, hace sea, a fin de cuentas, adventicio y alusivo, y un lenguaje significativo:
insuficientes todas las interpretaciones «lingüísticas)) de la ontolo~ía aristoté- en el plano de la atribución, es legítimo decir que una cosa es esto
lica, cuyo origen se remonta, segÚD parece, a Trendelenburlt (Geschichte der

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Kategorienlehre), y que han sido reasumidas por BRUNSCHVICG (cfr. especial-
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A, 10, 993 a 15.


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mente Les I1ges de l'intelligence, pp. 57 ss.). Cfr. r, 4, 1007 a 22, 33. c{E
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138 "OAW~ 'tt 't0 'twv ov'twv C7j'tEIV a'totXEla Il.~ lllEMna.; 1tOnaxw~ AEToy.évwv, r, 4, 1007 a 10. Resumimos aquí toda la argumentación de las líneas

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130
y no-esto; pero en el plano de la significación habría. en. ~llo una sujeto: digo, por ejemplo, -que el blanco es músico y que d músico
contradicción. «Significar la esencia de una cosa es sIgnificar que es blanco sólo porque ambos son accidentes del hombre» 148. Y ade-
nada distinto de eso es la esencia de esa cosa» 142. La unidad de la sig- más se trata de una predicación s610 en sentido impropio, referida en
nificación expresa y supone la incompatibilidad de las esencias 143. último análisis a una predicación más fundamental: la que remite
Inversamente, en la perspectiva de la equivocidad, no hay más ~ue el accidente blanco o el accidente músico al sujeto Sócrates. En am-
atributos, o, como dice aquí Aristóteles, accidentes (00fl.~E~Yjxo,a) bos casos, la esencia es necesaria, sea como sustrato común de dos
n o sea determinaciones que pueden pertenecer a una cosa, pero tam- accidentes y fundamento de la atribución del uno al otro, sea como
K bién ~o pertenecerle, y euyo número es, por tanto, indeterminad~. sujeto inmediato de la atribución. Los sofistas jamás definirán a Só-
Desde este punto de vista, Aristóteles asimila accidente y predi- crates diciendo que es esto y no-esto, incluso en el caso de que este
cado de suerte que advertimos de entrada el absurdo de una teoría último término comprendiese la infinidad de posibles accidentes de
euyo'postulado inexpresado sería que «todo es accidente»: «Si. se dice Sócrates: «Pues semejante colección de atributos no hace un ser úni·
que todo es accidente, no habrá ya sujeto primero de los aCClden.tes, ca» 149. No sólo es imposible que los accidentes existan sin la esencia,
si es cierto que el accidente significa siempre el predicado de un sUjeto sino que tampoco la esencia se reduce a la totalidad de sus pre-
(xa6'Ú7tOXEtfl.éVOO 'tvt.i~ oYjfl.alVEt U¡v xa'YjT07tlav), La predicación de:- dicados.
berá entonces proceder al infinito» 144. En efecto: as~ ,como el mO~I­ La equivocación de los sofistas consiste, pues, en moverse úni--
:-

miento supone un motor no movido, o la demostraclOn una preffilsa camente en el dominio del accidente ISO, o más bien en no ver que el
no deducida 145, igualmente la predicación supondrá un primer sujeto accidente no tiene otra realidad que la que extrae de su pasajera
11 no atributo lo que es una de las definiciones de esencia 146. ¿Y no
=

adherencia a su sujeto, es decir, a una esencia: «Quienes hacen de


c;Jbría decir: ciertamente, que los predicados podrían atribuirse unos los atributos el objeto [único] de su examen se equivocan, no por
a otros, en una especie de predicaci6n recíproca e infinita?14~. ~<Pe.ro considerar objetos extraños a la filosofía 151, sino por olvidar que la
eso es imposible -respon~e Aristóte1es-, pues nunca ha~ ru slqUfe- esencia, de la que no tienen una idea exacta, es anterior a sus atri-
ra más de dos accidentes ligados uno con otro: ... un aCCIdente solo butos» 152. Por consiguiente, Arist6teles verá el remedio contra los
es accidente de otro accidente si ambos son accidentes de un mismo argumentos de los sofistas no tanto en la consideración exclusiva
de la esencia como en la distinción entre esencia y accidente. Es co-
142 r, 4, 1007 a 26. . . nocido, no sólo a través de Aristóteles, sino del Eutidemo de Platón,
143 Cfr. ibid., 1006 b 13 ss.: «Es impoSIble que la e~encJa del ~oO?~re el famoso problema cuya reso1uci6n, nos dirá Aristóteles, es propia
pueda significar precisamente la no-esen~ia del .hombre, .~I hombr~ sIgnifIca del oficio de filósofo 153: ¿es Sócrates idéntico a Sócrates sentado?
no sólo el atributo de un sujeto determmado, smo tamblen un sUJeto deter·
minado» (el '1:0 av6pul1to~ O'1)\1aível 11~ I1Ó'JOV xa6'Évó~, tf/..A.a y.'l~ lv). O también: ¿es Corisco idéntico a Corisco músico? 154. Instruir a Cli-
144 Ibid., 1007 a 33. . nías -mostraba más vigorosamente el Eutidemo de Platón- es ma-
145 Cfr. Introducción, cap. 1I. tarlo, pues suprimir a Clinias ignorante es a un tiempo suprimir a
146 «Aquello que no puede ser afirmado de un sujeto, s.ino de lo cual se Clínias lSS. Tales argumentos son insolubles si el ser se reduce a la
afirma cualquier otra cosa» (~, 8, 1017 b 13). A este sentido ~e la palabr~
oOma convendría, en rigor, la traducción rradicion~l ?~ substancta. Pero evI-
serie de sus accidentes, pues en tal caso suprimir uno solo de sus
taremos este último vocablo por dos razones: 1) Htstortcamente, el latín subs- accidentes es suprimir el ser mismo 156. Por el contrario, la distin-
tantia es la transcripción del griego o¡:ócnaotc; y sólo fue usado tardíamente, e
incorrectamente, para traduc,ir ooma (~icerón empl~ aún ;n este sentido. essen- 4, 1007 b 1. r,
e s B ñ- \ü. F
148
tia); 2) Filos6ficamente, la Idea sugenda por la e~ologla de sub-stanCla ~on- ¡bid., 1007 b 10.
149
viene sólo a lo que Arist6teles declara que no es mas que uno de los senudos ISO E, 2, 1026 b 15.
de la palabra oOma aquel en que dicha palabra designa, en el plano «lin~s­ 151 Pues la filosofía, como toda ciencia demostrativa, trata sobre atributos
tico» el sujeto de la atribución, y en el plano físico, el substrato del cambiO;
v É

->

(cfr. Anal. post., espec. I, 7, 75 a 40), y, en cuanto filosofía, no tiene dominio


EX

pero' no conviene a aquel en que oOma designa «la forma y configuraci6n de


9 f- iE9-s-8- E

propio, tratando entonces de la totalidad de los posibles atributos de los 6eres.


cada ser» (~ 8 1017 b 23). Acerca de la historia de las traducciones de oOma.
^

\ 152 r, 2, 1004 b 8. La alusión a los sofistas es atestiguada aquí por Ale-


cfr. E. GJLS~N: «Note sur le vocabulaire de l'etre», Mediaeval Studies, VII,
v

jandro (258, 30).


6

1946, pp. 150-58, . .. :, .. 153 r, 2, 1004 b 1.


141 Esta hip6tesis no es gratUIta. Apunta con anUopaClon a un I~ealismo 154 E, 2, 1026 b 18; Arg. solíst., 22, 179 a 1.
que vería en la cosa, según la expre.si6n de Lac~e1ier, «un entre~azamle!1to ?e 155 Eutidemo, 283 d: «Queréis que Clinias se haga sabio, por tanto que
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propiedades generales», y en el universo un SIstema de «relaciones SlD ter-


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deje de ser ignorante, por tanto que deje de ser: queréis, por tanto, su muerte.•
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minos». 156 Esta consecuencia resulta particularmente flagrante en otro sofisma de


132 133
ción entre esencia y accidefite permite explicar la permanencia de esa intuición de Platón: si la sofística ocupa el terreno del no-ser,
Sócrates como sujeto de atribución a través de la sucesión de sus ello se debe a que ,<los argumentos de los sofistas se han centrado,
atributos. También aquí el error de los sofistas ha consistido en re- digámoslo así, por encima de todo en el accidente» 159, y el accidente
ducir la significación a la atribución, o al menos en no reconocer otra es «como un no-sen> 160, un ser que sólo tiene existencia nominal:
forma de significación que la significaci6n arlibuliva (0'lllatVElV o'iÓl'.a:n f.LÓ·iOV 1'Q aup.~e~'Yjxó,:; b1't. «el accidente existe s610 en vir~
xa6'ovó,): modo de significación que está justificado en su orden tud de un nombre» 161. El sentido de esta última frase parece acla-
propio, pero que no debe hacerse pasar subrepticiamente por lo que rado por un texto de las Calegorlas, que distingue dos clases de
no es, a saber, una significaci6n esencial (0'lflalvElv [v). No debemos predicación xa.~a 't rl)',I0lla y la predicación xa'ta 'tov )~ó'f0',l 162. Cuando
«establecer identidad entre las expresiones: significar un sujeto deter- atribuyo al hombre el predicado blanco, le atribuvo de hecho el nom-
minado, y significar alguna cosa de un sueto determinado; pues si bre «blanco» y no la definición (}.."f0') del bla~co, y más, aún, esa
fuera así, entonces el músico, el blanco y el hombre significarían atribución nominal s610 es posible en virtud de la conjunción preci-
también una misma cosa, y, en consecuencia, todos los seres serían samente accidental del hombre y la blancura: «Por lo que se refiere
un solo ser, puesto que serían sinónimos (aovIDvtll.t.u)' 157. En efec- a los seres que son en un sujeto [i. e., los predicados], casi nunca son
to: si consideramos que toda predicación accidental significa la esen- atribuidos al sujeto ni su nombre ni su definición. No obsrante en
cia (yeso es lo que hacen los sofistas, para quienes el discurso se ' tos casos 163 ,na d
CJer a"Impl U1 o a1.'
d e que el nom bre sea attl'b'd sUJeto;
reduce a predicaciones accidentales), habrá que decir que la esencia pero es imposible que lo sea la definición: por ejemplo, el blanco in-
tiene varios nombres; más aún: que tiene una infinidad de nombres, herente a un sujeto -a un cuerpo-- es atribuido a un sujeto (pues
tantos como posibles accidentes tiene el ser. A la inversa, todos los se dice que un cuerpo es blanco), pero la definición de «blanco»
nombres designarán el mismo ser, por la sola razón de que pueden nunca podrá serie atribuida al cuerpo» lO'. Dicho de otro modo: de
serle atribuidos en uno u otro momento del tiempo. La tesis no hay que tal cuerpo sea blanco o negro, no puede inferirse que sea blancu-
mós que accidentes conduce así paradójicamente a esta otra tesis: ra o negrura, sino sólo que pueden aplicárse!e las denominaciones
lodo es uno. Lo mismo da decir no hay esencias que no hay más «blanco» o «negro». Sin duda, e! hombre-blanco existe como un todo
que una esencia} pues si no hubiera más que una esencia, no podría concreto. Pero lo que tiene una existencia sólo nominal es el acci-
ser sino la colección, indeterminada por estar siempre inacabada, de dente aislado de su pertenencia al sujeto: y así, e! blanco sería un
la infinidad de accidentes posibles. Pero una infinidad tal, como he- no-ser si, «en ciertos casos», el lenguaje no lo sacase de su nada para
mos visto, es imposible y ni siquiera es factible concebirla. atribuirlo hic et nunc) es decir) en virtud de una coincidencia impre~
La teoría y la práctica sofísticas del lenguaje no suponen sólo, visible y pasajera ---<:ontingente, diría Asistóteles- a tal o cual
por tanto, una ontología errónea: conllevan la imposibilidad de cual- hombre de carne y hueso. El accidente en cuanto tal no tiene más
quier ontología. Ya lo había sospechado Platón que, como recuerda ex!stencia que la que le confiere el discurso predicativo (pues lo que
Aristóteles, «no sin razón situaba la sofística en el plano del no-ser eXIste en la naturaleza no son esencias con sus accidentes, sino todos
("Epi ,,¡ fl~ ,Óv); "'. Sólo que Aristóteles da un contenido preciso a concretos); en cuanto cesa la predicación, el accidente retorna al
no-ser.
que Arist6teles nos informal y conocido bajo el nombre de sofisma del tapado.
Se pregunta: «¿Conoces a ese hombre que está tapado? -No ... Levanto en· Por eso no hay ciencia de! accidente. Así, la ciencia de! arquitec-
tonces el velo y aparece Corisco. «¿Conoces a ese hombre? -Sr. -Entonces to <<no se ocupa en modo alguno de lo que les sucederá a quienes
conoces y no conoces al mismo hombre... Pero. en realidad, no se trata del vayan a ocupar la casa: por ejemplo, de saber si llevarán o no en ella
mismo hombre: entre Coriseo y ese hombre tapado no hay más que una iden-
tidad accidental, en el sentido de que a la esencia de Carisea no pertenece el
estar tapado. Para el hombre oculto bajo el velo. no es la misma cosa estar 159 E, 2, 1026 b 15.
tapado (accidente) y ser Coriseo (esencia) (según Arg. salíst., 24, 179 a .33, lOO E, 2, 1026 b 21.
179 b 1, Y el comentario de ALE]., 161,12; cfr. también Arg. sollst., 17, 175 b 161 I bid., 1026 b 13.
19 ss., y el comentario de ALE]., 125, 16 ss.). . 162 Cat., 5, 2 a 21. La conexión es sugerida por BRENTANO, Van der man-
157 r. 4, 1006 b 15. Este último término no es aquí absolutamente correc- nzgfachen Bedeutung des Seienden nach Aristoteles, p. 16. Brentano propone
to. pues generalmente designa en Aristóteles la univocidad (identidad de nom· además otra interpretación, pero que nos parece inaceptable.
bre, identidad de naturaleza). Por ello, ALEJANDRO propone cambiarlo por 163 Es decir, en aquellos casos en que el accidente adviene efectivamente
1to)..owv~a: (280, 19), que corresponde, a parte rei, a nuestra sinonimia (plura- al sujeto (pues podrían no haberse encontrado nunca). No podemos seguir en
lidad de denominaciones, identidad de naturaleza). este punto la interpretación de TRICOT (ad. loe., p. 8, n. 3).
'" E, 2, 1026 b 14. Cita de PLATÓN: Solista, 254 a; cfr. 237 a. 164 Cat., 5, 2 a 27.

134 135
una vida penosa» 165. No hay en eso desinterés por parte del arquitec- es el accidente: si la blancura no es el ser del hombre, no por ello es
to; lo que ocurre es que, por respecto a la esencia de la casa, el posi- menos cierto que ese hombre es blanco. Acaso Corisco no es hombre
ble modo de vida de sus habitantes no posee realidad alguna hasta y tapado en el mismo sentido 167, pero recurrimos al verbo ser en am-
que una predicación, de momento imprevisible, establezca un vínculo bos casos, para sagnificar la esencia y el accidet;tte. Entonces ¿es que
extrínseco entre dicho accidente y aquella esencia 166. Volvemos a en- el ser no significaría sólo la esencia? Y el ser por accidente ¿sería un
contrar así, bajo otro aspecto, la idea de que la sofística no es una ser a su modo?
ciencia, sino la apariencia de la ciencia: el accidente, en efecto --o al En el texto ya citado del libro r, Aristóteles distinguía entre
menos el accidente que se hace pasar por el ser-, es el correlato de una significación atributiva (xa6'Év6c;) y una significación esencial
la apariencia sofística. (cnlfiaívetv ÉV). En realidad, esta última se expresa, no menos que
la primera, bajo la forma de una predicación: así, cuando decimos
* * * que Corisco es un hombre, expresamos la esencia de Corisco, pero
la expresamos bajo una forma también atributiva. Por tanto, no es
Tales análisis parecen rechazar al accidente fuera del ser: si el ser entre la significación y la atribución, sino en el interior mismo de la
se reduce a la esencia, el accidente es arrojado al no-ser. La crítica de atribución (que es ella misma un caso particular de la significación),
la equivocidad sofística debería conducir a Aristóteles, al parecer, ha- por donde debe pasar el corte entre la expresión de la esencia y la
cia una doctrina de la univocidad del ser: el ser ('to av) no tendría del accidente. En un primer momento, Aristóteles tendía a identifi-
más significación que la de la esencia (o~aía). Pero la originalidad de car la esencia con el sujeto y el accidente con el predicado; pero la
Aristóteles reside en evitar esta vía tanto como la anterior. Una nue- más inmediata práctica del lenguaje nos enseña que también la esen-
va reflexión sobre el lenguaje, y en particular sobre la predicación, cia (o cierta parte de ella) puede atribuirse 168. Debe admitirse, pues,
hará que Aristóteles se aleje de oponer un exclusivismo de la esencia que existen «predicados que significan la esencia» 169 y otros que
al dilettantismo del accidente. Pues, si bien el accidente no es la esen- significan el accidente. El examen del lenguaje no nos sirve aquí de
cia, la práctica más elemental del lenguaje nos enseña que la esencia nada, puesto que la forma (S es P) es en ambos casos la misma. Para
distinguir la predicación accidental de la esencial, habrá que recurrir
165 K, 8, 1064 b 19; dr. E, 2, 1026 b 6. entonces a una reflexión sobre las distintas significaciones que nues-
166 Se trata de lo que Kant llamará un juicio sintético a posteriori. Aho~ tra intención confiere, en cada caso, a la cópula ser. Un texto de los
bien: sea cual sea la concepci6n de la ciencia que profesemos, una tal ~fnteslS Segundos Analíticos es el que nos procura, en este punto, las indica-
no puede ser objeto de ciencia puesto que no existe, ni siquiera como una po-
sibilidad definida, hasta que una experiencia imprevisible y revocable no la ciones más claras: «Los predicados que significan la esencia signifi-
haya autorizado, y 0010 durante ese tiempo. El ejemplo del arquitecto s610 can que el sujeto al cual se le atribuyen no es otra cosa que el predi-
es probatorio, evidentemente, en una concepci6n de la arquitectura que no cado mismo o una de sus especies. Al contrario, aquellos que no
haga entrar consideraciones de higiene en la definici6n de la casa. Este «olvido», significan la esencia, sino que son afirmados de un sujeto diferente
por lo demás, es asumido expresamente por Arist6teles: «Que e! arquitecto pro-
duzca la salud es un accidente, pues producir la salud no está en la naturaleza de ellos mismos, el cual no es ni ese atributo, ni una especie de ese
de! arquitecto, sino en la del médico, y e! arquitecto es médico por arquitecto» atributo, pues el hombre no es ni la esencia del blanco ni la esencia
(E, 2, 1026 b 37). Ciertamente, Arist6teles da otras razones para asimilar el de algún blanco, mientras que sí puede decirse que es animal, pues
accidente al no-ser; pero tales razones no nos interesan ahora directamente, el hombre es esencialmente una especie de animal» 170. Si nos atene-
pues implican una concepci6n cosmol6gica del accidente: ~i en el plano «lin-
güístico. e! accidente se define como predicado, en e! plano cosmol6gico es mos a la significación constante del verbo ser en este pasaje, adverti-
«lo que no es siempre ni lo más a menudo» (E, 2, 1026 b 32), es decir, lo que mos que Aristóteles, a fin de elucidar el sentido de la atribución acci-
no tiene causa, salvo que se le reconozca como causa la materia (1027 a 23), dental, recurre al uso que podríamos llamar esencial del verbo ser,
que no es nada ella misma, al menos en acto. Presentimos ahf, con tocio, la o sea, a aquél según el cual sirve como cópula en una proposición
posibilidad de una rehabilitaci6n cosmol6gica del accidente, e! cual acaba por
ser la regla en un mundo que, como e! sublunar, conlleva materia y está por 167 Cfr. pp. 133-134, D. 156.
ello sometido a la contingencia. Ese ser menor que es e! accidente deberá Se tratará entonces, ciertamente, de lo que Arist6teles llama en las

s'E.s
168
representar un importante papel en ese mundo menor que es e! mundo sublu- Categorías esencia segunda. Pero la existencia misma de esencias segundas ex-
nar. Por otra parte, señalamos una oscilaci6n del mismo tipo a propósito del presa precisamente e! hecho de que la esencia, a despecho de su definici6n
universal y la opini6n, que, desvalorizados en e! plano de la ontoloAía, hallarán primera (<<lo que es siempre sujeto y nunca es predicado»), puede en algún

ú
no obstante una relativa justificación en la estructura del mundo sublunar. sentido atribuirse.
Sobre e! universal, cfr. p. 114, n. 83. Sobre la opinión, cfr. II parte, cap. III: 169 Anal. Post., I, 22, 83 a 24.
«Dialéctica y ontología». 170 Ibid., I, 22, 83 a 24 ss.

136 1.37
analítica: Arist6teles quiere decir que el hombre no es 10 blanco, que
no hay identidad entre hombre y blanco, y que en este senti.do. 10 «el accidente no se produce ni existe en tanto que él mismo, sino en
blanco no será nunca más que un accidente del hombre. Pero SI bIen tanto que otra cosa (ouZ ~ aU1:ó, all'~ É1:€pov). 17S. El ser por acci-
el hombre no es 10 blanco, no por ello deja de ser cierto que nos~tros dente es, pues, el ser-otro: «Los predicados que no significan la esen-
decimos de ese hombre que es blanco, y que, por tanto, recurrlIDos cia deben ser atribuidos a algún sujeto, y no hay ningÚn blanco que
una vez más al verbo ser para expresar la relaci6n accidental. Lo que sea blanco sin ser también otra cosa que blanco» \76. El ser por acci-
Arist6teles reconoce mediante este análisis es que el accidente no se dente no es, por tanto, un ser que se baste a sí mismo; presupone
deja rechazar ·tan fácilmente al terreno del no-ser, puesto que se ex- «el otro género del ser» \77. Pero por precario e imperfecto que
sea
presa en el vocabulario del ser. El accidente es no-ser sólo para un al compararlo con el ser «propiamente dicho» (xop¡(l)~), el ser por acci-
pensamiento que no reconozca al ser otra significación que la de la dente no deja por eso de ser un ser. Y a fin de explicar esta paradoja,
esencia: semejante tentación -la cual, como veremos, según Arist~­ la de un ser que sólo es siendo otra cosa que él mismo, sería vano,
teles, ha sido fatal para algunos de sus predecesores y ~o~temp.ora­ nos dice Aristóteles, recurrir al subterfugio de Platón, que se había
neos- no se halla ausente, como hemos visto, de la polerntca arlsto· obligado por tal razón a introducir el no-ser en el ser 178,
télica contra los sofistas. Pero si recurrimos al verbo ser para sig- Podríamos extrañamos de esta insistencia de Aristóteles en que-
nificar no s6lo la relaci6n de identidad entre el ser y su esencia, sino rer considerar al accidente como un ser, tanto más cuanto que parece
también la relaci6n sintética entre el ser y sus accidentes, habrá que ir contra los resultados de su polémica con los sofistas. Para que sea
renunciar a la tentación de la univocidad y reconocer que el ser pue- posible el diálogo entre los hombres, ¿no es preciso acaso que las
de tener varios sentidos, al menos dos: en este caso, el ser esencial palabras -y antes que ninguna, la más universal de todas, la palabra
o, como ditá Aristóteles, el ser por sí (xa6'ao1:ó), y el ser por acci- ser- tengan sentido, es decir} un solo sentido? Pero así como Aris-
dente (xa1:a aUll~E~YjxÓ~) 171. tóteles había sido compelido a obtener dicho resultado por la pre-
. sión misma de los problemas, igualmente bajo la presión de otros
No es fácil, a decir verdad, captar el ser de este ser por acoden-
te 172. Es inestable 173, no tiene cause 174: maneras de reconocer que problemas va a ser compelido a reconocer una pluralidad de senti-
dos a la palabra ser. Si es cierto que una ontología del accidente,
171 /1, 7, 1017 a 7; cfr. K, 8, 1065 b 2. Conv~en
e no confundir esta d~s. como la que está implícita en la actividad de los sofistas, manifiesta
tinción con la que establece frecuentemente Aristotele~ ~nt~e el por sí misma su carácter absurdo, ¿acaso una ontología de la esencia
ser áp),wc;
(o xup{wc;) y el ser r.pó<; "tt (o "tt, o ¡q¡. o lv \,-ÉpEl), dist1D?ón que. no !=onduciría a nuevas dificultades, como la exclusión de toda una
los esco-
lásticos traducirán como esse simpliciter y esse secundum fl.uld. Un
los Arg. sofist. aclara esta últim;l distinci6n: ha.y paralogtsm~s queeJemplo de parte del discurso (el discurso predicativo) y de todo un aspecto de
«~e pro- la realidad (1a contingencia, cuya manifestaci6n en el plano del dis-
ducen cuando una expresión empleada en parucu1ar (h \,-EpE,t
A8jO\,-EVOV)
es tomada como si fuera empleada en términos absolutos (ÚJc; ar./.óc;).
Así el
curso es la predicación accidental)? Si la equivocidad sofística nos
argumento: si el no-ser es ob;eto de opinión, entonces el no-ser propone la imagen de un mundo donde no habría más que accidentes
es lo mismo ser tal cosa (Elvat -n) y ser en términos absolutos .(EtYat :P~es. no
,es.
r:r.AOC;)>> de accidentes, ¿acaso la univocidad no corre el riesgo, a la inversa,
(Arg. solist., 5, 166 b 37 ss.). Como se ve, Arist6tel7! parece 1DtrodU.C
la distinci6n entre ser copulativo y ser existencial (mientras ~ue la I~ a9uí de declarar un mundo sin movimiento y sin relación, donde no ha-
entre ser por si y ser por accidente es interna al ser co~ulatlvo). dlst1D~16 n bría más que esencias cerradas sobre sí mismas; más aún: un mundo
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portancia; pues ocurriría lo mismo si la predicaClón fuera esenClal: especial lffi- propio de la palabra?
menos sofístico concluir que «el no-ser es, porque el no-ser es no-ser» no sería Tampoco en este caso tales hipótesis son gratuitas, y la historia
(Retór.,
n, 17224, 1402 a 5). '1
de la filosofía anterior va a ofrecer a Aristóteles una experiencia inte-
Debe aquí precisarse que el ser por aCCldent ' d
e no es a. propIe ad aC~I- . lectual de ese tipo. Si el eiemplo de los sofistas revela el necesario
dental (por ejemplo lo blanco). Pue~ ésta posee un .ser prOPIO,
El ser por accidente es el ser del sUJeto en cuanto dicho ser. prOVIene, ~a esencIa. vínculo entre una práctica del lenguaje que ignora su funci6n signifi-
su esencia, sino del accidente que se le añade: así el ser-arqwtecto no de cante y la imposibilidad de cualquier ontología, el ejemplo inverso de
accidente para el músico (/1, 7, 1017 a 10). C&. BRENTANO, Van es ser p?I
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tachen Bedeutung... , p. 13. d
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173 «Accidente se dice de lo que pertenece a un 175 ñ N


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176 Anal. post., l, 22, 83 a 3l.


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los e1éatas y sus discípulos magáricos va a mostrar a Arist6teles que blar, como en muchísimas otras, no 0610 afirmamos que es hombre
una ontología demasiado exigente corre el peligro de desembocar en sino también bueno, y otros calificativos en número ilimitado. Así
la imposibilidad de cualquier discurso. sucede con todos los demás objetos: si suponemos que cada uno de
ellos es uno, inmediatamente lo decimos múltiple, designándolo con
« « « una multiplicidad de nombres... A lo que cualquiera objetará que es
imposible que lo uno sea múltiple y lo múltiple sea uno. Y, desde
No es casualidad que deba buscarse en la Fisica de Arist6teles la luego, [esos objetores] se complacen en no admitir que se diga 'hom-
refutaci6n de la tesis según la cual es imposible toda predicaci6n que bre bueno', sino s6lo que lo bueno es bueno y el hombre es
no sea tautol6gica. Pues aun suponiendo que los e1éatas mismos no hombre» '"'.
hubieran sido conscientes de las imposibilidades a las que su física Arist6teles comienza a pIantear el problema poco más o menos
condenaba al discurso humano, los argumentos de aquellos que afir- en iguales términos, en un texto en que se aprecia una evidente remi-
man la imposibilidad del discurso predicativo -cínicos, megáricos, niscencia del Solisla: «También Jos últimos de entre los Antiguos 111
y sin duda ya algunos sofistas "'- se remiten, en último análisis, a
las intuiciones del «físico» Parménides. ¿C6mo una misma cosa pue- ' ... 1110 •.. 'l."Zipo~:J:tOJ (¡~X 1w'm;; árI1.6(¡'J liT!lV dv8pmr:ov. al.).';' 'to tLiY d¡aOov. rqa6ov, 'tOOJ
de ser a la vez una y múltiple? En tales términos se plantea inicial- a~ 'l,,f)rt»::ov ~()tn::o'l (Solista, 251 0-1:). Se advertirá en todo el texto: 1) La
mente, según el doble testimonio de Plat6n y Arist6teles, el proble- ausencia de la palabra xa'tl'/l0pet\l, que es la voz técnica con Que Arist6teles
designa la atribución; Platón emplea términos más vagos: r:POO'lT0pEÓEtV. ir:.
ma de la predicaci6n. «Expliquemos pues -plantea el Extranjero del ovoy.á1:uv. i:::t'fipuv; 2) La ausencia del verbo !(Wlt en los ejemplos que cita
Solisla- c6mo puede ser que designemos ("pOOarOpEOO/1EV) una sola Platón al fina!: se dirá, sin duda, que ¡(Yal está aquí sobreentendido como
y misma cosa mediante una pluralidad de nombres... Decimos verbo de la proposici6n infinitiva; pero que Platón lo haya omitido prueba
'el hombre', como sabes, aplicándole múltiples denominaciones por lo menos que él no queda llamar la atenci6n de lector sobre el verbo ser.
Es~as ~os advertencias tienden a mostrar que el problema de la proposición
("o'AA.'átto E"ovo/1dl:;ovn,), asignándole (h, <pápov'tE,) colores, for- atr~buuva no s.e plantea en cuanto tal a Platón. En general, hablar antes de
mas, magnitudes, vicios y virtudes; en todas esas maneras de ha· Arl.st6t~les, e Incluso en él, de las dificultades o de la imposibilidad de la
a/rlbucl6n, acaso sea resultado de una ilusión retrospectiva: es para responder
179 ARISTÓTELES cita sólo nominalmente al sofista Lycofr6n (Fil., 1, 2,
a esas apodas referidas al discurso humano en general por lo que Aristóteles
185 b 27). Los comentaristas citan expresamente a los me~á.ricos (SIMPLICIO. llegó a elaborar una teoría explícita de la atribuci6n (xatllTopia). Podríamos
in Pbys'J 120, 15·21) Y añaden además los fil6sofos de Eretria (es decir, la generalizar esta observación: es una tentación constante del intérprete la de
escuela. de Menedemo) a los que Simplicio atribuye la tesís se1{Ún la cual «nada I!lantea'f el problema que su autor encuentra en los términos mismos que uti·
puede atribuirse a nada. (In Phys., 93, 22; cfr. FILOPON, In Ph'%., 49, 19). hzará para r~sol~erlo; pero dicho .movimiento retr6grado de la interpretaci6n
Pero en estos últimos sólo puede tratarse de una tardía reanudaci6n de la ~ en parte mevItable! en la medIda en que el proceso del pensamiento del
polémica. reanudación posterior al Sofista de PÚTÓN, y sin duda también a filósofo se aclara medIante sus resultados: lo esencial es que el resultado no
la Fisica de ARISTÓTELES. Inevitablemente, pensamos asimismo en Andstenes, enmascara el punto de partida del proceso y, por tanto, el proceso mismo.
pero, según parece, las tesis expresamente profesadas por él (imposibilidad N~ pued~ decIrse que~ J?Or lo que toca a Aristóteles, los comentaristas hayan
de decir 10 falso y de contradecirse, imposibilidad de la definición) se apoyan evitado sIe~pre este ultimo escollo. Cfr. más arriba, Pr6logo.
en una concepci6n general de las relaciones entre lenguaje y ser, mucho más 181 Aflst6teles acaba de enumerar en desorden cierto número de dificul.
que en un análisis particularmente destinado a mostrar la imposibilidad del tades resultantes de la tesis eleática lodo es uno. Pero mientras que los eléatas
juicio predicativo (acerca del fundamento de la argumentaci6n de Andstenes, quedan decir con ello «el Universo ('[o miv) es uno'/) los .últimos de entre
cfr. más arriba, pp. 98·99 y 102·103). En cuanto al nombre del sofista Lycofrón, los Antiguos. entienden, como parece probar la fr~ citada, que cada cosa
nos traslada, escribe Dies, .hacia aqudla erística de fronteras muy vagas, es una, pasando así del sentido colectivo al sentido distributivo de la pala-
sofistica que servla de paso entre el eleatismo 'j el megarismo, la cual podemos bra r.'¡v. Este deslizamiento parece propio de la doctrina megárica que plantea
entrever en la sátira del Eutidemo» (A. DIES, In/rod. au Sophiste, Budé, el problema del Uno parmenfdeo a propósito de cada ser y no del Ser en su
p. 291; subrayado nuestro). La alusi6n de Arist6teles a Lycofron probada totalida~. También parece aludir. Plat6n a los megáricos ~ando, en otro pasaje
que, junto a la sofística que reduce el ser a una yuxtaposición de accidentes del So¡'sta, habla de esos .Amlgos de las Formas», que mantienen a la vez
y cuya inspiración metafísica podría buscarse, a través de ProtáRoras, en Herá- Ja tesis parmenfdea de cla inmovilidad del Todo», y la de cla multiplicidad
clito, hayo/ro sofistica, de inspiraci6n eleática, que insiste, por el contrario, de las Formas» (249 d) (Dies rechaza esa identificaci6n porque SCRÚn dice
en las dificultades de la predicaci6n, en nombre de una concepción del ser los escasos textos que poseemos sobre los megáricos cse oponen Íx>r compJet~
demasiado exigente. Mas puede ocurrir que esas dos tendencias confluyan en a. que los consideremos partidarios de una "pluralidad" inteligible, pues ates-
un mismo pensador, hasta el punto de que Protágoras mismo, relacionado tiguan que se trata de firmes mantenedores de la unidad absoluta» In/r. au
siempre con Heráclito por una tradici6n que se remonta a Plat6n y Aristóte- Sophis/e, p. 292. Pct<? el ~estimonio de Aristocl~ en EUSEBIO, Prep. evang.,
les, ha podido ser reivindicado recientemente para el campo eleático; cfr. A. CA- XIV, 17, 756, que Dles Cita en apoyo de su tesiS, y 5eRÚn el cual clos dis-
PIZZI, Pro/agora. Florencia, 1953. cípulos de Estilp6n y los megáricos... estimaban que el ser es uno y que

140 141
se esforzaban mucho para evitar que coincidiesen en una misma cosa dancias entre las formas 185. Puede decirse entonces en cierto sentido
lo uno y lo múltiple» 182. Así planteado, el proqlema es el de la co- que la dialéctica, entendida aquí como ciencia de ia participación d~
existencia de lo uno y lo múltiple en el seno de una misma cosa. las Ideas entre sí, es presentada por Platón como el fundamento me-
¿Cómo es compatible la unidad de la cosa con la multiplicidad de sus tafísico de la posibilidad de la atribución 186. Pero sería más exacto
determinaciones? Problema más físico o metafísico que propiamente decir que Platón no plantea el problema de la atribución en cuanto
lógico, y cuya solución parece que debe ser buscada en una reflexión tal, es decir, no plantea el problema del papel y el sentido de la
acerca del estatuto metafísico de lo Uno, más bien que acerca de la cópula en la proposición atributiva.
significación del discurso. A decir verdad, Platón no queda satisfecho con esa primera res-
Efectivamente, Platón proponía, para tal problema, una solución puesta, pues la posibilidad de la comunicación de las Ideas entre sí
metafísica. Las dificultades suscitadas a propósito del discurso por n.ecesita ser fundada ella misma. Si los eléatas y sus discípulos megá-
algunos erísticos, a quienes Platón no escatima sarcasmos 183, se re- ncos rechazaban esa comunicación, ello se debía a que, para ellos,
suelven de un modo inmediato mediante la teoría de la comunidad de e~ ser es y el no-ser no es, lo que traducido a términos lógicos signi-
los géneros. Semejantes aporías manifiestan tan sólo la ignorancia de fIcaba,: ca?a co~a .~s lo que es y no es lo que es otra cosa que ella;
aquellas reglas según las cuales los géneros, y ante todo los géneros de ahí la lmposlblhdad de que «cualquier cosa reciba una denomina-
supremos (en este momento de la discusión, se trata tan sólo del ser, CI'ón di'.~t1nta d e la suya» 187 . Pero tal consecuencia se apoyaba en la
el reposo y el movimiento) pueden entrar en relación reciproca, o sea, C?mUSlOn entre ~l no-ser absoluto y ese no-ser relativo que es la alte-
ndad. Que el prImero de ellos no es, Platón se lo concede a Parmé-
el reposo y el movimiento) pueden entrar en relación recíproca, o nides; pero es indispensable admitir la alteridad al lado del ser en-
sea, mezclarse (aup.p.E(puaf}at), formar comunidad (E7ttXOtVUlVEtV) '
tr~ 1os generos supremos~ como fundamento de "la relación que esos
o participar unos de otros (p.E'taAalJ.~á.vEtV) an~AUlV 184. La dialécti- generos -y, por lo demas, todos los otros- guardan entre sí. Pues
ca es, en cambio, la ciencia de las leyes y los límites de esas concor- todo género .es, y, por tanto, participa del ser; pero al mismo tiempo,
y en la medida en 9u~ es lo mismo que él mismo, es otro que todo
lo otro no es» no nos parece probatorio: pues la mención de lo Olro. ausente el r~sto, y, por conSIgUIente, otro que el ser, y, en este sentido, no-ser.
de los textos' de Parménides, parece indicar que la tesis megári~a negaba R~cIprocamente: todo el resto es otro que él, y por lo tanto es asi-
toda relación entre los seres, colocándose entonces en la perspectiva de la mIsmo no-ser. Debe admitirse, pues, que «cuantas veces son los otros,
multiplicidad. Queda por ver -y és.te será el sentido de la crí~ica platónica
contra los Amigos de las Farmas- SI se puede u:ocear así la Umdad ~bsoluta otras. tantas el ser no es», y, pese a la paradoja aparente, no hay por
de los eléatas a la vez que se rechaza la existenCIa de ese no-ser relativo que q~é mcomodarse, pues la ~aturaleza de los géneros conlleva comu-
es la alteridad). rndad mutua. «Qwen se reSIsta a concedernos este punto, que empie-
182 Fis., 1, 2, 185 b 25.
183 Platón no halla palabras lo bastante duras contra esos «jó,:,enesl¡) .0
ce por ganarse el favor de nuestros argumentos anteriores antes de
«ciertos viejos que han llegado tarde a la escuela», que se dan a baJO precro trata.r d~ ,refut~ .los que siguen» 188. Admitir la posibilidad' de la de-
«un buen festín», descubriendo que «es imposible que lo múltiple sea uno nomm~c~on ~ultlple de una misma esencia conduce, pues, a admitir
y que 10 uno sea múltiple», pero que «se extasian ante eso» tan sólo.«~ causa la partlclpaClon de los géneros, y esta última tesis trae como resul-
de la pobreza de su equipaje intelectual» (So/iSlO;, 251 b-c). Muy ~stlDta es tado (o más bien presupone) la existencia de ese no-ser relativo que
la actitud de Aristóteles ante los problemas SUSCItados por los sofistas y so-
cráticos' reconoce, por ejemplo, que «la dificultad suscitada por la escuela es ~~ Otro., ~ero se advertirá -y ello bastaría para distinguir la so-
de AntÍstenes y otros ignorantes de esa especie no deia de venir a cuenlo» 1~~lOn platornca de la que Aristóteles propondrá- que la especula-
(Met., H, 3, 1043 b 23). Para Platón, se~ejantes, a.porías carecen de realidad ClOno ~cerc;~ del ser y el no-ser va aquí destinada a fundamentar la
y son sólo manifestación de una ignorancia. metafíSIca; por eso P~atón .no s.e parnclpaclon d~ las Ideas entre sí, y no directamente la predicación.
atiene nunca a los términos de la aporía, S100 que procura correglI la IOsuf1-
ciencia de pensamiento de la cual, según él, es signo. En cambio, Aristóteles No es la refleXIón sobre el juicio atributivo la que conduce a Platón
toma en serio la aporía en su misma literalidad, pues, a través de ella, es el
discurso humano mismo quien queda puesto en aprietos. Por eso, las respuestas
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253 b.
185
de Platón a los sofistas no satisfarán a Aristóteles, pues no se dirigen más

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De hech<;>, muchos autores conceden a PLATÓN el mérito de haber fun-

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que al espiritu, y no a la lelra, de sus argumentos: ahora bien, hay una obje- da~o, en, el SofIsta, la teoria del juicio. Cfr. BROCHARD, ÉIudes de philoso-
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tividad una resistencia de la letra; incluso si el sofista, convencido según el ph,e anctenne el moderne p. 168.
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espíri~, renunciase a su argumento, éste no dejaría po~ ello de existir como 187 S f' ,
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, o.lSta, 252 b., Es ésta, con mucha exactitud, una de las tesis que Aris.

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discurso mientras no hubiera sido refutado por otro discurso. toteles arnbuye a Antlstenes (cfr. más arriba p 99)
184 Sofista) 252 e, 251 d. 188 Sofista) 257 a, ,. .

142 143

t
a la ontología, mientras que veremos c6mo A~ist~teles busca i:'~e­ lenece en exclusiva al hombre lO'), la teoría de la participaci6n conclu-
diatamente la soluci6n del problema de la predicatl6n en una dislin- ye que Animal es una parte, un elemento '94 del Hombre. Pero en-
ci6n de los sentidos del ser. . ' tonces, si decimos que Sócrates es hombre, reconoceremos por eso
Pero antes de precisar la soluci6n de Arlst6teles, Importa recoJ- mismo que es animal, puesto que Animal está en Hombre, y Sócrates
dar las razones que hacen insuficiente, a su manera de, ver, la e n lendrá una sola esencia, sino dos, o más bien una pluralidad de
Plat6n La teoría de la participaci6n de las Ideas entre Si .cboca cln e encias, puesto que el género animal participa él mismo en géneros
las mi~mas objeciones que la de la participaci6n de lo senSible en ~s ún más universales. Según la gráfica expresi6n del Pseudo-Alejandro,
Ideas. La noci6n de participaci6n es, por si ?Üsma.. una palabra vaoa Sócrates será un «enjambre de esencias» ("Jlli¡VO~ o~cJ«üv) 195. La teo-
de sentido "'. De hecho, Plat6n oscila, segun AlIS~6teles, entre dos rr. de la participaci6n, entendida como mezcla, compromete entonces
concepciones: o la participaci6n es una mezcla, o lDstaura/ entre- l? la individualidad de la esencia, que se pierde en un .enjambre. de
participado y lo participante, una relaci6n de modelo a copia. La pri- e cncías más generales, y su unidad, puesto que se disuelve en un
mera interpretaci6n que, según testimonio de Ar}st6teles, ?~ Sido «enjambre. de esencias subordinadas. Barruntamos que Arist6teles
desarrollada por Eudoxio inspirándose en la teona anaxagonca de no va a quedar satisfecho con tales «metáforas», que nada nos acla-
las homeomerías lO>, es la que sugieren c~n ,claridad los textos ya ran acerca del sentido de la palabra ser en la proposici6n, ni acerca
citados del Sofista. Ha sido criticada por AlIStoteles.. menos en la p~o­ tle la relaci6n entre el ser (,,¡ ,;.) y lo que él es ("0 ~: b",), o sea, su
pia Metafísica que en el "'pi ¡a'm., cuyo contenido nos transmite sencía ((J~o¡a).
en detalle Alejandro lO'. Digamos aquí solamente que, en esta hip6- Pero las cosas no irán mejor si interpretamos la participación en
tesis, la idea pierde su individualidad (puesto que se la hace entrar el sentido del paradigmatismo. Pues entre las detenninaciones esen-
en una mezcla) y su indivisibilidad (puesto que ella misma es.mez- iales que constituyen la definici6n, ¿cuál deberemos escoger como
cla: así la Idea del Hombre comprenderá la ?e~ Anin;aI Y el Blpe~o modelo de la cosa considerada? ¿El género, la diferencia específica,
a titulo de componentes de la mezcla). Esta ulum.a cnuca, qu~ AlIS- la especie? Ante la imposibilidad de tal elecci6n, habría que admitir
t6teles desarrolla en varias ocasiones 192, es parucularmente ImPO~ 19. absurda consecuencia de que «existirían varios paradigmas de un
tante para nuestro propósito, pues se funda expresam_e~te ~ mismo ser y, consiguientemente, varias Ideas de dicho ser; por ejero·
hecho l6gico de la atribuci6n. En efecto: no bay en prIDo.plo difl<;ul- plo, en el caso del Hombre, las de Animal, Bípedo, y, al mismo tiem-
tad alguna para admitir que la Idea de Hombre no es. SImple,. SIDO po, también la de Hombre en sí. 196. Además, añade Arist6teles apun-
compuesta de las Ideas de que participa; pero d len~uaJe, al afumar lando ahora más especialmente a las concepciones del Sofista, .las
no s6lo que el hombre participa del género ammal, ~IDO que el b~­ Ideas no serán s6lo paradigmas de los seres sensibles, sino también
bre es animal, es quien contradice aquí u~a metafíSica. de la parucI- de las Ideas mismas, y, por ejemplo, el género en cuanto género será
paci6n. En efecto: elle,nguaj.e parece suger~os que ammal es=~ el paradigma de las especies de ese género; entonces, la misma cosa
el hombre es, o sea, la esenCIa del hOJ!lbr~; pero, al no bastar 61 será paradigma e imagen» 197. Arist6teles, al deCir eso, quiere mos~
para definir al hombre (pues, de una parte, el hor:rbilidd es s ~ lrar que la metáfora de la copia y el modelo no da cuenta correcta-
animal, sino también bípedo, y, de otra parte, la arum a no per mente de las relaciones entre la especie y el género o, para hablar en
términos plat6nicos, entre las Ideas subordinadas; pues si la especie
(.l~o,) '" es la copia del género, es a su vez el modelo de las cosas
1119 Hablar de participaci6n üu'tiXElv) es «pr~n~ciar palab~s vadas
y hacer metáforas poéticas» (XEVoAorEi'v lO'tl xai l1i'tallopa~ )..ETlt\l1!Ol1j'tlxa~) (A, 9, 193 ARISTÓTELES concluirá de ello, en la Met. (Z, 13, 1038 b 9 ss.), que
991 a 21). el universal no es una esencia, puesto que «la esencia de cada cosa es la que
lO> A, 9, 991 a 17. L R le es propia y que no pertenea: a otrv, mientras que el universal «es, por el
In Met., 97, 21 ss. Cfr. un resumen de
1111 .ar~eDtos en . o:~
estOS contrario, común, pues se llama universal a aquello que pertenece por natu-
La tb¿orie platonicienne ... , pp. 7&-79. nota;. cfr.
aSlln~s~ S. MANSION, . raleza a una multiplicidad ...
?
critique de la théorie des Idées dans le r.pu (3twv ATlstote_. Revue ph~lo­ 194 'Ey 'totJ'ttp ¡'It>::ápxEl (Z, 13, 1038 b 17-18).
sophi ue de Louvain, t. 47, 1949, y, sobre todo, el mtento d.e reconst~CC1~n 19' PS.-AL'j., 524. 31.
de P: WILPERT, en Hermes, t. 75, 1940, pp. 369-.396; del InlSmo, Zwe, 4"S· 196 A, 9, 991 a 27.
totelische Frühschri/ten über die [deenlebre, Rausbona, 1949. 8 b 16-23 (al 197 991 a 29.
192 lllpl 13rwy (en ALEJANDRO, 98,.2 ss.); M~t., Z, 13, la} . 198 Obsérvese que la misma palabra, Et30~ designa a la vez la Idea pla-
menos, si se sigue en este pasaje la mterpretaoón de L. ROBIN, op. ctt., tónica y la ~specie aristotélica. Aristóteles emplea a veces la expresión 'tri
pp. 41 ss.). '(Í'Jo~; !r~'7l para designar las especies en su relación con el ~énero. y la ex-

144 145

nd
mezcla a la de la blancura, pues el lenguaje es, a un tiempo, más
sensibles que participan de ella; pero la copia. de la cop~a e.s. también xplícito y más misterioso: el hombre es animal, y es blanco. Hay
la copia del modelo, y entonces no se ve blen en que ~eren las qu reflexionar, pues, acerca del sentido de la palabra ser: fuera de
cosas sensibles de la Idea o de la especie, puesto que tanto esta como 110, no hay más que «palabras vadas y metáforas poéticas» 200.
aquélla son copias de un mismo modelo, el género. Con todo, según hemos visto, la reflexión acerca del ser no está
Hace un momento, y dentro de la perspectiva de la mezcla, Aris-
'\usente de la especulación platónica. Más aún, a ella recurre Platón
tóteles concluía, partiendo de que Sócrates es ho~bre y ,de que es fin de justificar, contra los eléatas, la existencia de la multiplicidad,
también animal y bípedo, pues el hombre es un arumal blpedo, que y contra los megáricos, la posibilidad de la participación, ella misma
la esencia de Sócrates era, en palabras del comentarista, «un enjam-
fundamento de la predicación. Pero la posición de Platón destruye la
bre de esencias». En cambio, desde la perspectiva del paradigmatis-
otología antes de haberla instituido, pues consiste en introducir el
mo la esencia de Sócrates es el hombre, y la esencia del hombre el n -ser en el ser. Platón se ha atrevido a conculcar la solemne prohi-
arilinal: se nos reexpide de una esencia a otra, y la esencia exclusiva 1ici6n del viejo Parménides:
es inhallable. Se dirá, sin duda, que la relación paradigmática no con-
siste en una conexi6n de semejanza indefinidamente renovada, como No, nunca conseguirás por la fuerza que los no-seres sean;
en un juego de espejos, sino que conlleva la trascendencia del modelo De esa vía de investigación aparta tu pensamiento lel!.
sobre la copia. Pero entonces, si bien ya no hay peligro de que cada
esencia sea absorbida por la esencia superior cuya copia es, la que se De hecho, Platón hablará explícitamente de un ser del no-ser 2Ill;
encuentra comprometida es la relación de identidad, expresada por por más que rodee esa impía aseveración de toda clase de reservas 203,
el verbo ser entre la cosa y su esencia: «Parece imposible que la
)

esenci a es té separada de aquello cuya esencia es (El val lO) Pl:; "trI v
. . Arist6teles no querrá retener de ella más que la negación, a su pare-
er escandalosa, de la tesis parmenídica, y, consiguientemente, se
ouoLav )(al oí) ~ ooola): ¿cómo es que las Ideas, esencias de las m trará poco inclinado a perdonar el «parricidio» del que se ha
cosas, estarían separadas de las cosas?» 199. Así pues, si la participa- hecho culpable, según confesi6n propia, el Extranjero del Sofista 204.
ción puede interpretarse, o en el sentido de la mezcla, o en el de una P ro Aristóteles no pierde el tiempo en mostrar el peligro de la po-
relación de imitaci6n, este último sentido puede entenderse, a su vez, ici6n platónica: la admisi6n del no-ser en el seno del ser no es sólo
ya como simple reduplicación, ya como relación jerárquica: en el ~ri­ peligrosa, es inútil. Más que un crimen, el parridicio plat6nico es un
mer caso, la reduplicación no explica la desemejanza de las esencias error, cuyas causas se dedicará a investigar Aristóteles en el libro N
consideradas; en el segundo, la trascendencia asignada al m~delo pro-
200 Al final de un estudio acerca de las relaciones entre Arist6teles y el
híbe toda comunidad entre términos que el discurso une, S10 embar- leatismo, MIle. S. Mansion concluye asimismo que la metafísica de la parti-
go, mediante la cópula ser. . . cipaci6n no resuelve, pese a las afirmaciones del Sofista, el problema de la
La metafísica de la participaci6n no resuelve, por conSigUIente, predicaci6n: «La teoría de las Ideas... ha desviado la atenci6n de Plat6n del
los problemas del discurso atributivo, ese paradójico discurso en que problema l6gico de la predicaci6n... Desde el punto de vista l6p,ico, la cuesti6n
el ser nos aparece como siendo lo que no es. Dicho más exactamente: n ha adelantado un solo paso» (<<Aristote critique des Eléates», Revue phi-
losophique de Louvain, 1953, pp. 184, 185). Pero de ello no sería necesario
por no haberse tomado en serio la aporía megárica o dnic~ en su concluir que la soluci6n de Arist6teles al problema de la predicaci6n sea
formulación misma Platón da vueltas en torno al problema S10 abor- «16gica»: mientras que PLATÓN deseaba, en el fondo, liberar el pensamiento
darlo de frente; po~ ello, respecto al problema mismo, sus soluciones del lenguaje, como atestigua el Cratilo, y consecuentemente no otofl~aba sino
cobran el aspecto de metáforas. Hablar de vínculo, de mezcla, de par- un valor de indicio a la formulaci6n literal de los problemas, la soluci6n de
Arist6teles será metafísica, o más bien ontológica, sin salirse de una reflexi6n
ticipación, de imitación, no es suficiente para dar cu~nta de la rela- acerca del discurso humano. En este sentido, pero s610 en éste, el problema
ción instituida por la c6pula entre el sujeto y el predicado. No bas~a de la predicaci6n será enfocado por Arist6teles en su dimensi6n propiamente
con decir que el hombre participa de la animalidad, o que su esencia «16gica», es decir, en definitiva, onto-lógica.
201 Fr. 7 Diels. Citado por PLATÓN dos veces en el Sofista (237 a. 238 d),
y por ARISTÓTELES en un pasaje (N, 2, 1089 a 3) que vamos a examinar, y
píesión 'ta 11~ Tiyou~ eiar¡ para designar las Ideas plat6nicas, que no implican que contiene una evidente alusi6n al Sofista.
relaci6n a un género: A, 9, 991 a 31; Z, 4, 1030 a 12. 202 «Es pues inevitable que el no-ser sea ('to 111/ 0'1... Elval), no s610 en el
199 A 9 991 b 1. Prescindimos aquí del argumento llamado del tercer
movimiento, sino en todos los demás géneros» (256 d).
hombre, por<iue atañe más especialmente, ya a la relaci6n. entre lo indivi~ual 203 El Extranjero del Sofista se ve s610 «obligado a declarar que el no-ser
y lo universal (cfr. Arg. sofíst., 22, 178 b 36), ya a la relacl6n entre lo senslbl; es ba;o cierto aspecto (y.a'ta 'tl)>> y que «el ser no es de algún modo (1t11)>> (241 d).
y lo inteligible (cfr. Z, 6, 1031 b 28), y. no a la relaci6n de las Ideas entre SI, 204 Sofista, 241 d.
o de la esencia con aquello cuya esenCia es.

146 147
de la Metafísica: «Multitud de causas explican el extravío de los pla- r~ puesta: no e~ ~ualquier no-ser el principio de la multiplicidad, sino
tónicos al elegir sus principios >os. La principal es que les han emba- o no-ser cuahflcado que Platón llama lo Otro, y que Aristóteles
razado dificultades arcaicas. Han creído que todos los seres formarían traduce por relaci6n (;:rti; :,) >os. Pero precisamente Aristóteles va
uno solo, a saber el Ser en sí (a~'to 't¿ 0',1), si no se conseguía refu· Ilnegar con vigor que dicho «no-ser» sea, mírese10 como se lo mire
tar el argumento de Parménides: No, nunca conseguirás por la fuerza un n?·ser~ ni siquiera «bajo cierto respecto» o «de algún modo»: I~
que los no-seres sean. Creían, pues, que era necesario probar que relacIón tiene tan p?"0 que v,er con «lo contrario o ]a negación del
el no-ser es» "'. 10 que Aristóteles va a recbazar es la necesidad del r» qu~ «es en rea!idad ~ ge~ero del ser, con el mismo derecho que
vínculo, admitida por Platón, entre las dos tesis de los eléatas: 1) El l. esoncla o la cualidad» . DIcho de OUo modo: la relación (1a alte-
ser es, el no-ser no es; 2) Todo es uno. Si bien Aristóteles está de rodad del SofISta) no se opone al ser, sino que es ella misma. 10 ouo
acuerdo con Platón en el rechazo de esta segunda tesis, esrima que q,ue el se~ no es necesariamente no·ser, como quería Platón, dema.
puede ser refutada a un precio menos alto del que Platón paga: pues lado dócil en este caso a las conminaciones de Parménides, sino sim.
a fin de escapar de la unidad del ser Platón introduce el no-ser en el plemen~e Otro ser, ~ sea, un ser que puede ser cantidad, cualidad,
ser. Pero Aristóteles va a mostrar que la existencia del no-ser -tesis lugar, tiempo o relaCIón. 10 que no es por sí puede ser por accidente.
cuya dificultad lógica salta a la vista, antes incluso de denunciarla Lo ~ue. ~o es en acto puede ser en potencia. El fundamento de la
mediante el término técnico de contradicción- no sólo no es en ab- multipliCIdad no debe buscarse fuera del ser en un no-ser reintrodu-
soluto necesaria para fundar la multiplicidad, sino que, incluso ad- cído luego contradictoriamente denuo del se'r a fin de convertirlo en
mitida, ni siquiera es suficiente a dicho efecto. Las razones que da un principio actuante, y por ello existente. Debe ser buscado en el
Aristóteles son numerosas, pero todas se apoyan, en definitiva, sobre ono mismo del ser, en la pluralidad de sus significaciones.
la ambigüedad de la expresión no-ser. El no-ser tiene varios sentidos: .. Podríamos cuc;stionar la legitimidad de la crítica que Aristóteles
así «el no-hombre significa el no-ser-esto, el no-recto es el nO-8et-tal, dltlge c?ntra .Platon. P~es éste negaba ya en el Sofista que el no-ser,
el no-Iargo-de-tres-codos es el no-ser-tanto» 1f11. Siendo así, ¿a cuál de c~ya eXJstencIa reconocla, fuese lo contrario dd ser: «Cuando enun-
esos no-seres habrá que otorgar la dignidad de principio? Presentado c~amos el no·ser, no parece que enunciemos algo contrario al ser,
de este modo, el argumento es tanto menos convincente cuanto que s~~~ sólo algo q~e es otro .... Así pues" si se pretende que negación
los textos de Platón proporcionan inmediatamente un elemento de (1'l:·'I9aO!~) slgmÍlca contrartedad (e'JCt"l'tIO'J), no lo admitiremos, ate.
nténdonos a esto: al¡¡O que es otro, eso es lo que significa el no que
205 Se trata de los dos ptincipios que reconoce la última filosofía de Pla· ponemos como prefIjo a los nombres que siguen a la negación o más
too, tal como la cuenta Arist6teles: el Uno y la Díada indefinida de 10 Grande
y Jo .Pequeño. Si el primer principio (el Uno o también el limite, principio bien a las cosas designadas por esos nombres» 210. Y más adeiante el
formal) está claramente designado, el segundo (principio material) reviste va· Extranjero insistirá sobre esta distinción entre negación y contrarie-
rias formas: puede ser 10 Desigual, la Relación, el Exceso y Defecto, y, sobre dad: «Que. no se nos venga diciendo, pues, que en el momento en
todo, Aristóteles llega a asimilarlo al infinito del ¡tUebo, la materia del Timeo, que a.dvertlmos, en el no-ser, lo contrario del ser, tenemos la osadía
o, como es aquí el caso, el no-ser del Sofista. Desconocedores como somos de
los textos en que basa Aristóteles su exposición del último platonismo, no de afirmar 9ue es. Noso~ros hace tiempo que nos hemos despedido
podemos saber si esa identificación está o no históricamente justificada. Por de es~ no se ~ué conteano del ser, y nada nos importa saber si es o
lo menos es verosímil, en la medida en que la dualidad de Jos principios en no, 51. es raClOna] o completamente irracional» 2J. Reprochar a los
el último platonismo parece responder a la preocupación que era ya la del platóruco~ el haber hecho de la relación lo contrario del ser es, por
Sofisla, el Timeo y el Filebo: admitir, pese a Parménides. Ja existencia de 10
múltiple, manteniendo a la vez la potencia organizadora del Uno (ya se apli. lo tanto, Ignorar la letra misma de los tex"'s platónicos. Otro ejem-
que esa potencia a la generación de los mixtos, como en el Filebo o el Timeo, plo de la aparente mala fe de Aristóteles se halla en un pasaje de la
o a la comunicación de los géneros, como en el Sofista, o a la generación de
los Números ideales, como en el último platonismo). Pero es posible que el 103 Cfr. ibid., 1089 b 6. ¿Se trata tan sólo de la traducción de Ja 4ileridad
último platonismo haya cuajado la posición aún flexible del Solista, haciendo plar6nica al vocabulario de Aristóteles, o de: una e:xpre:si6n que Plat6n habrra
del Uno y la Díada dos contrarios, mientras que el Sofista aún rehusaba con- e~pleado e~ectivamente en su última filosoffa? Esta última hipótesis es la
siderar el Otro o el No-ser como lo contrario del Ser o el Uno. Ello explicaría mas verosi~il ~ y ~ más que: ~robable: que la doctrina aristotélica de la rtlaci6n
una cierta injusticia por parte de Aristóteles, quien tras una explicita referencia desa~roUe: mdlcaclones del úlu~o platonismo. Sigue siendo cierto que, en este
al Sofista, va a criticar, como si todavía se tratara del Sofista, una posición pasaje que apunta ta~to al SofIsta como a la última filosoffa de Platón, Aris.
que en realidad sería la del último platonismo. tóteles IOterpre:ta de:hberadamente alteridad como ,elación
'" N, 2, 1088 b 3' ss. ,., ¡bid., 1089 b 7; cfr. 1089 b 19. .
207 ¡bid., 1089 a 17. Se reconocen aquí las categorfas de esencia, cualidad 210 Solista, 257 b-c.
y cantidad. 2Il 258 e·259 ti.

148 149
Física, en el que denuncia una manera incorrecta de refutar a los viene antes intentar agotar las posibilidades interpretativas? Compro-
eléatas (manera que fácilmente se reconoce como la platónica): «Al- baremos entonces que la aspereza de Aristóteles se explica en virtud
gunos han concedido algo a los argumentos [de los eléatas]: al argu- de una fundamental divergencia de propósito y de método: estará
mento según el cual todo es uno, si el ser significa una cosa única, de acuerdo con Platón, pero no por las mismas razones; llega a teo-
le conceden ellos la existencia del no-ser» 212. En realidad, no se trata rías próximas a las del platonismo, pero no por la misma vía y ello
-por supuesto-- de una concesión a los eléatas mismos, sino a su basta para descalificar, en su opinión, unos resultados viciados por
manera de plantear el problema, que vincula la tesis de la inexisten- el error, o incluso sólo por la inseguridad, en cuanto al método. En
cia del no-ser a la de la unidad del ser, de tal suerte que, si se rechaza el caso de la teoría del ser, puede decirse que la ontología de Aristó-
la segunda, hay que rechazar también la primera. Y Aristóteles viene teles debe mucho a Platón en su contenido; pero, más que talo cual
a recordar que «es absurdo decir que, si no hay nada fuera del nfirmación concreta, lo que la polémica aristotélica pone en cuestión
ser en sí (1tap'auto tO 0',1), todo es uno» 213. Pero ello no quiere decir, e la concepción misma de la ontología, su razón de ser, sus métodos.
nñade, que deba negarse, en un sentido tan absoluto como el de los El error esencial de Platón consiste, en este caso, en haber hecho
eléatas, la existencia de cualquier no-ser: «Es error evidente el de del no-ser un principio de algún modo opuesto al ser. Es verdad que
negar la existencia de cualquier no-ser, con el pretexto de que el ser rechaza que sea contrario (havttov) pero persiste en decir que es
signi!ic.a una cosa {mica (El EV ollflaivElV tO áv) y que no pueden negación (ti1tócpaolC;) del ser. Ahora bien: eso es dejarse engañar por
coeXlstu cosas contradictorias: nada impide que exista, no el no-ser el lenguaje; no por colocar una partícula negativa delante de un
absoluto, sino cierto no-ser (oo6iv ¡dp xillMEl fl~ álCAooc; Elval tind substantivo es obtiene una negación; lo que se obtiene es, a lo sumo,
fl~ iív tl ELVal. tO fl~ lív) > 214. ¿Pero es que Platón dice algo distin- un nombre indefinido, y hasta sería más correcto decir que ni siquie-
ra se trata de un nombre 217, pues tal expresión significa «no importa
to cuando preCisa que el no-ser cuya existencia reconoce sólo es no-ser
cuál» 218. Para Aristóteles, sólo hay negación en la proposición; ahora
«bajo cierto respecto» (xatá t l) m; que no es un no-ser absoluto,
opuesto al ser absoluto de Parménides (auto tO 0',1) como su contra-
rio, sino un no-ser que podríamos llamar relativo? Parece entonces to de vista de ROBlN (La théorie platonicienne... passim), según el cual Aris·
t6teles toma de Plat6n, subrepticiamente, teorías que previamente habría des-
que en el mismo instante en que pretende criticar a Platón' (y no ha; acreditado desfigurándolas: los préstamos efectivos (aunque inconfesados) to-
duda de que es Platón el blanco tanto del texto de la Física como del mados por Arist6teles mostrarían que había comprendido a Plat6n mejor de
libro N de la Metafísica), Aristóteles reconoce lo bien fundado de la lo que hacen suponer sus críticas a menudo malévolas; cuando Arist6teles
«concesión», después de todo limitada, que Platón hace al no-ser. critica a Plat6n, aparenta no comprenderlo, pero cuando lo comprende es
para adornarse con sus despojos, sin decirlo.
Lo cierto es, sin duda, que en este caso, como en tantos otros, 217 «No-hombre no es un nombre. En efecto, no existe ningún término
Aristóteles discrepa de Platón menos en cuanto al contenido que en para designar semejante expresi6n, pues no es ni un discurso ni una negaci6n.
cuanto al método. Tocante al fondo de la cuestión, Aristóteles es Puede sólo admitirse que es un nombre indefinido» (De Interpr.• 2, 16 a 30).
Kant tendrá en cuenta esta advertencia cuando llame juicio indefinido a aquel
ciertamente deudor de las especulaciones del Sofista acerca del no-ser, en el cual el predicado va precedido de la negaci6n (ejemplo: el hombre es
o del último platonismo acerca de la Díada indefinida: le debe sus no eterno), distinguiendo el juicio indefinido del juicio negativo (donde la
de?cripciones de la relación, su distinción entre no-ser absoluto y negaci6n afecta a la c6pula), y mostrando así que no hay verdadera negaci6n
«Cierto no-ser»; tampoco es obra del azar que la materia sea descrita cuando la partícula negativa afecta s610 a un nombre.
218 [bid., 16 a 33; 16 b 15. ARISTÓTELES distingue, en las Categorías (10),
por él, a la vez, como algo relativo y como pr4tcipio de individua- cuatro clases de oposición: la relación, la contrariedad, la oposici6n de la
ción, o sea de la multiplicidad, y no puede dudarse de que Aristóteles' priva,ción y la posesi6n, y la contradicción (oposición de la afirmaci6n y la
recuerde, en este punto, los análisis del Sofista acerca de la alteridad negaci6n). S610 en la última de ellas uno de los opuestos debe ser verdadero
como medio de reconciliar lo uno y lo múltiple. y el otro falso; ahora bien, lo verdadero y lo falso s610 en la proposici6n se
Ahora bien: mejor que acusar a Aristóteles de mala fe en el ata- dan: «ninguna expresi6n en la que no haya enlace es verdadera ni falsa» (Cat.,
10, 13 b ~O). Supuesto eso, Arist6teles no puede concebir una oposici6n que,
que, a menudo áspero, que dirige contra el platonismo 216, ¿no con- c?mo Platon pret~de para la que hay entre el ser y el no-ser, sea de negación
Slp ?er de contrarled~d. Pues para. Aristóteles hay más en la negación (contra-
Fis., l, 3, 187 a 1.
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214 [bid., 187 a 3.


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215 Solista, 241 d. dad, y no a la inversa); y si, corno quiere Plat6n, no es un contrario, entonces
menos aún. será una negación. No siendo ni contrario al ser ni neRaci6n de él,
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bien, la proposición, incluida la negativa, no se refiere al no-ser, sino mente). Lo otro se inslnua en el ser, se fragmenta entre todos lo~
al ser. Es el discurso humano -aquí el discurso predicativo, puesto seres 220, pero, a la inversa, lo otro (con el mismo derecho que lo
precisamente en cuestión por una concepción eleática del no-ser- mismo, el reposo, el movimiento) sigue participando del ser: no es
aquello por medio de lo cual lo negativo adviene al ser. Hay que in- casualidad que estas «metáforas» se refieran a intuiciones físicas,
vertir los términos, por tanto: no es la existencill del no-ser la que pues Platón no llega a considerar el ser, lo otro, etc., sino como prin-
hace posible el discurso predicativo, sino que es el discurso predica- cipios eficaces, es decir, como naturalezas. Constituvendo cada una
tivo el que hace posible, efectuando disociaciones en el ser, el trabajo de ellas un todo y no pudiendo ser físicamente dividida, Platón ha
de la negación. La contradicción -que Platón no distinguía aún de creído introducir la multiplicidad y el movimiento en la Unidad par·
la contrariedad- no se produce entre nombres, sino entre proposi- menídica mediante el establecimiento de relaciones extrínsecas entre
ciones; por consiguiente, presupone la atribución, lejos de ser ésta esas naturalezas. Obrando así ha evitado, sin duda, el error de los
imposible en virtud de aquélla. mecanicistas, los cuales, para resolver igual problema, han troceado
Hay que volver, pues, al discurso y al análisis de su significación el ser en una pluralidad de elementos, pero sólo ha podido evitar
para resolver en su terreno propio el problema de la predicación. El esas disociaciones en el interior del ser multiplicando las «natura·
rodeo a través de la ontología para fundamentar la participación, la lezas» en el exterior, y sustituyendo así un procedimiento físico de
cual debía fundamentar la posibilidad del discurso predicativo, ha división en elementos por un procedimiento, no menos físico, de
aparecido como ilusorio por haber pretendido ir por delante del aná- yuxtaposición de principios. Dicho de otro modo, Platón está some-
lisis del lenguaje, en vez de apoyarse en éste. Dicho con más preci- tido a un tipo de crítica paralelo a la que Aristóteles ha dirigido con·
sión: no podría tratarse de una ontología, es decir, de un discurso tra los físicos: éstos han cometido el error de querer investigar los
coherente acerca del ser, puesto que lo que se trataba de fundamen- elementos de los seres antes de distinguir las diferentes significacio-
tar era precisamente la posibilidad misma del discurso. Pero como, nes del ser 221; Platón, el de multiplicar los principios al margen del
por otra parte, era preciso hablar acerca del ser, y no puede conce- ser (condenándose así a admitir el ser de lo que no es ser), sin per-
birse una especulación humana que no sea hablada, Platón ha sido cibir que hubiera podido ahorrarse esa contradicción distinguiendo
'víctima de las apariencias del lenguaje, al no haber analizado las sig- las significaciones del ser.
nificaciones que se ocultan, múltiples, detrás de las palabras. Siendo Tal será la originalidad del método de Aristóteles: escapar a las
ser y no-ser dos expresiones distintas, ha sacado en conclusión que contradicciones de una física del ser (cuyo obligado complemento es
designaban dos principios distintos (sea cual sea, por lo demás, la una concepción no menos «física» del no-ser) mediante un análisis
sutileza de esos dos principios). Pero siendo ser un único nombre, de las significaciones del ser, al que se reducirá en definitiva la onto-
Platón no ha puesto nunca en duda que debiera significar una. cosa logía. Esta no aparecerá nunca en él como un Deus ex machina que
única. Es de aquellos que «ante el argumen.to según el cual todo es viene a fundamentar, contra los sofistas o los megáricos, la posibili-
uno si el ser significa una única cosa, conceden la existencia del dad del discurso humano: pues eso sería invertir el orden natural, si
no-ser» 219. Lo que Aristóteles le reprocha a Platón es haber aceptado es cierto que la ontología no puede constituirse más que a través del
el planteamiento eleático del problema, que se apoya en el ingenuo discurso humano, cuyo caminar laborioso e incierto acompaña, más
presupuesto de que el ser posee una significación única, puesto que que abreviarlo o aclararlo. El «largo rodeo» del platonismo no nos
se expresa por medio de un único nombre. Ciertamente, al precisar dispensa, por tanto, de volver una vez más a las aporías megáricas
que el no-ser es «en cierto modo» o «bajo cierto respecto», Platón acerca de la predicación. Pero ese rodeo no era una digresión, puesto
reconocía que el ser se dice al menos en dos sentidos: absolutamente, que la crítica de la «ontología» platónica nos ha apartado del camino
y en cierto modo; pero no es esto lo que le interesaba, y no ha con- que no había que seguir. Las aporías megáricas -al igual que todas
centrado su reflexión sobre ese «en cierto modo», es decir, sobre la las aporías, cuando están fundadas- no son señal, como ha creído
modalidad de la significación. De semejante observación extrae sim- Platón, de una ignorancia de la ontología; sino que manifiestan di-
plemente la consecuencia de que los géneros supremos que distingue ficultades que son ellas mismas ontológicas, puesto que atañen en el
en el Solista se interfieren realmente (casi podríamos decir: física- mns alto grado al discurso humano acerca del ser: por tanto, hay que
220 Cfr. L. ROBIN, «El no-ser así definido [en el Sofista] es lo Otro,

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dedicarse a resolverlas en su propio terreno. De esta reflexión sobre diga el ser, en otros tantos significa la unidad: cuando digo «Sócrates
las aporías nacerá la ontología aristotélica; más aún: si es cierto que, es hombre», no significo la misma unidad entre el sujeto y el predi-
a su través, la «solución de las aporías» es «descubierta» 222, podre- cado que cuando digo «Sócrates es enfermo». El problema de las
mos decir que la ciencia aristotélica del ser en cuanto ser no es otra significaciones del ser puede reconducirse, pues, sin inconvenientes
cosa que el sistema general de la solución de las aporías. al problema de las significaciones de 10 uno, pues se trata del mismo
problema.
* * * De hecho, Aristóteles resuelve el problema de la predicación me-
diante una distinción entre las significaciones de lo uno: si los «últi·
Veamos primero, en todo caso, cómo esa afirmación general se mas de entre los antiguos» se veían en un apuro (~í.ÓpO:'¡'I) al venir
ilustra en el caso particular, aun siendo crucial, de la predicación. obligados a reconocer que «lo uno es múltiple», es porgue ignoraban
Hemos visto que, en una primera formulación, Aristóteles parecía que «una misma cosa puede ser una y múltiple sin asumir por ello
reducir la aporía al problema de las relaciones entre lo uno y l? dos caracteres contradictorios: en efecto, hay lo uno en potencia y lo
múltiple 223, pero la continuación del mismo texto muestra con clan- uno en acto» 226. No es éste el lugar de examinar el contenido de esas
dad que lo que en definitiva se halla en cuestión es el sentido de la dos nociones, sino sólo de estudiar el principio de la solución de
cópula ser en la proposición: «Los últimos de entre los antiguos se Aristóteles. Sería vano negar que una misma cosa sea a la vez una
esforzaban mucho para evitar que coincidiesen en un misma cosa lo y no una, pues el lenguaje da testimonio de ello. ¿No hay entonces
uno y lo múltiple. Por eso unos suprimían, como Lycofrón, el verbCl contradicción? No -responde Aristóteles-, si la cosa no es en el
eSj otros adaptaban la expresión diciendo, no que el hombre 'es blan mismo sentido una y no una. El principio de cotradicción no nos
ca', sino que 'ha blanqueado', no que 'es andante', sino que anda, obliga a rechazar la paradoja, sino sólo a entender el discurso de tal
para evitar transformar lo uno en múltiple al introducir el verbo modo que deje de ser paradójico. No se trata de preguntarse si la
es» 224. Como se ve, el problema de lo uno y lo múltiple se reconduce predicación es posible: ningún razonamiento mostrará jamás la im-
al problema del sentido del verbo ser, pues se trata de saber cómo posibilidad de la predicación, pues el discurso existe, y, sin ella, no
una cosa puede ser otra que ella misma sin dejar de ser una, o, en existiría. Eso supuesto, si el discurso predicativo es aparentemente
términos generales, cómo lo uno puede ser múltiple. Aristóteles va a contradictorio, no puede serlo en cambio realmente, puesto que es,
sugerir inmediatamente el principio de su propia solución: la argu· y lo que es contradictorio no es. La solución de la aporía nace, pues,
mentación precedente, advierte, «supone que lo uno o el ser se en- bajo la presión de la aporía misma: no puede haber contradicción; 10
tienden de una sola manera» 225, lo cual parece indicar que la aporía que ocurre es que no afirmamos y negamos algo simultáneamente de
va a resolverse mediante una distinción entre las múltiples significa- una misma cosa en el mismo sentido. Podría decirse que la contradic-
ciones del ser y 10 uno. A decir verdad, parecía que la dificultad se
ción nos «empuja hacia adelante», pero no en el sentido en que en-
refería al ser y sólo a él, pues si digo que una cosa es una en un sen-
tenderán eso más tarde las filosofías «dialécticas»; la contradicción
tido y múltiple en otro, o bien que lo uno es múltiple en un sentido
distinto de como es uno, parece entonces -y ése parecía en efecto ser no reclama su «superación», sino su supresión, y ésta no consiste aquí
el resultado del análisis anterior- que es el verbo ser, y no el predi- en suprimir uno de los contradictorios (pues ambos son igualmente
cado uno, quien soporta la dualidad de significaciones. Por eso es verdaderos), sino en entenderlos de tal modo que ya no sean con-
tradictorios 2IT.
simple apariencia, pues 10 uno no es un predicado más entre otros:
como en otros lugares muestra Aristóteles, lo uno es convertible con La solución de la aporía sobre la predicación consiste, pues, en
el ser, 10 cual quiere decir que, cada vez que 'Significamos el ser, signi- distinguir los sentidos múltiples de 10 uno (o del ser, podría decirse
ficamos también la unidad. Cuando digo que Sócrates es hombre, igualmente). Decir que lo uno puede ser, a la vez, uno (en acto) y no
significo la unidad de Sócrates y la humanidad, o más bien la unidad uno (en potencia), vale tanto como decir que es (en acto) uno y que
de Sócrates dentro de la humanidad. Y en todos cuantos sentidos se es (en potencia) no uno: en definitiva, las modalidades de la signifi-
cación se refieren a la cópula. Lo que encontramos detrás de la dis-
tinción entre lo uno en acto y 10 uno en potencia, es la distinción
'H TtÍp M:n<; 't~<; d'ltopirz<; ¡üpeat<; lO'tlV (E/. Nic., VII, 4, 1146 b 7).
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Cfr. más arriba, pp. 141-142.


entre ser por sí y ser por accidente, o bien entre predicación esencial
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224 Fis., 1, 2, 185 b 25.


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y predicación accidental"". De ello da testimonio el ejemplo que verbo ser no tiene la misma significación en ambas casos. Lo que
pone Aristóteles en apoyo de su demasiado breve análisis: «El ser de esta fórmula significa es que, si bien el sujeto es accidentalmente el
lo blanco (to l,eo"t!' eha.) y el ser del músico (to I'0oo'"t!' elva!) predicado (o bien: si es el predicado en potencia), el predicado no es
son diferentes, y, sin embargo, los dos son la misma cosa» 729. No esencialmente el sujeto: ya no hay ahl contradicción alguna, y la
hay en ello contradicción, pues no decimos en el mismo sentido «10 aporía desaparece.
blanco es blanco» y «el hombre es blanco». Pues en el primer sen- Así pues, la resolución de la aporía megárica y la critica de las
rido, lo blanco no es más que blanco; mientras que en el segundo el dificultades sofísticas nos conducen, desde puntos de partida opues·
hombre puede ser también músico. De una parte, nos las habemos tos. a conclusiones complementarias. Los sofistas no conocían más
con una predicación esencial, única y exclusiva porque expresa el acto que atributos y atributos de atributos: así olvidaban que el atributo
del sujeto; de otra parte, con una predicación accidental, la cual sí es siempre atributo de un sujeto, y que la atribución remite en defi-
tolera una multiplicidad de predicados, puesto que ninguno de ellos nitiva a un primer sujeto, que es la esencia. En cuanto a los megári-
es por si solo la esencia. La primera afirma la unidad en acto del su- cos, a la inversa. sólo conocen esencias y declaran imposible la atri-
jeto; la segunda, mediante la potencia del discurso 230, discierne una bución: olvidan así que toda esencia es, en potencia, una multiplici-
multiplicidad de accidentes en la unidad del sujeto. La famosa para- dad de accidentes, como atestigua la realidad misma del discurso pre-
doja de la predicación: «El sujeto es el predicado y, sin embargo, el dicativo. AsI pues, de una parte, el exclusivismo del accidente nos
predicado no es el sujeto»:m, se esfuma así sin más, puesto que el lleva. en virtud de sus contradicciones. a otorgar un lugar a la esen-
cia; de otra parte. el exclusivismo de la esencia nos conduce, en
121 ¿Ha:rá falta decir que resolver la contradicci~n median.te distinciones vista de las imposibilidades que suscita, a dar lo suyo al accidente.
parece a los modernos una soluci6n perezosa? Son bien conoadas las burlas Los sofistas, en nombre del disculSo útil, hacían imposible una on-
de que ha sido objeto tal método, desde las ifÓnicas observacionc.s de Pascal,
en las Provinciales, a propósito de los distinguo de sus adversanos, hasta la tología coherente; los megáricos, en nombre de la conminación onto-
polémica no menos despectiva de Marx contra Proudhon, culpable de querer lógica de Parménides, hacen imposible un discurso fecundo. Para
«resolver» las contradicciones distinguiendo en cada caso el ciado bueno» poner término a las libertades que la sofística se tomaba con el len-
y el «lado malo» de las cosas (Mir"ia de la filorofía). Pero podrian citarse guaje, habla que reconocer un sentido del ser que no fuera el del ser
ejemplos más favorables; por ejemplo. mostrando que la distinci6n kantiana
entre fen6meno y noúmeno no tiene otro objeto que resolver las antinomias, por accidente; para templar el rigor de los segundos, hay que admitir
cuya tesis y antítesis, en un untido, son igualmente admisibles (10 mismo que, un sentido del ser que no sea el del ser por sI.
en otro lugar, Kant ha recurrido a una distinción de sentidos para resolver Es preciso admitir, pues. dos sentidos al menos del ser. pues si
los paralogismos de la psicologfa racional). Por el contrario, 10 que tanto Aris· al ser por accidente lo relegásemos al no-ser. habrlamos desprestigia-
tóteles como Kant habrfan considerado una salida fácil es la pretendida «supe-
raci6n» de la contradicci6n: hacer distinciones es tomarse la contradicción en do a la sofística tan sólo para caer en la trampa de la unidad patme-
serio; «superar» la contradicci6n es considerarla como aparente o provisional. nídica. Pero esta conclusión ¿no va contra la del capitulo precedente,
La «perezu no está, pues, en este caso, del lado de Arist6teles: sí seria pe.re· donde el nálisis del lenguaje nos habla mostrado que, para ser posible
ZCSO, por ejemplo, querer superar el conflicto de Antfgona y CrOOn; 10 tráRICO el discurso, las palabras deben tener un sentido, es deelr, un solo sen-
nnce de que ambos tienen igualmente raz6n en un sentido:.;~ lrip Erpr¡"[a~ ~~r.1.r.i
(Antígona, v. 725).
tido? ¿Podría suceder que la palabra más fundamental de todas, la
UI No pretendemos que ambas distinciones, acto-potencia y esencia-acci·
palabra ser, fuese equivoca? Si asi fuera, ¿podrlamos seguir preser·
dente, coincidan en cuanto al contenido, sino, en este caso, 5610 en cuanto a
su funci6n, que es la de resolver el problema de la predicaci6n. predicaci6n accidental, es decir, no reversible, la relaci6n «sintética» entre
219 Fis., l. 2, 185 b 32. sujeto y predicado necesita ser demostrada: a ello apuntará precisamente, tanto
2» En el texto citado (Fis., 185 b 32), ARISTÓTELES hace un paralelo en Aristóteles como en Hegel, la «mediación» operada por el término medio
entre el discurso v la divisi6n, que son las dos potencias en cuya virtud la en el silogismo. Pero si bien el juicio necesita el silogismo para ser demos·
multiplicidad adviene a las cosas: multiplicidad de los atributos de un sujeto trado, no lo necesita para fundamentarse omológicamente: no hay en él, en
en el primer caso, multiplicidad de las partes de un todo en el segundo. efecto. contradicci6n alguna que deba ser eliminada. La originalidad de Aris-
DI Hegel describirá todavía el juicio en estos términos, como momento tóteles consiste en escapar, mediante la distinción entre ser por si y ser por
abstracto del concepto: aquel en que se disocia en una dualidad de elementos accidente. al dilema en el que se han encenado los filósofos, de Parménides
independientes, que sólo se reconciliarán m el silogismo: cEl sujeto es el a Hegel: o el discurso el tautol6gico o es contradictorio. Para Arist6teles, el
predicado, ~ es ante todo lo que enuncia el juicio; pero como el predicado discurso humano está a medio camino entre la tautologia y la contradicci6n.
no debe ser 10 que es el sujeto, nos hallamos en presencia de una contradic· y en ese intervalo se sitúa su significaci6n: significar es no ser contradictorio;
ci6n que debe ser eliminada» (Ciencia de la 16gica, t. n, p. 307 de la trad. de significar (Jlgo es no ser tautológico. Empero, será preciso preguntarse -y ése
S. )ANKÉLÉVITC H). Aristóteles no negada que, en el juicio expresado en una será el objeto del capítulo siguiente- si Arist6teles puede escapar a la contra·
dicción sin caer en el equfvoco.
156
157
vando la coherencia del discurso y la posibilidad misma de diálogo va a completar y cubrir las distinciones ateriores: la distinción entre
entre los hombres? las categorías. De este modo se constituye la lista -a la que Aristó-
teles se refiere con frecuencia como si se tratara de una teoría bien
conocida, en la que no hace falta insistir- de las significaciones múl-
3. LAS SIGNIFICACIONES MÚLTIPLES DEL SER: LA TEORÍA tiples del ser.
La enumeración más completa es la que encontramos en el li·
Ser por sí y ser por accidente, ser en acto.y ser en potencia: tales bro E de la Metafísica. «El ser ro iam~ di9to (,0 0\1 .1) ád.wl;
son las distinciones que Aristóteles se ha VIsto «forzado» a hacer, r..E"(ÓI1E\lo\l) 234 se dice eñ varios sentidos (H"(E.at 1tOr..r..axwl;):
a través de la resolución de la apariencia sofística por una parte, y de hemos visto que había ser por accidente, y uego el ser como verda-
las aporías megáricas por otra. Mientras que Platón,. a fin de resol- dero y el no-ser como falso; además, están las figu.-ras de la pre-
ver estas últimas dificultades, había opuesto la altendad al ser, ~a­ cücación (.ti 0X~IJ.a.a '~I; xa'tr¡"(op¡a~) 235, por ejemplo, el qué (.(),
ciendo así de ella un no-ser, Aristóteles, consciente de las contradic- el cuál, el cuánto, el dónde, el cuándo y otros términos que significan
ciones de la solución platónica, y de su capacidad para dar cuenta del en este sentido. Y, además de todos esos sentidos del ser, están el
discurso atributivo, restituye la alteridad al ser mismo. como un<;> de ser en potencia y el ser en acto» 236. Esta clasificación es la más com-
sus sentidos (1a relación), al tiempo que reconoce semeJan.te altetld~d pleta que nos o&ece Aristóteles, salvo en 10 que concierne a las cate·
en el lenguaje acerca del ser, bajo la forma de una pluralIdad de SIg- gorías, cuya enumeración debe ser completada con dos textos del
nificaciones. Organon 237, Dicha lista comprende incluso una significación que
El análisis aristotélico, por 10 demás, no va a que?arse .en e~o, hasta ahora no nos habíamos encontrado: la del ser como verdadero
pues no basta con saber que el ser po~ sí es, en potencIa y. SlO dejar
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y, correlativamente, el no-ser como falso 238.


de ser él mismo, una pluralidad de aCCldente. No es me!10s lm~ort~n­ La importancia de esta última «significación» merece que nos
te saber cuál es exactamente la naturaleza de esa potenCIa, o mas bI~n interroguemos, en primer lugar, sobre su insólita presencia. De he-
de esas potencias, de ser. Que el ser como sujeto .I:ueda se: otro SlO cho, parece mencionada aquí tan sólo para anunciar un desarrollo del
dejar de ser él mismo, es una primer~ ,observ~c!on. extralda de l~ tema de la verdad con el cual concluirá ese mismo E de la Metafísica:
práctica del lenguaje. Pero esa observaClon seguma .sIendo forma.l Si desarrollo que tendrá precisamente por objeto mostrar que ésa es
no se supiera también qué géne~o de l? .o!ro conVIene .a tu;l, SUjeto una significación no propiamente dicha del ser, pues «Jo falso y lo
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nueva distinción entre los senudos de la cópula en la prOpOS1CJOn.


234 Esta expresi6n (que, en otros lugares, designa al ser por sr como
Efectivamente, no decimos en el mismo sentido que una c<;>sa es opuesto al ser por accidente, o bien el sentido «existencial» del verbo ser
buena o que es grande de tres cqdos, que ~n .~om?~e es caml~ante como opuesto a su sentido atributivo) designa aquí al ser en cuanto ser, que
o sedente. Y en todos estos ejemplos la slg~f¡caCIQ la c01'!~a acaba de ser nombrado, al final del capítulo anterior, como el objeto (indi-
es diferente de la que hallamos en la frase «Socrates es hombre» . recto) de la filosofía primera.
23S Esta expresi6n es una de las más corrientes para designar las cate·
Tales modos de atribución determinan otras tantas categorías, es de-
gorías. Cfr. tl, 6, 1016 b 34; 7, 1017 a 23; 28, 1024 b 13; 9, 10, 1051 a 35.
cir -siguiendo la etimología de xanlTop(a, que viene de xa'nlTOpE~'J, 236 E, 2, 1026 a 33.
atribuir- otras tantas maneras de atribuir el predicado (sea esenclal m Sólo en esos dos pasajes (Cat., 4, 1 b 25; T6p., 1, 9, 103 b 21) halla·
o accidental) a un sujeto, es decir, otras tantas significaciones osi· mos la lista, que ha llegado a ser clásica, de las diez categorías. La cuesti6n
de saber si esa lista es completa, en la intención de Aristóteles, o si el número
bIes de la cópula ser. Finalmente, si la atribucion en general co, eva, de las categorías se ha detenido arbitrariamente en diez (cuesti6n que opuso
como condición de su posibilidad, la distinción e~tre ser por .SI y ser en el siglo XIX a Brandis, Ze11er y Brentano, partidarios de la primera tesis,
por accidente, entre ser en acto y ser en pot~n~la,.!a pluralidad de frente a Prantl, partidario de la segunda), sólo podrá ser abordada más ade-
los tipos de atribución nos lleva a una nueva distlOclOn que, a la vez, lante (pp. 182-183, nota 316), tras un más atento estudio de la teoría.
238 De un modo general, el no-ser se dice en tantos sentidos como el ser
mismo (10 que no implica en absoluto la existencia del no-ser, por 10 demás,
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jlues el discurso puede significar siempre lo que no es; cfr. 107-109). Cfr. A, 2,
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232 Cfr. A.-J. FESTUGIERE, «Antisthenica», Revue des sciences philosophi-


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m Estos ejemplos están tomados de Met., Z, l. 239 E., 4, 1027 b 25.


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158 159
Heidegger, que advierte en varias ocasiones esta dualidad de pun-
('!(~ !J O!)'!(¡C; 0\1 hapo\l 0\1 '!ID\I x!)píwc;)>>, O,mejor dicho, se re- tos de vista en los textos aristotélicos, privilegia este último pasaje,
duce a ellos, pues «lo que el pensamiento une o separa [en la propo- y, en general, todo el capítulo e, 10, en el cual ve él el lugar «donde
sición] es o bien la esencia, o la cualidad, o la cantidad, o cualquier el pensamiento de Aristóteles acerca del ser del ente alcanza su cum-
otra cosa de ese género» 240. El ser en cuanto verdadero no hace sino bre» 248. A la inversa, Brentano, que observaba ya la misma dualidad,
reiterar en el pensamiento lo que ya esta contenido en «el otro géne- privilegia aquellos textos en que Aristóteles ve en la proposición el
ro del ser» 241, o sea, lo que se expresa en las categorías. Se compren- lugar de la verdad y la falsedad; las cosas sólo secundariamente pue-
de así que Aristóteles nos invite a «dejar de lado» 242, en el estudio den ser llamadas verdaderas, en el sentido de que a ellas se refiere
de los sentidos del ser, al ser en cuanto verdadero. la verdad del juicio: una cosa, o un estado de cosas, son llamados ver-
¿Debemos seguir, sin embargo, ese consejo? Podríamos hacerlo, daderos o falsos cuando son o no son lo que el juicio verdadero dice
si la teoría de la verdad esbozada en ese pasaje fuera la única que que son 249.
Aristóteles nos propone. Pero los intérpretes han advertido desde En realidad, la contradicción entre estos textos, contradicción
hace mucho tiempo una dualidad de puntos de vista en la concepción que W. ]aeger cree poder resolver apelando a una evolución del pen-
aristotélica de la verdad: según ciertos textos (de los que el más im- samiento de Aristóteles en este punto 250, es quizá más aparente que
portante es el ya citado de E, 4), el ser como verdadero residiría en real. La clave nos la da, según parece, el pasaje de E, 4, 1028 a 1,
un enlace del pensamiento (O!)p.?tA.OY.~ '!~c; ala\loíac;), sería una afec- donde leemos que el ser en cuanto verdadero remite «al otro género
ción del pensamiento (dOoc; ~\I '!ií ala \loíCf) 243; lo verdadero y lo del ser». El ser en cuanto verdadero, observa adecuadamente Bren-
falso serían considerados, pues, como funciones lógicas del juicio. tano, no puede ser comprendido entre las significaciones del ser pro-
Otro texto, en cambio, propondría una concepción ontológica de la piamente dicho, por la misma razón en cuya virtud la lógica no pue-
verdad 2<H: el enlace en el pensamiento, para ser verdadero, debería de hallar sitio en las clasificaciones del saber 251. En ambos casos, la
expresar un enlace en las cosas; habría, pues, una verdad en el plano relación entre los dos términos no es la de la parte al todo: si la
de las cosas (~1t¡ '!ID\I 'ltpaTflá'!w\I) que residiría en su ser-enlazado o lógica no es una ciencia más entre otras, ello se debe a que, siendo
su ser-separado ('!<j) Ot.l'lxEtaOat ~ al'~¡p~oOat)245. Estar en Ja verdad teoría de la ciencia, posee en cierto sentido la misma extensión que
(ai.,'Y¡OEÓEt\l) consistiría entonces, para el juicio humano, en desvelar la totalidad del saber; asimismo, el ser en cuanto verdadero no for-
una verdad más fundamental, que podríamos llamar antepredicativa. ma «parte» del ser propiamente dicho, puesto que, al ser reiteración
Pero hay más: sólo puede hablarse de enlace para el caso de seres suya, tiene en cierto sentido la misma extensión que él.
compuestos (es decir, aquellos en que reside el enlace objetivo de Pero ¿en qué consiste esa «reiteración»? Acaso haya que supe-
una esencia y un accidente, sea éste propiamente dicho o por sí): rar aquí la alternativa entre adecuación y desvelamiento a la cual Jos
como esta-madera-que-es-b1anca, o la diagona1-que-es-conmensura- intérpretes -y ~specialmente Heidegger- querrían circunscribirnos.
b1e 246. Pero en el caso de los seres simples (doó\lOa'!a, ár.A.d, En realidad, la verdad es siempre desvelamiento, no s6lo cuando es
aalaípna), su verdad o falsedad sólo puede residir en su captación simple enunciaci6n (?dOtc;), sino también cuando es juicio (xa'!áepaotc;).
(OqEt\l) o su no-captación por un saber: la verdad sólo puede ser Pues el juicio no consiste en atribuir un predicado a un sujeto de
aquí antepredicativa, pues seres tales pueden ser objeto de enunciación acuerdo con 10 que sería en la realidad el ser mismo del sujeto: no
\ epáOl c;) pero no de juicio (y.a'!áepacnc;), y Aristóteles pone buen cui- somos nosotros quienes creamos el enlace entre sujeto y predicado
dado en recordar aquí que la epáOlC; no es una Y.a'!ácpaolC; 7.47, puesto
que no implica atribución: sería simplemente la palabra humana a 248 Platons Lehre von der Wahrheit, p. 44; cfr. Brief über den Huma-
nismus, ed. alem., p. 77.
través de la cual se desvela la verdad del ser. 249 Von der mannigfachen Bedeu/ung des Seienden nach Aristo/eles, pá.
ginas 31·32.
[bid., 1027 b 31.
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240 25J Contrariamente a lo que podría pensarse, sería la concepción de, 10


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1bid., 1028 a 1.
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241 posterior a la de E, 4: Aristóteles habría tenido que ampliar posteriormente,


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[bid., 1027 b 34; 1028 a 3.


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(cfr. 1027 b 34).


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pp. 26-28, 49-53; Aris/oteles, pp. 211·12. Ya H. MAlER (Die Syllogistile des Ar.,
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244 Met., e, 10.


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1, p. 5 ss.) había observado la contradicción aparente entre estas dos series


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245 e, lO, 1051 b 2.


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de textos.
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246 Ejemplos dados en 1051 b 21.


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251 Von der mannigfilchen Bedeutung..., p. 39 Y n. 44.


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247 1051 b 24.


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160
(10 que nos obligaría a ir inmediatamente fuera del juicio -pero esas categorías o según sus contrarios; y, finalmente, el ser por ex-
¿cómo podríamos?- para asegurarnos de que ese enlace se adecúa celencia es lo verdadero y lo falso {'ró OE )(uptórtata 0\1 a},:Y¡6EI; ~ 9EU-
al sujeto real de la atribución). En el juicio, no decimos sólo algo de 00<;)>> 255. Se ha observado que este último miembro de la frase
algo, sino que dejamos hablar en nosotros a una cierta relación de está en formal contradicción con la doctrina del libro E 256. Pero la
cosas 2S2 que existe fuera de nosotros. Aristóteles expresa inequívo- tendencia de la verdad lógica a precederse a sí misma en el ser como
camente esta prioridad de la relación entre cosas sobre el juicio en verdad ontológica permite, nos parece, explicar esta contradicción.
que ella se desvela: «Tú no eres blanco porque pensemos con verdad En el primer texto se trataba de la verdad lógica, en el segundo de la
que eres blanco; sino que decimos con verdad que eres blanco porque ontológica. La primera debía ser excluida del ser propiamente dicho,
lo eres}} m. El enlace no es, pues, resultado privativo del juicio: se al que no añadía ninguna determinación, ya que era tan sólo su reite-
da en las cosas cuyo ser es el de ser juntas o no ser juntas 254, y es ración en el plano del pensamiento. La segunda se confunde con el
este ser-juntas o no-ser-juntas el que se desvela en la verdad del ser propiamente dicho, cuya extensión comparte. Ahora bien: ¿qué
juicio, del mismo modo que el ser de las cosas no compuestas se
entiende Aristóteles cuando dice que es «el ser por excelencia»? En
desvela en la verdad de la captación (6qet\l) enunciativa. Hablar primer lugar, sin duda, que la verdad ontológica no significa tal o
de una verdad de las cosas, es sencillamente significar que la verdad cual parte del ser, sino el ser en su totalidad; pero quizá quiere decir
del discurso humano está siempre prefigurada, o más bien dada por también que nosotros no podríamos decir nada del ser si éste no fue-
anticipado, en las cosas, aun suponiendo que sólo se desvela con oca-
sión del discurso que acerca de ellas instituimos. Hay una especie se ,verd.ad, o sea, apertura al discurso humano que lo desvela, y que
de anterioridad de la verdad con respecto a sí misma, en cuya virtud ahí radIca tal vez su «excelencia». Pero ta oca desde esta perspec-
en el mismo instante en que la hacemos ser mediante nuestro discur- tiva, al igual que desde la primera, eLgr ~mo verdadero py,ede ser
so, la hacemos ser precisamente como siendo ya antes. Esta es la incluido en re las sigpificacione e s.er, pues.tQ -podría
tensión, inherente a la verdad misma, expresada por la dualidad de decirse- la ~i ~i~ica~ión de las significaciones, aquello que hace que

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puntos de vista (o mejor, de vocabularios) entre los cuales parece el ser tenga -Slgnifk.¡¡gones, pue presenta a parte e tis esa a ertura
vacilar Aristóteles. La verdad «lógica}) es el discurso humano mismo esa disponibilidad fundamentales en cuya virtud es posible un dis-

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en cuanto que cumple su función propia, que es hablar del ser. La curso humano acerca del ser.
verdad ontológica es el ser mismo, el ser «propiamente dicho», o sea, Pero antes de «dejaIde ladm), como Aristóteles nos propone, al
en cuanto que hablamos de él, o al menos podemos hacerlo. Esto su- ser en el sentido de verdadero, conviene afrontar una posible obje-

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ción. El ser en cuanto verdadero es, según hemos dicho, lo que hace

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en la verdad ontológica, con Brentano, una especie de proyección mientras que la verdad, como subraya el texto del libro 8, puede
retrospectiva, sobre el ser, de la verdad del discurso. darse tanto en la simple enunciación (epáot.;) como en el juicio atri-
Esta oscilación que, como se está viendo, no es accidental, va a butivo (xatáepaotc;). Siendo así, ¿debemos renunciar a reconocer que
permitirnos comprender una frase del libro e que ha puesto en aprie- hay igual extensión en el ser en el sentido de 10 verdadero y en el ser
tos a los comentaristas, pues parece contradecir aquella otra frase propiamente dicho, aquel del que nos dice Aristóteles que conlleva
del libro E con la que Aristóteles nos invitaba a excluir el ser en una pluralidad de significaciones? Consecuencia paradójica, pues ha-
cuanto verdadero de la consideración del ser «propiamente dicho)}. bría que decir entonces que el ser propiamente dicho, el ser en cuan-
Antes de abordar el desarrollo, ya mencionado, del tema de la ver- to ser, no es todo el ser, ya que dejaría subsistir fuera de él un ser
dad, Aristóteles nos recuerda una vez más la distinción entre las sig-
nificaciones del ser: «El ser y el no-ser se dicen según las figuras de 9, 10, 1051 a 34.
255
las categorías; se dicen, además, según la potencia o el acto de Por ello, Ross (II, 274) considera xoplw'ta'ta OY como una interpolación
256
y no lo toma en cuenta. En cuanto a Tricot, contra toda verosimilitud, une
xoplw'ta'ta ay con aA:,¡/i~ ~ ~e~~I)" y no con 'to 8É.
252 a, 10, 1051 b 11; cfr. 1051 b 2.
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toca a las categorías. Pero las otras distinciones (ser por si y por accidente
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que se revelaría únicamente en el relámpago de la captación (6("(E1'l; Así pues, y por último, los diferentes sentidos del ser se reducen'
enunciativa, y, por lo tanto, al margen de toda atribución. aJOS-.diferentes JIlO<ios deja-predicación, p_ues aquéllos se consytu-
Pero en realidad la captación enunciativa misma conlleva una atri- )1f1l a través e éstos. Por lo tanto, la si nificaciones múltiples del
bución implícita, que es la de la esencia. «Captar» ese indivisible que ser pueden referirse sin inconveniente a las categorías o figuras de
es Sócrates, es captar su esencia; ahora bien, cuando decimos de Só- la redicacióQ';' mucho más que constituir un primer enunciado de
crates que es hombre, o mejor que es este hombre, ¿qué hacemos sino las significaciones mismas, la distinción entre acto y potencia, como
cleclarar su esencia? Por consiguiente, a distinción del libro 9 entre la de ser por sí y ser por accidente, expresaba la posibilidad de una
xa'tciepaol~ y epciOl~ no define tanto la oposición entre juicio atributivo pluralidad de significaciones. No debemos asombrarnos, entonces,
y discurso antepredicativo cuanto la oposición entre atribución acci- de que el libro Z comience con una distinción entre los sentidos del
dental (en la que decimos algo de algo, xa'tci 'tl'lO~) y atribución ser que se reduce a la distinción entre las categorías (no siendo men-:-
esencial (en la que afirmamos al o, 'tL), No toda atribución es una cionados ya aquí ni el ser en acto o en potencia, ni el ser por acciden-
composición: cuan o atrl uyo a esencia a aquello cuya esencia es (10 te, ni el ser como verdadero): «El ser se dice en varios sentidos, como
que llamarán los modernos juicio analítico), ni hago una síntesis, ni hemos explicado antes cuando tratamos de las significaciones múlti.
me refiero a una síntesis que estuviera ya en las cosas; sin embargo, pIes 262; efectivamente, sig~fica unas veces ello ue es ('to 'tí teal)
no por ello deja de haber en tal caso verdad o error; pues bien, eso es y el esto ('tóae 'tI), otras veces el cuál o el cuánto, o cada una de las
lo que Aristóteles quería decir cuando corregía en el libro a la teoría categorias de_ este-&énero» 263, Y la continuación del texto muestra
del libro E según la cual sólo habría verdad o error allí donde hay con claridad el enraizamiento de los sentidos del ser en los modosl
composición y división. de la predicación: «Cuando preguntamos de qué cualidad es esto, \
Por tanto, es posible suscribir la interpretación de Brentano, para decimos que es bueno o malo, y no que es grande de tres codos o que
quien el ser en cua.nto verdadero designa, en Aristóteles, al ser como es un hombre, pero cuando preguntamos 10 que es, no respondemos
cópula en la proposición 2.S8, sin por ello oponer esa interpretación a que es blanco, caliente o grande de tres codos, sino que es un hombre
una concepción «ontológica» de la verdad. Así se comprende, a un o un dios» 264. Como se ve, la esencia misma es p-resentada a uf como
tiempo, que el libro E nos invite a «dejar de lado» el ser como ver- un redicable, aunque en otro lugar se la defina como 10 que es siem-
dadero al enumerar los sentidos del ser, y que el libro a, por el con- pre sujeto y nunca predicado 26S. Pero la esen<;:ia, que es_efectivamen-
trario, lo presente como «el ser por excelencia». Pues en cuanto ser
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to de toda significación: el verbo ser, considerado en su función copu-


lativa 2.S9, es el lugar privilegiado donde la intención significante se des- 262 'Ev "toic; ~;p¡ "toij 1to~axw,. Alusi6n al libro A, y, en particular, al

borda hacia las cosas, y donde las cosas na~en al sentido, un sentido capítulo 7 del mismo, consagrado a las singnificaciones múltiples del tér.
mino 6v. En tal texto encontramos, ciertamente, una enumeración más amplia
del que no puede decirse que estaba oculto en ellas y bastaba con des- que la del lil;>ro Z, puesto que, al lado del ser según las categorfas, figuran
cubrirlo, sino que se constituye al tiempo de declararlo. Siendo así, el ser por aCCIdente, el ser como verdadero, el ser en potencia y el ser en acto.
habrá tantos sentidos del ser como modalidades del decir: «El ser sig- Pero las categorfas son presentadas como represenrando las s~ficaciones
nifica de tantas maneras cuantas se dice» (óoa y. Oí ~ ,d P H,6'ta l. mú1tipl~s de~ ser por si, y ~ P!~p6sito de ellas se formula el principio general
más arrIba citado: «El ser SIgnifIca de tantas maneras cuantas se dice•. Y, rras
;:ooall'taxii.l~ 'tri 6lval o"ljIJ.aí'lEI)26O, 10 que Santo Tomás traducirrá, recordar que «entre los predicados ("twv xa"t71Topou!,-É\lWv), unos significan el
sin ser infiel al pensamiento de Aristóteles: «Quot modis praedicatio lo que es, otros la cualidad, otros la cantidad, otros la relaci6n, arras el hacer
fit, tot modis ens dicitur» 261. y el padecer, otros el lugar, otros el tiempo», enumeración en que reconoce.
mos las categorías, y sólo ellas, ARISTÓTELES concluye: «El ser significa la
2.S8 Van der mannigfachen Bedeutung ..., pp. 36-37. misma cosa que cada uno de estos predicados» (A, 7, 1017 a 22 ss.). Las cate.
2.S9 Arist6teles no parece haber presentido la función propiamente existen· garfas apar~cen aquí, por tant?,. al m~no.s. CO!?O las significaciones privilegiadas
cial del verbo ser. Cuando el ser se dice: absolutamente (cfr. p. 138, n. 171), es del ser, e mclus? como 1Jt:;, urncas slgmficaclOnes del ser por si. Este pasaje
decir, sin predicado, conlleva una atribución implícita, que es la de la esencia: se opone a la lnterpretaclon de BRENTANO (Van der mannifl.lachen Bedeu.
ser, es ser una esencia. Cfr. E. GILSON, Vetre et l'essence, pp. 46 ss. Cfr., sin tung ... , p. 175), quien, sistematizando indicaciones de 3!\DtO Tomás. hace de
embargo, en sentido conrrario, S. MANSION, Le ;ugement d'existence che% Aris· todas las categorías que no son la esencia divisiones del ser por accidente
totej J.-M. LE BLOND, Logique et méthode chez Aristote, l." parte, cap. IV, § 2. (cfr. más adelante, p. 190, n. 335).
260 A, 7, 10717 a 23. 263 Z, 1, 1028 a 10.
261 In Met., V, lect. 9, n.· 893, Cathala (cfr. n.· 890)¡ cfr. In Phys., III, 264 Ibid., 1028 a 15.
lecr. 5, a 15. 265 Anal. pr., I, 27, 43 a 25; Fis., 1, 7, 190 a 34; Met., Z, 3, 1028 b 36.

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fecundidad en la incoherencia? Y a la inversa, ¿qué sería la coheren-

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categorías, se constituye como significación del ser tan sólo en el cia de un discurso que no tiene nada que decir, que sólo seria signi-
momento en que es atribuida a un_sujeto como respuesta a la pre- ficante para los demás porque nada tiene que significarles?
gunta !JuJ. es? (tí éO'tl) 266. Hay que preguntarse, pues, ace~a del estatuto de las significa-
Así pues, puede reconducirse la teoría de las significaciones de! ciones múltipks del ser, y, para ello, recurrir de nuevo a las indica-
ser a la teoría de las categorías, y pueden definirse las categorías ciones dispersas de Aristóteles acerca de una teoría general de las
como las significaciones del ser en cuanto que se constituyen en el significaciones. Hemos visto que e! ser es u 7:oHa¡Jn:. ),er¿f.L€\lO'l.
discurso redicativo. Pero lié implica ese 7:oiJ.. a¡}x.? ¿Indica que)a pala.bra ~n.side­
rada se dice de varios sujetos dif~rentes, por e'em 10: el hombre es
* * * ~ el ªnimal es jJD ser etc.? Mas si fuera así, todo nom re
----excepto, si acaso, el nombre propio-- sería dicho 1:o)...)...f,{/'wc;,
Pero aquí se plantea una cuestión previa acerca de la legitimidad en virtud de la observación, que hemos encontrado ya antes 268. de
de la teoría: ¿cim-º-.es que el ser puede tener significaciones múlti- que las cosas son singulares, mientras que el lenguaje es general.
ples sin que.. el discurso humano caiga en el equívoco, negánd~e así Hay sin duda en este sentido una ambigüedad fundamental e irre-
en Cl.llUll~ullsQlrs.o si.gnificante? ¿No ha llegado el momento de recor- ductible de! discurso humano, y ~natural.9J.1e la 'palabra 0\1, la más
dar la solemne advertencia que Aristóteles dirigía, en e! libro r, a los general de todas, conlleve más que ninguna ..esa remisión indetermi·
negadores del principio de contradicción: «No significar una única nadj! a una pluralidad, en este caso incontable, de sujetos. Pero no
cosa es no significar nada en absoluto, y, si los nombres no significa- es lo mismo significar muchas cosas y significarlas d anera_
sen nada, se destruiría al mismo tiempo todo diálogo entre los hom- , . . aquí debemos atenernos a la forma adverbial de 1:o)...)...a/.wc;
bres y, en verdad, hasta con uno mismo»? Sili unidad de significa-
ción aparece como condición de pqsibilidad de un diálogo inteligible, o 1C)..eO'laxWc;, más aún que a la idea de multiplicidad. La voz rer rcomo
de un pensamiento coherente la multiplicidad de significaciones en general los 1:o)...)...axwc; )...eróf.L€\la, Il.O..-significa sólo cosas diferentes
que nºs vemos obligados a reconocer en la palabra más fundamental sino ue las significa de un modo diferente, y no estamos seguros
de todas, la voz ser ¿no amenaza con destruir ese diálogo y ese pen- nunca de que tenga e! mismo sentido cada vez: se -RUJ
amiento? Consecuencia sin duda imposible, ya que la existencia del ~ pluralidad de ~ignificaciones y no sólo de significados --obser-
discurso humano atestigua de por sí la posibilidad de ese doble diá- vación que i1!!.Plica una teoría del leng,uaje, pues tiende a reconocer,
logo, con los demás y con uno mismo 267; pero, además, consecuencia ntre eJJigno Y-h-30sa si nificada, la existencia de un dominio jn-
absurda, puesto que e! análisis de las condiciones de posibilidad del termedio, el de la significación, que va g introducir un factor suple-
discurso es el que nos ha llevado a la distinción de las significaciones mentario de indetermínacíon en Ja relación, ya de suyo ambigua,
del ser. Es cierto que el·libro r estudiaba las condiciones de la co- entre e! signo y la cosa significada 269.
herencia del discurso, mientras que la distinción de las signific9cio- Aristóteles distingue las diversas formas de esta nueva relación
entre signo y significación a partir de las primeras líneas del tratado
266 La distinci6n entre esencia primera (siempre sujeto) y esencia segunda de las Categorías: «S~.Jlam"ª homónimas a las cosas ue sólo tienen
(esencia en cuanto que es atribuida) (Tóp., IV, 1, 127 a 7; Cat., 5, 2 a 14 ss.) en. común el..nombre, mientras que a ~nY.tKillci6Juk_k-e.s.mci1t que
no nos parece que caracterice, como sostiene Monsefior A. MANSION (Intro-
duction a la physique aristotélicienne, 2.' OO., p. 9, n. 10), un periodo antiguo, es..conforme a ese..1lo.mhre (ó lta'ta 'tou\lolJ.a )...610c; tijc; o~o¡ac;), if~
aún platonizante, del pensamiento de Aristóteles. Pues sin semejante distinci6n rente»; as1, un hombre real y un_hombre pintado sQn homónimos
no se comprendería que la esencia pudiera ser una categoría. Sólo en su secun- PQ tener sólo~1 nombre en común 270, O-b.ien...----ejemplo...más...proba-
I dariedad, o sea en su ser·dicho, y no en la primariedad de su ser-ahí, puede
\la esencia constituirse como sentido. Para las demás categorías tal distinción 268 Arg. sojíst., 1, 165 a 7. Cfr. más arriba, p. lB.
era inútil, pues son todas segundas por naturaleza, en el sentido de que sólo 269 Cfr. más arriba, pp. 116-119.
la potencia del discurso distingue la cantidad, la cualidad, la relaci6n, el lu- 270 Categorías, 1, 1 a 1. Este ejemplo no es convincente sino en la medida
gar, etc., y, por último la esencia misma como predicado, en el seno de la en que se admita: 1) Que el alma es la esencia del hombre; 2) Que el alma
indistinción de la esencia concreta primitiva. es la forma del cuerpo organizado, es decir, vivo, y, a jortiori, real. De ah! la
2tJ7 De hecho, el libro r consideraba como una evidencia (87)1,0\1) que afirmación, varias veces repetida por Aristóteles, de que entre el viviente
«las expresiones ser y no ser tienen una significación definida (CTIj\1'lí\lEt ....t080, y el muerto sólo hay relaci6n de homonimia (Gen. anim., n, 1, 735 a 7,
de manera que nada podría ser así y no asl» (r, 4, 1006 a 29). 734 h 24; IV, 1, 766 a 8; De anima, JI, 1,412 b 14¡ Met., Z, 10, 1035 b 24),

166 167
tori~y que se hará tradicional en la Escuela, de donde lo tomará lilimo . !:d' 1 si ninc ci6n (10 que las Categorías designan
Spinoza- ba}Lhomonimia entr.e el Can, cQnstclaci6n celeste,j' el con la expresión ó roata tO~vol.La H"(o~ tY¡~ (j~::s¡a~), ue es única
can, animal que ladra 271. A la inversa, «se llaman sinónimas las cosas e~l caso de la sinonimia, y doble o má en-$neral mú tiP3 en 1
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yo nombre comun, cuando la enl!Dciaci6n de la esencia que es ca o de la homonimia 274.


forme a ese nombre es la misma» m: por ejemplO, hombre y buey La sinonimia no requiere muchas explicaciones, pues es la regla.
son sin6nimos en cuanto animales, pues animal es su esencia común. Al menos debe serlo, si se quiere que el lenguaje sea significante.
~áy que acer os advertencias a . est:rdistindón Ella ex resa la exi encia formulada en el libro r. de un ig.~
(que, .c:onJos nombres de eguivQcidad-y unipocidad, se hará tradicio- ción única para un nombre único. 0, mejor dkho, precisa el sen-
nal en la escolástica). Es la Qrimera que la distinción concierne inme- tl o e ta eXIgenCIa: o que ace falta para que se nos comprenda
diatamente a las cosas, Yo no a las alabras: no e llama homónimo cuando hablamos, o para que nuestro pensamiento sea coherente, no
o sinónimo al nombre, sino a las s;osas ue si nifica 273. Sin duda, es, hablando con propiedad, que cada nombre signifique una cosa
éstas son llamadas homónimas o sinónimas sólo en cuanto qu on única, pues tal correspondencia es en rigor imposible siendo los
nombradas, y podría pen;rse entonces que se trata de una relaci6n nombres limitados en número y las cosas infinitas; sino que cada
extríns ca accidental; pero, en realidad, el propio ejemplo dado nombre tenga una significaci6n única o -lo que viene a ser 10 mis-
por Arist6teles (el hombre y el caballo son sinónimos en cuanto que mo-- que sigui ique una so a esenCIa. Así, por más que el nombre
ambos son animales) muestra que no es ése el caso de la sinonimia: animal se ap que a uey, a om e, a una pluralidad de especies
la sinonimia ex resa una relaci6n plenamente eal, que consiste.-.aquL y a una infinidad de individuos, no por ello deja de ser unívoco, ya
--,...~......-..ettenencia a . o gén~; en cuanto a-la homonimia, que el hombre, el buey, etc., tienen una misma esencia, que es la
veremos qu.e JlQ slemll11:-es accidental. La sinonimia _la homonimia de pertenecer al género animal.
na. son, pues, simples accidentes de las cosas, en cuanto que son nom- Si la sinonimia es la regla, la homonimia sólo puede ser injustifi-
br-ªdas, sino que pueden designar propiedades rea1es, en cuanto sue cable. Hemos visto el uso (inconsciente, es cierto, en ausencia de
~on reveladas por el discurso. una teoría de la significaci6n) que los sofistas hacían de la homo-
La se da advertencia es que tanto la homonimia como la sino- nimia: uso denunciado por Arist6teles como la fuente de todos sus
n' 'a se refieren ambas a la relaci6n de un signo único con una plu- errores. UnJe.oguaj u(voco dejarí.a...de.. ser..signilicante y de esta
alidad de significadQs (hJll:tlhr~ po;: relación hombre real y al s rte e suprimiría como lenguaje: hay que admitir, entonc~.....q
hQmbre e!1jm~en, en un caso; animal por relaci6n al buey y al hom- la-horoQnimia, si existe, es una excepci6n, y que repugna a la natu-
bre en el otro). La difeJencia entre hormmimia y sinonimia no debe raleza del lenguaje._Por eso dirán los comentaristas que la homoni-
buscarse,.11or tanto ni en el nombre (que es único en ambos casos), mia propiamente dicha es accidental, fortuita; que es ci7t:o tÓX-r¡,275
ni en los significados (que son múltiples en ambos casos), sino en el Pero, de ser así, se corregirá con facilidad: bastará con dar nombres
diferentes a las significaciones diferentes del nombre primitivo, o, al
como entre el viviente y lo que es una simple imagen suya (cfr. Parto animal., menos, con saber que es posible semejante distribuci6n (así, el sabio
I 1 640 b 33). Pero en el ejemplo de las Categorías es preciso ver, ante todo, podrá, si quiere evitar a cualquier precio la homonimia, dar nombres
u~a' alusión crítica a la teoría de las Ideas: entre la cosa sensible y la Idea diferentes al Can-constelación y al can-animal). La única homonimia
-que, para Aristóteles, no es más que el doble ideal de la primera- no hay,
en la teoría platónica tal como Arist6teles la entiende, más que una simple a la vez injustificable e irremediable -aquella presupuesta por lo
relación de homonimia (cfr. Z, 16, 1040 b 32; M, 10, 1086 b 27; T6p., VII, negadores del principio de contradicci6n- consistiría en atribuir una
4, 154 a 16-20). infinidad de significaciones posibles a un nombre determinado. Aho-
171 Cfr. Retór., 11, 24, 1401 a 15; Arg. solíst., 4, 166 a 16. ra bien: en tanto que el número de las significaciones es limitado
272 Cat., 1, 1 a 6.
273 Apenas hace falta seiialar que, aunque sólo fuese por esta razón, esta
que dicho nombre es conocido 276, hay sin duda imperfecci6n, pero
_ _terminología se aparta del uso moderno de tales términos. Lo que nosotros no hasta el punto de que el lenguaje corra peligro: «Es indiferent
1amamos sinonimia (unicidad de la cosa, pluralidad de los nombres) es a veces
designado con ese nombre por Aristóteles, pero los comentaristas hablan más 274 Así se explica la traducción escolástica de estos términos: la sinonimia
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lógicamente en este caso de polionomía (cfr. p. 134, n. 157). En cuanto a nuestra


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hom6nimas a dos personas que llevan el mismo nombre, pero no cuando llama-
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275 La expresi6n se encuentra ya en ARISTÓTELES, Et. Níc., 1, 4, 1096 b 26.


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mos homónimas a dos palabras que se pronuncian lo mismo. Nos ajustaremos 276 Más adelante se verá la importancia de esta observación, a propósito
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en lo que sigue al uso aristotélico, y no moderno, de estas palabras. del número de las categorlas (pp. 182-183. n. 316).
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atribuir varios sentidos a la misma palabra, con tal de que sean limi- tud de la regla establecida antes: «Por consiguiente, el bien es un
tados en número, pues se podría asignar a cada definición un nom- homónimo» 280.
bre diferente: por ejemplo, podría decirse que hombre tiene, no un Si esta afirmación se interpreta a la luz de las definiciones dadas
sentido, sino varios, de los que sólo uno tendría como definición con anterioridad de la homonimia y la sinonimia, podrá medirse todo
animal bípedo, mientras que podrían darse otras varias definiciones, su alcance, no sólo semántico, sino metafísico: no se trata sólo de
con tal de que fueran limitadas en número; pues en tal caso un nom- hacer constar -lo que sería una trivialidad- que la palabra bien se
bre particular podría ser afectado a cada una de las definiciones» m. aplica a una pluralidad de objetos, sino que cambia completamente
A..esta distincióa entre la sinonimia, fotma normal de la relación de significación de un género de cosas a otro. Lo que fudamenta, en
eJllre cosas y pombres y una homonia accidentaLyJfi..fi1!!!~~~t':5or~~~_

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el lano la sinonimia del buey y el caballo, es que ambos son

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clasi . aremos entonces la palabra ser? La respuesta damento onto ógico de la homonimia: o, mejor dicho, toda homoni-

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no es quizá tan fácil como parece, y, en ciertos escritos que -entre mia remite a una homonimia más fundamental, que es la del ser
otras, por esta razón- podemos considerar como pertenecientes a mismo, y se traduce en su dispersión en una pluralidad de categorías.
un período antiguo de la especulación de Aristóteles, se advierte Decir que el Bien puede atribuirse según el modo de la acción, de la
cierta vacilación. En los Tópicos, especialmente, el ser parece clara- cualidad, de la cantidad, del tiempo, es reconocer -tal es al menos
mente considerado como homónimo: Aristóteles no lo dice expresa- aquí la intención que Aristóteles confiesa- que no hay nada en
mente del ser, pero atribuye al Bien una homonimia que presupone común entre la acción buena, la perfección cualitativa, la justa me·
la homonimia del ser. Ha -dice- diversos métodos para compro- dida y el tiempo oportuno: no son especies de un mismo géner., que
bar si un término es homónimo o sinónimo (1tó-.epov 1tOA.A.ax.Ül~ ~ sería su esencia, o al menos el común fundamento de sus esencias
11o'Jax.Ül~ t<j> EtaEt keietat) 8; uno e ellos consiste en preguntar- respectivas; lo cual quiere decir asimismo que el Bien en cuanto Bien
se si un mismo término puede emplearse dentro de varias categorías (o sea, un Bien no enfocado según talo cual categoría particular) no
del ser: si así es, dice Aristóteles, dicho término, o más bien la cosa es un género; que el Bien en cuanto Bien no tiene esencia. Y si ello
qíi'eexpresa, puede ser considerada como homónima. Como se ve, es así, se debe a que las categorías d er n s.p.ed~s del género
el método consiste aquí en extender a términos di!'tintos del término JJ:J:., o sea porque, a su vez el ser en cuanto ser no es un énero ni
ser la homonimia, aquí presupuesta, manifestada en el hecho de que tiene esencia. Si aquello que autoriza la sinonimia es la pertenencia
el ser se dice según una pluralidad de categorías. El ejemplo del Bien a un mismo género, la posesión de una misma esencia. tanto la ho-
aclara el método preconizado por Aristóteles: «Así, el bien en ma- monimia del ser como la del bien implican la privación de semejan-
teria de alimentos es el agente del placer y, en medicina, el agente te comunidad de esencia.
de la salud, mientras que, aplicado al alma, significa ser de cierta Nos percatamos entonces de la significación polémica de la tesis
cualidad --como moderado, valeroso o justo--, y lo mismo si se mantenida por los Tópicos: la teoría de la homonimia del ser, y más
aplica al hombre. A veces, el bien tiene como categoría el tiempo: aún la de la homonimia de! bien, que es presentada como corolario
por ejemplo, el bien que llega en el momento oportuno, pues se de aquélla, van dirigidas contra Platón. Hay bienes, y, más aún, bie-
llama un bien a lo que acaece oportunamente en el tiempo. A menu- nes que tienen sentidos diferentes; lo que no hay es Idea del Bien, en
do, se trata de la categoría de la cantidad, cuando el bien se aplica el sentido según el cual la Idea designaría la unidad de una multipli-
a la justa medida, pues la justa medida es también llamada ser» 279. cidad; por lo tanto, no habrá ciencia, por elevada que sea, que pueda
proponerse e! Bien como objeto, ya que e! Bien escapa a toda defi-
Este análisis semántico nos revela, pues, que el bien se dice dentro
nición común. Por lo demás, en la Etica a Eudemo, la homonimia del
de varias categorías del ser: aquí las de la acción, la cantidad, el tiem-
Bien es invocada expresamente contra la teoría de las Ideas: «Decir
po, la cualidad. De ahí la conclusión que Aristóteles obtiene, en vir-
que hay una Idea, no sólo del Bien, sino de cualquier otra cosa, es
expresarse de manera verbal y vacía (A.o"¡'tX(i)~ xai XE\lÜl~)... Pues
r, 4, 1006 a 34 ss.
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el bien se dice en varios sentidos, y en tantos sentidos como
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278 TÓp., T, 15, 106 a 9. El 't<jj E~E( significa aquí, como observa Alejandro
el ser» 281. Y tras haber enumerado de nuevo los sentidos múltiples
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(97, 21) que es en la unicidad o multiplicidad de las definiciones (El~O~,


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puede tener el sentido de definición; dr. BONITZ, Index aristotelicus, sub


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voce) donde se manifiesta la sinonimia o la homonimia.


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El. Eud., T, 8, 1217 b 20-26. La frase intermedia que omitimos en

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del ser y los sentidos correspondientes del bien"', Aristóteles con- piamente inefable de las cosas, incluso hasta el punto de volver a
cluye: «Así pues, lo mismo que el ser no es uno en las categorías que poner en tela de juicio la investigación socrática de las definiciones
acabamos de enumerar, tampoco el bien es uno; y no puede haber comunes"', no por ello deja de ser cierto que la crítica de los so-
una ciencia única del ser ni del bien~ "'_ Mas podría pensarse que, en fistas ha puesto de relieve la existencia de unidades objetivas de sig-
este caso, la crítica del platonismo no alcanza sólo a la Idea más nificación: las esencias (como fundamento de la unidad de significa-
eminente -la del Bien o del ser- sino a la Idea, en general_ La ción de una palabra) y los géneros (como fundamento de la aplica-
homonimia del ser no sería sino un caso particular de una homonimia cabilidad de un término a una pluralidad de cosas a través de una
más general: la de todo término común (xolv6v). Eso es lo que pa- significación única, es decir, como fundamento de la sinonimia).
rece confirmar la continuación del texto de la Elica a Eudemo que Elproblema, no resuelto ni por el texto de los T6picos ni por el
acabamos de citar: .Debe añadirse que no compete ni siquiera a una de la Elica a Eudemo (textos ambos antiguos y que dejan ver cíerta
ciencia única estudiar todos los bienes de idéntica categoría, por vacilación en la terminologla, al mismo tiempo que cierta desmesura
ejemplo, la ocasión y la medida; y que una ciencia diferente debe es- en el pensamiento 287, consiste entonces en saber si se llama bomÓ:
tudiar una ocasión diferente, y una ciencia diferente debe estudiar nimo aLser en ese sentido, muy general, según el cual Aristóteles
una medida diferente» "'. Asl, la ocasión o la justa medida alimen- opone a la realidad platónica de las Ideas la .homonimia~ de los tér·
ticia competen a la medicina, pero la determinación de la ocasión en minos universales, o bien si el ser....es-.hom6njmo en el sentido má6
las acciones guerreras es competencia de la estrategia. De ahí la con- preciso qru:.Jas..-Calegorías dan al término: eLde una pluralidad in-
clusión de Aristóteles: .si no pertenece a una ciencia única ni si· justificable de signHicacicmes. En el primer caso, Aristóteles opon-
quiera el estudio de tal o cual género particular del bien, será, dría simplemente, a una ontología abstracta del Ser en general, la rea-
a fortiorí, perder el tiempo, intentar atribuir a una sola ciencia el lidad singular e inefable de los seres conctetos: no hay un Ser, sino
estudio del Bien en sÍ» "', ya que el Bien en sí no es, según Platón, seres, del mi.mo modo que no hay definición común de la ocasión,
sino lo que es común a los bienes particulares. Empero, podrla de- sino que la ocasión se presenta siempre según la modalidad del even-
cirse que, queriendo probar demasiado, este pasaje nada prueba, por to y de lo singular, o también del mismo modo :J.ue la ración alimen-
lo que atañe a nuestro problema: pues si la homonimia del Bien en ticia de Milón no es la del atleta principiante ; pero esta riqueza
general es del mismo orden que la de cada género de bien, o también de determinaciones concretas, ignorada por Platón al separar la Idea
si la homonimia del ser en cuanto ser se añade meramente a la de de aquello cuya Idea es, no impedirla que la atribución de la palabra
cada categoría del ser, entonces tal homonimia designa solamente ser a los seres pudiera tener un fundamento objetivo: la pertenencia
la inadecuación, inevitable por ser esencial al discurso humano, en- de tales seres al &énero ser, del mismo modo que la ocasión guerrera
tte nombres que son comunes y cosas que son singulares. Se podrla, y la ocasión médica pertenecen a un género común, que es el tiempo
entonces, apelar a Aristóteles contra él mismo; si es quizá legitimo oportuno, o asl como las diferencias entre la virtud del hombre y la
que, en su polémica contra Platón, insista sobre la singularidad pro, de la mujer no son tales que hagan del todo ilusoria la búsqueda
socrática de las definiciones comunes:l89. EILcl.zgunda..<:asa.Ja-tesís-
nuestra cita contiene un argumento que rompe la concatenación de las ideas
(aun si existieran, las Ideas no sedan de utilidad práctica alguna). E1ldp de la 286 Pensamos aqu( en el pasaje de la Política (1, 13. 1260 a 20) en que
frase siguiente parece entonces explicar d },0lu:Ü¡; U¡ x'YW; de la primera frase: Aristóteles muestra que no hay una definición única de la virtud, porque
como el ser y el bien se dicen 1tOn'.tX~. por eso la Idea del Bien, no siendo hay una virtud diferente del hombre. de la mujer. del amo, del esclavo, cte.
la unidad real de una multiplicidad, es «verbal y vadu. Así, Arist6teles sigue la opini6n de Men6n en la discusi6n que enfrentaba a
182 La enumeración es más completa aquí que en el pasaje de Jos Tópicos: <!sr< con Sócrates (M..6n, espec. 71 <-72 a).
el bien se dice según la esencia (es entonces el entendimiento, o Dios), según 217 ¿Puede mantenerse en serio que no hay nada en común entre la oca·
la cualidad (lo iusto), según la cantidad (la medida), según el tiempo (la oca, si6n, la justa medida, la estancia favorable. por ejemplo? Tanto menos puede
sión), según la acción y ]a pasión en el movimiento (el ensdiante y el ense- Arist6teles ignorar el común caráctu norma/ivo de tales nociones, cuanto que
ñado). El pasaje paralelo de la Elica a Nic6maco (1, 4, 1096 a 27) distingue las toma todas del vocabulario de las prescripciones médicas.
además el bien según la relaci6n (lo útil). y el bien según el lugar (la estancia "" El, Nic., 11, 2, 1104 a 9.
favorable ~iatta)¡ pero veremos que la El. Nicom. propondrá una interpretación 289 N6tese que Arist6teles insiste siempre por rc1aci6n a la ~~~ en la
de esta «homonimia»> más elaborada que la de los T6picos y la El. Eud. (cfr. insuficiencia del universal, y. contra la ciencia, rdlabilita la experiencia
más adelante, p. 194 ss.). irremplazablc quc nos ponc en contacto con lo individual. Cfr. Me/., A, 1,
'" El. Eud., 1, 8, 1217 b 33 ss. 987 a 19 ss. «El médico no cura, sino por accidente, al hombre (en general).
,.. [bid., 1217 b 35 ss. sino a Callas o a Sócratcs ... Si se posee la noción sin la experiencia y, cono-
'" [bid., 1217 b 40; cfr. El. Nic., 1, 4. 1096 a 29-34. cicndo 10 universal, se jgnora ]0 individual que en él está contenido, se come-

172 17},
de la homonimia dd ser tendría un alcance ás radical: significaría uno, tantas especies correspondientes hay del ser» 292. Es inevitable
que la atribuciólLdeLse a los seres no hall u fundamento en una entonces observar que la doctrina de las categorías es invocada aquí
generalidad ob'etiva, q uanto r no es un universal, en apoyo de una demostración exactamente contraria a las que, a
sipo ue está másallá de la universalidad, al menos de esa universa- propósito del bien, hallábamos en los Tópicos, la Etica a Eudemo
lidad .Q.omeñable por el discurso que es la universalidad del género; y la Etica a Nicómaco. En estos últimos textos, se trataba de mostrar
~n_una palabra, que la unidad de los seres, sugerida por su denomina- que no hay Wla ciencia única del Bien, porque el bien se dice de
ción común, carec/t de fundamento ...9-que, al meno.s., ese fundamento tantas maneras diferentes como el ser. Aquí, por el contrario, se trata
~ problemático e incierto. de establecer que sí hay una ciencia única de lo Uno, porque lo Uno
De hecho, lo que se ventila en el debate es tanto que los textos comporta tantas especies como el ser, y las especies de lo Uno se
de Aristóteles parecen manifestar cierto titubeo a la hora de zanjar· corresponden con las del ser. Ahora bien: no hay duda de que las
lo. Para expresar la distinción entre las categorías, esos mismos T Ópt- «especies del ser» de la Metafísica no designan otra cosa que las sig-
cos que hacían de la homonimia del ser un argumento contra el pla- nificaciones del ser de los Tópicos y las dos Eticas; el propio parale-
tonismo emplean corrientemente el vocabulario platónico de la lismo de los problemas muestra que, en ambos casos, se trata evi·
a,alpEotc; 290. Ahora bien: hablar de división supone que hay algo dentemente de las categorías 293. Así pues, la contradicción entre las
que dividir, que el ser en cuanto ser es un todo cuyas partes distin- dos series de textos es flagrante.
guimos, un terreno en cuyo interior recortamos regiones, o -para Hay otra dificultad. Si tomamos al pie de la letra el vocabulario
emplear un vocabulario más aristotélico-- un género que dividimos del libro r, habrá que decir, en virtud de las definiciones de las Cate-
en sus especies. Más aún, la Metafísica misma, en el libro r, emplea- gorías, que el ser no es un homónimo, sino un sinónimo, puesto que
rá el vocabulario de la especie y el género para significar la relación las especies a las que se le atribuye tienen en común la pertenencia
de las categorías con el ser en cuanto ser. «De todo género, así como a un mismo género. Si las categorías son las especies del ser, enton-
no hay más que un conocimiento sensible, no hay más que una cien- ces la cantidad, la cualidad, la relación, etc., estarán por respecto al
cia. Por ejemplo, una única ciencia, la gramática, estudia todas las ser en cuanto ser en la misma situación que el hombre y el caballo
palabras. Por eso compete a una ciencia única el género (llldc; ... por respecto al género animal} y en tal caso ya no habrá homonimia.
'ttp TÉVEl \, en lo que atañe a las especies del ser en cuanto ser, estu· Deberemo e.s.co~j" pues, entre dos interpretaciones de la teoría
diarlas todas, y las especies de esta ciencia estudiarán las especies dejas categorías. Según la primera} las categorías aplttecen.como divi-
del ser» 291. Lo que Aristóteles quiere probar en este pasaje es que siones del ente en su totalidad o se 'n la excelente expresión~
hay una ciencia genéricamente única del Uno, y el nudo de su argu- H. Maier, como Einteilungslieder (siendo el OV el Einteilungs-
mentación reside en el hecho de que «cuantas especies hay de lo 292 [bid., 1003 b 33.
293 Algunos comentaristas han intentado eliminar la dificultad negando
terán numerosos errores en los tratamientos, pues, ante todo, lo que hay que que se trata en este caso de las categorías: así Santo Tomás, que entiende
curar es el individuo.» Este texto, y los ya citados en la Et. Eud. y la El. Nic. por «especies del ser» las distintas «substancias». Pero aparte del indicio, en
(donde se advertirá la frecuencia de las alusiones médicas; cfr. espec. Et. Nic., nuestra opinión muy fuerte, constituido por el paralelismo entre este texto y
l, 4, 1907 a 10) ilustran, en un sentido quizá más preciso de lo que entendía los de los Tópicos y las dos Eticas (la frase «cuantas especies hay de lo uno,
GOMPERZ (cfr. más arriba, p. 13), la oposición, en Aristóteles, entre el pla-
tantas especies correspondientes hay del ser» parece responder al mismo
t6nico y el escIepíada. Pero desde el punto de vista de la Oewpia, Aristóteles problema que la frase «el bien se dice en tantos sentidos como el ser»), puede
advertirse: 1) Que el único ejemplo dado por Aristóteles en este pasaje va
sigue siendo platónico, o más bien socrático. Debemos agradecer a Sócrates, en el sentido de la identificación de las «especies del ser» con las categorías:
nos dice, el descubrimiento de los dos principios que constituyen el punto así como una ciencia única en género tratará de las diferentes especies del ser,
de partida de la ciencia: los discursos inductivos (lpaxttxoD,óTol) y'la definición así también una ciencia única en género tratará de las especies de lo uno,
general (tO óplCeo6al xa6óJ..ou) (M, 9, 1086 b 5). Cfr. A, 6, 987 b 31 ss. como lo idéntico y lo seme;ante (1003 b 3~); ahora bien, ¿qué es lo idéntico
290 La categoría misma es calificada de otaipeol~: Tóp., IV, 1, 120 b 36. sino lo uno según la esencia, y qué es lo semejante sino lo uno según la cua-
Conviene observar, no obstante, que la palabra ¡¡talpeal~ es usada corriente- lidad? Las «especies» de lo uno son evidentemente, pues, sentidos de lo uno,
mente por Aristóteles, en un sentido que ya no tiene nada de platónico, pata de lo que Aristóteles nos dice en otro lugar que se corresponden con los sen-
designar las distinciones de significación del libro. Cfr., p. ej., la referencia tidos del ser (AÉTctat 1i'toaxw~ ti> ov xai ti> Ev, Met., l, 2, 1053 b 25); 2) Que in-
a dicho libro al comienzo del libro Z (1, 1028 a 10). Para el contexto del terpretando las «especies del ser» como las distintas «substancias», según hace
pasaje de los Tópicos muestra que la voz olaireat~ designa en él una división Santo Tomás, no se evita la dificultad puesta de relieve por Alejandro, 249,
real, en el sentido platónico, y no una distinción semántica. 28): ¿cómo puede haber especies del ser o de 10 uno (trátese de categorías o
291 r, 2, 1003 b 19 ss. de «substancias»), si el ser y lo uno no son géneros (cfr. § siguiente)?

174 175
ob;ekl) ,... Esta es la concepción que parece prevalecer cada vez que la), se halla en contradicci6.n g¡n la iospiració generaLdeLpr.oceso
Atistóteles utiliza el vocabulario platónico de la 3talpaOl<;, por ejem- d~amiemo de Arist6teles. La prueba de que las categor/as aris-
plo, en el texto de los T6picos, donde Aristóteles emplea la palabra totélicas no son las divisiones primeras de laJealida e conjunto
3,a'paol<; para designar las categorías: a fin de saber si dos realida- nos viene da<!ª-.Por el hecho de ue «dividen~ tanto al no.ser como
des se hallan entre sí en la relación de género a. especi~,. ~ay ~e al r: «El no-ser también se dice en varios sentidos) pues así ocurre.
estar segutos de que ambas entran .dentro de la mlsma divtstón~ ; con el ser: de este modo, el no.hombre significa el no ser eslo, lo
así el bien o lo bello no pueden ser género de la ciencia, pues son no.recto significa el no ser 101, lo no.Iargo.de-tres-codos significa e!
cu;Jidades, mientras que la ciencia es un término relativo. El sentido no ser tanto».29I. Como se ve,_y.a no se.-trata aquí de dividir un terre~
de esto es claro: expresa la exigencia del puro buen sentido, según no (I?ues ¿c6mo circunscribir el terreno de! no-ser?), sino de distio-
el cual el género y la especie no pueden pertenecer a génetos dife- . i nificaciones: significaciones queJa no son aguíl.. estrictamente
rentes, o también, el género del género es también e! género de la bablando, las deLenle. (óvLsino las del ter (alva,), ,ya que s"--trata
especie "'. La cualidad o lo relativo son presentados aquí, por tanto, de saber en Qué sentido se dice-que..d...ente-eULel no-eote 00 es.
como géneros, pero que serían ellos mismos «divisiones» de un gé· Por tanto, podríamos distioguir dos series de pasajes: aquellos
nero más universal. Así- entendida, 1.. teoría de las c..tegorías no sería en que Arist6teles se deja aparentemente guiar por la realidad sus-
sino el remate de una concepción jerárquica del universo, en la cual tantiva del 0'\1 cuyas divisiones serían entonces las categorías, y aque-
s; descendería mediante una serie de sucesivas diviSiones, del se't a llos otros en que, por el contrario, se atiene a la significaci6n infinita
la~ categorías,' de las categorías a los géneros, delos ,_g~nerosalas del ser, tal como se expresa en los diferen tes discursos que hacemos
especies últimas, desde la universalidad hacia T:IQlUr3llaad. _ _ acerca del ente: =s.Ja~ategorías designaúm las maneras múl-
Pero semejante interpretaci6n de la teoría de las categorías, que tiples gue tiene el ser de significar, proporciooándonQ5.J'ILe5te. caso
será l:ecusarlLformalmente, más_ adelante....P2!' 1'orfirio'" (el del el hilo conduetoLde la..in.vJ:stigaci6n.Jos diferentes discurs.o.s...sobl:e
famoso .árbol~ que, pese a todo, sirve habitualmente para ilustrar- el...cn1e- Esta última problemática se halla atestiguada sin ambigüe-
dades por un texto capital del libro r: tras_haber recordado que el
294 H. MAIER, Di~ Syllogis/ik dts Aris/oU/ts, II , 2, p. 300, n. 1. Aunque
ser, o mejor dicho el ente (,0 óv) «se dice en vwos sentidos~, Aris-
traducimos generalmente OY por ser (é/u,' N. del T.J, conforme al uso f!lás t6teles se 'pregunta por qué se dice que Jos distintos entes son, cuál
frecuente de esta palabra en francés, recurriremos en ocasiones a la tradUCCión es el ser de esos entes; nos damos cuenta entonces de que la respuesta
enU (é/ant; N. del r.) cuando se trate de oponer OY a li'tlat. a esta pteguntlUlo es una sola: enlle las cosas• .Al1llllL'i,,--dicen..seres
295 T6p., IV, 1, 120 b 36. (ó'\I'ta _po~son esencias} otras ..QOrgue son afecciones de la esen-
296 Se hallará una aplicación de este precepto en la investiKaci6n de la
definición de alma, al comienzo del De anima: «Es necesario determinar por cia.. ~ ~ e son destruccionesJ o privaciones) o cualidades,
división (8td.~i...) en cuál de los géneros supremos se encuentra el alma y lo 0-ª8~nt~o ~eneradores de la esencia» 299. Si es lícito reconocer en
que ella es: quiero decir, si es un esto y una esencia, o una cualidad, o una tales f6rmulas lo que en otros lugares Arist6teles llama categorías,
cantidad, o alguna otra de las categodas surgidas de la división (xat 'tJC; diJ..l'l entonces éstas aparecerán como otras tantas respuestas a la pregun-
'ttOV 8latpEfJmllLv xa'tTjTopu,ov)>> (l, 1, 402 a 22). Esta última expresión no puede
ta: ¿en ué sentido decimos del ente que es? La plur.alidwLdu
querer decir que las categodas han sido divididas (pues no se trata de det~r­
minar el puesto del alma en el interior de una categoda dada, ya que se Jg- categorías elffiresaría entonces la im sibilldad en gue el fil6sofo se
nora aún a qué categoda pertenece), sino que han sido distinguidas mediante encuentra de dar una respuesta única a esa pregunta; p.ues __si
una división previa. bieJLmes (!.LlO'lV) pertenec~ 'Ltodas estas cosas~ -que son la
297 Tras exponer el principio de la subordinación de los géneros y de las
especies (que puede representarse bajo la forma del célebre árbol de Porfirio), m N, 2, 1089 • 16. Cfr. 9, lO, 1051 • 34. Estos pasaies han sido y.
la Isagogé aclara que esta determinación jerárquica de los géneros por las invocados contra una interpretación realisla de las ategodas por APELT (Bei-
especies, y de éstas por otras es~es cuyos géneros son las primeras, etc., está tráge zur Geschichle der griechischen Philosophie: Die KaUgorienlehre des
limitada por una doble indetemunación: de un I~do" ~ se puede. d~ender Arista/eles, p. 108) y par H. MAIEll (ap. ci/., n, 2, p. 301, nota).
por pura determinación conceptual desde las especies úIumas a los rndlvJduos; '" r, 2, 1003 b 5 ss. Igual planteamiento del problema en Z, 1, 1028 •
de otro lado, en el otro extremo del «árbol., los géneros supremos no puede." 18 ss. Sin duda, estos dos pasajes apuntan en realidad hacia otro objetivo:
vincularse a un principio único: «En las genea1ogias, nos remontamos las mas se trata de mosuar que, a través de la multiplicidad de sentidos del ser, se
de las veces a un principio único, por ejemplo a Júpiter. Pero no es un g~~ halla siempre presente una referencia a la esencia (cfr. más adelante, p. 185 ss.).
común a todos los seres, y éstos no son homogéneos por respecto a un UOJCO Pero accesoriamente esos dos textos remiten a la problemática de las categ<>
término que seda el más elevado: )' tal es /a doctrina de Arist6/e/es. (Isagogé, das: se trata de saber en qué sentido .,se dicen seres.. (6vta) no sólo las esen-
6, 3 ss. Busse). cias, sino «lo demás. (Z, 1, 1028 ti 18).

176 177
es.enda, la cantidad, la cualidad, etc.- «no 10 hace de la misma ma- que Sócrates dirige contra Menón, cuando, interrogado éste acerca
nera» JOO• ..En este sentldoL~s categorías no son tanto divisiones del - de la esencia de la virtud, responde mostrando un «enjambre de vir-
.en.te....cuanto modalidades ( 7t'IDcrE[(;) 301 según las cJ.!.ales el ser significa tudes» 305. «Enjambre», «rapsodia»: dos metáforas sin duda, pero
\ _el ente. No res.1?.0nden a la pregunta: ~n cuántas partes se divide el que denuncian una misma deficiencia lógica, deficiencia en la que no
r ente? sino a esta otra: ¿s6mo si~fica el ser? -- puede suponerse que Aristóteles, tras la cautela socrática, haya caído
-si es que en efecto ha caído-- por mera inadvertencia.
Lal es, en definitiva, el..§.entido de la pregunta fundamental esa
pregunta que es «el objeto pasado, presente, eterno, de nuestra Parece ues, qu~ la re unta ué es el ente? sólo 'a s_er en-
preocupación y nuestra búsqueda: ¿qué es el ente?».102. A primera tendida por Aristóteles en términos de esencia o 10 ue viene ser
vista, dos clases de respuestas podrían darse a esta pregunta: o bien Io::.mis.müe té.llIllDQS e sig .. " . Pero Aristó eles r ¡ili:z.a aquí
mencionar cierto número de cosas -y, si es posible, la totalidad- con la irreducible pluralidad de las significaciones d.el ser: el ser del
de las cuales decimos que son; o bien averiguar lo gue hace que esas ente no tiene un solo sentido sino varios, lo ~ue viene a !luerer decir
cosas sean, es decir, la esencia del ser. Según algunos textos, y espe- que_el §..er en cuanto serpa es una esencia. A la fórmula tantas veces
cialmente los de los T6picos ha podido parecer que la doctrina de repetida «el ente se dice de varias maneras» responde un texto de
J

las categorías era una respuesta del primer tipo, es decir, una enu- los Segundos Analíticos, que expresa eso mismo en términos de esen·
meración de los distintos géneros de seres (entendiendo dichos géne. cia: «El ser no sirve de esencia a ninguna cosa (, o a' El \1 tl t oÚx
ros como «divisiones» de otro género más fundamental -y, por 10 OUCltl ou8E\ll)>> 306. Así pues, la-pregunta ¿qué es el ente.? o-tiene
demás, tan sólo presupuesto 303_, que sería el del ente en su totali- r.espuest-a-única, {) al menas-unívoca. De ahí la tentación que asalta
dad). Así es como la tradición filosófica interpretará a menudo la sin duda a Aristóteles en los citados textos de los T6picos y las dos
doctrina de Aristóteles, y en los tiempos modernos no nos acordare- Eticas: sustituir por una enumeración -un «catálogo», como decía
mos tanto de 10 que Kant toma de la noción aristotélica de categoría Leibniz 3IJI_ una definición imposible. En cierto sentido, no podía
(en cuanto sentido de la síntesis predicativa) como de su condena de ocurrir de otro modo; y el carácter disperso, arbitrario, indetermina-
una «tabla» de categorías en la que ve más una «rapsodia» que un do, que a menudo se le reprocha a la tabla aristotélica de las catego·
«sistema» 304. Enumeración empírica (Hamelin), y por otra parte in- rías, no es imputable tanto a Aristóteles como al propio ser: si la
completa (Prantl), o, si es que está completa, entonces arbitrariamen- tabla de categorías es una «rapsodia», acaso 10 sea porque el ser
te circunscrita a la lista convertida en clásica de las diez categorías: mismo es «rapsódico», o, al menos, porque se nos ofrece bajo el
en cualquier caso, doctrina sin principio y sin estructura, que toma modo de la rapsodia, es decir, de la dispersión. No otra cosa quiere
por divisiones del ser 10 que son simples distinciones gramaticales decir Aristóteles cuando afirma que la pregunta ¿qué es el ente?
(Tre~delenburg, Brunschvicg). Ahora bien, si Aristóteles hubiera pre- ha sido y es siempre para nosotros motivo de dificultades y búsquedas.
tendido responder a la pregunta ¿qué es el ente? con una simple enu- y cuando, tras hacer constar las dificultades pasadas y presentes,
meración, aunque fuera exhaustiva, se vería incluido en la objeción pasa a anunciar solemnemente que se trata de una aporía que ningún
esfuerzo llegará nunca a solucionar, eleva a teoría nuestra imposibi-
lidad de dar una respuesta única, o sea esencial, a la pregunta ¿qué
300 Ka! 'tO EO'tlV urcápXet "aolv, a,,)..' oúx ó¡.to{w~ (Z, 4, 1030 a 21 ss.).
301 n'tWOl~ designa, en general, cualquier modificación de la expresión ver- es el ente? Decir que está en la naturaleza de tal problema el ser
bal referida no al sentido, sino a la manera de significar. Es sobre todo el caso siempre debatido e investigado significa reconocer que la tabla de
de las flexiones de los sustantivos y los verbos. rhWOI~ se usa para desig- las categorías está condenada a no ser jamás otra cosa que una rap-
nar las categodas en N, 2, 1089 a 27. Es el término más sutil que Aristóteles sodia, sin poder nunca constituirse en sistema.
emplea para designarlas: el que más se aparta de las implicaciones realistas
de la 81CdpsOl<;. . Pero. Aristóteles no PD?1a lim~tarse a dar una enumeración empí-
.102 Z, 1, 1028 b 2. nca de ejemplos, aunque dichos ejemplos fuesen los «modelos», debi-
303 Adviértase, en efecto, que Aristóteles, incluso cuando emplea el voca- daIJ.lente catalogados, de todo 10 q.ue es. Pues si bien la investi:gación
bulario platónico de la 3lclÍpeol<;, jamás efectúa una división propiamente dicha es macabable, y sus resultados sIempre fragmentarios, sigue siendo
(10 cual supondría ya constituida la totalidad que ha de dividirse), sino que
se conforma con ver en las categorías los productos de una división siempre
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Menón, 72 a.
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presupuesta y de la que nada nos dice. Es más: el propio Aristóteles demos-


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Anal. post., 11, 7, 92 b 13.


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trará la imposibilidad de toda divisi6n del ser (cfr. § siguiente). 306
m «Un catálogo de modelos» (eine Musterrolle); así definía Leibniz la

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304 Crítica de la raz6n pura, § 10 (De los conceptos puros del entendi-

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tabla de las categorías (Philosophische Schri/ten, ed. Gerhardt. VII, p. 517).
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miento, o de las categorías), inmediatamente después de la «tabla de categorías».

178 179
cierto que la pregunta ¿qué es el ente? --es decir: «¿qué es lo que, doctrina de las c~l:Úls ha surgido de la imposibilidad de dar una
en cada caso, hace que tal o cual ente particular se diga ser?»- se única respuesta a la pregunta «¿qué es el ente?», tal doctrina 110-
replanteará a propósito de cada una de las realidades distinguidas de ~resa tanto la multiplicidad de respuestas- esa pr.egunt como la
esa manera empírica. D~mismo modo que el mal dialéctico respon- f!!.ultiplicidad de 'preguntas a las g,ue nos remite la preEunta fu da-
d' Sócrates: «la vírtud es la justicia, es la templanza, es ..el va- mental, desde el momento en que intentamos responder a ella 309. La
lor) etc.», podríamos sentirnos tentados a responder: «el en~es la diferencia es notable: la tabla de 1 c ' Dcia una plllta-
esencia) es la cantidacL es la cualidad, etc.». Pero hay Ull ser (fe la lidad de ~atutalez 310 entr.e...Ias...cuales...se..d.iYidiría el ente en sU..tata-
esencia, un ser de la cantidad, un ser e la cuiliaa , etc. D, y, si no lidad. sinoJa lllultiplicidad de modalidades. según las .cu.ale.s e
puede responderse a la pregunta «¿qué es el ser del ente en general?», s os aparece significando el ente, cuando 10}-!!·n!!,'i;.e~~ab!.L\o~'~I.l.i3...,u!"-­
no hay más remedio que re~nder a cada una de estas pr~tas: -su significación.
¿qué es el ser de la esencia?, ¿qué es el ser de la cualidad?, etc. La Pero decir que la cuestión del ser es eternamente «buscada» sig-
pluralidad de las preguntas no nos exime e dar una respuesta defi- nifica reconocer que esas significaciones nunca serán reducibles a la
nida a cada una de ellas, y tal respuesta sólo puede referirse a la unidad, o también que no hay una categoría en general, de la cual
significación de la palabra ser en cada uno de sus usos. Si bien la serían especies las demás 311 Entre el v.ocabulatio de la divisiáD-}L'."",,-_ _
JO! Cfr. 2 1 1028 a 18; 4, 1030 a 21 ss. (textos citados más arriba,
de la homonimia. en torno a los cuales parece dudar a veces Aristó-
p. 177). M. MAIE~ concede una importancia aún mayor a la continuación del teles (y cuya dualidad revela acaso el doble origen, platónico y sofís-
primero de estos textos: «Así como el es pertenece ~ todas las categorí.as, pe.ro tico, de la teoría) hay que referir or tanto, el de la homonimia. .,..
no en el mismo grado, porque pertenece a la esencIa de un modo primordIal Porfirio, intérprete escrupuloso del pensamiento e Aristót es (y
y a las otras categorías de un modo derivado, así también ell~ que es (::0 'tI lCTCl) poco inclinado, en cualquier caso, a acentuar sus aspectos antiplató-
pertenece a la esencia de una manera absoluta, y sólo en cIerta medIda a las
otras categorías». H. MAIER ve en este texto y en otros del mismo género nicos) no se equivocará en esto. Tru-habe e:s:ordado_que.<illLd.oct.ti.-.
(sobre todo T6p., J, 9, 103 b 27-29) una «desviación.». (UmwandlunS!J radical n.a...de Aristóteles» se niega a.. ver. en el ser eLgéner.o más eleyado,
de la doctrina. de las categorías: no habría ya irreductibilidad de las categor~as añade: «I!ay que admitir, conforme a lo que se dice en las Catego-
entre sí, sino mbordinación de todas las categorías (incluida la de la esenCIa) ría~ que los diez :géneros primeros son como diez principios j>rime-
a una categoría primordial que sería el 'tI lCTCtj al mismo tiempo, las categorías
dejarían de aparecer com,o las significaciones del. ser (es ~ecir, de ~a. c~p~) ; e incluso sUj>oniendo que se les pueda llamar seres a todos ellos,
para convertÍ'!:se en los distintos géneros de predIcados poSIbles del JUICIO (10- debe reconocerse que serán designados así PQr homonimia sólo, all
gresando entonces todos esos predicados, podríamos decir, en la categoría del decir de Aristóteles, y no por sinoni..Jnia. En efecto: si el ser fuese
predicado en general 'tlla'tl~ (Die Syllogistik des Aristoteles, J!, .2, p. 314 ss., elgéner.o...único... cQJIUÍn a odas las cosas, todas ellas serIan llamadas
espec. p. 321). Pero ademas de los reparos de orden crono10glco (no se ve
Scrfi.-P.Jl[ sinonimia. Pero como en realidad..hay.mez géneros prime-
cómo 'la teoría de las categorías habría podido evo1ucionai a partir de los
T6picos), puede objetarse a dicha interpretación que Aristóteles no habla ros, esa comunidad de denominación es puramente verbal.. y no co-
nunca del 'tI latl c.omo de un género supremo cuyas especies serían las catego- rrespon e a una definición única que tal apelación expresaría» 312.
rías, y cuando dice, por ejemplo, que «la cualidad forma parte de los 'tI Es imposible ser más radical en la afirmación de la homonimia
la'tL ('to ltOlOV 'tWV 'tI la'tl)>>, añade que eso no debe entenderse en términos ab-
solutos (oúX ált)"wc;), sino más bien verbal o dialécticameote (),,0TIXWC;) (2, 4,
1030 a 24); y cuando dice que el 'ti latl pertenece a la vez a la esencia y a l~s m Es característico a este -respecto que Aristóteles designe las categorías
demás categorías, precisa que eso no ocurre de la misma manera (Eva ll;EV mediante términos interrogativos: 'tt T¡v €lvat (para el caso de la esencia), 1'000'1,
'tpOltov...á).)"ov oÉ, 1030 a 18-19), sino primordialmente en el caso de la esenCIa, ::oiov, ropoc; 'tl, ::00, -¡to'to, respondiendo las otras categorías (xeia6lIl, EXELV, 1tOlEi'J
o derivadamente (toic; \lh 1'pÚl'twc;, 'toic; o'Élt0\lÉvoc;, 1030 a 22); se trata, enton- 1tdT'I.ELV) a la pregunta 1'W¡; EXoL.
ces, de una relación de anterioridad a posterioridad, y no hay género común 310 Es cierto que Aristóteles emplea una vez la expresión <pÚOtC; 'twv !iv'tWY
(cfr. infra, en el § 4, pp. 227-230). La ambigüedad del ElvaL vuelve a encontrarse en para designar las categorías (N, 2, 1089 b 7). Pero ya 'Se ha visto que la ter-
minología de Aristóteles no estaba siempre establecida con fijeza: no se ve
el 'tI lcm, y no se ve cómo la introducción de este último nos permita percibir
con maYOi claridad la unidad de las significaciones múltiples del ser. Mostrar bien cómo conciliar el vocabulario de la rp:JOl¡; con el de la significaci6n y, más
que las categodas son todas ellas (y no sólo la esencia) respuestas a la pregunta 'aún, la 1t'twotc;. Pero ademas, y sobre todo, en el texto de N, 2, Aristóteles
'tI lOtL, es sencillamente recordar que son categorías del ser, que es siempre el quiere mostrar, contra Platón, que la negación y lo desigual no son lo con-I
ser aquello que está en cuestión a propósito de cada una de ellas, y no se ve trario o la negación del ser, sino que, a su modo, son aspectos positivos del ser
que con eso haya ninguna clase de evolución de la teoría de las categorías, (cfr. más arriba, pp. 148-149), lo cual expresa ATistóteles -incorrectamente, desde
luego- con el término rpÚ~l¡;.
entendidas como significaciones múltiples del 0'1 (o más bien del ElvQt del l;v 311 Como pretende H. Maier.
como del 'ti tCTCL). 312 ¡sagogé, 6, 7, Busse.

180 .181
del ser, y más arriba hemos citado textos de Aristóteles que van sin guma «¿qué es el ser?». El ser está siempre más allá de sus si.gnifi-
disputa en este sentido. Pero una vez más, en este caso, queriendo caciones: si bien_se dispersa en ellas" no se ~z-ota en ellas L.- ~ b~n
probar demasiado, no se probaría nada. Pues la polémcia de Aristó- cada.-unueJas categorías es inmediatamente ser 317, todas las catego- _
teles contra los sofistas ha puesto de relieve el carácter accidental rí . ntas nunca serán el se! _entero. Es Ereciso conservar, pues~ el
de la homonimia, y, en virtud de ello, ha sugerido los medios parl1 término ser a fin de designar ese más allá de las catt;gorla!, sin eLcual
evitarla. «No importa que se atribuyan diversos sentidos a la misma éstas no serían, y que no se dejaJeducir a e.lla~
palabra, con tal de que sean limitados en número, pues a cada defi- Así pues, la distinci.ón.....en.trnimia y. homonimia con que se
ni~ón podría. as.ignársele un nombre diferente» 313. Apliquemos ese conformaban las Categotlas no basta para da enra- del caso, pa¡:..
rnlsmo procedimIento al ser: la palabra ser dejaría su lugar a una plu- ticular pero fundamental, de la palabra seLSi hablamos de sinonimia,
ralidad de significaciones definidas y con denominaciones propias, hªcemos del ser un género, lo cual no es. Pero si aolamos de homo-
resultando así superflua; al igual que esos sofistas cuyo subterfugio nimia....dehe precisarse que tal homonimia es iue ucfi@e; que no es,
recuerda Aristóteles 31\ resolveríamos el problema del ser suprimien- pues, resultado de un fallo accidental y corregible del discurso huma-
do la palabra ser a causa de su ambigüedad, y ya no hablaríamos más no' más aún: que sigue siendo paradójicamente legítimo hablar de
que de esencias, cantidades, relaciones, etc. un ser en cuanto ser en el instante mismo en que se Ieconocela amo
Pero el ser no se deja suprimir tan fácilmente: permanece pre· o .. d esta expresión.
sente detrás de cada categoría, aun cuando esa presencia sea oscura
y no pueda reducirse a la del género en la especie; pues sL.bien....el * * *

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ser no es un énero n? es menos cierto que '« todo género es ser»,

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que Aristóteles modifique en un punto capital la teoría de las relacio-

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aunque cualquier palabra acerca de él sea ambigua; en realidad, no

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tenemos elección, pues .DQ pod.emos decir nada de ninguna e sin nes de significación con la que comenzaba el tratado de las Catego-
decir gue es esto o que es tal o cual, etc. La homonimia del ser no es, rías. La innovación consistirá en reconocer, entre la homonimia y la
pues, una homonimia como las demás, por cuanto resiste a todos los sinonimia propiamente dichas, la existencia de una homonimia no
esfuerzos del filósofo por eliminarla: al haber querido restringir el accidental (00)( á'ito ,óXlJt;). una homonimia que no carece de fun-
ser a una de sus significaciones, los eléatas han hecho imposible el damento y que, de tal suerte, se aproximará a la sinonimia (cuyo fun-
discurso humano, y acaso sea mérito involuntario de los sofistas damento es la relación de especie a género) sin confundirse por eso
el haber subrayado hasta el absurdo la vanidad de las pretensiones con ella.
eléatas. Pero entre la rigidez de los eléatas, que rechazan la homo- ciones del ser, no se ve por qué no habría de aplicarse la regla enunciada
nimia, y la indiferencia de los sofistas, que la ignoran, va constitu- por ARISTÓTELES en r, 4: suprimir la homonimia, reemplazando la palabra
yéndose poco a poco lª-..QOsición ropia de Aristóteles: la homonimia ambigua por tantas palabras como sentidos distinguibles hay. Si la regla no
del ser debe suprimirse, pero eso sólo puede hacerse mediante una es de aplicación en este caso, ello se debe a que, tocante al ser, no hay «plu-
investigación .indefinida, y esa infinitud de la investigación revela ralidad definida de significaciones» (r, 4, 1006 a 34-b 1). Aristóteles no lo
d.ice expresamente a propósito de las categorías, pero insiste en varias oca·
a un tiempo la exigencia de univocidad y la imposibilidad de alcan- slones sobre el carácter indefinido de la investigación acerca del ser en su
l- zarJa. Precisamente po~ue el ser tiene muchos -..entidos, y un Jl.Úme.rO unidad (Z, 1, 1028 b 2; Arg. so/ist., 9, 170 b 7). Ahora bien: no se ve de qué
, indeterminado de ellos 16, nunº se ha terminado de plantear la pre· otra manera podría manifestarse esa infinitud sino a través del inacabamiento
de aquello que Aristóteles presenta como tarea esencial de la ontología: dis-
313 r, 4, 1006, a 34. tinguir las significaciones del ser. Este carácter esencialmente abierto de la
314 Fís., 1, 2, 185 b 25 (dr. más arriba, p. 154). doctrina aristotélica de las categorías permitiría dar una primera respuesta al
315 r, 3, 1005 a 24, 27. reproche real, de baber pretendido abarcar con las categorías la totalidad de lo
316 Creemos poder seguir aquí el partido de Pran ti, quien, contra la ma- real, 9ue Plotino hada a Aristóteles, siendo así que, para Plotino, aquéllas
yoría de los intérpretes de su época (Brandis, Brentano, Zeller), sosterua que se aplican tan sólo al pla~o de existencia más bajo (Enéadas, n, 6, 1, y sobre
la tabla de las categorías se había detenido en un número arbitrario y estaba todo VI, 1: «Sobre los generos del ser»).
317 H, 6, 1045 b 2-7: las categorlas son inmediatamente ser y uno (y no
inacabada. En realidad, resulta esencial a la tabla de las categorías -en cuanto
que no puede establecerse como sistema- el estar siempre inacabada, o, por mediatamente, como especies de un género que fuese el ser o lo uno en
lo menos, ser de tal manera que Dunca sabremos si está acabada. Pues si estu- general). Seguimos aquí la interpretación de ROBIN, La théorie platonicienne...,
viéramos seguros de que ofrece una enumeración exhaustiva de las significa- p. 149, nota. Cfr. r, 2, 1004 a 4-5; Á, 4, 1070 b 1.

182 183
Una corrección de este tipo a la doctrina de las Categorías la ve- pero siempre por relación a un término único, a una misma na·
mos introducida -y, en cierto modo, bajo la presión misma del pro- turaleza ('ltpO; g" xat fiiav 'tlvci 76~l"), Y no por homonimia» 322.
blema- en un pasaje de la Etica a Nicómaco. Aristóteles acaba de Después de los tanteos de los Tópicos y la Etica a Eudemo, y de las
criticar la noción platónica de un Bien en sí; su argumento prin- incertidumbres de la Etica a Nicómaco tal parece ser en efecto la J

cipal es, como hemos visto, el de que el Bien se dice en tantos doctrina definitiva de Aristóteles acerca de la relación entre el ser
sentidos como el ser y, por consiguiente, «no es algo común, abar- y sus múltiples significaciones. Mejor dicho: Aristóteles es llevado
cado por una sola Idea» (obx Ea'tl" ápa 'to dTaBo" XOIVÓV 'tI xa'ta fiíav por las necesidades de su metafísica, y a fin de expresar adecuada-
i8iav) 318. Y sin embargo el Bien «no se asemeja a 'los homónimos, mente una relación que no se deja reducir a la sinonimia --como ha-
o por 10 menos a los que lo son por azar» (oU ... lOIXE 'tOL~ TE a'lto bían creído los eléatas- ni a la homonimia --como habían hecho creer
't~xYj~). ¿Debe decirse, entonces, que la unidad de denominación que los sofistas-, hacia la concepción de un tipo nuevo de estatuto para
comprende bienes distintos por esencia se explica al menos por la las palabras de significación múltiple: especie de homonimia, pero
procedencia de un término único C'tq> d<p'Évo~ Elval), o por la ten- homonimia objetiva, no imputable ya al lenguaje, sino a las cosas mis-
mas, porque se funda en una relación (que, sin embargo, no es la
dencia de todos ellos hacia un término único (7tpO~ E" li'ltaV'ta
de especie a género) y a un término, a una «naturaleza» única.
aOV"tEA.ELV), o que existe entre ellos una relación de analogía (xa't'
Tal solución, ¿lo es efectivamente, en el caso del ser? ¿No se
avaA.0líav)? 319. Simple enumeración de hipótesis que, al menos en trata más bien del problema mismo hipostasiado? Habrá que plan-
la Etica a Nicómaco se detiene en seco: pues disertar con mayores
J tear luego esta cuestión, que es la cuestión por excelencia de la onto-
precisiones en torno a ellas sería propio «de otra filosofía» distinta logía aristotélica, puesto que le va en ella la posibilidad misma de un
de la que trata de las cosas humanas 320. Pero hay una concesión im- discurso único sobre el 0',1. Pero en primer lugar conviene captar el
portante por relación a la doctrina de la homonimia y la sinonimia sentido literal de la doctrina. Aristóteles lo aclara con un ejemplo:
que veíamos en las Categorías: de aquí en adelante, varias cosas pue- «Así como todas las cosas que son sanas lo son por relación a la sa-
den ser significadas con una palabra, intencionalmente (y no ya por lud -una porque la conserva, otra porque la produce, otra porgue
azar) 321, incluso al margen de una comunidad de género; basta con es signo de la salud, otra porque es capaz de recibirla- ... así tam-
que se dé una de las tres relaciones que la Etica a Nicómaco defi- bién el ser se dice de muchas maneras, pero siempre por referencia
ne mediante las expresiones: d<p'Évó~, ':7tpO~ Év xa't'dvaA.o"(íav, a un mismo fundamento (7tpO~ l.Líav dpXf¡v). 323. Es sano J pues, todo
procedencia única, relación a un término único, analogía. aquello que dice relación a ('ll:po<;) un término de referencia único, en
Si el ser no es ni un sinónimo, ni un homónimo «accidental», este caso la salud; dicho término, que Aristóteles llama fundamento
¿cuál será entonces el género de sus relaciones con sus múltiples sig- (dpx.~) es lo que legitima la unicidad de la denominación pese a la
nificaciones? Un texto de la Metafísica nos proporciona la respuesta: pluralidad de significaciones. ¿Cuál será entonces el fundamento en
el ser es un 7tpO~ EV A.EjÓ¡.t.é"ov. «El ser se dIce de muchas maneras, este caso del ser? ¿Qué es 10 que hará que se diga que los seres son,
aunque sus definiciones sean diferentes 324 o no pertenezcan al mismo
318 Et. Nic., r, 4, 1096 b 25. Cfr. ibid'J 1096 a 28: el Bien no es «algo
género? «Unas cosas -responde Aristóteles- son llamadas seres
universalmente común y uno (XOIVÓY 'tI xaBo/..ou xa! gy), pues entonces no se dida porque son esencias, otras porque son afecciones de la esencia, otras
en todas las categodas, sino en una sola». porque son un camino que lleva a la esencia, o, al contrario, destruc-
319 Esta importante precisión no se encuentra en el pasaje correspondiente ciones de la esencia, o privaciones o cualidades de la esencia, o tam-
de la Et. Eud., que puede ser considerada como anterior, por esta razón, en· bién porque son agentes o generadores, ya de una esencia, ya de lo
tre otras.
320 Et. Nic., r, 4, 1096 b 31. que se nombra por relación a una esencia, OJ finalmente, porque son
321 Es sabido que, para Aristóteles, el azar ('túX71) es la coincidencia entre negaciones de alguna de las cualidades de una esencia, o porque son
una concatenación real de causas y efectos y una relación imaginaria entre el negaciones de la esencia» 325. El fundamento ha sido nombrado: es la
medio y el fin: así ocurre con el acreedor que va al ágora a pasearse y en-
cuentra «por azar» a su deudor (Fis., n, 5, 196 b 33). La 'tÚX71 remite siem- r, 2, 1003 a 33.
snx$n

!1 (n. r
322

. si- s
pre, por tanto, a una intención humana ausente: en este sentido, se opone lo [bid., 1003 a 34·b 6.
ñ

\o-. c)
323
alto 'túX71<; (que traduciremos por accidental, a falta de un término más idóneo Cfr. Et. Nic., l, 4, 1096 b 24 (a propósito del bien): ~lIx1lépoY'te<;
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y que se distinga mejor de los demás sentidos de accidente) no solamente a Ol ).Ó¡Ot 'taú't7j d¡o.Bá. n
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lo necesario, sino a lo intencional (altO Oltz1/Ota<;). r, 2, 1003 b 6 ss.


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cado detalladamente 326; sin embargo, no por ello puede decirse que encontramos presente a la esencia en cada una de las significaciones
dicha relación se haya definido, ni que se haya manifestado con cla- del ser, pero no encontramos a las demás significaciones presentes
ridad qué es lo que hace que la esencia sea fundamento. Si nos tras· en la esencia.
ladamos al pasaje que trata ex professo del ci1l:xf¡ m, vemos que dos Tal presencia de la esencia en cada una de las otras significacio-
significaciones principales se interfieren constantemente en los di· nes es descrita como referencia, como «relación a» (ítpó<;). Pero cuan-
versos usos de esa palabra: dpX~ es comienzo y es mando; ciertamen- do se trata de definir esa relación, Aristóteles se limita a enu-
te, es en primer lugar «lo primero a partir de lo cual ("to r.piíltO\l merar ejemplos: r.:á01j OOota<;, óaoc; ¡¡;ic; o,joia'l, 1:ot6i:1jte:c; oo~ia<;, etcé-
DOe\l) hay ser, devenir o conocimiento»~; pero esa primacía no es tera, afección de la esencia, camino hacia la esencia, cualidades
fundamental, sólo define el dpX~ en la medida en que el principio

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que se mueve y hacer cambiar lo que cambia» 329. En el pasaje citado sólo nos eseña una cosa, por lo demás capital: los diferentes senti-
inmediatamenie antes, Aristóteles ha nombrado además los tres cam· dos del ser se refieren todos a un mismo término, el ser es un
pos en que puede haber fundamento: el ser, el devenir, el conoci· .. poe; ElI Atq6¡.t.e\lo\l. ¿Pero acaso esta respuesta es algo más que la
miento. Pero aplicadas al caso de la esencia como fundamento de las misma pregunta formulada de otro modo?
significaciones múltiples del ser, esas indicaciones nos darán sólo un ¿Qué sucede con esta referencia? Una cosa es cierta: que no es
débil apoyo. Ciertamente, la obota es aquello sin lo cual las demás una mera relación de especie a género ni de atributo a sujeto, pues
significaciones no serían, aquello que las mantiene constantemente en en caso contrario volveríamos a caer en la sinonimia. Aristóteles
su ser, pues no puede concebirse una cualidad que no sea cualidad distingue muy claramente el ítpoe; 'E\I y el XaO'E\l 33I : las categorías
de la esencia, ni relación que no sea relación entre esencias, etc. En
que no son la esencia no hablan de (xa'tá) la esencia, no dicen que
este sentido, la obota, por respecto a las demás categorías, represen-
la esencia es esto o aquello; sólo dicen relación a (1tp6e;) la esencia; y
ta sin duda el papel de fundamento del ser. Pero no es dpX~ en el sen·
esa conexión, aunque sólo se revele en el discursa, no es por ello pu-
tido de fundamento del conocer: el conocimiento de la esencia no ramente lógica, en el sentido de que no nace del discurso, como su·
prmite de ningún modo conocer las otras categorías, pues ella no es
cede con la atribución, sino que sólo significa en él, y, siendo así, lo
su esencia (si lo fuese, habría unidad de significación), y ni siquiera
desborda infinitamente. Sin duda, las categorías son modalidades de
entra a formar parte de su esencia a título de género (pues entonces
habría sinonimia). De la esencia no pueden deducirse, entonces, las la atribución (xa't-1jl'0pta), pero no por ello la doctrina de las cate·
demás categorías: éstas son continuamente imprevisibles, y ningún gorías significa, en absoluto, que exista un único género (xaO'h)
análisis de la esencia nos dirá por qué el ser se nos ofrece como can-
tidad, como tiempo, como relación, etc., más bien que de otro movimiento, puesto que el movimiento se produce se/l,ún ellas (o al menos
modo 330. Si bien la esencia en cuanto fundamento es primera en sí, según algunas). La esenda, como categoría fundamental, no es aquí causa efi·
ciente ni causa final de las categorías (pese a la expresión óliO~ El~ oúaír.tv,
326 BRENTANO (Von der mannigfacher Bedeutung... , págs. 6-7) ve en este
1003 b 7, que se refiere s610 a una de las posibles modalidades de relación
pasaje el esbozo de una clasificaci6n sistemática de las cate~odas. Pero en a la esencia): nada hay en Arist6teles que evoque procesión alguna, en el
esta enumeraci6n no percibimos el principio de una c:1asificaci6n: parece más sentido plotiniano.
bien que el proceso es aqul aún inductivo; a propósito de cada uno de los 331 r, 2, 1003 b 12·13; 1004 a 24; Z, 4, 1030 b 3. HAMELIN traduce
usos de la palabra ser, Arist6teles se pregunta c6mo es significado en cada xO'O' ~v )"qÓ\J.evr.t como «que tienen un carácter común» (Le systeme d' Ar., p. 397;
ocasi6n el ser. estaríamos indinados a precisar: que tienen un predicado común. Una traduc-
3II Met., á, 1. ción tan predsa podría causar extrañeza, ya' que xaT.á + acusativo tiene el sen·
32A á, 1, 1013 a 17. tido, bastante vago, de según; pero, como advierte Bonitz, xr.t'tá + acusativo,
329 Ibid., 1013 a 10. en Aristóteles, ha acabado por significar «la relación sep;ún la cual lo universal
3JO Quedaría por examinar el tercer dominio en que se ejerce el funda- se conecta con lo particular» (Index, 369 a 44); entiéndase: la relaci6n de
mento: el del devenir. Pero si es cierto, como vermos (II parte, cap. II: «Fí- varios sujetos a un predicado común. La relaci6n inversa se expresa con xr.t'tá+
sica y ontología»), que la existencia misma de las categodas está vinculada a genitivo. AlTEIV 'tI xr.t'tá 'tIVO~ = afirmar un predicado de un sujeto; MTEaOal
la realidad fundamental del movimiento, sin embargo no son ellas mismas xr.t'tá 'tI = poseer cierto predicado.

186 187
de la atribución: el ser o la sencia; el 'ltpO~ [11 nada tiene que ver con todos esos casos se da relación a un mismo término, la salud; está
una relación de atribución, sino que, mediante tal expresi6n, Arist6- claro que la salud, término de referencia, no es ella misma una de las
teles procura sólo elucidar aquello que hace que el ser sea el lugar, ignificaciones de «sano»: el fundamento es aquí trascendente a una
el horizonte común de todas. las atribuciones 332. serie que no es sino la serie de sus propias modalidades ('lt1:Úla¡::l~),
¿Cuál es, pues, esa relación, más fundamental que cualquier re- un poco al modo como la raíz de una familia de palabras fundamenta,
lación de atribución, pero también indudablemente mucho más os· a la vez, la diversidad de las significaciones derivadas y su parentesco
cura, que Aristóteles expresa mediante la preposición 'ltpó~? Podría- común. En el caso de lo sano no hay problema: decimos a un tiempo
mos observar, antes de nada, que Aristóteles ha analizado la reladón del hombre y del aire que son sanos en virtud de algo así como una
en general ('ltpÓ~ 1:!), haciendo de ella una de las categorías del ser. economía verbal; pero, si quisiéramos, podríamos designar con pala-
Pero inmediatamente vemos las inextricables dificultades a que pare- bras diferentes esas dos significaciones de sano} e incluso expresar
ce conducirnos semejante observación: definir el estatuto de las cate- mediante un juego de sufijos su referencia común a un fundamento
gorías del ser mediante una de esas categorías, ¿no es cometer peti· único: así distinguimos lo sano de 10 sanitario, lo médico de 10 medi-
ci6n de principio? En realidad, hay que reconocer por fuerza que las cinal y 10 medicamentoso. El caso del ser tiene muy otra complejidad:
categorías del ser se significan entre sí constantemente; el hecho de en seguida nos damos cuenta de que la esencia no es a 'la cantidad o la
que toda categoría sea relativa a la esencia, perteneciendo así a la cualidad 10 que la salud es a lo sano o lo sanitario, y ello por una
categoría de los relativos, no es más asombroso que la observación raz6n esencial: las categorías no son los modos de significación de la
de que toda categoría tiene una esencia, perteneciendo así a la cate- esencia} sino que tanto la esencia como las demás categorías signifi-
goría de la esencia 3.13. Pero la doctrina posee otra particularidad más can, inmediatamente la primera y por relaci6n a ella las demás, otro
merecedora de atención: la de que el término por respecto al cual término aún más fundamental, que es el ser.
las categorías significan el ser es él mismo una categoría, una signifi- En el caso de lo sano, había sólo dos términos: la salud y la serie
caci6n más del ser, entre otras. El estatuto de la esencia es, por tan- de sus modalidades. Aquí hay tres: el ser, la esencia y las demás cate-
to, doble: significaci6n del ser entre otras y, a la vez, aquello en cuya gorías. Por una parte, la esencia se distingue de las otras categorías
virtud las demás significaciones del ser son significaciones del ser; por ser fundamento de ellas; pero de otra parte, en cuanto que ella
la esencia, entonces, no está más allá ni más acá de las categorías, misma es una categoría, no se identifica con el ser en cuanto ser. Sin
como podría esperarse que un fundamento lo estuviera, sino que es duda, la esencia es la categoría primordial del ser, hasta el punto de
el primer término de una serie, o sea, de un conjunto donde hay ante- que Arist6teles llega a confundir la pregunta ¿Qué es el ser? con
rioridad y posterioridad, y al cual pertenece ella misma: el funda- ¿qué es la esencia? 334. Pero ambas preguntas coinciden tan s6lo en la
mento es, en este caso, inmanente a la serie. Vemos entonces hasta qué medida en que esta última es la primera forma que reviste aquélla,
punto son inadecuados los ejemplos engañosamente claros que Aris- una vez que se ha reconocido la imposibilidad de responder directa-
tóteles menciona para ilustrar su doctrina etel 'ltp~~ éll 'AqÓJ.lElIfJlI, mente a la pregunta referida al ser en cuanto ser; pero no coinciden
cuando se trata de aclarar el caso del ser. Así, el ejemplo de 10 sano, en el sentido de reducir, en último análisis, el ser a la esencia: contra
que se dice tanto del hombre como del régimen o el clima, pues en tal confusión nos ha precavido suficientemente la crítica a los eléa-
tas, cuyo resultado fundamental es que no hay sólo un ser de la esen-
332 Si insistimos en esta distinción es porque algunos intérpretes (por cia, sino también un ser de la cantidad, de la cualidad, etc.
ejemplo, TRICOT, in r, 2) la ignoran, considerando como equivalentes las ex- La esencia no es, pues, el ser; y, sin embargo, por relación a ella
presiones xa6' lv y 1rpOe; lv A.qÓlLEVOV. Pero la realidad es que Aristóteles las pre-
senta como excluyéndose mutuamente: MTE'tat oüu &llwvú¡J.we; ouu xa6' EV, dnti es como las demás categorías significan mediatamente el 'ser. De
ahí surgen una serie de problemas que la doctrina del 'ltpO~ ÉlI
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de COLLE, in' r, 2, 1003 b 12-13), según la cual el xa6' EV A.ETÓIlEVOV designa mente el ser, lo que le confiere un indiscutible privilegio, ¿por qué
la relación de sinonimia. Sólo un único texto (K, 3, 1061 b 12) presenta al no basta para significarlo? ¿Por qué, desde el momento en que el ser
ser como un xa6' EV A.eTÓIlEVOV (en el sentido de 1rpO<; gv A.ETÓIlEvov). Pero ya hemos
intentado mostrar en otro lugar (pp. 41-44), y el uso de xa6' gv seria una nueva
se dice, ese decir se dispersa en una pluralidad de significaciones? El
prueba de ello, que esta parte del libro K es apócrifa, y revela una influencia hecho de que remitan todas a una significación primordial no resuel-
neoplatónica. Más adelante veremos, por lo demás, cómo la confusión de 1rpoe; ve por completo el problema de la pluralidad de las significaciones.
gv y xa6' lv ha pocI¡do ser acreditada por un comentario de Alejandro.
Ti 'to óv. 'toü'tó ~O't! ~ ouoíaj (Z, 1, 1028 b 4).
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3.13 Cfr. pp. 179-181.

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no se reducen -ni podían hacerlo, sin duda- a un principio único 33~. d 1 ser, consagra la fragmentación de dicho discurso en un discurso
Así pues la ambigüedad del ser permanece, y en un doble sentl· bre la esencia y otro discurso que no por tratar de la esencia deja

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do. En pr~er lugar, al hacer del ser un 1tpae; Év A.ETófl-€YOV, de significar el ser, a su modo. No basta con hacer constar que la
la homonimia no queda tanto suprimida como transferida al r.póe; pluralidad de significaciones remite a una significación única; pues,
del 1tpOC; Év: las categorías del ser que no son la esencia acaban por aparte de que esa remisi6n sea oscura, ni siquiera se ve por qué es
ser las múltiples significaciones de la ambigua relación a la esencia 336. necesaria, por qué el discurso humano sobre el ser no ha de significarlo
de manera múltiple y dispersa. La doctrina del 'ltpae; EV A.€rÓfl-€VO'i
m Tal principio no se encuentra, como insiste SIMPLICIO (Schol.. 79 a 14),
en ningún texto de Aristóteles. Sin embargo, y preocupad.os po~ slstemattz;lr acaso fundamente la unidad del ser, pero esa unidad sigue siendo
la tabla de las categorías, algunos discípulos (como ArqUltas, sIempre segun problemática: la homonimia del ser no es, sin duda, accidental, y por
Simplicio) y ciertos comentaristas de inspiración neoplatónica (como Aromo- e o había que superar la oposición, excesivamente sencilla, entre la
nio) van a esforzarse desde muy pronto por, establece~ un orden ~ntre las ca- sinonimia y una homonimia reducida a un «azar»; pero de que no
tegorías, enlazándolas al ser mediante un vmculo raClonal. La m~s coherente
tentativa en este sentido será, en el siglo XIX, la de Brentano, qwen, desarro- sea accidental no se desprende que deje de ser un problema: lo acci-
llando ciertas sugerencias de Santo Tomás, inte1?ta «deducir» las. categorías a dental no se opone a lo racional, sino a lo necesario, y de que la
partir de la distinción entre ser por sí (o esencia) y ser por acczdente (cuyas homonimia del ser no sea a1ta ,óX1je; no se sigue que se convierta en
modalidades, obtenidas también por división, constituyen las demás c~tegonas).
(Van der mannigJachen Bedeutung..., espec. p. 175). y~ hemos .VIStO que, transparente para la razón. El peculiar carácter de la homonimia del
desde luego la distinción entre las categorías sólo era pOSIble en virtud de la er reside en ser, a un tiempo, irracional (como todo homonimia)
distinción ~ásfundamental entre ser en acto y ser en potencia (cfr. pp. 155· inevitable (precisamente porque el 1toAA.aAooe; es aquí un 1tpoe; EV):
158). Per~ no por ello pued~ decirse que la segunda distinción sea una especifica-
ci6n de la primera. Además, puede objetársele a Brentano: 1) Que ArIstóteles en este sentido, tal homonimia es ese problema que nunca ha dejado
presetnta a las categorías como las significacio,;es !Dúltiples del ser por sí (6, 7, de planteársele a la filosofía y que, según la expresión del libro Z, es
1017 a 22; cfr. más arriba, p. 165), 10 cual ImpIde que las categodas 9ue no iempre «objeto de búsqueda y de dificultad». Efectivamente, si la
son la esencia sean divisiones del ser por accidente; 2) Que las categonas que homonimia es aquello que debe ser eliminado (si queremos que nues-
no son la esencia no pueden ser consideradas c0!D0 diyisiones de la acc~d.en.ta­
lidad, porque el accidente no puede ser conOCIdo, ru por l? t~nto dIVidido tro discurso tenga un sentido), y, a la vez, aquello que, en el caso del
(pues la división supone la ciencia del género que ha de diVidirse): no hay ser, no es eliminable, podremos preguntarnos si la ontología, en cuanto
ciencia del accidente (E, 2, 1027 a 20); 3) Que la cl~sificación de Brentan? ojeada de un discurso único sobre el ser, no será toda ella el esfuer-
confunde distinci6n de sentidos con divisi6n. En térmmos generales, una di-
visión del ser habría de suponer que éste fuera un género, 10 cual es negado zo propio del hombre para solucionar, mediante una búsqueda neceo
constantemente por Aristóteles. Con esta sola consideración es suficiente, como sariamente infinita, la radical homonimia del ser.
vieron BRANDIS (Griechisch-Romische Philosophie, III, 1, p. 45) Y BONITZ
(Sitzungsberichte der k. Akademie d. Wissenschaften. phil.~hi~t .. Kl., X,.~,
p. 643), para echar abajo cualquier intento de buscar un prmClplO de clasifi- * * *
cación de las categorías.
336 Más aún: las categorías del ser que no son la esencia aparecen coD?o Pero antes de sacar las consecuencias de dicha problemática para la
las múltiples significaciones de la relación al fundamento en general, es d7'~' ontología aristotélica, conviene responder a posibles objeciones contra
del1t:pór, del 1t:por, evo Tras haber mostrado que 10 uno es, como el ser, un "por, tv
).qóllEvov, Aristóteles enuncia esta regla general: «Una vez que hemos el~cldado la interpretación que hemos propuesto del 1tpae; Év A.€lÓfl-€vov.
en cuántos sentidos se dice un término, nuestra explicación debe refenrse, en Una tradici6n que se remonta, según parece, a Santo Tomás 337,
cada enunciación a 10 que es primero (1tf'0r, 'to 1tpÜ>'tov), y mostrar cómo, en cada pero que pretende apoyarse en textos de Aristóteles, llama analogía
ocasión, el tér~o se dice por relación a ese fundamento primero: en efecto, a la relación entre el ser y sus significaciones; y muchos intérpretes
el decir se apoyará a veces en tener ese fundamento, a veces en h4cerlo, o en modernos emplean de nuevo, sin crítica, el vocabulario de la analogía
otras categorías de este tipo (xGl't'a).).oor, 'totÓtoor, tpÓ1toor,)>> (r, 2, 1004 a 27).
Este texto muestra con claridad el carácter que podríamos llamar residual de
las categorías del ser: cuando intentamos pensa:r en su unidad .un término q~e

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la cantidad, la cualidad, el tener, el. hacer, etc. La tabla aristotélica de las

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está más allá de la universalidad (por ejemplo, 10 uno o el bien), el lenguaJe categorías no es tanto una solución como un refugium difficultatum.
nos remite a fin de expresar la relaci6n de las significaciones derivadas 337 Contrariamente a muchas tradiciones de la exégesis aristotélica, ésta
(p. ej., lo igual, 10 semejante, 10 idéntico, etc.) con la significaci~n (lo Uno no procede de los comentaristas griegos. Cfr. los textos de Santo Tomás cita-
en cuanto esencia), a aquello que no es otra cosa que las categonas del ser: dos más adelante, p. 233, n. 494.

190 191
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para exponer la teoría aristotélica de las significaciones del ser 338. Si tienen un carácter común (xa6' ev), en cuanto que se percibe de al-
se tratara de una mera convención de vocabulario, mediante la cual gún modo en todas ellas esa misma naturaleza según la cual y por
se decidiese llamar analógico a lo que Aristóteles designa como cuya causa son nombradas como lo son, aunque no todas participen
1tP01; E'J A.e¡Ó¡.LEVOV, esa sustitución podría ser legítima. Pero ocu- de ella de manera semejante y en el mismo grado». A partir de ahí,
rre que la palabra analogía tiene en Aristóteles un sentido preciso, e comprende que «pertenecerá a una sola ciencia el estudio del ser
y que jamás se utiliza para designar la realción entre las categorías en cuanto que es ser (xa6o ;)',/ )>>, lo cual significa, según precisa más
y el ser en cuanto ser: por consiguiente, si Aristóteles hubiera queri- adelante Alejandro, «en cuanto que los seres (ov'ta) participan de la
do decir que el ser es análogo, lo habría dicho; y si no lo ha dicho, naturaleza del ser» 341, Vemos cómo se hace más precisa en el pensa·
tal silencio no es mera inadvertencia, sino que ha de tener un sen- miento de Alejandro, pero modificándose a la vez, la doctrina de
tido. Querríamos mostrat aquí que la doctrina de la analogía del ser Aristóteles: aquella relación a un principio, mantenida en la ambi-
no sólo es contraria a la letra del aristotelismo, sino también a su güedad por Aristóteles al designarla mediante la preposición 1tpÓI;,
espíritu; con el pretexto de aclarar y explicitar, pero en realidad se convierte en una relación ('Aó'(o:;) 342 lógicamente -y acaso mate-
porque el cristianismo había aportado una perspectiva metafísica máticamente- determinable. Lo que para Aristóteles seguía siendo
completamente distinta, que sustituía el problema de lo uno y lo oscuro (el fundamento de la denominación común) se expresa a par·
múltiple por el de las relaciones entre un Dios creador y un mundo tir de ahora en el lenguaje platónico de la comunidad y la partici-
creado, los comentaristas medievales introdujeron en este punto un pación. Pues bien: precisamente en términos similares había defini-
giro que, si bien ha sido decisivo en el destino de la metafísica occi- do Alejandro los sinónimos, unas líneas más arriba: «Las cosas sinó-
dental, no por ello deja de ser infiel a lo que hay de esencialmente nimas comprendidas bajo un género común están en relación de co-
problemático y ambiguo en el proceso de pensamiento aristotélico. munidad y de participación (XOlV(I)VEt 'te xal liE'tÉXEl), de manera
La doctrina del 'ltpOI; ev 'Ae¡dlJ.SVOV, al no ser tanto una solución equivalente y semejante (100't11J.(I)1; xal ÓIJ.ol(J)l;) a la esencia repre-
al problema de la ambigüedad del ser como una respuesta a su vez sentada por el género que es afirmado de cada una de ellas; por el
«cuestionadora» 339, había ya suscitado intentos de reducción por par- contrario.. las cosas homónimas, según el nombre que"se les atribuye
te de ios comentaristas griegos. Así, Alejandro de Afrodisia, tras un en común, sólo participan unas de otras en cuanto a ese nombre, y
largo y minucioso análisis del pasaje del libro r de la Metafísica, nada más» 343. Así pues, tanto en el caso de los r.:P¿1; ev A.qÓ¡.LEVa
conclula que los términos que se dicen por referencia a un término como en el de los sinónimos, hay participación en una misma natu-
único no diferían tanto de los sinónimos, pues en ambos casos la uni- raleza, lo cual tiende a aproximar ambos casos, oponiéndolos con-
cidad del hombre autoriza una ciencia única (lo que, evidentemente, juntamente a los homónimos. Por último, en el texto citado, 10
no sucede con los homónimos: no es una misma ciencia la que estu- 1tpOI; ev A.ETó¡.LEVOV es reducido explícitamente por Alejandro a lo
dia el can-animal y el Can-constelación) 34O~ Y explicaba Alejandro: >:a6'ev I-ETó¡.LEVOV: el ser en cuanto ser no es ya aquel más allá
«en cierto modo, también se dice de estas cosas [los 'ltpOI; ev inaprensible, aquella imposible unidad de sus propias significaciones,
'Ae¡ó flEva,], pues guardan relación con cierta naturaleza única, que
341 In Met., r, 243, 33 a 244, 8.
338 Por ejemplo, RAVAISSON (Essai sur la métaphysique d'Ar., pp. 392-93): 342 Cfr. ALE]., ibid., 241, 20: "f'0~ él [el g" dd 1tp;~ g,,] MIO" EXOY'ta "tlYa.
Aristóteles sería el primero que ha sabido «conciliar la diferencia y la unidad, Aristóteles menciona el sentido matemático (que volveremos a encontrar en
por medio de la idea de analogía»; y BRENTANO (Von der mannigJachen Be- el término analogía) de la exp esión éXm I..Ól0v: Et. Nic., l, 13, 1102 b 31.
deutung. oo, pp. 85 ss.).
343 ALE]., ibid., 241, 10-14. La única diferencia, según Alejandro, entre
339 Según expresión de K. AxELOS, que la emplea a propósito de Herácli-
to (<<Le logos fondateur de la dialectique», en Recherches de philosophie, II, los 1rpO~ g'J I..qóllEva y los sinónimos radica en la existencia o no de equivalencia
p. UD, nota). (lao"tl1Jl'l, 241, 16) entre las diferentes atribuciones del término de que se trata
340 Veremos en el capítulo siguiente que la preocupación por someter el a las cosas cuyo nombre es. Pero ese término, equivalencia, no está definido
ser en cuanto ser a una ciencia única lleva a Aristóteles a modificar su propio con claridad, y Alejandro sigue siendo más sensible a las semejanzas que a
proceso de pensamiento en un sentido que anuncia la interpretación de Ale- las diferencias entre 1rpO~ [" I..ElóllEva y sinónimos: efectivamente, en ambos
jandro. Pero no es posible, sin cometer petición de principio, apoyarse en la casos hay participación en un principio único, mientras que no puede hablarse
existencia de una única ciencia del ser para extraer consecuencias acerca del propiamente de participación en el caso de los homónimos. No casualmente,
estatuto de los 1rpO~ gv I..ETóllEva, dado que es la posibilidad misma de semeiante sino en virtud de la misma lógica platonizante, el Maestro Eckhart reasumirá
ciencia la que se halla precisamente en cuestión dentro de toda esta proble- igual interpretación univocista de la analogía, entendida como participación gra-
mática. dual en el Esse.

192 193
)
que parecía ser en Aristóteles, sino que se convierte, por una parte, cero,), lo cual permitirá al poeta o al orador emplear el cuarto en lu-
en el principio' y fundamento de las significaciones -papel que, en gar del s~gundo, y el segundo en lugar del cuarto 349. Así, si la vejez
Aristóteles, estaba reservado a la esencia-; y, por otra parte, tal es a la VIda 10 q~e la tar~e es al día, podrá decirse por analogía que
fundamento es presentado como lo S'J de un xa6' e'J, la unidad esen- la tarde es la veJez del dla, o que la vejez es la tarde de la vida. Es
cial de un decir que se conforma con atribuir indefinido número de ése un proceder lingüístico que se funda en una relación matemática:
veces el ser a 10 que es (aunque Alejandro no lleva su interpretación la proporción o igualdad de dos relaciones 350. El ejemplo dado por
~rIs~ótel~ en la Etica a Nicómaco (la vista es al cuerpo lo que la
hasta el extremo de hacer del ser un género), y no ya como E'J
~n tehgenCla,es al alma) 'prueba clara~ente que también en este JY.l.sa-
de un 'ltpor; s'J, la unidad problemática de una irreducible pluralidad
J la ~nalogla es entendida en el senudo matemático de proporción 351.
de significaciones. Se comprenderá sin esfuerzo que, entendido así, . ~I record~~os 10 que antes decía Aristóteles acerca de las signi-
el estatuto del ser en cuanto ser haya parecido «inclinarse más del ficaCIOnes muluples del bien, el cual se dice en tantos sentidos colno
lado de la sinonimia» que ddlado de la homonimia 344. el ser 352, la alusión a la analogía resulta clara. Lo que aquí puede ser
Pero una modificación así tan sólo ha sido posible, por parte de lI.amad~ análogo (aunque Aristóteles no presente esto como una solu-
los comentaristas, porque parecía sustentarse en algunos textos de c~6n? .sm~ como ,u~a hipótesi~) no .son, prop~amente hablando, las
Aristóteles, siendo el más importen te de ellos el ya citado de la Etica 19D1~I,caclones muluples del bien, Dl menos aun las del ser, sino la
a Nicómaco, 1, 4, que ha permitido a los exégetas, mediante un cu- relaclon .entre las unas y las otras: la inteligencia es a la esencia 10
rioso retorno, «platonizar» a Aristóteles, siendo así que dicho texto q.ue la Virtud es a la. cualidad, la medida a la cantidad, la ocasión al
iba explícitamente dirigido contra la teoría platónica de las Ideas. ue~po, etc., y el Bien en cuanto bien es precisamente lo que hay
En efecto, ¿qué leemos en él? Que el Bien es homónimo, pero que de Igua! entre esas distintas relaciones. Para que haya analogía, pues,
su homonimia no es fortuita (cha ,úz7jr;) 345. Por consiguiente, dirán es preCISO que se nos presenten dos series, entre las cuales se esta-
los comentaristas, es intencional (ch? Otavc>¡ar;) 345; es una «homo- blece una relación de término a término: en este sentido puede decir-
nimia» que, paradójicamente, tiene un sentido, y no es sólo una cues- se que las significaciones del bien (como las de lo uno) son análogas
tión de lenguaje, sino la expresión de una conexión racional. Más por respecto a las del ser, ya que a cada significación del ser corres-
aún: el propio Aristóteles parece sugerir el posible contenido de tal ponde una significación del bien o de lo uno.
conexión: «¿Habrá que decir que hay aquí homonimia en virtud de Ahora bien, ~i 7~0 e.s así, el recurso a la analogía no puede ex-
una procedencia única, o de una tendencia hacia un mismo término le~de~'se a las. slgruftcaoones del ser, recurso que, por otra parte,
o no será más bien por analogía? De este modo, la vista representa Arlstoteles sugiere tan sólo para el caso de las sionificaciones múlti·
para el cuerpo el mismo papel que la inteligencia para el alma, y así pIes del bien. Estas remiten a aquéllas, y la igualdad de esas relacio-
sucesivamente» 347. ¿Qué suecde con esta analogía sugerida por Aris- n.es .e~ la. que autoriza a afirmar que bay una proporción. Pero las
tóteles? Su sentido es claro, si nos remitimos a las definiciones que SIgnIfICaCIOnes del ser ¿con qué relacionarlas? ¿Con qué otra serie
de ella dan la Poética y la Retórica: en ambas aparece como una es-
pecie de la metáfora, procedimiento general mediante el cual «se tras- ~~ lbid., ~457 b 16 ss. qr. Met., A, ?' 1016 b 35;
lada a una cosa un nombre que designa otra» 348; se hablará más es- Esa es Justamente la Igualdad geometrzca de Platon (cfr. CorRias 508 aj.
trictamente de analogía en todos los casos en que, dados al menos
De:. esta suerte no es sorprendente que Aristóteles, fiel en este punto 'a la en-
~enan~a de ~Iatón" desig.ne con el término civa>"o,ia las relaciones de justicia:
cuatro términos, «el segundo es al primero como el cuarto es al ter- Ecmv r.«'~ ,0 3Lxal~v G(o¡al:olf)~ 'tL (Et. Ni;., V, 6, ~13l a 29). Por lo demás, las pa·
labras ao¡al.ol0C;, GCva),olla, tienen el mismo sentido matemático de proporción en
344 l\laJJ,ov d"OX),,{VEl ltpO~ 'ta o~vl¡'v~l1a (SIRIANO, in Metaphysicam, 57, 19-20 el Timeo (31 C, 32 e, 69 b).
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Kroll). Acerca de las diversas interpretaciones de esta doctrina, PORFIRIO, in 351 •. Nuestra insistencia en este punto se debe a que según una costumbre
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I~O o~lgmada en S~to Tomás, sino en la escolástica tardía, se distinguen do~


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Categorias, 65, 15-67, 2 Busse.


Et. Nic., 1, 4, 1096 b 26. e~~ecles de, a.naIOg1a: la analo,gía de pr?porcionalidad y la analoll.ía de atribu·
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345
Todas las clasificaciones de los homónimos propuestas por los comen·
346 clon (est~ ultima corresponderla a lo T.pO~ [v)"Eló¡tE'¡OV de Aristóteles). Lo cierto
taristas descansan sobre esta división fundamental entre 611óJVulloL dlto 'tú"t:r¡~ y es. que, sm .duda .alguna, Aristóteles emplea siempre la palabra 'd',a),,0I{a en el
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611WYUllOl dlto Otl.lvo{ac;. Cfr. L. ROBIN, op. cit., p. 162, n. 19. La oposici6n entre pnmer sen.udo, Sin que .pueda encontrarse en él rastro alguno del segundo.
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dr¡o 'tóX7Jt; y (11,0 o\avoí'l~ se encuentra ya en ARISTÓTELES (Fís., 11, 5, 197 a 1-2).
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porclon) apa:rece, al lado del d'f'¿Vó~ y de lo r¡po; gy J,qÓ¡tEVOV, como una ter·
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341 Et. Nic., 1, 4, 1096 b 27.


cera forma de la homonimia que no es r./ltrl ,úXr,;.
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Poética, 21, 1457 b 6. Cfr. Retór., 111, 4; 10, 1411 a 1, b 3; 11,


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352 Cfr. pp. 170.175.


1412 a 4.

195
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194
más fundamental puede ponérselas en paralelo? Acaso haya que re- e dicen en tantos sentidos como el ser, pero el hecho de que la
nunciar aquí a las metáforas matemáticas, y reconocer q';le lo que los fórmula no sea reversible basta para arrumbar toda «convertibili-
escolásricos llamarán la convertibilidad del ser con el bIen y lo uno dad. en sentido estricto: la pluralidad de las significaciones del ser
no es en absoluto reversible. La multiplicidad de las sigtúficaciones no puede tener el mismo estatuto que la pluralidad de las sigtúfica-
del ser aclara y -podríamos decir- excusa la multiplicidad. de las ciones del bien o de lo uno; siendo más fundamental, es también
significaciones de lo uno y del bien:. al no ser la caI.':idad cuahdad DI más oscura. Hemos visto con anterioridad cómo la homonimia del
tiempo, tampoco la medida es la VIrtud ni la ocaSlQn, aunque estos ser servía, por respecto a la homonimia del bien y lo uno, de centro
tres últimos términos estén evidentemente emparentados. Pero ¿por de referencia, principio de explicación residual, o también de refu-
qué hay cantidad, cualidad y tiempo, y no solamente ser? La plura- gium difficultatum. En los Tópicos "", habíamos visto que Aristóte·
lidad de las significaciones del bien (o de lo uno) es, en ultimo cas,o, les establecía como regla general que un término es homónimo cuan·
justificable; la del ser no lo es, al menos ~n el plano de la ontologla. do se emplea dentro de las diversas categorías del ser, y que aplicaba
Si el bien se nos aparece bajo aspec~os dlf~rentes, .que no com~eten dicha regla al caso panicular del bien. En la Crítica a Eudemv"', se
a una ciencia común, es porque se dlee segun las dIferentes slgruflca- fundaba en la imposibilidad de una ciencia única del ser a fin de
ciones del ser; y el Bien en cuanto bien no es una me~a palab:a y pre- mostrar la imposibilidad de una ciencia única del bien. Por último,
senta una relativa unidad de significación, ello es debido a la Igualdad en el libro r de la Metafísica "', tras incluir a lo uno entre los "po_
de las relaciones que sus diferentes significaciones mantienen con b ),aTóIHva, mostraba con más profundidad cómo las posibles rela-
cada una de las categorías del ser. Como se ve, el re~urso. al ser p~r­ ciones distintas entre las significaciones múltiples de lo uno y su
mite responder a las dos preguntas: ¿~or qué el bIen uene vaI1~s común fundamento (es decir, lo Uno-esencia) no son sino aquellas
sentidos? ¿Por qué el Bien en cuanto bien es, sm embargo, algo mas categorías del ser que no son la esencia. En todos esos casos, la plu-
que un mero flatus vocis? ralidad de las categorías del ser aparecía como el hecho primitivo e
Ahora bien, ¿cómo responder a esas dos ~reguntas. cuand~ se incomprensible, más allá del cual no puede continuar el análisis,
trata del ser? Si es ciesto que el bien (o lo uno) u"',len. vanos senudos salvo que incurra en círculo vicioso. Es verdad que vemos perfilarse
porque el ser mismo los tiene, en e,amblO no es certo, a l~ lDvers~. una evolución entre esos diversos pasajes y el del libro I de la Elica
que el ser sea equívoco porque el bien o lo uno teng~n vano.s sentI-
a Nicómaco: el bien y lo uno, considerados al principio como meros
dos. Y si con todo el ser en cuanto ser conserva cierta unidad de
homónimos a ejemplo del ser, son incluidos después, siempre en vir-
significaciÓn J no es la analogía la que permitirá explicar eso. El err~r
tud de su correspondencia con el ser, entre los 1tpae; ÉY A.E.lól.lEyaj
de los intérpretes escolásticos reside en haberse a~yado en su propia
teoría de la convertibilidad del ser, lo uno y el bien, para ext.e"der por último, en una tercera fase, Aristóteles cae en la cuenta de que
al campo del ser lo que Aristóteles. sugiere únicamente a propósito de el paralelismo entre las significaciones múltiples del bien y las del ser
las significaciones múltiples del ble~. Pero no hay texto. alguno de permite comprender, en cierta medida, la hornonia del bien (y de lo
Aristóteles que permita colocar al bIen y lo uno en el mIsmo plano uno), instituyendo entre sus diversas significaciones la igualdad de
que el ser ,sS. Es verdad que repite a menudo que el bIen y lo uno una relación. Pero en este último caso, si bien la correspondencia con

3.53 Por otra parte, habrfa que distinguir aqu( entre el caso de 10 uno y samiento de Aristóteles). El propio Robin no se sustrae por completo a toda
el caso del bien. La conexi6n entre lo uno y el ser. e~ ~ás estrecha Que la confusión con la escolástica cuando presema al ser, el uno y el bien, en Aris·
que hay entre el bien y el ser: «El ser y.lo uno son Id~n~lcos, y _so~ u?a sola t6teles, como si significaran una naturaleza única, por respecto a la cual se
naturaleza en la medida en Que son correlativos entre s( (1:0/ axolo~6s:t ... a>J''llou;) ... hallarlan entre si en la misma relaci6n que las categorlas del ser 10 están entre
Hay identidad entre hombre. uno~ h.ombre entt y hombre» (r, ~, 1003 b 22, 2~); ellas (La /héorie pla/onicienne..., pp. 159-60, notas). En realidad hay que re·
mientras que, respecto al bien, ArIst6teles se. con.tent.a C0r;t aÍlrmar Que se dIce conocerle al ser, según Arist6teles, la especificidad de su modalidad de desve·
en tantos sentidos como el ser lo que no Implica Identidad ~guna. Pero en lamiento por medio del lenguaje, en cuya virtud su homonimia es el funda·
lo que se refiere al problema de la homonimia, el caso del ~Ie~ y el de lo mento de las otras homonimias, y que hace que esa homonimia del ser sea
uno pueden unirse, oponiendo ambos al caso del ser.: 1.as homomnuas de lo uno más radical (pues ya no hay nada más con que conectarla), y también más
y el bien apal'ecen como derivadas de una homommta más fundamental. que grave (porque el ser, siendo antes Que nada lo que es siempre si/l,ni/icado, re·
es la del ser (para lo uno, cfr. espec. Met., 1, 2, 1053 b 24-0 19;. Fis., 1, 2, sulta más afectado que cualquier otro término por la pluralidad irreductible
185 b 5 ss.). En términos generales, debe. evitarse trasponer a Ans~6teles la de sus significaciones).
idea escolástica según la cual los tres ténomos trascendentales (~, bIen, ~no) lS4 1, 15 (cfr. más lIrriba, pp. 170-171).
formarían sistema y podrían atribuirse recíprocamente (en partlcula~, la Idea '" Cfr. pp. 171·173.
de que el ser es bueno, en cuanto que es, resulta enteramente extrana al pen- ""' Cfr. p. 190, n. 336.

196 197
el ser autoriza la analogía, ésta no puede aplicarse, evidentemente, n pie: si el ser es equívoco, o, al menos, si su unidad depende de
al caso del ser, en defecto de otra serie más fundamental con la cual llna relación ella misma equívoca, ¿cómo instituir, y en nombre de
pueda ponerse en relación la serie de las significaciones del ser. qué, un discurso único acerca del ser?
Así pues, cuando Arist6teles habla de analogía, sólo puede refe-
rirse a lo que más tarde se llamará analogía de la proporcionalidad.
Ahora bien, para que haya proporci6n debe haber correspondencia, .¡. EL DISCURSO ACERCA DEL SER
y, por tanto, debe haber dos términos, o mejor dicho -pues se
trata de una igualdad de relaciones- dos series de términos. Siendo Aunque el ser se diga de muchas maneras, Aristóteles no parece
ello así, puede haber muy bien analogía entre las significaciones múl- poner en duda la posibilidad de un discurso coherente acerca de él
tiples del bien o de 10 uno en su relaci6n con las significaciones múlti- lando, al principio del libro r de la Metafísica, afirma sin titubeos
ples del serj pero una pretendida analogía del ser no podía tener, la existencia de una ciencia del ser en cuanto ser 359. Podría sorpren-
para Aristóteles, sentido alguno. La homonimia por analogía, lejos d r esta aparente contradicción entre la afirmación de una radical
de sustituir o de ser idéntica a la homonimia T.pOC; Ev. la presupone I luralidad de signficaciones y la confianza en un discurso unificado
y remite a ella. Como hay categorías del ser, y cierta relación entre ( , al menos, unificable) acerca del ser, si no hubiéramos aprendido
ellas, por eso encontraremos significaciones análogas y análoga rela- ya a distinguir entre las declaraciones programáticas de Arist6teles
ción entre las mismas lS7 en los casos del bien y de lo uno. Pero la y sus realizaciones efectivas. ¿Ha conseguido Arist6teles constituir,
analogía no nos ilumina en absoluto ni acerca de la pluralidad de las de hecho, una ciencia del ser en cuanto ser, en el sentido en que los
categorías, ni sobre la naturaleza de la conexi6n que mantiene con egundos Analíticos definen la ciencia demostrativa? La aparente
un fundamento único (1tpOC; ev): el 1tpae; del T.pOC; ev sigue siendo eguridad de Arist6teles, aun cuando haya engañado a los comenta-
siempre ambiguo 158. Y el problema de la ontología aristotélica sigue ristas durante siglos, no debe eximirnos de plantear esa cuestión.
Pero la contradicción no se da aquí solamente entre las intenciones
3S7 En virtud de una propiedad matemática bien conocida, entendemos in- y el sistema. Aparece ya en el terreno de las declaraciones de princi-
mediatamente que la relación entre la significación primordial y las signif.ica- pios: todo ocurre como si Arist6teles, en el momento mismo de pre-
ciones derivadas es la misma en el caso del ser y, por ejemplo, en el del bIen. sentarse como el fundador de la ciencia del ser en cuanto ser, multi-
Entendimiento Medida Medida plicase los argumentos para demostrar que esa ciencia es imposible.
De la igualdad , inferimos que = Ari<;tóte1es no ha admitido siempre que haya una ciencia única
Esencia Cantidad Entendimiento
Cantidad del ser en cuanto ser. Recordemos que la polémica antiplat6nica de
_ _-o Pero la igualdad entre dos relaciones no nos informa en absoluto los Tópicos, la Etica a Eudemo y la Etica a Nicómaco se basaba en la
Esencia
acerca de la naturaleza de la relación misma. La analogía no puede eliminar
esa iITeducibilidad. de lo relativo es tan sólo homónima por respecto a la de la esencia); lo único
358 Sería fácil comprobar que los demás textos invocados por los comen- que es siempre lo mismo es la relación que cada una de las significaciones del
taristas en favor de una pretendida analogía del ser en Aristóteles: 1) No principio mantiene con cada una de las significaciones correspondientes del
atañen directamente al ser; 2) Presuponen, lejos de contribuir a eliminarla, ser. Está claro que la analogía es tan sólo un modo de salir del paso, que
la radical pluralidad de las categorías. Ya lo hemos probado a propósito del permite cierta unidad del discurso a pesar de la radical ambigüedad del ser;
pasaje de la Et. Nic. 1, 4, donde se trata del bien. Podríamos probarlo tam- pero si necesitamos recurrir a maneras analógicas de hablar es porque el ser
bién a propósito de Met., A, 4 Y 5, donde Aristóteles aplica el término de es ambiguo, y la analogra de los principios no suprime, sino que supone, la
analogía, o más bien de identidad analógica ('tao'tcl 't'T' dva1.o·(CJv), no al ser homonimia del ser. Cfr. N, 2, 1089 b 3; Anal. post.• 1, 10, 76 a 38 (aquí, son
mismo, sino a los principios del ser. En dichos pasajes, se pregunta Aristó- los axiomas los llamados xOlva xa't' dVIl}.olíav). En esta analogía de los princi·
teles: ¿existen principios comunes a todos los seres? Y responde: hablando pios piensa Rodier cuando cree ver en ciertos textos platónicos la prefiguración
con propiedad, no existen, pues entonces le competirían al ser los mismos de la teoría aristotélica de la analogía (Eludes de pbilosopbie grecque, p. 69,
principios en las diferentes categorías (hipótesis que Aristóteles rechaza de n. 3; textos citados: 50/., 218 d; Poi., 277 b, d; Teeleto, 202 e; Timeo, 29 b-c,
entrada, por ser contraria a la noción misma de categoría). Sí existen, en el 52 b). Pero el punto de vista en el que Ari tóteles se coloca cuando se trata
caso de que se entienda que los principios son comunes por analogía, pues del ser en cuanto ser (y no ya de los principios), y que es el de la siJl,ni/icaci6n,
los principios -a saber, la forma, la privación, la causa eficiente- represen· limita considerablemente el alcance de esa influencia: en Platón, se trata de
tan un papel análogo, aunque no idéntico, en las diferentes cate~orías (A, 4, desubrir la estructura única de lo real a través de la diversidad de las apa-
1070 b 18, 26; 5, 1071 a 26, 33). Volvemos a encontrar aquí el mismo es- riencias, mientras que, en Aristóteles, el problema stá en salvar cierta unidad
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quema que en la Et. Nic. a propósito del bien: los principios no pueden tener del discurso, pese a la pluralidad de sentidos del ser.

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el mismo sentido según sean empleados en tal o cual cateRoría (así. la causa

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homonimia del ser a fin de concluir la imposibilidad de una ciencia noce y piensa por reposo y detención» 363. Es verdad que, tanto para
única del Bien; a fortiori y aunque éste no fuera el tema explícito
J Aristóteles como para Platón, se trata ante todo de oponer la segu-
de esas consideraciones, podríamos concluir la imposibilidad de una ridad y certeza del hombre competente a la agitación -tan natural,
ciencia única del ser. El texto de la Etica a Eudemo no admite duda dvierte Aristóteles- del alma aún ignorante: «Mediante el apaci-
alguna al respecto: «Así como el ser no es uno en las categorías que guamiento del alma tras la agitación que le es natural se hace pru-
acabamos de enumerar, así tampoco el bien es uno; y no puede haber dente y sabio un sujeto» 364. Platón advertía ya que el movimiento
una ciencia única del ser ni del bien» 360. Y no se trata de una frase que creemos percibir en las cosas no es sino la proyección de nuestro
aislada en la obra de Aristóteles: en otros lugares hallamos desarro- propio vértigo 365 • Pero ni en Aristóteles ni en Platón esa exigencia
lladas razones muy fuertes que prueban, directa o indirectamente, es sólo psicológica: la constancia del sabio debe sustentarse en la
la imposibilidad de una ciencia del ser en cuanto ser; razones tan stabilidad del objeto. Así, el Cratito introducía las Ideas, realidades
fuertes que Aristóteles nunca las rebatirá por completo, ni siquiera ubsistentes más allá de las movibles apariencias, como condiciones
cuando pretenda constituir por su cuenta una ontología como de posibilidad de una ciencia estable 366. En Aristóteles, esa exigencia
ciencia 36 • de estabilidad queda asegurada, no ya por el recurso a una Idea tras·
¿Qué condiciones hacen posible que un discurso sea llamado cendente, sino mediante la estabilización en el alma de lo que había
ceintífico, o bien (las dos expresiones son equivalentes para Aristó- de universal en la experiencia. La sensación nos pone en presencia
teles) demostrativos (d'ltOaElX'tlX6~)? Entre todas aquellas que en- de «tal sujeto que existe ahora y en tal sitio» ('tÓaE 1:1 xai 'It(¡:) xcxi
contramos ampliamente analizadas, especialmente en los Segundos
vov) 367, y, por ello, depende de las condiciones cambiantes de tiempo
Analíticos, y que definen lo que podríamos llamar la idea aristotéli-
ca de la ciencia, hay una que importa especialmente a nuestro pro- y de lugar. Pero por respecto al conocimiento científico, tal objeto
blema, ya que difícilmente podrá cumplirse en el caso del ser en sigue siendo indeterminado, «indiferenciado» 368, mientras no se des-
cuanto ser: se trata de la exigencia de estabilidad o también de deter- prenda, estabilizádose, el universal que en él hay. Aristóteles descri-
minación. Como es sabido, Platón oponía ya a la opinión mudable la be la constitución del saber científico como el reposo que alcanza,
ciencia estable, y Aristóteles reasume por cuenta propia la conexión, en el alma, todo cuanto hay de universal en sus experiencias particu-
ya sugerida por el Cratito 362, entre É'ltlO'tf,....'Yl y a't~vcxl, entre la idea lares: a semejanza de como «en una batalla, yen medio de una derro-
de ciencia y la de detención o reposo: «Según nosotros, la razón ca- ta, al detenerse un soldado, se detiene otro, luego otro, y así hasta
que el ejército recobra su primitivo orden» 369. En términos más abs-
360 Et. Eud., I, 8, 1217 b 33 ss. tractos, el paso de lo particular a lo universal se presenta como una
361 Se da aquí, nos parece, un nuevo criterio que podría añadirse a todos progresión de lo infinito a lo finito; y tal progresión es constitutiva
los propuestos por W. Jaeger y posteriormente, a fin de seguir la evoluci6n de de la ciencia, pues únicamente lo finito es cognoscible, ya que es 10
Arist6teles. La tesis de que no hay ciencia única Jel ser ni del biell es carac-
terística de la polémica antiplat6nica, que l6gicamente cabe situar al principio único que puede satisfacer la exigencia científica de estabilidad y
de la carrera pTopiamente dicha de Arist6teles. Es verdad que el acento recala certeza 370. Así es como, en los Segundos Analíticos, mostrará Aristó-
entonces sobre la imposibilidad de una ciencia única del Bien. Pero más tarde, teles la superioridad de la demostración universal (es decir, referida
cuando Aristóteles quiere constituir una ciencia del ser en cuanto ser, tro-
pieza con su tesis anterior y se da cuenta de que los argumentos que él habla al universal) sobre la demostración particular: «Cuanto más particu-
mantenido contra la Idea del Bien se aplican, mutatis mutandis, al ser en lar es la demostración, más recae en lo infinito, mientras que la de-
cuanto ser. No hay duda de que los esfuerzos de ARISTÓTELES, en el libro r mostración universal tiende hacia lo simple y el límite. Ahora bien,
de la Meta/isica, para justificar una ciencia del ser en cuanto ser (mediante
argumentos que, por lo demás, no supongan un retorno al platonismo), son
una respuesta, o un correctivo, a sus propios argumentos de los Tópicos, los Fís., VII, 3, 247 b 10.
ssssss*uEi
363
Argumentos sofisticos y las Eticas a Eudemo y a Nicómaco. Esta observación [bid., 247 b 17.
364
tendeda a hacer más flexible el esquema sugerido por W. Jaeger (y reasu- Cfr. Cratilo, 411 b, 439 c.
36S

d ci
mido especialmente por F. NUYENS, L'évolution de la psychologie d'Aristote), 366 Cratila, 440 a-b.
conforme al cual Aristóteles habría ido alejándose progresivamente de un pla- 367 Anal. post., I, 31, 87 b 30.
tonismo inicialmente exacerbado. En realidad, el descubrimiento tan radical- 368 [bid., II, 19, 100 a 15.
mente antiplat6nico de la homonimia del ser parece caractedstico del primer 369 [bid., II, 100 a 12.
pedodo de Aristóteles, y puede decirse que toda su obra metafísica tendrá 370 Adviértase que, según el uso escolástico, certitudo designa una pro-

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como único objetivo atenuar las consecuencias de aquella primera afirmaci6n. piedad del objeto (su perfecta determinación), y no una cualidad subjetiva
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362 Cratito, 437 a. del saber. Cfr. HEIDEGGER, Qu'est-ce que la phitosophie?, trad. francesa, p. 45.

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200 201
las cosas particulares, en tanto que infinitas, no son cognoscibles: Así pues, lo universal es a 10 particular como lo claro a lo confu-
sólo en cuanto finitas 10 son» 371. o. o 10 simple a lo complejo, o, para emplear los términos que Aris-
E! universal es para Aristóteles, por tanto, todo lo contrario de tóteles toma de Platón, como el límite (7.Épa:;) es a 10 ilimitado
un resumen o una suma de la experiencia. Es el límite hacia el cual (rhetpo',). Por tanto, si la ciencia es ciencia de 10 universal, ello se
tiende ésta, en el cual se estabiliza, y donde el sabio podrá reposar. debe ante todo, tanto para Aristóteles como para el Platón de los
En este sentido hay que entender el principio, a menudo aseverado últimos diálogos, a que sólo hay conocimiento estable de aquello que
por Aristóteles, de que sólo hay ciencia de lo universal. En esta exi- conlleva un límite.
gencia del sabio ha de verse otra cosa que un curioso gusto por las Ello supuesto, ¿qué sucede con el conocimiento del ser en cuan-
generalidades, un curioso desprecio por lo individual. Es más: si se to ser? Si el universal aristotélico se definiera sólo por su extensión,
entiende por individual 10 perfectamente determinado, entonces es entonces el ser en cuanto ser -ese ser que es «común a todas las
el universal el que posee la verdadera individualidad. Y si por uni- cosas» 374_ sería el término más universal, y la ciencia del ser en
versal se entiende 10 confuso, 10 indeterminado, entonces es lo indivi· cuanto ser la más perfecta de las ciencias. Ahora bien, como acaba-
dual aquello que mejor responde a tal definición. Se comprende así mos de ver, no es la extensión de un término la que define su univer-
qne Aristóteles, al menos en un pasaje, se enrede hasta el punto de salidad, y el vocabulario aristotélico distingue muy claramente lo
llamar uiversal (xal}óA.ou) a lo que en otros lugares llama particular general, 10 común (%(Jl'i6v), de lo universal (%a6óA.ou) 375. Si bien,
(xa6'haa'!oy), ya la inversa: se trata del pasaje, auténtica crux como cuando nos elevamos del individuo a la especie y de la especie al gé-
mentatorutl1, que inaugura la Física, y donde se dice que lo más uni· nero, la universalidad -es decir, la simplicidad- aumenta al mismo
versal es «más claro y mejor conocido por naturaleza» ('!i'j epoaEl tiempo que la generalidad, llega un momento en que esa conexión
aaepéa'!epoy xal pwplf.l<Íl'!epOy3n. Tal pasaje, a lo que parece, se invierte, y en el cual un exceso de generalidad nos aleja de lo uni-·
sólo puede explicarse por referencia a la acepción corriente, popular versal: es el momento, ya descrito antes, en que el discurso humano
y peyorativa, del término xa6óA.ou, que no posee aquí el sentido del resulta vacío, por demasiado general. Si no hay cienci~ más que del
universal aristotélico, sino que designa una especie de percepción límite, podemos no hacer ciencia de dos maneras: por defecto o por
confusa, sincrética, y que es general tan sólo porque es distinta. Como exceso. No la hacemos por defecto cuando nos quedamos en lo par-
observa muy bien Simplicio en el comentario de este pasaje, hay dos ticular, en la diversidad de la experiencia sensible; no la hacemos por
clases de conocimiento «general»: en primer lugar, «un conocimiento exceso cuando superamos lo universal, el género. para ingresar en la
global, confuso, debido a la simple consideración de la cosa, conoci· esfera de los discursos generales y huecos 376. Así pues, lo universal,
miento más embrollado que el de la definición científica. Pero hay como todo límite, representa un punto de equilibrio: si hay un infinito
otro conocimiento, estricto, acabado, que unifica todas las partes. (a7I:E1 pOY) por defecto de universalidad, hay también un infinito por
Este último es simple, y pertenece al orden del conocimiento in- exceso de generalidad. AlIado de la universalidad buena, la del dis-
tui tivo» 373. curso científico, hay la universalidad mala de los parloteos retóricos,
y más bien que ellos Aristóteles siente a veces la tentación de prefe-
37l Anal. post., I, 24, 86 a 6. rir los balbuceos de aquellos filósofos presocráticos que, si bien no se
372 Fís., 1, 1, 184 a 18.
373 SIMPUCJO, In Phys., 16, 34. Seguimos la traducción de j.-M. LE BLOND, más universal y, por tanto, más simple; pero es menos cognoscible para nos-
Logique et Méthode chez Aristote, p. 287, n. 3, que adopta también esta in· otros, pues se halla más alejado de la experiencia sensible.
374 r, 3, 1005 a 27.
terpretación: en el texto de la Fisica, xaOó;.,oo no designa el «concepto gene-
ral», sino «una especie de imagen genérica... , algo que es general por ser 375 Mientras que xaOóAoo designa en general la universalidad del género,
confuso» (p. 287). Cfr. asimismo en este sentido FILOPÓN, In Phys., 17, 24. se llama XOlVÓV a lo que es común a varios géneros. Cfr. Parto animal., J, 1,
Por contra. no puede admitirse la interpretación de Santo Tomás (In Pbys., I, 639 a 19 (y con frecuencia en las obras biológicas); cfr. ibid., J, 5, 645 b 22
lect. 1), reasumida por BRENTANO (Van der mannigfachen Bedeutung.... p. 196, y en los escritos metaffsicos y lógicos la expresión xotvai lió~al para designaT los
n. 314), según la cual los universales de que aquí se trata designadan los axiomas comunes a varios géneros (Met., B, 2, 996 b 28; 997 a 21; Anal. Post.,
géneros, más cognoscibles para nosotros que la especie por conllevar menos T, 11, 77 a 26-31 y 10, 76 a 38, donde los axiomas comunes son llamados
determinaciones. Empero, aparte de que el ejemplo del círculo. dado por XOlVcl xa1:'c!va),olía',). El Index de BONITZ comete la falta (ad verb.) de ignorar
Aristóteles al final del pasaje, se aviene mal con semejante interpretación, esta distinción entre xaOóAoo y XOlVÓV.
una doctrina de ese tipo -como, por lo demás, observa el propio Santo 376 AOTlXW<; XIIi XEVW<;: com~ es sabido, ARISTÓTELES emplea estos términos
Tomás- estaría en contradicción con la enseñanza normal de Aristóteles: en para desclasificar las especulaciones demasiado generales de los platónicos (Et.
efecto, para él, el género es más cognoscible en sí que la especie, porque es Eud., 1, 8, 1217 b 21).

202 203
habían elevado aún hasta lo universal, por 10 menos habían pasado no sólo para el hombre, sino para Dios): la totalidad, al ser infinita,
su vida en el trato cotidiano con las cosas sensibles 377. no es cognoscible 381, y es lícito preguntarse si la hipótesis de un Dios
Por consiguiente, la ciencia aparece como un límite entre la dis- omnisciente no le habría parecido a Aristóteles tan absurda como la
persión de las sensaciones particulares y la incertidumbre de las ge- de un hombre universalmente competente.
neralidades retóricas. Así se explica, en los textos de Aristóteles, la Ahora bien: el texto de los Argumentos sofísticos ¿rechaza por
coexistencia de dos series de afirmaciones que podrían parecer con- ello la constitucion de una ciencia del ser en cuanto ser? Podría pen-
tradictorias: toda ciencia es ciencia de 10 universal, y sin embargo no sarse, en efecto, que ésta no es 10 mismo que una «ciencia de todas
hay ciencia universal, o bien: toda ciencia es particular. Si la primera las cosas»: el ser en cuanto ser no es la totalidad de los seres, sino
tesis va dirigida contra los físicos presocráticos y reasume por cuenta <do que es común a todas las cosas». Más aún: podría objetarse que
propia el descubrimiento socrático de los discursos universales, la la crítica de Aristóteles no afecta a la ciencia universal misma, o, al
significación polémica de la segunda tesis no es menos clara: se diri- menos, que triunfa a muy poco coste al reducir la universalidad a la
ge en primer lugar contra las pretensiones sofísticas de disertar acer- infinidad, ya la considere como una totalidad en extensión, un infini-
ca de todo y poder dar lecciones, sobre cualquier tema, al hombre to actual que no sería posible agotar, ya como una totalidad en
competente. Pero, más sutilmente, también va dirigida contra las potencia, igualmente incognoscible en virtud de su indetermina-
pretensiones platónicas de constituir -precisamente frente a los so- ción 382. Pero si bien al razonamiento de los Argumentos sofísticos
fistas- una ciencia del Bien o de 10 Uno que, con el nombre de dia- le falta aún precisión, constituye el testimonio, probablemente tem-
léctica, absorbería a las demás ciencias. prano, de una dirección de pensamiento que será constante en la obra
Contra los sofistas va un pasaje de los Argumentos sofísticos en aristotélica: la desconfianza hacia todo pensamiento que pretende
el que Aristóteles muestra que es imposible hacer el censo de todos instalarse de entrada en la totalidad, o que pretende -como esos
los tópicos posibles de las refutaciones, pues, para ello, habría que malos dialécticos de que habla el Filebo que «unifican a tontas y a
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dominar la ciencia de todos los seres 378; ahora bien, «tal ciencia no locas» 383_ llegar a ella demasiado pronto. Cualesquiera que sean
puede ser objeto de ninguna disciplina (ooaEllld~ .éXV'YI~), pues las las formas técnicas que adopte, el argumento de Aristóteles contra
ciencias son sin duda infinitas en número (á1tEtpOt), de manera que estas doctrinas será siempre el mismo: al querer captar la unidad del
las demostraciones 10 son también» 379. Al decir esto, Aristóteles pa- ser, se cae en la infinitud, o sea en el no-ser 384; en la confusión entre
rece querer mostrar en primer lugar que una técnica universal de la
381 Asf, según Aristóteles, la materia primeta es incognoscible, pues,
refutación es humanamente imposible de adquirir, al menos si se siendo ella en potencia todas las cosas, y no siendo más que potencia, es de
admite que el refutador debe ser en cada caso tan competente como por s( indetenninada. Cfr. Z, 10, 1036 a 8; 15, 1039 b ss.; Fís., l, 7, 191 a
su adversario: geómetra si refuta a un geómetra, médico si refuta a 7·14; IIl, 6, 207 a 25; Gen. y Corr., IJ, 1, 329 a 9.
un médico, etc. En este plano, el argumento podría parecer tan sólo 382 En el texto de los Arg. sofís/., ARISTÓTELES no precisa en cuál de los
psicológico, al oponer a la ilusoria polimatía de los sofistas las inevi- dos sentidos hay que entendet el término áltElpOV. Pero siempre entiende la
palabra infinito en uno de esos sentidos cuando hace de ella un uso polémico:
tables limitaciones del hombre competente;' de un modo semejante, por ejemplo, a propósito de Anaxágoras. Para el primer sentido, cfr. Met., A,
al comienzo de sus obras biológicas, Aristóteles nos advertirá que 3, 984 a 13; 7, 988 a 28; l, 6, 1056 b 28; Gen. y Corrup., l, 1, 314 a 15;
debe escogerse entre la «cultura general» y la «ciencia de la cosa» 380. para el segundo sentido, A, 8, 989 a 30-b 19; r, 4, 1007 b 25 ss.; A, 2,
Pero el texto de los Argumentos sofísticos da de esta oposición una 1069 b 19, 32; 6, 1071 b 28; 7, 1072 a 18. Por lo demás, la consecuencia es
la misma en ambos casos: un conocimiento del infinito es imposible; en el
explicación no solamente psicológica: si es imposible una ciencia de primer caso, parque supondría una acumulación infinita en acto; en el se-
todas las cosas, ello se debe a que sería una ciencia de las ciencias, gundo, porque, hablando con propiedad, no hay nada que conocet.
y éstas son infinitas. Una vez más, Aristóteles considera como obvia 383 Filebo, 16 e-17 a.
la imposibilidad de una ciencia universal en razón de que una cien- 384 La crítica de PLATÓN en el Filebo era algo diferente: lo que Platón
reprochaba a los malos dialécticos era que pasaban de lo uno al finito o de lo
cia de 10 infinito es imposible (y no sólo para nosotros, sino en sí; infinito a lo uno sin tener en cuenta los pasos intermedios. La critica de Aris-
tóteles es más radical: los filósofos de la Totalidad consideran como lo Uno
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377 Gen. y Corr., l, 2, 216 a 6. Cfr. De Coelo, IIJ, 7, 306 a 6. Estos pasa-
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aquello que en realidad es lo Infinito, confundiendo asf principio material


jes apuntan a la «dialéctica» de los platónicos.
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y principio formal; eso es lo que le ocurre al Uno de Anaximandro. relacio-


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378 TYjI; 'tWV OY1:WV tltlon¡\11/1; áltávtUlV (9, 170 a 21).


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nado por Aristóteles con el Infinito de Anaxágoras: Met., A, 2 1069 b 19, 32.
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379 Ibid.
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En cuanto a Platón, si bien resulta poco sospechoso de haber confundido lo


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(Part. animal., l, 1, 639 a 3, 7). Filebo y en sus obras no escritas-, su concepción de la dialéctica no quedará

204 205
el ser y el no-ser vienen a parar todas las filosofías de la totalidad, prinCipIO el principio '"'. Sólo mediante este rodeo podría salvarse
y ésa es la irrecusable señal de su fracaso. Esto no sólo es válido para una ciencia de la totalidad: semejante ciencia no sería, hablando con
los sofistas o los platónicos, que sólo alcanzan la universalidad o la propiedad --es decir, en acto--, una ciencia de todas las cosas, sino
unidad al precio de la vacuidad del discurso; sino que un argumento una ciencia de los principios de todas las cosas 391, o sea, una ciencia
paralelo se encuentra en la polémica de Aristóteles contra los físicos de los primeros principios. .
y los teólogos, ya se trate del Uno de Parménides, del Infinito de De este modo, habríamos determinado en qué sentido es legítima
Anaximandro, de la Mezcla primigenia de Anaxágoras, o incluso de una ciencia de la totalidad, y el problema podría parecer resuelto. Lo
la Noche de Hesíodo 3M. De todos ellos podría decirse lo que Aristó- está en rfecto, al menos de derecho, o, como diría Aristóteles, en sí.
teles dice en particular de Anaxágoras, cuya tesis todas las cosas Comprendemos ahora lo que sería una ciencia suprema, que podría-
están unidas (ÓI.l.OU '1t:áV't'a xpi¡W·t'ta) acaba por convertirse en esta otra, mos atribuir, por ejemplo, a un Dios omnisciente: no un parloteo
nada existe en realidad: .Estos filósofos parecen hablar de lo inde- universal, al modo de los sofistas, ni un balbuceo de la Totalidad, al
terminado, y, creyendo hablar del ser, en realidad hablan del modo de los físicos, sino un conocimiento de los primeros principios
no-ser~ 386. y una infinita capacidad para desarrollar sus consecuencias, una espe-
Sin embargo, cuando Aristóteles describe la idea de la filosofía, cie de intuición originaria que captaría la tmalidad en su fuente.
al principio del libro A, se ve obligado a introducir en la definición Ahora bien: ¿es posible semejante ciencia para nosotros? Este es el
de esta ciencia (Én:lOt"Í¡!1'1j) esa noción de totalidad, y paralelamente momento de recordar la primera reserva de Aristóteles: «Concebi-
la del saber universal, que en otros lugares rechaza. Pues ¿en qué se mos el filósofo como aquel que lo sabe todo en la medida de lo po-
distinguirá el filósofo de los demás sabios si su saber, a diferen- sible_» ¿Qué es aquí lo posible, es decir, lo humanamente posible?
da de los saberes particulares, no se extiende a todas las cosas La idea de la filosofía como saber universal ¿podrá realizarse como
(Ér.iotlZoOlZ' T.á'ltlZ)? "'. Es verdad que Aristóteles añade inmedia- conocimiento efectivo de los primeros principios? A esta pregunta,
tamente una doble reserva: .Concebimos el filósofo como aquel varios textos de Aristóteles van a dar una respuesta no equívoca: la
que lo sabe todo en la medida de lo posible (w<; évaézerlZ!) y sin te- ciencia de los primeros principios es legítima (a diferencia de una
ciencia que tomase como objeto inmediato la Totalidad); incluso, en
ner por eUo la ciencia de cada cosa en particular» "'. El sentido de
cierto sentido, es indispensable (en cuanto que es la condición de
esta última restricción viene precisado unas líneas más adelante: po-
todos los saberes parciales); sin embargo, es imposible.
seer la ciencia de todas las cosas es poseer la ciencia del universal,
Tenemos, en primer lugar, lo que, en el libro A de la Metafísica,
pues «quien conoce el universal conoce en cierto modo todos los casos
objeta Aristóteles a Platón, quien, según dice, había pretendido «bus-
particulares que caen bajo él (7teí..ra ta ú'lt:(jxe¡~E"a)>> 389. La aporía
car los elementos de rodos los seres» J92: probable alusión a la con-
de la totalidad parece resuelta aquí mediante el recurso al universal, cepción platónica de la dialéctica como ciencia universal J9J. La argu-
que es desde luego una totalidad, pero sólo en potencia: hallándose mentación de Aristóteles es como sigue: todo conocimiento supone
tan sólo en potencia la multiplicidad de los casos particulares, el uni- un conocimiento previo, ya se trate de la demostración (que supone
versal se sustrae a la ilimitación de éstos y puede constituirse en acto el conocimiento de las premisas), de la definición (que supone cono-
como la unidad de lIna esencia. El universal aparece entonces como cidos sus elementos), o de la inducción (que presupone la percepción
principio del conocimiento de los particulares, de tal suerte que los de las cosas particulares). Pero entonces ¿cómo se adquirirá un cono-
discursos universales dejan de oponerse a la «ciencia de la cosa»; cimiento de los elementos de todas las cosas, es decir, de los elemen-
pues quien conoce el principio conoce también aquello de lo cual es tos más comunes? Para que ello fuese posible, tendría que darse de
antemano un conocimiento anterior, que sería el conocimiento de los
libre del reproche, que Aristóteles le hará, de haber confundido lo Uno y la
totalidad. )89 A, 2, 982 a 21 ss.
JBS Para Anaximandro y Anaxágoras, ver nOta precedente. Para HEsIOOO, )1};) Cfr. más arriba, pp. 50 ss.
A, 6, 1071 b 27; 7, 1072 a 19. 391 Cfr. el pasaje de ALEJANDRO citado más llrriba, p. 55, n. 33.
3&1 r, 4, 1007 b 25-29. Cfr. A, 6, 1071 b 25 la propósito de las tesis m A, 9, 992 b 22.
de los «teólogos. y de los físicos): «Si ello ocurre así, entonces nada de J93 Cfr. los pasajes en que el dialéctico es presentado por Platón como
cuanto es será-, y A, 7, 1072 a 19, donde Arist6teles asimila la Noche de OlW07:UXÓ; (Rtp., VII, 537 e), y donde se dice que la dialéctica se refiere a
los teólogos a la Mezcla primitiva de Anaxágoras y al no-ser. todas las cosas (por ejemplo, Eutidemo, 291 b-c). Acerca de estos textoS pla-
'" A, 2, 982 a 8. tónicos y su relación con la dialéctica aristotélica, véase el capitulo siRlJiente,
'" [bid. .Dialéctica y ontología..

206 207
elementos de esos elementos. Pero entonces éstos no serían ya los pr p ición a partir de principios demasiado generales: por ejemplo,
elementos más comunes, pues habría elementos aún más universales, teorema de geometría a partir de axiomas comunes a la geome-
que serían los elementos de esos elementos, Podría acaso objetarse y. a ~tras ciencias 393. Dicho de otro modo, toda proposición de
que cualquier ciencia se halla en la misma situación, dado que se ~len~la debe ser demostrada partiendo de principios propios de
apoya en principios que, siendo necesariamente anteriores, no pue- C¡en:la 399, Pero entonces, pregunta Aristóteles, ¿en virtud de
den depender de esa misma ciencia: «Así, quien comienza a aprender sera~ demostrables, a su vez, «los principios propios de cada
geometría, aun cuando pueda poseer conocimientos anteriores, lo »? SI lo son, sólo podrán ser demostrados en virtud de princi-
ignora todo acerca del objeto mismo de la ciencia ~ cuestión Y, de más generales, que, en última instancia, serán «los principios de
las materias que se propone aprender» 394, Pero el geometra, preCIsa- decir. en virtud de principios propios, al sujeto. Cfr. Anal. post., l, 9,
mente, puede poseer conocimientos anteriores; incluso debe poseer- 76 tJ 8; 6, 15 a 35 ss.
los, pues la geometría depende de una ciencia más general, que es la .m Aristóteles ofrece como ejemplo la demostración dada por Brysón de la
matemática en general, y, a través de ésta, de otra ciencia más gene- u dratura del círculo. En efecto, Brysón se apoyaba en el principio siguiente:
lIf donde hay más y menos, puede encontrarse siempre un punto donde hay
ral aún, que es la ciencia de los principios más comunes, o ciencia del 1 u Idad», y concluía (falsamente) que el círculo era media proporcional entre
ser en cuanto ser, Decir que toda ciencia supone un saber anterior 1 polígonos, uno inscrito y otro circunscrito, puesto que ambos polígonos
significa reconocer que ninguna ciencia tiene en sí misma su propio r 'pr:sent~n, d~ .una y otra. parte. dc:I círculo, un exceso y un defecto, que se
fundamento, y, por consiguiente, que hay una jerarquía de las cien- lenuan IDdefmIdamente SI multiplicamos los lados. Según ARISTÓTELES, es
cias, dependiendo cada una de ellas de la ciencia inmediatamente an- e un a~gumento sofístico, y hasta «erístico» (Arg. solís/., 11. 172 a 1 ss.).
p'u~s. a fm ~e demostrar una proposición geométrica, se apoya en una propo-
terior. Pero entonces, ¿de qué dependerá la primera de las ciencias, IClón demasIado general, que no sólo vale para las figuras (objeto propio de
o, lo que viene a ser lo mismo, la ciencia más universal (puesto que In geometría), sino para la cantidad en general. En cierro modo comenta ARIS-
es la ciencia de los principios que rigen la totalidad de las ciencias)? TÓTELES (ibid., 172 a 7), es como si se negase que fuera sal~dable pasearse
Sólo hay una respuesta: que, si toda ciencia depende de otra, enton- después de comer basándose en el argumento de Zenón contra el movimiento:
pues en .tal caso se, de~~straría una proposición médica mediante principios
ces una ciencia de todas las cosas, al no poder depender más que de x~ramédIco~. es declI, válIdos 'para otros géneros. El ejemplo de Brys6n, que
sí misma, es imposible en cuanto ciencia 395. ArIstóteles lDvoca con frecuenCIa (cfr. además de los dos textos ya citados de
Un pasaje de los Segundos Analíticos, en este caso dirigido contra Anal. post., l, 9, 75 b 40 ss., y Arg. sofíst., 11. 171 b 16 Y 172 a 2 ss.•
los sofistas, confirma indirectamente tal argumentación, Toda cien- Anal. pr., n, 25, 69 a 32; Fis., l, 2, 185 a 17: en este último texto un
r~zonamiento ~nálogo s~ le atribuy~ a Antifón), tiene una particular impo~tan­
cia tiene como función demostrar una propiedad ('n) de un sujeto Cla metodológIca, pues ilustra una Idea fundamental de Aristóteles: el discurso
(7tEpt 'tt), por medio de principios (h 'tt vwv) 396, Pero no basta cientílico es un discurso propio de su objeto, por oposición al discurso sofístico
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394 A, 9, 992 b 26. los sofistas, que es vado (y no necesariamente falso) por demasiado general.
Hemos resumido aquí el pasaje de Met., A. 9, 992 b 22-33. ARISTÓ-
395 En lo qu atañe a las matemáticas, esa tesis de Aristóteles llevaría a condenar
TELES continúa (992 b 33-993 a 2) con un argumento que ya nos hemos trc: ~alquier inten~o de sus,ten.tar las propo~iciones matemáticas en principios ló-
pezado: ¿se dirá que semejante ciencia no tiene que ser aprendida a partir gicos: la tf:?t~tlva de LelbDlz para deduclI el cálculo infinitesimal del principio
de principios anteriores, sino que es innata, aÓ¡.L'fil)1:o~ (alu~ión a la te<;ría pla- de contradIcción presentaría, a los ojos de Aristóteles el mismo vicio lógico
tónica de la reminiscencia)? Pero entonces, responde AIlstóteles, ¿como po- que la argumentación de Brysón. '
dríamos poseer, sin saberlo nosotros, la más potente ('t'i¡\I xpa1:ía1:7j\l) de las 399 Est~ regla pro~be, no ~?lo toda absorción de una ciencia particular
ciencias? Cfr. más arriba, pp. 54-55. en <;,tra mas general, SIDO tamblen todo paso de una ciencia a otra. En este
396 Cfr. Anal. post., l, 10, 76 b 12-23. sentido, DO cabe ~~da de que I~ persistente, ~fluencia de Aristóteles hará que
m Anal. post., l. 9. Esta prescripción tiene un sentido muy preciso dentro se retrase la .aparlClón d: una fmca matematlca, que seria el prototipo mismo
de la teoría aristotélica del silogismo. El principio (~x 1:t\lO~) de la demostración de la «c<;,nfuslón d~ los generos» (cfr. A. KOYRÉ, Études galiléennes: l. A l'aube
es el término medio. Ahora bien, en el silogismo científico (que es el de la de la sClence classzque, p. 17, n. 3). Auguste COMTE reasumirá una crítica de
primera figura, único que lleva a una conclusi?n afirmativa y universal), es c;>píritu ari~totélico al con~enar los abusos del espíritu de análisis (en el sen-
necesaúo que el término medio pertenezca al mismo género que los ~xtremos: tld~ car,teslano de .reducct6n de la figura a la magnitud) en nombre de la
número si se trata de números; figura, si se trata de figuras, etc. SI tal con- «~sp~rslón necesaria» del saber humano, fundada a su vez en la «inevitable
dición ~o se da, podrá llegarse a una conclusión accidentalmente verdadera. pero divc:r~Idad» de los «fenómenos fundamentales» (cfr. Discours sur l'esprit
no se habrá demostrado verdaderamente que la propiedad pe.rtenezca por sí, postttl, ed. GOUHlER, p. 198, y Cours de philosophie positive, lección 33).

208 209
todas las cosas»: así, si qUlsleramos demostrar los princIpIOs de la d conlexto, según el cual vemos que una demostración de los prin-
geometría, no podríamos hacerlo más que a partir de principios an- ¡pios propios de cada ciencia es declarada imposible porque seme-
teriores, o sea más universales, como el principio de contradicción. ¡,mte demostración dependería de una ciencia universal. La argumen-
Pero esta consecuencia contradice la regla anteriormente establecida, lación deja de tener sentido si no presupone la imposibilidad de la
según la cual ninguna demostración puede referirse a varios géneros dencia universal, imposibilidad que Aristóteles ha dejado estableei-
a la vez, es decir, que no puede demostrar una propiedad de un gé- ti.l, por otra parte, hasta el punto de poder invocarla aquí como cosa
nero a partir de un principio que es también válido para otros géne- (')hvia. Que esta ciencia sea dominante (y,:Jpta). que sea más «ciencia»
ros_ Aristóteles concluye por ello: «Es claro que los principios pro- "Iue las orras, o incluso que sea ciencia en el más alto grado, nada de
pios de cada cosa no son susceptibles de demostración; pues esos e altera en absoluto su imposibilidad: sería todo eso, si existiera.
principios serán los principios de todas las cosas 400 y la ciencia h, sin duda, irrefutable que Aristóteles se complace más en descri-
de ellos será la más alta de todas las ciencias (>-opta "áv~w',) __ . hir Jos supuestos méritos de esa ciencia suprema cuya idea barrunta
Semejante ciencia sería ciencia en un grado más alto, o incluso que en proclamar su imposibilidad. Pero una breve observación basta
en el más alto de los grados (ti'} EitlOti¡:LTj EY.Et·,1lj .. h¡ xai ¡.ui1lf.¡\I xai liá· rara volvernos a la realidad: «Sin embargo (8É), la demostración no
',,,a). "'. El tono solemne que Aristóteles adopta para hablar e extiende de un género a otro» 403. Una vez más, por tamo, una
de esa ciencia suprema que sería la ciencia de los principios de todas lencia que pretendiera demostrar los principios propios de cada gé·
los cosas ha inducido a error a muchos comentaristas: de creerlos a nero por medio de principios comunes a todos los géneros es imposi·
ellos, el autor de la Metafísica no puede haber querido deeir que una ble; y añadiremos: es imposible aunque sea la más alta, la más útil,
ciencia de la que habla con tanto respeto y que se parece tanto a la l. más indispensable de las ciencias ....
ciencia de los primeros principios, tal como por lo demás querrá él
mismo constituirla, es inaccesible, o sencillamente imposible. «La in- * * *
terpretación restrictiva de este pasaje --dice rotundamente Tricot- de que Aristóteles presenta la ciencia del fundamento, a la vez, como necesaria
es inaceptable» w. Sin embargo, es la única que está de acuerdo con t imposible, mientras que el comentarista, tomando sus deseos por realidades,
considera la necesidad de semejante ciencia como raz6n suficiente de su exis-
4J:) Hay aquí una braquiología: debe entenderse que los principios de los tencia. No son de extrañar, por tanto, las dificultades halladas por los intérpre-
que se deducirían los prindpios de cada cosa no podrfan ser más que los les para conciliar esa interpretación con el contexto. Así, TRICOT escribe:
principios de ladas las cosas, o, mejor dicho, que si los principios de cada cosa .EI pensamiento de Aristóteles parece ser que, en el te"eno que él considera,
dependieran todos de una sola y misma ciencia, ésta no podría ser otra que no hay ciencia dominante;, (loc. cil., subrayado nuestro), lo que no está lejos
la ciencia de todas las cosas. de ser una tautología. En realidad, lo propio de una ciencia dominante _y
401 Anal. pOSI., 1, 9, 76 a 16. Nótese, en este pasaje, el deslizamiento del 111 fuente de su imposibilidad- sería que tendría que dominar vatios «te-
futuro hacia el optativo. rrenos».
4i12 Anal. posl., trad. J. TRICOT. p. 52, n. 4. Esta interptetaci6n ha sido 0103 Anal. pos/., 1,9,76 a 22. Tricot traduce el ai por «sea como sea»: reco-
sostenida por PACIUS. In Arislotelis Organum commen/arium, p. 297, y parece noce así que hay ruptura, y no continuidad, con el desarrollo precedente, y que,
admitida por el P, LE BtOND en su comentario al De partibus animalium. I, por ramo, no es posible atenerse a una interpretaci6n unificante.
in 639 a 3: 4lSi Aristóteles considera algunas veces la hipótesis de una ciencia ~ Hal1a'femos un mismo movimiento de pensamiento en un autor que,
que fuera universal (cfr. Segundos Analíticos, 1, 9, 76 a 16... ), parece en todo en este punto preciso, se acordará muy probablemente de Aristóteles: Pascal.
caso que lo hace para rechazar tal supuestoJto (p. 128). Pero la mayoría de los En el opúsculo De l'esprit géométrique, muesrra a la vez que el conocimiento
comentaristas han dado de este texto una interpretación que podríamos llamar de los principios (primeras premisas de la demostración, términos primeros
.optimistu; el comentario de TRENDELENBURG da, ingenuamente, la raz6n de de la definici6n) es la condici6n de todo conocimiento ulterior, y que este
ello: .Habrá, pues, principios distintos para las distintas ciencias. Pero, a la conocimiento es, sin emba'rgo, imposible. Al menos un conocimiento tal de
postre, ¿en virtud de qué son esos principios recibidos como verdaderos y ciertos los fundamentos es inconmensurable con la geometrfa y, más en general con
para cada ciencia en particular? Si a su vez eUos no fuesen conocidos, el lun~ todo conocimiento humano: «Lo que sobrepasa la geometda nos excede.:. De
damento mismo de ladas las ciencias vacilaría. Por eso debe haber una ciencia ahí que, según parece, los hombres se hallan en una impotencia natural e in.
a la que compela conocer los principios» (Elementa logices arisloteleae, p. 160). mutable para tratar cualquier ciencia según un orden perfectamente acabado»
Trendelenburg ha visto bien lo que se vemila en el problema: está en juego el (De l'esprit géométrique, oo. meno BRUNSCH VlCG, pp. 165, 167). Para Pascal
fundamento mismo de las ciencias particulares; pero ni por un instante duda como para Aristóteles, hay algo de trágico en el conocimiento, que podríamos
de que Arist6teles considere posible una ciencia de ese fundamento, siendo resumir en la fórmula paradójica de la imposibilidad (al menos humana) de lo
así que toda la argumentación de Arist6reles en este pasaje tiende precisamen· necesario. «Las panes del mundo están de tal suerte relacionadas y concate.
te a mostrar la imposibilidad de semejante ciencia. El ejemplo es significativo nadas unas a otras, que me parece imposible conocer una sin otra y sin el
de lo que podríamos llamar interpretación sistematizante, que niega las con· todo» (fr. 72, p. 355), y, sin embargo, .. no Jo sabemos todo de nada» se nos
tradicciones, e incluso las simples dificultades. Aquí, la dificultad proviene escapa la relaci6n de cada cosa con la totalidad. Habria que añadir: cierra-

210 211
El carácter dispersivo del saber humano es, pues, un hecho, que ultimo, esos principios comunes son al mismo tiempo principios pri-
podría justificar, como más tarde en Comte, una concepción positi- mc:ros, pues su posesión es necesaria para conocer cualquier ser; y
vista de dicho saber. Pero ese hecho no puede ser aceptado como «1 que hay que conocer necesariamente para conocer cualquier cosa,
tal por Aristóteles, pues pondría en cuestión, como vio bien Trende- hay también que poseerlo necesariamente antes que nada» 412. De este
lenburg"', el fundamento de las ciencias particulares mismas. Toda modo, la ciencia del ser en cuanto ser pretende cumplir otro de los
ciencia es particular, pero no puede justificar ella misma su propia IIracteres generalmente reconocidos a la sabiduria: el de ser la «cien-
particularidad: se refiere a una región determinada del ser, pero sólo ia teorética de los primeros principios y las primeras causas» 413.
puede sustentarse en virtud de la elucidación de su relación con el Ciencia de h totalidad o, más exactamente, ciencia de los principios
ser en su totalidad. n" ahí la siguiente paradoja: un mismo Aristó- d todas las cosas 414, es decir, de los principios comunes o, también,
teles anuncia la constitución de una ciencia del ser en cuanto ser de los principios primeros, esta triple concepción de la ciencia uni-
definida de entrada por su no-particularidad"" y demuestra que toda versal revive, sin duda, en el proyecto aristotélico de una ciencia del
ciencia en tanto que ciencia es necesariamente particular. Podría oh- er en cuanto ser 415. Pero al mismo tiempo la crítica de las pretensio-
jetarse que resulta difícil atribuir a Aristóteles uno contradicción tan nes que platónicos y sofistas tienen que constituir una ciencia uni-
burda; que los argumentos más arriba referidos iban dirigidos contra versal pareda destinar semejante proyecto al fracaso.
la retórica de los sofistas, la dialéctica platónica o las filosofías preso- No es una de las menores paradojas de Aristóteles el haber de·
cróticas de la Totalidad; y que la ciencia del ser en cuanto ser tuvo mostrado largamente la imposibilidad de la ciencia a la que unió su
que ser concebido por Aristóteles de tal manera que escapase a di- nombre. Pero sería demasiado fácil atribuir dicha paradoja a una
chas críticas. Pero ya hemos visto que, a través de la polémica contra inadvertencia de nuestro autor o) como a menudo se ha hecho para
los presocráricos, los sofistas y Platón, era la posibilidad misma de explicar sus aparentes y demasiado numerosas contradicciones, al
una ciencia de la Totalidad, de los principios comunes o de los pri- • lado inacabado de sus trabajos. La dificultad (cuya forma cristali-
meros principios (expresiones todas provisionalmente equivalentes), zada, diríamos, es la contradicción) representa en Aristóteles el mo·
la que se hallaba puesta en tela de juicio. Y no cabe duda de que la mento esencial de la investigación filosófica: es aporía, es decir inte-
ciencia del ser en cuanto ser reasume por su cuenta esa triple pre- rrupción del proceso de pensamiento 416, y su solución es la condición
tensión. d. una nueva puesta en marcha. Pues «la buena marcha (Eu1COpta)
En primer lugar. la ciencia del ser en cuan to ser parece ser ela· futura se confunde con la solución de las aporías precedentes» m.
¡amente heredera de la vocación sinóptica y universalista que, como Ahora bien: resolver una aporía no es eludirla, sino desarrollarla
atestigua el comienzo de la Metafísica, va ligada a la idea general- (~Ia1ropiloal);
no es dejarla de lado, sino hundirse en ella y recorrer-
mente admitida de la filosofía ""; pues el ser en cuanto ser es «lo co- In de parte a parte (alá). 'A7topZl'ol, 1JW:n:OPZlV, Zll1tOpelv: no adverti-
mún a todas las G'osas» 408, lo que «se dice por excelencia de la tota- r(amos la originalidad del método 'aristotélico si desdeñásemos el se-
lidad de las cosas»", y la ciencia del ser en cuanto ser se define ex- gundo momento que es, a decir verdad, esencial. «Investigar sin re·
presamente por su oposición a las ciencias particulares 410. Dicho con
correr las dificultades (áVEU tui> ala1Cop~oal) es como si camináse-
más precisión: a semejante ciencia incumbe el estudio de los princi-
pios o axiomas comunes, es decir, de aquellos principios que, no mos sin saber dónde vamos, exponiéndonos incluso a no poder reco·
siendo propios de talo cual ciencia particular, y sÍ, empero, presu- '" r, 3, 1005 b \5.
puestos de todas, no son de la competencia ni del aritmético, ni del m A, 2, 982 b 8; cfr. A, 1,981 b 28.
geómetra, ni del físico 411 , ni de ningún sabio «particular». Y, por 414 Cfr. r, 3, 1005 b 10: «el que conoce los seres en cuanto seres debe
ser capaz de establecer los principios más ciertos de todas las cosas; pues
mente, que en Pascal 10 trágico está u/lexionado, y, por eso mismo, superado bien, ése es el filósofo».
en cierta medida; Arist6teles tropieza con ello al modo de un fracaso: lo que 415 5610 hay una concepci6n de la ciencia universal definitivamente recha-
en Arist6teles es experiencia se hará argumento en Pascal. zada por Arist6teles: la que le atribuiría como objelo ya un infinito en acto,
40S Véase algo más arriba, p. 210, n. 402. ya un infinito de indeterminación, concepción que atribuye a los presocráticos
"" r, 1, 1003 a 23. (cfr. más arriba, pp. 204-205).
." A, 2, 982 • 7. 416 cEstar en la apoda es, para el pensamiento, hallarse en un estado
... r, 3, 1005 • 27. semejante al de un hombre encadenado: como él, no puede avanzan (B, 1,
.. Cfr. B, 3,998 b 21: 1, 2, 1053 b 20; K, 2, 1060 b 5, ele. 995 a 31). En senrido etimológico, aporía es ausencia de paso (..ópo;).
410 r, 1, 1003 a 21 ss. Cfr. más arriba, p. 38. 417 B, 1, 995 • 28. Cfr. El. Nic., VII, 4, 1146 b 7: .Ia solución de la
411 r, 3, 1005 a 21-1005 b 1. aporía es descubrimiento» (') I ).ú.,t~.tij~ crr.of'ia; tÚpECl!<; i~t~).

212 213
nacer SI, en un momento dado, hemos encontrado o no lo que ous- rencias» 421. Pero, de otro lado, la pertenencia a un género implica
cábamos» 418. I exclusión de los demás géneros: «No es posible pasar de un géne-
En nuestra búsqueda de un discurso único acerca del ser, nos r a otro» 422, ya sea en el plano de la generación 423, ya en el del
hemos tropezado con las dificultades inherentes al proyecto de una di curso: «Se llaman diferentes por el género las cosas que son itre-
ciencia del ser en cuanto ser. Tales dificultades se resumen en una uuctibles entre sí (Idl a'iaA.ÓE-ra( 6á.epo'¡ el:; M.epo'¡) o que no
aporía fundamental, cuyo desarrollo radical nos pondrá acaso en el pueden comprenderse en una misma cosa» 424. «No hay camino de la
camino de una nueva partida. Dicha aporía podría formularse según una a la otra» 425, dice en otro lugar Aristóteles. A diferencia de la
estas tres proposiciones que Aristóteles sostiene una tras otra, y que, unidad específica, que es un alto siempre provisional en la búsqueda
sin embargo, son de t1l1 naturaleza que no pueden aceptarse dos de J una unidad siempre más alejada, la unidad genérica es e! último
ellas sin rechazar la tercera: término, más allá del cual la búsqueda de la unidad se convertiría en
1) Hay una ciencia del ser en cuanto ser. <verbal y vacía». La unidad específica se confunde con el movimiento
2) Toda ciencia se refiere a un género determinado. mismo en cuya virtud el discurso universaliza; la unidad genérica in-
3) El ser no es un género. dica el punto extremo en que la realidad prohibe llevar más adelan-
te el movimiento de universalización. La primera es abierta, la se-
* * * gunda, cerrada; porque una expresa el movimiento del discurso y
tra la realidad de las cosas. Se comprende, por tanto, que la unidad
La primera proposición es, como hemos visto, la que abre el genérica tenga una contrapartida, no conllevada por la unidad espe·
libro r de la Metafísica e inspira, si no el contenido de dicho libro cífica: mientras que las especies son, en ciertas condiciones, reducti-
(que, como hemos mostrado por otra parte 419, nada tiene de «cientÍ- bles unas a otras, los géneros son irreductibles e incomunicables unos
fico» en el sentido aristotélico de! término), sí al menos la seguridad con otros. Imponen una parada, al parecer definitiva, al discurso
con que Aristóteles aborda en él una de las tareas asignadas a la humano 426.
ciencia del ser en cuanto ser: el establecimiento de los principios
comunes. 421 1024 b 2. Los contrarios representan el caso extremo de unidad dentro
La segunda proposición no hace sino resumir todo cuanto ha de la diferencia. Son contrarios aquellos atributos que difieren más en el inte-
sido dicho más arriba acerca de la idea aristotélica de la ciencia, y en rior de un mismo género (cfr. Categorías, 6, 6 a 17; Met., f1, 10, 1018 a 27;
I, 4, 1055 a 3). La contrariedad representa el caso de oposición maxima com-
particular acerca de la exigencia de determinación que le es inherente. patible con la unidad genérica. Por tanto, no será extraño que «de los con-
Si nos remitimos a los distintos sentidos de la palabra ré",o~, que Aris- lrarios haya una ciencia única» (B, 2, 996 a 20; M, 4, 1078 b 27).
tóteles enumera en e! capítulo 28 de! libro t:.. de la Metafísica, vemos 422 Metll~rínelv ~'E~ al,l..oo Tivou~ el~ m,I..O Tivo~ O~dertlV( Met., I, 7, 1057 (l 26).

que la idea de unidad es el hilo conductor que nos permite pasar del 423 «El hombre engendra al hombre», y sólo «contra natura» (1i:apd <yÚOlV)
el caballo engendra al mulo (Z, 8, 1033 b 32). Importa poco que la biología
sentido físico de! término (1a raza) a su sentido lógico (e! género, moderna llame especie al sujeto de una ley biológica que Aristóteles atribuye
que aquí no se opone tanto a la especie como a la diferencia): no es al género.
casualidad que el mismo término designe «la generación continua de 424 A, 28, 1024 b 10.
seres que tienen la misma forma» (o, por mejor decir, e! principio de 425 O~;( E-/..el óM'1 el~ '11.I..r¡I..'1 (Me/., I, 4, 1055 a 6).
dicha generación), y aquello que hace que las figuras planas sean lla- 426 Vemos así que enrre género y especie hay una diferencia que no es

madas superficies, y los sólidos, sólidos 420. En ambos casos, la per- sólo de grado, sino de naturaleza. La noción de e¡8o~ (acerca de la cual debe
notarse que significa tanto la forma o la Idea como la especie) es de origen
tenencia a una misma unidad genérica conlleva una doble cara, posi- socrático: significa lo que es común a una multiplicidad de cosas que llevan
tiva y negativa: en primer lugar, implica que las diferencias (indivi- el mismo nombre. El Tivo.; (cuya significación originalmente biológica pone
duales en el caso de la raza, específicas en el caso del discurso) se de relieve Aristóteles) está emparentado con la 'f'ÚOl~ hipocrática, que, a d.ife·
mantienen en el interior de una cierta unidad en virtud de la depen- rencia del 0100';, es una realidad sin relación con el discurso, pues representa
dencia respecto a un mismo antepasado o de la adherencia a un lo que es común a las especies heterónomas. Acerca de esta interpretación de
la <yúal~ hipocrática y de la dualidad (ya visible en Platón) entre el punto de
mismo «sujeto»; en este sentido, el género es «el 'sujeto de las dife- vista del eLOO~ y de la <yú:n~, ver P. KUCHARSKl, Les chemins du savoir dans
B, 1, 995 a 34. les derniers dialogues de Platon; París, 1949 (y ya «Forme et nature ou les
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Cfr. más arriba, pp. 121·131 y, más adelante, el capítulo «Dialéctica deus chemins du savoir d'apres les d.ialogues de Platon», Revue de Philos.,
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1937, pp. 415·99). Esta misma dualidad de inspiración, que hemos advertido
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y ontología».
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)'a a propósito de otro problema (cfr. p. 173, n. 289), es superada, no obstante,


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420 A, 28, 1024 a 29 ss.


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214
Siendo asf, afirmar que toda ciencia se refiere a un género es re- cuanto ser) tropieza con la irreductible dispersión de los seres, no
cordar que toda ciencia lo es de lo universal. Pero decir que cada r~sulta sorprendente que represente el punto de tensión extrema en
ciencia se refiere s6lo a un género 4Z1 es recordar la contrapartida de que el discurso significa más cosas sin por ello dejar de tener una
la regla precedente, a saber: que, si bien es preciso alcanzar el uníver- significación unívoca.
sal para constituir un discurso ciendfico ~s decir, que no sea sólo Así se explica que, en el capítulo del libro ti. en que analiza el
discurso. sino que remita a la cosa rnisma-, no hay que sobrepasar túmino "íiw):;. Aristóteles mezcle sin temor las referencias biológicas
ese universal definido que es e! género, so pena de caer en la vacuidad n la raza con sus precedentes análisis acerca de la significación Tras
de los discursos demasiado generales. El género es, pues, ese algo, e! haber definido como .diferentes por el género aquellas cosas cuyo
'''', al cual (npi ó) se refiere la demostraci6n "', o, más bien, en sujeto próximo 02 es diferente y que son irreductibles entre sí o no
cuyo interior se ejercerá la demostraci6n ". y de donde no podrá salir, pueden ser comprendidas bajo una misma unidad». añade: «así ocu-
ni siquiera al ascender hacia los principios, sin caer en razonamien- rre con todo lo que se dice según las categorías diferentes del ser, pues
tos sofisticos 43". El género es la unidad en cuyo interior todas las entre las cosas que son dichas ser, éstas significan ya una esencia, ya
proposiciones de una ciencia presentan un sentido univoco: un sen- una cualidad, ya alguno de los modos que han sido anteriormente dis-
tido aritmético si se trata del número, geométrico si se trata de la tinguidos» OJ. Y Aristóteles explica en seguida por qué el hecho de
figura, más en general matemático si se trata de la cantidad en ge- decirse según diferentes categorías basta para atestiguar que hay
neral, etc. No es extraño, pues, que el punto de vista, físico en su diferencia (real) por el género: .Porque estos modos de significaci6n
origen, de! género, se una al punto de vista .lingüístico» de la signi- son irreductibles, tanto entre sí como a uno solo» 434. De esta manera,
ficación: así, las categodas son llamadas a la vez géneros más gene- la multiplicidad irreductible de las significaciones del ser es aquí pre-
rales de lo que es y significaciones múltiples de! ser 43'_ Géneros por sentada -al modo en que, por otra parte) ya lo había sido en un
referencia a la «región» que circunscriben, son significaciones múlti- texto de los Tópicos ,,.- como la expresi6n o el signo de la incomu-
ples de UD discurso que emplea, a propósito de todas las cosas, y em- nicabilidad de los géneros: todo sucede como si el vocabulario físico
pezando por la cópula en la proposici6n, e! vocabulario equívoco del del género no hiciera más que traducir de otra forma el resultado de
ser. Si, como hemos visto, el género es el lugar en que el movimiento los análisis de Arist6teles acerca de las significaciones del ser. Lo
universalizador del discurso (movimiento que tiende bacia el ser en tesis según la cual cada ciencia se refiere a un solo género, con exclu-
sión de los restantes, no es por lo tanto nueva: aun cuando pueda ser
establecida por otras vías 436, no hace sino confirmar d descubrimien-
por Arist6teles, mediante su teoría de una relaci6n jerárquica entre la especie
y d género_ to fundamental de la homonimia del ser.
421 «De todo género hay una ciencia, ciencia única de un g~nero único»
(a1t:UVTo:; 01 1ivol,l:;.•. tua ¡yO:;... l1l:tTtY,V-r¡) (r, 2, 1003. b 19). 432: Hemos visto que se trataba del sujeto de la definición, no de la de-
423 Cfr. Met., B, 2, 997 a 8 a'lá"(Xr¡ lUP EX 'ttYWV Elvat x.at r:Z(Jl 'tI x.a¡ 'ttvwv mostración.
't7¡v d;:ÓOIH~lV. Ver tambi~n más arriba, pp. 208-210. 4J) A, 28, 1024 b 10 ss.
429 Esta pr«isi6n es necesaria, pues la fórmula anterior no puede «signi- 434 OM~ l'ap "C'lutu dva),ÚIt'tQl o~'t'e:l~ 'ÍÚ.r¡i"l o~'t'E{e; iV'tl (ibid., 1024 b 15). Nó-
ficar que el género sea el su;eto de la demostración (o más bien de la conclu- (ese que Aristóteles emplea el mismo término (o~)[ avaHE'tat), a propósito de las
sión, es decir, el menor). En efecto: siendo el atributo más universal que el significaciones del ser, que el empleado unas líneas más arriba (1.11) a pro-
sujeto, no podrfa decirse nada del género sin salir del género; el sujeto de la pósÍ[o de los géneros.
demostración no es, pues, el género, sino el género especificado (asr, el sujeto 435 Cfr. más arriba, pp. 170-171.
de las proposiciones geom~tricas no es la figura en general, sino, por ejemplo. 436 Así, la irreductibilidad de los géneros está ya anunciada en las divi"
el polfgono o el triángulo). Si a veces al gé.nero se le llama su;eto (~~Oxltlirvo"') siones de la «sensaci6n» (r.rt'aOr¡CItl;): r. 2, 1003 b 19. Cfr. Anal. posl., 1, 19,
(A, 28, 1024 b 2) o mau,;. (¡¡),r,) (ib;d., b 9-10), debe entenderse que es 81 a 38. BRUNSCH VICG se indignará ante esta tesjs, que parece hacer depender
sujeto real de las diferencias en la defInici6n, y no sujeto 16gico de los atri- las divisiones de la ciencia de las de nuestros sentidos (L'expérience humaine
butos en la demosuaci6n. et /a causalilé pbysique. pp. 33940). De hecho, en nombre de tal principio
430 Tal es el sentido de la crítica que Aristóteles hace a Brysón. Ver más ccndenará CaNTE más tarde las teorías emisivas u ondulatorias de la luz: «A
arriba, p. 209, n. 398. ~r de todas las suposiciones arbitrarias, los fenómenos lumínosos constitui-
4]1 Acerca de las categorías como géneros, dr. tJ., 6, 1016 b 33; 1, 3, rán siempre una categoría sui generis, necesariamente irreductible a cualquier
1054 b 35; 8, 1058 a 13. Sobre las categorías como significaáones, cfr. tJ., 7, oua: una luz será eternamente heterogénea a un movimiento o a un sonido.
1017 a 23; E, 2, 1026 b 1, Y los numerosos pasajes en que la enumeración de Las consideraciones fisiol6gicas mismas se opondrran invenciblemente, a falta
las categorías sucede a la declaración preliminar 'to ÓV H1E't'2t r.o)J.'1'X.w~;; cfr. Z, de otros motivos, a semejante confusión de ideas, en virtud de los caracteres
1, 1028 • 10. inalterables que distinguen profundamente el sentido de la vista, ya sea del

216 217
En cuanto a la tercera proposición, cuya incompatibilidad con el o de lo Uno una idea universal v, sin embargo, unívoca 439. Con todo,
proyecto de una ciencia del ser en cuanto ser hemos indicado más Aristóteles no se ha creído exi;',¡do de dar una demostración explí-
arriba, a saber, que el ser no es un género} no se desprende con me· cita de dicha tesis. Tal demostración se expresa en dos argumentos
nor claridad de todo lo dicho anteriormente. En primer lugar, resulta de carácter técnico. expuestos en diversos pasajes de los Tópicos y la
de la definición del género: si el género es una totalidad cerrada, que Metafísica. Esos dos argumentos son bien conocidos; la Edad Media
tan sólo une a condición de excluir, la idea de hacer del ser el género las parafraseó a menudo"', Hegel recordó al menos uno de ellos, y,
de todos los seres, el género universal, aparece de entrada como con· más recientemente, han sido objeto de exégesis minuciosas y, según
tradictoria. Podemos hallar una confirmación de hecho de esra impo- parece, exhaustivas 441. No hará falta. pues. insistir mucho en eIlos.
sibilidad teórica en el análisis psicológico del paso al universal, tal No obstante. los resumiremos, a fin de examinar su puesto y su valor
como Aristóteles 10 propone en un pasaje ya citado de los Segtll1dos en el conjunto de la perspectiva aristotélica.
Analíticos: el descubrimiento del universal tiene como efecto, según En primer lugar, podríamos observar juntO con Aristóteles, y en
vimos, una especie de detención del a1ma, de tal suerte que, consi- contra de un platonismo que identificaría el Bien y el ser, que el ser
derado en su génesis, el pensamiento del universal se presenta como no tiene contenido inteligible. Pues, si «no es posible q)'e nada de
una serie de detenciones sucesivas: en primer lugar, la experiencia lo que es universal sea esencia» 442 (pues la esencia es siempre sujeto,
desordenada de lo sensible se estabiliza en esas primeras unidades en tanto que el universal siempre es sólo predicado), entonces está
inteligibles que son las especies; «después, entre esas nociones uni- claro que lo que es más universal será también lo menos esencia. El
ser, siendo el predicado más universal, será, entre todos los términos,
versales, una nueva parada se produce en el alma, hasta que se derie·
el menos susceptible de convertirse en sujeto de una proposición. El
nen en ella, por último, las nociones no repartibles (áp.spi¡) y verdade-
ser se dice de todos los seres, pero, en rigor, del ser no puede decir·
deramente universales» 07. La propia experiencia psicológica muestra, se nada. En términos de lógica clásica, diríamos que el ser. teniendo
pues, que la ascensión hacia el universal conduce. no a un universal una extensión infinita. tiene una comprensión que, en el límite. es
único, sino a una pluralidad de géneros indivisibles» 4J1l, más allá de nula. Aristóteles presenta este argumenro bajo una forma algo dife-
los cuales no podemos elevarnos. Si, colocándonos en otro punto de rente, pero que a fin de cuentas viene a parar a lo mismo: no pode-
vista, interpretamos el género como la unidad máxima de significa. mos definir el ser ''', pues ello sólo sería posible haciéndolo partici-
ción, la tesis el ser no es un género será sólo una nueva formulación par de un género aún más universal (si es cierto que el único sentido
de lo que Aristóteles llama, en otros lugares, la homonimia del ser. utilizable de participar es: «recibir la definición de aquello que es
Esta tesis se halla, por tanto, muy poco aislada en el aristotelis· participado») "'; pues bien, el ser, «al afirmarse de todo lo que es»,
mo, e inspira, en particular, todo un aspecto de la polémica anriph. resultaría afirmado también de su propio género; llegaríamos .,í al
tónica: aquel en que se le reprocha a Platón el haber hecho del Bien resultado de que el género participaría de aquello cuyo género es. lo
cual resulta manifiestamente imposible, puesto que el género no tole·
sentido del ardo, ya del tacto o presión» (Cours de philo!ophie po!ilive, Ieee. 33, ra que se le atribuya aquello a lo cual es atribuido él mismo '''. Por
r. JI. PP. '0'-506 de la 5.a ed.). Mas. a pesar de la conexión que establece consiguiente, no hay género del ser ni, por tanto, definición del ser.
Brunschvicg entre estos dos textos (op. cil., p. 339). no parece que Aristóteles,
más sutil en este punto que Comte, haya pensado, entre otros _motivos»,
para fundamentar la irreductibilidad de los géneros. en la distinción de los 439 Cfr. más arriba, pp. 170-(74.
~entidos de la vista. el tacto. etc. Pues hay géneros. como la cantidad y acaso ... Cfr. especialmente Santo TOMÁS, In Mel. n.· 432, p. 145 (ed. Ca,hata);
el tiempo (sobre este último punto, ver Ross, Aris/ou, trad. francesa, pp. 194, Summa teol., la, q. 39. a. 5; De Verilate, q. 1, a. 1 c, etc.
197; BROCKER, Arisloules, p. 136 ss.), que no se revelan a tal o cual sentido 441 L. ROBIN. La théorie platonicienne des Idées el des Nombres ...•
particular, sino tan sólo al unlido común. Cír. De anima. II. 6. 418 a 17; p. 136 ss.
TII, 1, 425 a 15; De sen!u, 1. 437 a 9; 4, 442 b 5; De memoria, 1. 450 a 9·12. '" Me/., 1, 2, 1053 b 16.
451 a 17. En el texto de r, 2, Aristétdes sólo quiere decir que géneros dife- -443 En todos estos argumentos se trata en realidad dd ser y de lo uno,
rentes se ofrecen a experiencias sensibles diferentes (y no necesariamente a que desde este punto de vista plantean el mismo problema. ya que el ser y lo
sentidos diferentes). del mismo modo que serán objeto de ciencias diferentes: uno «siguen d uno al otro» (dxolo:,l(h.¡y ál.)..i¡).o~.;l (r, 2. 1003 b 23): todo cuanto
igual dis~rsión hallamos en la sensación y en la ciencia, porque la hay antes es ser es uno todo cuanto es uno es ser (acerca de los límites de esta «conver-
en la realidad (o al menos. como veremos. en la realidad del mundo sublunar). tibilidad», d;.. no obstante. más arriba, p. 133 ss. En favor de la claridad de
'" Anal. pos/., 11, 19, lOO b 1. nuestro designio, nos limitaremos aquí al caso del ser.
4311 Es decir: que no son divisibles en una diferencia específica y un género '" Tóp., IV, 1, 12t a 11.
más universal (cfr. }. TRICOT, ad loe.). 44!i ¡bid.• 121 a 12.

218 219
ya que la definición consiste en introducir 10 definido dentro de un representa el pensamiento de Aristóteles), parecería que el ser y lo
género cuya especificación es. Si la definición es ella misma expresión uno, siendo «lo que más se afirma de la totalidad de los seres» 448,
de la esencia, la imposibilidad de definir el ser resultará signo de debieran ser principios en el más alto grado. Pero -interrumpe aqul
una deficiencia más radical, a saber, la ausencia de una esencia del Aristóteles- «no es posible que lo uno o el ser sea el género de los
ser: «No es posible que el ser sea una esencia en cuanto unidad de- seres» 449, tesis inmediatamente justificada a través de un razonamien-
terminada, distinta de lo múltiple (w.; EV 't:l ;:apd 't:a 'í.oUá) , to de reducción al absurdo: si el ser (para lo uno la demostración es
pues es un téIDlÍno común (XOl'¡ÓV) y sólo existe en cuanto predicado paralela) fuese un género, conllevaría diferencias, generadoras de las
(X'1Urr Óp'l'jl1'1)>> 446. especies; pero esas diferencias serían seres ellas mismas, ya que todo
Pero si bien se ha mostrado de ese modo que no hay género del es ser, y de este modo, en el caso del ser, el género le sería atribuido
ser. a~n no se ha mostrado por ello que el ser no pueda ser él mismo a sus diferencias. Ahora bien: eso es imposible. Tal imposibilidad,
u.n genero..La precedente argumentación sólo explicitaba el hecho, presentada aquí como algo inmediatamente resultante de las nocio·
Stn duda eVidente, de que no hay género más universal que el ser, y nes mismas de género y diferencia, es demostrada aparte en el li·
de ahí sacaba consecuencias tocante al discurso sobre el ser, que no bro VI de los Tópicos. La razón invocada es: que si el género fuera
puede presentarse como definición del ser. Pero de que el ser no pue- afirmado de la diferencia, sería afirmado varias veces de la especie:
da definirse no se concluye todavía que el ser no sea nada. Lo único primero directamente, y después a través de la diferencia; así, si lo
que prueba este primer argumento de Aristóteles es que se da cierta racional fuese animal, se haría superfluo definir al hombre como
impotencia en el discurso, particularmente radical en el caso del animal racional, puesto que la racionalidad implicaría ya la animali-
ser #7, pero no que haya identificación alguna entre el ser y la nada. dad. Pero, entonces, ¿cómo definir al hombre, o mejo: dicho cómo
Consecuencias más graves tendrá la argumentación enderezada a distinguirlo de lo racional, si es cierto que todo lo racional es animal
probar que el ser mismo no es un género: es decir, no sólo que no (ya que el género se dice aquí de la diferencia), y que el único animal
hay género más universal que el ser, sino que el ser mismo no es el racional es el hombre (si se quiere que la diferencia sea específica)?
género universal, en razón de que la noción misma de género univer- Como se ve, 10 que está en juego es la esencia misma de la defini·
sal es contradictoria. El primer argumento se fundaba en la universa- ción: sólo hay verdadera definición allí donde hay fecundación 450
lidad del ser para probar la imposibilidad de definirlo' este otro va del género por una diferencia necesariamente extraña a él; si se desea
a mostrar, más ra?ica~c:nte, que dicha universalidad ~s vacía y que que la diferencia sea principio de la especificación, resulta indispen-
el ser no sólo es mdeftnlble, stno que no puede contribuir a definir sable que no sea ella misma una especie del género 4SI. Según la exce-
c?sa alguna. Tal demostración se inserta en el desarrollo de una apo- lente fórmula de Alejandro, el género no se divide en diferencias, sino
na acerca de la determinación de los principios, a propósito de los mediante diferencias (o~x Ele; ala:popáe;, c.n.Aa alalf/opc.d.;,452. Si la
cu~les ~e pregunta Aristóteles si hay que 'buscarlos en los géneros diferencia fuese ella misma una especie, se confundiría con aquella
mas umversales o en las más pequeñas unidades indivisibles es decir especie que tiene como función constituir.
las especies últimas. En la primera hipótesis (que, por lo demás, n~ Podríamos sentirnos tentados a simplificar el argumento decla-
rando que el género no puede ser atribuido a la diferencia, porque
446 Met., l, 2, 1053 b 17. la diferencia es más universal que el género. Si yo digo, por ejemplo,
447 Este argumento, en realidad. no es propio del caso del ser (y de lo que el murciélago es un mamífero alado, en seguida se ve que el gé-
uno); tan s610 lleva al Hmite la crítica a la confusi6n plat6nica entre el uni·
versal y la. esencia. El estatuto de esencias subsistentes por si o «separadas» nero mamifero no puede atribuirse a su diferencia alado, ya que la
no. se le ruega s610 al ser y a lo uno, sino a los géneros considerados como extensión de ajados no es ni más débil, ni tampoco más grande, que
uOlversales (Met., J, 2, 1053 b 21). Cfr. L. ROBIN, La /héorie platonicienne
B, 3, 998 b 21.
g$S"ia¡rñ¿s
de~ Idé.es et ~es nombres..., p. 135, que se resume el aygumento de este modo:
* S n ñlg srú,_iN { ^7
448
«SI es unposlble que un Universal cualquiera pueda existir fuera de los indivi- 449Ibid., 998 b 22.
duos concretos, como una realidad y de manera distinta a como atributo con 45;) El género es la materia de las diferencias (Á, 28, 1024 b 8). Cfr. Fis.,
m~yor ~azón será eso cierto de 10 Uno y del Ser, q1.!e son ... los atributos n, 9, 200 b 7; Me/., H, 6, 1045 a 34; l, 8, 1058 a 23. Ahora bien: la mate·
= . 8ñ 6 :

mas uDlversales. que pu~da recibiy cualquier realidad individual» (subrayado ria es a la forma como la hembra es al macho en la generaci6n: cfr. Gen. ani·
nuestro). A la lDversa, Siendo el ser y 10 uno los universales por excelencia mal., l, 22, 730 b 8-32; 21, 730 a 27, etc.
lo que es válido para ellos repercutirá sobre el universal en general es deci~ 451 ARISTÓtELES considera, sin más, tal consecuencia como absurda, y ve
----;-según la interpyetac!6n aristotélica-:- sobre la Idea: «La condena del plato- en ello un argumento suficiente contra la atribuci6n del género a la diferencia:
¡¡s

Dlsmo en lo que concIerne a la doctrIDa del Ser y lo Uno afecta pues al sis- Tóp., VI, 6, 144 b 2.
tema entero» (op. cit., pp. 141-142). ' , 452 In Top., 452, 1·3.

220 221
la de mamíferos, sino que es sencillamente otra: hay alados que no ':n ro, puesto que el género es una totalidad que siempre da aco-
son mamíferos y mamíferos que no son alados. Pero aunque Aristó- 1 la diferenciación. Bajo el aspecto técnico del argumento, reco-
teles sugiera, en efecto, un argumento de ese tipo 453, aunque Alejan- n I( mos el tema constante de Aristóteles, el mismo que lo guiaba en
dro 10 haya hecho explicito en su comentario a este pasaje 454, y aun- 11 p lémica contra el 'OIJ.OU r.rivtCI de Anaxágoras, la Noche de He-
que tal formulación haya sido reasumida frecuentemente en virtud fl I , el Uno de Anaximandro e incluso el Bien de Platón: la impo-
de un deseo de simplificación 455, no puede corresponder por comple- lbilidad de un género universal, es decir, de un género sin diferencia.
to al pensamiento de Aristóteles. Pues las relaciones entre el género Pero, si bien la significación polémica de la tesis se percibe con
y la diferencia, según vimos, no pueden expresarse en términos de I.tridad, en cambio están menos claras su alcance y consecuencias
extensión, ya que, de hacerlo así, se convierte a la diferencia en una ·rdaderos. Dos interpretaciones deben rechazarse aquí. La primera,
especie del género o -lo que no seria menos absurdo- en un géne- 11I podríamos llamar positiva, es sobre todo la de santo Tomás. Se
ro del género. Aristóteles dice sin duda que una misma diferencia Ifl cribe dentro del designio deliberado, del que ya hemos tropezado
puede aplicarse a dos géneros distintos (por ejemplo, la diferencia ln varios ejemplos, de interpretar en un sentido constantemente
bípedo se halla en los géneros animal terrestre y animal alado), pero I )'ilivo incluso los textos más problemáticos del Estagirita. Desde
inmediatamente añade que sólo puede ocurrir eso en los casos en que 1.11 punto de vista, si el ser no es un género, ello no ocurriría porque
los dos géneros considerados caen a su vez bajo un género común I er fuera indiferenciado, sino, al contrario, porque es aquello a 10
(aquí el género animal) 456: mediante esta reserva, Aristóteles desea IIC no se puede añadir diferencia alguna; el ser no excluye las dife-
mostrar que, a fin de cuentas, la diferencia tiene tan sólo sentido en rencias, sino que las incluye todas: es la positividad absoluta, y por
el seno de un género determinado (por ejemplo, la dHerencia par- s no puede decirse nada de él, si es cierto que el acto del discurso
impar sólo tiene sentido por referencia al número); de ahí puede e siempre composición de un sujeto y un atributo, o de un género
inferirse que, así como no hay género universal, tampoco hay diferen- una diferencia; «No puede añadirse al ser algo que sea como una
cia universal. Por tanto, pretender que el ser no es un género en naturaleza extraña a él, al modo en que la diferencia se añade al gé-
nombre de la universalidad de la diferencia (10 cual llevaría sin duda nero o el accidente al sujeto, porque toda naturaleza es esencial-
a la absurda consecuencia de que la diferencia sería, en tal caso, más mente ser, como 10 muestra también el Filósofo en el libro B de la
universal que el término más universal) significa, a la postre, desco- Metaflsica al sostener que el ser no puede ser un género» 457. A esta
nocer el sentido de la argumentación de Aristóteles. Su verdadera interpretación puede objetársele todo 10 que hay de arbitrario en el
significación es otra: se trata de que la diferencia sólo puede dividir paralelismo que establece entre la composición del sujeto y el acci-
un determinado campo, y que allí donde dicho campo es infinito, dente y la especificación del género por la diferencia: Aristóteles
comó sucede en el caso del ser, la diferencia no puede ejercerse al distingue incesantemente la definición de la predicación, y denuncia
faltarle un punto de apoyo. Así pues, al no poder conllevar diferen- la confusión entre estos dos actos lógicos como clásica fuente de
cias, el ser no es un género. errores 458. En concreto: la diferencia no «se añade», sino que divide;
Consideremos, por otra parte, el aspecto inverso de la absurdidad no es un término, sino como había visto bien Alejandro, un puro
que Aristóteles pone de relieve: si el ser fuera un género, conllevaría «aquello por lo cual»: y por ende, si no se puede atribuir nada al
diferencias. Pero las diferencias del ser no serían seres (ya que el ser y tampoco puede éste ser dividido, ambas cosas no se deben a la
género no se divide en diferencias); por tanto, serían no-seres. Hacer misma razón. Santo Tomás parece confundir en este caso los dos ar-
del ser un género, universal por definición, significa hundir en la gumentos que Aristóteles ha distinguido al desarrollarlos en dos con-
nada las diferencias del ser; significa convertir al ser, con pleno rigor textos diferentes: el primero, tendente a probar la inefabilidad del
del término, en una totalidad indiferenciada, o sea, suprimirlo como
ser en el mismo instante en que pretende aplicársele el vocabulario 457 «Enti non potest addi aliquid quasi extranea natura, per modum qua
differentia additur generi, vel accidens subjecto, qui quaeliber natura essentia-
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Iirer est ens, ut etiam probat Philosophus in nI Metaph., quod ens non
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453 Si se admite que lo más universal es principio en el más alto grado,


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entonces «las diferencias serán principios en mayor grado que los géneros» potesr esse genus» (De V eritate, l, 1 e). Podríamos observar la misma inver-
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(B, 3, 998 b 31). sión de sentido en el caso del término infinito, que, en los modernos, acaba
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454 Ad loe., 207, 30: XOIVfl( XU'tfll (las diferencias) X'It Xfl'tGi 1:k~I¿VUJV XGl't'll1o- por designar aquello a lo que nada puede añadirse, siendo así para Aristóteles,
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po~Y'tal. al contrario, ésa es la definición misma de lo finito (,ÉkEtOV) (Et. Nie., 1, 5,


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Cfr. J. TRICOT, trad. de la Met., 1.' ed., p. 86, n. 2.


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1097 b 18-21).
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458 r, 4, 1006 b 14-18; Z, 12, 1307 b 13-21. Cfr. más arriba, pp. 131-133.
v

456 Tóp., VI, 6, 144 b 12-25.

222 223
-
ser y, en particular, la imposibilidad para ser un género, es decir, J'ue el sujeto, siendo entonces diferente del atributo, no sería el ser,
para entrar en la definición de cualquier cosa. «El ser --dice Aristó- v por ende sería no-ser, y a la postre habrlamos atribuido el ser al
teles en un texto notable de los Segundos Analílicos- nunca es la tI<l- ero «Por tanto, debe entenderse que el ente propiamente dicho'"
esencia de nada, pues no es un género» 459. Sí el primer argumento nunca es atributo real ('~ápxo',) de otra cosa, pues no hay ente (ov)
podía dejar abierta la posibilidad de una interpretación positiva (pues 'Iue sea el ser (.ha,) de ésta ""•.
la inefabilidad del ser aún no prueba su inanidad), no sucede lo mis- Sin traicionar el pensamiento de Aristóteles, ningún comentario
mo con el segundo; no solamente no puede decirse nada del ser, sino rodrfa atenuar, ni con mayor razón invertir, el carácter aporético, y
que el ser no nos dice nada acerca de aquello a lo cual se le atribuye: • (in de cuentas negativo, de estas conclusiones. Si el ser no es un
señal, no de sobreabundancia, sino de esencial pobreza. Hace un mo- Ménero, ello no se debe a que sea más que un género, sino a que ni
mento, probábamos que el ser no es un sujeto, una esencia; lo que se ¡quiera es un género. Afirmar lo contrario sería conferir a la nega-
pLUeba ahora es que ni siquiera es un atributo, o, por lo menos) que ción un valor que no tiene, ni podría tener, en Aristóteles: aún no ha
es un atributo vacío: el ser (como, por otra parte, lo uno) no añade llegado el tiempo en que Proclo, comentando el Parménides, pueda
nada a aquello a lo cual se le atribuye. En este sentido hay que inter- e cribir que «es más hermoso atenerse a las negaciones) 0$64 porque la
pretar, sin disputa, los textos según los cuales hay identidad entre proposición negativa libera al sujeto de la subordinación a cualquier
las expresiones «un hombre» (Elc; av6poo7to:;), «hombre ente» (0)\1 encia "". Para Aristóteles, no hay un «más allá de la esencia.: y es
Ú",OP<I)'jtOC;) y «hombre» (a'JOpw7w:;) pues <macla diferente se expresa más, su crítica del Bien y el Uno platónicos, así como la de la Totali-
en virtud de la reduplicación (éltava3'''Aoól"vo'l) «un hombre uno dad presocrática, tiende a probar que al querer ir más allá de la esen·
es». Concluye Aristóteles: «es evidente que, en este caso, el añadido da se acaba por caer necesariamente más acá de ella, es decir, en el
(.. póaOEOtc:) no manifiesta ninguna cosa más» 460. En otro contex· vado de los discursos universales: crítica que refuta de antemano
to ''', Aristóteles mostrará lo absurdo de la hipótesis inversa: si el todas las interpretaciones que, a semejanza de la de Santo Tomás,
predicado ser no fuera vacío -es decir, sí la atribución del ser «aña- proyectan sobre el Estagirita esquemas neoplatónicos. La negación,
diera» algo al sujeta--., semejante atribución sería contradictoria; en Aristóteles, es sólo negación, y no mediaci6n hacia una esfera que
sería inaccesible al discurso. Las dificultades del discurso -tal como
459 To a,' ltWlt OUX OOot'1 OOQEvÍ ol! Tap Ti'lO:; 'to &'J (Anal. pos/., II, 7, 92 b 13).
se expresan en el reconocimiento del hecho de que el ser no es un
460 Me/., r, 2, 1003 b 26-31. La interpretación de este pasaje se ha género- remiten s610 al discurso mismo, y no a una «maravillosa
ccmplicado en virtud del hecho de que se halla inserto en un desarrollo que trascendencia. del objeto ....
tiende principnlmeme a probar que 10 uno y el ser se significan recíprocamente,
y, por consiguiente, nada «añaden~ el uno al otro. Pero la ar~umentación es ~ To 01!Ep ,)v: esta expresión no designa exactamente al ser en cuanto ser
precisamente como sigue: el ser y lo uno no añaden el uno al otro más de lo en el sentido aristotélico, sino que conlleva una intención polémica; se apunta
que, tomados aisladamente, añaden al sujeto al que se atribuyen (cfr. Me/., J, aquí al ser de los Eléatas, un ser que, según Aristóteles, sólo conlleva una
2, 1054 a 18). En cuanto a la interpretación de GILSON (L'é/re el l'essence, significación: la de esencia. Barruntamos entonces en qué sentido buscará Aris·
p. 58), quien traduce O¡V ávOpw1!o:; por «hombre existente» y concluye de ahf t6teles la solución: si una concepción unívoca del ser en cuanto ser (aquella
la indistinción, en Aristóteles, entre esencia y existencia, nos parece proyectar a la que se apunta con la expresión) ":0 01t!P ~y conduce a absurdos, ello ocu-
sobre el Estagirita una problemática que no es la suya: resulta evidente que, rrirá porque el ser no tiene una sola significación, sino varias (186 b 2).
para Aristóteles, sólo hay esencia de lo que existe (cfr. Anal. posl., 11, 1, 89 b "" [bid., 186 b 1·2.
34: sólo tras haber respondido a la pregunta ¿existe la cosa? se puede inves- 4M In Parmen., 1108, 19 Cousin.
tigar 10 que es). Pero precisamente cuando se ha definido una esencia, nada 465 Cfr. E. BÚHJER, «L'idée du néant et le probleme de l'origine radicale
se añade diciendo que es: «Cuando se sabe lo que es el hombre, o cualquier daos le néo-platonisme grec», reproducido en Eludes de philosopbie an/ique,
otra cosa, se sabe también que es, pues nadie sabe lo que es aquello que 1"0 pp. 257. 265.
es.. (Anal. posl., JI, 7, 92 b 4 ss.). Por tanto, Aristóteles insiste menos sobre 4!J6 Lo mejor para convencerse de ello es comparar los textos de Arist6-
una pretendida referencia de la esencia a la existencia que sobre la vacuidad teJes que hemos citado con aquellos en que Plotino muestra que el Uno no
del predicado ser que, pudiendo atribuirse a todas las esencias, no determina puede ser predieado ni sujeto. La tesis es literalmente la misma que la de
ninguna de ellas. En este sentido, el texto del libro r nos parece ilustración Aristóteles acerca del ser; pero las consecuencias son inversas. Para Plotino,
directa del principio más arriba recordado: el ser ('to Etval: Gilson traduciría: ese «no-ser.. del Uno expresa que se trata de una «maravilla anterior a la
la existencia) no es la esencia de nada (Anal. pOSI., 11, 7, 92 b 13). Lejos de inteligencia~ (Enn., VI, 9, 3; dr. ibid., 5; VJ, 7, 38): la negaciú!'l traduce
probar, romo Gilson sugiere, que la existencia está analíticamente contenida la unidad trascendente y positivamente inefable del Uno. En Arist5teles, el
en la esencia, Aristóteles quiere mostrar que el ser no constituye, ni contri· ser en cuanto ser es tan poca «maravilla» que ni siquiera puede hablarse de
buye a constituir, la esencia de nada. él como de un género único: la negaci1n traduce aquí la no-unidad, y antes
461 Fís., 1, 3, 186 b 32 ss. que nada la no-univocidad. del ser.

224 225
¿Habrá que preferir, entonces, una interpretación negativa, y, no muy poco aristotélica 411. La pregunta ¿qué es el ser? se
siendo el ser un género, concluir que no es nada? Grande sería, en tra: ¿qué significamos cuando hablamos del ser? Es
la
efecto, la tentación de interpretar los textos de Aristóteles en el sen- mo e entienden los hombres cuando hablan del ser? La
tido de una paradójica identificación del ser y la nada, y será espe- i n acerca del ser, como indica el propio Aristóteles en un
cialmente Hegel quien recordará en esta perspectiva el argumento de h mos citado a menudo, es, por oposición a la investigación
Aristóteles 467. A diferencia de la anterior, manchada de neoplatonis- t 1 elementos, una investigación de las significaciones del
mo, esta interpretación no sería necesariamente anacrónica, y podría J • ult entonces vano querer separar el ser del discurso que
inscribirse dentro de una tradición de ejercicios dialécticos, en la 111m a propósito de él: semejante separación es posible, en
que habria que citar la segunda parte del Parménides y el tratado de I.un talo cual ente particular, que puede ser experimentado
Gorgias Sobre el ser y el no-ser. Pero la intención de Aristóteles no le r dicho; pero el ser en cuanto ser no es experimentado, no
puede haber sido ésa: la identificación entre ser y no-ser es presenta- I J 'lO de ninguna intuición, ni sensible ni intelectual; no tiene
da constantemente por él como el prototipo de proposición absurda, r I u t nto que el discurso que mantenemos acerca de él. En la
que le sirve para probar la falsedad de las doctrinas que llevan a 111.1 n que el ser se halla presente en el corazón de toda propo-
semejante conclusión. Así refuta a los eléatas 468, Anaxágoras 469 e in- 11I, 1 er en cuanto ser es la unidad de nuestras intenciones signi-
cluso Platón, quien, a fin de hacer posible la predicación, se vio obli- ni . Pero esa unidad se halla solamente presupuesta en el discur-
gado a introducir el no-ser en el ser 470. Queda, pues, excluido que lmlinario, que sólo implícitamente es discurso acerca del ser; el
Aristóteles haya podido resumir por cuenta propia una proposición IIr ontológico, discurso explícito acerca del ser, se esfuerza por
cuyo absurdo le parece obvio. I IIn cribir esa unidad; y lo expresado por la tesis El ser no es un
Rechazadas esas dos interpret.1ciones, es hora de restituir a lli I/('ro es, precisamente, el fracaso de semejante esfuerzo.
tesis El ser no es un género su significación y ~lcance verdaderos. í se aclara por último, según parece, el alcance de la argumen-
Importa hacer constar primero que dicha tesis no se refiere tanto I n de Aristóteles. Eso de que el ser en cuanto ser no llegue a
"1 lituirse como género quiere decir que su significación no es úni-
al ser como al discurso acerca del ser: el género, como hemos visto,
es el lugar donde el movimiento universalizador del discurso tropieza onsecuencia de ello es que un discurso perfectamente coherente,
'3 científico, acerca del ser es imposible. Pero este resultado nega-
con la realidad de las cosas; es la unidad máxima de significación. La
tesis considerada no se refiere entonces a la naturaleza del ser, sino 1/ tiene una contrapartida positiva, pues no por ello el ser nos
mite a la nada, sino a la multiplicidad de sus significaciones. El ser
que plantea, y resuelve negativamente, la cuestión previa a toda in-
110 e un género, pero nada impide que sea varios géneros. En cnanto
vestigación acerca del ser, a saber, la de la legitimidad de un discurso
lr.ltamos de pensar el ser en cuanto ser en su unidad, escurre el bulto
(es decir, un discurso único) acerca del ser. Pero entonces -se dirá- podríamos decir- ante la pluralidad de sus significaciones: géne-
esa tesis prueba, a 10 sumo, una impotencia de hecho del discurso 1 irreductibles e incomunicables, en los que hemos reconocido las
humano, y nada prueba en cuanto al ser mismo. Sin embargo, una categorías. Podríamos sentirnos tentados a concluir: el ser no es
disociación así entre el plano «subjetivo» o lingüístico y el plano nada; pero Aristóteles añade: «El ser no es nada fuera de la esencia,
I cualidad o la c.antidad» m. Así pues, una vez más, nos hallamos
467 Volveremos a encontrar en Hegel la doble idea de que el ser no tiene remitidos al descubrimiento fundamental de la homonimia del ser,
esencia (es indefinible) y no conlleva diferencia alguna (no es un género): «El y a su elaboración en la doctrina de las categorías.
ser... está libre de toda relación con la esencia, así como de toda relación con
cualquier cosa en el interior de sí mismo... se halla exento de toda diferencia,
tanto por relación a su interior como por relación a su exterior. Atribuirle * * *
una determinación o un contenido que creasen en su propio seno una diferencia-
ción, o lo diferenciasen de las cosas exteriores, significaría arrebatarle su pu- La tesis El ser no es un género se demuestra además por otra vía,
reza.» Pero, al ser «indeterminación pura», HEGEL concluye que el ser es «el
vado puro. Nada hay en él que contemplar ... Nada hay tampoco que pensar muy diferente de la primera, y que debemos examinar ahora. Esta
respecto de él, pues sería ... pensar en el vacío. El ser, Jo inmediato indeter- nueva demostración que, a diferencia de la anterior, sólo se encuen-
minado, es en realidad Nada, ni más ni menos que Nada» (Ciencia de la 161!,ica,
Cfr. más arriba la crítica a una distinción de este tipo, a propósito
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471 Met., 1, 2, 1054 a 18.
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tra propuesta en un pasaje 473, se apoya en una tesis de los platónicos, 11.1 r género» 478. Con su habitual concisión, Aristóteles se limita
según la cual no hay Idea de aquellas cosas en las que hay anterior ir e o. Pero, habida cuenta del contexto (en que se trata de mos-
y posterior 474, tesis que se aclara fácilmente si recordamos que la 11 imposibilidad de un género supremo, o al menos la inanidad
Idea platónica es la unidad de una multiplicidad (EV h¡ 1toHwv). lIll tal género, que no es nada separado de sus especies), dicha ob-
Pues ¿qué sería esa unidad en el caso de una serie jerárquica? Si no .1 i n tiene que aplicarse, como han visto bien los comentarís-
conllevase más que los caracteres efectivamente comunes, es decir los 4.. 1 caso del ser: en todas las cosas hay mejor y peor, y, por lo
más bajos, excluiría la perfección propia de los términos superiores 1 " anteríor y posterior; por consiguiente, no puede haber género
de la serie. Si, inversamente, incluyese esa perfección, entonces no se I :\s las cosas. Así como no hay discurso único del número o de
aplicaría a los términos inferiores. Transpuesta en términos aristoté- • Ira, tampoco 10 hay del ser; aquí el discurso común es un dis-
licos, dicha tesis se convertirá en ésta: no hay género común de Ir vado, pues el ser no es nada fuera de los seres, presentados en
aquellas cosas en las que hay anterior y posterior. Así sucede con los I ca o como los términos de una serie.
números y las figuras, y también con las almas. Pues en todos esos r letra del argumento lleva, pues, a afirmar una vez más la ho-
casos hay gradación de 10 anterior a lo posterior, o de 10 sencillo a 10 Ilimia del ser. Pero este argumento dista mucho de ser tan nega-
complejo. La consecuencia es que no hay una Figura en sí o un gé- I ( omo el anterior, pues esta vez la homonimia no nos remite ya
nero de las figuras, sino que hay sólo figuras: el triángulo, el cuadra- IIn,\ yuxtaposición de géneros irreductibles entre sí, sino a una serie
do, etc. De igual modo, no hay un Alma en general, sino que hay I rminos coordinados (si nos atenemos a la analogía, sugerida por
alma nutritiva, alma sensitiva, alma intelectual. La voz alma es un n t6teles, con los números y las figuras) y, según parece, jerarqui-
término vacío de sentido mientras no se precise de qué alma se trata; tl de acuerdo con su grado de «bondad», o sea, de perfección.
J I rgumento posee, si así puede decirse, un doble filo, y es fácil ima-
pues no corresponde a ninguna esencia común que cada alma repro-
duciría al modo en que la especie reproduce el género: «Si hay del Inar cómo podría ser, y cómo ha sido de hecho, retorcido por los
alma un discurso único (El' ... AÓT0C;) ello sólo puede suceder del lmentaristas. Ciertamente, no hay discurso común de una serie. en
mismo modo que hay uno así de la figura; pues la Figura no es I cntido de una definición común de sus términos: «La definición
mún -dice Alejandro-- no puede significar 10 más perfecto, pues
nada fuera (1tapá) del triángulo y de las otras figuras que le siguen,
nt nces no se aplicaría ya a 10 menos perfecto» 480. Pero también
ni el Alma es nada tampoco fuera de las almas que hemos enumera- 1 dría decirse -y Alejandro no deja de hacerlo-- que «es sobre
do. Sin embargo, las figuras podrían ser dominadas por un discurso
I en lo más perfecto donde se revela la naturaleza de la cosa» 481:
común que se aplicaría a todas; pero no convendría con propiedad n lugar de la definición común, podríamos concebir entonces una
a ninguna; así también sucedería con las almas que hemos enumera-
. pecie de discurso eminente referido no a la esencia media, sino a
do. Por eso es ridículo buscar, por encima .de estas cosas o de otras, l.. sencia máxima, el cual, a partir del primer término de la serie,
un discurso común (AOjO' XOLVOc;), que no será el discurso propio v lvería de algún modo a los términos subordinados. Esta interpre-
de ninguno de esos seres» 475. I ción era tan tentadora, y, en el fondo. tan conforme con ciertos
Vemos aplicada una demostración semejante, en el libro B de la principios de la filosofía aristotélica, que veremos cómo el propio
Metafísica, al caso del ser. Aristóteles empieza por recordar que «en Aristóteles emplea igual argumento para probar una tesis exactamen-
las cosas donde hay anterior y posterior, no es posible que lo que se
atribuye a las mismas exista fuera de ellas», es decir, como género 478 [bid., 999 a 13.
poseedor de una esencia propia 476. Y tras haber recordado que así 479 ALEJANDRO, 210, 6-9; SIRIANO, 34, 33-35.
ocurre en el caso de los números y las figuras, donde «no hay género 480 ALEJANDRO, De anima, 16, 18 SS.; cfr. 28, 15-20.
fuera de las especies» m, observa: «Allí donde hay mejor y peor, lo 481 [bid. Cfr. ARISTÓTELES, De incessu animalium, 4, 706 a 18: «El hom-
bre es el más natural de todos los animales» (cfr. ibid., 706 b 10), en e! sen-
mejor es siempre anterior, de manera que tampoco en esos casos pue- tido de que e! hombre, al ser el último término de la serie animal. realiza
mejor la naturaleza de! animal. Una vez más, vemos aquí el punto de vista
B, 3, 999 a 6-16. de la <f'6Cll~ como opuesto al punto de vista, socrático y platónico, de! J'ÓTo~:
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474 Cfr. El. Nic., J, 4, 1096 a 17-19. hay una f'6al~ única incluso allí donde no hay un lóTO~ ccmún. Pero vemos
475 De Anima, JI, 3, 414 b 19 ss. también cómo una concepción más flexible del MTo~, no ya entendido como
476 B, 3, 999 a 6. unidad genérica, sino como principio generador (cfr. e! l~To~ O1tE(JIL'l't:IXÓ; de los
477 Ibid., 999 a 10. estoicos), permitiría acercarse al punto de vista de la <y6al<;.

228 229
te opuesta a la que sostenía a 10 largo del desarrollo, ciertamente HI P 'nsar el ser y lo uno en su unidad 486. Y Aristóteles obtiene
aporemático, del libro B. n guida la conclusión: hay tantas ciencias (y no, esta vez, espe-
Atengámonos, pues, por el momento, a la tesis negativa de que I el' una ciencia única) como géneros fundamentales existen.
el ser no es un género, suficientemente establecida en virtud de la A r pues, cuando Aristóteles habla de las especies del ser, no se
primera serie de argumentos, y hagamos constar que, una vez admi- 11.1 s lo de una «inexactitud», como pretende Alejandro, de una
tido ese otro principio de que toda ciencia se refíere a un género, la I1pl' falta de propiedad que sólo afectaría a la expresión, sino,
única conclusión que puede extraerse de esas dos premisas es la de r luda, de una inversión total de su doctrina ordinaria. La razón
que no hay cíencía del ser. r runda de semejante inversión se deja entrever algunas líneas
.ldclante, cuando Aristóteles extrae por fin la conclusión prepa-
* * * por todo ese desarrollo: así como hay una matemática cuyas
1I on la geometría, la aritmética, etc., así también hay una filo-
Sin embargo, Aristóteles, según hemos visto, afirma expresa- 1.1 n general, cuyas partes son la filosofía primera y la filosofía
mente 10 contrario al comienzo del libro r de la Metafísíca, y es in- 'unda 487. Ahora bien: si se quiere que esa filosofía en general no
discutible que tal convicción inspira el proyecto que ha dado lugar I la unidad puramente verbal y vacía de dos o más ciencias cuyos
al nacimiento de los escritos llamados metafísicos. Aristóteles no se I minios serían incomunicables, es preciso que ella misma posea un
contenta con afirmar esa existencia: la justifica mediante argumen- I j to único que sea, respecto de los objetos de las ciencias subordi-
tos que contradicen evidentemente aquellos otros que él mismo ha Id. , lo que el género es a las especies. Sólo entonces la filosofía
acumulado y que nosotros acabamos de exponer. Debemos ahora dar I limera y la filosofía segunda no aparecerían ya como membra dís-
cuenta de esa justificación y medir dicha contradicción, antes de I tia, sino como partes de un todo que sería la filosofía en general
tratar de explicarla. 11 iencía del ser en cuanto ser.
La contradicción se manifiesta, en primer lugar, en un texto del Como se ve, a través de estas consideraciones aparentemente téc-
libro r, donde Aristóteles invoca el principio según el cual, «para , I S acerca de la cuestión de saber si el ser es él mismo un género
cada género, así como no hay más que una sola sensación, no hay 11 divide inmediatamente en una pluralidad de géneros, 10 que está
más que una sola ciencia», con el objeto de afirmar la existencia de n juego es, a fin de cuentas, la unidad misma de la filosofía como
una ciencia única del ser en cuanto ser. Del mismo modo que una i ncia. Ocurre todo como si Aristóteles proclama~e unas veces dicha
ciencia única, la gramática, estudia todas las palabras, así también unidad de la filosofía y concluyera de ella la unidad del ser, y otras
«una ciencia genéricamente una tratará de todas las especies del ser v ces, por el contrario, hiciera constar la no-univocidad del ser y con-
en cuanto ser, y sus divisiones especificas tratarán de las diferentes luyese, muy a su pesar, la irreductible dispersión de las «filosofías».
especies del ser» 482. Un poco más adelante, tras haber hecho constar o habría salida, si no fuera que esas dos series de afirmaciones están
que «hay tantas especies de 10 uno como del ser», declarará a lo uno ituadas en dos planos claramente diferentes: UO,\ expresa un anhe-
objeto de una ciencia única: «El estudio de la esencia de estas dife- I o, como veremos, un ideal; la otra se apoya en análisis precisos,
rentes especies será el objeto de una ciencia genéricamente una» 483. que, en el plano del discurso, son irrefutables. De momento, nos
Desde hace mucho tiempo se viene observando la extrañeza de estos ntendremos a estos últimos, ya que es la posibilidad de un discurso
textos: ¿cómo se puede hablar de especies del ser y de lo uno, si el coherente acerca del ser lo que, con el nombre de filosofía, está aquí
ser y 10 uno no son géneros? 434. Equivocación tanto más asombrosa n cuestión.
por cuanto Aristóteles, unas líneas más allá, recuerda su doctrina
constante: «Resulta que el ser y 10 uno conllevan inmediatamente 486 Cfr. H, 6, 1045 a 35 ss.: ni d ser ni lo uno entran en la definición
(~u6óc;) géneros» 485, lo que sólo puede querer decir esto: el ser V lo de las categorías (pues no son el género de las categorías); por ello se dirá que
uno no existen ellos mismos como géneros, sino que cada uno
de la esencia de cada categoría es inmediatamente (EOO();) ser y uno. El mismo
término 06%; parece indicar en ambos casos una rdación mal definida, pero
ellos es varios géneros, a los cuales nos remitimos en cuanto in ten-
que, de cualquier modo, excluye la relación de género a especie o de especie
a género.
r, 2, 1003 b 19 ss. 4ITI r, 2, 1004 a 2 ss. Resulta extraño que COLLE (ad loc.) considere este
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483 Ibid., 1003 b 35. pasaje (1004 a 2-9) como una interpolación, siendo así que es el único que
Cfr. ALEJANDRO, 249, 28. puede darnos la clave del pasaje anterior, al mostrlrr la razón profunda de su
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485 r, 2, 1004 a 4. discordancin con la doctrina habitual de Aristóteles.


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Aristóteles, sin embargo, no se contenta con una contradicción ,Ir serie ('ta 'tip e:te:Ei¡t;) 4!H. Vemos entonces cómo una ciencia del ser
tan patente. Tan poco satisfecho está de su afirmación de una cien- posible, pues puede admitirse que quien conoce el término de re-
cia del ser genéricamente una, que inmediatamente después va a dar
de dicha unidad una nueva justificación, infinitamente más sutü,
r rencia «o 1v) conoce por ello todo lo relacionado con él «d "po.
~ )..!Oíol1E\la), y que quien conoce el primer término de la serie co-
pero irreconciliahle con la precedente .... Algunas lineas después de noce la serie entera. La ciencia del ser en cuanto ser podría entonces
recordar que s610 hay ciencia una acerca de un género uno, es decir,
constituirse como ciencia universal, en el sentido de una ciencia del
como hemos visto, acerca de una región circunscrita por un término .istema o de la serie no inmediatamente esta vez, sino mediante un
unívoco, corrige esta primera afirmación: <,No es la pluralidad de sig- rodeo: lo que podrí;mos llamar el rodeo a través de lo primero. La
nificaciones de un término lo que le hace objeto de diferentes ciencias, filosofía «buscada» sería entonces <<universal por ser primera» 492
sino sólo el hecho de que no es nombrado por relación a un principio sería ontología por ser «protología». La ciencia del ser en cuanto ser,
único, y también que sus definiciones derivadas no están relacionadas no pudiendo reducir a un género único las significaciones múltiples
con una significación primordial. "'. Pues bien: sabemos que el ser del ser sería al menos la ciencia de aquella de sus significaciones
cumple precisamente esa condición, cuya sola ausencia impedida que res'ulta primordial: ciencia inmediata de la esencia, sería media-
hablar de una ciencia única; pues si es un 1tOAAaxü.H; AerÓI.l.e:VOV lamente ciencia de las otras categorías, ya que el ser-dicho (J.É'lEo6a.)
es también un 1tpOt; E\l AEróp.EVO\l, y sus significaciones múltiples de éstas consiste en ser relacionadas con ("po,) la esencia.
sólo son significaciones del ser porque se relacionan con la significa- El éxito de esta interpretación ha sido tan general que es inútil
ción primordial de esencia. La conclusión, por otra parte anunciada desarrollarla más por extenso, dado que es la que se encuentra en la
algo más arriba, será entonces justamente la que había que demos- mayor parte de las exposiciones de la filosofía de Aristóteles 'OJ. En
trar: «Así como de todo aquello que es sano no hay más que una sola la Edad Media, fue asociada con la teoría de la analogía: la unidad
ciencia, así también sucede en los demás casos. Pues no sólo hay que del ser y de su ciencia no sería unidad genérica, sino unidad por ana-
ver el objeto de una ciencia única allí donde hay un carácter co- logía, entendiéndose esta última, por lo demás, no como analogía de
mún (M6' 1v J.EroflÉV<llv); también constituyen un objeto así cosas proporcionalidad -la única de que Aristóteles habló-- sino como
que se dicen por relación a una naturaleza única ("po, fl(av <po ",v); analogía llamada «de atribución» "', es decir, fundada en la referen-
pues tales cosas tienen en cierto modo un carácter común O.éTE'tat
xa6 'e\l). Es, pues, evidente que compete también a una sola ciencia '" 1005 a 12.
estudiar los seres en cuanto seres» 490. 492 E, 1, 1026 a 30 (lta(jóf.o~ á"n ;rpún:-r¡). Resulta extraña en este punto }a
imerpretación de Robin, quien, aludiendo a es~e pasaje, asegura que, s~gun
Este pasaje ha sido considerado siempre, y con razón, como fun- Aristóteles, la filosoHa primera o teología es «pnmera en tanto que es umver-
damental, porque parece aportar los elementos de una solución: la sal» (Met., E, 1, fin) (Aristote, p. 92, subrayado del autor).
ciencia del ser en cuanto ser no sería inmediatamente universal, Y:l 493 Por ejemplo, HAMELlN, Systeme d'Aristote, pp. 397 ss.
que la idea de un género-- es contradictoria; pero pueden concebirse 494 Tal distinción sin duda es tardía. No se encuentra en Santo Tomás.

ciencia de ese género-- es contradictoria; pero pueden concebirse En él, la analogía si~e ligada ~ la noción de proportio, pero llama pro~ortio
a la simple relación y, en particular, al hecho d~ qu~ ';1n nombre se ~tnbuya
otros tipos de unidad que no sean el del universal: aquellos que en múltiples sentidos, por referencia a un térmmo unlCO, lo que ~rlstótel~s
Aristóteles designa como unidad de referencia «d "po, 1v) y unidad llama ;rpoc; ev ),ETÓ\lévov. Cfr. In Metaph. IV (q, n.O 535,. Cathala: mtermedl?
entre el término unívoco y el equívoco, el térmmo anal6g1co es el que se atn-
488 Este capítulo 2 del libro r, que hemos tenido y tendremos a menudo buye «secundum rationes quae par~im sunt di.vers.ae e~ partim non diversae:
ocasión de citar, refleja todas las dificultades de la metafísica aristotélica. Un diversae quidem secundum quod diversas habuudlOes Important, unae autem
análisis estático que opusiera una tesis a otra tesis desvelada en él numerosas secundum quod ad unum aliquid et idem istae diversae habitudines referuntur;
contradicciones. Pero para explicarlas, no hace falta en absoluto, como hace et illud dicitur tanalogice praedicari', idest proportionaliter, prout unumquodque
COLLE (ad loe.), invocar modificaciones sucesivas de Aristóteles ni interpola- secundum suam habitudinem ad illud unum refertur». Es verdad que en otro
ciones. Situadas en el movimiento general del pensamiento de Aristóteles, esas lugar (In Metaph.} XI (K), n." 2197) precisa que, en. el caso de la analo~il:ía! la
contradicciones aparecen como aporías, es decir, como paradas provisionales «razón~ de la atribución es diversa «quantum ad diversos modos relatloOls»,
dentro de una marcha de conjunto. La dificultad se acrecienta, no obstante, pero es la misma «quantum ad id quod fit rela.tio». Ahora bie.n: basta qu.e las
en virtud de que la presentación no es aquí explfcitamente aporética, como Jo relaciones sean «diversas» aun cuando el térmInO de referencIa sea el mIsmo,
era en el libro B, y entonces el exegeta se siente tentado a interpretar como para que no pueda habla;se de analogía en el sentido matemático (y aristoté-
teoría Jo que sigue siendo todavía una búsqueda. lico) del término. Este último texto, que contiene una interpretación correcta
... r, 2, 1004 a 24. del í.po~ EV ),ET';Il~'JO"I muestra que Santo Tomás no confundía el 'lrP¿C; év con .la
... [bid., 1003 b 12 ss. proporción en el sentido matemático del término (que él llamaba proporllo-

232 233
cia comlm a un término único y primordial. Sólo así pudo ser supe- 11 ieómaeo no deja ninguna duda acerca del posible uso de tal argu-
rada la decepcionante impresión de «rapsodia» que Kant, acaso me- In ntación en contra de la posibilidad de una ciencia única de los
jor juez en este punto, descubría en el fondo de la doctrina de las n ecutivos. En efecto: en dicho texto, Aristóteles critica la Idea
categorías; sólo así el universo de Aristóteles pudo sustraerse a la platónica del Bien, volviendo en contra suya una doctrina sostenida
crítica que él mismo dirigía a algunos de sus antecesores: la de ser por los propios platónicos: «Los que han introducido esta opinión
«una serie de episodios» y asemejarse a una «mala tragedia» 495. ~ bre las Ideas no formaban Ideas en los casos en que se hablaba de
Hasta un autor tan sensible como W. Jaeger a las «contradicciones» I anterior y 10 posterior (por eso ni siquiera imaginaban una Idea
de la obra aristotélica verá en esos textos la síntesis, triunfante por de los números). Pero el bien se dice en la esencia, en la cualidnd y
fin, de las dos enfrentadas concepciones -«ontológica» y «teológi- n la relación. Y lo que es por sí y la esencia son, por naturaleza, an-
ca»- de la metafísica 496. En una palabra: es la doctrina del r-poc; E'J leriores a la relación (que, en efecto, no es mts que un brote y acci-
A.el ól1 €'Jo·¡ y la concepción correlativa de una ciencia «universal por dente del ser); de este modo, no podría haber Idea común a estos
ser primera» la que ha permitido al aristotelismo, a pesar de sus diferentes sentidos» 496. Aristóteles no se detiene ahí; tras recordar
«contradicciones», sus «dilemas», o más sencillamente sus aporías, que el bien se dice en tantos sentidos como el ser, concluye: «Puesto
constituirse como sistema a los ojos de la posteridad. que hay una ciencia única de todo aquello que se dice según una Idea
y sin embargo, esta pretendida solución, que por lo demás Aris- única, igualmente habría [según los platónicos] una sola ciencia de
tóteles insinúa con una reserva que contrasta con la seguridad de sus todos los bienes; pero, en realidad, hay varias» 499. Y si hay varias,
comentaristas, plantea quizá tantos problemas como resuelve. Que- ello sólo puede deberse a la razón más arriba invocada: si no hay
rríamos hacer ver sobre todo que, siendo el marco de una posible ciencia única más que de una Idea única y el Bien no es una Idea,
solución más que solución auténtica, lo único que hace es abrir un. entonces no hay ciencia única del Bien, lo cual resulta confirmado,
ideal a la investigación, sin tener en cuanta los fracasos de la inves- además, por la observación más inmediata: la ciencia de la ocasión
tigación efectiva, ni dar cuenta de ellos. no es la de la justa medida, la ciencia de la virtud no es la de lo
Es forzoso hacer constar en primer lugar, una vez más, que el útil, etc. 500. Se ve, entonces, que en la Etica a Nicómaeo no hay cien-
argumento aquí invocado por Aristóteles para justificar la unidad de cia única del Bien porque el Bien constituye una serie; en la Metafí-
la ciencia del ser en cuanto ser es el mismo que, en otros pasajes, sica hay una ciencia única del ser porque el ser constituye asimismo
le conducía a la solución contraria. No hay Idea, en sentido platóni- una serie.
co, ni género, en sentido aristotélico, de aquellas cosas que conllevan Pero no basta con hacer constar la contradicción. Es mejor com-
anterior y posterior, de donde podría concluirse que no hay ciencia prender por qué el mismo argumento ha podido ser invocado en dos
única de una serie. Podría objetarse que, en el texto ya citado del sentidos opuestos. Hemos visto en virtud de qué razones no pueden
libro B 497, el principio en cuestión era invocado, no para justificar comprenderse dentro de una definición y, más en general, dentro de
directamente esta conclusión, sino a fin de mostrar que la naturaleza un saber único, términos que componen una serie. Pero también
del principio debía buscarse más bien del lado de las especies últimas cabe imaginar cómo el conocimiento del primer término puede valer
que del lado del «género» más universal. Pero un texto de la Etiea mediatamente como conocimiento de la serie entera: lo anterior es
principio, y, siendo el principio aquello en cuya virtud todo el resto
natitas, i. e. similitudo duarum proportionum: De Ver., q. 2, a. lll. Pero existe y es conocido, el conocimiento del principio es al mismo tiem-
entonces, ¿por qué emplear en este caso los términos de analogia y de proportio, po conocimiento de todo cuanto deriva de él; lo es, al menos, en po-
que evocan, quiérase o no, la idea de una armonía de tipo matemático? Se tencia. Como observaba Alejandro, la ciencia de todas las cosas sólo
comprende que los comentaristas medievales hayan querido dar un nombre puede ser, si es que existe, la ciencia de los principios de todas las
a lo que carecía de él -y con motivo- en Aristóteles; al pedir prestado este
nombre al vocabulario matemático, incluso si no se lo empleaba ya en su sen- cosas, ya que una ciencia en acto de todas las cosas es imposible. La
tido técnico, se sugería la idea (errónea, en lo que concierne a Aristóteles l de idea de un saber instalado en los comienzos, que desarrolla a partir
que la multiplicidad de sentidos del ser podía ser conducida a la claridad de ahí la serie infinita de sus deducciones, es tan poco extraña al
de una relación racional. pensamiento de Aristóteles que, como hemos visto SOl, inspira toda la
495 N, 3, 1090 b 19. Cfr. A, 10, 1076 a 1.
496 Cfr. W. ]AEGER, Aristoteles ... , p. 227. La segunda redacción de r, 1 Et. Nic., 1, 4, 1096 a 17 ss.
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497 B, 3, 999 (1 6-15. Cfr. pp. 227·230. Cfr. más arriba, pp. 54 ss.
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concepción del saber demostrativo expuesta en los Segundos Analíti- I ir que dé razón de 10 que viene después de ello. La primacía pue-
cos. Incluso corrige ese otro principio según el cual toda ciencia se I 1 ner valor universal, pero con la condición de que la universa-
refiere a un género: en realidad, la ciencia no se refiere tanto al gé- It hd e deduzca de ella. Ahora bien, ¿se cumple una condición así
nero considerado en su extensión como a 10 que en él hay de princi- 1\ 1 caso del ser? ¿Puede decirse que la esencia es el principio de
pal (10 que Aristóteles llama los axiomas válidos en el interior de ese I demás categorías, es edcir, que éstas se deducen de ellas?
género). En el límite, podemos incluso preguntarnos si la idea de pri- Responder a estas preguntas con la afirmativa significaría desco-
macía no es más importante, para la concepción aristotélica de la n er lo que hay de aporético en la doctrina aristotélica de las cate-
esencia, que la de unidad genérica, y si, partiendo de ahí, no se podrá rías, que, como hemos visto, más que autorizar una visión jerar-
acaso concebir la posibilidad de una ciencia única incluso allí donde uizada y en definitiva unitaria del universo, lo que hace es traducir
no hay género, sino tan sólo una serie. Así nadie pondrá en duda 1 carácter necesariamente fragmentario de nuestro discurso acerca
que pueda haber una ciencia del número, aun cuando, como ya h:l- 1 ser. Sin duda, las categorías se dicen todas por respecto a la esen-
bían visto los platónicos, los números constituyan una serie y no un i , pero esa relación con ella sigue siendo oscura y, de algún modo,
géJ?ero. No es de extrañar, entonces, que Aristóteles insista sobre ncentra toda la ambigüedad que Aristóteles había reconocido pri-
este nuevo aspecto de la ciencia (y no ya sobre la exigencia de unidad mero al término ser. Es característico a este respecto que Aristóteles
genérica) cuando quiere demostrar la unicidad de la ciencia del ser sienta tentado, cada vez que desea insistir sobre la unidad de la
en cuanto ser. Tras recordar que el ser es un 'ltp6e; ell Aq¿J1ellov, i ncia del ser en cuanto ser, a atenuar el alcance de sus análisis
añade: «Ahora bien: la ciencia se refiere siempre:: principalmente a s bre el 7-poe; EV AeTólJ.E'iO'i: así, en uno de los textos del1ibro r ya
aquello que es primero, de lo que dependen (ljp'tlj'tal) todas las co- citados, 10 que se dice «por relación a una naturaleza única» (7-poe;
sas, y por mdio de lo cual (al' o) son éstas nombradas. Si ello es la (líav :púal'¡) es asimilado «en cierto modo» a «las cosas que tienen
esencia, entonces el filósofo deberá aprehender a partir de las esen- un carácter común» (;~a6' EV ),e-fÓIJ.EVa) 503. Pues bien: ya hemos
cias los principios y las causas» saz. La ciencia del ser sería, pues, visto que la expresión xa6'ev ki-rea6al designaba en Aristóteles la
ciencia de la esencia o, por mejor decir, ciencia de los principios de relación de sinonimia, y, desde este punto de vista, se oponía al
la esencia, que es ella misma principio; es decir, ciencia de los pri- r-poe; ell AqóJ-Levo.¡; si ambas cosas se identifican, aunque sea «en
meros principios, y, por ello, sólo mediatamente universal: universal CIerto modo», se comprende que la ciencia del ser pueda ser una
por ser primera. como su objeto, pero la dificultad se ha resuelto tan s6lo porque se
Pero ¿es verdaderamente convincente esta explicación? 0, por 10 la ha suprimido. Algo más adelante, Aristóteles presenta a la esencia,
menos, ¿se aplica verdaderamente al caso del ser? Es raro que los considerada en su relación con las demás significaciones del ser, como
comentaristas no se hayan planteado estas preguntas y no hayan con- 10 «primero»: aquello de que todas las cosas «dependen», y «por me-
frontado con el efectivo proceso de pensainiento del filósofo una so- dio de 10 cual» (al' o) se dice que son lo que son. Pero ¿puede re·
lución que, según puede comprobarse fácilmente, sigue siendo pura-
ducirse así 10 que en otro lugar Aristóteles describe como referencia
mente teórica. En efecto, ¿qué es lo que nos enseña? Que una cien-
cia puede ser a un tiempo universal y primera, es decir, que la ciencia (ltpo<;) a una simple relación de dependencia e incluso de producción
del primer término de la serie puede ser a la vez ciencia de la serie (alá)? Las demás categorías remiten sin duda a la esencia, pero no
entera. Pero ello con una condición: que 10 primero sea principio, es al modo en que el producto remite al generador o la conclusi6n a las
premisas 504, Pues tales relaciones, no siendo ya equívocas, serían in-
saz r, 2, 1003 b 16. Podríamos relacionar este texto con aquel otro en mediatamente accesibles al discurso. Pero, ¿dónde encontrar dicho
donde Aristóteles, que acaba de establecer la existencia del Primer Motor, afir- discurso en Aristóteles? Sin duda, él nos presenta la esencia como
ma que «el cielo y la naturaleza dependen (~ptYj'tt.ll) de semejante principio,. fundamento (apx-i¡) de las demás categorías 50S, pero en cuanto tra·
(A, 7, 1072 b 14), Y concluir de ello que la teología es así ciencia de todas
las cosas, universal por ser primera. Pero, como observa monseñor MANsloN tamos de tomar al pie de la letra esa declaración, e intentamos fun-
(<<L'objet de la science philosophique supreme d'apres Aristote, Métaphysique,
r, 2, 1003 b 14.
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E, 1», en Mélanges A. Dies, p. 165), semejante interpretación sólo es posible SOl

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«en una perspectiva creacionista»: «esa manera de ver las cosas, aplicada a las Arist6teles caracteriza median te la misma preposici6n olá la acción de

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concepciones de Aristóteles, es históricamente falsa». La «dependencia» de que los axiomas en la demostración (siendo los axiomas las primeras premisas in-

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habla Aristóteles en el libro A «es más bien de orden físico», «s610 resulta demostrables que rigen toda demostraci6n en el seno de un género determi-

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afirmada, pO'r otra parte, del mundo material», y, por consiguiente, deja abierto nado): cfr. Anal. post., 1, 10, 76 b 12-23.
el problema de la unidad de una ciencia del ser. 50S Cfr. más arriba, pp. 185 ss.

236 237
da mentar, efectivamente, las demás catearías en la esencia, desembo- m"s, hay que conocer la ley de la serie. Bien se advierte cómo esto
camos en una irreductible pluralidad de respuestas: la esencia tiene (íltima condición se realiza en el caso de la ciencia de! número o de la
tantas maneras de fundamentar como categorías hay S06J de tal modo fig~ra,. a cuyo propósito había recibido dicho principio su primera
que volvemos a encontrar la irreductible pluralidad de las categorías, aplicaaón; pero en modo alguno se advierte cómo podría realizarse
en un plano aún más fundamental, dentro de la ambigüedad del pa- e~ ~l .caso del ser., siendo así que la esencia no puede bastar ni para
pel fundamental que la esencia tiene. ·'gnlf,car el ser ni f.ara fundamentar la multiplicidad de las significa-
Por consiguiente, aquí no puede hablarse de generación o de pro- c-nci?nes derivadas 12. Las correcciones que Aristóteles parece intro-
ducción, es decir, de una relación tal que la unidad generadora pueda dUCIr luego a sus análisis anteriores, para imemar justificar la unidad
ser reconocida en la diversidad generada; por lo tanto, si es que la de la ciencia del ser en cuanto ser, no pueden ser, por tanto, entera-
deducción consiste en captar mediante el discurso dicho movimiento mente convincentes: ya no se puede vacilar más entre declaraciones
generador sen, entonces tampoco ¡xxirá intentarse una deducción de programáticas, a fin de cuentas aisladas en la obra de Aristóteles y
las categorías a partir de la esencia ... En cierto sentido, hay algo más análisis que están inspirando la efectiva investigación del filósofo
en la conclusión que en las premisas, pues es aquélla la que pone aun cuando los comentaristas hayan puesto el acento constantement~
de manifiesto la fecunclidad de éstas; y, al contrario, hay algo menos sobre las primeras. El r.ro; del r.po~ '., l.e-¡ólle'¡O" no es, decidida-
en las categorías segundas que en la esencia, pues aquéllas no ponen mente, ni un zata ni un atá ni una relación de atribución ni una
tanto de manifiesto una sobreabundancia por respecto a su «princi- relación de deducción: es la referencia oscura e incierta que, sin
pio» como una especie de degradación o, mejor aún, de escisión: duda, asegura la unidad de las significaciones múlriples del ser, pero
podríamos aplicar al conjunto de las categorías segundas lo que Aris- lIna untdad que es ella misma equívoca, y cuyo sentido habrá siem-
tóteles dice de una de ellas, ]a relación, que es «como un rebrote pre que «buscar».
fr.a~"''í''áal) y un accidente (O"",~e~T1Y.¿tl) de la esencia": re-brote, Ni atribución ni deducción: ninguno de los procedimiemos del
o sea producto -sin duda-, pero que brota aparte (r.apá) como una discurso científico, tal y como Aristóteles 10 describe en la primem
especie de réplica debilitada del generador '10; accidente, del que parte de su Organon, halla aplicación en e! caso del ser. En el mismo
Aristóteles nos dice en otro lugar que no puede haber ciencia, pues instante en que proclama la existencia de una ciencia del ser en cuan-
no mantiene relación alguna inteligible con su sujeto. Vemos, enton· t? ser, Aristóteles manifiesta paradójicamente, mediante su especula.
ces, la debilidad del argumento de Aristóteles según el cual la ciencia clón efectiva, la imposibilidad de aquélla: si es cierto que el ser no es
de la esencia sería universal por ser primera: pues no basta con cono· ~n géner? Y. que toda ciencia es ciencia de un género, hay entonces
cer el primer término de la serie para conocer la serie entera Sil; ade- Incompatlb,lIdad entre e! ser y e! discurso ciemífico. Podríamos, sin
duda, contentarnos con la conclusión según la cual si el ser no es un
5:>6 Cfr. más arriba, p. 190, n. 336 (a propósito de r, 2, 1047 a 27 ss.).
S07 Acerca de las relaciones entre deducción por una parte, y p.,eneración plantas, el alma nutritiva existe sin el alma sensitiva; asimismo sin el tacto
y producción por otra, cfr. más arriba, pp. 51-54 Y 65-66. ningún otro sentido existe, mientras que el tacto existe sin los o;ros sentidos»
508 Acerca del fracaso de semejantes intentos (especialmente en Santo To- (415 a 2 ss.). Mutatis mutandis, puede decirse a prop6sito de la «serie» de las
más y Brentano), cfr. más arriba, p. 190, n. 335. categodas: las categodas segundas no pueden existir sin la escncia pero la
.. El. Nic., J, 4, 1096 a 21. esencia puede ~xis~ir sin ellas. C? también: la ciencia de las cate&orfas' se&undas
510 Se trata, precisa el diccionario de BailIy, de un «brote que parte de presupone la CienCia de la esenCia, pero de la consideración de la esencia nunca
la raIz» y, por tanto, en cierto modo competidor de la planta principal. Con se obtendrán las demás calegorías.
todo, no cabe llegar, como sugiere A. WEBER (Histoire de la philosophie SIl, J?e hecho, una i!1terpretación que espera de Aristóteles que éste ponga
européenne, 7." oo.) p. 104), pensando sin duda en este pasaje, hasta el punto en practica sus declaraCiones acerca del carácter fundamentan te de la esencia
de traducir ~parásitollo. se ve obligada a reconocer que dicho fundamento nunca queda establecido en
511 Esto es lo que muestra un pasaje del De anima, tendente a probar concreto: así, hay sin duda en Aristóteles una ciencia de la esencia es decir
que no hay definición genérica del alma. Como se sabe, las almas constituyen una ciencia primera,. pero, a despecho de las declaraciones pro&ra~áticas d~
una serie donde hay antes y después; pues bien, añade Arist6teles, «siempre E, 1, ~o se ve por n~ngún .Jado c6mo esa ciencia es el mismo tiempo universal,
lo anterior está contenido en potencia en aquello que te es consecutivolt (por es dec1r, cómo la uOIversalidad de lo que es se deduce de la consideración de
ejemplo, d triángulo en el cuadrilátero o el alma nutritiva en el alma sensi- ~a esenci~. Eso es lo que h~c~ constar J. OWENS, quien atribuye esa ausencia al
tiva) (II, 3, 414 b 29 ss.), lo cual quiere decir que cada término de la serie macabamlento de la Meta/mca, o, al menos, a la p(rdida de su parte «positi-
supone el precedente (así, «sin alma nutritiva no hay alma sensitiva», 415 al). va»:. «El desarroll? proyectado."", en el cual habríamos podido esperar la per-
Pero 111 inversa no es cierta: conociendo un término de la serie, mediante la feccl6n de la ~octrma, no ha llegado a la posteridad. (The Doctrine o/ BeinP.,.. _,
sola consideración de dicho término, no sabemos si tiene o no una continua- p. ~98); ,habn3 entonces que «reconstruirlo. (ibid., p. 289). Nos ha parecido
ción: todo término es imprevisible por respecto al precedente. Así. «en las mejor melodo el de buscar las razones filosóficas de dicha ausencia.

238 239
género, es varios géneros, no habiendo por tanto una sola ciencia, r. Pero el propio Aristóteles presenta la ciencia del ser en cuañ-
sino varias ciencias, o, como dice a veces Aristóteles, varias «filoso- r como una ciencia tan sólo «buscada» y, sin duda «buscada
fías» del ser: ciencias de la cantidad, de la cualidad, de la acción y de rn mente» SIS. Siendo así, la unidad actual -y acaso actual por
la pasión, etc. Mas no por ello deja de presentársenos la exigencia de lllpre- del discurso acerca del ser no es la unidad de un saber,
un discurso único acerca del ser: el reconocimiento de la homonimia 11 ) t de una búsqueda indefinida. No hay, y acaso no puede haber,
del ser no impide que la pregunta ¿qué es el ser? no pueda conten· 1 ciencia actualmente única del ser en cuanto ser. Pero ello no sig-
tarse con respuestas fragmentarias o episódicas, ni que, por consi· I1 que no pueda haber otro tipo de unidad que no sea la coheren-
guiente, se replantee sin cesar. La irreductible dispersión del discurso i ntífica. Las dificultades con que nos hemos topado procedían,
acerca del ser no impide que el ser sea uno en cuanto a su denomina- 11 r todo, de que Aristóteles no parecía considerar una posible uni-
ción, ni que, por lo tanto, nos invite a buscar el sentido de su pro- d del discurso acerca del ser que no fuera la unidad científica. Pero
blemática unidad. Así se explican las aparentes contradicciones de h y que pasar aquí de sus declaraciones de principio a su práctica
Aristóteles: la esperanza en un discurso único acerca del ser subsiste 1, y, si es que existe, a la teoría de dicha práctica. El Organon nos
en el momento mismo en que la búsqueda de la unidad tropieza con n ña que, junto al discurso científico, hay otto tipo de discurso
la experiencia fundamental de la dispersión. Más aún: esos dos as- l h rente: el que Aristóteles llama dialéctico. Ha llegado el momento

pectos son tan poco contradictorios que no podrían subsistir el uno l preguntarse si, a falta de discurso científico, que en este caso con-
sin el otro: el ideal de una ciencia del ser en cuanto ser evita que la IlnÚ siendo un ideal imposible, el filósofo no debe recurrir a la
investigación se hunda en sus fracasos; pero la infinitud misma de 11 léctica para intentar pensar el ser en cuanto ser en su unidad.
la investigación evita que la idea de semejante ciencia sea otra cosa
que un ideal. Sin la experiencia de la dispersión y la necesidad de
superarla, una ciencia del ser en cuanto ser sería inútil (y por eso, en
defecto de tal experiencia, no había proyecto ontológico en sentido
estricto entre los predecesores de Aristóteles); pero sin la idea de la
unidad, tal como se expresa en el ideal aristotélico de la ciencia de-
mostrativa, la investigación acerca del ser resultaría imposible.
Sólo que hay un buen trecho desde ]a idea de ]a ciencia a la rea-
lidad de la búsqueda. Hegel parece haber sido el primero -en sus
Lecciones sobre historia de la filosofía- en observar esa despropor-
ción entre la teoría aristotélica de ]a ciencia, en los Analíticos, y su
especulación efectiva en la Metafísica 513. ~ada se parece menos a una
ciencia, tal como Aristóteles la entiende, que lo que nos ha dejado
de esa ciencia «universal por ser primera», y que, en cuanto primera,
debía ser «la más elevada de todas» 514. Buscaríamos en vano, a ]0
largo de toda la Metafísica de Aristóteles, una sola serie de silogis-
mos: observación que tan sólo sería irrelevante si dicha ausencia fue-
ra atribuida a un accidental inacabamiento de la especulación acerca
513 Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie, Berlín, 1833, t. XIV.
¡:;p. 408 ss. Pero no podem03 aceptar la interpretación que hace Hegel de esa
desproporción: habría algo más en la especulación de Aristóteles que en su
lógica, que es una lógica del entendimiento, y por ello del pensamiento finito,
en tanto que la especulación hace estallar dichos ma·rcos. Lo que llevamos dicho
sugiere ya -y lo mostraremos con más precisión en el siguiente capítulo-
que la maneta de pensar expresada en la Metafísica no es menos «finita» que
la descrita en los Analíticos; más aún, que aquélla se encuentra, por relación
a esta última, en una situación de inferioridad: la de un substitutivo, o un
remedio para salir del paso.
'H XpCl'tla't"ll lT.ta"t7)liwy (A, 9, 993 a 2).
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CAPITULO III
IHALECTICA y ONTOLOGIA, O LA NECESIDAD

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DE LA FILOSOFIA

«No se diga que hay en ello otra cosa que la au-


téntica y verdaderamente noble sofística.»
(PLATÓN, Sofista, 231 b.)

PARA UNA PREHISTORIA DE LA DIALÉCTICA:


L «COMPETENTE» Y EL «CUALQUIERA»

e ha observado con mucha justicia que, cuando Platón intro·


111 en sus primeros diálogos la noción de dialéctica, «el lector no
Ivierte relación alguna entre el nombre y la cosa». Dupréel, que
quien hace tal observación 1, ofrece un ejemplo significativo. En
1 Eutidemo, Sócrates, sustituyendo por un momento a los dos so-
I L S que impiden que la discusión avance, reemprende junto con
(:linias el debate que había introducido anteriormente: se trata de
bu car una ciencia que otorgue la felicidad a quien la posea; convie-
n n en que ha de ser una ciencia que no sólo sea capaz de produ-
ir, sino de utilizar lo que produce. Una vez eliminado el arte del
r dactor de disoursos, quien no siempre es capaz de utilizarlos él mis-
mo, Sócrates sugiere que la ciencia o el arte 2 que buscan pudiera
uy bien ser la estrategia. Pero aquí Clinías protesta: la estrategia
-dice-- no es sino una especie de caza de hombres; ahora bien,
«ninguna clase de caza propiamente dicha va más allá de la persecu-
ión y la captura; cuando los hombres han echado mano al objeto
de su persecución, son incapaces de sacar partido de él: unos, caza-
dores y pescadores, se 10 dan a los cocineros; otros, geómetras, as-
trónomos, calculistas, se dedican también a una caza, pues en nin-
guno de estos oficios son producidas figuras, sino que se limitan a
descubrir ·las que existen, y, como no saben utilizarlas, sino 6ó10
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243
dades caza, se las dan, ¿no es cierto? a los dialécticos, para que o ocurre, pues, como si Sócrates hallase ante él una concep-
éstos saquen partido de sus hallazgos» 3. I a constituida de la dialéctica como arte supremo o ciencia uni·
Así, la dialéctica es presentada -por 10 demás, no por Sócra- I . 1, concepción tan extendida que habría llegado a ser superfluo
tes, sino por Clinias- como el arte capaz de utilizar el producto de ( I r cómo, desde un sentido primitivo -arte del diálogo--- se
todas las demás artes, y, por tanto, como un arte que, sin producir pasado a ese otro sentido, indiscutiblemente derivado. Que
nada por sí mismo, o acaso porque no produce nada por sí mismo, haya habido un transmutación propiamente platónica de la
posee un campo y un alcance universales. Arte supremo, arte direc- I tíca, que Platón incluso se haya preocupado entonces por unir
tor, o, como dirá más adelante Sócrates, «arte real» 4: así aparece I propia concepción a la etimología de la palabra 7, todo eso es
primero la dialéctica. Platón insistirá más tarde con frecuencia so- h putable, pero no impide que Platón sea -ni pretende ser, por
bre esta función arquitectónica y sinóptica de la dialéctica s, y raras I más- el fundador de la dialéctica. Cuando la palabra dialéc-
veces se ha puesto en duda que esta concepción de la dialéctica sea I 1 parece, o semeja aparecer, por vez primera en la historia de la
propiamente platónica. Pero resulta extraño verla ya enunciada -y, 11, fía, es ya heredera de toda una prehistoria. El uso que Sócrates
lo que es más, como cosa obvia- en un diálogo que, en muchos liatón hacen de esa palabra, lejos de ser ingenuo, remite de ma-
aspectos, sigue siendo socrático; además, por un personaje que no ra alusiva a una constelación semántica que sólo ha podido cons-
es Sócrates, sino su interlocutor, y sin explicación alguna acerca de I IlIirse mediante un uso anterior, y en la cual la idea de totalidad o
las relaciones de esta insólita función de la dialéctica con la signifi- I dominación se halla oscuramente asociada a la idea de diálogo.
cación corriente de la palabra. Pues, a fin de cuentas, ¿por qué el so, que es cierto en el uso socrático y platónico de 1-a dialéctica,
arte del diálogo tendría ese privilegio que Sócrates acaba de rehusar 1I s más aún en el uso aristotélico. Cuando habla de dialéctica,
al del redactor de discursos, a saber, el de dirigir el producto de las ri tóteles no parece desear introducir una concepción nueva, ni
demás artes y ser, por ello, dominante? Circunstancia aún más ex- r rirse al uso platónico, sino sencillamente sistematizar una prác-
traña: Sócrates refiere esas declaraciones del joven Clinías con cierta II 1, en cierto modo, popular, y que, en todo caso, juzga él conocida
ironía, un poco cruno si en ellas se tratase de una lección aprendida ¡,. la el punto de ser superfluo definirla. Hay, desde luego, en Aris-
que procedería de un maestro desconocido, «ser superior, incluso teles una teoría de la dialéctica, pero exactamente del mismo modo
muy superior» 6. Por último, lejos de poner término a la conversa- n que hay en él una teonía de la retórica, es decir, una reflexión
ción con la resolución del problema planteado, la evocación de la 1111 va sobre un arte antiguo. La dialéctica existe, tiene sus métodos,
dialéctica frena en seco y no acapara en absoluto la atención de Só- u tradiciones, sus maestros, su prestigio propios. Aristóteles sólo
crates, que pasa inmediatamente a otra sugerencia: esa ciencia que I"r tende sistematizar su uso y aclarar su significación, pero no pro-
se busca~ ¿no será más bien la política? r ner, con ella, un método inédito de pensamiento o de investiga-
i n. Lo confirma el pasaje que cierra el Organon y en el cual Aris-
3 Eutidemo, 290 c.
4 291 bc. En efecto, el reyes quien, «según los versos de Esquilo [Los
siete contra Tebas, 2-3], está sentado solo al gobernalle del Estado, rigiéndolo 7 De hecho, Platón juega con el doble sentido del verbo lltu)..ÉIEt'I, que,
todo, mandando en todo· y haciéndolo todo provechoso». rn la voz media, significa dialogar, pero en la activa significa poner aparte,
s El dialéctico es el que dirige su mirada hacia la unidad (Fedro, 266 bY, ger, seleccionar y, por consiguiente, distinguir. Estos dos sentidos habían
el que se eleva hasta el principio (Rep., VII, 533 cd) y, desde allí, divisa la ido ya asociados por Sócrates en la definición que daba de la dialéctica; cfr. JE-
totalidad: Ó ¡LEY lap CSOVOlt't(XO~ ll(a)...x'ttxÓ~ (537 e). No es extraño que la dialéc- OrONTE, Memorables, IV, 5, 12: «dijo que el diálogo (8ta)..ÉTEcs6al) se llama-
tica sea «por así decir, el remate y corona de las ciencias» (534 e). h as! porque los que toman parte en él deliberan en común. distinguiendo
6 291 a. Según MÉRIDIER (ed. del Eutidemo, Belles-Lettres), Critón «pien- (~tr.l).,éTOV'tE~) las cosas según su género». Platón no conecta expresamente
sa evidentemente en Sócrates» (ad toc.). Ello no es tan evidente, pues no se ve ~laMTECS6at y llta)JTEtv, pero asocia frecuentemente la dialéctica con el método
daro por qué, entonces, Sócrates no reconoce su bien en la concepción de la de divisi6n (llta{pECll<;): cfr. Sofista, 253 Cdí Fedro, 266 bc; sólo correlativa·
dialéctica sostenida por Climas. La argumentación de Dupréel, seRÚn el cual mente aparece la dialéctica en el Fedro (loc. cit.) también como método de
habría en esta alusión a un 1<hombre superior» la confesión de un préstamo r unión, 10 que permite alcanzar la concepción «sinóptica» de la dialéctica,
cuya íntegra importancia aún no había sido reconocida por Platón, nos parece Inl como se desarrolla en el libro VII de la República. Pero estas siRnificacio-
en este caso, pues, particularmente fuerte. Pero no podemos seguirlo cuando nes derivadas, «sabias», de la dialéctica, nunca son claramente deducidas de la
identifica este hombre superior con Hippias (op. cit., p. 261). Lo que sabemos ignificación primitiva: el arte de interrogar y responder (Gratilo, 390 c). No
de la «polimatía» de Hippias (véase más adelante) se concierta mal con la pretendemos por ello que no haya relación intrínseca entre las dos (y los intér-
concepción de la dialéctica sugerida por Clinias. Esta última, en cambio, no pretes no dejarán de reconstituirla). sino sólo que, en la época de Plat6n, se
deja de tener relación con la concepción que de la retórica tenía Gorgias. había hecho ya superfluo justificar el empleo de la voz dialéctica recurriendo
Cfr. más adelante, pp. 253-256. su etimología.

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tóteles lanza tma mirada retrospectiva y complacida sobre la obra De hecho, Aristóteles no nos ofrece en ninguna parte una defi-
que culmina. La retórica, dice, fue fundada hace mucho tiempo y nición global y unívoca de la dialéctica. Y si bien le asignan varias
ha llegado, por tanto, a un punto avanzado de desarrollo. En cam- funciones, se preocupa poco por poner de manifiesto el vínculo que
bio, tanto en lo que respecta a la dialéctica como en lo que respecta la liga, como si no se refiriese tanto a la unidad racional de un con·
al razonamiento, Aristóteles ha tenido que innovar, pues «no exis- cepto como a la unidad histórica de un uso. Sólo incidentalmente
tía nada en absoluto» acerca de tales materias y «no había nada '! en pasajes aislados recuerda que la dialéctica es «el arte de in-
anterior que citar» 8; pero inmediatamente una observación limita, terrogar» (eport7j'ttx~) 11, Y que el dialéctico es «el hombre capaz de
al menos por lo que concierne a la dialéctica, el alcance de esa inno- formular proposiciones y objeciones» u. Hallamos también en él el
vación: decir que «no existía nada en absoluto» sobre dialéctica no entido que llegará a ser predominante en el Liceo y la Academia
quiere decir que la dialéctica no existiera, sino que no había obra teó- Nueva, a saber, que la dialéctica es el arte de sostener tanto
rica acerca de ella, pues los sofistas la practicaban ya; s610 que «en- el pro como el contra acerca de una tesis dada: en efecto, atribuye
señaban no el arte, sino los resultados del arte» 9. Su práctica se a la dialéctica el privilegio, que comparte con la retórica. de poder
reducía, pues, a recatas empíricas, y no proponían un método. «concluir cosas contrarias» 13, y es sabido que Cicer6n glorificará a
Este pasaje ofrece un doble interés hist6rico. En primer lugar, Aristóteles por haber inaugurado tal método de disertación por tesis
muestra que Aristóteles no coloca a Platón entre sus predecesores y antítesis 14, al cual reducirán durante siglos los peripatéticos lo
en este tema, y que no toma en cuenta en absoluto su especulación
sobre la dialéctica, estimando sin duda que no aporta ninguna cla- fr. 65 R). Pero este último texto no pretende proporcionar una indicaci6n his·
ridad especial al arte que lleva este nombre. Además, muestra tam- t6rica: Zen6n es el verdadero fundador de la dialéctica como Empédocles
bién que Aristóteles considera a los sofistas como dialécticos, con -dice Arist6teles en el mismo pasaje- lo es de la ret6rica; ha creado la cosa,
la única reserva de que su práctica de dicho arte es espontánea, em- no la palabra. Como, por otra parte, este fragmento está tomado, se~n Di6-
pírica, y en modo alguno reflexiva. Así pues, es· cierto que Aristó- genes Laercio, de una obra de ARISTÓTELES titulada El sofista, podemos con·
jeturar que Arist6teles invocaba en ella a Zen6n y Empédocles como precur·
teles se autopresenta como fundador de la teoría de la dialéctica, lo sores de dos artes practicadas por los sofistas: la dialéctica y la ret6rica. En
mismo que poco después se enorgullece de haber inaugurado la teo- cuanto al texto del libro A, está vinculado a un período en que la pertenencia
ría del razonamiento. Pero no discute que se haya podido razonar de Arist6teles a la escuela plat6nica podra llevarlo a exaRerar la originalidad
y «dialectizar» antes de que él elaborase la teoría, y, por lo que de su maestro. Por lo demás, Arist6teles, al exponer a Plat6n, se ve tentado
a tomar la palabra dialéctica en su sentido plat6nico, y, en dicho sentido, claro
toca a la dialéctica en particular, existe una experiencia sobre la está que los predecesores de Plat6n la han ignorado. Por último. los «prede-
cual puede reflexionar el teórico: la de los sofistas. En el momento cesores~ a los cuales «no les toca nada de la dialéctica~ designan, según el
mismo de presentarse como una novedad radical, la teoría aristoté- contexto, a los pitag6ricos. Por 10 tanto, sigue en pie que los textos más pro-
lica de la dialéctica se refiere a la práctica sofística de dicho arte 10. batorios son los de Met., M, 4, Y Arg. solíst., 34, que así son concordantes:
la dialéctica existía antes de S6crates y Plat6n, aunque bajo una forma aún
grosera y empírica, y de esta práctica va a hacer Arist6teles la teoría (teoría
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Arg. sofíst., 34, 184 a 1, 184 b l.


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Los demás textos de Aristóteles acerca de los orígenes de la dialéctica


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parecen a primera vista contradictorios. A veces parece que ensalza a Plat6n Arist6teles a un uso anterior, cuyo conocimiento se da por consabido, y qu~ no
por haber sido descubridor de la dialéctica: «a sus predecesores -dice- no es, sin embargo, el uso platónico.
les tocaba nada de la dialéctica~ (~ta).,eXT.tx7j~ o~ \1ET.Eixov) (A, 6, 987 b 32). 11 Arg. sofíst., 11, 172 a 18.
A veces sugiere que la dialéctica existía ya en tiempos de S6crates, aunque bajo u 'O ~ta).,exT.txo~ 1tpoT.a'ttxo~ xat lVO'ta'ttxó~ (Tóp., VIII, 14, 164 b 3).
una forma insuficientemente elaborada: «La dialéctica no era todavía en aquel 13 Td dvavT.Ía au).,loll1:e'tat (Retór., I, 1, 1355 a 34).
tiempo un poder tan fuerte como para razonar acerca de los contrarios inde- 14 «Siempre me ha gustado el método de los peripatéticos y de la Acade-
pendientemente de la esencia. (M, 4, 1078 b 25). Cfr. Arg. sofíst., 34, donde mia, consistente en tratar el pro y el contra de toda cuesti6n (consuetudo d~
Arist6teles, a un tiempo que se glorla de haber dado un desarrollo decisivo a omnibus rebus in contrarias partes disserendi)... Arist6teles fue el primero
la teoría de la dialéctica (cfr. 184 a 2·7), observa el parentesco de la práctica en practicarlo y sus sucesores volvieron a hacerlo (CICERÓN, Tusculanas, II,
dialéctica con la sofística (183 b 1), sin citar siquiera a Plat6n entre sus pre- 3, 9). Cfr. Ad Att., XIII, 19, 4. Por el catálogo de Diógenes Laercio (n.o 70)
decesores, y situando a Sócrates -al parecer- dentro de la prolongaci6n de se sabe que Aristóteles habra compuesto Oéaet~ lmxetplJl1aT.txal, título aso-
la sofistica (183 b 8). Por último, un texto de que informan Di6genes Laercio ciado por MORAux (Les listes anciennes... , p. 70) con el siguiente testimonio
'1 Sexto Empírico asegura que Arist6teles veía en Zen6n «el inventor de la de ALEJ. (in Top., I, 2, 101 a 26; 27, 17): «Hay... libros de Arist6teles y
dialéctica. (ebpe't~~ ~ta).,eX'ttx7j~) (Di6genes LAERCIO, IX, 29; fr. 65 R; cfr. Di6- Teofrasto, donde se encuentra una argumentaci6n construida mediante argu-
genes WRCIO, VIII, 57; Sexto EMPíRICO, Adv. dogmat., I, 6, 191 Bekker; mentos probables, en favor de proposiciones contradictorias."

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esencial de la herencia del Liceo 15. Por otra parte, un texto de los Iidad de la c~pacidad dialéctica y probabilidad del punto de parti-
T6picos muestra claramente cómo este uso de la dialéctica se vincu- ua- la dialéctica se opone a la ciencia, cuya teoría elabora Aristóte-
la aún directamente al arte del diálogo: «Con respecto a cualquier I en los Segundos Analíticos. En tanto que la ciencia se refiere a

-
tesis, deben buscarse a la vez argumentos en pro y en contra, y, una un género determinado del ser, y a uno solo 19, «1a dialéctica no se
vez hallados, investigar inmediatamente cómo puede refutárselos: fiere ni a cosas determinadas de este modo 20 ni a un género úni-
pues, de este modo, resultará que nos ejercitaremos a un tiempo tan- e »21. Mientras que cada ciencia se apoya en principios que le son

-
to en preguntar como en responder» 16. propios, la dialéctica intenta demostrar principios comunes (xolvá)
Pero estas referencias ~ la significación primitiva y obvia de la todas las ciencias, como el principio de contradicción: si tales prin-
dialéctica acaban por quedar aisladas en la obra de Aristóteles, sin cipios comunes son aquellos por cuya virtud las ciencias se co-

-
duda porque caen por su propio peso. Aristóteles, en cambio, insiste munican (tlttXOlVOO\lOÜOI), no será extraño que .la dialéctica mantenga
en un segundo aspecto de la dialéctica, sin preocuparse por ligarlo con todas las ciencias esa misma relación de comunión 22. De hecho,
claramente al anterior: el carácter universal de su campo y sus pre- Aristóteles insiste a menudo en esa vocación del dialéctico para mo-
tensiones. Dicho carácter aparece ya desde la primera frase de los verse en el seno de las consideraciones comunes 23.

-
T6picos: «El objeto de este tratado es hallar un método gracias al En cuanto al segundo carácter, se desprende del primero: la
cual podremos razonar (OOA.A.0l'l4Eo6al) sobre cualquier problema probabilidad de la tesis dialéctica (que se opone a la necesidad de las
partiendo de tesis probables (tE tvaóEoo\l)>> 1'. Y más adelante designa premisas del silogismo demostrativo) es la contrapartida inevitable

-
como «razonamiento (oo).,).,O,IOllÓ<;) dialéctico» al razonamiento que de su generalidad. Es trivial afirmar que la cualidad de nuestro saber
acaba de definir y que «será el objeto de investigación del presente varía en razón inversa de su pretensión de universalidad. Pero Aris-
tratado» 18. En los dos puntos que Aristóteles subraya -universa- tóteles da una justificación filosófica de esta relación entre la gene-

-
ralidad del discurso y el carácter simplemente probable de sus afir-
Cfr. los testimonios de PLUTARCO y ESTRABÓN, Intr., cap. 1, pp. 27-28.
15 maciones: no pueden demostrarse los primeros principios de cada
T6p., VIII, 14, 163 a 36-b 3. Aristóteles, recordando el «diálo~o del
16 ciencia, ya que toda demostración parte de principios propios del

-
alma consigo misma», al que Platón asimila el pensamiento (['eeteto, 189 ei género considerado y no pueden concebirse, en el interior de la cien-
Sofista, 263 e; cfr. Filebo, 38 c·e), añade: «y si no tenemos a nadie con quien
discutir, lo haremos con nosotros mismos». Cfr. De coelo, II, U, 284 b 8. cia en cuestión, principios propios anteriores a los primeros princi-
Por último, Aristóteles reprocha a la antigua dialéctica el no haber sido «un pios. Los únicos qut. pueden ser anteriores a los primeros principios

-
poder 10 bastante fuerte como para examinar los contrarios independiente- propios de cada ciencia son los principios comunes a todas las cien-
mente de la esencia» (M, 4, 1078 b 23. Acerca del sentido de esta última
reserva, por la que Ar. glorifica a la dialéctica tal como él la concibe, ver haber descubierto el silogismo demostrativo, Aristóteles deja un lugar para
in/ra, pp. 281-284. el silogismo dialéctico: habría, pues, coexistencia de ambas técnicas, y no susti-

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11 T6p., 1, 1, 100 a 18.
tución de una por otra). No vamos a entrar aquf en el detalle de esta polémica
18 T6p., 1, 1, 100 a 22. Traducimos aUf..f..0TL"llÓ~ por razonamiento y no por
(en la cual suscribiríamos el punto de vista de H. Maier). Di~amos tan sólo
silogismo. En efecto, creemos que esta palabra no tiene aún en los T6picos el que, si es verdad que Aristóteles opone la dialéctica, no al silogismo, sino a la
sentido técnico y propiamente aristotélico acreditado luego en la teoría de los demostraci6n, y que, por tanto, un silogismo no demostrativo es en principio

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Analíticos (es sabido que las palabras auu..0TiCeaOal. auu..0TI"llÓ;. son empleadas posible (dr. Anal. pr., 1, 4, 25 b 30: «La demostraci6n es una especie de
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cias. Pero esos principios comunes no pueden ser demostrados: en más cosas, sino aquellos más conocidos (T"lOpíl'0'e); por último, ju-
primer lugar, por el mero becho de que, siendo comunes y desbor- gando con el doble sentido de la palabra lva.~oe, Aristóteles define
dando por ello cualquier género, no pueden ser objeto de ciencia la tesis probable como la aprobada por aquellos sabios más apro-
alguna; además porque, siendo fundamentos de toda demostración. bados (p.d).,o,a lvaó~o'e). Así pues. cuando Aristóteles invoca la au-
no pueden ser demostrados ellos mismos. ¿Cuál será entonces el toridad de los sabios para definir la probabilidad de la tesis dialéc-
criterio de su verdad? Sólo puede serlo la probabilidad de las tesis tica, no está pensando en un carácter intrínseco de la sabiduría, que
empleadas respecto a eUos ". La imposibilidad de demostar, o más sería de algún modo index mi: la sabiduría aquí invocada (y eUo
bien de justificar >s, ¡os principios de cada ciencia de otro modo que bastaría para distinguirla de la ciencia) no se apoya tanto en s1 mis-
mediante principios comunes. y la imposibilidad correlativa de de- ma, en su penetración o capacidad de conocer, como en su notorie-
mostrar esos mismos principios comunes, hacen que el dialéctico
dad. Sabio es aquel a quien reconocemos todos como tal: se le invo-
deba recurrir a tesis simplemente probables. ca aquí menos por lo que es que por lo que representa; su sabiduría
Se ha puesto en tela de juicio, ciertamente, el que deba tomarse
no es tanto la suya propia como la de las naciones. En e! mismo
en sentido restrictivo la expresión (,ti lvao~a) que nosotros traduci- instante en que Aristóteles parece autentificar el consentimiento uni·
mos por tesis probables ". Pero la noción de probabilidad no es por versal mediante la autoridad del sabio, define la autoridad de! sabio
sí misma peyorativa; sólo lo es si la comparamos con la necesidad mediante e! consentimiento universal, sustituyeodo as1 la autoridad
de las premisas del silogismo demostrativo, exactamente como la de la sabiduría por la sabiduría de la autoridad. Así advertimos tan-
generalidad. acaso inevitable. del discurso dialéctico sólo es conde- to e! valor como los Iímites de la probabilidad dialéctica: siendo co-
nable si se la compara con la perfecta demostración del campo de rrelato de los discursos universales. en el doble sentido de discurso
cada ciencia particular. En s1 misma, la probabilidad significa un sobre la totalidad y discurso admitido por la universalidad de los
progreso por respecto a la tesis meramente postulada: probabilidad hombres, es inferior, sin duda, a la demostración; pero interviene
no es arbitrariedad, y la tesis probable es infinitamente más que la seimpre que la demostración es imposible. es decir, siempre que e!
simple hipótesis. «Las tesis probables -dice Aristóteles-- son las discurso se universaliza hasta el extremo de perder todo punto de
que corresponden a la opinión de todos los bombres (lvao~a ,ti apoy real: corrige entonces nuestro alejamiento de las cosas median-
aoxoóv'ta 1tdctv), o de la mayor parte de ellos, o de los sabios, v, entre te e! recurso al consentimiento y a la autoridad de los hombres.
éstos, ya de todos, ya de la mayoría, ya -por último-- de los m~s Tales rasgos, sobre los que volveremos cuando se trate de estu-
notables y prestigiosos (,ole I'd).,o,a T"lOpíl'0le xal lVaÓ~Ole)>> . diar el juicio de Aristóteles sobre la dialéctica y sus relaciones con la
Esta definición de lo «probable» confirma con un nuevo rasgo la filosofía, bastan desde ahora para esbozar la figura del dialéctico. El
universalidad de la tesis dialéctica: universal, lo es doblemente, pri- dialéctico ~ opone al docto, al hombre competente, al especialista:
mero por su materia, y luego por su modo de establecerse. La tesis no tiene un campo propio, pero su poder, si no su competencia, se
dialéctica es la reconocida por todos, y las restricciones que Aristó- extiende a todos los campos. Entonces, no siendo prisionero de cien-
teles parece hacer en seguida a esa primera afirmación no hacen sino cia alguna, «comunica» con todas y las domina todas, y a él incumbe
confirmar indirectamente e! carácter universal del «consentimiento» la tarea de poner de manifiesto la relación de cada una de eUas con
dialéctico: pues los «sabios» son invocados aquí tan sólo como aque- esos «principios comunes» que rigen, no tal o cual región determi-
llos ante cuya autoridad, de común acuerdo, se inclinan los hombres; nada del ser, sino el ser en su totalidad. De este modo, él es quien
y entre los sabios, resultarán privilegiados no aquellos que conocen asigna a los discursos paróales, es decir científicos, su lugar y su
sentido por respecto al discurso total. Pero este poder del dialéctico
24 Resumimos aquí. comentándolo, d pasaje de Jos Tópicos. 1, 2. 101 a tiene sus límites, o más bien su contrapartida: al desear aclaraciones
37-101 b 4. sobre todas las cosas, no posee precisamente sobre todas ellas más
25 No puede tratarse de una demostraci6n en se:ttido estricto. J;JUes. d
silogismo demostrativo (j. ~. cieotlfico) se mueve siempre en d mtenor que «aclaraciones». Es menos docto que cultivado. No sabe nada
de un género y a partir de principios propios de ese &énero. . por sí mismo, sino que repite lo que se dice y se ve obligado a con-
16 Cfr. L. M. RÉGIS, L'opinion chez Ar., pp. 83.86¡. LE BLONO. Logtque tentarse, en la discusi6n, con la aquiescencia de su interlocutor.
.1 milhod•...• pp. 9·16; E. WEIL, La plae< d. la IOR'qU•..., pp. 296-299.; Procediendo de este modo, dice Aristóteles, nunca estamos seguros
P. WILPERT, Aristote/es und die Dialektik. Kant-Srudien, 1956-1957, pági-
nas 247·2'7. de llegar al punto hasta el cual es posible la búsqueda. es decir.
7Z T6p., r, l. 100 b 21. hasta la cosa misma, pues nos detendremos al hallar no lo verdadero,
2:¡O 2n
sino lo que parece verdadero. Pero la verosimilitud es un criterio de tenda y, a través de ella, de universalidad, gracias al poder maravi·
probabilidad, no de verdad 28. Especialista en generalidades, el dia· lloso del logos.
léctico puede parecer superior a los sabios, puesto que su campo es Donde más claramente aparece esta ambición es en Gorgias. Se-
coextensivo con la totalidad de los campos particulares de éstos: en gún él, la retórica es el arte supremo, aquél que, sin tener objeto
realidad, es inferior a todos y cada uno en su terreno propio; al no propio él mismo, impone sus órdenes a todas las demás artes. Es, en
adiestrarse dentro de ningún género determinado, es siempre segun- efecto, el arte de dar valor a las otras artes, el arte sin el cual las
do en todos los géneros. Por último, su discurso alcanza la universa- demás estarían destinadas a la impotencia, y el único mediante el
cual pueden ejercer su poder; en una palabra, una especie de media-
lidad tan sólo al precio de la vacuidad: es sabido que Aristóteles dor universal. Ya conocemos los ejemplos paradójicos que Platón
asocia a menudo las ideas de dialéctica y de generalidad vacía. Que- atribuye a Gorgias en el diálogo platónico que lleva su nombre: el
riendo unificar los terrenos dispersos de los diferentes saberes, que- arte del médico es imposible si no va acompañado de los prestigios
riendo superar lo que hay de fragmentario en el discurso científico, de la retórica; y, ante la asamblea del pueblo, será elegido médico el
queriendo elevarse por encima de los géneros, el dialéctico comete retórico, pues «no hay asunto del que no pueda hablar un hombre
el mismo error que la paloma de Kant, la cual imagina que «volaría que conoce la ret6rica, ante la multitud, más persuasivamente que
aún más rápidamente en el vado», pero advierte, cuando llega a él, el hombre de oficio, sea cual sea» 31. Gorgias anunciaba un poco ano
«que ya no avanza, pese a sus esfuerzos» 29. tes el sentido de estos ejemplos: son la «prueba contundente»
Podríamos continuar mucho tiempo con este retrato hecho de (flÉrlX 'tex¡.t. 'ÍjPlOV) de que la retórica «engloba dentro de ella, por así
contrastes, según el cual aparece alternativamente el dialéctico, ya decirlo, y mantiene bajo su dominio a todas las potencias» 32.
como hombre universal en quien se reconoce la universalidad de los La tradición, influida en este punto por la crítica socrática y
hombres, representante total de la humanidad total, ya -inmed~ata­ platónica, ha sido uniformemente severa hacia ese arte universal de
mente después- como vano discurseador que se contenta con diser- persuasión, cuya única finalidad habría sido la de sustituir ilusoria-
tar «verosímilmente acerca de todas las cosas» 30. Tan vivo es este mente, en cada terreno, a la competencia del hombre de oficio. Los
retrato, y tan apasionados los juicios contradictorios que conlleva, ejemplos aquí invocados tienden de modo evidente a subrayar el
que no podemos dejar de ver en él la referencia a alguna figura his- carácter ilusorio e ilegítimo de dicha sustitución. Pero si Gorgias dio
tórica, y a alguna polémica suscitada por ella. La figura histórica que en efecto tales ejemplos del poder de la retórica, su intención no
parece fascinar a Aristóteles, en el instante mismo en que rechaza debía ser la de darles ese sentido. De hecho, no está vedado descu-
la adhesión a su falso prestigio, es fácil de reconocer: se trata sin brir, tras la paradoja de que informa solícitamente Platón, indicios
disputa del retórico o del sofista, de ese tipo de hombres aparecidos de una concepción profunda y, en todo caso, defendible, de las rela-
en el siglo V y cuyo rasgo más común es su pretensión de omnipo-
J ciones entre el hombre y el arte. Decir que el médico debe ser tamo
bién retórico es recordar, sencillamente, que las relaciones entre el
28 Más arriba hemos visto cuál era la relación ambigua entre la verosimi- médico y el enfermo son relaciones humanas, que el médico es impo-
litud del discurso y la verdad de las cosas: dejándonos guiar por el discurso, tente sin el consentimiento del enfermo, que no se puede hacer
estamos seguros de no faltar nunca enteramente a la verdad, pero nunca esta-
mos seguros de alcanzarla en sí misma. Cfr. 1.' parte, cap. n, § 1, p. 112 (a pro- felices a los hombres contra su voluntad y que, por último, el saber
pósito de a, 1, 993 a 30 ss., y De Coelo, n, 13, 294 b 8-10). tan sólo confiere verdadera superioridad en la medida en que el
29 Crítica de la razón pura, Introd., nI. hombre de ciencia es reconocido como superior. Gorgias no puede
30 No podemos dejar de reconocer, en la irónica definición qu.e da DES-
CARTES de la filosofía de su tiempo, como «arte de hablar verosímIlmente de
haber querido decir que el retórico era más competente en medicina
todas las cosas» (Discours de la méthode, l.' Parte, p. 6, Gilson), el recuerdo que el mismo médico, sino tan s610 que la competencia no era para
de alguna definición escolástica de la dialéctica, que hubiera resumido. en él lo esencial, porque la competencia encierra al hombre de. arte en
una fórmula única los diversos caracteres que Aristóteles reconoce suceSIva- una determinada relación con el ser, mientras que las re1aclOnes de
mente en dicho arte: efectivamente, no podemos imaginar mejor definición
sintética de la dialéctica que aquella que la presenta como un arte de hablar, médico y enfermo son relaciones de hombre a hombre, es decir, rela-
o sea, de enunciar tesis y antítesis igualmente ll/;rosímiles a~erca del ~er en su ciones totales. Lo que Gorgias ha puesto por encima del hombre
totalidad' es exactamente la consuetudo de omntbus rebus In contrarIas partes
disserendi de que habla CICERÓN (cfr. más arriba, pp. 247-248), junto con la re-
Gorgias, 456 be.
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ferencia además tan típicamente aristotélica, al carácter de simple verosimilitud


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que po;een las tesis dialécticas (verosímil traduce el ev8oEov de Aristóteles).
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competente es el hombre cualquiera, el hombre simplemente huma- hombre de ciencia, por la doble razón de que la ciencia especiaÍiza y
no, o sea, universalmente humano. ais~: . ~epara al hombre de si mismo, 10 compartimenta, 10 trocea,
Ahora bien, que ese hombre sea el retórico puede parecer arbi- unpidiendole entonces reencontrar en sí misma esa humanidad total
trario: ¿acaso la retórica no es un arte más entre otros? En realidad que le permitiría comunicar con ese hombre total, capáz de delibe-
no lo es, y por dos razones: la primera, que el arte retórica (y por ración J acción, de juicio y pasión, que es el oyente del discurso re-
esto, como veremos, emparentará con la filosofía) no tiene objeto tÓtlCO . Al separar al hombre de sí mismo, la ciencia separa también
propio; el retórico es quien puede hablar verosimilmente de todas al hombre del otro hombre: sustituye la titubeante fraternidad de
las cosas. lo cual, ciertamente, requiere «cultura», pero no una iluso- los que viven en la «opinión» por la trascendencia de «los que
ria e imposible «polimatía», y excluye, a fortiori, toda especializa- saben. 36.
ción. En segundo lugar, si es cierto que la habilidad técnica supone Comprendemos, entonces, la tesis aparentemente escandalosa -de
cierto «saber hacer», que no se confunde con ningún otro y se ad- Gorgias acerca del primado de la retórica: la retórica no vale más
quiere mediante una enseñanza especializada, esa técnica retórica que la ciencia desde el punto de vista de la ciencia pero el retórico
sigue siendo puramente formal: no supone ningún «saber de la vale más. que el sabio,. e~ cuanto hombre. El saber debe hacerse opi-
cosa», sino una experiencia de los hombres, y, más precisamente, món a fm de ser reCibido por los hombres' el hombre de ciencia
de las relaciones interhumanas. En este sentido conlleva la Ret6rica debe recurrir al retórico si quiere que su cie~cia se haga ciencia del
aristotélica, en su libro n, una especie de antropología práctica, en hombre y para el hombre. Si el saber divide a los hombres al mismo
la cual nos sentiríamos tentados a ver un tratado acerca del carácter tie.mpo que los sepa~a ~el ser en su totalidad, la opinión 'los recon-
y las pasiones si Aristóteles no nos prohibiera considerar como cilia dentro del mOVllDlento unificador y universalizador de la pala-
«científicas» las definiciones que en ese lugar propone ". También bra, cuyo progreso infinito no puede ser dividido ni detenido por
en este punto Aristóteles se hallará más próximo a los retóricos y nada, a no ser otra palabra.
sofistas que a Platón: no reasumirá por cuenta propia la opo"¡ción, Convenia recordar estos rasgos del orador según Gorgias, tal
desarrollada en el Fedro, entre una retórica filosófica fundada en un como se desprenden por antítesis de la crítica que de ellos nos ofrece
saber que Platón llama, extrañamente, dialéctico, y una rutina empí- Platón, y como serán perpetuados por la enseñanza de lsócrates.
rica, fundada en la opinión. Mejor dicho: Aristóteles, al rechazar Ayudan a comprender la seriedad con la que Aristóteles afrontará
deliberadamente la idea de una retórica científica, no conocerá otra un arte hacia el cual su maestro sólo albergaba desprecio. Sobre
retórica que la de los retóricos: un arte que no puede ser otra cosa todo, ayudan a presentir los orígenes antiplatónicos de cierto nÚJDe-
que empírico, puesto que es el carácter empírico mismo de la rela-
ción de hombre a hombre, y sólo él, aquel que hace necesaria la me- que una ciencia exacta de las inútiles» (compárese con De parlo animal., 1, 5,
diación retórica, allí donde no está dada, o simplemente no está re- ~5 a 1 SS., do~dt; ARISTÓTELES hace el paralelo entre la excelencia un poco
conocida, la transparencia de un saber. Una retórica científica sería le~ana d~ CO~OClmlento del Cielo y la proximidad y familiaridad del conoci-
una contradicción en los términos ". El retórico no puede ser un mIento bI016gIco). Dada la conocida antipatía de Aristóteles hacia Isócrates
dich~ conveq~<;ncia no pyede explicarse po~ un préstamo directo, sino por 1~
comun adheslOn -provIsta de reservas, Clertamente en Arist6teles- a un
33 Nos permitimos reenviar, acerca de este punto, a nuestro artículo -.:Sur tema que debía de ser tradicional entre los ret6ricos.' Cfr. asimismo GORGIAS,
la définition aristotélicienne de la colere., Ref). phil., 1957, especialmente Helena, 11j lSÓCRATES, Ad Nic., 41; Anlidosis. 271. Acerca de estos temas
pp. 304-305 Y 316-317. en 1s6c~tes, cfr. E. MtKKOLA, lsokrales, Hclsinki, 1954, pp. 196-200; sobre
304 cEs preciso -dice ARISTÓTELES-- hablar de cada tema con la precisión la relac6n .entre lsócrates y Arist6teles, buenas puntualizaciones en L. To-
que 8. comporta»; ahora bien, hay materias que, siendo imprecisas ellas mis- R.RACA, 1l lrbro 1 de! De pllr/ibus anima/ium di Arislo/e/e, Nápoles. 1958, pá.
mas no permiten que se hable de ellas coñ precisión: ase sucede con la ética; gmas 8-13 (a propósitO de De parlo animal., l. 1, 639 a 1 SS., que comentare-
cscr'fa erróneo esperar del matemático argumentos simplemente persuasivos, m~ más a?elante~, y nuestra recensión de ese artículo en R. E. G., 1960. Sobre
y del retórico demostraciones científicas. (Et. Nic., l, 1, 1094 b 23-27). Este la in!Iuc:nca de. CIertos temas retóricos en Arist6teles, cfr. también nuestra CQ.
texto no sólo ttae a colación la oposición entre demostración y retórica, sino munlcaa6n «Scieoce, culture et dialectique chez Aristote», Acles du Conues
que sugiere -idea que habría indignado a Platón- que la probabilidad r:t6- ~. Bud¿, Lyon, 1958, pp. 14+149 (donde hemos cometido el error de no men-
rica es la única legítima allf donde no hay materia de un saber demostratIvo. eonar a lsócrates). Para una rdlabilitaci6n moderna de la retórica, véanse las
Igualmente, Gorgias, y, tras él, lsócrates, instituían sobre la imposibilidad de obras de Ch. PEREUIAN y L. OLBREC H TS-TYTECA especialmente Rh¿lorique el
la ciencia la omnipotencia de la persuasión relórica, generadora de opinión, y no Phüosophi~ Par~, 1952. •
ciencia. Tal es uno de los temas del tratado de Gorgias Acuca del no-s" 15 Cfr. nuestro ardculo «Sur la définilion aristotaicienne de la col~ru,
(dt. más arriba, cap. n, § 1, p. 99 ss.). Cfr. lSÓCRATES, Bol..., 4: .Es pp. 304-305.
mucho más importante tener opiniones convenientes acerca de las cosas útiles 36 Cfr. PLATÓN. Político, 292 c¡ TUlelo. 170 4.

254 255

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ro d~ temas aristotélicos: la rehabilitadón de la opiniÓn, y, parale- cia, ciencia del bien y del mal- que define la sabiduda. Esta pró-
lamente, de ese arte que, más aún que la retórica (que se contenta blemática no es exclusiva de los diálogos socráticos: volvemos a en-
con utilizarla o suscitarla) toma la opinión como objeto, arte al contrarla en el Filebo, donde Platón se pregunta qué ciencias -que
que Aristóteles volverá a dar e! viejo nombre de dialéctica que Pla· podrían llamarse «primeras»- intervienen en la constitución de la
tón había desviado de su sentido al aplicarlo paradójicamente a la vida buena.
más alta de las ciencias, la que debe librarnos definitivamente del Es indudable que Aristóteles continúa ese mismo debate cu~ndo
reinado de la opinión. se esfuerza por designar la ciencia que él llama primera, o también
arquitect6nica. En el libro 1 de la Etica a Nicómaco, esa investiga·
ción se halla explícitamente asociada a una reflexión acerca de la
2. Lo UNIVERSAL y LO PRIMERO
felicidad. La experiencia más inmediata nos pone en presencia de
una pluralidad de fines humanos: uno busca la salud, otro la victo-
El problema del valor respectivo de la polimatía, la cultura y la ria, otro la riqueza. A cada uno de estos fines corresponde una téc·
competencia; el problema -más técnico-- de las relaciones entre nica apropiada: medicina, estrategia o economía. Pero ¿acaso esos
ciencia y opinión; la tensión -tan política como fi10sófica- entre
fines no son divergentes, y esas técnicas meramente yuxtapuestas?
universalidad y primacía: todos estos temas que acabamos de evocar
volverán a ser tratados y se ampliarán dentro de un debate cuya im· No, responde Aristóteles, pues todo fin es un medio por respecto a
portancia acaso no baya sido observada lo bastante J1, y que va a un fin más elevado, y las técnicas se subordinan a otras técnicas: las
permitirnos captar la unidad, al menos polémica, de preocupaciones técnicas de fabricación a las técnicas de uso, que a su vez no son sino
y doctrinas que el análisis tradicional tenía por costumbre disociar. los instrumentos de la ciencia de un bien mayor; así, el arte dd
Dicho debate, que iba a hacerse clásico en la filosofía ateniense guarnicionero se subordina al del jinete, y e! de! jinete al de! estra-
del siglo v, y en relación al cual platonismo y aristotelismo represen- tega 39. Pero ¿cuál es el fin supremo, e! fin que, ó10 es fin, y no ya
tan sólo dos tipos de respuestas entre otras, podría resumirse así: medio, y que remata la serie de los fines para asegurar su conclu-
¿cuál es e! arte o la ciencia que e! hombre debe poseer para ser sión y, por eso mismo, su unidad? Al modo en que el movimiento
feliz? Si se responde, como hacían los Antiguos, que ese arte o esa supone un primer motor no movido, o que la demostración supone
ciencia es la sabiduría, la cuestión se replanteará en estos términos: una primera premisa no deducida, así la serie de los fines supone
¿cuál es el arte o la ciencia que constituye la sabiduría? Esta «cues- un fin que no se halle mediatizado, sin 10 cual estaríamos condena-
tión disputada», muy genérica en su formulación, pero dentro de la dos a una regresión al infinito. Paralelamente, ¿cuál será la ciencia
cual parece haberse circunscrito muy pronto el debate entre ciertos primera, rectora, o, como Aristóteles dice, «arquitectónica» 40, aque-
tipos determinados de respuestas, anima varios diálogos platónicos. lla cuya función describía ya el Eutidemo bajo el nombre de «arte
Hemos recordado más arriba unas páginas de! Eutidemo en las que real»? Dicho de otro modo: si es que hay ~mo los filósofos anti-
Sócrates se preguntaba qué ciencia otorga la felicidad a quien la po- guos han admitido siempre 41_ una unidad de los fines humanos,
see, sin llegar a decidirse entre varias soluciones, ya presentadas
¿cuál será la ciencia de esa unidad, que al mismo tiempo será la uni·
-parece- como clásicas 38. Habría que citar en su totalidad el Cár·
mides, donde el problema debatido es el de la definición de la sabi-
dad de la ciencia, ya que la relación entre los fines vuelve a encon-
duría, o, con más precisión, la investigación de aquella ciencia trarse en la relación entre las ciencias de esos fines? La respuesta de
--ciencia en sus propios asuntos, ciencia de las ciencias o de la cien- Aristóteles en la Etica a Nicómaco es inesperada y decepcionante.
Era de esperar que la respuesta fuese: la filosofía, o, al menos, la
J1 No obstante, hemos de reconocer aqw de una vez por todas nuestra ética. Pero es la política la declarada aquí «primera de las ciencias,
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deuda con la obra de DUPRÉEL, Les sophistes, cuyos cotejos son siempre muy más arquitect6nica que cualquier otra» 42. Pero esta respuesta, no
sugestivos. Con todo, no podemos seguirle cuando se cree autorizado a poner preparada en absoluto por e! contexto, parecerá menos extraña si
tal o cual nombre detrás de tal o cual interlocutor de un debate cuya historia
sólo nos transmite un eco indistinto y, en cualquier caso, anónimo. Por ejem-
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38 Cfr. más arriba, al principio del presente capítulo. 42 Et. Nic., l, 1, 1094 a 27.

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\remos en ella, según atestigua e! pasaje ya citado de! Eutidemo ", testigo de la tradición tilosótica media. bicho texto es uno de esos
un tipo tradicional de respuesta a un problema no menos tradicional. diálogos que, pese a hallarse recogidos en el Corpus platónico, no
Se ha observado a menudo la divergencia entre este pasaje de la parecían menos sospechosos a los propios antiguos: los Rivales. El
Etica a Nic6maco yel del comienzo de la Metafísica, donde la prima- problema de los Rivales (o acerca de la Filosofía)" es el mismo que
cía no se le otorga a la política, sino a la sabiduría, 'previamente de- más arriba hemos mencionado. Se trata de saber qué es filosofar",
finida como ciencia de los principios y las causas . Más adelante sea, una vez más, «qué ciencias debe aprender quien se ocupa de
veremos que la divergencia es sólo aparente y que, en realidad, Aris- filosofía."'. Se proponen sucesivamente tres respuestas: la filosofía
tóteles propone un mismo tipo de respuesta en ambos casos. Pero es la ciencia de todas las cosas o, lo que viene a ser lo mismo, se
importa hacer norar aquí que es el mismo problema el planteado, confunde con la totalidad de las ciencias; a ésta se le opone la res-
casi en los mismos términos, en el texto de la Metafísica y en el de la puesta que Sócrates hará suya: la filosofía es la ciencia de una cosa
Etica a Nic6maco, y que ese problema no es otro que el del Eutide- única, pero privilegiada, que sería el hombre mismo, o por lo menos
mo, el Cármides y el Filebo: se trata de definir «esa ciencia llamada lo que tiene que ver con la excelencia del hombre", es decir, su
sabiduría» ti, o bien -lo que viene a ser lo mismo, si es cierto que bien y su mal "; entre ambas respuestas, una solución intermedia:
la sabiduría es presentida confusamente como la ciencia más alta, la la filosofía no sería ni ciencia de las ciencias, ni ciencia de sí misma,
que trae al hombre la felicidad--- de instiruir un certamen entre las sino cierta culrura, intermedia entre la competencia universal y la
ciencias para determinar cuál puede pretender la primacía, cuál es especialización, que permiriría al hombre cultivado (1tE1ta,a.O¡J.ivov),
arquitectónica o, como dice el texto de la Metafísica, más apta para .sin poseer de cada arte un conocimiento tan preciso como el del
gobernar (dPXlY.w<án¡) "; cuál, en fin, posee el privilegio que el hombre de oficio «.v -ri¡v <"xv7jv !xoV'a)., poder comprender, no
Eutidemo describía como propio del arte real. obstante, «las explicaciones del bombre de arte «oü a7j11l00pToü)
Una vez admitido que el hombre alcanza la felicidad a través de mejor que todos los que lo escuchan, y ser capaz de emitir su opini6n
la ciencia, se trata de averiguar qué ciencia entre las conocidas --o, de tal mndo que parezca (aoxElv) el más experto conocedor...• ".
si hace falta, entre las aún por nacer- puede darle al hombre la Polimatía, competencia eminente, cultura general: en el primer
felicidad. Buscar la ciencia primera, rectora, constirutiva de la «vida caso, una ciencia primera por ser universal; en el segundo, una cien-
buena.: ese viejo problema sigue siendo el problema de Aristóteles; cia universal por ser primera; entre ambos, una universalidad adqui-
podríamos casi decir que el único problema de la Metafísica. Cuando rida sólo a expensas del verdadero saber, y que no concede, por
Aristóteles llama «ciencia buscada. -«ciencia anhelada., según tanto, más que una primacía aparente. También tres tipos humanos,
traducirá tan justamente Leibniz- a esa ciencia que aún no tiene propuestos a nuestra elección como posibles ilustraciones de la sabi-
nombre ni lugar, no debe verse en tal expresión un mero ripio, como duría: el erudito, polímata como lo era Dem6crito ", pero también
parece que ha hecho la mayor parte de los traductores, sino la refe- «politécnico. como pretendía Ripias, que se envanecía de haber fa-
rencia precisa, captable fácilmente por sus oyentes, a un debate que bricado él mismo todo lo que llevaba encima "; como opuesto, el
debía estar vivo entre sus contemporáneos", y al cual --estimaba filósofo, que no lo conoce tndo, sino sólo lo esencial--es decir, y en
Arist6teles- ninguna respuesta satisfactoria había puesto fin.
¿Cuáles eran, entonces, las posiciones enfrentadas? No es en un 48 Nótese que el subtítulo de los Rivales es el título mismo de una obra
diálogo platónico, ni en un texto de Aristóteles, donde buscaremos de juventud de Aristótcles. Se trata sin duda de una coincidencia (ya que los
su más desnuda expresión, sino en una obra que por su misma trivia~ subtítulos de los diálogos platónicos datan de su clasificación en tctralogías).
lidad y la medioctidad de su autor puede ser considerada como fiel pero quc subraya, al menos, un parentesco de contenido, y la permanencia
de un género.
.. 291 c. .. 133 C•
44 A, 2, 982 b 2, 5·7. Cfr. Ross, Metaph.} 1, 121¡ ]. SOUILHt, in El. Nic" 50 135 O.
l, od 1094 o 26. " 137 C.
.. A, 1, 981 b 28. " 137 de.
" A, 2, 982 b 4-5. " 135 d.
47 Cfr. Cármides, 175 b: cEsta ciencia que )la busco, la que más contri- " Fr. 165 Diels (dr. 0[60. LAERcro, IX, 37).
buye a la felicidad, ¿cuál es?,.; Epinomis, 976 cd: «Necesitamos descubrir una 55 Hip. menor, 368 be. Acerca dc la polimatía de Ripias, ver aSlmumo
ciencia que sea causa del hombre realmente sabio... Es una búsqueda muy Hip. mayor, 285 b, 286 ob. También emplea Platón, para designar a los anti¡¡uos
dificil la que emprendemos al buscar... una ciencia que merezca actualmcote sofisw (en oposición a los quc luego se «especializarían. en la erística), la ex-
y coa justo título ser llamada sabiduría.• presión táoa:olfOl (Eutidemo, 271 ej.

258 259
primer lugar, a sí mismó--, y que, en posesi6n del principio, domina géneros: superior, sin duda, en conjunto, al común de los atletas,
con su visión clara todo lo demás: filósofo de los principios, pero al pero inferior en cada actividad particular a los campeones 60. Sócrates
mismo tiempo y por igual razón príncipe de la ciudad, detentador ridiculizará sin trabajo esa concepción con un argumento que, una
de ese arte supremo que los Rivales, al igual que el Eutidemo y el vez más, parece dirigirse contra Gorgias: «Pues bien, dime: si llega·
Político, no sólo por metáfora llaman «arte real».56. «Lo mismo es, ras a caer enfermo... ¿~ quién llamarías a tu casa para recobrar la
según toda apariencia --concluye el Sócrates de los Rivales-, rey, alud, a ese hombre de segundo orden que es el filósofo, o al médi-
tirano, político, administrador, maestro, sabio, justo; y una sola y co?» «Llamaría a los dos», responde agudamente el defensor del peno
misma ciencia es la ciencia real, tiránica, política, despótica, econó- tathlonista 61, acordándose sin duda de la eomplementariedad que
mica, la justicia, la sabiduría» 51. Pero entre el polímata y el rey· Gorgias atribuía al médico y al retor, pero mostrándose así, por
filósofo aparece ese tercer personaje que los Rivales llama «hombre desgracia, incapaz de justificar más ampliamente ese punto de vista.
libre y cultivado» 58: ese hombre que, sin ser competente en nada, in embargo, había opuesto a Sócrates poco antes un argumento
puede hablar verosímilmente de todas las cosas, y en quien puede que no por ser despreciado era efectivamente despreciable: «Me
fácilmente reconocerse la imagen, o quizá la caricatura, del retor se- parece, Sócrates, que comprendes bien 10 que es el filósofo al com
gún Gorgias, o del hombre cultivado según !sócrates. pararlo con el atleta de pentathlon. Pues pertenece a su naturaleza
Siendo ésos los personajes que se nos propúnen, poco importa no dejarse sojuzgar por asunto alguno, y no llevar ningún estudio
aquí la argumentación propia del Sócrates de los Rivales: un Sócra· hasta la perfección. No quiere, por ocuparse de un solo objeto, si·
tes que parece ser portavoz de un socratismo tardío, fuertemente te· tuarse en un estado de inferioridad respecto a todos los demás, como
ñido de platonismo 59. Nos quedaremos tan sólo -pues también ella los artesanos; quiere tocarlo todo con medida» 62. Volvemos a hallar
debía ser tradicional- con la comparación que permite al autor, del aquí el argumento según el cual la competencia, el saber, separan al
diálogo descalificar, en ese debate, al hombre meramente cultivado. hombre de la totalidad, argumento asociado al tema platónico del
Sucede con él, dice Sócrates, como con el atleta de pentathlon que, menosprecio de las técnicas, pero en un sentido que no es platónico:
aunque sea vencedor considerando los cinco ejercicios en su totali· en efecto, entre los argumentos de Platón contra las artes jamás en·
dad, no deja por ello de ser inferior en cada uno de ellos al hombre contramos ése; Platón no reprochaba al artesano la reclusión en su
de oficio: corredor, luchador, etc. Si no fuese más que hombre culti· especialidad, sino, por el contrario, no recluirse 10 bastante, igno·
vado, el filósofo sería, como el pentathlonista, segundo en todos los rando así su necesaria subordinación al filósofo, único que posee la
visión de la totalidad. La especialización, juzgada correcta por Pla-
.56 Rivales, 138 b. tón, nefasta por el autor de los Rivales, es aquí corregida mediante
57 138 c. la noción de medida, cuya resonancia aristotélica se ha subrayado
58 135 c. justamente 6.3. Pero si se tratase de un prés~amo sería por 10 menos
59 Como los demás diálogos apócrifos, los Rivales no puede haber sido inhábil, pues la medida se opone aquí a la perfección y el autor de
escrito antes de la época de Aristóteles: siglo nI según SOUILHÉ (No/ice,
pp. 11()..12), o segunda mitad del IV según CHAMBRY (No/ice, p. 67). Pero, los Rivales ignora manifiestamente la teoría según la cual la justa
como ha probado Dupréel, el carácter relativamente tardío de estos diálogos medida es lo más elevado, lo que le habría permitido poner en boca
no implica que sean un mero plagio de textos platónicos o incluso aristotélicos del interlocutor de Sócrates una defensa más convincente de esa
(en este sentido, BRUNNECKE, De Alcibiade 11 qui tertur Platonis, Gottingen, filosofía, universal por ser «mesurada», cuya idea había esbozado. El
1912, cit. por SOUILHÉ, p. 111), Y que no puedan ser utilizados, por tanto,
como fuentes autónomas. En efecto, nada impide que una de las fuentes de carácter no platónico de la primera parte del argumento, la incompa·
estos diálogos sean los escritos, hoy perdidos, de los otros socráticos, como tibilidad de la «medida» aquí invocada con la teoría que de ella
Annstenes o Esquines, y que sus autores hayan conocido, incluso, como pre- ofrece Aristóteles, permiten ver en esta frase algo distinto de una
cisa DUPRÉEL, «todos los escritos originales de los sofistas, o parte de ellos» simple reminiscencia de Platón o de Aristóteles: el eco de una po.
(op. cit., p. 114, n. 1). Por lo demás, es lo que SOUILHÉ reconoce: «Esas lémica anterior o contemporánea, cuya principal articulación -pa.
obras hacen revivir parcialmente ante nuestros ojos la actividad intelectual de
la Academia y de los medios más o menos emparentados con la escuela pla- rece- nos restituye aquí el autor, pese a sus impericias: hay que
t6niea... Los diálogos pseudoplatónicos pueden darnos idea de un llénero de escoger entre saber o saber hacer algo y hablar de todo, entre una
literatura que gravitó durante siglos en torno a los nombres de Sócrates y
Rivales, 135 e.
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Platón... Nos dan a conocer los temas en boga» (p. X, subrayado nuestro). ro
A este título utilizamos aquí los Rivales, como testigo de la atmósfera de pen- 61 136 ed.
samiento en la cual, o por relación a la cual, se constituyó la problemática 62 136 abo
aristotélica. 6.3 BRUNNECKE, op. cit.

260 261
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ciencia o un arte parcial y una universalidad que sólo se adquiere al La primera concepción es la de la polimatía, a la que van unidos
precio de la mediocridad. Antes de suscitar una reflexión acerca del los nombres de Dem6crito y los sofistas. «Voy a hablar de todo»:
saber, que será quizá lo esencial de la especulación platónica y aris- a este célebre comienzo de su tratado Sobre la Naturaleza debió De-
totélica, este problema se plantea aquí en su significación ingenua- m6crito sin duda, desde la antigüedad, su reputación de poIímata ",
mente humana: no se puede ser el primero en todos los géneros, no y contra él babía sido ya utilizado el argumento del pentathlonista,
se puede ganar a la vez en la carrera y en la lucha; el homhre es de del que nos informa los Rivales 67. De hecho, fueron espontáneamen-
tal manera que su fuerza y su saber se degradan al extenderse. Es te polímaras todos los primeros pensadores de Crecia, que preten-
cierto que el planteamiento del problema indicaba al menos el sen- dian hablar de la Totalidad. Heráclito citará, como ejemplos de hom-
tido de su solución: hallar un hombre que sea el primero en el con- bres cuya «polimatía» no ha adiestrado a la inteligencia, a Hesíodo
junto sin ser el segundo en el detalle, que no sacrifique ni la preci- y Pitágoras, Jenófanes y Hecateo de Mileto ". Pero fueron los so-
sión en aras de la totalidad, ni la universalidad en aras de la trascen- fistas, y en particular Ripias según el testimonio de Platón, quienes
dencia, que sea universal sin ser cualquiera, eminente sin ser limitado, se erigieron en primeros teóricos conscientes de la «polimatía» y la
y, para ello, comprometerlo con un arte o una ciencia que aúne la «politecnia» .
primacía con la amplitud de miras y que hable de todo sin desdeñar El fragmento 40 de Heráclito atestigua que, incluso antes del
cosa alguna. La permanencia de esta problemática, que reaparece desarrollo de la sofística, las pretensiones de erudición universal ha-
como un leitmotiv, casi con los mismos términos y provista de una bían provocado la burla". Progresivamente nace la idea, que parece
misma trama 64, en textos tan diversos como los que hemos citado, hoy de sentido común pero que sólo debió imponerse por experien-
no permite ya poner en duda que los sofistas, Platón y Aristóteles cia, de que la calidad del saber está en razón inversa de su extensión.
-por hablar sólo de ellos-- se han aplicado sucesivamente a solu- Pero si queriendo saberlo todo no se sabe nada, ¿qué habrá que
cionarla 65. saber para ser filósofo? 10. Si la filosofía no es la ciencia de todas
Acaso se nos permita abara reconstruir en su desarrollo histórico las cosas, ¿qué tendrá que conocer, para distinguirse de las demás
una problemática de la cual los Rivales nos ofrece tan sólo un esque- ciencias? Medimos mal la importancia que debieron tener para los
ma retrospectivo. Vemos mejor, a partir de aquí, el sentido preciso pensadores antiguos estas cuestiones que nos parecen hoy ingenuas:
del problema: la ciencia buscada, ¿es la ciencia de todas las cosas, o y es que les iba en ellas no sólo una definición abstracta de la filo-
bien la ciencia de una cosa única, pero privilegiada? O también, si sofía, sino la justificación de la actividad filosófica en cuanto oficio
convenimos en que la ciencia buscada debe poseer el doble carácter autón,:,mo. A una cuestión de este género debió responder Gorgias,
de la universalidad (nada le es extraño al sabio) y de la dominación que tu podía renunciar al ideal polimático de los Antiguos, ni igno-
(todo le está subordinado), podemos ver que dos posiciones extre- rar las críticas que ese ideal provocaba, y aún menos sin duda, el
mas se enfrentan: para una de ellas, la ciencia buscada es primera espectáculo de su efectivo fracaso. Gorgias habría reconocido prime-
por ser universal; para la otra, es universal por ser primera. ro que nadie que el arte supremo no es el imposible arte universal,
sino aquel que permite poner de relieve las demás artes ". La retó-
64 Hallamos as! el tema del «certamen., de la «lucha por la. primadu,. en
el Filebo y los Rivales, y, aunque de forma más abstracta, en la distinción " Fr. 165 Diels. cit. por Sexto EMPfRIco, Adv. Malh., VII, 265. Cfr. CI·
aristot8.ica entre filosofía primera y filosofía segunda. CERÓN, Acad. Pr., XXIII.
65 Seda interesante reconstruir estas cuestiones disputadas, esos clsbicos 67 Diógenes LAERCIO, IX. 37.
temas de debate, cuyo conocimiento permitida quid descubrir hilos conduc- " Fr. 40 DieIs.
tottS o Hneas de fuerza insospechadas en la actividad filosófica, aparentemente tIJ El propio Dem6crito se burlará de Jas «gentes atiborradas de conoci-
tan rica y d~ardenada, de la Atenas dd siglo v y principios dd IV, copioso miento. y que están, sin embargo, «desprovistas de raz6n~ (fr. 64 DicJs): pruebe
conjunto en d cual 0010 una ilusi6n retrospectiva permite aislar individualida- de que no consideraba que formase: 8. mismo parte de ellas.
des como Plat6n o Arist6tdes, cuya primada no debi6 ser reconocida inmedia- 10 «Sobre todo. ¿cuáles son... las ciencias que debe aprender quien "'Se'
tamente por sus contemporáneos. Más arriba hemos visto otro ejemplo de esas ocupa de filosofía, dado que no debe aprenderlas todas, ni un gran número de'
cuestiones disputadas: fÚClE' ,. 6YÓ1'=' ~ 61:><, (Cap. II, § 1, p. 102, o. 38). Es- ellas? (Rival.., 135 a).
tas cu~tion~ se: distinguen de aquellas que serán debatidas, en el siglo siguien- 71 Desde este punto de vista, Ripias, posterior a Gorgias. es un represen-
te, en el seno de la escuda plat6nica (por ejemplo: ¿se: confunde, O no, el núme- tante rezagado del ideal polimático. Pero no puede ponerse en duda que Ja:
ro matemático con d número ideal? ¿Es la prudencia una ciencia o una virtud? evoJución general de la soHstica va desde la polimatía hasta Ja id~ de un arte
etcétera) px su carácter más general y menos escolar: podemos suponer que que sea universal sin confundirse por ello con la posesi6n de todas las artes..
la enseñanza de los sofistas habla sabido interesar en ellas a un amplio pú· Un pasaje dd Eutidemo recuerda que los j6v~es sofistas Eutidemo y Dioniso-
blico. doro comenzaron por desear ser universales (MGOOepot) (271 e), antes de opinar

262 263
rica sería, entonces, el arte buscado; aquel que, sin tener objeto pro- t a los defensores de la retórica: la verdad no se impone por sí
pio, hace valer las demás artes: hablar no se opone a hacer, no es un misma a unos hombres que acaso no están predestinados a recibirla;
hacer entre otros, sino que es aquello mediante lo cual el hacer en incluso 10 verdadero necesita el prestigio de la palabra para ser reco-
general toma conciencia de sí como actividad humana y puede, a nocido como tal; 10 verosímil puede no ser verdadero, pero lo verda-
partir de ahí, ejercer su poder efectivo, que es un poder del hombre dero no puede nada si antes no es verosímil 74 , Pero si Sócrates
sobre el hombre. Hemos desarrollado en otra parte esa concepción uministraba así con su muerte un involuntario apoyo a la doctrina
gorgiana de la retórica, entendida como «arte de las artes» 72, en el de Gorgias, había asumido y popularizado en su enseñanza un tema
doble sentido de reflexión sobre las artes y de técnica primordial. preciado por el retórico, a saber, el menosprecio de los saberes «par-
Platón, sin duda, apuntará hacia esa concepción, tanto al menos ticulares», y su corolario: la burla hacia el hombre competente,
como hacia el proyecto pretendidamente socrático de un conocimien- temas que inspiran los diálogos socráticos de Platón y por los cuales
to de sí mismo, cuando critique en el Cármides la idea de una «cien- e distinguen, sin duda, con la mayor claridad, de la enseñanza pro-
cia de las ciencias» 73, Y es, sin duda, un esquema empobrecido de piamente platónica. Al criticar al hombre competente que, como el
esa misma concepción lo que encontramos de nuevo, bajo el nombre general del Laques o el adivino del Eutifr6n, ignora -recluido como
de «cultura», en la segunda parte de la discusión de los Rivales. está en un dominio particular- los fundamentos de su propia cien-
Gorgias había intentado sustituir la universalidad ilusoria de un cia, Sócrates volvía a dar vida, a su modo, al ideal de universalidad
saber pretendidamente real por la universalidad real de un saber de los sofistas, sin recaer por ello ni en las ilusiones de la polimatía
aparente. Sócrates denunciará, antes de Platón, la impostura moral ni en los engaños de la retórica. La ciencia arquitectónica no ha de
de un arte que sacrifica la verdad en aras de la omnipotencia, y, al buscarse en la competencia, y tampoco en la apariencia de la compe-
rehusar defenderse ante sus jueces, se negará incluso a poner al ser- tencia, sino en la afirmación, proclamada muy alto, de la no-com-
vicio de la verdad un arte cuya finalidad era tan profundamente im- petencia; dicho de otro modo, en la ironía socrática. No hay más que
pura. Sin desearlo, proporcionará así un supremo y terrible argumen- un saber que sea universal, y por ello primero: es el saber del no-
saber. Universal lo es de dos maneras: en primer lugar, negativa-
que con una sola ciencia bastaba: la erística (272 b). Plat6n aludirá a esta mente, pues no está especificado por ningún objeto particular; pero
última concepci6n de la sofistica cuando defina al sofista como «un atleta del también, en un sentido ya más positivo, porque pone cada saber en
discurso, cuya especialidad es la erística» (Solista, 231 e): 1;tpt MToo~ ... 'tí~ su sitio verdadero, es decir, en su sitio particular, impidiéndole que
d6).l)'t"¡~, 't7¡v lpla'tlX~V 'téx,vl)V d<pwplO}lÉYO~. se identifique abusivamente con la totalidad. Aristóteles recordará
72 Cfr. más arriba, cap. n, 1, al comienzo. La expresi6n ars artium se esa lección que Sócrates da a un tiempo a polímatas y retóricos: la
encuentra en Santo Tomás (In Anal. post., lect. 1, n.O 3, ed. leonina), el cual
designa así la dialéctica aristotélica. Santo Tomás anuda asl, sin duda incons- universalidad buscada no puede ser la universalidad de un saber, real
cientemente, con una tradici6n «ret6rica» prearistotélica, que por lo demás pudo o aparente, sino la de una negación; con más precisión, la de una
transmitirse directamente hasta él mediante la tradici6n de las «artes liberales». «crítica», o, como Aristóteles dirá, una «peirástica» 75. Un mismo
73 El S6crates del Cármides critica una concepci6n según la cual, mien- hombre no puede saberlo todo; pero puede preguntar cualquier cosa
tras que «todas las demás ciencias son ciencias de otra cosa que ellas mismas»,
«la sabiduría es la ciencia de las demás ciencias y de ella misma a la vez» acerca de cualquier cosa. Sócrates descubre el único poder legíti-
(166 be). Si rechaza dicha concepci6n, no es tanto en nombre de una concep- mamente universal: el de la pregunta; el único arte al que ningún
ci6n «intenciona1», que vedaría el retorno reflexivo de la ciencia sobre sí
misma, como en nombre de una concepci6n regional del saber: «Se define cada
74 A argumentos de este género responden no s610 el Gorgias de PLATÓN
ciencia diciendo no s610 que es una ciencia, sino una ciencia particular con
un objeto particular» (171 a). Así, pues, aquello a que parece apuntarse con el (especialmente 485 d ss.), sino toda la literatura de los discursos llamados sa-
nombre de «ciencia de las ciencias» no es tanto el proyecto de un conocimiento cráticos (l:lUXp<rtlXOt )"ÓTOl), que florecerá aún por mucho tiempo en las escuelas
de sí misma cuanto el de una ciencia o un arte universal, tal como pretendían surgidas de Sócrates. Como observa Dies a este respecto, no es sólo la vida de
serlo la retórica de Gorgias o la cultura general de Isócrates. Acaso sea éste el Sócrates la que requiere una apología, sino también su muerte, esa muerte
lu~ar de recordar que la idea moderna de rellexi6n es extraña al pensamiento para cuya prevenci6n había sido impotente la palabra del fil6sofo, y que debió
gnego: el «conócete a ti mismo» no es, ni siquiera en Sócrates, una invitación parecer ignominiosa a una sociedad tan convencida de la virtud de la palabra
al conocimiento de sí (pese a todas las interpretaciones modernas de esta f6rmu- que confundía bajo un único vocablo la causa injusta y el discurso defectuoso
la), sino una exhortación al reconocimiento de nuestros limites; la f6rmula (~'t'tWY )"óTo~). Cfr. ARISTÓFANES, Nubes, v. 892 5S.; PLATÓN, Hip. mayor, 304 ab
s610 puede significar esto: conoce lo que eres, es decir, que eres mortal (cfr. (A. DIEs, Autour de Platon, I, p. 172). Se da ah! una especie de proceso
F. DIRLMEIER, Archiv f. Religionswissensehalt, XXXVI, 1940, p. 290, y J. Mo- póstumo de Sócrates y, a su través, de la filosofía, que la literatura socrática
REAU, «Contrefa~on de la sagesse», en Les scienees et la sagesse (5.' Congreso nunca ha ganado definitivamente.
de las Soc. de Fil. de lengua franc., Burdeos, 1950), pp. 89-92. 75 r, 2, 1004 b 25.

264 265
otro puede disputar la primada: e! de plantear cuestiones en el diá- ciencia, como ocurre, por ejemplo, con la medicina 82. Pero en este
logo; dicho de otro modo, la dialéctica 76. punto Platón no puede haber sido enteramente insensible al ar~­
Pero esa minusvaloración retórica, y luego socrática, de la com- mento de Gorgias: decir que la política es un arte entre otros, sig-
petencia, ese método dialéctico que convierte al primero que se pre- nifica ignorar lo que ese arte tiene, si así puede decirse, de particu-
senta en juez de la competencia de los demás, van a suscitar una lar, que es su propósito de universalidad; el político no debe estar
reacción que podríamos llamar aristocrática, de la que Platón, opo- especializado en nada si quiere conservar la visión de conjunto. Gor-
niéndose en este punto al mismo Sócrates, va a ser, sí no e! iniciador, gias pensaba que no hay un objeto político propio, porque la política
en todo caso el principal artífice. La tesis platónica, preparada por concierne a las relaciones del hombre con el hombre y, siendo así,
la polémica antirretórica del Gorgias, los libros I y II de la República penetra la actividad humana en su conjunto. Platón piensa, de un
y el Fedro, llegará a su más clara formulación en los textos, comple- modo algo diferente, que el jefe es quien capta la Idea del Todo
mentarios a este respecto, de los libros VI y VII de la República~ para poder asignar a cada cual el lugar que le es propio. En ambos
y del Político. El arte supremo, la ciencia primera, no es la retórica, casos, la política supone una visión «sinóptica» y excluye la especia-
sino la política, ese «arte real» cuya identificación con la sabiduría lización. Pero las consecuencias que Gorgias y Platón extraen de
vacilaba aún el Eutidemo en afirmar. A decir verdad, que el «arte esa misma exigencia son contrarias: para Gorgias, es la ciencia en
real» sea primero es la evidencia misma, ya que, en virtud de su cuanto tal la que especializa, y, por tanto, la política no será cuestión
definición, «lo gobierna todo, manda en todo y de todo saca prove- de ciencia, sino de opinión. Platón estima posible, al contrario, unir
cho» 77, Más interesante para nuestros propósitos es la razón que la competencia y la universalidad. Como observará en varias ocasio-
Platón da de esa superioridad de! político: como es sabido, reside nes Aristóteles 83, Platón restaura a su modo el proyecto --<:uya
en e! saber 78. Los textos más antiguos de Platón muestran clara- vanidad había mostrado Gorgias- de una ciencia universal. Pero,
mente la significación polémica de esa tesis; se opone en primer a fin de designar dicha ciencia, emplea paradójicamente el término
lugar a la práctica de la democracia ateniense, según la cual el polí- mismo que, quizá para Gorgias y en todo caso para Sócrates, debía
resumir la imposibilidad misma de ese ideal de universalidad por
tico no es un ciudadano privilegiado, sino el ciudadano cualquiera, medio del saber: el término de dialéctica. La dialéctica no es ya en
al que no distingue, ni debe distinguir, competencia particular algu- Platón lo que en Sócrates representaba: el saber del no--saber; menos
na a fin de ejercer las magistraturas del Estado; baste recordar aquí aún es lo que la retórica era en Gorgias: el sustitutivo de la compe-
las burlas no sólo de Platón, sino ya de Sócrates y los socráticos, tencia. Platón es el único filósofo para quien la dialéctica no se opone
contra el sorteo de los magistrados 79, burlas cuya inspiración direc- a la ciencia; técnica de persuasión en los retóricos, instrumento de
tamente opuesta a las de Sócrates contra los hombres «competen- crítica en Sócrates, la dialéctica se oponía, como lo hará más tarde
tes» quizá no se haya subrayado lo bastante 80; recuérdense asimismo en Aristóteles, a la competencia de los doctos; especie de cultura
las mofas propiamente platónicas contra el principio mismo de las general, con la opinión como materia y la verosimilitud como fin,
elecciones públicas 81. En este plano de la polémica, Platón sostiene se oponía a la ciencia de la cosa. Platón es el único que cree poder
que la cosa política no es del dominio público, que no cae bajo la triunfar sobre esa disociación: en él, el dialéctico se opone tan poco
competencia de una «opinión» que cualquier retórico podría modifi- al sabio que resulta ser el hombre supremamente competente; la
car, sino bajo la de una técnica particular, ella misma fundada en una dialéctica se opone tan poco a la ciencia que es «el pináculo y bro-
che final de las ciencias» 84.
Tal es ---desde el punto de vista que aquí nos ocupa- el prin-
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76 En efecto, la dial&tica no es tanto el arte de interrogar y responder


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hay que saber, y la dialéctica no pretende suministrarnos ningÚn saber. JENO- VII de la República para la educación de los guardianes de la ciu-
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77 Cfr. más arriba, p. 244, n. 4. das a la ciencia, sino, por el contrario, sumergirse en ella, remontar
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78 Teeteto, 170 a; Politico, 292 c. sus distintos grados. Lo requerido por el político no es una técnica
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79 JENOFONTE, Memorables, I, 2, 9-10. Dissoi Logoi, VII, 4.


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84 Rep., VII, 534 c.



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formal de persuasión, y ni siquiera una cultura general, sino un «sa.- bros VI y VII de la R.epública,- la jerarquía de las ciencias no se
ber enciclopédico». La perspectiva sinóptica, que todo el mundo resume. en la más elevada de todas, sino que en ella se suprime y se
reconoce ser necesaria al ejercicio del poder, no se obtiene aquí a perfeccIOna a la vez; sin duda, el dialéctico debe formarse en la
expensas de la competencia, sino que se confunde con la competen- escuela de las ~versas ciencias -10 que bastaría para distinguir su
cia íntegra. Pero el problema está, entonces, en saber por qué Platón a~te .de la t~ruca puramente formal de los sofistas-, pero esas
designa esa competencia suprema con el mismo nombre, dialéctica, c~en;la~, preosa~ente, ,no .son sino la ~cuela, la propedéutica de la
que designa y designará, en sus precedesores como en sus sucesores, dlale~t1Ca. El ~r1mer termmo de la serIe de las ciencias supone los
un conjunto de reglas cuya práctica hace inútil y excluye el saber. térmlOOS anterIores, pero es trascendente a la serie. La dialéctica
Pues el vocablo dialéctica sigue significando en el vocabulario plató- s~pone la polimatía, pero la sobrepasa --o más bien la domina-,
nico, pero ahora asociado a la idea de ciencia, aquel ideal de univer- SlO por ello recurrir a las ilusorias superioridades de la apariencia o
salidad que la retórica gorgiana y la dialéctica socrática habían juz- a los triunfos fáciles de la ironía.
gado incompatible con el carácter parcelador de la ciencia. No podemos tratar .aquí de mostrar cómo, mediante su teoría de
Mostrar cómo, remontándose más atrás de Sócrates y Gorgias, las Ideas y su concepc.lón de la Idea de Bien, el platonismo clásico
Platón regresa en cierto sentido a la polimatía de los Antiguos, cómo resuelve .ese prob~em~ de una ciencia que sea a la vez particular
reconcilia saber y universalidad en el proyecto restaurado de una ---es declt, una ClenCIa- y universal ---es decir, una filosofía-o
ciencia universal, equivaldría a resumir todo el platonismo. Circuns- Pero ~i ~emos rem~morado aquí esa problemática que, en el tiempo
cribiéndonos al esquema simplificado de los Rivales, digamos tan de. ~ls~Oteles, debla ser ya tradicional, es porque se trata del lugar
sólo que Platón representa, por respecto al problema de la definición prIvilegIado desde donde puede captarse mejor en su común oriaen
de la sabiduría, la tercera de las posiciones enfrentadas: aquella que el proyecto aristotélico de una ciencia del ser e~ cuanto ser y la ~on:
define la sabidura como ciencia universal, por ser primera. Cierta- cepci6n aristotélica de la dialéctica.
mente, el filósofo no puede saberlo todo ni saber hacer todo, pero
conoce lo mejor, y su tarea es hacer a los hombres excelentes * * *'
(~Eh(a.o:>~) 85. Un saber particular, pero eminente, y, por ello, y en
Se ha subrayado hace mucho la dualidad de inspiración y de pro-
virtud de su valor fundamentan te, mediatamente universal: así es
yecto de la metafísica aristotélica. Suárez oponía ya, en sus Disputa-
como resulta ser, a fin de cuentas, la filosofía para Platón. El pro- tiones metaphysir<e 88, las dos definiciones que de la metafísica pro-
yecto de hacer mejores a los hombres supone la ciencia del bien y
ponía Aristóteles: unas veces ciencia del ser en cuanto ser en la
del mal, recuerda los Rivales 86. De forma más abstracta, la Repú-
generalidad de sus determinaciones 89, Y otras ciencia del principio
blica, y antes el Eutidemo, presentaban la dialéctica como la ciencia
d.el s~r, o .sea, de 10 q';1e hay de primero en el ser 90; por una parte,
del Bien, que es aquello por respecto a 10 cual todo 10 demás es. CIenCIa uDlversal, referIda a un ser al que SJ.l generalidad impide ser
Vemos por qué el filósofo no necesita ahora conocerlo todo, sino un género; por otra parte, ciencia particular, referida a un género
sólo 10 único necesario: la Idea del Bien 87. Quien conoce el fin co-
noce los medios. Sólo el dialéctico conoce 10 que es bueno hacer, particular del ser, aunque eminente ('lp.tÓl.a.ov) ~I. Es cosa también
aquello por 10 que las cosas son buenas. Su arte, que ahora es al sabida cómo esa oposición, presente en los textos de Aristóteles, la-
mismo tiempo una ciencia, es arquitect6nico, porque no es sólo pri- tente en un comentarismo que las más de las veces procurará enmas-
mero, sino fundamentador. Su ciencia no es la imposible ciencia de cararla, irá siendo academizada progresivamente, antes de que Wolff
todas las cosas, sino -y esto reconcilia de antemano la necesaria y Baumgarten la reasuman en la distinci6n, desde entonces clásica,
particularidad del saber con la universalidad de la exigencia filosó- entre una metaphysica generalis, referida al ens commune, y una
fica- la ciencia del principio de todas las cosas. Siendo así, la dia- metaphysica specialis, referida al summum ens, es decir, a Dios 92.
léctica plat6nica deja de aparecer bajo el aspecto solamente «enci- 1." pars., disp. 1, sect. 2.
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85 Rivales, 137 c. Cfr. Fed6n, 97 d; Gorgias, 465 a (donde el conocimiento

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92 Según F.ISLE~ (W?rterbuch der philosophischen Begrille, 4." ed., sub v.),

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el autor de esta distmoón se~ía un tal MICRAELIUS (Lexicon philosophicum,
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87 <:;fr., además de los textos clásicos de la República y el texto ya citado


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del EutIdemo, Menexeno 246 e; Cármides, 174 cd; Alcibíades n, 145 ce. 1653). Pedro FoNSECA caIacterIZ8 ya la metaphysica generalis y lo que la dis-
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268 269
Es sabido, por último, cómo W. ]aeger, utilizando ese esquema a Los capítulos anteriores han mostrado suficientemente que Aris-
fin de proyectar retrospectivamente alguna claridad sobre los ambi- tóteles nunca resolvió del todo esas preguntas: tan pronto insistió
guos textos de donde había salido, verá en la oposición entre onto- en la trascendencia del saber filosófico 93, tan pronto en el carácter
logía y teología la clave de las contradicciones y de la evolución del «común» de su objeto 94. Es cierto que en un pasaje de la Metafísica
pensamiento de Aristóteles. vimos cómo Aristóteles planteaba claramente el problema cuyo ori-
Pero antes de convertirse, con Wolff, en esquema académico, o, gen y alcance reconocemos ahora, resolviéndolo en un sentido que
con W. ]aeger, en instrumento de interpretación retrospectiva, esa podríamos llamar platónico: «Podríamos preguntamos si la filoso-
oposición ha sido vivida por Aristóteles no sólo en el diálogo interior fía primera es universal o si trata de un género particular y de una
de su propio pensamiento, sino además en la polémica con sus con- sola realidad... Respondemos que... si existe un Ser inm6vil, la
temporáneos. No cabe duda de que la oposición docta entre una ciencia de dicho Ser debe ser anterior, y debe ser la filosofía prime-
concepción teológica y otra ontológica de la metafísica tiene su ori· ra; de tal modo, ella es también universal porque es primera» 95.
gen y, en definitiva, su sentido, en esa tensión entre la primacía y la La ontología sería una protología: ciencia del fundamento, sería
universalidad, en esa competición entre lo esencial y lo cualquiera, -<:omo la ciencia del Bien en Plat6n- a un tiempo ciencia de lo
que, como hemos visto, habían marcado con tanta fuerza la sensibili- mejor y ciencia del Todo, o, mejor dicho, ciencia del Todo por ser
dad, no sólo filosófica sino política, de los hombres del siglo v. Si ciencia de lo mejor. Pero ya tuvimos ocasi6n de preguntarnos si tales
lo que hemos dicho es exacto, la oposición entre ontología y teolo- declaraciones de Aristóteles no serían programáticas, más bien que
gía, como la oposición entre opinión y ciencia, o entre la retórica y representantes de una soluci6n efectiva. Si bien trazan el ideal de la
el «oficio», reproducen efectivamente, en otro plano, la oposición solución, cuyo modelo ofrecía ya el platonismo, no son suficientes
entre democracia y aristocracia. ¿Qué hay de extraño en esas conver- -a falta de una elucidación del porqué, es decir, de la eficacia fun-
gencias? ¿Qué hay de extraño en que la prehistoria de la metafísica damental de lo primero- para aportar la realidad de esa soluci6n.
nos lleve a un nudo de problemas en que política, filosofía, reflexión Este carácter del proceso de investigación ontol6gica -laborio-
sobre la palabra y sobre el arte, remitan significativamente unas a so caminar, más que saber absoluto- no es algo meramente im-
otras en un complejo indisociable? ¿Qué hay de extraño en que el puesto a Arist6teles, y el intérprete no se ve obligado a oponerlo a
proyecto de una ciencia del ser en cuanto ser, que en seguida llegó las intenciones del filósofo simplemente desde fuera. El propio
a parecer abstracto --cuando se olvidaron sus resonancias huma- Aristóteles ha reflexionado acerca de su mismo proceso efectivo de
nas-, tome su origen y en cierto modo su savia de un debate en el investigaci6n, dándose cuenta de que tenía más que ver con la dia-
que se trataba de la condición y vocación, indisolublemente teórica, léc~ica de los sofistas o de Sócrates que con aquella ciencia del Bien,
técnica y política, del hombre en cuanto hombre? umversal por ser primera, que Plat6n llamaba también dialéctica en
La problemática cuya historia hemos intentado recordar podría virtud de un audaz cambio del sentido habitual del término. Recí-
resumirse, a fin de cuentas, en un conjunto de cuestiones, en cuya procamente, al reflexionar en el Organon sobre el proceso dialéctico,
convergencia -podría decirse- está el problema mismo de la meta- Aristóteles insistirá, al mismo tiempo que en las limitaciones de
física de Aristóteles. ¿Es el filósofo el hombre «cualquiera», el dicho método, en la universalidad de sus objetivos; de esta suerte,
hombre en cuanto hombre, o bien el mejor de los hombres? ¿Es su estará muy próximo a reconocer, a la vez que su oposici6n al dis-
objeto el ser cualquiera, es decir, el ser en cuanto ser, o bien el gé· curso demostrativo, su extraño parentesco con la investigaci6n on-
nero más eminente del ser? ¿Pertenece el ser al dominio público, tológica.
siendo aludido por la más modesta de nuestras palabras, o bien tan
sólo se desvela, en su «maravillosa trascendencia», a la intuición de
adivinos o reyes? ¿Es el discurso del filósofo -por último- la pa- 3. DEBILIDAD y VALOR DE LA DIALÉCTICA
labra de un hombre meramente hombre, que habría renunciado a Aunque la palabra dialéctica no se pronuncie en ellas, las prime-
interpelar al ser como teólogo, físico o matemático, o bien la palabra ras líneas del De partibus animalium son las que mejor nos aclaran
altiva de quien, siendo primero en todos los géneros, se hallaría en
connivencia con los dioses? 93 Por ejemplo, A, 2, 982 a 12: «El conocimiento sensible es común a
todos; de este modo... , nada tiene de filosófico.»
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94 «El ser es común a todas las cosas» (r, 3, 1005 11 27); cfr. B, 3,
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distinción, véase también BAUMGARTEN, Metaphysica, 2." OO., 1743, 1-3. 95 E, 1, 1026 a 23-31.

270 271
Es sabido, por último, cómo W. ]aeger, utiliz~ndo ese esquema ~ Los capítulos anteriores han mostrado suficientemente que Aris-
fin de proyectar retrospectivamente alguna clarIdad sobre los ambl- t6teles nunca resolvió del todo esas preguntas: tan pronto insistió
guas textos de donde había salido, verá en la oposici6n entre onto- en la trascendencia del saber filosófico 93, tan pronto en el carácter
logía y teología la clave de las contradicciones y de la evolución del «~omún)~ de su .obieto 94, Es cierto que en un pasaje de la Metafísica
pensamiento de Aristóteles. , . V1IDOS como Aristoteles planteaba claramente el problema cuyo ori-
Pero antes de convertirse, con Wolff, en esquema academlco, o, gen y alcance reconocemos ahora, resolviéndolo en un sentido que
con W. ]aeger, en instrumento de interpretación retr,ospecti.va, ~a podríamos llamar platónico: «Podríamos preguntarnos si la filoso-
oposici6n ha sido vivida por Aristóteles no sólo en el diálogo mtenor fía prim~ra es universal o si trata de un género particular y de una
de su propio pensamiento, sino además en la polémica con sus con- sola reahdad ... Respondemos que... si existe un Ser inmóvil la
temporáneos. No cabe duda de que la oposici6n docta entre una ciencia de dicho Ser debe ser anterior, y debe ser la filosofía pri~e­
concepción teológica y otra ontológica de la metafísica tiene su ori- ra; de tal modo, ella es también universal porque es primera» 95.
gen y, en definitiva, su sentido, en esa tensión en.tre la primacía'y la La ontología sería una protología: ciencia del fundamento sería
universalidad, en esa competición entre lo esencIal y lo cualqu.le~~, ----<:omo l~ ci~ncia del Bien en Platón- a un tiempo ciencia' de lo
que, como hemos visto, habían marcado con tanta fuerza la. senslbili: IToteJo~ y ClenCIa .del Todo, o, mejor dicho, ciencia del Todo por ser
dad, no sólo filosófica sino política, de los hombres del SIglo V. Sl ClenCia de lo mejor. Pero ya tuvimos ocasión de preguntarnos si tales
lo que hemos dicho es exacto, la oposición entre ontología y t~lo­ declaraciones de Aristóteles no serían programáticas, más bien que
gía, como la oposici6n entre opini6n y ciencia, o entre la ret6r:c~ y representantes de una solución efectiva. Si bien trazan el ideal de la
el «oficio», reproducen efectivamente, en otro plano, la OposlClón solución, cuyo modelo ofrecía ya el platonismo, no son suficientes
entre democracia y aristocracia. ¿Qué hay de extraño en esas conver- -a falta de una elucidación del porqué, es decir, de la eficacia fun-
gencias? ¿Qué hay de extraño en que la prehistoria de la metafísica damental de lo primero- para aportar la realidad de esa solución.
nos lleve a un nudo de problemas en que política, filosofía, reflexi6n Est: caráct:r del proceso de investigación ontológica -laborio-
sobre la palabra y sobre el arte, remitan significativamente unas a so camInar, mas que saber absoluto- no es algo meramente im-
otras en un complejo indisociable? ¿Qué hay de extraño en que el pues.to a ~istóteles, ~ ;I intérprete no se ve obligado a oponer1o a
proyecto de una ciencia del ser en cuanto ser, que en seguida llegó las. ~tenclOnes del .filosofo slIDplemente desde fuera. El propio
a parecer abstracto ---<:llando se olvidaron sus resonancias huma- ~nst~tele~ , ha r;flexlOnado acerca de su mismo proceso efectivo de
nas- tome su origen v en cierto modo su savia de un debate en el J~v:St1gaClon, da~dose cuenta de que tenía más que ver con la dia-
que s~ trataba de la c¿ndici6n y vocaci6n, indisolublemente teórica, lec;lca de los sofísta~ o de Sócrates que con aquella ciencia del Bien,
técnica y política, del hombre en cuanto hombre? , u~versal por ser ptlIDera, que Plat6n llamaba también dialéctica en
La problemática cuya historia hemos intentado recordar podna vrrtud de un audaz cambio del sentido habitual del término. Recí-
resumirse a fin de cuentas, en un conjunto de cuestiones, en cuya pr~a:nente,. al.repexionar ~n el C!rganon sobre el proceso dialéctico,
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hombre en cuanto hombre, o bien el mejor de los hombres? ¿Es su estara muy pro~o a reconocer, a la vez que su oposición al dis-
objeto el ser cualquiera, es decir, el ser en cuanto ser, ? ~ien ,el.gé- curso demostratIvo, su extraño parentesco con la investigación on-
nero más eminente del ser? ¿Pertenece el ser al dOIDlDlo publico, tológica.
siendo aludido por la más modesta de nuestras palabras, o bien tan
sólo se desvela en su «maravillosa trascendencia», a la intuici6n de
adivinos o rey~? ¿Es el discurso del fil6sofo -por último- la pa- 3. DEBILIDAD y VALOR DE LA DIALÉCTICA
labra de un hombre meramente hombre, que habría renunciado a
interpelar al ser como teólogo, físico o matemático, o bien la palabra Aunque la palabra dialéctica no se pronuncie en ellas, las prime-
altiva de quien, siendo primero en todos los géneros, se hallaría en ras líneas del De partibus animalium son las que mejor nos aclaran
connivencia con los dioses? 93 Por ejemplo, A, 2, 982 a 12: «El conocimiento sensible es común a
todos; de este modo..., nada tiene de filosófico.»
tingue de la teología, precisando que la primera se refiere al enr quatenur ert 94 «El ser es común a todas las cosas» (r, 3 1005 a 27)' cfr B 3
commune Deo et creaturir (In Metaph., Lyon, 1591, 490-504). Acerca de esta 998 b 20; 1, 2, 1053 b 20. " . , ,
distinci6n, véase también BAUMGARTEN, Metaphyrica, 2." OO., 1743, 1-3. 9S E, 1, 1026 a 23.31.

270 271

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la fundón y los límites de la dialéctica según Aristóteles. «En todo crítica universal, aunque habría que precisar: una hutciÓn critica qu~
género de especulación y búsqueda, tanto en la l?ás trivial, como en sólo es universal porque se contenta con ser crítica, es decir, con
la más elevada, parece que hay dos clases de actitud; podrIamos lla· juzgar el discurso de otro, no presentándose ella misma como un
mar a la primera ciencia de la cosa (Eí.lO'LT,Ilr¡V 'LOl> 7.pá1f1a'Lo~), y a la discurso añadido a otros discursos.
otra una especie de cultura (r.al8Elav 1:lvá), pues es propia del hom- Dicho con más precisión: el discurso del hombre cultivado no es
bre cultivado la aptitud para emitir un juicio (xptval) pertinente acer- el discurso del sabio. Difiere de él porque es crítico, expresión que
aquí debe tomarse exactamente en el sentido negativo que hoy le
ca de la manera, correcta o no, conforme a la cual se expresa quien damos, según el cual lo crítico se opone -podríamos decir- a 10
habla. Pues es esa cualidad la que pensamos que pertenece al hom- orgánico, como lo negativo a lo positivo. Decir que el hombre cul-
bre dotado de cultura general (1:0'1 OA.ro~ 7.ET:al8E:Jllé'Jov), y el resul- tivado «juzga» el discurso del biólogo no puede significar que, me-
tado de la cultura ('LO í.Eltal8z:j:¡6al) es precisamente esa aptitud. diante una especie de juicio de segundo grado, vaya a decidir acerca
Debe añadirse, ciertamente, que este último hombre es capaz de de la verdad o la falsedad de las proposiciones enunciadas por este
juzgar (XPl'LlXÓV), según creemos, él solo -por así decir- acerca último: tal interpretación sólo podría fundarse en el doble sentido,
de todas las cosas, mientras que el otro sólo es competente en una judicial y judicativo, que damos hoy a la palabra ;uicio. El griego
naturaleza determinada (1tEpl 'Lt'JO'; CPÓOE(O~ ticp(Opl:¡IlÉV7j~)>> 96. Xp(VElV sólo tiene el primero de esos dos sentidos: así pues, hablar
Este texto resume muy bien el debate evocado por nosotros en- de la función crítica de la cultura significa que ésta tiene poder para
tre competencia y universalidad. Pero la originalidad de Aristóteles condenar, pero no para decir. Así como el tribunal no tiene por qué
radica en que no toma partido por una de esas exigencias. Ambas otorgar elogios a los hombres de bien, así tampoco el hombre culti-
son igualmente legítimas: no era de esperar que Aristóteles desvalo- vado tiene por qué extender certificados de competencia: por lo
rizase la exigencia científica en un texto que sirve de pról.ogo a toda demás, sólo una competencia eminente --que no posee- le permi-
su obra biológica; pero es más raro verlo hacer, en ese mIsmo lugar, tiría entender de eso. Por contrapartida, sin ser competente él mis-
el elogio de la cultura general, sobre todo si pe~samos que ~<:-' c??- mo, tiene el poder maravilloso de reconocer y denunciar la incom-
temporáneos no podían dejar de ver en tal elOgIO un~ rehab.~taclo~ petencia de los demás. Pero -se dirá- ¿acaso no hace falta cono-
de los sofistas y los retóricos 97. A decir verdad, da la ImpreslOn aqUl cer la verdad acerca de un tema dado para poder tachar de incompe-
que la cultura general posea valor, no tanto por sí misma, sino en tente a quien habla de él? Ello no es necesario, pues la falsedad del
cuanto que se nutre de las insuficiencias de la ciencia de la cosa. La contenido acaba siempre por traducirse en un vicio de forma, y de
ciencia es «exacta», como dirá en otros lugares Aristóteles 96, pero ese vicio puede el hombre cultivado, sin saber nada, juzgar legítima-
tiene el inconveniente de referirse sólo a <<una naturaleza determina- mente. Ese carácter formal de la crítica, correlato de su universalidad,
da», ignorando por tanto la relación de esa naturaleza .con las dem~s queda expresado por dos veces en el mismo texto del De partibus
v, en definitiva con el todo. La cultura, por su parte, tiene la ventaja animalium. El juicio del hombre cultivado no se refiere a la verdad
de ser general, pero tiene el inconveniente de n~ ser un saber; en del discurso, sino a su forma «bella o no bella» (xaA.w~ f¡ Il~
otro texto, Aristóteles opondrá «los hombres cultivados» a «los que xaA.üi~ ) 101. Más adelante, Aristóteles insiste con mayor claridad aún
saben» 99, como aquí la 1tal8Ela a la E1tlO'LT,Ilr¡. Así pues, la generali- acerca de la tarea que asigna al hombre cultivado: «Es evidente que
dad de esa cultura ¿tiene por contrapartida su vacuidad? Es sabido incluso la investigación acerca de la naturaleza debe comportar cier·
que, en otro lugar, Aristóteles no vacilará en extraer una ~onsecuen­ tos límites (8pou~), por relación a los cuales se juzgará acerca de la
da de ese tipo 100. Pero aquí la cultura se salva por su mIsma gene- forma de las demostraciones (1:()v 1:pÓ1tOV 'twv aEtX'IUIiÉvrov), sin pre-
ralidad; permite «juzgar» cualquier discurso; autori~a a quien la p?" guntarse cuál es la verdad, si es así o de otro modo» 102. Y Aristó-
see a «juzgar» legítimamente de cualquier cosa; tiene una funCIon teles pasa a enumerar algunos de los problemas que se le plantearán,
de esta suerte, al hombre cultivado, a propósito de la ciencia de la
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101 Parto animal., 1, 1, 639 a 5. Hay que dar a estos términos, sin duda,
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un sentido más general que el estético. Pero el hecho de que Arist6teles no


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98 Cfr. A, 2, 982 a 27; M, 3, 1078 a 10; De Anima, 1, 1, 402 a 2; Top.,


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emplee el adverbio d),:y¡Oüi~ muestra que piensa en una cualidad formal del dis.
n, 4, 111 a 8. curso, y no en su contenido de verdad.
99 Poi., lII, 11, 1282 a 6.
102 639 a 12.
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100 Cfr. Et. Eud., 1, 8, 1217 b 21.

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afirmada de entrada sin embargo, según hemos visto "", como ca- una disciplina que puede poseerse incluso sin poseer la ciencia.
rácter esencial de esta última. La función crítica, por su parte, deriva I posible, en erecto, hasta para quien no tíene ciencia, proceder
inmediatamente de la naturaleza interrogativa de la dialéctica "", tal I examen (x"pav) de quien no tiene la ciencia de la cosa... De ahí
y como Sócrates la había practicado ya. Pero ahora vemos mejor su lile todos los hombres, incluso los ignorantes, hagan uso en cierto
vinculo con la universalidad de la perspectiva dialéctica: la crítica modo de la dialéctica y de la crítica ("ti! XE'paOtlxi); pues todos
es universal tan sólo porque no es un saber; Aristóteles hace una ellos, hasta cierto punto, se esfuerzan por poner a prueba a los que
teoría de esa verdad trivial, ya experimentada por Sócrates, confor- I tenden saber» '09. En este tema, Aristóteles no hace más que sis-
me a la cual no es preciso ser tan sabio para interrogar como para Irmatizar, justificándolo, el uso socrático de la dialéctica. Pero ex·
responder, siendo posible mostrar, sin saber nada uno mismo, que Irae de él, directamente, una consecuencia que no habrían repudiado
el otro no sabe nada: «La dialéctica [en cuanto que es una crítica]. .. I sofistas: .Vemos, pues, que la crítica no es la ciencia de ningún
ubjeto determinado. Por ello, asimismo, se relaciona con todas las
11" Cfr. el comienzo de este capítulo. as> n•. Negar lo particular significa remitirse a lo universal, o,
101 A decir verdad, la crítica es presentada por Aristóteles solamente como
una .parte de la dialéctica> (Arg. so/h/., 8, 169 b 25; 11, 171 b 4). Sin em- romo dice Aristóteles, afirmar .probablemente» lo universal. Así se
bargo, representa el único rostro auténticamente legitimo de ella. Cuando la ju tifican, a la vez, el carácter universal de la negaci6n y -como
dialéctica no se contenta con refutar, 0, dicho de otro modo, cuando el silo- contrapartida- el carácter negativo de las afirmaciones dialécticas
gismo dialéctico pretende una conclusión positiva y DO negativa. sólo concluye
m apariencia Y. desde este punto de vista. es indiscernible del razonamiento acerca de lo universal. Abora bien, hemos visto que, cuando la uni·
5Ofístíco. La dialéctica puede mostrar que quien pretende saber no sabe: ése versalidad sobrepasa la unidad genérica, salimos del discurso cienú-
es su papel critico. Pero también puede explotar la ignorancia del adversario, liro para ingresar en un tipo de discurso que es, precisamente, el
en vez de denunciarla: en ese caso, es «capaz de probar una conclusión falsa discurso dialéctico IU La contrapartida de la negaciÓll aristotélica de
debido a la ignorancia de quien proporciona la respuesta» (8, 169 b 26); y si
su conclusión es casualmente verdadera, «no es más que una apariencia apro- una ciencia universal es el reconocimiento de que sólo puede hablar-
piada a Ja cosa de que se trata» (169 b 22. Acerca del sentido de esta reserva. dialécticamente, es decir, negativamente, acerca de la totalidad 1I%.
dr. más arriba, cap. n, § 4, p. 209, n. 398, a propósito deJ argumento de Brysón Vale la pena detenerse a considerar la manera como Aristóteles
sobre Ja ruadratura del circulo). En resumen, Ja dialéctica refuta realmente (y
entonces es crítica); pero sólo demuestra en apariencia, tanto en el caso de una confirma, a pesar de la crítica platónica, la vocación universal de:
conclusión verdadera como en el de una falsa (que no es, entonces, más que una dialéctica opuesta a la ciencia. Esa confirmación ilustra, en efec-
v~osúni1). Así, pues, la dialéctica es legítima en ruanto niega, erística en ruanto
to, el esbozo de un cambio de sentido de la negación que -según
negaba: además de su funci6n crítica, «se Je exige.., admite, «8 Ja dialéctica,
socrática; en virtud del segundo, de Ja retórica de los sofistas; pero Aristóteles una filiación totalmente extraña al platonismo-- anuncia un tema
reconoce al primero de esos usos el poder universal que los retóricos atribuían que sólo alcanzará su desarrollo pleno en el neoplatonismo. La par-
al segundo, e incluso reconoce al segundo un valor relativo que S6crates Je ticularidad de la posición de Aristóteles consi$te en que él considera
negaba: además de su funci6n crítica, 4<se le exige.., admite «8 la dialéctica,
en razón de su parentesco con la sofística, no sólo ser capaz de experimentar
en el buen sentido las imperfecciones -reconocidas de antemano--
el valor del adversario de un modo dialéctico, sino también parecer que se ro- propias de la dialéctica, transmutando dichas imperfecciones en pri-
noce la cosa en discusi6n» (34, 183 b 1). Así, pues, mientras que el primero vilegios. Hemos visto que Aristóteles asociaba con frecuencia los
de dichos usos es inmediatamente legítimo, el segundo 10 sería tan sólo a con-
dici6n de presentarse tal cual es, o sea, como un arte de la apariencia -ne-
gándose entonces a sí mismo, pues es propio de la apariencia no presentarse '09 Arg. so/lrl., 11, 172 a 22 SS., 172 a 30 ss.
tal cual es. Aunque Aristóteles no extrae nunca expresamente tal consecuen- n. [bid., 11, 172 a 27. Cfr. T6p., r, 2, 101 b 3: .En raz6n d. su na/u-
cia, comprendemos a partir de todo ello que el uso aparentemente positivo de raleza investigadora (~naO'tt1t~), la dialéctica nos abre camino a 105 principios
la dialéctica está a un paso de identificarse con su uso crítico. Volveremos a de todas las investigaciones.»
encontrar esa dualidad de sentido, e idéntico corrimiento de un sentido a otro, 111 Cfr. mis arriba, cap. 11. § 4, p. 202 ss.
en la terminologfa kantiana: la dialéctica es a la vez, de un lado, «lógica de 112 Nótese a este respecto la formulación negativa del principio mis uni-
la aparienciu, es decir, «ar~e de suscitar dogmáticamente una apariencia» versal de todos: el de contradicci6n. «Es imposible que el mismo atributo
(erit. r. pura, «Lógica trascendental», Intr., IV, ad fin.), pero, además, «crí- pertenezca y no pertenezca a la vez al mismo 'Sujeto y bajo el mismo respecto.
tica de la apariencia» (ibid.• III, ad fin.). Pero «descubrir la apariencia» es al (r, 3, 100.5 b 19). Este principio 0010 tiene sentido polémico: no aparece más
mismo tiempo .. impedir que nos engañe. (<<Dialéctica trascendental», Inu.• l. que cuando es negado, no se establtte sino en contra de un adversario, real
ad fin), de tal modo que, a lin de ruentas, si se entiende por «lógica de la o ficticio. Incluso si los negadores del principio de contradicci6n no hubiesen
apariencia» no sólo el arte mismo de producir dicha apariencia, sino una refle- existido históricamente, Aristóteles habda tenido que inventarlos, en razOO de
xión sobre ese arte, como ocurre con Aristóteles, entonces «1<SRía de la apa- las necesidades ae su justificaci6n dialéctica del principio, la única posible,
riencia» y «crítica de la apariencia» estarán a un paso de identificarse. dada su generalidad.

276 277
adjetivos dialéctico y vacío 113; pero la vacuidad de la dialéctica ga- Pero si bien Arist6teles anuncia indiscutiblemente en este punto
rantiza su universalidad. Cuando quiere minusvalorar el razonamien- r nnulas neoplatónicas, conviene señalar con no menor insistencia
to dialéctico -lo que sucede siempre que lo compara con el razona- que no ha llevado hasta el final esa revolución que permitirá afirmar
miento científco-, Arist6teles le reprocha que concluye a partir de 4 Proclo que «es más hermoso atenerse a las negaciones» 117. Comen-
principios demasiado amplios, no apropiados, por ello, al objeto de landa los textos neoplatónicos, Bréhier escribe que, si es cierto que
la demostraci6n. Pero cuando quiere rehabilitar la dialéctica, vemos .hacer de un término el sujeto de una proposici6n, significa por ello
que esa misma imperfección se convierte en una ventaja: la propie- mismo subordinarlo [a un género], convertirlo de algún modo en
dad del razonamiento científico encierra al sabio en un solo género, prisionero liS de una esencia», entonces, a la inversa, «la negaci6n
mientras que el dialéctico se mueve en todos ellos, o, más exacta- ignificará ... aquí no una especie de privaci6n, sino algo así como la
mente, más allá de todos los géneros. Cuando el razonamiento con- IIberaci6n de toda esencia» "'. Ciertamente, la negaci6n -observaba
cluye en virtud de principios que no son «propios», puede decirse, ya Arist6teles-, nos permite escapar a la limitaci6n «de una natu-
segú:> el punto de vista en que uno se coloque, que tales principios raleza y un género determinados», pero no puede llegarse a decir
son unpropios, o que esos principios son comunes; son impropios, que Arist6teles haya visto en ello nunca una .liberaci6n». Arist6te-
si consideramos que el discurso no debe evadirse del género, pero les es mucho más sensible a lo que perdemos que a lo que ganamos
son oportunamente comunes si consideramos que se refieren a una cuando nos evadimos de la unidad genérica. Sin duda, esa supera-
totalidad cuya extensi6n no puede dejarse identificar con la unidad ci6n es, en cierto sentido, natusal y necesaria (y por ello se negará
de un género. Ahora bien: hemos visto que la reflexi6n acerca de a condenar la cultura general, como había hecho Plat6n), pero lo que
los fundamentos de la ciencia implicaba que, en un momento u otro, ganamos en amplitud de miras lo perdemos en exactitud: con más
había que salir de los principios propios a fin de alcanzar su funda- precisión, salimos del dominio del saber discursivo para entrar en
mento último, es decir, los principios comunes 114. Esta superación Otro dominio que no por ello es el de la contemplaci6n. La diferen-
de la particularidad genérica, ilegítima desde el punto de vista de la cia esencial entre Arist6teles y el neoplatonismo es que, para este
ciencia, pero exgida por la reflex6n sobre la ciencia, sólo podrá ser último, hay un más allá de la esencia, por relaci6n al cual el connci-
obra del dialéctico. Esa parad6jica transmutaci6n de la impropiedad miento de las esencias es naturalmente inadecuado; para Arist6teles,
en comunidad, de la vacuidad en universalidad, y, en definitiva del no hay más que esencias y, ello supuesto, cualquier discurso que,
verbalismo ret6rico en instrumento de critica y de tal suert; en como el discurso dialéctico, se mueva en ese más allá, e incluso si
jurisd~cci6n suprema, es, según creemos, el des~brimiento p~pio puede presentar justificaciones relativas, no deja de ser por ello ver-
de Amt6teles. Se trata de una etapa capital en el camino que, para- bal y vado haga lo que haga; dicho de otro modo: no acrecienta en
lelo al del Parménides de Plat6n pero sin confundirse en absoluto nada nuestro saber acerca de las esencias o, como dice Arist6teles a
c~>n él "', conduce desde la erística de los sofistas a la teología nega- menudo, con la intenci6n de oponer al saber .Hsico» el discurso dia-
Uva de los neoplat6nicos. Aristóteles es el primero que, insistiendo léctico 120, nuestro conocimiento de las «naturalezas». Nos advierte
a la vez sobre el carácter negativo de las proposiciones dialécticas y de ello en un pasaje notable de los Argumentos sofisticos: «Ningún
sobre su carácter universal -reivindicado por los sofistas-, y afir- método que tienda a manifestar la naturaleza de algo, sea lo que sea,
mando el profundo vínculo de esos dos caracteres, ya presentido por procede mediante interrogaciones» 121. Llegamos aqul al coraz6n mis-
S6crates, parece baber convertido la negaci6n en mediaci6n hacia mo de la oposición entre actitud científica y actitud dialéctica: el
la unidad. El fue el primero en reconocer que los principios comunes sabio demuestra proposiciones, que, ciertamente, pueden ser objeta-
son «como las negaciones» "', y que ése es el carácter que les permi-
te no referirse «a una naturaleza y género determinados», romo la 117 In Parmen., 1108, 19. Acerca dd problema de la negaci6n en el neo-
platonismo, no pod~os por menos que reenviar a las páginas dc E. BRÉHIER
afirmaci6n científica, 'sino «a la totalidad» (xlI"td "dvro,.). Lo nega- sobre «La idea dc la nada y d problema del origen radical en el ncoplatonismo
~v? se convierte, por vez primera, en índice de una posibilidad inde- griego., Ref), de Mél. el de Mor., 1919; rcproducidas en Eludes de philosophie
flruda: se trueca en apertura a la totalidad. antique, p. 248 SS., especialmente 26J..266.
111 La expresi6n, como !\eñala BRÉHIER (art. cit., p. 257), es de PLOTINO,
1U ar.cap. n, § 1, pp. 97·98, Y § 4, p. lO3. VI, 8, 19, 1. 38.
119 Mt. citado, p. 265.
114 Cfr. más arriba, cap. II, § 4.
tU Sobre el papel del Parminid~s en este pasaje, dr. la discusión de JM Ver pp. 97-98, más arriba, y nuestro artículo cit. «Sur la définition aris-
E. BRÉHIER, Sophia, 1938, pp. 33-38. (El. d. phi/os. anlique, pp. 232-236). lotfficicnne dc la colere., p. 304.
116 Arg. solísl., n, 172 a 38. m Arg. 10Iísl., 11, 172 a 15.

278 279
das por un adversario, pero corriendo éste con la carga de establecer, tente» 1216, es decir -si recordamos al papel fecundador que juega
mediante una nueva demostración, la verdad de la contradictoria; el en el silogismo el término medi~, un silogismo al cual le falta la
dialéctico plantea problemas, que, en apariencia, sólo difieren de las mediaci6n del término medio. En la división no hay más que dos
proposiciones por su forma interrogativa, pero que, en realidad, im- términos enfrentados: el individuo que se ha de definir y el género,
piden al que pregunta justificar los términos de la alternativa, y al o más bien la totalidad indiferenciada -en último término, el ser en
que responde le impiden asimismo justificar la elección de uno de general-, del que sólo sabemos que el individuo forma parte de él
esos términos. Si yo pregunto ¿es o no animal pedestre bípedo la y que se trata de dividirlo; a fin de unir el individuo a la totalidad,
definición de hombre?, y si conmino a mi interlocutor para que res- es decir, para definirlo --de un lad~ por su pertenencia a un gé-
ponda sí o no, ninguna respuesta podrá darme luz acerca de la natu- nero, y --de otro lad~ por su particularidad específica, habría que
raleza del hombre: si responde afirmativamente, lo único que hará conocer los intermediarios, que son precisamente los que faltan. Por
será otorgar a la tesis que yo había propuesto en la discusión la pro- ello la divisi6n «concluye siempre algún predicado más general de lo
babilidad que va ligada a la autoridad de su aprobación; y si respon- que se espera» 117. Así, por ejemplo, permite concluir que Sócrates es
de negativamente, no me proporcionará luz alguna que haga avan- animal racional o no racional. Sin saber que Sócrates es hombre (tér.
zar la discusión sugiriéndome otro planteamiento del problema entre mino medio) no podemos demostrar, sino sólo postular 128, que es
la infinidad de planteamientos posibles. Según la respuesta sea sí o racional. Más aún: una vez llegados a uno de los grados de la divi-
no, el diálogo, o bien progresa, pero dentro de la probabilidad, o bien sión, la continuación de ésta es arbitraria: si dividimos el género
es impotente y vuelve a partir de cero. El saber no puede progresar animal en «alado» y «no alado», no es menos legítimo dividir luego
con seguridad más que por medio de la demostración, y no por medio lo alado en «doméstico» y «salvaje» que dividirlo en «blanco» y
del diálogo; su marcha es, podríamos decir, monol6gica y no dialéc- «negro», y tan arbitrario es lo uno como lo otro 129. Entre los diver-
tica: «Demostrar -anuncia Aristóteles al comienzo de los Primeros sos momentos de la divisi6n no hay más que una unidad artificial,
Analíticos- no es preguntar, es ertunciar» 122. No se funda el saber parecida a la que establece una conjunci6n (o6v8eofioc;) entre dos fra-
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ses 130. Dicho de otro modo: la divisi6n, como el diálogo, no conlle-

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en la pregunta hecha a un adversario para que escoja entre dos con-
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tradictorias 123, sino sobre el enunciado unilateral de una proposici6n va ningún principio interno de progresi6n. Vemos aquí c6mo la con-
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que, en la medida en que es necesaria --es decir, en la medida en cepci6n aristotélica se aleja, en virtud de su pesimismo, de la expe-
que ha sido demostrada 124_ excluye la posibilidad de la contra- riencia plat6nica del diálogo, e incluso de la socrática. El encuentro
dictoria. dialéctico es juzgado por él o útil o vano. Si los interlocutores se
Lo que le falta a la dialéctica en general nos lo revela Aristóteles encuentran dentro de la unidad de una misma esencia, se ponen de
a propósito de un proceso dialéctico particular: la división (8ta(peoll;), acuerdo en seguida, pero en ese caso el diálogo es inútil, o, al me-
de la cual, como es sabido, ha hecho uso Platón, especialmente en el nos, sólo representa la distancia que nos separa accidentalmente del
Fedro, el Sofista y el Político. La equivocación esencial de la divi- saber. Si, por el contrario, no se da ninguna esencia como término
sión plat6nica consiste, según Aristóteles, en plantear un problema medio, entonces el diálogo es vano, convirtiéndose en el enfrenta-
(por ejemplo: ¿es el hombre un animal o un ser inanimado? l2S), sin miento, aparentemente sin salida, de dos tesis contradictorias, o, lo
suministrar medio alguno de responder. Arist6teles expresa la mis que viene a ser lo mismo, no suministrando ninguna razón científica
ma idea afirmando de la división que es como un «silogismo impo- para escoger.
Por extraña que esta precisión pueda parecer a quien conoce la
Anal. pr., l, 1, 24 a 24.
122
Así es como Aristóteles define en una ocasión la dialéctica: ~ ~E
123 1216 Anal. pr., l, 31, 46 a 31; cfr. Anal. post., JI, .5, 91 b 16 ss.; Met., Z,
~lakéX'tlx~ ~pÚJ't7pl~ dv'tltpáoeÚl~ ~O'tl (Anal. pr., l, 1, 24 a 24). Es evidente que 12, 1037 b 27 ss.
el razonamiento apodíctico no puede depender de una elección cuyo principio 117 Anal. pr., 31, 46 a 32.
no podría comprender, pendiente como estaría de la opinión del interlocutor. 128 Anal. post., JI, .5, 91 b 18. Debe observarse, desde luego, que esta
Cfr. ALEJANDRO, In Soph. elench., 9.5, 11 (a propósito de 172 a 16). misma palabra «postular» ()..al1~ávElv) no se toma aquí en el mismo sentido
124 No obstante, barruntamos ya aquí en qué plano va a poder ejercitarse que en el texto de los Anal. pro citado más arripa (p. 280), donde servía para
la revancha de la dialéctica: las primeras proposiciones de la ciencia, no pu- oponer la enunciación científica a la interrogación dialéctica. Aquí designa,
diendo ser demostradas (cfr. lntrod., cap. JI), serán problemáticas, en el sen. al contrario, el postulado dialéctico, opuesto a la demostración científica.
tido propio del término. 129 Parto animal., l, 3, 643 b 20.
l2S Anal. post., JI, .5, 91 b 18. 130 Ibid., 643 b 20.

280 281
historia ulterior de este concepto 131, 10 que le falta a la dialéctica, lo uno es, si lo múltiple es- son estudiadas sin que haya habido
según Aristóteles -ausencia responsable de su «impotencia»- es la previo acuerdo acerca de la definición de lo uno y lo múltiple» 135.
mediación: esa mediación que, en el silogismo demostrativo, resulta Pero es probable que el satisfecit que parece otorgarse Aristóteles
aportada por el término medio, es decir -<:omo precisa Aristóte- cuando compara la dialéctica de su tiempo con la de Sócrates se re-
les-, por la esencia 132. Así pues, la dialéctica es, según Aristóteles, fiera, más aún que al uso platónico, al uso propiamente aristotéli<;o
una manera de pensar -o más bien de hablar- que se mueve más de la dialéctica. Desde este punto de vista, nos parece que el pasaje
allá de las esencias, estando por lo tanto desprovista de todo punto acerca de Sócrates se ilumina si 10 cotejamos con el texto ya citado
de apoyo real que le permita avanzar. Sin embargo, en un texto don- de los Argumentos sofísticos, según el cual «ningún método que
de resume la aportación de la investigación socrática, Aristóteles tienda a manifestar la naturaleza de algo, sea lo que sea» es interro-
parece considerar, no ya como una desviación sino como sefial de un gativo, es decir, dialéctico. Lo que Aristóteles reconoce en ese juicio
progreso, el hecho de que la dialéctica haya podido liberarse en aparentemente peyorativo para la dialéctica, pero cuyo sentido a fin
cierto momento de la consideración de la esencia. En tiempos de de cuentas positivo revela el texto del libro M, es que, si bien la
Sócrates, escribe, «la potencia dialéctica no alcanzaha a poder consi· esencia es a la vez principio y fin de la demostración, no es principio
derar los contrarios incluso independientemente de la esencia», y por ni fin del diálogo. Se puede dialogar muy bien sin estar de acuerdo
ello «era razonable que investigase la esencia de las cosas; pues pre- en nada, al menos en nada determinado; si nos ponemos de acuerdo
tendía hacer silogismos, y el principio del silogismo es la esencia» 133. sobre alguna cosa, esa cosa hace inútil el diálogo.
Pese a las numerosas interpretaciones que se le han dado, el sentido Lo mismo que los exegetas distinguen en Platón los diálogos
de este pasaje parece claro: Sócrates intentaba definir esencias, cre- acabados, que concluyen con la definición de la esencia, y los diálo-
yendo que únicamente el final de dicha investigación podía ser punto gos inacabados, podríamos distinguir en Aristóteles dos clases de
de partida de un razonamiento --o incluso de un diálogo 134_ váli- dialéctica: en primer lugar, una dialéctica, que podríamos llamar
do. Ignoraba, por consiguiente, la posibilidad de un diálogo que no provisional o precientífica, la cual tiende -siWJiendo un proceso
se apoyase en una definición previa. Por el contrario, el Platón de cuyo carácter titubeante e incierto nunca ha disimulado Aristóte-
los diálogos clásicos y metafísicos suministrará muchos ejemplos de les- hacia la captación y definición de una esencia que, sirviendo
ese tipo de diálogo, bajo la forma de razonamientos hipotéticos, que luego como principio de una demostración, funde un saber que será
permiten al diálogo progresar después de haber puesto entre parén- independiente de las condiciones dialécticas de su surgimiento; la
tesis la cuestión de existencia y, a fortiori, la de la definición: ése dialéctica así entendida se borra, podríamos decir, cuando llega a su
es, recuerda Ross, «el procedimiento del que tenemos un ejemplo en término, del mismo modo que se suprime el andamiaje cuando la
el Parménides, donde las consecuencias de hipótesis contrarias -si casa se termina, o el borrador cuando la obra está escrita. La dialéc-
tica representa entonces el orden de la investigación 136, que, una
131 Si se tratase de buscar un parang6n, éste se hallaría, como hemos su-
vez en posesión de la esencia, se invierte ante el orden deductivo,
gerido varias veces, en el uso kantiano de la dialéc.tica, el má~ p~~cido al uso
aristotélico. Por 10 demás, Kant toma de la termmología anstotelica su opo- único que, según Aristóteles, expresa el movimiento del saber ver-
sici6n fundamental entre analítica y dialéctica. dadero 137. En este amplio sentido de la palabra, Aristóteles estudiará
132 N6tese que esta crítica se une a la que Arist6teles diri~e contra el la inducción en el marco de los procedimientos dialécticos 138. Pero
silogismo dialéctico, que concluye en virtud de consideraciones demasiado ésta no es la aportación original de Aristóteles a la dialéctica. El ver·
generales; de hecho, a partir de un término medi~ q~e no es verda~eram7nte
«medio,. porque, contrariamente a las reglas del silOgIsmo demostranvo, .nene dadero diálogo es, para él, aquel que progresa -sin duda- pero
una extensi6n superior a la del mayor. Semejante silogismo s6lo puede, SIendo que no concluye; pues sólo la inconcIusi6n garantiza al diálogo su
así, concluir accidentalmente lo verdadero. Cfr. la crítica del argumento de permanencia 139. La verdadera dialéctica es la que no desemboca en
Bris6n (ver más arriba, cap. n, p. 209, n. 398).
133 M, 4, 1078 b 23 ss.
134 Plat6n permanecerá fiel a la inspiraci6n socrática cuando escriba en el l3S Metaph., n, p. 422.

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Este carácter de la dialéctica ha sido subrayado por Arist6teles y los

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Fedro: «En toda cuesti6n... hay un único punto de partida para culllquiera 136

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que desee deliberar bien sobre ella: el de saber cuál es, eventualmente, el comentaristas: la dialéctica es '~EE"Cao·tlX~, dice Arist6teles (Tóp., 1, 2, 101 b 3),

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objeto de la deliberaci6n; si no, el fracaso es inevitable. Pue~ bien: un hecho Cl)"OJ"CIX~ xa! btIXElpl)p.a"Clx~, comenta ALEJANDRO (ad loc., 32, 9-10).
que la mayoría no comprende es que no conocen la ese,!ct'! .de cada .cosa; 137 aro Intrad., cap. n.
y así, creyendo conocerla, olvidan ponerse de acuerdo al prmaplO de la inves- 138 Tóp., 1, 12.
tigación, pero pagan el precio cuando avanzan, pues no se ponen de acuerdo 139 Así se explica la persistencia del diálogo de los fil6sofos a través del

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ni consigo mismos ni con los demás» (237 b) . tiempo. Cfr. más arriba, cap. 1, ad fin.

282 283
ninguna esencia, en ninguna naturaleza, y que, sin embargo, es 10 neado la dialéctica del lado de la opinión, separándola radical y defi-
bastante fuerte como para «encarar los contrarios» sin el auxilio de nitivamente de la ciencia 142, 10 que valdría tanto como afirmar que,
la esencia. Tal es, en Aristóteles, el amargo triunfo de la dialéctica: para Aristóteles, <<nada hay de común entre la búsqueda de la verdad
que el diálogo renazca siempre pese a su fracaso; más aún: que el y la dialéctica» 143. Así pues, la dialéctica sería un arte infracientífico,
fracaso del diálogo sea el motor secreto de su supervivencia, que los y, con mayor razón aún, dado que el propio Aristóteles designa la
hombres puedan seguir entendiéndose cuando no hablan de nada, filosofía como «la más alta de las ciencias», un arte infrafilosófico.
que las palabras conserven aún un sentido, incluso problemático, Todo 10 más, Hamelin admitirá que la dialéctica «todavía participa»
más allá de toda esencia, y que la vacuidad del discurso, lejos de ser de la verdad, ya que se refiere a 10 verosímil y permite razonar con
un factor de impotencia, se transmute en una invitación a la búsque- justeza formal: en este sentido, puede hasta ser considerada como
da indefinida. Hemos visto que esta dialéctica sin mediación nada un auxiliar de la ciencia, cuyos principios contribuye a establecer.
tenía que hacer allí donde la mediación está dada, o, al menos, donde Pero esa misma contribución no debe ser sobreestimada. Contra
se ha hallado al fin en las cosas 140: el dialéctico se esfuma entonces Zeller, Hamelin estima que la dialéctica desempeña sólo un papel
ante el sabio, la búsqueda ante d silogismo. Pero allí donde no hay negativo en el establecimiento de los principios: «Respecto a cada
mediación, allí donde el silogismo es impotente, no como conse- principio, nos enseña sobre todo dónde no hay que buscarlo» 144; no
cuencia de .un error de método sino a causa de la excesiva generali- hace más que despejar el terreno para la intuición, que sigue siendo
dad del objeto de la demostración, que excluye la posibilidad de un único fundamento de la demostración y, a través de ella, de la cien-
término medio 141, entonces la dialéctica no se esfuma ante la analí- cia. La dialéctica no representaría otro papel, por tanto, que el de
tica, . sin~ que la S?,stituye, supliendo sus insuficiencias: la perma- un ayudante pedagógico' -podríamos decir- para uso de espíritus
nenCIa IDlsma del dIalogo llega a ser el sustituto humano de una me- insuficientemente intuitivos. Si admitimos que, entre todos los hom-
diación inhallable en las cosas. La palabra vuelve a ser como 10 era bres, el filósofo es quien más parte toma en la intuición, admitire-
entre los sofistas y retóricos, el sustituto, inevitable 'esta vez, del mos también que es quien mejor puede prescindir de la dialéctica;
saber. más aún: en cuanto filósofo, se sustrae por completo a las limitacio-
nes que harían necesario el uso de la dialéctica.
* * * Por consiguiente, los intérpretes han buscado en otra vía la re-
lación que podía unir la especulación lógica de Aristóteles con su
Las páginas anteriores permiten barruntar a la vez la oposición especulación metafísica. Como observa Eric Weill, que menciona
r el- parentesco ~tre la dialéctica y la teoría del ser: oposición, si se esta interpretación para combatirla 145, ese vínculo ha sido buscado
mSlste como Aristóteles hace a veces, en las insuficiencias de la pri- en la equivalencia que Aristóteles establece en alguna ocasión entre
mera y e~ catácter eminente de la segunda; parentesco profundo, por la noción física y metafísica de causa y la noción lógica de término
contra, SI se contemplan ambas como dos expresiones al fin conver- medio, designando una y otra dos aspectos de una realidad más fun-
gentes del mismo ideal de universalidad. damental: la de la esencia. El término medio es causa del silosgis-
Los exegetas han sido generalmente, es cierto, más sensibles al mo 146 porque es esencia 147, Y la esencia es lo que da razón de los
primer aspecto que al segundo. Preocupados sobre todo por oponer atributos. La progresión del silogismo, ella misma expresión del de-
Aristóteles a Platón, les ha impresionado el hecho de que, del uno venir natural, no sería otra cosa, entonces, que el despliegue de la
al otro, la dialéctica haya pasado desde el rango de ciencia hasta el necesidad de la esencia. El papel del filósofo, cuya ciencia es la de
de mera lógica de 10 verosímil, convirtiéndose así en pariente pobre «los primeros principios y primeras causas» 148, consistiría entonces
de- una analítica que sería única suministradora del canon de un sa- en situarse dentro del dinamismo de la más elevada esencia, a fin
ber perfecto. Hamelin, por ejemplo, ha puesto de relieve esa minus- de comprender el mundo como la totalidad de sus atributos. Pero
valoración aristotélica de la dialéctica: Aristóteles, recuerda, ha ali-
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Systeme d'Aristote, p. 235.

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140 Todas las reglas de lo que hemos llamado dialéctica precienti/ica se 143 [bid., p. 230.
reconducen, de hecho, a ésta: hallar el término medio. 144 [bid., p. 235.

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La place de la logique dans la pensée aristotélicienne, loco cit., p. 3i4.

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141 Como es sabido, en el silogismo demostrativo el término medio debe

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tener una extensión más grande que la del menor --el sujeto de la conclu-
sión-. Esta simple precisión basta para poner de manifiesto que no se puede 147 Cfr. M, 4, 1078 b 24.

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demostrar nada del ser. 148 A, 1, 981 b 28.

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285
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284
en seguida vemos que el mero hecho de la contingencia impediría a I d 1 propio Aristóteles. En ése texto, que encontramos en el
Aristóteles adoptar hasta el fin ese punto de vista «panlogista», y l. 1 r de la Metafísica, Aristóteles, explícitamente preocupado por
los mismos que proponen dicha interpretación como la verdad pro- I unguir, e incluso por oponer, filosofía y dialéctica, no por ello
funda del aristotelismo se ven obligados a reconocer que choca con J de empezar por reconocer la identidad de sus dominios: «El
textos, no menos explícitos, de la Física y hasta de los Analíticos 149. 11 ro de realidades donde se mueven la sofística y la dialéctica es
Pero veamos hacia dónde tiende, en lo que se refiere a nuestro pro- 1 mismo que para la filosofía, pero ésta difiere de la dialéctica por
blema, dicha interpretación: el ideal de la metafísica aristotélica se- I m o de usar su poder, y de la sofística por la elección del género
ría un ideal analítico, es decir, deductivo; su punto de partida sería I vida» 152. El dominio común a esas tres actividades ha sido suge-
la intuición, su instrumento el silogismo, no siendo el propio silogis- I 1 algo más arriba: se trata de «todas las cosas» (1tept <l1táv't(J)v),
mo más que el despliegue de la esencia en el discurso humano. Si es decir, del ser, ya que éste es «común a todas las cosas» 153. Pero
cierto que la dialéctica no nos enseña nunca la esencia de ninguna 1.1 identidad de dominio no excluye la diversidad de actitudes, y en
cosa, que su especulación se mueve «independientemente de la esen- ('timer lugar de intenciones: la oposición, desde este punto de vista,
cia», que no se refiere a ninguna esencia determinada -y menos Illte sofística y filosofía es fácil de comprender y ha sido precisada
todavía a la más alta- vemos entonces cómo se hallaría justificada muchas veces ¡¡er Aristóteles: el sofista busca sólo su provecho, y
la incompatibilidad entre la dialéctica y la filosofía del ser. n la verdad 1 • Aristóteles reconoce así implícitamente que el dia-
Incluso si admitimos que esa interpretación peyorativa de la dia- I tico no difiere del filósofo por «la elección del género de vida»:
léctica aristotélica y de sus relaciones con la filosofía del ser ha po- I nto el uno com el otro se rigen, pues, por una preocupación des-
dido ser influida, en los autores de finales del XIX Y principios del Interesada por la verdad. El fundamento de su distinción hay que
xx, por un idealismo que veía en la ciencia el único lugar concebible I u carlo en otra parte, en la definición misma de la función dialéc-
de la verdad ISO, es sin duda excesivo calificarla, como hace Eric Ika y la filosófica: «La dialéctica es una prueba relativa a lo que la
Weil, de error histórico lSl. Sólo un texto de Aristóteles (sin contar ilosofía hace conocer» 155. Podríamos pensar que esta vez el texto
otro apócrifo del libro K) trata expresamente de las relaciones en- ti limita claramente la competencia respectiva del dialéctico y del
tre la dialéctica y la especulación general sobre el ser, y dicho texto filósofo, y los comentaristas se han conformado con él, por lo gene-
es tan embarazoso que no sólo justifica las interpretaciones diver- r 1: Aristóteles veía en la dialéctica tan s610 una prueba, en el senti-
gentes de los comentaristas, sino que parece traducir un embarazo do socrático del término, destinada a preparar o a confirmar, a los
149 L. ROBIN, Sur la eoneeption aristotélieienne de la eausalité, loe. cit.
jos de los hombres, y el filósofo mismo el primero, la realidad del
ISO Es característico, a este respecto, que Hamelin saque en conclusión . aber filosófico. Pero una doble cuestión se plantea aquí. ¿Cómo
de la oposición aristotélica entre dialéctica y ciencia que, para Aristóteles, va a distinguirse la relación entre filosofía y dialéctica, que Aristó-
«no hay ya nada en común entre la búsqueda de la verdad y la dialéctica~ teles anuncia como privilegiada en razón de la identidad de sus do-
(loe. cit.). Tampoco Robin puede suponer que Aristóteles haya traicionado el minios, de la relación entre la dialéctica y las demás ciencias? Dicho
ideal matemático de su maestro hasta el punto de haber deseado rebajar la
filosofía al plano infracientífico de la dialéctica. Brunschvicg, por su parte, de otra manera: lo que dice Arist6teles aquí a propósito de la filo-
admitiría de buen grado que la metafísica de Aristóteles es dialéctica, pero ofía habría podido decirlo a propósito de cualquier ciencia particu-
en el sentido según el cual, conforme al propio Aristóteles, las especulaciones lar: hemos visto en otro lugar que Aristóteles asignaba, efectiva-
dialécticas son «verbales y vacías». Ninguno de dichos autores podía, en razón mente, a la dialéctica, y antes a la cultura general, esa función de
de sus propios presupuestos filosóficos, hacer justicia a la dialéctica aristoté-
lica, ni, a lortiori, concederle un lugar eminente en la construcción filosófica examen y crítica por respecto a todo saber particular. Pero esta ob-
de Aristóteles. Inversamente, los autores alemanes, a menudo inspirados por servación nos conduce a una segunda cuestión: ¿es la filosofía una
el hegelianismo, como Michelet o Zeller, insisten en el papel positivo de la ciencia particular? O bien: ¿cuál es el dominio cuyo saber sería la
dialéctica, pero la entienden. de manera anacrónica, como una lóWca de la filosofía, que la filosofía nos haría conocer? Recordar que ese domi-
contradicción y la superación, superior por ello a la analítica, inrerpretada por
Hegel como «lógica del entendimiento», «historia natural del pensamiento nio es el ser en cuanto tal, «común a todas las cosas», es responder
finito.. En realidad, la dialéctica tal como la entiende Aristóteles no merece
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con la mayor exactitud el papel de la dialéctica en la metafísica de Aristóteles.

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mente, de que toda ciencia se refiere a un género, que el ser «común
a todas las cosas» no puede ser captado en la unidad de un género, * * *
y que no hay por lo tanto, en sentido estricto, una «ciencia» que nos
haga «conocer» el ser 156. Id ntidad de dominios, identidad de procesos: si la primera afir-
La oposición entre dialéctica y filosofía estaría, pues, justificada I n es clara, la segunda habría de ser confirmada por un mínu-
si la filosofía llegase a constituirse como ciencia según el tipo defi· análisis de los procedimientos de pensamiento utilizados en la
nido en lo~ Analíticos: la relación entre la dialéctica y la filosofía lafiúca de Aristóteles. Ese análisis sobrepasaría aquí nuestro pro-
sería entonces análoga a la que mantiene la dialéctica con toda cien- ItO, que es el de reconstruir la significación filosófica del proyecto
I t télico de una ciencia del ser en cuanto ser más que su contem-
cia particular, que es la de ser una propedéutica a ese saber. Ello
ocurriría así si una circunstancia nueva no viniese a trastornar por I fectivo, Sería preciso mostrar que, si bien el silogismo está prác-
1 mente ausente de la Metafísica, encontráDlos en ella, por con·
completo esa relación: la filosofía se presenta como ciencia univer-
sal, la dialéctica como un poder universal de examen y crítica. Po· , todos los procedimientos descritos por los Tópicos o los Argu-
dríamos pensar que, así como la dialéctica es, en cada caso, una pro- .(fltos sofisticas: la refutación, la división (bajo la forma propia-
pedéutica a cada saber particular, así también, considerada en su I 11 III aristot~1ica de la distinción de sentidos), la inducción, la ana-

conjunto, es la propedéutica al saber universal. Pero hemos visto que r , etc. Citemos tan sólo aquí, como recordatorio, el estableci-
el saber universal no alcanzaba a superar el nivel de una propedéuti- mi nto del princpio de contradicción mediante la refutación de sus
11 g dores 158, la distinción de los sentidos del ser 159, la determina-
ca, que la filosofía del ser es una ciencia «buscada» y que se agota
I n ~>uramente analógica de los principios considerados en su uni-
ella misma en esa búsqueda; en una palabra, que estamos siempre en
camino hacia la totalidad. Siendo así, lo que va a aproximar de hecho J dI, y, de un modo general, el carácter diaporético 161, de las expo-
y a la dialéctica y la filosofía no es sólo la identidad de sus dominios, ISI Quedarfa por examinar d texto del libro K, paraldo al del libro r.
sino también la identidad de sus procesos: el momento dialéctico P ro en este caso el cuidado por distinguir dialéctica y ontolo~fa en su mismo
de la investigación y de la prueba no es aquí un momento que se ob;eto (mientras que el libro r afirmaba la identidad de sus dominios) trai-
esfumaría ante su resultado; para reintroducir la distinción aristoté· i na, una vez más, el ínexperto celo de un redactor posterior, preocupado
r conservar su dignidad de ciencia a la filosofía del ser (aquí identificada
1ica, la filosofía del ser se nos presenta como una colección de pro· n la filosofía primera). En ese texto se dice, efectivamente, que si bien la
blemas, y no de proposiciones. Ciencia eternamente «buscada» la Iialéctica y la sofística se ocupan de los accidentes de los seres, s610 la filo-
cie~cia del ser en cuanto ser es de tal modo que la preparación dia- fIa se ocupa de los accidentes de «los seres en cuanto seres», y del «Ser
léctlca al saber se convierte en sustitutivo del saber mismo. Así el por sf en cuanto ser» (K, 3, 1061 b 7). Pero entonces habría que preguntar
desde qué punto de vista se ocupa la dialéctica (y la sofística) de los acciden-
texto del libro r de la Metafísica, al atribuir a la filosofía un ideal les de los seres, dándose por supuesto que (no siendo ciencias y no refirién·
«cognitivo» que su misma universalidad impide realizar, confirma dose a un género determinado) no consideran el ser en cuanto tal o cual.
Respecto al «Ser por sí en cuanto serlt, se percibe ahí esa amal~ama del ser
156 En un texto de los Argumentos sofísticos, ARISTÓTELES, al definir los divino y el ser en cuanto ser, que caracteriza -según vimos- la doctrina
caracteres de la argumentaci6n dialéctica, establece involuntariamente el carác- del libro K y atestigua su inautenticidad. La contradicci6n entre d texto dd
ter dialéctico de los argumentos referidos al ser en general: «El arKUJIlento dia· libro r y el texto paraldo del libro K ha sido percibida muy bien por
léctico no está limitado a un género definido de cosas, no es demostrativo, y no Ch. THUROT, op. cit., p. 207.
es como el argumento que se refiere a 10 universal (OÚ~E 't'llO~'tO<; 0[0<; Ó xaOo1.oul» 158 Cfr. más arriba cap. 1, § 1 ad fin. Acerca del nETXo~, dr. Arg. sofís/.,
(11, 172 a 12). (La interpretaci6n de este úlrimo miembro de la frase por especialmente caps. 1 y 8.
ALEJANDRO, 93, 21 ss., es inaceptable: xaOo/,ou designa aquí la universalidad 159 Sobre la distinci6n de sentidos como procedimiento dialéctico, dr. T6p.
del género, y no la «universalidad» del ser, la cual se halla precisamente VI, 2, 139 b 28; VI, 13, 150 b 33; Arg. sofíst., 33, 183 a 9·12.
objetada en cuanto universalidad genérica). Más interesante aún es la justifi· 160 Sobre la analogía, cfr. Ret6r., 111, ID, 1411 a 1, b 3; 11, 1412 a 4;
caci6n que Arist6teles ofrece del primero y tercero de esos tres caracteres: T6p., V, 8, 138 b 24. La analogía es, podría decirse, una forma inferior de la
«En efecto, no todos los seres están contenidos en algún género único ni inducci6n. La inducci6n pertenece a ese uso de la dialéctica que hemos llamado
aunque 10 estuvieran, podrfan depender de los mismos principios» (172 a '14): preci~ntífico, en el sentido de que, siendo un procedimiento no riguroso por
Reconocemos ahí el tema esencial de la especulaci6n de Arist6teles acerca del s{ mISmo, no por ello deja de llevar al descubrimiento de una esencia cuya
ser. Si el ser en general (Arist6teles aún no dice el ser en cuanto ser) no es exactitud, una vez alcanzada, corrige la impureza de su proceso de produc-
un género, no hay más remedio que convenir en que s610 dialécticamente ci6n. En el caso de la analogía, por el contrario, no llegamos a ninguna esen-
puede hablarse del ser en general. cia, a ningún género común, en el que podamos descansar, sino tan sólo a una

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ri t6teles no quiso constituir una ontología dialéctica, y que

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siciones «introductoras» que tienden a confundirse aquí con la Me·

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tafísica entera; y, casi omnipresente, ese tono polémico que, según nI 1 gía sólo parecerá dialéctica a un observador -aunque tal

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las ~xactas expresiones de Charles Thurot, revela más «el diálogo de 1 or fuese Aristóteles-, el cual, cuando considera esa em·
la disputa» que el «monólogo de la ciencia» 162. • no puede dejar de confrontar el proyecto con sus resultados.
fueda ahora preguntamos de dónde procede esa desproporción

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¿Ha de decirse por ello que dialéctica y ontología son la mism

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cosa? La confusión de hecho no debe enmascararnos aquí la distin- Ir I intenci6n y la investigación efectiva: ¿por quél el proyecto
ción de derecho, ni la identidad de los procedimientos la diversidad m ontología como ciencia se degrada, de hecho, convirtiéndose
de las intenciones. Sigue siendo cierto que la intención filosófica es un investigaci6n que no llega a su término? ¿Por qué el ser en
fn ser sólo se nos revela negativamente, en el diálogo indefini·
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«cognitiva», mientras que el objetivo del dialéctico no es sino «pei-


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rástico». La dialéctica, como tampoco ningún otro arte, no tiene en yu los hombres instituyen en tomo a él? ¿Por qué, en definiti-
sí misma s~ propio fin: instrumento universal de examen, pertenece 1 palabra humana sobre el ser es dialéctica y no científica? Pero
pregunta va a planteársenos primero: si es cierto que no hay
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que ese interés sea el de la verdad. Por el contrario, la ciencla del


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ser en cuanto ser, forma propiamente aristotélica del ideal filosófico , de una ciencia del ser en cuanto ser? Si la realidad de la ontolo-
de los Antiguos, no puede resign~me a un tal desinterés y una tal dialéctica, ¿de qué idea es imperfecta realización esa realidad?
ausencia de perspectivas. Incluso si sus procedimientos son diaJéc·
ticos, no podría autorreconocerse como dialéctica sin confesar por

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eso mismo su fracaso; así se explicaría que Aristóteles sólo parezca
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reconocer de mala gana el parentesco entre ontología y dialéctica, y
que nunca vaya hasta el fondo de esa confrontación. La dialéctica
nos proporciona una técnica universal de la pregunta, sin preocupar-
se de las posibilidades que el hombre tiene de responder a ella; pero
el hombre no plantearía preguntas si no tuviera esperanzas de con·
testarlas.
Al estudiar la estructura de la metafísica de Aristóteles hemos
insistido hasta aquí, sobre todo, en el aspecto problemático de dicha
estructura. Pero el hombre no se plantearía problemas si no creyese
~ue admite!l una s~lución. Y así, una cosa es la ausencia de perspec·
tiva requerIda en CIerto modo por la neutralidad del arte dialéctica
y tra cosa la inconc1usión, de hecho, de un proyecto que conlleva:
por definición, la perspectiva misma de la inconclusión. Está claro

igualdad de relaciones que deja subsistir la pluralidad irreducible de sus do-


minios de aplicación. Por eso la analogía es legítima s610 alli donde falta la
unidad de una esencia y un género, como es el caso del ser en cuanto ser.
Ese carácter poco riguroso del raz~>namiento por analogía, carácter general-
mente enmascarado --en 10 que conCIerne a su uso metafísic~ por la tradici6n
escolástica sobre la analogía del ser, ha sido bien puesto de relieve, no obs-
tante, por BONITZ (Metaph., ad 9, 6, 1048 a 30) y por THUROT op cit
p.134. ' . .,
161 Sobre ~a aporía y la diaporía (desarrollo de argumentos en pro y en
contra, cuya «Igualdad. -T6p., VI, 6, 145 b 1, 17- determina el estado de
aporía), como procedimientos dialécticos, cfr. T6p., VIII, 11, 162 a 17 (donde
el d1tópYJlla es definido como «razonamiento dialéctico de contradicción»);
1, 2, 101 a 3~.
162 Op. 'cÍt., p. 152.

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LA CIENCIA INHALLABLE


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SEGUNDA PARTE

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CAPITULO PRIMERO

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ONTOLOGIA y TEOLOGIA, O LA IDEA

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DE LA FILOSOFIA

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(P. VALÉRY, La ;eune Parque.)

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UNIDAD y SEPARACIÓN

La metafísica aristotélica, o al menos lo que designamos con ese


11 ¡mbre, es heredera de dos series de problemas. Hemos seguido
h.t. ta su final -a saber, el proyecto de constituir una ciencia del ser
n cuanto ser- una de esas series: ¿en qué condiciones el discurso
humano es significativo, es decir, se halla provisto de una significa-
i6n única? De pregunta en respuesta, y de respuesta en nueva pre-
unta, habíamos llegado a esta formulación última: ¿cómo puede
r uno el discurso humano acerca del ser? Así, habíamos concluido
I r transferir, de un modo él mismo problemático, al ser en cuanto
r -entendido como correlato del discurso en general-, la unidad
'xigida por la coherencia «buscada» de ditho discurso. Las investi-
Kuciones sofísticas sobre el lenguaje, así como la pretensión de «ha-
blar de todo» propia de sofistas y retóricos, nos habían parecido
asión histórica y -a la vez- uno de los principaJes alimentos de
dicha problemática.
Con todo, sería imposible ocultar - y este punto pertenece de-
masiado a la exégesis tradicional para que haga falta insistir en él-
que la «metafísica» aristotélica tiene otras fuentes platónicas y, más
lejanamente, parmenídeas. El decisivo corte entre una esfera de rea-
lidades estables -y por ello expresables- y otra esfera de realida-
des movedizas -y por ello refractarias a inmovilizarse en palabras
estables- es un corte que t, sea cual sea el lugar preciso por donde
1 Al invocar a Parménides como antepasado de esta ttadición, sólo tenemos

táts
en cuenta el modo como ha sido comprendido por sus sucesores, sin prejuzgar
acerca de su pensamiento efectivo. Hoy, la tendencia de la exégesis parmenídea
consiste, al conttario, en reconocer un «paso». una «apertura», entre la esfera

295
se efectúe, sigue siendo una de las raras adquisiciones de la filosofia oposición platónica y -más aún- parmenídea, pero que al instalar
anteriot a él que Aristóteles no pone en duda. Puede discutirse, sin -romo veremos- la dualidad en el seno del mundo, hará más ur-
duda, acetea del alcance, y ante todo del lugar, de dicho corte: ¿sepa- gente aún la necesidad de superarla.
ra al ser del no-ser, o es interno al ser? En este último caso, ¿separa En cualquier caso, la existencia -testimoniada por la simple
al mundo sensible del mundo de las Ideas trascendentes, o bien, aho- observación 1lStronómica- de seres considerados por su movimien-
rrándonos otro mundo, debemos considerar ese corte como interior tO regular y aparentemente eterno, según una venerable tradición 4,
al único mundo que conocemos como existente? Es bien sabido que, como seres divinos, permitía arribuir un objeto no quimérico a una
en un texto de juventud del que nos informa Cicerón', Aristóteles sabiduría a la que no atañe ocuparse de lo que nace y perece '. Por
parece reducir a las dimensiones de una simple oposición inrramun- ello, Aristóteles, en la Metafísica, asocia constantemente la cuesÚón
dana la separación platóniea entre los dos mundos: el Cielo visible «¿existen otros seres además de los sensibles? a esta orra: «¿es
no es ya el reflejo de un universo inteligible, sino que es él mismo posible una filosofia, o, al menos, una filosofía distinta de la fisiea,
lo inteligible, lo eterno, lo incorrupúble, lo divino, o, al menos, y emplazada antes que ésta en el orden del saber?. «Si no hubiera
precisará más tarde Aristóteles, «lo que hay de manifiesto de enrre otras esencias aparte de aquellas consútuidas por la naturaleza, la
las cosas divinas. '; mienrras que la parte del mundo en que vivimos fisiea sería la ciencia primera; pero si hay una esencia inmóvil, ésta
es el dominio de lo que nace y perece. Atenuación aparente de la será anterior y habrá una filosofía primera. '. Esta ciencia se llama-
rá teología, pues «si lo divino está presente en alguna parte, lo está
del .s~ verdadero y el dominio de la opinión. Esta tesis, preparada por los en semejante naturaleza»> 7.
an~Itsls d~ K. REIN H AllDT, Pll'men;d~s und die Geschichu deT Rriechischen Según que se siga esta úlúrna vía de invesúgación o la que he-
P'hl~osophte} 1916, p. 10, 29 SS., ha sido especialmente sostenida con ~ con- mos intentado reconstruir en los capítulos anteriores, se advertirá
VICCIón por ]. BEAUFllET, Ú poeme de Parm~nide especialmente p. 48 Y con
mayores justificaciones filológicas, por ]. BOLLAéK, «Sur deux fragm~ts de que los problemas de la metafisica se reducen a dos fundamentales_
P~ménide». !-..E. G., 1957, pp. 56-71). Sigue siendo cierto, con todo, que El primero es el de la unidad: ¿son reductibles a unidad las múlú-
ArIStóteles, sJgwendo a Platón, ha entendido de otra manera el pensamiento pIes signifieaciones del ser? En orros términos: ¿existe un principio
de Parm~nides, a quien sitúa entre aquellos que «han suprimido radical- común a todos los seres? El segundo es, por utilizar una expresión
mente toda generación y corrupci6n, diciendo que nada de lo que hay se en.
gendera ni perece, sino que es sólo para nosotros pura apariencia (a1..Mi llOVOY
30xljy ~llry). (De Coe/o, nI, 1, 298 b 14); Y más adelante, les agradece haber • De Coelo, JI, 1, 284 a 2 ss. Cfr. De phi/oJOphia, fr. 27 Walzer (CICE-
sido los primeros en reconocer que «sin taJes naturalezas inmóviles no puede RÓN, Tuscu/anas, 1, 10, 22), donde se dice que el alma está compuesta de una
haber conocimiento o pensamiento (cppóYlJOl.~)>>(298 b 23). Sólo «bajo la presión materia divina y siempre en movimiento (b~Eltxeta). de ]a que estarían he-
de los fenómenos. (A, 5, 986 b 31) habría dejado Parménides un sitio al chos asimismo los astros.
devenir. en su filosofía (A, 3, 984 b 2), admitiendo dos principios. uno de los , El. Nic., VI, 13, 1143 b 20.
cuales tiene que ver con el ser, y el otro con el n~ser (986 b 33; De Gen e/ , E, 1, 1026 a 27. Cfr. De Coelo, JIr, 1, 298 b 18, donde Arist6teles
Corr., r, 3, 318 b 6-7). atribuye a los Eléatas el mérito de haber reconocido que la existencia de
2 Dt nato deor., n, 37, 95; fr. 12 Rose (De pbi/osopbia). esencias inmóviles era la condici6n de todo conocimiento y de todo pensa·
3 Tri rpaYlpd 'tWY Oliwy (E, 1, 1026 a 17). En igual sentido, ]a Física habla miento, pero les reprocha no haber visto que el estudio de esas esencias era de
de «las más divinas de entre las cosas manifiestas,. (-ca 8uó-ca'ta 'tWY rpavtpWY) la competencia de «una investigaci6n distinta de ]a física y anterior a ella».
7 E, 1, 1026 a 20. N6tese, a prop6sito de estas dos citas: a) Que la palabra
(n, 4, 196 a 33), expresión cuyo equivalente se encontraba ya ('tWY ~llTy
ifll.ÍCJl~ es empleada tan pronto en el sentido preciso y restrictivo de «naturaleza
alo8r¡-cwy 'ta 8Itóta'ta) en el Pro/rép/ico, si es cierto que el pasaje de YAMBLICO
(De communi ma/bema/iea scientia, 72, 27) ha de serIe restituido, como quiere sensiblelt, tan pronto en el de esencia, en general; b) Que la divinidad es
el P. FESTUGIERE (Rev. phi/DI., 1956, pp. 122, 124), a esa obra perdida de atribuida aquí a lo que es inmóvil, mientras que en el D~ phi/osopbia y el
Aristóteles (con/ra !UBINOWITZ, Aris/o/lt's Pro/repticus and /he sourees o/ its De Coelo (nota 3, más arriba) se llamaba «divino. al movimiento. Puede ad-
reconstruc/ion) (obsérvese, no obstante, que estas dos últimas fórmulas impli- mitirse una evoluci6n de Arist6teles, desde la divinización del movimiento
can una continuidad de 10 menos divino a lo «más divino., que no conllevaba (tema ya plat6nico), a ]a de la inmovilidad. Pero adviértase que el único movi-
miento que ha sido llamado divino por A.ristóteles es el moviJIliento circular
]a primera; dr. además A, 9, 1074 b 16, donde la expresi6n 'tWY qxllvop.ÉYWY de los astros o esferas celestes, que hay una eternidad -y aIRO asl como una
08lótatoy se le aplica al entendimiento). Tales expresiones han de cotejarse inmovilidad- en ese movimiento, y que ]a inmovilidad de que se trata en el
con las del Epínomis acerca de los «dioses visibles. (OIOiJl; •.• ópa.'toljc;) (984 d), libro E (y que será explicitada, en el libro A y en la Física, como inmovilidad
o los «dioses verdaderamente manifiestos para nosotros. (tO~ ai: 6vtw¡; W-TY del Primer Motor) no se opone tanto al movimiento eterno del Cielo como a
tpaYlpoU.o 6vt~ 8,o~) (985 cd). Adquieren 5610 su entero sentido, como vere. la inestabilidad del mundo sublunar. Lo esencial para nuestros prop6sitos es
mas, en ]a perspectiva de la teología astral (dr. el De pbilosQpbia de ARIST6. que Arist6teles admite la separación (XWptO\1ó;) de cierta esfera de Jo divino,
TELES, citado por CICERÓN, De na/. d~Qr., n, 15, 42; 16, 43). lo cual autoriza la constituci6n de una reología autónoma.

296 297
que Aristóteles toma del platonismo, el problema de la separación: Así pues, el análisis podría discernir con facilidad, y perseguir
«Saber si no hay que reconocer más que seres sensibles, o si hay en las profundidades de la Metafísica, esa doble corriente de preocu-
otros además de ellos» 8. Podríamos así agrupar en torno a dos paciones, surgid'cl ella misma de UM serie de influencias o polémicas.
temas la mayor parte de las aporías acerca de la sabiduría que des- Dicha dualidad ha sido sacada a plena luz, como se sabe, por los
arrolla, en aparente desorden, el libro B de la Metafísica. Cuando hermosos trabajos de W. ]aeger, que nos dispensarán de insistir
Aristóteles pregunta: «¿pertenece el estudio de las causas a una sola largo y tendido sobre este Aristóteles teo10gizante, en quien ]aeger
ciencia o a varias?» 9, «¿es una ciencia la que se ocupa de todas las ha reconocido, con justo título, el discípulo y continuador directo
esencias, o son varias?» JO, se refiere a 'la problemática de la unidad. de Platón. Pero los resultados de los capítulos anteriores --cree-
Cuando pregunta: «¿Hayo no, fuera de la materia, alguna cosa que mos- nos permiten corregir en adelante, en un punto de importan-
sea causa por sí? ¿Esa cosa está o no separada? .. ¿Hay alguna cosa cia, UM de las tesis fundamentales de ]aeger: al intent'clf captar en
fuera del compuesto concreto... o bien no hay nada separado, o bien su propio surgimiento la problemática ontológica, hemos reconocido
hay algo separado para ciertos seres y no para otros, y qué seres son la importante parte de sugerencia, impulso o meramente ocasión,
ésos?» 11, se refiere claramente al problema de la separación. que corresponde a la reflexión de Arist6teles sobre la sofística y la
Una respuesta a cada uno de estos problemas condiciona, en cada retórica; hay una prehistoria de la ontología aristotélica, como hay
caso, la existencia mism'cl de la sabiduría. Si el ser tiene v'clfios senti- una histom de la teología anterior a Aristóteles. Por haber ignorado
dos, si las esencias son irreductiblemente múltiples, si el mundo es la primera, no insistiendo más que en la segunda, W. ]aeger ha sido
una serie de episodios, no hay entonces más que saberes dispersos, llevado a exager'clf -según pensamos- la novedad radical, no s610
y no una sabiduría que obraría la unidad de esos saberes. Por otra de la teoría -lo que es indiscutib1e- sino también de la cuestión
parte, si no hay más que seres sensibles, la existencia de la sabiduría ontológica, viendo, por consiguiente, en el mero planteamiento de
se halla comprometida igualmente, no por la dispersión de los sabe- ésta la señal de una evoluci6n de Arist6teles a partir de un platonis-
res, sino por la preeminencia de uno de ellos, la física 12. Pero si la mo que se supone como primitivo. Si desdeñamos la hipótesis, poco
sabiduría se halla vinculada, en cuanto a su existencia, a la doble verosímil, de una renovación del interés por la sofística que se le
condición de la unidad del ser y de la existencia de una esfera supra- habría suscitado a Aristóteles a medida que la influencia platónica
sensible, es que le compete una doble definición: la que ve en ella declinaba, podemos pennitirnos pensar que Aristóteles afrontó a la
una ciencia universal, y la que la convierte en un saber trascendente. vez el platonismo y la sofística: el Aristóteles dialéctico, a quien
Volvemos a encontrarnos aquí con las dos concepciones de la «cien- critiC'clfon los epicúreos Colotes y Di6genes 13, era el mismo que el
cia buscad'cl», como ciencia universal o como ciencia primera, que Aristóteles platonizante del De philosophia; y la problemática del
hemos visto enfrent'clfse en la filosofía prearistotélica, y que se pre- ser en cuanto ser es tan poco tardía que aparece con claridad desde
cisan en Aristóteles en el doble proyecto de una ontología y una los Tópicos y los Argumentos sofísticos, obras a las que numerosos
teología. En este sentido, podríamos llam'clf ontológico al problema indicios permiten reconocer, según confiesa' el mismo W. ]aeger 14,
de la unidad, y teológico al problema de la separación. como relativamente antiguas. Las consecuencias de ello no son me-
nos filosóficas que históricas: decir que la problemática teológica
8 B, 1, 995 b 14. Este problema es presentado asimismo al comienzo del y la ontológica son contemporáneas, y no sucesivas, lleva a p1ante'clf
libro M, como el objeto de las investigaciones de este libro: «Se trata de en términos nuevos la cuestión de sus relaciones. Ya no tendremos
investigar si existe o no, aparte de los seres sensibles, un ser inmóvil y terno»
(1076 a 10). Por la semejanza de las fórmulas, se echa de ver una de esas que preguntarnos cómo y por qué se suceden, sino más bien cómo,
quaestiones disputatae que debfan de haberse convertido en clásicas en los salidas de fuentes diferentes, llegan a encontrarse y a suscit'clf, según
circulas filosóficos brotados del platonismo. los casos, respuestas convergentes o divergentes.
9 996 b 6.
10 995 b 11.
11 995 b 33.
12 El autor del libro K, al resumir el libro B, muestra claramente que, a
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través de la cuestión de las «esencias separadas», lo que está en juego es la
existencia misma de una sabiduría distinta de la física: «De un modo general,
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aparte de las esencias sensibles, es decir, de las esencias de este mundo. o Aristoteles, p. 45, n. 1, 85-86, 395. La antigüedad de los T6picos había

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ellas versa la sabidurJa (K, 2, 1060 a 8). desde entonces.

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La lista ae problemas del libro B revela ya la confunsión de las io. Hemos visto cómo esa doble alternativa corresponde a curiosi-
dos problemáticas: la búsqueda de la unidad del ser, anunciadora dades, a preocupaciones distintas, que acaso hasta sólo han apareci-
del proyecto de la ciencia del ser en cuanto ser, alterna constante- d históricamente, en dos tradiciones filosóficas <liferentes. Pero·
mente con la búsqueda del ser separado, cuya existencia autorizaría 110 no es motivo para no ver cómo esas tradiciones convergen y
la constitución de una sabiduría entendida ahora como teología. Más mo, así aproximados, esos dos problemas pueden hacerse depen-
aún, ocurre que estas dos perspectivas intervienen en una misma dientes el uno del otro. Suponiendo que la unidad es buscada, «anhe-
cuestión: así, «los principios de los seres corruptibles y los de los 1 da», como lo fue siempre entre los griegos, enemigos de la inde-
seres incorruptibles, ¿son los mismos o son distintos?» 15. Una res- t rminaci6n y la infinitud, la afirmación de un mundo de realidades
puesta positiva al problema de la separación nos lleva, en efecto, a eparadas puede ofrecer, por respecto a esa búsqueda de unidad, dos
una reduplicación del problema de la unidad: a la cuestión de la ignificaciones contradictorias: a primera vista, ese mundo instaura
unidad de lo sensible se sobreañade ahora la de la unidaa de 10 sen- un corte, y entonces aparece como un obstáculo para la unidad de-
sible y 10 suprasensible: ¿tiene el ser el mismo sentido en la esfera cada; pero puede admitirse, a la inversa, que la unidad no puede
de lo separado y en la de lo no-separaao? Igualmente, si la sabiduría r del mismo género que lo que ella unifica, que la unidad de lo
se ocupa a la vez de los seres separados y de los no-separados, la múltiple debe estar separada de lo múltiple, y que de ese modo la
cuestión de la unidad del saber, que se planteaba ya en el plano de trascendencia, lejos de ser un obstáculo para ella, se convierte en la
la experiencia sensible, va a ser tanto más controvertida cuanto que condición misma de la unidad. En esta última solución se habrá re-
ahora se trata ae reunir en una misma ciencia realidades tan hetero- conocido la soluci6n platónica: sólo hay unidad trascendente, y la
géneas como lo sensible y 10 inteligible: «Si la ciencia en cuestión trascendencia es garantía de unidad; un mundo sin trascendencia
se ocupa de la esencia, ¿es una sola ciencia la que se ocupa de todas estaría condenado. a la dispersión; un discurso que no se apoyase'
las esencias 16 o hay varias, y, si hay varias, son todas ellas de un n las Ideas estaría condenado a la inestabilidad propia de la opinión.
género común, o bien hay que considerar a unas como ciencias filo- El platonismo proporcionaba, pues, a Arist6teles el medio de
sóficas, y a las otras como algo diferente 17?». La última parte de la responder a uno de esos problemas mediante la solución previamen-
pregunta muestra claramente que Aristóteles vacila en ese mismo te aportada al otro. De hecho, así había respondido Platón a los
instante entre dos concepciones de la filosofía: ¿es la filosofía la sofistas: el filósofo es auvo1('tlx6~, como pretendía serlo el retórico·
unidad del saber, el «género común» a todas las ciencias, o bien tan egún Gorgias o Isócrates; abarca entonces la unidad del ser, no·
sólo designa una parte del saber, la ciencia de algunas esencias, y no porque lo sepa todo, sino porque conoce lo mejor, lo esencial, es
de todas? Pero esa misma vacilación queda pendiente de la respuesta decir, las Ideas trascendentes. Pero Aristóteles, como hemos visto,
que se dé a la primera parte de la pregunta: si existe una sola cien- no queda satisfecho con esa respuesta. Recordar por qué exigiría un
cia que se ocupe ae todas las esencias, entonces esa ciencia será la resumen de toda la crítica aristotélica a la Teoría de las Ideas. De·
filosofía; pero si hay una irreductible pluralidad de ciencias, sólo esa polémica sólo nos fijaremos en dos temas, en la perspectiva que
algunas -evidentemente las más elevadas- tendrán derecho a la aquí nos ocupa: Aristóteles niega, .de una parte, que las Ideas sean
calificación de filosóficas. Hace un momento veíamos cómo el pro- verdaderamente trascendentes; de otra parte, llega a dudar de que-
blema de la unidad se complicaba por la intervención de la perspec- la trascndenda sea garantía de unidad. La primera crítica se dirige
tiva del jorism6s. Aquí vemos, a la inversa, cómo el problema de la únicamente contra Platón; la segunda no, pero llega a quebrantar lo-
separación -¿es la filosofía la ciencia de las cosas separadas, y sólo que el propio Aristóteles ha conservado del platonismo.
de ellas?- depende de la respuesta que se dé al problema de la Aristóteles reprocha a Platón haber vacilado entre dos concep-
unidad. ciones de la participación de las cosas sensibles en las Ideas: según
Así pues, a partir del planteamiento de los problemas interfieren una de ellas, se trataría de una relación de modelo a copia; según
las dos perspectivas: unidad o dispersión, trascendencia o inmanen- la otra, de una especie de mezcla, o, mejor dicho, de compenetra-
ción. La primera concep,ci6n tiene la ventaja de garantizar la estabi-
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que son las esencias de las cosas, estarían separadas de las cosas?» 19. hombre. Los tales creaban hombres eternos, y asimismo los platóni-
La segunda concepción, desarrollada por Eudoxio "', explica bien s, al crear sus Ideas, tan sólo crean seres sensibles eternos» 25. Ve•
.que la Idea, al entrar en la composición de la cosa, sea causa de tal mas el sentido del argumento de Aristóteles: lo que él niega no es la
o cual cualidad de esa cosa, puesto que ella no es entonces más que existencia de seres eternos, sino sólo que esos seres eternos sean la
esa cualidad 21; pero esta concepción tropieza con objeciones tan esencia de los seres sensibles, o, lo que viene a ser lo mismo, que
.fáciles» que Aristóteles, habiéndolas desarrollado ya largamente se tome por eterno lo que no es sino lo sensible hipostasiado, reves-
en el "Epi ¡aEÜlV, juzga útil repetirlas en la Metafísica ". tido meramente --en virtud de un irrirorio artificio verbal- del
Pertenece, pues, a la esencia de la Idea ser trascendente, pero epíteto «por sí». Aristóteles no niega que existan seres por sÍ, sino
·esa trascendencia es ilusoria, y no tiene más fundamento que el ver· lo que es<>s setes .por sí» seao la realidad del mundo sensible ";
bal si se quiere que esa trascendencia sea la unidad o, como dirá no ~ay en .otro mundo un Hombre en sí, que, salvo la eternidad,
Aristóteles, .la esencia de una multiplicidad sensible». A la cues- «sena d mIsmo», como expresamente dice Aristótdes, que nosotros,
tión, una vez más planteada, .¿hay que admitir sólo seres sensibles, hombres perecederos. Hay, de un lado, hombres; de otro, acaro
<> hay otros aparte de ellosh, Aristóteles responde en el libro B re- Ideas, o al menos realidades que conservarán en Aristóteles los mis-
.cordando las objeciones del libro A: .Nada es más absurdo que mos caracteres que las Ideas platónicas; pero ninguna de esas Ideas
pretender que existen, aparte de las que están en el Cielo 23, ciertas será nunca Idea de esos bombres. Si Aristóteles ve en la trascenden-
naturalezas (tpóO'e:t~), y que estas naturalezas son las mismas que las cia platónica una duplicación a la vez inútil e iluroria, acaro no lo
realidades sensibles, sólo que unas son eternas y las otras corrupti- hace tanta por rehusar la trascendencia como por tomársela en serio:
bles» 24; y Aristóteles precisa su pensamiento con una comparación los dioses no son hombres eternos, sino dioses' lo divino no es más
sugestiva: .Cuando se dice que existe el Hombre en sí, el Caballo que ~ivino 17. Pero tomando la trascendencia ~ serio, se le niega la
en sí y la Salud en sÍ, sin añadir nada más, no se hace sino imitar a funeton que en Platón tenía, a saber, la de permitirnos pensar lo
.quienes dicen que hay dioses, pero que los dioses tienen la forma del sensi,?le unificándolo: si Jo divino no es más que divino, nada nos
ensena ya acerca de nuestro mundo. Este argumento no era sin duda
,. 991 • 32. nuevo, y Platón se lo había dirigido contra sí mismo: si la ciencia
3) A, 9, 991 a 17. n€pi tOEWy. fr. 189 Rose. es conna tural a aquello de lo cual es ciencia, y si la ciencia es una
21 Si las Ideas fuesen inmanentes (tYtln:'ÍpX0vta) «<quizá parecerían causas Idea, no habrá ciencia más que de las Ideas, y habrá tao poca cien-
de tos seres, como lo blanco es causa de la blancura en el ser blanco, al entrar aa de las .cosas de aquí abajo» como el esclavo de carne y hueso es
.en su composici6n. (991 a 14). esclavo de la Dueñeidad en si "'. Pero si Platón se esforzará por res-
" [bid., 991 • 17.
2J llapa 'ta~ iv 'tlfl OUplX\l(j}.~ Oupavó~ no designa aquf el Universo, y menos aún
ponder a esta objeción, de inspiración acaro aristotélica ", en su ú1ti-
.el 4CUniverso sensible. (Tricot), sino el Cielo, es decir, la parte suprasensibte,
.o al menos eterna, del Universo. (Sobre los diferentes sentidos de Oijptx\lÓ~1 " 997 b 8 ss. Cfr. A, 9, 990 b 2 ss.
<:fr. De Coelo, 1, 9, 278 b 10-21, mencionando Aristóteles tan s610 el sentido 26 Este p~to ha sid<;J muy bien visto por Santo TOMÁS, especialmente
en su comentarIO del pasaJe de la El. Nic. (1, 4), donde Arist6teles critica la
de universo, 'to 'to
OA.Oy xai n:oiv, como el más derivado de los tres sentidos de
.rdea plat6nic~ .del Bien: «Considerandum est quod AristoteJes non intendit
la palabra). Se trata, pues, aquí de los Cuerpos celestes --o de sus 4Cesencias.-, Improbare oplnJonem Platonis quantum ad hoc quod ponebat unum bonum
y no de las realidades sensibles. El pensamiento de Arist6teles está claro separatum... Improbat autem opinionem Platonis quantum ad hoc ponebat
(aunque el empleo de la palabra epÚ:3e:t¡; para designar las Ideas, empleo por bonum separatum esse quamdam ideam communen omnium bonorum. (In
lo demás concorde con el uso platónico, haya podido inducir a confusión): Elh. Nic., l, Lect. VI).
el problema está en saber si existen otras realidades suprasensibles además de • 'Z1 Arist6!~~ sólo ye en las representaciones antropom6rficas o zoomór.
los Cuerpos celestes (cuya existencia es obvia, pues son lflCZ'ltp-:í), realidades fJeas d~ la diVInidad m~tos tardíos destinados a «<persuadir a la multitud., y
cuyo papel resulta definido en el fragmento de frase que siKUe: sedan las a «~ervlf a las leyes e mtereses comunes.; se trataría sólo de desviaciones a
mismas que las realidades sensibles, salvo la diferencia de su eternidad. (Se· p~rur de una c~e~";cia más primitiva, y única «verdaderamente dividid.., se.
guimos aquí la interpretación de W. ]AEGER, Aristoteles. p. 180.) Esta &ase gun la cual la dlvffildad pertenece a los astros, que son las «<esencias primeras.
nos parece capital para la interpretaci6n del problema teo16gico en Arist6teles: (A! 8, 1074 ~ 1·14). Tendremos más ocasiones de observar que el Dios de
lo que está en cuesti6n no es tanto la existencia de to suprasensible (que no Arlst6teles, leJOS de ser pensado a partir de la experiencia humana y «terres-
podía ser puesto seriamente en duda por Aristóteles, en virtud de las afirma· tre», sólo es concebido por oposici6n a ella.
ciones de su teología astral), como la existencia de algo suprasensible que, bajo 14 Parm;nides, 133 e·l34 a.
.el nombre de Ideas o Números, no serla más que una inútil duplicación de lo 29 ]. Ea~RZ, «<Die EinkJeidung des platonischen Panncnides., Arch. ¡.
.sensible. G<sch. d. Ph<los., XX (1907), 81-95. Vfinse no obstante las observado"ea de
" B, 2, 997 • 33, b 5 ss. A. DlES, Reu. de Phil., VII, 13ll-145 (repr. 'en AuIOUT d~ PI.lon, Il).

302 303
ma filosofía, y especialmente mediante su teoría de los mixtos, o lujere mostrar que, cuando la contrariedad afecta a los atributos por
también con la de los Números ideales, Aristóteles permanecerá fiel 1, afecta por eso mismo a la esencia de los sujetos correspondientes.
a esa oposición fundamental entre un mundo destinado a la contin- 1 1 es el caso de los atributos corruptible e incorruptible: «Lo co-
gencia y la indeterminación y un mundo divino que sólo remite a sí l ruptible es, pues, necesariamente la esencia de cada uno de los seres
mismo y cuya más alta realización es un Dios que sólo puede cono- rruptibles, o bien reside en su esencia. Y el argumento sería el
cerse a sí mismo. Nada, a no ser una interpretación presurosa de la mi mo para lo incorruptible» 34. Ciertamente, esa contrariedad está
crítica aristotélica al platonismo, justifica la leyenda, ilustrada por el muy cerca de asemejarse a lo que Aristóteles llama en otros lugares
célebre fresco de Rafael, de un Aristóteles que reduce a consideracio- ntradicción 3.5, y que aquí se contenta con designar mediante el
nes terrestres una sabiduría que Platón había elevado a especulacio- 1 rmino, bastante vago, de «antítesis» 36. Pero a despecho de una
nes trascendentales. El Cielo de Aristóteles no pierde nada de su terminología aún poco elaborada, que revela acaso el origen antiguo
realidad por no ser ya un Cielo de Ideas, sino un Cielo visible de c.I este pasaje, la conclusión es clara y radical: «Resulta necesaria-
astros y de esferas. El ;orismós no desaparece con Aristóteles; se mente que esas cosas [corruptibles e incorruptibles] son diferentes
acentúa, al convertirse en «físico», oponiendo ahora un mundo or- por el género» 37, lo cual quiere decir que no hay género común del
denado a un mundo contingente, en vez de hacer del orden ideal el ue lo corruptible y lo incorruptible sean especies, o diferencias es-
orden de este mundo. p cíficas. Aristóteles no llega a decir que todo ser es o corruptible o
No es de extrañar, entonces, que encontremos en Aristóteles IDcorruptible; dicho de otro modo, que la diferencia entre corrup-
textos Que suenan a dualismo. Así, el libro I de la Metafísica, con- tible e incorruptible divide al ser en su totalidad. Pero esta conse.
sagrado' a elucidar la noción de unidad, termina con un desarrollo encia se halla implícita en la afirmación de una oposición genérica
que tiende a mostrar la heterogeneidad de lo corruptible y lo inco- ntre dos términos de los que uno es la «privación», o más bien la
rruptible, entre los cuales se reparten todos los seres del universo. negación, del otro 38; no sería falso decir que todo 10 que no es co-
Este texto, ciertamente, comienza con una frase rigurosamente inin- rruptible es incorruptible (y al revés) más que en el caso de que la
teligible: «Siendo los contrarios diferentes en especie, y siendo con- diferencia entre corruptible e incorruptible dividiera sólo una región,
trarios lo corruptible y lo incorruptible... , lo corruptible y lo inco- decir, un género del ser, o, dicho de otro modo, en el caso de que
rruptible son necesariamente diferentes por su género» 03. Está de no representase más que una pareja de diferencias específicas: en tal
sobra claro que ese silogismo -si es que se trata de un silogismo--- caso, efectivamente, habría cosas que no serían ni corruptibles ni
acaba con una conclusión totalmente distinta de la que exigen las incorruptibles, lo mismo que hay seres que no son ni pares ni impa-
premisas Se ha propuesto la corrección del texto reemplazando, en res, puesto que la diferencia par-impar sólo tiene sentido en el inte-
la conclusión, rÉvet por eraet 31. Pero tal corrección es inaceptable, rior del género número. Decir que el par «antitético» corruptible-
pues todo lo que sigue al texto tiende a mostrar que entre lo corrup- incorruptible no constituye una diferencia específica, vale tanto
tible y lo incorruptible hay, en efecto, una diferencia de género, y como decir que no divide un género. Pero, entonces, ¿qué es 10 que
no de especie. Son las premisas, y no la conclusión, lo que hay que
hay que corregir: corrección que no es preciso conjeturar, pues el chato, el número en la definici6n de 10 par y 10 impar). Sobre esta última
mismo Aristóteles la efectúa en las líneas que siguen. Hay efectiva- pecie de atributos, cfr. Z, 5, 1030 b 23-24.
34 Met., 1, 9, 1059 a 6.
mente ---dice- dos clases de contrarios: en primer lugar, «los que
3.5 Entre dos esencias, o más bien dos atribuciones esenciales, s610 puede
pertenecen por accidente a ciertos seres», por ejemplo, lo blanco y lo haber contradicción y no contrariedad, pues la esencia no admite contrario
negro al hombre; en segundo lugar, los contrarios que están entre (Cateq., 5, 3, b 24; N, 1, 1087 b 2-4); la contrariedad no puede referirse más
«esos atributos que pertenecen necesariamente a las cosas a las que que a Jos atributos y, con más precisi6n, a los atributos accidentales.
36 1059 a 10.
pertenecen» 32. Reconocemos aquí, aplicada a los contrarios, la dis- 37 [bid.
tinción entre atributos accidentales y atributos por sí 33. Aristóteles 38 También aquí el término privación, empleado en 1058 b 27 para de-
signar 10 incorruptible, es impropio, ya que la privación (o'tépr¡cllI;) s6lo se
Met., 1, 9, 1058 b 26.
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30 ejercita en el interior de un género determinado. Como recuerda un paréntesis


31 Met., 11, 449.
BONlTZ, tan in~portuno aquí que parece interpolado, la privación es una «impotenci~
32 1058 b 36, 1059 a 3. determmada» (1058 b 27). Ahora bien, lo que Arist6teles quiere precisamente
33 Al menos, esa especie de atributos por sí que entran necesllfitlmente
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mostrar es que la incorruptibilidad no es una impotencia determinada (es decir


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en la definici6n de una esencia, y no de aquellos en cuya .defltfici6n entra ejercida dentro de los limites de un género), sino que es ella la que determin~
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necesariamente una esencia determinada (como la nariz en la definici6n del una diferencia de género.
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304 305
divide, dado que uno de los términos significa todo 10 que el otro I/udo a negar una vez más la «identidad)) de la Idea incorruptible
niega, si no es el ser en su totalidad? 39. A decir verdad, no se trata lO la cosa corruptible de la que es Idea. Hay que escoger: o bien
---en el sentido técnico de estos términos- ni de una «división» en J idea es la «forma,) ( EtOO~) 44 Y la esencia de lo corruptible, o bien
el sentido platónico, ni de una diferencia (o!a:popá) en sentido aris· !ncorruptible; pero no puede ser ambas cosas a la vez. La sepa-
totélico, lo que supondría en ambos casos un «género» que dividir 40, l. n de la Idea, que hace de ella una realidad incorruptible, le
sino de una «antítesis» fundamental, cuyos términos no pueden ser rnplde ser una Idea; y el hecho de ser una Idea, es decir, de concen-
llevados por discurso humano alguno a una unidad superior. r I \.r en sí lo que son las cosas de las que es Idea, o bien de ser la
Obsérvese de pasada que Aristóteles responde aquí con una neo Hlldad de una multiplicidad a la que define, le impide estar separa-
gativa a uno de los problemas que planteaba el libro B: «¿hay una l.•. Como lo indica ya un vocabulario que sólo podía ser violentado
sola ciencia que se ocupe de todas las esencias, o hay varias, y, si hay I : el genio de Platón, hay que escoger entre unidad y separación.
varias, son todas ellas de un género común?)) 41. Pues si bien Aristó- \n tóteles escoge aquí insistir acerca de la separaci6n.
teles afirma a menudo que «hay una ciencia única de los contra- Podrían citarse otros textos. En el De Coelo, la polémica anti·
rios)) 42, piensa al decir eso en aquellos contrarios separados por una platónica proporciona una vez más a Aristóteles la ocasión de sentar
diferencia específica, y no en aquellos contrarios «antitéticos)) cada una afirmación aún más radical. Al estudiar la transformación de
uno de los cuales constituye un género por sí solo. Hay una sola J elementos, ataca la teoría del Timeo 4S que, al reducir esa transo
ciencia de 10 par y lo impar; pero no de lo corruptible y lo incorrup- f rmación a una progresión a partir de los triángulos elementales,
tible. Consecuencia grave, en la que volvemos a encontrar las dificul· lleva a excluir un elemento, contra la evidencia sensible, de esa trans-
tades que habíamos sacado a la luz a propósito de la constitución de f rmación: la tierra. La causa de ese error ha de buscarse ---explica
una ciencia del ser en cuanto ser: el ser no significa idénticamente Aristóteles- «en la manera incorrecta en que los platónicos conci-
lo corruptible y lo incorruptible, lo terrestre y lo divino; no hay ben los primeros principios: 10 que quieren es dar cabida a todo
«sen) que sea común a lo uno y lo otro, o, al menos, esa comunidad dentro de los marcos de ciertas opiniones determinadas)). En reali-
es s6lo verbal, equívoca, y no basta para constituir una ciencia única. da?, ~(~robable?1ente es necesario que, para las cosas sensibles, haya
Pero en el libro I es otro el objetivo de la argumentación de pnnCJplOS senSIbles, para las cosas eternas principios eternos, para
Arist6teles. Queda revelado por las últimas líneas del texto, que son las cosas corruptibles principios corruptibles y, en general, que los
al mismo tiempo las últimas del libro 1. Ellas muestran que el argu- principios deban ser del mismo género que aquello de 10 que son
mento va expresamente dirigido contra la teoría de las Ideas: «Es principios») 46. El contexto muestra la significación inmediata de
evidente, según esto, que no puede haber Ideas, en el sentido en que esta tesis: 10 que se pone en cuestión es la posibilidad de una cien.
las admiten ciertos filósofos, pues entonces habría un hombre sensi- cia cuyos principios sean heterogéneos a las realidades que tienen
ble corruptible y un Hombre en sí incorruptible; y ellos afirman, sin como función explicar, y, en este caso concreto, la posibilidad de
embargo, que las Ideas son idénticas en especie ('tq> ElaE!) a los indi- esa física matemática, o más en particular geométrica, elaborada por
viduos, y no es que lleven sólo el mismo nombre; ahora bien, hay el Platón del Timeo y los platónicos pitagorizantes. A realidades fío
más distancia entre los seres que difieren por el género que entre los sicas principios físicos, a principios matemáticos conclusión mate-
que difieren por la especie)) 43. Vemos el sentido del argumento, des- mática. Las matemáticas no permiten jamás alcanzar la evidencia sen-
sible, a no ser por accidente, y ello por la razón de principio de que
39 El hecho de que corruptible e incorruptible sean atributos esenciales
la demostración es inmanente a un solo género, y no hay más comu-
tiene esta otra consecuencia: que una misma cosa no puede ser a la vez corrup- nicación entre las ciencias de la que hay entre los géneros. Aristóte-
tible e incorruptible (1059 a 4). Nótese que, en otros lugares, Aristóteles adop- les lleva aquí hasta el límite esa teoría que ha desarrollado a menu-
tará una actitud menos radical por respecto a la antítesis reposo-movimiento: do en otros lugares 47 sin sacarle todas sus consecuencias, pues aquí
hay cosas que están siempre en reposo, otras siempre en movimiento, y otras
que están ora en reposo, ora en movimiento (Fis., VIII, 3). Pero, como vere- no la aplica sólo a la relación entre dos ciencias particulares, sino al
mos, el reposo no es contradictorio del movimiento (10 sería la inmovilidad),
44 Aristóteles juega evidentemente con el doble sentido de la palabra Elao~:
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forma y especie. Pero esa dualidad no es equívoca: la especie es la unidad de


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41 B, 1, 995 b 11; cfr. B, 2, 997 a 15. los seres que tienen la misma forma.
4S 50 a, 56 a ss.

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42 Anal. pr., I, 1, 24 a 21; 36, 48 b 5; Tóp., I, 14, 105 b 5, 23; B, 2,
996 a 20, etc. Cfr. r, 2, 1004 a 9. 46 De Coeto, III, 7, 306 a 7 ss.

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43 1059 a 11. 47 Cfr. 1." parte, cap. 2, 4.

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306 307
gran corre que divide el ser en corruptible o .sensib.l~ e incorru~tibl(' I él derivan ". Por consiguiente, está claro -y ya lo sospechába·
o eterno ": si lo corruptible y lo incorruptible difIeren en genero, "" sin necesidad de todo esto- que la corruptibilidad es incompa-
sus principios diferirán de igual modo. hle con la dignidad del principio, y más aún, con su natural~a
Obsérvese que, además, Aristóteles responde claramente .en este ni ma. No es de extrañar entonces que, según reconoce el propiO
pasaje a uno de los problemas que había pl.anteado en el libro B: ri tóteles -quien añade esta comprobación a la serie de sus argu-
«Saber si los principios de los seres corruptibles y los de los seres rl'~ntos-, «ningún filósofo haya preten~ido que se admit~eran pri~­
incorruptibles son los mismos o no» -4'1. En el desarrollo especlalmen- 'pios diferentes [para las cosas corruptibles y las cosas Incorruptl-
re largo que daba a esta «aporía que no le va a la zaga a ninguna y hle ], sino que todos reconocen que los principios de lodas las
que ha sido ignorada por los filósofos .de ahora como ,?"r los de l.: haS son los mismos», es decir, incorruptibles 53. 5i añadimos a es·
antes», Aristóteles indicaba por qué era msuflclente la tesiS de qUie- 1\' argumentos la crítica que Aristóteles dirige en varias ocasiones
nes sólo establecen principios eternos: ¿cómo es que lo et~rno ha ntra aquellos que, como Espeusipo, «admiten principios di(eren·
hecho nacer lo corruptible, y, admitiendo que esa degradaCión sea I para cada esencia», reduciendo así el Universo a «una serie de
inevitable en ciertos casos, por qué lo eterno engendra u~as veces. 1.0 episodios» ", podrá parecer extraño que Aristóteles mantenga en el
eterno y otras lo corruptible? 50. Pen;>, inversamente, ¿como admlt~r 1)~ Coelo una tesis que va, a la vez, contra la tradición filosófica y
principios que sean corruptibles? Ar~stóteles,. en est~ ~U?to, reuma c; ntra sus propios argumentos.
argumentos que podían parecer deciSIVOS: «51 los prlOClplOS son ro- Veremos más adelante cómo Aristóteles propone en el libro A
rruptibles, es claro que proceden necesariamente de ciertos elemen- una solución a este problema que parece representar el estado defi-
tos pues todo lo que perece retoma a sus elementos. Pero entonces nitivo de su pensamiento. Pero es notable que, en el De Coelo, una
exi~tirán otros principios anteriores a los principios» SI. Por tanto, polémica que podría parecer meramente de detalle lo lleve a poner
si el principio es corruptible, ya no es principio, sino que supone ~I en cuestión todo el esfuerzo de Platón y lo, platónicos a fin de pen-
mismo un principio que no sea corruptiblc:,. pues de. lo co~tr~r~o ar el mundo en su unidad. Apreciamos hien aquí, a través de lo
nos remontaríamos hasta el infinito. Otra dIficultad: SI el prlOClplO excesivo mismo del propósito, las razones de ese quebrantamiento
es corruptible, ¿qué sucederá si resulta aniquilad?? Contemplaría- del platonismo. Platón había postulado la existencia de Ideas inmu-
mos entonces la paradoja de una cosa que sobreVIve a .la an~quila­ tobles y separadas como condición de posibilidad de la cie~cia".
ción de su principio: situación imposible, pues la eXistenCIa del Pero, si bien la teora de las Ideas da cuenta de lo que hay de Inte"·
principio condiciona, por definición, la existencia de las cosas que ~ible en lo sensible (o más bien en lo' corruptible, para emplea~ el
lenguaje arisrotélico), no da cuenta del hecho de que lo corruptIble
.fI En otros lugares, esta dicotomía es sust~tuida por una di.vis!ón t~i­
partita. En el libro A, A.ri~t6teles disti~gue es~ncla senSIble y esenc~a tnm~vzl. es lo que es y sólo lo que es. Cuando Aristóteles pide, un poco ato-
Pero la primera se subdivide en esencia senSible y eterna y esencia senSIble londradamente, que se reconozca la existencia de principios corrup-
corruptible O, 1069 a 30-34; sobre la existencia de esencias sen.sibI~ .eternas, tibles -expresión que en otros lugares denunciaría como con/radie-
cfr. H. 4, 1044 " 6; 1\, 8, 1073 b 6; cEr.. p. 296, n. 3). Esa tripartiCIón,. por lio in ad¡eclo- quiere decir, sobre todo, que los principios incorrup-
lo demás tradicional en la escuela platómca (cfr. JEN6cRATES, fr. 5 .I~eJnze)
se había hecho necesaria en virtud del reconocimiento del carácter dlvJno de ribles -es decir, los principios a secas- no pueden ser la causa de
los astros: siendo eternos, son también visibles. Pero, en t~nto que .Jen6crates la corruptibilidad de lo corruptible. Si existiera un Hombre eterno,
hada de la «esencia del Cielo~ el objeto de una facultad mtermedla ~tre la se engendraría como eterno. El mundo de las Ideas podría ahorrarse
aiofhlot<; y el \101:1<;" a saber, la M~a. esa tripartición no introduce en Ar~stótel~ el mundo sensible. Ni en Platón ni en Aristóteles hay nada que se
un verdadero tertium quid: lo sensible eterno se comporta como 10 Inmóvil,
pues ambos están «separados»; incluso si se admit;,. con A,.1 (1069 a 37),
que las esencias sensibles eternas competen a la Í1SIC8, con. JJ.tUal título ~ue Cfr. Introd., cap. 11.
.52
las esencias corruptibles (lo que, por .I? demás, es co"!trano a la doc~rma B, 4, 1000 b 33.
53
habitual de Aristóteles), habrá que admlt!r que la separacIón se. da, en el mte· " 1\, lO, 1075 b 38. Cfr. N, 3, 1090 b 19.
rior mismo de la física, entre una fíSIca cdeste y, ~na ffslca del mundo ss Cfr. M, 4, 1078 b 12 ss.: «La doctrina de las Ideas, en sus fundadores,
sublunar (única que Aristóteles Uama normalmente ¡mca). fue consecuencia de los argumentos de Heráclito sobre la verdad de las cosas,
6 B, 4, 1000 a 6. argumentos que los persuadieron, y según los. cuales. too.as las casa.s ~ensibles
'" 1000 a 7-22. están en flujo perpewo, de tal modo que, SI hay CienCia y conoclmlent? de
SI 1000 b 24. Como se sabe, el elemento (O'tOtllEiov) (aquello de que es!á alguna cosa, deben existir otras realidades aparle de las naturalezas senslbl~,
constituida una cosa, y a lo que retorna cuando se corrompc) es una especie realidades permanentes, pues no hay ciencia de lo que está en perpetuo movI-
dentro del gmero principio: dr. A, 3; 1, 1013 a 20. miento.» Cfr. De Coelo, HI, 1, 298 b 22, donde el descubrimiento de esta
idea es atribuido a los Eléatas; PLATÓN, Cralilo. 439 c-440 b.
308 309
pilrezca ni de lejos a la idea de un Dios que crea para su gloria un r contradictorias, se condenan mutuamente a la paradoja: 1) La
mundo metafísicamente imperfecto. Las Ideas sólo engendran Ideas. 1 llogía es la única ciencia; 2) La teología es inútil.
los dioses sólo engendran dioses: Aristóteles repite a menudo que
no es el Hombre en sí quien engendra el hombre mortal, sino que * * *
«el hombre engendra al hombre» 56, el mortal engendra al mortal.
Hesíodo y los «teólogos» 10 habían comprendido tan bien que para l) La teología es la única ciencia.-Cuando Aristóteles habla
ellos, nos dice Aristóteles, el problema no estaba en saber por qué d' «principios corruptibles», es imposible suponer que hable de otro
los dioses se producían, sino por qué los hijos de los dioses no son modo que por hipótesis o por capricho. La noción misma de princi-
dioses ellos mismos, a lo que respondían que «los seres que no han pio excluye, como Aristóteles demuestra más que abundantemente
probado el néctar y la ambrosía han nacido mortales» 57. Pero Aris· n la aporía del libro B, la de corruptibilidad. Pero por otra parte,
tóteles pregunta irónicamente: si los dioses mismos deben alimen- mo hemos visto, una ciencia cuyos principios fuesen incorruptibles
tarse de néctar y ambrosía. no sólo «para su placer», sino «para su no nos enseñaría nada sobre lo corruptible. ¿Es preciso admitir, en-
1 nces, una ciencia que se refiera directamente a lo corruptible?
ser», «¿cómo podrían ser eternos y necesitar alimento?» SIl. Los
teólogos invierten abusivamente el sentido de la prueba: no es la Pero si es cierto que el principio debe ser homogéneo respecto de
eternidad lo que hay que explicar, sino la ausencia de eternidad, ::tquello cuyo principio es, tal ciencia no podría proceder más que a
partir de principios corruptibles. Nos hallamos aquí ante una de
pues si no los dioses ya no son dioses ni los principios principios. esas aporías de las que el pensamiento aristotélico nunca consiguió
Es demasiado fácil atribuir la corruptibilidad de 10 corruptible a la librarse por completo: una ciencia de lo corruptible es necesaria, y
ausencia de aquello que produce la eternidad de lo eterno; pues lo in embargo es imposible. La dificultad no era nueva, y Platón ha-
que hace que 10 eterno sea eterno no puede estar ello mismo sujeto bía tropezado ya con ella cuando, en el Timeo, extraía como conclu·
a presencia o ausencia, es decir, no puede ser otra cosa que eterno. sión, a partir de la separación entre lo inteligible y lo sensible, la im-
No es que haya algo más --el néctar y la ambrosía- en lo eterno posibilidad de una ciencia de la naturaleza 60. Pero la dificultad no
que en lo contingente, sino algo menos en lo contingente que en lo era insoluble en el platonismo, ya que la participación de lo sensible
eterno. Lo eterno es lo que es, y lo contingente no es totalmente lo en lo inteligible permitía hablar de lo sensible, si bien no de manera
que es: de esta degradación de lo eterno en corruptible ninguna teo· inmediatamente inteligible, al menos según opiniones verdaderas,
logía puede dar cuenta. imágenes o mitos, que eran 'otras tantas aproximaciones a la Idea,
La teología de los «teólogos» conduce, pues, a una cosmogonía guiadas en su progreso por la Idea misma. Platón se había ido plan-
irrisoria porque no se trata más que de una caricatura de cosmología. teando cada vez más el problema de los mediadores, y a esta exigen-
En cuanto a la teología de Platón, es una teogonía que se presenta cia respondía sin duda --como el propio Aristóteles subraya- la
abusivamente como una cosmogonía. Aristóteles se ha dado cuenta teoría de los números y las magnitudes que permitía reconocerle a
admirablemente de esa necesidad interna que convierte a la dialécti· la Idea, matemáticamente determinada ella misma, una acción infor-
ca platónica, según la expresión de Rodier, en un proceso que va madora sobre lo sensible, por mediación de las estructuras matemá-
«desde las Ideas, por las Ideas, hacia las Ideas» 59, que no sale de lo ticas. Pero la crítica de Aristóteles a esta teoría muestra que se
inteligible y es incapaz de acercarse a 10 sensible. En este punto, prohíbe a sí mismo dicha solución; por una parte están las Ideas,
Aristóteles no es antiplatónico: podría más bien tachársele de hiper- y por otra lo sensible -repite incansablemente-, y no hay otros
platonismo. Lo único que hace es llevar el platonismo a sus últimas números y magnitudes que los matemáticos, es decir, abstraídos de
lo sensible. Los seres matemáticos -si es que puede llamárseles
consecuencias -hasta el absurdo, podríamos casi decir- como el
seres siquiera- no son «más» que lo sensible, sino que son lo sen-
propio Platón había hecho en la primera parte del Parménides. POt sible menos ese algo (como veremos, el movimiento) que ha sido
respeto a la teología, Aristóteles extrae dos consecuencias que, sin abstraído 61. El hecho de que Aristóteles haya podido considerar, en
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esto con la enseñanza de ]enócrates~, más aún que de Platón, en ~"mo Platón, insiste Aristóteles sobre la estabilidad del saber cien-
nada altera la conclusión anterior. Ya sean las realidades matemá- tlfica, que se opone a la inestabilidad de la opinión ". La agitación
ticas -inmediatamente manifestadas por el movimiento regular de y el movimiento son incompatibles con la ciencia: «La razón sabe
los astros- admitidas en la región de lo divino, o ya sean relegadas (/~ia~aa6a!) y piensa mediante el reposo y la detención»". Ahora
más acá del mismo mundo sensible --como si fueran no-seres-, bien: el pensamiento no puede descansar en el movimiento: para
sigue siendo cierto que en ninguno de los dos casos juegan en modo e.pr..ar la estabilidad requerida a parte ob;ecti, Aristóteles recurre
alguno el papel de mediadoras que les asignaba Platón. Lo que .1 concepto de lo necesario, definido por él como «lo que no puede
Aristóteles niega siempre es que las matemáticas puedan ser los er de otro modo que como es» 66. La ciencia no se distingue de la
instrumentos de una matematización (es decir, de una idealización) opinión por el carácter verdadero o falso de sus afirmaciones (pues
de lo sensible, que mediante este rodeo se convertiría así en. objeto hay opiniones verdaderas) sino por la necesidad que va unida a las
de ciencia. La idea de una física matemática, como hemos Visto, no proposiciones de la primera. Aristóteles se pregunta detenidamente
sólo es extraña a Aristóteles, sino que fue excluida formalmente i la opinión y la ciencia tienen objetos diferentes, refiriéndose esta
por él. última a lo necesario y aquélla a lo contingente. La respuesta es que
Ahora bien, si es verdad que Aristóteles rechazó la teoría de las I objeto puede muy bien ser el mismo, pero considerado de dos ma-
Ideas y la de los Números ideales y las Magnitudes ideales, no por neras distintas: ya como contingente, ya como necesario. Así, puedo
poco compatible con la doctrina .habirual de Ari~t6tele.s. Si .consider~m~s los opinar que la diagonal es inconmensurable; pero sólo tendrá ciencia
seres según un orden de subsistenCia o --en el senlldo a~lstotéllco de! .termmo-- de eso cuando haya demostrado esa proposición, es decir, cuando
de «separaci6n. decreciente, hay que colocar a tos obJetos matemaucos en el haya sacada a la luz el porqué 67. Así pues, tengo una opinión de lo
tercc.r puesto, d~spub de los seres físicos. Creem~, sin embargo, que el or~~n necesario, cuando, ignorante yo de su causa, eso que es necesario
de la tripartici6n aristotélica del saber puede exphcarse: a) Por su elaboraclon
en una fase del pensamiento de Arist6teles en que éste consideraba a las ma· se me da como pudiendo ser de otro modo, es decir, como contin-
temáticas -asimiladas a la astronomía- como más divinas que la Hsica (cfr. Rente. Pero no es ésa la única contingencia concebible: al lado de
nota siguiente); b) Incluso tras abandonar dicha perspectiva, por el hech,o esa contingencia relativa, que se debe a un desfallecimiento de mi
de que las matemáticas son más «exactas. que la Hsica. acercándose así mas
al ideal teo16gico. saber, hay una contingencia que podríamos llamar absoluta, inscrita
62 Es lo que se desprende del fragmento del Prolrépl!CO recie~temen ..te en la naturaleza de las cosas. Ninguna ciencia puede pensar esta úl-
puesto al día por MERLAN (op. cil., p. 119 ss.), y que ha Sido ampliado aun lima contingencia sin transfonnarla indebidamente en necesidad:
más por el P. FESTUGIERE (<<Un fragment nouveau. de Prorreptique d'Ar.... una ciencia de 10 contingente destruiría lo contingente; así pues, no
Reu. philor., 19.56, pp. 117-27). En ese texto plagiado por YAMBLlC.o .rDe
communi malhemalica scienlia, 72, 6 ss.), Aristóteles muestra la supenondad hay ciencia de lo contingente. A la pregunta «¿puede ser el mismo
de las matemáticas sobre las demás ciencias invocando no s6to la exactitud el objeto del saber y el de la opinión?», la respuesta es doble: sí, si
de su método, sino también la excelencia de su objeto: mediante la astrono- ese objeto es necesario, pues dicha necesidad puede ser ignorada,
mía, que es una rama suya, nos dan a conocer, en. efecto, los fen6menos celes-
tes, que son 4(18s más divinas de las cosas senSibles» (72, 27). Volvemos a presentándoseme corno con'tingente; no, si el objeto es contingente
hallar aquí la fórmula característica de la teologia astral (cfr. p. 296, n. 3). él mismo, pues la ciencia lo pensaría como necesario y lo suprimiría
El P. FESTUGtERE observa que este texto (y ésa es la raz6n esencial de su en cuanto contingente. Así pues, puede haber una opinión de lo ne-
atribución a Arist6teles) dice justamente de las matemáticas lo que la M~/a­
física A 2 dirá de la filosoffa primera. Imposible indicar mejor que las Ola- cesario 68, pero no una ciencia de lo contingente. Es lo que Aristóte.
temá;ica;, ~ esa concepci6n, desempeñan el papel qu.e más tarde le será reser-
vardo a la filosoHa primera, es decir, a la I~ología (mientras que, más adelante, 64 Ana/. pOSI., J, 33, 89 a .5.
conservando siempre su dignidad de ciencia ejemplar, como se desprende de 65 Fís., VII, 3, 247 b 10. Cfr. l.- Parte, cap. IJ, § 4.
los numerosos ejemplos matemáticos de los Segundos Ana/ílicos, serán relega- 66 Cfr. p. ej., Anal. por/., 1, 33, 88 h 32.
das cada vez más al rango onrol6gicarnente inferior de ciencias de lo abstracto). 61 Vemos asr cómo la célebre tesis según la cual conocer científicamente
La teoJogra matemático del joven Aristóteles es, como observa Medan (p. 187). es conocer por las causas, se liga a la exigencia platónica de estabilidad. Ca-
paroiente próximo de su teología astral. . . nacer la causa es saber por qué una cosa es lo que es y no puede ser d~ olro
6.J Cfr. fr. 16 Heinze: «Estque numeros, ut Xenocrates cenSUlI, arumus le
modo: Anal. porl., 1, 71 b 9-12. A la inversa. nunca se sabrá científicamente
deus.; fr. 34 (asimilación, por parte de ]en6crates, del Número ideal y el por qué lo contingente ~ decir, aquello que, por definición, puede ser de
Número matemático). En lo que Aristóteles llamará más tarde: «Hablar de los otro modo-- es lo que es. Si conociéramos la causa de lo contigente, ya no
entes matemáticos. pero no como matemáticos (o~ \laBI¡¡urt'lxÜI<; 3it).. (M, 6, sería contigente, sino necesario.
lOSO b 2S; fr. 37 Heinze). 68 Cfr. El. Nic., lII, 4,1111 b 34-31: 4(La opini6n parece referirse a todo,

312 313
les anuncia en sus propios términos al comienzo del desarrollo que IIrruptibilidad en general; la corruptibilidad no es ella misma co-
acabamos de resumir: «Aunque haya cosas que sean verdaderas )' l r\lptible, y veremos cómo Aristóteles reconocerá en la sucesión infi-
que existan realmente, pero que pueden ser de otro modo, está claro 1111, de las generaciones y corrupciones algo así como un sustitutivo
que la ciencia no se ocupa de ellas: de no ser así, las cosas que pue- 1 la eternidad. Pero estas tesis, que veremos desarrollar en otros
den ser de otro modo no podrían ser de otro modo» b9. lu~ares a Aristóteles en respuesta a las aporías legadas por el plato-
Vemos aquí cómo Aristóteles, a la vez que conserva y precisa la 111 mo, no contradicen, sino que confirman la tesis negativa que he-
idea platónica de ciencia 70, limita singularmente la posibilidad de In encontrado primero. Precisamente por no ser corruptible, es la
su aplicación. Para Platón, todo lo que era objeto de opinión podía muptibilidad misma objeto de ciencia. Por ser todos los hombres
ser objeto de ciencia, pues hallándose presente la Idea en el fondo In rtales, puede estudiarse científicamente el género hombre y atri-
de toda cosa sensible -incluso «los pelos y el barro»- bastaba con I uirle necesariamente el predicado «mortal», o sea, demostrar por
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descubrirla para tener la cienca de esas cosas. Para él, la opinión se ¡lié el homhre en general es mortal 71. No por ello deja de ser cierto

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debía -como vemos en el mito de la caverna- a una pasajera tur- 11Ie 10 propio de lo corruptible -tal o cual hombre, tal o cual ani-
bación de nuestra facultad de conocer, turbación que debería des- mal, talo cual institución- es poder no ser, que es la forma más

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aparecer ante la claridad de la intuición. A fin de cuentas, lo sensi- r.ldical de ese poder-ser-de-otro-modo que define precisamente la

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del principio, sino a la de la ciencia misma) la conclusión a que ya nes, puede ser de otro modo que como es hoy. De tener salud puedo
habíamos llegado antes: no hay ciencia de lo corruptible. Podría pasar a estar enfermo, y la ciencia médica puede explicarme por qué
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negarse, ciertamente, la identidad de esas dos tesis, porque ¿acaso era necesario que cayese enfermo. Habría, pues, una necesidad de la
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zamos aquí con una de las maneras mediante las que Aristóteles po- uministrar una nueva solución, y especialmente justificar una ffsica
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drá reconciliar parcialmente su concepción idealista de la ciencia que fuese ciencia de los seres corruptibles y en movimiento. Aristó-
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con la descripción que ofrece del mundo real: si bien no hay ciencia teles no se cerrará del todo esta salida, sin la 'cual el mundo natural
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de lo corruptible, en cambio puede hablarse legítimamente de la estaría condenado a la incoherencia. Pero incluso en este caso tal
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posibilidad concierne sólo a lo universal, no a lo particular: la me-


y no menos a las cosas eternas y a las imposibles que a aquellas que dependen dicina explica la enfermedad en general, y no el hecho de que yo
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(IJ Anal. post., I, 33, 88 b 32. Hemos resumido el pasaje que si/ótue a este mañana 73; incluso cuando el acontecimiento suceda, seguirá siendo
texto hasta 89 b 7, pues la cuestión central (<<¿en qué sentido la misma cosa
puede ser objeto, a la vez, de opinión y ciencia?») se plantea en 89 a 11. '
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70 La fidelidad de Aristóteles a la concepción platónica de la ciencia ha

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aquí en el hecho de que el hombre es animal: el hombre es mortal porque es
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sido enérgicamente subrayada por varios intérpretes, especialmente ZELLER
(Die Philosophie der Griechen, 2. Teil 2. Abteilung, pp. 161-166, 188-198, animal.
304-313) y SOLMSEN (Die Entwickltmg der aristotelischen LORik und Rethorik. 72 De hecho, cuando no lo llama sencillamente 1:0 tVOEXÓI1EVOV (8, lO, 1051 b
1929): de este último es una de las tesis centrales. Cfr., por último, S. MAN' 13; Et. Nic., VI, 12, 1143 b 3, etc.), Aristóteles designa lo contingente, ya
srON, Le ;ugement d'existence cher. Ar., esp. p. 2: «Ar. no disminuye en nada como 10 que puede ser de otro modo (1:0 tVOEXÓ\-lEVOV d).)..w~ Exm) (Et. Nic., V,
la excelencia y el rigor de la ~ltl("r.\-lr¡. tal como Platón la había descrito. La
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10, 1134 b 31; VI, 2, 1139 a 8), ya como lo que pueda ser o no ser (1:0 tVOE-
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cierto que habría podido no producirse, o que habría podido ser Ir .do e inmóvil de la generaclOn y el mOVImIento, fundamento
de otro modo. Así pues, la ciencia no descenderá nunca hasta lo co- ristóteles hace explícito un poco más adelante como esencia
rruptible en su singularidad. 'rx) eparada 79, no contradice, sino que confirma la imposibilidad
Una vez más, es en el libro B de la Metafísica donde hallamos la lOa ciencia de 10 engendrado, de 10 móvil o de lo no separgdo.
más clara formulación de esta dificultad: «Si no hay nada aparte de hemos visto en varias ocasiones que «si existen ciertos sere
los individuos (7.'l~)r1 :r1 i'.'l&'zi'.'J.n'l), no habrá nada inteligible to- I1Hendrados y completamente inmóviles, competen más bien a
dos los seres serán sensibles y no habrá ciencia de ninguno, a meno- disciplina distinta de la ciencia de la naturaleza y anterior a
que llamemos ciencia a la sensación. Tampoco habrá nada eterno ni 1, 110; dicho de otro modo, la filosofía primera o teología.
inmóvil, pues todos los seres sensibles son corruptibles v están en i no hay ciencia más que de lo necesario, que Aristóteles iden-
movimiento» 74. Si no hay nada aparte de los individuos .. :; aquí po- 11 (\ con lo eterno (ya que 10 necesario es lo que no puede ni podrá
?emo.s ve~, ,Presentado en torma de hipótesis y expresado en lengua lOca no ser), parece que no habrá más ciencia que la teología. Nin-
Je anstotelico, el resultado de la polémica contra la teoría de la Inu ciencia -ni siquiera aquellas que podríamos considerar empí-
;1 , como la agrimensura- versa sobre lo sensible: «Ni siquiera
Ideas. Por lo demás, Aristóteles lo recordaba unas líneas más arriba:
«Si hace falta en orden a las necesidades de la ciencia que exista cierto decir que la agrimensura trata de las magnitudes sensibles
alguna cosa aparte de los individuos, es necesario que lo que exista orruptibles, pues esta ciencia perecería con esas mismas magnitu-
aparte de los individuos sean géneros ... Ahora bien, más arriba he- I »81. Pero decir que toda ciencia trata de lo inteligible o de 10
mos mostrado precisamente que eso era imposible» 75. Por tamo. n 'orruptible, es decir que es de algún modo teológica. En tal sen ti·
aquello que expresa la aporía es el apuro en que nos encontramos Itl, sólo la astronomía y las matemáticas pueden participar del carác-
I r científico de la teología. Hemos visto a qué circunstancias debían
cu~ndo seguimos admitiendo la definición platónica de ciencia (que
eXIge, como recuerda aquí Aristóteles, referirse a «algo uno e idén- tas dos ciencias su carácter privilegiado: en la perspectiva de la
I logía astral que permanecerá, aunque depurada, como fundamen-
tico» 76 y al mismo tiempo rechazamos la teoría de las Ideas a falta
de la cual ya no nos enfrentaremos más que con una «infi~'idad de I de toda su especulación teológica, la astronomía nos proporciona

individuos» 77. Si es cierto que la teoría de las Ideas tenía como \lna experiencia inmediata de lo divino; representa, si es posible ha-
~nción proporcionar alimento a la exigencia de un saber estable y
llar así, el aspecto experimental de la teología. En cuanto a las ma-
rl~uroso, la concepción aristotélica de la ciencia, heredera de esta
t. máticas, hemos visto que Aristóteles las consideraba en el Protrép-
IICO, probablemente bajo la influencia de su amigo Jenócrates, como
eXigencia pero privada de dicho alimento, corre el riesgo de encono
trarse sin objeto. Mejor dicho: no le queda más que un objeto, que una ciencia divina, al igual que la astronomía, que es una rama suya.
es Dios, última encarnación de ese «inteligible», de ese «eterno» de Incluso cuando Aristóteles haya renunciado a esta concepción, ne-
~nndo toda «separación» -y, por consiguiente, toda subsisten-
ese «inmóvil», cuya imagen o reflejo ya no encuentra Aristótele~ en
la realidad sensible misma. El desarrollo de la aporía no contradice cia 82_ a los seres matemáticos, las matemáticas no dejarán de estar
emparen~adas con la teología gracias a una importante particularidad
esta consecuencia: se presenta, en efecto, como una demostración
-aunque bastante borrosa- de la existencia de Dios. «Si no hay de su objeto: la de ser inmóvil 83. Al hacer abstracción del movimien-
nada eterno, el propio devenir no es posible; efectivamente, es ne- 79 999 b 12-13. Ahora bien, esta esencia separada no puede ser la esencia
cesario que 10 que deviene sea algo, así como aquello a partir de 10 de las cosas sensibles: «Pues no podemos decir que existe una casa aparte de
cual ha devenido, y que el último término de lo uno y lo otro sea Jas casas individuales» (999 b 19). Sólo la O~]¡a divina es hablando con pro-
inengendrado, si es cierto que la serie se detiene y que del no~er piedad, «separada» '
80 De Coelo, lII, 1, 298 b 19. Cfr. E, 1, 1026 a 10·13, 29.
nada puede proceder» 78. Pero la suposición de un fundamento inen- . 81 B, 2, 997 b 32. Podría pensa~e que se trata de una fórmula platónica,
Inserta en el desarrollo de una apona. y que no representa necesariamente el
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~s~miento de Aristót.eles. Pero el contexto muestra que este ar~mento va


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77 999 a 26: 't4 OE xaO·ExlIo't'.( '¡;:Et(,'.(' no ;;usten en absoluto, salvo como abstraccion~s de lo sensible. "
78 999 b 6. E, 1, 1026 a 15. Cfr. Fis., 1I, 7, 198 a 17.

316 317
to, las matemáticas, pese al carácter ficticio de su objeto --efectiva· -n qué consiste esa teología doblemente divina: conocumento
mente, consideran a los seres en movimiento como si no estuvieran por Dios, no es más que conocimiento de Dios, pues sería

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en movimiento 84_, se unen paradójicamente a la teología. de Dios pensar en otra cosa que en Sí mismo 89. Hará falta

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No es de extrañar, entonces, que los ejemplos destinados a ilus- I I piedad de los comentaristas medievales para atribuir a Aris-
trar --en el libro 1 de los Seg,undos Analíticos- la concepción aris- I -' la tesis según la cual Dios, conociéndose a sí mismo --es de-
totélica de la ciencia, estén tomados de las matemáticas; esta obser- nociendo lo inteligible- conocería al mismo tiempo todas
vación, hecha a menudo en sentidos por lo demás diferentes &5, nos ) a , es decir las cosas sensibles mismas. La crítica al platonis-
parece confirmar aquí la tesis que se desprende claramente de la , v daba a Aristóteles este camino. La «impotencia» de las Ideas,
problemática anterior: no hay ciencia más que de lo inmutable, y lo IllOciada por Aristóteles, sólo iguala a la impotenci'cl del Dios
inmutable no existe en estado «separado» más que en lo divino. Así 1 lélico para conocer el mundo. Pero aquéllas son fórmulas hu-
pues, la teología es la ciencia por excelencia, y no hay otras ciencias n; , cuya misma impiedad revela su inadecuación y confirma en
más que aquellas que, como la astronomía, son una parte de la teo- lidad la trascendencia inefable de Dios. Dios no es culpable, sino
logía, o bien aquellas cuyo objeto --como es el caso del objeto de platonismo, que pretendía atribuir al hombre un conocimiento
las matemáticas- «imita» el objeto de la teología. tipo divino, pretendiendo entonces saber lo que es el conocí-
I nto de Dios. Es cierto que, como temía el Sócrates del Parmé-
les, hay que negar el saber a Dios 90, pero lo que así se le niega
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1)11 to «eterno» o «en sí». Es el momento de recordar que lo divino
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el mundo de las cosas corruptibles? El rechazo de la teoría platónica l nuevo sentido, descubierto por Aristóteles, según el cual la co-
.de las Ideas nos obliga a responder: nada. Pues no existe, entre lo Ilunidad de nombre encubre una diferencia radical de esencia 91 •
eterno y lo corruptible, esa relación sutil de inteligibilidad, determi- 1 no hay más relación entre el saber de Dios y el saber del hombre
nada además por las mediaciones matemáticas, que Platón llamaba IU entre el Can, constelación celeste, y el can, artimal que ladra 92.
participación. Como vimos, Aristóteles no suprime el jorismós: los
cuerpos celestes han ocupado el puesto de las Ideas como realidades 119 A, 9, 1074 b 25 SS., 32.
90 Parménides, 134 e: «Esta vez temo, dijo Sócrates, que sea demasiado
separadas, pero ya no son las Ideas, los arquetipos de nuestro mun- rtentoso el argumento, cuando se llega a negar el saber a Dios .•
<:\0. La teología aristotélica es la heredera directa de la ciencia plató- 91 Para el uso platónico del término (que en Platón no tiene, evidente-
nica de las Ideas, pero ya no es más que teología. Mientras que el III nte, sentido peyorativo), dr. Protág., 311 b; FedrQ, 266 a; Parménides, 133 d;

sabio platónico estaba obligado a volver a bajar a la caverna, hom- l/meo, 52 a. Pensarnos que se trataba de una expresión técnica empleada por
J.) platónicos para designar la comunidad de nombre entre la Idea y aquello
bre entre los hombres, siendo la contemplación de las Ideas no más I que es Idea, y que Aristóteles habría vuelto irónicamente en contra de la
que un «largo rodeo» 86 destinado a llevarlo al fin a lo sensible, el 1 ría de las Ideas: homónimos, la Idea y lo sensible lo son desde luego, pero
teólogo de Aristóteles es un hombre al que la contemplación con- 11 son más que eso: no hay entre ellos más identidad que la verbal, lo cual
vierte en algo tan «separado» como su objeto. Sabemos, además, llegará a ser el sentido propiamente aristotélico de la palabra. Cfr. A, 9,
<)90 b 7, 991 a 6. A la inversa, si se expresa el pensamiento de Platón en la
que Aristóteles considera a veces como «más que humana» la pose- terminología de Aristóteles, habrá que decir que las Ideas y lo sensible son
sión de esa filosofía primera que supone la contemplación de lo «sinónimos. (A, 6, 987 b 10).
divino, viendo en ella una ciencia cuya posesión pertenece «sólo a 92 Se nos dirá que la teoda de la analogía corrige, en Arist6teles, esta
Dios, o al menos principalmente a Dios» 87: Dios es el único teólo- perspectiva de equivocidad. Pero ya hemos mostrado más arriba (1." parte,
p. JI, § 4) que hay que guardarse de atribuir a las raras indicaciones de
go, o al menos sólo hay teología perfecta de él, en el doble sentido Aristóteles acerca de la analogía un alcance que él no les dio. Podría estudiarse,
de un genitivo objetivo y subjetivo 88. Ahora bien, sabemos igual- propósito de la tesis Dios no conoce el mundo, la triple actitud del plato-
nismo, el aristotelismo y el neoplatonismo por respecto a una fórmula que se
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88 983 a 7. discurso humano para describir positivamente los atributos de un Dios tras-
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La trascendencia no es aquí condición de unidad, como lo era para- I 1, 1;1 dialéctica, que sigue siendo «con mucho la más verdade·
dójicamente en Platón, sino que vuelve a encontrar su acción sepa- . La dialéctica continúa siendo la verdad de las otras ciencias;
radora, no solamente separando al hombre de lo divino, sino tam- 11\ 'jor dicho, cada ciencia «empírica» encuentra su verdad en esa
bién a Dios del mundo. ti de la ciencia ideal que lleva el mismo nombre que ella UXl. Por
Podría incluso decirse que la trascendencia es más radical en el 111o, si bien Platón admite la «necesidad» de las ciencias empíri-
sentido que va desde Dios al mundo que en el que va desde el mun· . para exaltar la necesidad mayor aún de ese saber inteligible
do a Dios. Pues si es cierto que los astros son dioses, lo divino será t es condición de aquélla; en último análisis, sigue siendo tal sao
del todo invisible, y, por «reducidos» que sean en este terreno los r 1 que, a través de las técnicas segundas, nos permitirá encono
datos sensibles 93, una ciencia humana de [o divino no será imposi· , Ir nuestro camino.
ble. Pero si bien el hombre posee así «una visión fugitiva y parcial» .n Aristóteles, por el contrario, si bien la teología conserva la
de los «seres superiores y divinos», y esta visión nos procura tanto timada, y sigue siendo la ciencia real, su reino ya no es otro que
gozo como una mera ojeada lanzada sobre un objeto amado 94, no I le un soberano sin súbditos. En el texto del De partibus anima-
podemos dejar por ello -si lo dicho más arriba es exactcr- de plan- 111111, vemos que la actividad del biólogo no debe ya nada a la del
tearnos la pregunta: ¿para qué sirve este conocimiento de lo divino? lIgo: el biólogo, según Aristóteles, ya no debe buscar en un
¿Qué nos enseña sobre nuestro mundo? ¿Qué aporta a nuestra vida
1tr¡~ O~páVlOC; el modelo de los seres perecederos de nuestro mun-
de hombres? Estas preguntas pueden parecer impías y, efectiva-
mente, debieron ser consideradas tales. Aristóteles, sin embargo, se
11. La teología conserva su excelencia, pero se ha convertido en
las plantea. En el pasaje del De partibus animalium en que habla con mú lil lOI • Es 10 que Aristóteles reconoce -aunque sea poniendo el
l ' nto sobre el aspecto inverso de ese dípticcr- en libro A de la
bello lirismo del gozo que nos procuran las furtivas escapadas hacia
lo eterno, Aristóteles no vacila en hacer el paralelo entre esta ciencia \fetafísica: «Todas las demás ciencias son más necesarias que ella,
l r ninguna la aventaja en excelencia» 102. Hay que tomar aquí
de lo divino y el conocimiento, mucho más vasto, que podemos ad·
quirir de los «seres perecederos, plantas y animales»: «El hecho IIt'cesidad, sin duda, en el sentido de hacer falta, como lo prueba el
de que estos seres están más a nuestro alcance y más próximos la 'aje inmediatamente anterior: la 'filosofía sólo fue cultivada des-
a nuestra naturaleza reestablece, en cierta medida, el equilibrio pués de que «las artes que se aplican a las necesidades» hubieran
(dv'tlxcx'ta)J.á't'tE'tCll) con la ciencia de los seres divinos 95». Se han no- ido descubiertas, prueba de que la filosofía es libre, que tiene su
tado con justicia en estos pasajes reminiscencias del Fílebo 96, donde
Platón, reconociendo, alIado de la ciencia de los «seres eternamente 99 58 a.
idénticos e inmutables», la existencia de una ciencia «dirigida hada 100 57 d: «Hay dos ciencias del número y dos ciencias de la medida, y
muchas otras que, a continuación de ellas, poseen la misma dualidad baio la
las cosas que nacen y mueren», deja un puesto a ésta, por vez pri- unidad de un nombre común.~
mera, en la disposición de la vida feliz: «es muy necesaria (dvaTxalov), 101 10 que no quiere decir que no tenga valor. Esa distinción entre utili.
en efecto, si es que queremos encontrar siempre el camino para vol· dad y valor ('till.lOV) permitiría poner de acuerdo a aquellos que, ante el texto
ver a nuestra casa» 'TI. Pero las diferencias entre estos dos textos no ti l De parto animal., son sensibles sobre todo al elocuente elogio que allí se
hace de la teología, y a aquellos otros que, por el contrario, ven en esa e1o-
son menos patentes que sus convergencias: pues, si bien Platón cede encia un medio que emplea Aristóteles para «cumplir» con la teolo~ía, antes
sitio, con el nombre de ciencia segunda, a esta «técnica que no es e consagrarse a otras investigaciones. En este último sentido, cfr. A. BREMOND:
sólida ni pura» 98, no deja por ello de subordinarla a la ciencia pri- ..El Aristóteles biólogo parte de lo que nos está próximo, auncjue en principio
ea lo menos divino, pero -sin que se atreva a confesárselo- ¡cuánto más
interesante que los astros y las esferas! ~ (Le dilemme aristotélicien, p. 111),
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cendente, revelando así la debilidad del hombre y su «separación» de Dios. y sobre todo W. JAEGER, Aristoteles, pp. 360-365. En sentido contrario, BOUR-
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Para los neoplatónicos, la negación deberá ser tomada «en el buen sentido~, GEY ve en este pasaje la señal de que en Aristóteles permanece en cierto modo
y ya no aparecerá como un obstáculo, sino como una mediación hacia la posi- la inspiración 'platónica, y especialmente temas de la teolo~ía astral (Actes du
tividad inanalizable de Dios. Congres G. Budé, Lyon, 1958, p. 57). Debe reconocerse. no obstante, que la
93 De parto animal., 1, 5, 644 b 25, 27. exaltación de la divinidad de los astros va haciéndose, a medida que Arist6-
94 [bid., 34. teles evoluciona, cada vez más convencional, aunque siga desempeñando, bajo
95 [bid., 1, 5, 644 b 28, 645 a 2 ss. forma más abstracta, un papel decisivo en la economía de su filosoHa (ver
96 P. LOUIS (ad loe.) observa aquí dos reminiscencias textuales. in/ra, § 2). Sobre este pasaje, cfr. también J. MOREAU, ..L'éloge de la biologie
'TI Filebo, 61 de; 62 b. c:hez Aristote», Rev. Et. anc., 1959, pp. 57-64.
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en otras palabras, que es un lujo (10 cual, a los ojos de Aristótele., .lriO. Y, sin embargo, esa inútil divinidad, que hace girar sus

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ronismo: en Platón, el alma era «sacada» hacia la contemplación 1 pensamientos y trabajos de los hombres que furtivamente
de las Ideas, era «impulsada hacia adelante» por las contradiccion ntemplan. La afirmación de la trascendencia, si bien excluye
de lo sensible; era imposible vivir y. antes que nada, conocer I r lación directa de conocimiento entre Dios y el mundo, así
mundo, sin filosofar. es decir, sin haber contemplado las Ideas al I toda relación de deducción entre la contemplación de lo divino
investigación terrestre, no excluye por ello toda relación vital o
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menos una vez. Pero hav más: esas afirmaciones de AristóteIe
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tradicen todos aquellos caracteres que, en la primera parte, veíamo guir siendo un ideal para el hombre. La realidad del jorismós
que atribuía Aristóteles a la investigación filosófica hija de la ne . ser sentida no tanto como separación irremediable cuanto
sidad 11>*, del apremio, de la presión de los problem~s. Es forzoso re· 11 una invitación a superarla. En una palabra: entre la investiga-
conocer una vez más que en Aristóteles interfieren dos concepcion . -1\ ontológica y la contemplación de lo divino puede y debe haber
I iones que no se agotan con la palabra separaci6n.

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de la filosofía, sin duda de muy diferente origen: por un lado, un

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proceso humano, un caminar laborioso y «aporético»; por otro, la
posesión «más que humana» de un saber trascendente y que se pre·
cia de no servir de recurso a los «intereses» de los hombres. No e EL DIOS TRASCENDENTE
posible negar que esta última concepeión ~<teológica» de la filosofía
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evoca ciertos aspectos del platonismo. Pero también podría decirse Antes de estudiar esas relaciones, que acaso permitan descubrir
que Aristóteles, a quien por lo demás anima a seguir por esta vía mo dos corrientes distintas de pensamiento hallan en el aristotelis-
111 convergencia y unidad, nos parece necesario volver a nuestra in-
la teología astral, sólo conserva del platonismo la intuición central
I rpretación de la teología de Aristóteles, para defenderla contra
del jorismós, rechazando todos los correctivos que el propio Platón
le había aplicado: este platonismo sin Ideas, pero no sin trascenden- J sibles objeciones cuyo sentido general sería el siguiente: ¿es de
rdad la teología de Aristóteles una teología de la trascendencia?
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cia, este platonismo sin participación ni mediaciones, es un hiperpla-


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tonismo lOS. Sustituye el proceso humano hacia las Ideas por la apero
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r mos esas objeciones en dos grupos que, respectivamente, se re-


cepción inmediata de una trascendencia; superpone a la necesidad
fieren: 1) A la interpretación de la teología astral; 2) A la de la
de la filosofía una teología de 10 inútil. Y sin embargo, ni la búsque lcoría del Primer Motor.
da hun:ana ni la necesidad que la inspira están ausentes de las pre-
ocupaciones y de la vida filosófica efectiva del Estagirita. Pero,
como hemos visto, se emplazan en otro lugar, en un camino que no * * *
conduce a la teología: la necesidad, como la investigación, son en La interpretación de la teología astral no interesa sólo a la
1)
Aristóteles ontológicas. Si Dios no necesita el mundo, los hombre historia de las fuentes del aristotelismo ni a la reconstrucción del
Aristóteles perdido. Aunque sólo aparezca ex profeso en el libro III
[bid., 982 b 22-28. Cfr. Prolrép., fr. 53 Rose.
103 del De philosophia -del que felizmente hemos conservado nume-
l.' Parte, cap. primero, pp. 82 ss. Compárese el «apremio de la verdad,.
104
rosos y amplios fragmentos- nunca desaparecerá del pensamiento
del qu: habla !'RJSTÓTELES en A, 3, 984 b lO, a este otro «apremio» que, al
contrano, desvla a los hombres de la búsqueda desinteresada de la verdad aristotélico. Aparece como uno de esos temas jamás puestos en cues-
(P'~/r., fr. 53 Rose, ~. 64, 2; A, 1, 981 b 18, 22: A, 2, 982 b 23, 983 a 10. tión por una filosofía que, no obstante, es rica en poder innovador
os Resulta extrano comprobar que los mantenedores de las diversas in- y en mutaciones imprevistas. Es incluso el único tema que llega a
terpretaciones «genéticas» de Aristóteles nunca se han prelttJntado por qué suscitar en Aristóteles, a todo lo largo de su carrera) un entusiasmo
el. período que ell.~s consideran, de co~ú~ acuerdo, como platónico o «plato-
OIzante», es tamblen aquel en que Anstoteles formula las críticas más viru- que sería sin duda excesivo calificar de «místico» U16) pero que ex-
lentas, y a menudo más. excesivas, contra la teoría de las Ideas (cfr. 1.' Parte,
106 Como hacen J. BIDEZ, Un singulier naufrage littéraire..., p. 47, y el

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denCia, SIOO por la concepción demasiado exigente que Aristóteles tiene de ella. de «misticismo cósmico».

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de su verdadero objeto 107. Estas referencias a la teología astral nll

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, que no hace otra cosa sino revestir con apariencias «trágicas y
deben ser interpretadas, en razón del entusiasmo que inspiran, cornil noe » IU una balbuciente cosmogonía, la teología astral aparece
supervivencias de un tipo de pensamiento «mítico», del que el pn utiblemente como la doctrina de última hora, el nuevo curso
pio Aristóteles nos ha enseñado a desconfiar 108. La teología astral

*
nmido a la especulabón teológica.
representa por el contrario, en la época de Aristóteles, una teoríll oa teología semejante --como se ha observado 113_ no podía
relativamente moderna, una «religión nueva» --como escribe sin I pular: suponía, en efecto, conocimientos astronómicos, o al

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vacilación el P. Festugiere 109_, cuya primera manifestación literari

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no un interés por la astronomía, que hacía de ella, desde el prin-
no se remonta más atrás de las Leyes de Platón 110 y cuyo manifiesto I , una teología docta. El sentimiento de extrañeza que puede ins-
--el tratado pseudoplatónico del Epinomis- resulta ser exactamen roos, el alejamiento en que su presupuesto fundamental se halla
te contemporáneo del De philosophia 111. Por oposición a la teolo~¡ I to a nuestras maneras modernas de pensar, pueden hacer que
107 Se le ha hecho mucho caso a un fragmento de Aristóteles acerca de 10
m s en ella una recaída más atrás del platonismo 114, y es com-
o ible que varios intérpretes modernos hayan podido ser sever~
misterios de Eleusis, según el cual «los iniciados no tienen que aprender nada,
sino experimentar cierta emoción y alcanzar cierta disposición de alma» (fr.
Rose; SVNESIOS, Dion, 10), texto que se ha comparado con otro, del que in·
l' ella. Pero este juicio retrospectivo no debe ocultamos el hecho
cial: Aristóteles ve en la teología astral el único fundamento po-
forma Séneca, sobre el «temor reverencial», la «sagrada reserva» (verecundiaJ
que, según Ar., debe inspirarnos el espectáculo de los dioses celestes (fr. 14
I le de una teología científica. Más aún: ve en ella el único medio
Rose; SÉNECA, Clles/iones naturales, 29-31; cfr. A.-J. FESTUGIERE, op. cit., 23'· I scapar a las dificultades del platonismo sin recaer por ello en el
38). A propósito del primero de estos textos, jaeger no duda en incluir a IIlterialismo que imputa a los físicos e incluso a los antiguos teólo-
Aristóteles en la línea de aquellos que, como más tarde Kant y Schleiermacher, 11 liS. Los astros-dioses ocupan, en él, el lugar de las Ideas platóni-
han opuesto el saber a la fe (Aris/6teles, pp. 163-164) (!). El P. Festugiere ha 116. Podemos lamentar esta sustitución, pero antes es preciso
apreciado mejor su alcance: «Se tratarla más bien de la diferencia entre la re-
flexión discursiva y la contemplación intuitiva, que implica un estado pasivo mprender su significación y consecuencias.
de la afectividad» (p. 238). De todas formas, ese estado pasivo de la afectivi· El papel esencial que asigna Aristóteles a las intuiciones de la
dad no hace sino disponernos a una contemplación que sigue siendo intelectual I • logía astral en la constitución de una teología como ciencia se
en su principio. Cfr. J. CROISSANT, Aris/o/e et les mysteres, 2.' parte, pp. 137-18 .
108 Cfr. B, 4, 1000 a 18: «Las sutilezas mitológicas no merecen ser some-
tidas a un examen serio.» Cfr. N, 4, 1091 b 8, Y el sentido peyorativo d I las diferentes manifestaciones de la cultura humana (técnicas nacidas de las
\1[¡flo~. \1~OoAóro~, en Hist. anima!., VI, 31, 579 b 2; Gen. anim., 111, 5, 756 b 6 esidades, artes del ornato, sabiduría), que encontramos a la vez en el Epi-

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(a propósito de Heródoto). I(}mis (974 e, 976 c), el Pro/réptico (fr. 53 Rose) y la Me/afísica (A, 2, 982 b-
109 Op. ci/., p. 227. 12·27). Obsérvese, por último, que el problema del Epinomis es el mismo que
110 Leyes, XII, ad fin.,. cfr. 899 b, 967 d, 821 d. Ciertamente, podrian ('llnnteará la Metafísica: el de la «ciencia buscada» (Epinomis, 976 cd),. cir. su·
encontrarse en viejos cultos egipcios o caldeos los orígenes de esta teología "ro, p. 258, n. 46.
astral (F. Cumont, J. Bidez). El Epinomis señala ese origen (987 a, 988 a), 112 Me/eorol., 11, 1, 353 b 2. Cfr. más adelante la distinción de Aristóte-
pero 10 hace pata exaltar la capacidad que tienen los griegos de transfigurar I entre 6EOAÓrO~ y 6EOAOrlXÓ~.
todo lo que les viene de los bárbaros. Las Leyes invocaba asimismo la sabio 113 FESTUGIERE, op. cit., pp. 209-210. El autor a quien una tradición, tes-

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duría de los antiguos egipcios, pero lo hada, con espíritu algo diferente, para timoniada por DroG. LAERCIO (111, 37) atribuye ]a paternidad del Epinomis,

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Filipo de Opunte, era conocido de otra parte por sus trabajos de astronomía.

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Grecia no hace sino confirmar la radical novedad que representaba por res- 114 Es la tesis de ]. MOREAU (L'ame du monde de Pl%n oux s/o'iciens),
pecto a la teología tradicional de los griegos y a su antropomorfismo. No hay quien ve en la teología astral un retorno ofensivo de la (,astrobiología» de los
más que ver el desinterés que los adeptos de la nueva teología muestran res- presocráticos, despojada ahora, en virtud de la «disolución» del platonismo, de
pecto a los dioses del Olimpo: tocante a ellos, Platón se remite meramente a aquella «trasposición idealista» que le había hecho experimentar, felizmente,
lo que la tradición ha establecido (Timeo, 40 de). Y cuando el Ateniense del el Timeo (pp. 187-188).
Epinomis trata de establecer una correspondencia entre las cinco r~iones del 115 A, 6, 1071 b 27; 1075 b 26 (ni para los ('teólogos» ni para los (,físi-
universo y las cinco especies de seres vivos, deja a su interlocutor el cuidado de cos» existen otros seres que los sensibles). Aristóteles no deja pasar ni una
«meter donde le plazca a Zeus, Hera y todos los demás» (984 d). Acerca de un ocasión para matcar sus distancias respecto a los antiguos «teólogos»: así, se
pretendido origen pitagórico de la teología astral, cir. L. ROUGIER, La /héologie inventa el vocablo docto flEOAOAlX~ (E, 1, 1026 a 19), a fin de distinguir la
astrale des pythagoriciens, París, 1959. teología que él proyecta, a la vez sabia y nueva, de la OEOAOrta mítica de los
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111 El tema de la teología astral no es el único punto en común entre el


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antiguos teólogos (OEO),Oria. OEOAÓTo~. Oeo),ore1v tienen constantemente en Ar. un


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Epinomis y la obra de Aristóteles (acerca de esto; cfr. FESTUGIERE, op. cit.,


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sentido peyorativo; cfr. FESTUGIERE, op. cil., Apéndice IlI: «Pour l'histoire
p. 228, n. 1). Habría que añadir la enumeración, a la vez jerárquica e histórica, du mot OeoAoria», p. 599).

324 325
halla da~a.mente a.testiguado por la alusión que a ella hace el pasaj .1 proporciona a la idea aristotélica de una filosofía primera la
programatlco del lIbro E.de I,a .Metafísica. Buscando una ciencia «pri , n inicial sin la cual no podía constituirse. No es exagerado
!D era.» que tra~e de lo mmovd y lo separado, advierte que, en I Ir que la contemplación de los «dioses visibles» ha representado,
mterlor de la fdosofía teorética, no responden a esa definición ni Ja 1 Aristóteles, el papel del cogito en Descartes: «fundamento cier-
físjc.a, que trata de seres «separados», pero inmóviles, nl las mat . inquebrantable», a partir del cual un proceso hasta entonces
matlcas, que tratan sobre seres inmóviles, pero no separados. ( o ,r~tico va a poder invertirse para empezar de nuevo.
hay nada .ap~rte de .es~ y no hay, por tanto, ciencia primera? Re . l ero (cuál es el alcance real de esta visión? ¿Qué consecuencias
ponde ArJs~oteles: SI bien todas las causas son eternas, las hay qu I lener para la filosofía de Aristóteles y, en particular, para el
lo son partlcularmenre (lllíAt:I''::Il) y que nos proporcionan así ese ser 11 lOte problema, heredado del platonlsmo, de las relaciones entre
i~~óvil y separado que buscamos: son las causas «de aquellos ser n ible y lo inteligible? Esas consecuencias nos parecen, a un
dlvmos que son visibles» 117. Esta evidente alusión a la teología as. rnpo, capitales y limitadas. La intuición de los dioses visibles nos
tral alumbra, según nos parece, el oscuro pasaje que la preced . rloriza a afirmar que hay un dominio del ser -10 divino-- en que
<rodas las causas son eternas» quiere decir que los primeros princi. 1 eparación de lo sensible y 10 inteligible ya no tiene sentido, por-
plOS de tod~ lo que es sólo pueden ser inengendrados e incorrupti. I!! en él sensible e inteligible coinciden. El orden que reina en el
bIes, J::ues SI n~ .todas las cosas se disolverían en la nada. Pero ya he- I lo es inteligible, en el sentido que Platón daba a este término; es
m~s ViSto la difIcultad -por no decir la imposibilidad- en que qrmulable en relaciones matemáticas, expresable en figuras geomé-
vela el hombre para alcanzar eso:s primeros principios lI8, situación icas; pero este orden no está oculto detrás de los fenómenos, sino
que acababa por hacer decir a Aristóteles que sólo Dios era teólo. III se manifiesta inmediatamente en ellos. Así pues, no basta con
go lI9 . L a d ' " entre conO<.:lmlento
IstorslOn . . en sí y conocimiento para I cir que los movimientos del Cielo son el esquema de relaciones
nO,sotros conducía a. la ~rágica consecuencia de que la teología es la Inteligibles; no hay un Cielo inteligible cuya imagen -sea cual sea el
mas ele~ada de las CIenCIas y, sin embargo, es imposible. Ahora bien: ,ntido en que esta palabra se entienda- fuera el Cielo visible 121,
he. a~ul que una experiencia privilegiada -y se comprende que 100 que el Cielo visible es el Cielo inteligible mismo: no es preciso
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Anstoteles la salude con entusiasmo-- viene a romper el círculo multiplicar los Cielos 122. Esta tesis de la identidad -o, si se quiere,


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ni el Cielo que se halla sobre nuestras cabezas. En -efecto, ni las líneas sensibles
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de Aristóteles. Además, se presenta como un argumento en favor de la exis-


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mente en los libros M y N. En el De Coelo, si bien Aristóteles parece distin-


guir aún entre un cielo sensible y un Cielo inteligible (cfr. nota siguiente), esa
116 Este punto ha sido muy bien elucidado por FESTUGIERE, op. cit.: «Si, distinción ya no tiene ninguna importancia metodológica. Si los astros no son
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118 Cfr. Introd., cap. JI.


llegan al absurdo de que «habrá un Cielo fuera del Cielo» (EOl:al Ta.r oupav~
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119 A, 2, 983 a 5-6.


l:l~ itapa l:OV oupavóv, B, 2, 998 (J 18). En el De Coelo, el rechazo de una plu-
120 E, 1, 1026 a 20.
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ralidad de Cielos está más matizado: ciertamente, no hay más que un solo

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ser entendida, pues, en su sentido más fuene: si la dualidad de nuc~ rtme la trascendencia) sino que) por el contrario, la acentúa, al con·
tras fuentes de conocimiento -sensibilidad e intelecto- está aquí nirla en un corte entre dos regiones del Universo.
superada en beneficio de una intuición indisolublemente sensible e No nos parece posible, entonces, ,:er en el Aristót~les. del De
intelectual, es que, tecíptocamente, el fundamento de dicha duali· bl/osophia un precursor de l.as doctrm~s ?e1 «DIOS CO~~lIco». El
dad está ausente. Es la materia la que oscurece lo inteligible y lo P dre Festugiere, que ha estudiado su naCl~lent~ll ev~luclO~ en ~na
degrada en sensible; a la inversa, es la inmaterialidad de las esfera~ ~lra consagrada a los orígenes. del hermetismo ,~~fme aSI la I~S­
celestes la que garantiza su apercepción en un acto del espíritu qu~ '¡ración general de tales doctrmas: en esta concepclOn, que podfla-
es onto]ógicamente anterior a la distinción entre sentidos e intelecto. mos llamar «optimista») «el mundo es considerado bello: es esen-
Si, por otra parte) la materia --en virtud de la resistencia que opone ¡...Imente un orden ()'.6~WJ;). La región sublunar misma manifiesta
a lo inteligible- es la fuente de la contingencia, se comprenderá que orden) mediante el ciclo de las estaciones, la configuración armo-
el Cielo sea el dominio de la necesidad, y, por eso mismo, el objeto niosa de la tierra y el equilibrio que en ella existe entre los cuatro
privilegiado de la ciencia demostrativa. Desde este punto de vista, lementos que la componen, la estructura admirable de los seres
podríamos decir que, por respecto al mundo que habitamos (al que YiYos y en particular del hombre, la subordinación natural de las
no hay que llamar mundo sensible, sino más bien, en función de su 'lantas y animales al hombre. Pero el orden aparece sobre todo en
puesto particular en el universo, mundo sublunar), el mundo celeste
es, no la imagen, sino la realización siempre presente del orden, 111
I• tegión del fuego o éter que se encuentra por encima de la lu~~.;.
[ icbo orden supone un Ordenador... De tal modo que la VISIon
unidad y la inmutabilidad que le faltan a nuestro mundo. del mundo conduce naturalmente al conocimiento y la adoración de
Pero la realidad no suprime por ello la distancia. Si bien Aristó- un Dios demiurgo del mundo» 126. A esta concepción optimista. el
teles nos enseña) contra Platón, que lo inteligible es captado en und 1'. Festugiere opone la filosofa religiosa conocida con el nombre .de
estética y no en una dialéctica, si bien sustituye de ese modo el dualismo: «Este mundo es considerado malo. El desorden domma
concepto de un orden ideal por la visión de un orden real, sigue en él en virtud de ese desorden inmediato y básico constituido, en
siendo cierto que ese orden --romo la belleza del ser amado-- sólo el h~mbre, por la presencia de un alma inmortal, originariamente
se da de lejos a nuestra intuición. Ciertamente, esa distancia no es puta y divina, en un cuerpo material, corruptible y ma~chado en
ya la distancia infinita, pero irreal a fuerza de ser infinita, que nos yirtud de su misma esencia... Siendo así, el Dios concebido por el
separa de otro mundo; sin embargo, en el interior de este mundo, dualista no puede tener relación alguna con el mundo. No pu,:de
nos separa de una región para alcanzar la cual no nos bastará con una ser directamente creador del mundo. No puede tener, como funCión
atención ideal. Como sugería Parménides) la visión es la presencia primera, la de regir el mundo. Muy al contrario. ese Dios estará }nfi.
en la ausencia w; garantiza la pertenencia de sujeto y objeto al mis- nitamente alejado, infinitamente por encima del mundo. Será hlper-
mo mundo, pero sólo hace más sensible, y quizá más dolorosa, su cósmico» 121. Según el P. Festugiere, Platón estaría en el ongen de
separación. Siendo así, y a menos de dar a la palabra inmanencia el esas dos corrientes que se repartirán la filosofía religiosa de la época
sentído preciso de un rechazo de las Ideas platónicas ----{), más en siguiente: el aspecto pesimista y dualista aparece en el Fedó~, ~l op'
general, de otro mundo-- 12', puede decirse que Aristóteles no su· timista y cósmico en el Timeo y las Leyes. En cuanto a Arlstoteles,
habría evolucionado del uno al otro; la curva que va desde el
Cielo individual y sólo puede haber uno, ya que está compuesto de la totalidad
de la materia O, 9, 278 a 26 ss.), pero siendo ese Cielo un cielo sensible
(278 a 10), ~una cosa será el ser de ese Cielo y otra el ser del Cielo en categoría de lo absoluto» (op. cil., p. 124). Sean cualcs sean las reserv~s que
sentido absoluto» (278 a 12; cfr. b 4). Cuando se pasa del Cielo al Primer puedan hacerse sobre el juicio de valor que desvaloriza c~m? ~precrítlcall> la
Motor, la ambigüedad desaparece, pues en este caso no puede haber dualidad filosoHa del joven Aristóteles, podemos aceptar la descrIpcIón que de eI~a
entre la forma y su realización, pues el Primer Morar es inmaterial: en el hace Moreau. Pero sostenemos que Arist6teles sólo suprime la trascendenc!a
libro A de la Metafísica, la unidad del Cielo se demuestra por la inmareriali- ideal del Modelo sobre el mundo sensible para sustituirla por la tnl~n.denCla
dad del Primer Motor. que excluye toda dualidad sensible-inteliRible (8, rtal del Cielo sobre el mundo sublunar. El término inmanenlismo. SI bien fa·
1074 Q 35 ss.). vorece en Moreau (como en el P. Festugiere) conexiones con el estoicismo. n~
12.3 Cfr. fr. 4 DIELS-KRANZ. heüJoe ~. ÓI1lÜ~ d';".;E~vta \/ót!) r.a,.,eiNUJ. ~e~aiw~. parece entonces inadecuado para caracterizar una filosofía que separa tan radI-
124 En este sentido habla J. MOREAU de inmanenlismo para caracrerizar la calmente la esfera de lo divino de las regiones inferiores de~ ser. .
doctrina del De philosophitl: «La cosmograffa del De phi/osophia es todavía la 125 La révélalion d'Hermes Trismépjsle. del cual Le D,er¡ cosmu/ue con~
del Timeo; sólo que Aristóteles ha repudiado la trascendencia del Modelo... [ilUye el tomo n.
La teología astral, la divinización del objeto asuonómico, resulta infaliblemente 126 Le Dieu cosmique, p. X·XL
de la prctensión precrítica de encontrar en los fenómenos con Qué llenar la ll7 Ibid., p. XI.

328 329
Eudemo al De philosophia ilustraría la converSlon del joven Aristó- I cir, astro-teológico y no físico-teo16gico. El Dios astral no es un
teles, impresionado primero por los argumentos pesimistas del Fe· Dios cósmico.
dón a la religión cósmica que le habría sugerido el Timeo: «Lo que Es fácil ver, desde luego -y los textos que cita el P. Festugiere
Aristóteles debe al Timeo es una explicación en cierto modo religiosa I mostraran de sobra- qué es lo que ha podido justificar esta con·
del Universo. ¿Estará permitido creer que esta explicación contri- I i6n, a saber: que Aristóteles emplea frecuentemente la palabra
buyó en el más aIro grado a sacarlo de la melancolía en que le su- Itl(¡p.o~ para designar el Cielo 133. Este uso nada tiene de extraño, si
mía, poco antes, el espectáculo de las cosas terrestres, su inconsi - cierto que xóap.o~ designa originariamente el orden y, por exten·
tencia, su caducidad? Ahora ve a Dios en el mundo» 128. i n, lo que conlleva orden. Tampoco es extraño que, en las filoso-
Es imposible definir más felizmente las dos tendencias que se fas de tipo unitario, que consideraban el Universo como ordenado,
reparten la filosofía religiosa de los griegos a partir de Platón, y que xóop.o~ haya podido significar el Universo en su conjunto 134 --de
convergerán más tarde en el Corpus hermeticum. No discutiremos
Jonde procede el uso moderno de cósmico, cosmología. Pero no su-
aquí la cuestión de si los textos platónicos pueden verdaderamente
ordenarse en función de una oposición tan radical 1.'9. Pero no pode. ede así en Aristóteles: de que Aristóteles llame al Cielo xóap.o~
mos por menos que negar, no sólo -como ya ha sido hecho 130_ la no debe inferuse que extienda el orden del Cielo al my.ndo en su
interpretación que da el P. Festugiere de la evolución del joven Aris· totalidad, sino, al contrario, que sólo cree que hay orden en el
tóteles, sino también, y sobre todo, la interpretación que da del Cielo. Desde ese punto de vista, no es tan importante observar la
De philosophia y, a través de él, de toda la teología de Aristóte- inonimia de los términos x(¡ap.o~ y oupcxvó~ en Aristóteles como el
les 131. Si lo que hemos dicho es exacto, entonces no es cierto que hecho negativo de que xóap.o~ no sea jamás empleado por él para
Aristóteles «vea a Dios en el mundo»: sólo lo ve -y la restricción designar el mundo sublunar 135, precisamente porque este último no
es importante- en el Cielo. La teología astral se limita a esta afir· conlleva orden por sí mismo.
mación, o más bien a esta experiencia; bajo la forma de que se re· Es fácil comprender también que, en un tiempo en que las
viste en Aristóteles, no desemboca nunca en una prueba de la exis· palabras oupcxvóc; y xóop.oc;, y sus equivalentes latinos coelum y mtm-
tencia de Dios por el orden del mundo, tal como la hallaremos má· dus, han llegado ya a especializarse en los sentidos que damos hoy a
tarde en los estoicos, sino sólo en una prueba de la existencia d las palabras Cielo y mundo, los textos de Aristóteles en que esas
Dios por el orden del Cielo 1.12. Su proceso esencial es podríamos palabras son empleadas la una por la otra originen un sentimiento
de confusión, atestiguado· ingenuamente por un célebre texto de
[bid., p. 227.
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Cicerón: «Aristóteles, en el libro 111 del De philosophia, embrolla


129 De hecho, ha poJido observarse la presencia de textos indiscutible.
mente dualistas en Platón, especialmente en las Leyes. Cfr. S. PÉTREMENT, considerablemente las cosas», nos dice, especialmente cuando atri·
Le dualisl!le chez Ptolon, les Cnosliqlles el les MOllichéens; P.-M. Sc H u H L,
«Un cauchemar de Platon», Rev. phi/os., 1953, pp. 420-422 (a propósito de se trata del orden del Cielo, y de un Dios ordenador del Cielo. Sobre el pro-
Leyes, X, 903 e-904 al. blema planteado por el fr. 12, ell. más adelante; en cuanto a los textos de
130 Se ha negado, sobre toJo, que el pesimismo de ciertos fragmentos del
Filón, citados a continuación de los anteriores por Festugiere (pp. 231-232),
Eudemo y, en menor grado, del Prolréplico sea enteramente imputable a Aris- 00 vemos por qué habría que atribuírselos a Aristóteles: ninguna indicación
tóteles: podría tratarse de una etapa en la progresión interna de esos «diálo- precisa nos invita a ello, y su inspiración parece claramente estoica.
gos» (suponiendo que el Pro/réplico sea un diálogo). Cfr. A. MANsION, «L'im. 133 aro De Coelo, l, 10, 280 a 21; Meteoro/., l, 2, 339 a 19 (otras refe-
mortalité de l'ame d'apres Ar.», Rev. phi/os. de LOllvain, 1953, pp. 446-472; rencias en BONITZ, Index. 406 a 47);Et. Eud., l, 5, 1216 a 11. Cfr. ]. Mo-
R.-A. GWTHIER, fn/rod. a l'E/h. Nic., pp. 7·8; La morate d'Ar., pp. 6-7. REAU, op. cit., p. 117; FESTUGlERE, op. cit., p. 244, n. 4. A la inversa, la
131 Si es cierro -como se desprende ya de los textos más arriba citados. palabra oilpa"ó~ llega a designar, por extensión, el Universo entero (De Cae/o,
y como trataremos de elucidar doctrinalmente- que la teología astral no es
una mera etapa en la carrera de Aristóteles, sino que inspira de cabo a rabo l, 9, 278 b 19).
toda su filosofía de lo divino. Esta continuidad es reconocida por el mismo 134 El empleo de XÓCl\1o~ para designar el conjunto del mundo dataría de
P. FESTUGlÉRE (op. ci/., esp. p. 228). Anaximandro (cfr. W. KRANz, «Kosmos als philosophischer Begriff frühgriechi-
132 Cfr. fr. 10 R (Sexto EMPíRICO, Adv. dogm., IU, 20-22): «La noción scher Zeit», Philologus, 1938, pp. 433-34). Pero no es de extrañar que, en
de los dioses -dice Aristóteles- ha nacido en los hombres de dos fuentes: Parménides, la palabra XÓCl\1o~ sólo designe el mundo del Ser verdadero, y no
los fenómenos que atañen al alma y los fenómenos celestes.» He aquí el des- el de las apariencias, o al menos a este último sólo en cuanto manifiesta el Ser
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arrollo que se refiere al segundo punto: «Al ver los hombres durante el día verdadero (ell. DlELS, Vorsokratiker, 28 A 44).
al sol que consumaba su carrera, y, durante la noche, el movimiento bien 135 Es lo que se desprende especialmente del empleo de la palabra en los
ordenado de los demás astros, han juzgado que existe verdaderamente un Dios Meteoros, donde no designa jamás la Tierra, sino el mundo que rodea a ésta
que es la causa de ese movimiento y de esa bella disposición.» Esl<Í claro: sólo y, especialmente, la parte superior de ese mundo.

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buye la divinidad «tan pronto al mundo, tan pronto al elemento in- I rci6n no estén explícitos en el fragmento que se ha conservado,
candescente del cielo» (el éter), «sin darse cuenta de que el Cielo es e la podría reconstruir así: el Cielo es al mundo sublunar como el

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una parte de ese mundo que él mismo, en otros lugares, ha designa- Universo real es al Universo ficticio del troglodita. Hay en el mito~

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indiscutiblemente, dos regiones separadas, que sólo pueden simbo-o

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do como Dios» 136. Sin duda, podría verse en este texto el reflejo de
contradicciones reales de Aristóteles. Pero, en este punto concreto, lizar la separación real que afecta al universo real, y no se trata de

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no ofenderemos la habitual sagacidad de Cicerón si vemos más bien que el Universo real sea opuesto como un todo a la morada subte-
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la que Cicerón es sin duda menos responsable que los epicúreos, ún: el hecho de que esa morada, aunque subterránea, se halle ador-
cuyos argumentos contra Aristóteles está mencionando aquí. nada con todos los productos del arte humano (se trata de «mora-.
Pero hay otro texto, igualmente mencionado por Cicerón, que as bien iluminadas, omadas de estatuas y frescos, y provistas de
pod~a acreditar y que ha podido históricamente acreditar 138, inde- todo el mobiliario... »), parece confirmar que simboliza, en el mito.
pendientemente de todo problema de vocabulario, la existencia de 1 mundo en que habitan los hombres, es decir, el mundo sublunar.
un argumento efectivamente físico-teológico en el De philosophia. Así pues, los intérpretes posteriores son muy libres de interpretar
Es el famoso texto -trasposición del mito de la cave.ma- en que el mito en su literalidad; pero es inevitable pensar que, si Aristó-
Aristóteles describe el asombro de unos hombres que, «habiendo teles hubiera querido probar a Dios por el orden del universo, habría
vivido siempre bajo tierra», hubiesen podido un día «escapar de sus presentado el mismo argumento de forma no alegórica, invocando
moradas subterráneas y salir a los lugares que habitamos nosotros». los fenómenos del mundo sublunar no por lo que simbolizan, sino
Allí, el espectáculo «de la tierra, el mar y el cielo» les habría mara- por lo que son 142.
villado tanto que «cuando hubieran visto todo esto.. _ creerían que Otra metáfora célebre, que encontramos a la vez en el De philo-
hay dioses y que tan grandes maravillas son obra suya» 139. Como sophia y en la Metafísica, ha podido hacer creer en una interpreta-
vemos, lo que parece aquí llevar a la afirmación de la existencia de ción inmanentista de la teología de Aristóteles: se trata de la com-
Dios no es sólo el espectáculo del Cielo, sino también de la tierra y paración del orden del Cosmos con el de un ejército. Aristóteles
el mar (<<la vasta extensión de las nubes y la fuerza de los vientos» plantea el problema, en el texto de la Metafísica, expresamente en
tanto como «la acción del sol», los «cambios de la luna» o «la ca- términos de separación e inmanencia: «Tenemos que examinar de
rrera fija e inmutable de los astros durante toda la eternidad»): tan- cuál de las dos maneras siguie~tes la naturaleza del Todo posee el
to fenómenos meteorológicos como astronómicos. Así lo ha enten- Bien y el Supremo Bien: si es en cuanto algo separado, existente en
dido Cicerón, efectivamente, el cual utiliza esta cita de Aristóteles sí y por sí, o si es en cuanto que es orden; o bien si no será más
en una exposici6n de la teología estoica, en la que la prueba de bien de las dos maneras a la vez, como un ejército» 143. Adviértase
Dios por el orden del mundo desempeñaba, sin duda, un papel esen- que lo que aquí está en cuestión es el Bien, no la causa del Bien.
cial. Sin embargo, no creemos que el sentido del argumento de Aris- Pero (como se ha mostrado en la crítica a la Idea plat6nica de
t6teles haya sido ése. Su forma alegórica muestra, en efecto, que se Bien) 144 si el Bien es sin duda inmanente a aquello cuyo bien es, del
trata, en el sentido propio del término, de una analogía, es decir, mismo modo que el orden es inmanente al ejército, en cambio, la
de una proporción. Lo que Aristóteles quiere probar es que el asom- 140 Este punto ha sido aclarado por P.-M. SCHUHL, LA fabulation plato-
bro que debe inspirar al hombre normal la contemplación del Cielo nicienne, pp. 65-74.
es análogo al que debería apoderarse de un troglodita al descubrir 141 El pasaje empieza, en efecto, en forma irreal: «Si essent, inquit, qui
bruscamente la luz del día 1«); aunque dos de los términos de la pro- sub terra semper habitavissent, etc.».
142 Con todo, podría observarse que ciertos fenómenos del mundo sublu-
136 De nato deor., l, 13, JJ, fr. 26 R. Este texto, del que sólo extractamos nar (la extensión de las nubes y la forma de los vientos) contribuyó aquf a
lo que concierne a nuestro problema, es comentado largamente por FESTUGIE- simbolizar el orden del Cielo: entonces será que no están desordenados por
RE, op. dt., pp. 243·247. completo. Podemos responder que ~. el orden hay grados, o más bien que,
137 Esa es también la explicación de FESTUGIERE, p. 244. como veremos, el mundo sublunar muta a su modo el orden que reina en el
138 No discutimos el que Aristóteles haya podido estar en el origen his- Cielo, pero ese orden imitado no es reconocido ni pensado por Aristóteles
tórico de ciertas concepciones del «Dios cósmico», aunque sólo fuera por los más que a partir del orden inmediatamente contemplado en el Cielo; el orden
contrasentidos en que pudieron incurrir con sus textos ciertas lecturas impreg- derivado ne puede contribuir a definir el orden fundamental, pues sin este
nadas de doctrinas estoicas. Negamos tan sólo que Aristóteles haya podido último ni siquiera podríamos saber que el primero es un orden.
profesar, ni de cerca ni de lejos, semejante doctrina. 143 A, lO, 1075 a 11-13.
139 De nato deor., n, 37, 95 (fr. 12 R). 144 Et. Nic., l, 4.

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mundo la existencia de Dios, hay que decir que esa deducción nunca h.\ya orden basta para que tengamos que admitir un principio de
es completa y que la base de esa inducción nunca es universal. Decir I I rden. Pero Aristóteles no niega el desorden -lo que en el texto
que la naturaleza del todo (~ 'toü óA.oo epócw:) conlleva orden, o que hl Metafísica llama «azar»-, cuyo espectáculo ofrece el mundo
«tod~s l~~ cosas están ordenadas por relación a un término único» I~. I lunar. Este desorden es meramente reconocido, y todavía no re-
no SIgnifIca que el orden penetre todas las cosas «de la misma 1I I ser objeto de escándalo: sólo se convertirá en eso con una teo-
manera» (Ór.10troc;) 147. «Sucede como en una casa donde las acciones ·r 1 de la Providencia, donde la coincidencia en Dios de bondad y
de los h~mbres libres no se dejan en absoluto al azar, sino que todas ,nipotencia prohibirá atribuirle lo que sería maldad, impotencia,
sus funCIones, o al menos la mayor parte, están ordenadas, mientras 1 implemente negligencia. Aristóteles acaba de salir apenas de una
que por lo que toca a los esclavos y las bestias de carga hay pocas I n del mundo -la de los poetas y los trágicos- en la que el
cosas que digan relación al conjunto, sino que la mayor parte es de- lllndo humano parecía sometido a un mal irremediable. Le basta a
jada al azar» 148. Así pues, hay grados en el orden, yesos grados no ri tóteles con saber que lo divino está presente en alguna parte,
S?? continuos: com~ han visto bien los comentaristas 149, la oposi- Hnque esté ausente de entre nosotros, para maravillarse; si hay or-
cI,on ~ntre hombres libres y esclavos simboliza aquí la gran oposición I n en alguna parte, aunque sea en una esfera sólo accesible a la
COSmlca entre los cuerpos celestes, donde predomina el orden, y los 1 ta, acaso sea posible en todas partes, incluso allí donde todavía
seres del mundo sublunar, donde predomina el azar. Por 10 tanto, t ausente. Antes de censurar a Dios por haber desdeñado nuestro
e~ mund~ sublunar nos ofrece más bien el espectáculo de la impoten- mundo, hay que agradecerle que se nos manifieste en el Cielo. El
oa de DIOS que el de su fuerza ordenadora 150: Aristóteles no puede I j de Aristóteles es un Dios lejano, pero no un Dios oculto; es un
I íos presente y ausente a la vez, «separado» de nosotros, pero que
nos ofrece en espectáculo, y que compensa su alejamiento de nues-
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147 1075 a 16. Así pues, nada más extraño al aristotelismo -nos parece- que
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148 1075. a 19-23. ~6tese que la li~tad del hombre se mide por la neceo I teología de la época siguiente: la teología estoica será una teolo·
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fa verdaderamente cósmica, en el sentido moderno del término, y


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verdad menos aparente).


149 Cfr. THEMISTIO, In Met., A, p. 35, Landauer. desorden en el orden como en su condición; se identificará a la pos-
1.\0. Teofrast? fue el primero en inquietarse por la impotencia (daBivEla) tre con una física del Fuego artista, del Pneuma inmanente, reanu-
del DIOS de Anst6teles (Met., 2, 5, b 14). Ciertamente, Teofrasto quiere salir dando así con la tradición presocrática del hilozoísmo, según el cual
al paso de esa cons~enci~, pero la insistencia con que lo hace (cfr. A.-J. FES-
TU~IERE, «Les apones metaphysiques de Théophraste», Rev. néo-scolast. de
151 Adv. dogmat., nI, 27; fr. 11 R. La confrontaci6n de este pasaje con A,
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todo está lleno de almas 1S2 o de dioses. Creemos que todo lo que
ha podido encontrarse en este sentid? en los hagmento~ del Arist6- cuerpo divino-- no es menos teológica que la explicación por el
teles perdido proviene de contaminaCIOnes estOicas. Un ulumo eJem-
1m. del mundo; si se quiere, esa explicación ahorra un alma tras-
plo nos lo proporcionará la teoría del Alma 1~1 mundo, ql~e se le ~a ndente, pero mantiene la trascendencia de la «quinta esencia» por
atribuido al Aristóteles del De phzlosophlO . La cuestlon tend"a 1. ción a los otros elementos. No podemos, pues, seguir. Moreau
poco interés para nuestro problema si es~ teoría ~o evocase, como ',Indo ve en este texto, no el rechazo de la teoría del Alma del
sucede en la interpretación de Moreau, la Idea estoica de una fuerza
lundo, bajo la única forma en que Aristóteles podía conocerla, sino
ustitución de una teoría del Alma del mundo por otra nueva;
inmanente al Universn, de un soplo (~v'"lla) extendido a través de n queda excluida la hipótesis de las almas siderales, ni siquiera
todas las cosas. Como se sabe, una teoría muy poco diferente había de un Alma universal, sino sólo la idea, propia del mito del
sido mantenida por Platón en el T ¡meo IS', siendo condenada explí- , 'meo, de un alma que ejerce una coerción sobre el cuerpo» IS'. No
citamente por Aristóteles en el De Cae/o. La objeción de Aris~óteles .mprendemos qué es lo que justifica esa restricción, dado que, en la
es que la acción que precisa de un Alma supuestamente divm~ es a en que Aristóteles escribí. el De Cae/o, no concebía aún la
incompatible con la eternidad del movimiento del Primer Cielo. 'ón del alma sobre el cuerpo de una manera muy diferente de la
Una de dos: o el movimiento del Primer Cielo es natural, en cuyo lue reprocha a Platón haber atribuido al Alma del mundo. Ver
caso es inútil un alma que lo mueva; o es violento, en cuyo caso puntar» en el De Coelo, como hace Moreau, «la concepción pro-
es preciso suponer un Alma que ej~r:a sobre él ~a coe.rción eterna~ I"amente aristotélica del alma como actualización de la potencia na-
pero la la idea de semejante coerClon, que se ejerce sro tregua, nI ural del cuerpo» ,.., significa proyectar sobre el De Coelo una teo-
siquiera sin «ese reposo que consiste en la relajación corporal ~esul. I del alma que Aristóteles aún no había profesado 16'. Si insistimos
tante del sueño», es incompatible con la «vida exenta de trabajOS y
bienaventurada» que la «adivinación» popular atribuye a la natura- Itle, ene ste pasaje, esa fórmula es invocada para justificar una propiedad
Lol movimiento circular, característico él mismo del mundo celeste). Cfr. Pro.
leza divina "'. Aristóteles, basándose en la absurdidad del mito pla- '¡plica (YAMBLICO, X, 55, 26), fr. 13 W.: .. Sólo el filósofo vive con la vista
tónico, concluye la verdad de la prime~a .hipótesis ---:'Iue, a~emás, hjl en la na/uraleZiJ y lo divino, semejante a un buen piloto, que, habiendo
ha establecido por otras vías-: el movuruento del PrllIler CIelO es rnlmdo los principios de su vida a las realidades eternas y estables, fondea
una especie del movimiento natural, una propiedad del elemento ce- n paz.» No hay que entender en otro sentido la palabra Ifócn~ en el pasaje A,
leste, el éter, cuya misma etimología atestigua que le es propIo mo- " 1072 b 14, donde se dice que del Primer Principio ..dependen el cielo y
verse siempre (d.¡ 6.lv) IS'. Pero ¿cómo interpretar la evolución que l. naturaleza. (~p'tl'jtal Ó oopavbt;.ai ~ Ifó:Jt~): nada permite pensar que Arist&
ltles haya querido designar aqu1 por «naturaleza. el mundo sublunar. abar.
va desde el mito platónico del Alma del mundo hasta la teoría aris- ndo así Cielo y naturaleza el conjunto del universo (como lo han interpre-
totélica del éter? Puede decirse con Moreau que, de ese modo, «la lado, en particular, todos quienes han querido utilizar este texto en un sentido
naturaleza entra en posesión del Cielo» "", a condición de oponer lo Hucionista). Cfr. también los numerosos textos en que IfúoU es opuesto a
natural a lo violento, la moción espontánea a la acción extrínseca ,.O'~~d, o a ~po, ~I'd' (de. lnnod., cap. Ir, p. 62 ss.), y el notable comen-
de un alma pero no en el sentido de que Aristóteles pase de una lirio que ofrece el Pseudo-A1ej. de la fórmula xaÜ'autó o 't~ tpÓOEl rvÓJpl\lo....
"ue según él significa 'tlP 6Eljj rvÚlpt\lo", (ad. N 6, 1092 b 26-30; cfr. Iotrad.,
explicación' teológica a otra física IS'; la explicación por el éter ..p. 11, p. 66, n. 89.
L59 Op. cil., p. 11,.. Cfr. A. BREMOND, que escribe a propósito de este
152 ARISTÓTELES cita esta fórmula en De genrat. anim., 111, 11, 762 a 20, Plsaje (ú dilemme aristo/~licien, p. 114): «No nos apresuremos a concluir:
pero lo hace para justificar una teoría biológica, y no cosmológica: la ?e la ti cielo no sufre la acción de un alma, luego el cielo no tiene alma. La hipó.
generación espontánea de los testáceos. En De an., 1, 5, 411 a 8, As. atribuye f is aquí combatida parece ser la de un alma en el centro del mundo que
a Tales la tesis 'ltCÍVta 1rA.~pl'j 6EWV Ervat, pero la critica inmediatamente. moviese las diversas partes de ese gran cuerpo.~ Esta interpretación se re-
151 Cfr.]. MOREAU, L'áme du monde de Plalon aux s/oiciens, esp. pági- nta a Santo Tomás (ad loc.).
nas 136-139. 160 Op. Cil.} p. 116.
lS4 .36 e. 161 Acerca del carácter tardío de la teoría hilemórfica de las relaciones
'" Resumimos aquf De Coelo, Ir, 284 a 27-b 4. mtre alma y cuerpo, que no aparece hasta el De anime, cir. F. NUYENS, Vévo-
lS6 De Coelo, 1, 3, 270 b 22; Meteor., 1, 3, 339 b 25. Cfr. Cralilo, 410 b. /,,/ion de la psychologie d'Ar.; GAUTHIER, Inlrod. ti l'Elh. Nic. Según esos
"" Op. cit., p. 115. . . . autores. el De Coelo pcrtenecttfa a 10 que ellos llaman el perrodo instro.
L5I En el De Coelo, lo divino y lo natural, leJOS de oponerse, son smóm- mmtista, periodo intermedio que, sin conservar la teoría ..platonizantu del
mas; la palabra tpOOI~ no design.a todavía. la naturaleza del mundo sub~U?ar, Fudemo y, en menor grado, del Pro/réplica, según la cual el alma y el
sino que, conforme al uso platómco, se apllca ante todo a la naluraJeu dtvtna; roerpo serían dos realidades heterogéneas, no por ello deja de mantener la
dr. 1, 4, 271 a 33: ..Dios y la naturaleza no hacen nada en vano» (nótese lutonomía relativa del alma y el cuerpo y la trascendencia de aquélla sobre
áte, al que puede sobrevivir.
336
337
en este punto. es porque en él se juega, una vez más, tooa la inter- 'lue hay de divino en nosotros» '''. Sólo cuando Aristóteles haya
pretación de la teología de Aristóteles. Si aplicamos a las relaciones tendido a las relaciones entre alma y cuerpo la coneepci6n hile-
entte Dios y el mundo el esquema de la fonna y la materia, enton- rlíea (constituida por otras vías, sin relación con el problema
ces damos buena cuenta --como han visto bien los comentaristas en t lógico) perderá el alma, ahora ligada al cuerpo y sometida como
el caso particular del alma humana- de la separación y la trascen· 1 a la corrupción, su carácter divino. Aristóteles no renunciará por
dencia de lo divino. Por lo demás, Moreau interpreta la doctrina del 110 enteramente a la teoría heredada de la teología astral: sólo que
De Coe/o, desde luego, en términos de finalidad inmanente. y no será el alma la divina, sino sólo el entendimiento; ao ya la
Esta interpretación se apoya. es cierto. sobre una teoría de Aris- ~ux'lÍ, sino el va;,. En el seno mismo de la separación, quedará
tóteles que se remonta al De philosophia y que era uno de los temas lempre para Aristóteles un vinculo, o incluso un doble vúxulo, en-
tradicionales de la teología astral: se trata del parentesco, o mejor, lre el hombre y lo divino: al vinculo exterior representadn por la
de la identidad de naturaleza, entre los astros y el alma, todos ellos ntemplación del mundo celeste se añade y corresponde la conna-
constituidos por el éter, ese quintum genur a qua errent artra men- turalidad del alma (o del entendimiento, como Aristóteles dirá cada
terque, según testimonio de Cicerón 162. Pero de que los astros sean vez más) con lo divino. Al profesar esta doctrina, que era ya la de
de la misma naturaleza que el alma, no se sigue que ellos mismos teología astral, Aristóteles no recae ni en la astrobiologia ni en el
tengan un alma 163, y menos aún que la relación entre esas almas hilozoísmo. No rebaja a su Dios al rango de una simple fuerza in-
siderales y los astros correspondientes sea de tipo hilozo!sta. Incluso manente; tampoco eleva al mundo al rango de materia o cuerpo de
si así fuera, nada autorizaría extender esa concepción a las relaciones la Divinidad. Sólo hace participar al alma humana en la trlSceoden·
entre una hipotética Alma universal y el mundo (entendido en el cía de lo divino. Pero la separación no desaparece por ello, sino que
sentido de Universo) del cual sería Alma. En realidad, nos parece reaparece en el plano del hombre: el «separado», del qu< Aristó-
que Aristóteles quiere insistir sobre el otro aspecto de la identidad: teles dirá que 0010 penetra en el embrión humano «por la puerta» ''',
no es el astro el considerado desde un punto de vista psicológico o, reintroduce en el hombre la dualidad de lo divino y lo sublunar. El
como se ha dicho, «astro-biológico» 16', sino que es más bien el alma hombre se halla afectado en su ser por la gran escisión del Universo,
la que es de naturaleza «sideral» y se halla por eso emparentada con que se le interioriza de algún modo; sea cuerpo y alma o cempu.-sto
lo divino, o incluso es ella misma divina. El alma es, entonces, «lo humano e intelecto, está separado de sI mismo como el Cielo lo está
de la tierra: es un ser a la vez celeste y terres~.
'62 Acad., r, 7, 26 (fr. 27 W.); cfr. Turculanas, r, 10, 22; 26, 65; 29, 70. Nos quedarían por examinar las analogías propiamente «bioló-
163 Esa es la confusi6n autorizada por Santo Tomás a propcSsito del pa-
saje del D~ Coelo contra la teoría del Timeo: «Non autem reprehendit Plat~ gicas» con las que Aristóteles llega a describir la actividad de los
nem quod ponit coelum animaturn, quit inferius hoc ipse ponit» (In De Coelo, astros o del Primer Cielo, y que también han podido hacer creer en
ad loc.; Samo Tomás hace alusión a De Coelo 1I, 2, donde se dice que el una interpretación .inmanentista» de su teolog{a. Se ha llegado a
Cielo tiene arriba y abajo, derecha e izquierda, porque está animado, EtL~UXO'. decir que Aristóteles, antes de los estoicos, comparaba el Universo
285 a 29). Animalus, E\1~OXO'. significa en el segundo caso «que está hecho
de una substancia de la misma naturaleza que el alma», y en el primero:
con un ser vivo 167. Examinemos sobre qué textos, o mejor -pues
«gobernado por un alma». Por tanto, no puede atenuarse mediante el segundo son innumerables- sobre qué género de textos, se apoya esa afir-
texto el alcance del primero. mación. «Hay que postular en principio --escribe por ejemplo Aris·
164 Cfr. BERTHELOT, «L'astr~biologie et la pens& de l'Asie», Rev. de tóteles en el De Coelr>-- que los astros participan de la actividad de
Mét. el de Mor., 1932 (a él reenvía Moreau). No obstante, Berthelot distingue, la vida... Debemos asimilar la actividad práctica de los astros a la
de la idea astrobiológica propiamente dicha -que tiende a transferir a los
fen6menos terrestres el orden descubierto en el Cielo por la medida y el que ejercitan precisament.e los animales y las plantas» 16'. Nótese de
cálcul~, la idea propiamente bio-aslral, que consiste en transportar a los
astros y al Cielo la vida observada sobre la tierra (p. J02). En esta última
concepción -que Berthelot considera más arcaica que la primera- piensa '6S P,otréPlico, fr. 61 Rose; El. Nic., X, 7, 1177 b 28, etc. Sobre la
Moreau a propósito de Aristóteles. En cuanto a la primera, Berthelot, sin permanencia de fórmulas de este género en Aristóteles, dr. infra matra Con-
dejar de admitir una posible impregnación del pensamiento aristotélico por clusión.
166 eÚpa85\1. Gen. animal., 11, J, 736 b 28.
la astrobiología caldea. observa con justeza que está en contradicción con
la idea aristotélica de contingencia, que excluye una perfecta correspondencia 167 ]. MOREAU, op. cil. Más aún: para ]. Moreau es toda la concepci6n
entre el orden celeste y los fenómenos del mundo sublunar, cuya «re~aridad» antigua del Universo como «Todo organizado» la que implica UDI analogía
no excluye las excepciones y las «monstruosidades» (p. J01). El estoicismo le biológica, a su vez característica de una «visión finalista.. (L'idle d'univers
parece a Bertheloc el heredero más auténtico, en Grecia. de los temas bi~ dans la pensée llnlique, al comienzo).
astrales y asrro-bíol6gicos (p. 320). ,.. De Co.lo, n, 12, 292 a 20, 292 b 1.

338 339
entrada que Aristóteles presenta aquí esta asimilación de 10 celeste puede hablar del Arte divino, como de la Vida divina, pero sin
a 10 viviente como una simple manera de hablar, como una hipóte- lVldar que la inmovilidad excluye la actividad laboriosa del artesa.
sis a partir de la cual «los hechos dejarán de parecernos irraciona- 11 • así como su simplicidad repugna a la composición propia del or-
les» 169. Se trata en este caso de comprender por qué el número de nismo. Son tan sólo imágenes, recurso irrisorio de la impotencia
los movimientos que animan a las diferentes esferas no aumenta re- lUmana para expresar la inefable trascendencia de 10 divino.
gularmente cuando nos alejamos del Primer Cielo (10 que sería ~o ~uede atribuirse a Aristóteles, por tanto (ni al del De philo-
matemáticamente satisfactorio), sino que primero crece en los cuer- ophza ro al de la Metafísica 173, una astrobiología o una «teo-biolo-
pos intermedios, para decrecer luego en los cuerpos inferiores. No I » que, mediante una depuración del primitivo mito, le hubiera
se puede establecer, pues, una ley de proporcionalidad inversa entre I esto en la vía de ciertas intuciones estoicas. Ciertamente, Dios es
la perfección y la actividad; pues la simplicidad del movimiento del 10 ser vivo (~<jiov) 174, pero esta Vida de Dios no puede ser pensada
Primer Cielo vuelve a encontrarse en los cuerpos inferiores: la agio
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tación está en el centro. Ahora bien: la analogía biológica nos pero

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mite comprender esa paradoja. El hombre es el más perfecto de los

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ti den, por una especie de paso al límite, ser atribuidas a Dios en
seres vivos, el que más se aproxima al ser más perfecto posible, u plenitud: así, todo 10 que en la vida del hombre lleva su fin en
Dios, el cual, bastándose a sí mismo, «no necesita ninguna activi· mismo, como el estado de vigilia, la sensación, el pensamiento
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ro no la esperanza y el recuerdo, que suponen mediaciones), y el


que las del animal o la planta, que están más alejados de 10 divino. IZO que de ellos resulta, puede ser atribuido a Dios con la dife-
Poco importan aquí las razones de esta paradoja: 10 esencial es como ncia, s~ embargo, de que el Actor divino no tiene ~ezc1a alguna

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moce la vida humana 175. Todas las imperfecciones vinculadas a la


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gente del hombre es al torpor del vegetal. Aristóteles no dice más,


y esta analogía biológica no nos enseña sobre la esencia de lo divino
173 Según]. Mor~u, Aris~?te~es, a partir del De phitosophia, habría aban-
más que la analogía sociológica mediante la cual la relación entr do la trascendenCIa dernturglca del Alma del Mundo del Timeo, para
cuerpos celestes y mundo sublunar era comparada a la de los hom- . r a profesar, en el De Coeto, la idea de una inmanencia de tipo biol6gico.
bres libres y los esclavos. Podríamos multiplicar los ejemplos: todo 1,) en una tercera fase habría redescubierto la trascendencia del Acto Puro
ellos mostrarían que las analogías biológicas, como las socio16gic me du mond,e de Platon aux stolciens, §§ 53, 56, 62; L'idée d'univers.,
19). Hemos VIsto por qué esta tesis se hacía difícilmente sostenible: en el
o las tecnológicas, se relacionan no tanto con la esencia de 10 divino Coeto, Aristóteles no dispone aún de la teoría hilemórfica de las relaciones
como con la condición del hombre que filosofa --el cual, cuando ., alma y cuerpo, que le permitiría sostener una concepci6n hilozoísta del
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habla de 10 divino, no puede hacerlo sino en el lenguaje de su propi
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t6teles. Ahora bIen, la teologla astral no autoriza más sistematizaci6n teo-


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--como se ha hecho 171_ las imágenes biológicas a las imágenes tec· q.ue la de una tel}lf?gía de la trascendencia, que inspira de cabo a rabo
nológicas, como si conllevasen dos concepciones contradictorias -in· nlranamente a la optnt6n de ]aeger) el pensamiento de Aristóteles: la me-
manente y trascendente- de la acción del Principio 172. Sin duda, prueba de esta persistencia nos parece residir en la teoría del Entendi.
1110, agente que! lejos de ser una supervivencia anacrónica, prolonga, hasta
292 a 22. I economía «vnalista» del De anima, la afirmaci6n de una trascendencia
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170 de cuya significación no se equivocaron los comentaristas griegos y
Brunschvicg,]. Moreau, Le Blond.
171 IIcvaIes.
BRUNSCHVICG (L'expérience humaine et /a causalité physique, p. U3)
172 14 A, 7, 1072 b 28. lleva una vida (olaTwT'i): 1072 b 14.
opone en Arist6teles el ~naturalisO?o de la inmanencia~ al «a~tificialism~ de I '5 A, 7, 1072 b 14-18. Este movimiento de eminencia está bien señalado
trascendencia». ]. Moreau opone Igualmente, no s610 en Arlst6teles, SUla en I Irne~s ~072. b 24:27: «La cont~plación es lo más dulce y lo mejor;
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del mundo sublunar hasta la «causa motrtZ en a:to» .q~e es su


De Coelo, II. 1, 284 11 15, 28; dr. A. 9, 1074 h 29.
176 condición seguimos un proceso continuo. El propIo movltD1~to de
De Coelo, l. 9. 279 11 18.
177 los cuer¡X;s celestes, ese movimiento del éter cuya trascendenc1~ por
A, 7. 1072 h 28-29 (Dios es un ser vivo eterno).
178
relación a los movimientos desordenados de nuestro mundo aftrIDa-
179 'Aei ,ap 1tOVet '1:0 Ccjiov (Et. Nic., VII. 1154 h 7).
180 Pllrt. IInimal., 1, 5, 645 a 4, 644 h 28.
181 Así, para J. MOREAu (L'ame du monde.... p. 143), la teoría del Pri· A, 6, 1071 h 11.
18.'
mer Motor representaría una vuelta de Aristóteles al punto de vista platónico El movimiento rectilíneo no puede ser a .la .va; .ete~o y conti,:luo:
184
de la trascendencia. La trascendencia del Primer Motor aristotélico ha sido ara que lo fuese habría que suponer un espaClo IDfInlto, tdea extrana, a
reconocida por Themistio, Simplicio, Santo Tomás, etc. ~ristóteles, como, Por lo demás, al pensamiento griego en general (cfr. Fu.,
182 Sin duda. el movimiento no es exclusivo del mundo sublunar. Pero
VIII 9 265 11 17). ., d 'ó d I
nótese que el problema del Primer Motor sólo se plantea a propósito de este 1sS Fís., VIII, 3, 254 b 4 ss. Aristótele~ ~licara la degra ae;t n e
último movimiento, o sea, de un movimiento que, a diferencia del movimien· movimiento continuo en alternancias de movUntento. y re~so mediante la
to circular y eterno de las esferas celestes, no está siempre en IIcto y reclama, combinación de dos movimientos circulares. el del PrImer Ctelo (1a esfera de
entonces, un Motor que sí lo esté y que, por ello, será exterior al móvil. las estrellas fijas) y el de la eclíptica (Fís., VIII, 6, 259 h 28·260 11 10;
Cuando Aristóteles consideraba sólo las esferas celestes. no tenía que buscar A 6, 1072 11 9·18).
una causa exterior a su movimiento: los astros. como hemos visto, son de la • 186 Fís., VIII, 4, 256 11 2. Cfr. VII, 1, 242 a 16.
misma naturaleza que el alma. la cual se mueve por sí misma, de creer en la 187 A, 6, 1071 h 28-29.
enseñanza platónica.
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ba tan enérgicamente la primera filosofía de Aristóteles, no aparece .lquí se trata- no conlleva, en último análisis, más que dos especies:
más que como una etapa intermedia, que, si aún juega cierto papel 1 tracción y la acción de empujar. Ahora bien: todo el mundo sabe
en la exposición del libro VIII de la Física H18, queda prácticamente ue «propulsor y tractor están junto con lo que es empujado o
envuelta en silencio en la exposición paralela del libro A de la Meta· arrastrado» 192. Sea del orden de la tracción o del empujón el movi·
física. La consecuencia es que el Primer Motor deberá moverlo pro- miento del Primer Motor 193, estará en todo caso junto con el Primer
gresivamente todo, en tanto se mueva el más humilde móvil. Exigi- Móvil, el cual, en tanto que motor movido, estará junto con los mó-
do por ellos, parece tener que serles contemporáneo y coextensivo. viles inferiorés. Por último, este «ser-conjuntamente» del Primer
Siendo primer término de la serie, ¿no debe pertenecer él mismo a Motor y el resto del Universo parece confirmado por la localización
la serie y depender de ella como ella depende de él? En vez de lo que Aristóteles le atribuye in fine de las últimas líneas de la Física:
divino trascendente revelado por la teología astral, no tendremos «Es necesario que el motor esté o en el centro o en la periferia, pues
más, entonces, que un Dios encadenado al mundo, situado -aunque e ahí se parte. Ahora bien: las cosa"5 más próximas al motor son
sea en el mejor puesto-- dentro de la concatenación universal de las que se mueven más rápidamente, y así es el movimiento del
móviles y motores. Aristóteles acentúa, incluso, esa impresión al su- Universo; por consiguiente, el motor está en la periferia 194.» Extre-
gerir, al menos en la Física, una concepción mecánica de las relacio- mo de un mundo al que mueve, progresivamente, por contacto, y
nes entre el Primer Motor, el primer móvil (es decir, el Primer concebido mediante un proceso que incluye continuidad y en ningún
Cielo), y los astros móviles. En el libro VII de la Física, tras haber momento presenta la apariencia de una 11E'tá:~aall; Etl; lino ,iVOl;,
anunciado el proceso general de su prueba (todo lo que se mueve el Primer Motor parece no ser más que un primus inter pares, per-
es movido necesariamente por algo, que a su vez es movido, hasta diendo así toda trascendencia. La demostración física de la existen·
llegar a un primer motor no movido, pues no se puede proceder al cia de un Primer Motor parece presuponer la imagen de un Universo
infinito), Aristóteles juzga necesario establecer esa última proposi- continuo, donde no encontramos ya la «separación» que la teología
ción, es decir, demostrar por qué no hay un movimiento infinito. astral había reconocido a una de sus partes.
Siendo así que 10 movido no se mueve más que durante el tiempo Es comprensible que algunos intérpretes, rompiendo con la tra-
en que lo mueve el motor 189, el movimiento del primer motor y el dición del comentarismo griego y cristiano, hayan podido plantearse
del último móvil deberán ser simultáneos. Ahora bien: este último la cuestión de la inmanencia del Primer Motor al mundo 195. Y que
móvil desarrolla su movimiento en un tiempo finito, como muestra incluso aquellos más inclinados a reconocer su trascendencia hayan
la experiencia. El movimiento del Primer Motor y de todos los mo- podido experimentar cierta inquietud en fsresencia de la demostra-
tores intermedios se desarrollará, pues, en un tiempo igualmente ción de los libros VII y VIII de la Física 96. En realidad, el proble-
finito. Si ese movimiento fuera infinito, nos las habríamos con un ma no está en saber si Aristóteles enseña la trascendencia o la inma-
movimiento infinito en un tiempo finito, lo que parece absurdo. De
hecho, esta consecuencia sólo es absurda en un caso muy preciso: 192 VII, 2, 244 a 4.
cuando la totalidad de motores y móviles constituye una serie con- 193 Cfr. VIII, 10, 267 b 11: «Un motor de este género debe, en efecto,
empujar, o tirar, o las dos cosas.•
tinua (aovEX~l;). Ahora bien: la experiencia muestra que es eso lo 194 VIII, 10, 267 b 6.
que sucede: «Es necesario que las cosas movidas y las motrices sean 195 Cfr. R. MUGNIER, La théoríe du Premier Moteur et l'évolution de la
continuas, estén en contacto unas con otras, de manera que con todas pensée aristotélicienne, p. 3: «El Filósofo ¿se ha pronunciado por un teísmo
o una doctrina de trascendencia divina, como sostienen Simplicio y Santo
ellas se formará algo unitario» 190. La demostración de la existencia Tomás de Aquino, p. ej., o, al contrario, por un panteísmo o, más exactamen·
del Primer Motor en nombre de la «necesidad de detenerse», supo- te, por una doctrina de inmanencia divina, como quieren los árabes y, en
ne entonces que el Primer Motor, semejante en eso a todo motor, particular, Averroes? En otros términos: ¿es el Primer Motor exterior al mun-
esté «en contacto» o sea «continuo» con el Primer Móvil, es decir, do, o bien tiene un cuerpo? Mugnier concluirá que el Primer Motor no es
sino el alma de la última esfera, o sea, del Primer Cielo, pudiéndose así preso
el Primer Cielo 191. Más adelante, Aristóteles determina la naturaleza cindir de un Primer Motor trascendente. El Primer Cielo sería el cuerpo mismo
de ese contacto, precisando que el movimiento local -único de que de Dios (cir. pp. 135·136).
196 Cfr. Ross, Aristotle, p. 135. A. BREMOND (Le dilemme aristotélicien,
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188 Especialmente VIII, 8, a partir de 264 b 9, y VIII, 9. cap. VII) habla a este respecto de un «dilema cosmo-teológico.: al partir del
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189 No hará falta recordar que Aristóteles ignora el principio de inercia. Mundo, Aristóteles no puede ~omo querría- conducirnos «por un camino
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190 VII, 1, 242 b 27. Hemos resumido el desarrollo 242 a 16-b 29. lógico, unido, continuo. (p. 89) a lo divino trascendental. La conclusión su·
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191 Importa poco aquí que se trate, tomando los términos rigurosamente, pera las premisas: «El argumento del primer motor, si 10 romamos en su sen·
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de contacto, más bien que de continuidad, como observa Carteron (p. 78, n. 1). tido riguroso, no llega al Acto Puro» (p. 103).

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esas tesis, sino en por qué afirmando de entrada la trascendencia d vimiento del mundo sublunar, siendo así que se nos ofrece inme-

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10 divino, parece luego querer conducirnos a ella mediante una d la ltamente en el esplendor del Cielo estrellado?

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mostración que sgue siendo -podríamos decir- intramundana en En efecto: todo ocurre como si Aristóteles, llegado al término

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su conclusión y en sus premisas. Sería demasiado fácil, sin duda, I 1 argumento del Primer Motor, se acordase bruscamente de una

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atribuir ese «dilema» a una dualidad de tendencias cuyos efectos. cendencia que el propio argumento era incapaz de establecer, y
por inadvertencia o por impotencia, habría dejado desarrollar Ari . n vacilase en afirmarla mediante uno de esos «pasos de un género a
tóteles en su obra 197. Más exacto sería observar, con Brémond, I Ira» que, como se sabe, la demostración no autoriza 198. Así, el últi-
hiato que subsiste, en la demostración del Primer Motor, entre la III capítulo del libro VIII de la Física se esfuerza por demostrar
demostración propiamente dicha y la conclusión que establece la exi - n argumentos físicos una tesis de inspiración manifiestamente teo-
tencia de un Primer Motor separado. Pero este hiato no prueba otra ica, según la cual el Primer Motor. «carece necesariament~ de F-
cosa, según creemos, sino la impotencia de la demostración cosmo- ! Y de magnitud» 199, o sea, que es rnextenso. En efecto: SI tUVIera
ni gnitud, sería o bien finita o bien infinita; una magnitud infinita

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lógica para alcanzar un Dios cuya trascendencia babía sido ya estable-

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cida por otra vía: la de la contemplación astral. La trascendenda de -ría contradictoria 200. Por otra parte, una magnitud finita no puede

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lo divino es alcanzada en Arist6teles, no mediante una demostración I ner una fuerza infinita ni, por consiguiente, mover durante un
--que sólo podría tomar sus premisas de nuestra experiencia del II mpo infinito 2l1l, como lo exige la eternidad del movimiento. De
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mundo sublunar-, sino mediante la única experiencia que nos pon hC concluye Aristóteles que el Primer Motor es inextenso. Pero
inmediatamente en presencia de lo trascendente: la experiencia as- fi habría podido concluir igualmente que el Primer Motor no mueve
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la manera de una magnitud, y que, si toda moción supone cierta


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teles concluye 10 que las premisas no le autorizan a concluir, sino tensión tanto en el motor como en lo movido, como sucede en los

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197 En este sentido, BRUNSCHVICG (ver supra, p. 340, n. 172). Bremond .<f
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oponía ya, en Aristóteles, el punto de vista biológico al de la trascendencia nes teológicas acerca del carácter inextenso, la indivisibilidad y la
(Le dilemme aristotélicien, pp. 96-97). Pero ya hemos visto antes lo que había Incorporeidad del Primer Motor, junto con la descripción física que
que pensar, tratándose de lo divino, de las analogías biológicas y artesanales. ristóteles da, por otra parte, de sus relaciones con el mundo.
Por otra parte, las analogías artesanales, numerosas en la demostración del ¿Cómo puede un ser incorpóreo imprimir un movimiento, siendo así
Primer Motor de los libros VII y VIII de la Física, parecerían llevar -te>-
madas al pie de la letra- a una concepción «inmanentista» no menos que las que las dos únicas maneras de imprimir un movimiento reconocidas
biológicas. Se comprende bien por qué Bronschvicg opone e! artificialismo de por Aristóteles son empujar y tirar? 202. ¿Cómo un ser inextenso pue-
la trascendencia a un inmanentismo de inspiración biológica: porque, en la de situarse en la periferia del universo? Lo cierto es que el vocabula-
obra de arte, la forma, así como las causas eficiente y final, son exteriores .. rio del movimiento, así como el del lugar, son del todo inadecuados
la cosa, mientras que en e! ser vivo, e! alma, supuesta como inmanente (aun·
que sólo lo sea en la concepción del De anima), desempeña a la vez e! papel para expresar la esencia del Primer Principio. Si se entiende por lu-
de la forma, e! motor y e! fin (acerca de este punto, dr. L. ROBIN, «Sur la ar el «límite del cuerpo envolvente», siendo «cuerpo envuelto» «el
conception aristotélicienne de la causalité», en Arch. f. Gesch. d. Phi/., 1910, que es capaz de moverse por transporte» 203, vemos claro que no tiene
reproducido en La pensée hellénique... ). Pero la exterioridad tecnológica del
motor y e! móvil no tiene sentido más que en e! interior de un mismo mundo: 198 Anal. Post., 1, 7, 75 a 38. Cfr. De Coelo, 1, 1, 268 b 1.
el motor y el móvil son distintos, pero solidarios (lo que Arist. expresa me- 199 VIII, lO, 266 a 10.
diante la idea de «contacto»: lo que toca es también tocado); no están, pues, 200 Fís., III, 5 (reenvío en VIII, 10, 267 b 21).
«separados» en el sentido que Arist. da a este término cuando habla de las 201 Esto parece contradecir lo que más arriba hemos dicho de la demos-
realidades astrales. En cuanto a la forma y al fin, Arist. ha renunciado a su tración de! Primer Motor en Fís., VII, 1, 242 a 16-b 29, que se apoyaba en
trascendencia al rechazar la teoría de las Ideas. La distinción entre lo natural la imposibilidad de un movimiento infinito en un tiempo finito. Pe!'O la de-
y lo artificial no basta, entonces, para suministrar el criterio de una filosofía mostración del Primer Motor nada tiene que ver con la de un comIenzo del
de la inmanencia y de una filosofía de la trascendencia, tanto menos cuando movimiento en el tiempo. Aristóteles no consideraba entonces, en VII, 1, la
(como ha observado J. MOREAu, L'idée d'univers.... esp., p. 27) se puede ha- ucesión de los movimientos en el tiempo, que es efectivamente infinita, sino
blar de un Arte inmanente, oculto en las profundidades de la naturaleza. Así, la relación móvil-motor en el interior de una serie que se mueve en un tiempo
pues, lo mejor es reconocer una vez más que el lenguaje de la biología, así determinado.
como el del arte, son ineptos para expresar lo divino, y que las metáforas no 202 Cfr. Ro SS, Aristotle, p. 135.
son más, en este terreno, que aproximaciones. 203 Fís., IV, 212 a 6-7.
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sentido hablar de un lugar del Primer Motor. Aristóteles parece evi. IIlicntras que el vacío se define por la posibilidad de su presencia) y
tar la dificultad diciendo que el Primer Motor está en la circunfe· I movimiento (siendo éste a la vez revelador del lugar y del vacío,
rencia del Universo, siendo así el envolvente supremo y no estando no existendo el tiempo sin él, ya que el «tiempo es el número del
en un lugar, sino siendo el lugar de todo lo demás. Pero entonces

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m vimiento»). Esas dos nociones de cuerpo y movimiento están
hay que renunciar al vocabulario de la localización espacial, sugeri- IOculadas, pues «independientemente de un cuerpo natural, el mo-
da por el adverbio ~xEl, cuando Aristóteles dice del Primer Motor ¡miento no existe». Ahora bien, no puede haber cuerpo (ni, por
que está «allí»: ~XEt apez 1:0 XlVO;:¡V 204. Todo ocurre como si Aristó- lO siguiente, movimiento) más allá del cielo. Entonces, ¿no hay
teles, preocupado a la vez por afirmar la trascendencia de lo divino n da «allí»? Ciertamente, «allí» no hay lugar, ni vacío, ni tiempo,
y por alcanzarla según vías humanas, unas veces describiese dicha 100 realidades que «no se encuentran naturalmente en un lugar», a
trascendencia como negación de lo físico, y otras se esforzase en J que «el tiempo no hace envejecer», y en las que «no se produce
acercarse a ella mediante un paso al límite a partir de las realidgdes IlIngún cambio»: «realidades inalterables e impasibles que mantie-
físicas. De ahí esas aparentes contradicciones: la moción del Primer I n una vida perfecta y que se basta a sí misma, durante toda la eter-
Motor es concebida a partir de nuestra experiencia de los movimien- nidad» 2(11. Este último texto expresa elocuentemente, creemos, la
tos naturales, que exigen un contacto entre motor y móvil, y, sin Ira cendencia de lo divino, tantas veces afirmada 208; pero, además,
embargo, el Primer Motor es incorpóreo, lo que en rigor excluye . trae todas sus consecuencias: nosotros no podemos hablar de esa
toda posibilidad de contacto; el Primer Motor está «allí», en la cir· Ir. cendencia con nuestras «categorías» físicas 209, porque lo divino
cunferencia del mundo, y sin embargo no está en un lugar. Estas con-
tradicciones no nos invitan tanto a tomar partido entre las propo- 2(1/ Hemos resumido el pasaje 1, 9, 279 a 11-22.
siciones enfrentadas, como a reconocer que el vocabulario físico es 1Jlll ¿Qué designa en este pasaje la expresi6n 'tdXEr? Los comentaristas se
'1110 preguntado si se trata del Primer Cielo (la esfera de las fijas), o del Prí-
aquí inadecuado, y que, sin embargo, es inevitable, si es cierto que 111 r Motor inm6vil. Así planteada, la cuesti6n es de escasa importancia para
nuestra experiencia es antes que nada física y, siendo así, a quien nuestro propósito: lo esencial es que haya realidades trascendentes más allá
desea hablar de la trascendencia le quedan sólo dos salidas: la que I nuestro mundo. Podemos decir, no obstante, que Aristóteles no habla ya
<:onsiste en negar de lo divino lo que es verdadero de 10 físico, o la qllí de la trascendencia del Cielo en su conjunto por respecto al mund(}
ublunar, sino de la trascendencia de lo que está «más allá del Cielo~ por
que sugiere, mediante un'll depuración, una extenuación progresiva I pecto al mundo entero, cuyo límite es el Primer Cielo (siendo entonces el
del vocabulario físico, la vía que lleva a lo divino. Pero, al final, el unico problema el de saber si este límite pertenece él mismo, o no, al más
resultado es el mismo: dígase que el Primer Motor no tiene lugar 11 ). El corte está, pues, desplazado si lo comparamos con los textos del De
o que está más allá de todo lugar, en ambos casos eso significa que philosophia, que lo situaban en el interior del mundo. Podría explicarse esta
0luci6n a través de una creciente desconfianza de Arist6teles respecto al m<r
«en este nivel, la idea de lugar se disipa» 205, o también, siguiendo Imiento: al principio, el movimiento de los astros se le aparecía como la
una observación de Goldschmidt, que «el esquema dualista del lugar ñal misma de su divinidad. Pero Arist6teles va advirtiendo poco a poco.
[envolvente-envuelto] es de uso estrictamente intramundano, e in- mo lo hace aquí, que el movimiento afecta sólo a cuerpos naturales, que el
aplicable al Todo» 3l6, no siendo el Todo, por otra parte, más que ielo entra también en el dominio de la «naturaleza~, y que la trascendencia
ve así empujada hacia el dominio de lo que está «más allá. de la naturaleza
una designación imaginativa de 10 Divino. del movimiento. Esta es la concepción que trasparece en la teona del Primer
Si la Física no escapa enteramente a las dificultades insolubles atar, donde, in fine, sólo queda preservada la trascendencia del Primer M<r
que suscita el imposible proyecto de hablar físicamente de lo divino, 1 r, con exclusión de los movimiento astrales, los cuales, en la economía de
el De Coelo, al hallarse instalado más inmediatamente en las eviden. 1 prueba no desempeñan un papel distinto del de los movimientos del mund(}
ublunar. 'Podríamos decir que Aristóteles abandona así el tema de la divini-
cias de la teología astral, está plenamente consciente de la ineptitud IBd de los astros. Pero no ocurre así, sin embargo, pues en un tercer momento-
fundamental del lenguaje físico para expresar la realidad trascen- rist6teles volverá a reconocer el carácter privilegiado del movimiento del
dente de 10 divino. «Más allá del Cielo -leemos en él- no existe ielo, movimiento continuo y circular, por oposición a los movimientos des-
ordenados del mundo sublunar. Habrá entonces dos cortes en vez de uno: por
ni lugar, ni vacío, ni tiempo.» La razón es que el lugar, el vacío y el una parte, entre el Primer Motor inm6vil y el mundo celeste en movimiento;
tiempo. suponen a la vez un cuerpo (que está presente en el lugar, y por otra, entre el mundo celeste y el mundo sublunar, como se ve en la di-
visi6n tripartita de los seres en el libro A (1, 1069 a 30 ss.; cfr. más arriba,
p. 308, n. 48). Por último, los cuerpos astrales participan a un tiempo de lo-
Fis., VIII, 267 b 9. Cfr. De Coelo, r, 9, 279 a 17.
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está más allá de esas categorías, o, mejor dicho, porque esas catego- t lnto al menos como la esperanza de solventarlo con la palabra, un
rías, instrumento del discurso humano sobre el mundo, tienen $ólo 11 menaje rendido por el hombre a la trascendencia de Dios. Pero
sentido «mundano» y carecen de sentido por respecto a Dios. Los h blando de la trascendencia la humanizamos; deseando alcanzar a
neoplatónicos recordarán precisamente este texto: Aristóteles alcan- plrtÍI del mundo un «Dios extramundano» 211, lo reducimos a no ser
za en él la clara cosnciencia de que el hombre no se eleva del mundo rn 's que el límite de nuestro mundo, o la condición de posibilidad de
a Dios de manera continua, de que entre física y teología hay todo Il fenómenos intramundanos. Aristóteles, sobre todo cuando habla
un abismo que separa lo divino de nuestra experiencia del mundo mo físico, parece dejarse llevar por tales tentaciones: se trata de
sublunar, no pudiendo entonces nosotros hablar adecuadamente de . s textos, efectivamente numerosos, que han podido apoyar inter-
Dios, si es cierto que nuestra palabra sólo puede expresar una expe- pretaciones «inmanentistas» y autorizar a ver en ciertos aspectos de
riencia humana. Pero Aristóteles presiente, al mismo tiempo, que la J teología aristotélica una prefiguración de la teología cósmica de

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presentimiento de su inefable trascendencia. La negación es como el discurso humano.


índice de la trascendencia en el seno de la finitud; es el último re- Por lo demás, es sabido que la concepción física de la moción del
curso permitido al hombre por los recursos de su lenguaje para ha- I rimer Motor no es la última palabra de la teoría de Aristóteles. En
blar de la trascendencia sin traicionarla.
Pero sentimos también que esa traición de la trascendencia por
el lenguaje es un peligro siempre amenazador, que se renueva cada
110 Es lo que parece desprenderse de Fís., n. 8. 199 b 26; «El arte no
.1 libera más que la naturaleza.» Como la teoría constante de Aristóteles es,
vez que pretendemos decir algo positivo sobre ella, o, al menos, pe r el contrario. que el arte, al tratar de lo contingente (E/. Nic., VI. 4, 1140
siempre que pretendemos entender al pie de la letra un lenguaje 10 ss.). implica la deliberación, puede pensarse que opone aquí, al arte «de-
que puede suplir su propia insuficiencia corrigiéndose constante· lihcrante» de los artesanos humanos, el Arte de una Naturaleza que, como nos
lit iza a creer el uso ya señaládo de esta palabra (cfr. más arriba, p. 336),
mente. Así sucede, como hemos visto, con las metáforas biológicas rece designar aquí lo divino. Que «Dios no delibera., y que no tiene nece-
del De Coelo y con las metáforas tecnológicas de la Física; así como Id d alguna de las mediaciones babituales en el trabajo bumano, se conver-
la Vida de Dios no puede envejecer, su Arte «no delibera», e ignora tir en una tesis explicita del neoplatonismo; cfr. PLOTINO, Enéadas, V, 8. 12;
las mediaciones del arte humano 210. Pero se dirá, entonces, ¿para fr. III, 1-3; IV, 3, 18; V. 8. 2, 7, Y el comentario de GANDlLLAC, La sagesse
Plotin, París, 1952, p. 134; Plotino sitúa' «más 'allá de los razonamientos.
qué hablar de una vida y un arte divinos, y, en general, para qué l artesano «un Arte superior, el de la Naturaleza. que ignora la dialéctica del
pretender llegar a Dios a partir de nuestras «categorías» terrestres? Itlbajo»; dr. ]. MOREAu, L'idée d'univers.... pp. 26-27. La idea de un arte
Pero es que no hay otros modos de hablar, y, para nosotros, una teo· Ilvino se encuentra ya en el Sofista de PLATÓN (265 e); la asimilación de
logía no puede ser otra cosa que esa palabra humana sobre Dios. rle y deliberación (que acaba por hacer problemática la existencia de un «arte»
III deliberante) era una tesis del Epinomis (982 c); cfr. Leyes, X, 890 d, 892 b.
Comprendemos ahora la inquietud de Aristóteles cuando se pregun- 2Il La expresión es de H. LEISEGANG, La gnose, trad. fcesa., p. 21 (p. 16
ta, al comienzo de la Metafísica, si no será Dios el único teólogo, y 11" la oo. alemana). Leisegang muestra a este respecto que la tradición gnóstica
asume al fin como un «desafío» la pretensión humana de compartir medieval ba distinguido muy claramente, pese a la confusión a que podía
con Dios la ciencia de lo divino. Ciertamente, el desafío no habría ,nducir la letra misma del aristotelismo, entre el límite extremo del universo,
lile «cierra» el mundo sobre sí mismo, pero que es todavía mundo, y el Dios
podido ser advertido si esa ciencia no nos fuera accesible de alguna lramundano.. Esta distinción aparece especialmente en el mapamundi del
manera indirecta. Pero no se trataría de un desafío si esa ciencia nos mpo Santo de Pisa. donde vemos al «Dios extramundano. sostener en sus
fuese familiar, y si la naturaleza, como Tales pretendía, estuviese l. nos el Universo, representado por una serie de círculos concéntricos, el

realmente «llena de dioses». La consciente audacia del desafío es, Itimo de los cuales encierra el Universo. pero no todo lo que hay, pues
I 1 está más allá. Cfr. GOLDSCH MIDT, arto ci~., p. 108. Al lado de la tradi-
n del Dios cósmico, que ha estudiado el P. Festugiere. se podría estudiar la
tabla de las categorías. Mostraremos en el capitulo siguiente que las categorías 1 l Dios extramundano. Creemos haber probado que Aristóteles es mucho me-
sólo tienen sen/ido físico. iniciador de aquélla que de esta última.

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el libro A de la Metafísica, enseña que el Primer Motor mueve él a manera de una fuerza física 21.. Pero ya hemos visto la

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la clave de bóveda de la metafísica aristotélica, la intuición central

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residual, necesariamente oscura e impuesta por la misma dificultad, tral, sino en asimilar a una experiencia cotidiana -la del de-seo
a un problema que Aristóteles se había esforzado vanamente en re- I amor- aquellas «fuerzas admirables» de que Platón hablaba.
solver por otras vías: el problema de las relaciones entre el Dios , Vem~s en seguida la~ ventajas ?e esta solución. El hecho de que
trascendente y el mundo. \Y/. ]aeger, al estudiar los orígenes de la I ~ctúe como causa fmal nos dIspensa de dar una explicación de
teoría del Primer Motor, ha llamado justamente la atención sobe CC1ón sobre el ~undo, y nos evita el peligro -ligado, como vi·
un texto del libro X de las Leyes, en el que Platón se pregunta , , a toda tentativa humana de explicación- de hablar del Dios
cómo explicar el movimiento de los astros. Tres hipótesis se o&ecen: endente en términos de inmanencia. Sólo la causalidad final al
o bien los astros poseen un alma que los mueve desde el interior; v r a ~stan~ y no conllevar intermediarios, puede ejercitarse' en
o bien están «impulsados desde afuera», «como algunos pretenden», . paraCIón. CIertamente, no puede ejercitarse en la ignorancia
por un alma exterior, hecha de fuego o de aire; o bien, por último, t ~: no se des~a aq~ello que se ignora; pero el Dios de Aristóteles,
se hallan sometidos a un alma incorpórea, que los dirige «mediante 11C~ es un 1?lOS lejano, no es --como vimos- un Dios oculto: es
II DlOS accesIble a la contemplación y que tiene en común con el
algunas otras fuerzas del todo admirables» 215. Platón no toma parti·
t amad~ ese singular privilegio de mover, o más bien de conmo-
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do entre estas tres hipótesis, de las que podemos suponer que repre-
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primera de ellas una aplicación, que acaso Platón no entendía hacer
por cuenta propia, de la teoría del alma automotriz del Timeo. No tiene -paradójic.amente- que comprometerse ella misma sino
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creemos que a Aristóteles le haya tentado tanto como sostiene el obra .sólo ~ediante ~a .especie de delegación en el espec~ador.
P. Festugiere 216 esta primera hipótesis, pues hemos encontrado en él caus,ali~d ~~ no tmplica, por último, esa relación reciproca
11 haCIa rntnteligIble la traducción en términos físicos de la moción
una concepción mecánica de las relaciones entre el Primer Motor y
el mundo que no deja de evocar la segunda. En la Física, Aristóteles I M~tor trascendente: ahora podrá decirse de él que «toca» --en
habla, como hemos visto, de un impulso del Primer Motor. En el I nudo ~e «conmover»-- sin ser tocado él mismo 219, que mueve
In er mov~do a su vez, que actúa sobre el mundo sin ser del mundo.
De motu animalium, tratado cuya autenticidad se reconoce hoy 217,
llega hasta justificar la inmovilidad del Primer Motor, así como su La t~na. del mot<?r ?eseable reafirma entonces, lejos de cance·
exterioridad con relación a lo movido, en virtud de la necesidad de I r, la radIcalidad del ¡omm6s. Pese al piadoso celo de tantos intér-
un punto de apoyo a .partir del cual pueda ejercerse el impulso: si r tes, salta a la vista que el Dios amable de Aristóteles no anuncia
11 de lejos ni de cerca, el Dios de amor; que su moción inmóvil n~
empujamos el mástil de un barco desde el interior, el barco no avan·
za; de igual modo, el mundo no se movería si el motor fuera interior comparable en nada a la gracia cristiana: el Dios de Aristóteles
al mundo; hace falta, pues, un motor exterior al mundo, y que actúe ~ndesciende a nada, ni nada reclama. Simplemente es, no tiene
1 1dad de actuar y su acción es, podría decirse extrínseca' no es
1 .él, sino hacia él. Por su parte, el mundo no pr~ede de él, ~ ni si.
A, 7, 1072 a 26.
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215 Leyes, X, 898 e-899 a. Cfr. W. ]AEGER, Aristoteles, p. 144.


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216 Le Dieu cosmique, p. 154, n. 1 (donde es estudiado también este texto)}

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lium», en Maia, 1958, Fase. 3, y nuestra recensión de este artículo en R.E.G.l 1"" 2~i{rculos astronómICOS» (JAEGER, loe. cít.).
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guarda las distancias: sus inconmensurables distancias. Motor au- I de su. objdo. Igualmente, en el libro A, tras haber distinguido
sente, es el ideal inmóvil, hacia el cual se esfuerzan los movimientos Ir especres dt: seres -los sensibles corruptibles, los sensibles eter-
regulares de las esferas, los más complejos de las estaciones, el ciclo y los inmóviles-224 , Aristóteles asigna claramente el estudio de
de las generaciones y corrupciones, las vicisitudes de la acción dos primeras especies a la física 22S, Y el de los seres inmóviles a
(1trd~tI;) y del trabajo (1to¡"lClt~) de los pombres. Aristóteles buscaba lr~ ciencia)~, al.-erca de la cual aún parece preguntarse, al principio
un principio, un comienzo del mundo y del discurso que sobre él l libro A, Si no podría ser la teoría de las Ideas o la matemática 22~
hacemos; pero la trascendencia, siempre inaccesible y sólo entrevis- r que, a partir del capítulo 6, aparecerá como la ciencia del Pri~
ta, de tal principio le obliga a no ver en él más que un fin ('tÉ).,O¡;), 1 r Motor inmóvil o teología 227, En el libro A Aristóteles no habla
el final siempre aplazado de una búsqueda y un esfuerzo. Acaso no I una ,ciencia del ,~r en cuanto ser, pero podríamos suponer que
sea de extrañar entonces que, cuando se trata de definir ese fin, r encrma de la flSlca y de la teología se constituyese una ciencia
f11. general, que absorbería a aquéllas como a partes suyas, y cuyo
Aristóteles sea breve 220, e incluso suspenda su juicio según la exacta
observación de Ramsauer 221, Y que, por el contrario, la búsqueda de Jeto sería el ser, no en cuanto es sensible o inmóvil, sino en cuan-
I es ser.
lo divino y el esfuerzo del mundo hacia él se vayan haciendo poco a
poco más importantes que 10 divino mismo: ese fin que, siempre A. primera vista, no existe entonces la «contradicción» que mu-
buscado y anhelado, sólo poseído a distancia en los raros momentos h s mtérpretes han percibido entre la definición de la ciencia del
de contemplación astral, debió parecerle pronto demasiado lejano 222. r en cuanto ser y la definición de teología 228. La contradicción sólo
parece si se relacionan esas dos definiciones, no con dos ciencias
Itferentes -una más general, otra más particular, como indica sin
3. ONTOLOGÍA y TEOLOGÍA I~ív<><:os !a clasificación d~, Aristóteles- sino con una misma y
lInJc~ CienCia, la que la tradicrón ha llamado metafísica. Dicho esto,
El carácter eminentemente trascendente del objeto de la teología nVlene reconocer que el propio Aristóteles introduce la confusión
según Aristóteles no dejará de influir en el estatuto de esta ciencia I plantear, inmediatamente después de la clasificación de las cien-
v en sus relaciones con la ciencia del ser en cuanto ser. Ese estatuto i teoréticas, una cuestión que no se hallaba preparada por el
yesas relaciones podrían parecer perfectamente definidos por el tex· I'sarrollo precedente: la filosofía primera (o teología) ¿es univer-
l? 229, Estaríamos dispuestos a considerar esta cuestión totalmente
to, ya analizado por nosotros, del libro E de la Metafísica, donde
vemos presentada la filosofía primera o teología como parte de la ~era de lugar aquí, puesto que la teología acaba de ser definida pre-
filosofía en general o ciencia del ser en cuanto ser. Al lado de la "\ amente por .su particularidad. Sin embargo, está claro que no se
1rata de una tnadvertencia de Aristóteles, sino más bien -<omo
física y de la matemática, cuyos dominios son delimitados exacta-
mente, la teología trata de ese género particular de seres que son los h observado con justicia W. Jaeger- de la interferencia de dos
seres separados e inmóviles Z23 Así pues, la teología recibía, en el vfas de pensamiento fundamentalmente dilerentes 2JO; todo ocurre
conjunto del saber, el puesto particular que le otorga la particu1ari-
224A, 1, 1069 a 30 ss.
225 1069 a 36. Cfr. A, 6, 1071 b 13; Z, 11, 1037 a 14: «En cierto modo
220 Se ha observado a menudo la brevedad de los pasajes teológicos en rr~sponde a la física y la filosofía segunda la tarea de estudiar los se~
Aristóteles. La.> teoría del ser supremo deseable sólo se halla expuesta ex pro- nSlbles.•
fesso en las escasas lineas de A, 7. 226 A, 1, 1069 a 35.
221 «Ubi enim ad dci deorumque vel naturam vel voluntatem perventum ~ Puede ~~nietur~e que la división aún bastante somera del libro A es
esto Aristotelem constat plerumque ~T.éXElV» (In Eth. Nic., l. 10, 1099 b 14. ntenor a la diVIS~Ó~, m~s rigurosa, de E, 1. En este último texto, Aristóteles,
Lcipzig, 1878). Encontraremos un buen ejemplo de esa reserva en A, 8. n c~ntento con distm~ la teología de la física, se preocupa por distinguirla
1074 a 16. 'ambl~n de l~ m~temátlca 9ue, como ella, trata de los seres inmóviles: la di-
222 De parto animal., l, 5, 644 b 22-28, 645 a 2. Corrigiendo la tesis de f renc~a, prectsara aquí ArIStóteles, está en que la matemática trata de seres
]aeger, según la cual Aristóteles se habría apartado completamente, al final Inmóviles, pero no separados, mientras que la teología trata del ser inmóvil
de su vida. de las especulaciones teológcias, E. VON IVANKA ha subrayado con y separado. Cfr. p. 39, n. 56.
Justicia que no se trata tanto de abandonar la doctrina del Ser eterno, como 228 Especialmente W. ]AEGER, Aristoteles, p. 226 ss., y ya H. BONITZ, In
de relegarla al terreno de la «conjetura» y de la «aspiración eterna», y que Met. (ad 1026 a 23-32) y P. NATORP, «Thema und Disposition der aristote-
«no deja de seguir existiendo como polo de atracción» («Die Behandlung der liseben Metaphysib, Philos. Monatshefte XXIV 1888 pp. 37-65 540-574
Metaphysik in ]aegers Aristoteles», en 5cholastik, VII, 1932, p. 27). 229 E, 1, 1026 a 23. " , . .
223 E, 1, 1026 a 13. 2JO «Zwei grundverschiedene Gedankengange sind hier hineínandergescho-
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conclusiones que no son más que el mismo problema hipostasiado n ia que de él trata. Cuando «define» al ser en cuanto ser, siem·
la teología es universal por ser primera 231. de manera negativa, como el ser que no es esto o aquello, sino
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~ mismo m<;>mento en que acaba de distinguir con clarid
nplemente (cbtA.w<;) ser. ¿Qué es, pues, 10 que no es el ser en cuan-
er? Podría pensarse que Aristóteles, deseando apuntar así al ser
la ClenCIa del ser pnmera y por ello mismo universal de la teol
como fil.~sofía primera y por ello mismo particular, pone él mis u más alta unidad, negaría de él las divisiones igualmente más
e~ .cuestIon s~. propio esquema. Pero es que la claridad del esque del ser: el ser en cuanto ser sería el que ni es ni sensible ni su·
dlSlmulaba dIÍlcultades reales, a propósito de las cuales AristóteI ensible, ni corruptible ni incorruptible, ni móvil ni inmóvil, ni
no se eng~ña, y que nuestros análisis anteriores van a permitim :parado ni separado. Así 10 entenderá la ontología medieval

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trado en la prímera parte que el proyecto ontológico había naci cuanto ser es el ser que no es considerado en cuanto matemático

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en Aristóteles. independientemente de toda preocupación teol6gic • ( ico, pero que, de hecho, es también matemático o físico, es de-
en consecuenC1a, cuando habla del ser en cuanto ser, es decir, d • sensible. Lo divino es silenciado aquí, como si no entrase en el
minio a cuyo propósito se plantea el problema ontol6gico. El
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I Itemáticas 2lS, a la física 236, a la medicina 237, a las ciencias dianoé·
bros Z, H, 8 - están consagradas propiamente a una elucidación d
.\S en general 218 , nunca a la teología 239. Tal silencio ha podido in·
la esencia de los seres sensibles, yeso es 10 que las distingue radí
calmente de las partes teológicas, como el libro A donde el estudi 11 ir a error a los comentaristas: si la ciencia del ser en cuanto ser

de los seres sensibles no aparece más que como u~a preparación 1 se opone a la teología es porque -han pensado-- las dos cien·

t~ínse':.a al. estudio del ser suprasensible, único que compete a se identifican. Pero entonces se condenaban a no entender por
ftlosoÍla prImera. Pero W. ]aeger nO' explica, según nos parece, 11 la teología era definida a continuación como ciencia particular,
qué la ontología de Aristóteles, definida como ciencia del ser f cida a un género 240 y no al ser en cuanto ser. Nos parece más
cuanto ser, no sólo incluye el estudio de los seres sensibles (10 qu rosímil admitir que, cuando Aristóteles pensaba constituir una
1 ocia del ser en cuanto ser, su proyecto era subordinar a una cien-
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~arde, cuando desea coordinar su concepción de la ontología con u Indivisibilidad de 10 divino, que, como veremos más tarde, es con-

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consecuencias que no se le habían presentado mientras no se habf 1" r las divisiones del discurso. Haríamos una observación análoga
pre~pado por sistematizar resultados aún dispersos, nos par
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11 pende su doctrina habitual de la verdad según la cual «está cn lo


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nes resultan descubiertas dentro de esa forma privilegiada del discur
s~ que es la predicación. Ahora bien: para Aristóteles no hay m
N, 2, 1088 b 27; A, 8, 1074 a 34.
246
dIScurSO que el humano: siendo realidad sensible «movimiento a, 8, 1050 b 8, 18; 10, 1051 b 28.
241
e' lffilsmo
' 241 ,es un mun do de movimientos, el discurso' humano só) M, 8, 1083 a 2·5. Cfr. Fís., VIII, 10, 266 a 10.
248
M, 8, 1083 a 9, 12.
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puede tratar de 10 sensible y 10 móvil. Incluso cuando habla de Di


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Cfr. capítulo siguiente. Teofrasto se preciará, siguiendo a Aristóteles,


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cuanto dIscurso humano sobre Dios, no es en una amplia medi levarlo de un modo absoluto a una región más excelente y más divina»
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fet., 1, 5 a 8). Aquí la negación no es, pues, rechazo, sino «elevación». Sin
más que una teología negativa, es decir, un discurso que sólo 11 luda, hay en esto una fuente directa del neoplatonismo.
a Dios negándose a sí mismo como discurso. Dios es inmóvil 252 Aquí se trata, por supuesto, de lo Uno como .sujeto, y no de lo uno
inengendrable e incorruptible 2043, inextenso 244, no está en el tiem • mo predicado universal.
253 Aristóteles acaba de mostrar que no pueden diferir por la cantidad
se sustrae a la relación, y en particular a la contrariedad 245, no con
/1083 a 2-5).
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254 M, 8, 1083 a 8. El comentario de Tricot y el cotejo que hace con

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verdadero quien piensa que lo dividido está dividido y lo compue t r desde ahora podemos recordar que, cuando Aristóteles habla
compuesto» 255, doctrina que se refiere a la proposición como lug lo simple, de lo no compuesto, «cuyo ser es precisamente ser
de lo verdadero y lo falso 2.56. Pues en el caso de lo simple, de lo «n , una cosa» (óaa.. &a'tl'i ÓltEP Elval 'ti) 262, es decir, a cuyo ser no
c?~puesto», la verdad no podrá consistir en la verdad de la pr
nviene más atribución que la de su propia esencia, entiende por
SICl0n, pues nada puede decirse de lo simple, sino sólo captarl ) un tipo de ser que no conlleva ni potencia, ni generalidad, ni
(OITEEv) o no captarlo 251, decirlo (7á'ial) o no decirlo. Pero el decir 1 rruptibilidad; un ser del que nos dice todo lo más -fiel por
no es el decir-de, la enunciación (CfáalC;) no es la proposici vez al uso platónico-- que es «en sí»; en estas determinaciones
(xa'taCfaalC;) 52&, Salimos aquí del dominio del discurso atributivo carácter teológico, no puede dejarse de reconocer esa esfera de 10
t~ vez, incluso, del discurso humano en general, si es cierto que I rruptible, de lo divino 263, que Aristóteles considera, por lo de-
~~curso hu~an? no es ,fulguración o desvelamiento, sino proposi l ,como una de las dos grandes regiones del mundo.
c~on, es decIr, discurso SIempre oblicuo, que jamás dice la cosa, sin La consecuencia es clara. Si la ontología es una reflexión sobre
sIempre ,algo de la cosa, atribución siempre azarosa de un predicad I discurso humano, si este discurso es esencialmente un discurso
a un .suJeto, Esta. forma humana del discurso es la que Aristótel lributivo, si tal discurso atributivo no se refiere más que -al ser del
estudia en s~ lógIca, y en ella sola piensa cuando quiere constituir Hundo sublunar, entonces se comprende que el proyecto ontológico
una, o~t~logla: prueba de ello es que el capítulo esencial, por no Irje fuera de su investigación el dominio del ser divino. Sin duda,
d,eor uruco, ,de la ontolog~~ aristotélica, la doctrina de las catego- ri tóteles no extrae jamás explícitamente esa consecuencia; si lo
rtas, no es smo una reflex10n sobre la experienda fundamental del hvino no está omitido de derecho en el proyecto ontológico, lo
xanrrOpEl'i, es decir, el dedr-de. tá de hecho, y esa omisión no debe ser subestimada por ello.
,Ahora bien, ~cuá1es son los seres a cuya simplicidad, según I
capItulo 10 del libro 8, repugna toda atribución? Aristóteles no norancia? Sin embargo, pueden interpretarse esas líneas como si introduje·
e?,plica a~erca de ese punto. Pero la descripción que hace (necesa. n una posibilidad intermedia, válida (como muestran los ejemplos) para
I seres matemáticos: tales seres pueden ser sujetos de atribución, y se trata
nament~ unperfecta,. pues no puede tratarse de atribuciones propia I una atribución eterna. En cuanto atribución, parece depender del acto
mente dich~s~ no deja de evocar un tipo de ser que ya hemos encono humano de atribuir, conllevando por ello posibilidad de error; pero en cuanto
trado: el ?íVlD~. Los se~es no compuestos, dice, «son en acto v no lema, constituye una relación objetiva (p. ej., entre l~ esencia del .triá~gul~
en potenCIa» ,pue~, SI fuesen en potencia, «podrían nacer y pe- sus propiedades), que tan sólo puede ser o no ser objeto de captación mtu1·
recer»; pero, en realidad, «el ser en sí ('to ~\I ab'tó) no nace ni pe. liva (OLTetv): lo falso no es aquí, pues, error, sino ignorancia. Ciertamente
prosigue Aristóteles- puede introducirse aquí el error, en virtud de que
rece» 200. Este t.exto, dentro de su concisión, es por muchos motiv rn el interior de una misma especie de seres matemáticos, unos tienen tal
notable: en prImer lugar, parece indicar que «poder nacer y pere. propiedad, y otros tal otra (por ejemplo, entre los números pares los hay que
cer» es el fundamento de la síntesis atributiva, que el movimiento n primos, y otros que no). Pero esta posibilidad de error desaparece en el
es, el fund~mento de la divisibi?dad exigida por el discurso y qu so del ser numéricamente uno (es decir, que no está diversificado por una
materia): pues de él no podrá decirse que es esto o aquello, sino sólo captar
as! se explica que no pueda deorse nada de lo inmutable en cuanto ( no captar) «su manera de ser permanente.. (íu~ &ei oü"Cw~ EXOV'tO~; nótese
tal 261; verificaremos esta interpretadón en el capítulo siguiente. 4ue Ar. no dice íu~ aet 'tOIOÚ'tOU óY'to~, evitando cuidadosamente la fórmula de
I atribución). Estas lineas oscuras confirman, pues, a la postre, aunque de
a, 10, 1051 b 2.
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una manera tortuosa, la idea central del capítulo: la inmovilidad (y habría


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2.56
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que añadir: la inmaterialidad) transforma la atribución en captación intuitiva;


2S8 Cfr. BONITZ, Metaph., ad 9, 10, 1051 b 24 (p« 411): 'f'áal~ simpliciur
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;l(,() Ibid. 263 Así es también la interpretación que de este pasaje da A. FAUST, Der
261 No creemos que esta interpretación resulte quebrantada en lo más Moglichkeitsgedanke, 1, p. 216, 359 (según el cual, la doctrina de a, 10, se
~imo por las últimas líneas de a, 10 (1052 a 4-11). En ellas. Aristóteles referiría al conocimiento de Dios y, lo que es más, por si mismo: dr. A, 7,
qU1e~e mostrar 9ue los, s~e~ inmóviles (axívr¡'ta) no dan lugar a error «según 1072 b 21, donde el mismo verbo OtnCÍYm designa el «encuentro.. de lo inte-
el tiempo. (cbta't7J xa'ta 'to lto'te), pues lo que es una vez verdadero respecto ligible y la inteligencia). Cfr. asimismo P. MERLAN, Prom Platonism to Neo-
de ellos, lo es siempre. Sin duda, esta explicación parece aquí fuera de lugar p/atonism, p. 158-159. El verbo 0LT,clVEt'l, bajo la forma del aoristo 0LTeiv,
(hasta el punto de que podríamos preguntarnos si no se trata de una inter. es empleado aún por Teofrasto, en un contexto igualmente «teológico!>, para
pola<:!ó.n), puesto que nada decide acerca de lo que está en cuestión: ¿son designar la captación por parte del intelecto de los ~seres supremos y pruneros»
los I.lXIY7J'tI.l, o no son, aúvOe'ta? Por respecto a ellos, ¿es lo falso error o (axpa Xa! ltpw'ta): Met., 8, 9 b 13 (cfr. 9 b 10).

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361
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Ciertamente, Aristóteles no dice que ningún discurso sobre Dios es n gación 1Jfl, Y no pueden por tanto aplicarse en ningún caso a la es-
posible, pero llega hasta a preguntarse si no habrá teología más que ra de 10 inmutable, a la cual no afecta, además, la negatividad del
para Dios. Sin duda, Aristóteles hace frases acerca de Dios, pero liscurso humano. En la Física de Aristóteles, pues, y no en su teo-
estas frases son por lo general negativas, y cuando, casualmente, son I gía, se encontrarán las líneas generales de su doctrina de las cate-
positivas (así, cuando dice que Dios es un ser vivo, o que está en l rías. Sin duda, ha sido posible mostrar que la estructura de los
acto), no pueden ser consideradas como verdaderas atribuciones, 1 s primeros libros del De Coclo podía ordenarse según una serie

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sino como simples aproximaciones que conllevan una parte necesa.

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de cuestiones que no dejan de recordar, o de anunciar, la tabla de
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Dios está en acto, evepFlq, pero su acto no es en modo alguno como

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mismo de la teología astral nos enseña que a Dios lo alcanzamos en uyo carácter las más de las veces negativo confirma casi por como

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verdadera teología es asunto de contemplación: ahora bien, allí don- ristóteles responde que el Cielo no es ni ligero ni pesado (oihe
de se da la contemplación, ¿no se convierte en inútil la palabra? 264. y.oüepov Oll1:e ~apó), que es inengendrable e incorruptible (aIÉv'1j'tov

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¿No es el discurso, y especialmente el discurso atributivo, el susti. ¡(al a"Oap'tov), incapaz de aumento (civao~¿~) y de alteración

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tutivo de una visión ausente? Y siendo así, en el momento mismo

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(uvaAt..olUl'tOv) m. Más interesante ~ún es el cotejo establecido por
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Moraux entre el De Coelo y una tradición dialéctica, que según él


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humana acerca de ello, ¿acaso no resulta que nuestra vis'ión, aunque e remonta al eleatismo, consistente en proceder al examen de una
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fugitiva, hace inútil esa palabra imposible?
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sa desde varios puntos de vista sucesivos, tradición dondé pue-


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Así se comprendería que la ontología, aunque no excluya de


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d n ya reconocerse algunas de las categorías aristotélicas. Así sucede
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n el «juego dialéctico» de la segunda parte del Parménides, donde


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hecho. Recordemos el origen de la teoría de las categorías. Para


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que tratan del mundo sublunar: tal cosa es buena o mala, bhmca í con el tratado de Gorgias Sobre el no-ser, donde el primer argu-
o caliente, de tres codos 265; Sócrates se pasea, se encuentra bien~, mento se articula según los cuatro puntos de vista de la existencia,
está sentado U,7. En frases de ese género significa de modo diferente de la cualidad, de la cantidad y del movimiento. Y el origen de esta
el ser. Y cuando Aristóteles se esfuerza por elaborar una tabla siste. tradición habría que buscarlo en el fragmento 8 de Parménides,
donde el Ser es examinado sucesivamente desde el punto de vista
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mática de las categorías que no sean la esencia, no ve en ella más


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de la cualidad, del movimiento, del lugar,. de la cantidad y de la


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que «afecciones» de la esencia, un «camino» hacia la esencia, «co-


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rrupciones» o «privaciones» de la esencia, «causas eficientes o ge- figura 273. Estas coincidencias son demasiado patentes para ser fruto
neradoras» de la esencia o de lo que se relaciona con ella, o, por del azar, y no cabe duda de que esos textos prearistotélicos son tes-
último, «negaciones» de la esencia 268: expresiones todas que se re-
fieren, ya a movimientos, ya a procedimientos del discurso como la 1Jfl La negación es ella misma movimiento. Cfr. Conclusión.
210 P. MORAUX, «Recherches sur le De Coelo d'Ar.: objet et strucrure
de l'ouvrage», Rev. thomiste, 1951, pp. 170-196.
264 «¿Qué función le quedaría al personaje que pronuncia discursos si
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271 Podría parecer extraño que nos satisfaga esta simple aproximación:
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las cosas apareciesen por sí mismas, sin necesidad del discurso?» (Poét., '19,
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en realidad el De Coelo no tiene por qué confirmar enteramente nuestra tesis.


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A! tratar d~ los seres eternos, pero sensibles y dorados de movimiento (aunque


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1456 b 7). (Cfr. 1." parte, cap. II, § 1, p. 113).


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265 Z, 1, 1028 a 16. éste sea circular), nos habla de una región que, como hemos visto, sólo es di-
1028 a 21.
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2é6
vina por uno de sus aspectos y, por otro, compete a la física. No deja de ser
Ibid. ~fr. r, 2, 1004 b 2. Ciertamente, en Z, 1, 1028 a 18, «dios» es
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3 q . , 98 . F

• 2fi1 característico que la «física» celeste aparezca las más de las veces como una
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atado como ejemplo; pero se trata de la única «categoría» que conviene a negación de la física terrestre.
Di?s: la de la esencia; ahora bien, veremos más adelante que la esencia m Art. cit., p. 175. Aunque Moraux no lo incluya entre los títulos de
dejaría de ser una categoría si fuese la única. La doctrina de las categorías no su plan, habría que añadir aquí, sin duda, el importante pasaje del De Coelo,
ha nacido de una reflexión sobre la esencia, sino sobre una esencia que no es 1 9, sobre las realidades que están más allá del Cielo, más divinas que el
sólo esencia. Cielo mismo, y que no conllevan «ni lugar, ni vacío, ni tiempo» (279 a 12 ss.).
268 A, 2, 1003 b 6-9.
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273 Art. cit., pp. 177-179.

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36.3
~onios de una prehistoria de: la doctrina aristotélica de las catcgo. fera del ser 118. Mutatis mutandis cuando Aristóteles pretende
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nas. Pero n~ por ello la constituyen. Pues tales ejercicios dialécticos rlicar al Cielo y, a fortiori J a lo que está más allá del Cielo, catego·
n? se asemejan sólo por la similitud de sus articulaciones sino más rr s surgidas del lenguaje humano y válidas por ello para el mundo
a~, porque el ejercicio dialéctico consiste en mostrar qu~ esta~ «di. J los hombres, no puede por menos de darse cuenta, incluso si no
vIsiones» no se aplican al objeto considerado, es decir, el Ser o 10 ra ése su propósito, de que tales categorías son inaplicables a lo
Uno. Al querer elaborar una tabla prearistotélica de las categorías, lívino. Así pues, si el De Coelo de Aristóteles se insérta en una tra-
lo que hace, de hec~o Mora?x es enumerar las primeras letanías Jición de ejercicios dialécticos que se remonta a Parménides, no es
de la t~l~gIa negatl~a: Platon muestra sucesivamente que 10 uno tinto por la permanencia de una misma técnica categorial de inves-
no es ~úlupl~ y no tiene límite (cantidad), que no tiene figura, que tigación, cuanto por la permanencia del fracaso de esa técnica, más
no esta en nmguna parte (lugar), que no es ni inmóvil ni mo'vil menos conscientemente asumido, en el caso de 10 Uno o 10 divino.
"
( mOVImIento ) 174 G . muestra que el Ser no es ni ser, ni no-ser De esas vicisitudes en la aplicación de las categorías a 10 divino
; orglas
que no e.s engendJ:ab!e ni ~engendrable, ni uno ni múltiple, ni ~ demos obtener otra conclusión. A saber, que la doctrina de las
reposo D1 en mOVlm1ent? . Parménides, el «padre de todos», ya ategorías, o aquello que la prepara en la tradición eleática, no ha
~ostr~ba que el ser es Inengendrado e incorruptible, indivisible e hrotado de una reflexión sobre lo divino. No es observando que 10
~ó.vil, . ~ara ,r:caer --es cierto-- inmediatamente después en la Jivino no conlleva cantidad, ni cualidad, ni tiempo, ni lugar, como
ImagmaclOn «flstca»,. q~e le hacía .decir que el Ser reposa en sí mis- 1uede hacerse una teoría de la cantidad, la cualidad, el tiempo o el
mo (lugar), que es limItado (canudad) y esférico (figura). Jugar. No es el análisis de las proposiciones negativas el que puede
La conc;lusión que por nuestra parte extraeremos de ese «en. r velarnos los sentidos múltiples del ser. Ocurre a la inversa: porque
cuentro... mnegable», de esas «interferencias» entre la estructura nocemos los sentidos múltiples del ser, podemos intentar aplicar
d.e .los d.os p~imeros libros del De Coelo y la estructura de esos ejer. lílles sentidos al ser de lo divino. Las cuestiones categoriales son
CIClOS. dialéctICOS «a la manera de Parménides» 176 que hallamos en I s que planteamos primero a nuestro mundo. Luego somos libres
Go~glas y Platón, no es, pues, exactamente la de Moraux: es indis- e interrogar a lo divino en los mismos términos. Pero no debemos
cu~~le que hay en !odos esos casos una misma «técnica de investi- 'orprendernos si lo divino rechaza nuestras categorías terrestres y
g~Clon», pe:ro 10 mas sorprendente es que esa técnica de investiga. 610 se entrega a nosotros a través de negaciones.
cIón. se aplica, podríamos decir, a 10 ininvestigable, y a nada condu- Comprendemos entonces que Aristóteles, cuando por escrúpulo
ce SInO a reconocer la propia insuficiencia, cuando se trata del ser d clasificación y síntesis trate de coordinar el proyecto ontológico
o de 10 uno. Moraux reconoce que Aristóteles llega a omitir el exa- y la ciencia teológica, vacile en hacer de la teología -aunque el
men de una categoría que había anunciado antes, porque se da r divino también sea un ser- una parte de la ontología. Pues al
cuenta de que, tratándose del Cielo o el Universo «la cuestión no tablecer sobre un análisis del discurso la problemática del ser en
se: p1a-?tea» m . H ab.na' que generalizar
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esta fórmula: los ejercicios cuanto ser, no pensaba en el ser divino, sino sólo en el del mundo
~aléctIC~S de GorgIas y de Platón, y las negaciones, menos cons- ublunar, aunque no haya excluido nunca expresamente aquél. Otra
Clentes SIn duda, de Aristóteles, no tienen otro sentido -parece- nsideración debía impedirle ensanchar su ontología hasta el punto
que el de mostrar que, cuando se trata de realidades trascendentes de hacer en ella un sitio a la ontología de 10 divino: si es cierto que
las ~estiones. que podríamos llamar «categoriales» no se plantean: 1 ser en cuanto ser designa el ser en su unidad, y si es cierto por
GorgIas es qUIen fue más lejos en este sentido, negándole al ser no tra parte que no hay un corte irreductible entre 10 divino y 10
sólo t~a ~etetminación positiva, sino, además, la negación de esas ublunar, 10 corruptible y 10 incorruptible, 1 suprasensible y 10 sen-
de!e~mmac~ones; lo que se le niega al ser no es sólo que sea uno o ible, dicho corte debía destruir en su principio todo proyecto de
múltiple, smo que pueda aplicársele la categoría de la cantidad' no unidad. Si la dialéctica, en defecto de ciencia, nos permite constituir
es que esté ~n ~eposo o e-? J.Dovimiento, sino, más profundam~nte, un discurso común sobre el ser del mundo sublunar en cuanto ser,
que la expenenCla del mOVImIento tenga sentido en el interior de la
178 :esa es también la enseñanza que podríamos extraer de la parte apa-
rentemente «positiva» de la dialéctica del Parménides, que consiste en afirmar
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Parménides, 137 C ss.


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de lo Uno atributos contradictorios. Decir que lo Uno es a la vez uno y múlti-


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175 Esta demostración es el objeto de la primera parte del tratado de


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es difícil imaginar lo que seria un discurso común al ser eterno y al piadoso de los segundos 2llO. Pero sigue siendo cierto que nume-
corruptible, cuya radical heterogeneidad era tal, según vimos, que fórmulas aristotélicas, especialmente en el libro A de la Meta-
no admitían ni siquiera un principio común 119. La esperanza en des- d, evocan la ambición de la teología de ser ciencia de los princi-
cubrir principios comunes que, en defecto de una imposible unidad o y hasta de! único Principio. Así como e! general es e! principio
genérica, animaba a la búsqueda ontológica, corría el riesgo de ha- I rden que reina en el ejército ~ll, igualmente lo suprasensible
llarse comprometida a partir del momento en que el ser en cuanto 1 principio del orden que reina en lo sensible: «Si se quiere que
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ser abarcase también lo divino. Como vimos al principio de est h ya otros seres que los sensibles, entonces no habrá primer prin-
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destruir la esperanza teológica en la unidad. I r principios de principios hasta el infinito, como vemos en los
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I gas y en todos los físicos» 2IS3. Aristóteles quiere guardar dis-
¡as respecto a una filosofía que, como la de los malos teólogos

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investigar un primer Principio, o que, como la de los mecanicis-
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bién a la teología, tal como Aristóteles la había concebido hasta en·

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una especie de generación recíproca e infinita. En Platón encon-
tonces, tenía que repugnarle convertirse en una mera parte de la .\1 amos una crítica análoga, y no cabe duda de que Aristóteles se
ontología. Si bien el tema de la separación tenía que condenar lógi. ne al lado del platonismo en la lucha contra las interpretaciones
camente a la teología a no ser más que una ciencia regional, no por 1,llcrialistas o mecanicistas del mundo; s610 recurriendo a un prin-
,ello es menos cierto que la idea aristotélica de la teología continua- 1I io trascendente podemos escapar al indefinido ascenso hacia los
ba perteneciendo a una tradición más antigua, y antes que nada pla. rincipios y los principios de los principios, al que están condenadas
tónica, para la cual la separación no era sino una condición de la t cosmologías de la inmanencia. El alláp'Yl o't7jllal de Aristóteles
primacía universal. I desde este punto de vista, equivalente al aei: alla~7jllat de los fi-
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Hay en Aristóteles dos concepciones de la teología: una que de- ofos neoplatónicos: la necesidad metodológica de la interrupción
riva de la teología astral, otra del platonismo. Según la primera, la
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(o se justifica, como vimos a propósito de la demostración del


teología es la ciencia del género divino, al que es propio estar sepa- I rimer Motor, si conduce a la afirmación metafísca de la trascen-
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sería también una ciencia separada. Pero Aristóteles nunca renuncia


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lo nos sustraemos a la serie misma elevándonos por encima de
del todo a la concepción platónica de una ciencia del principio, que, lIa. En e! mismo texto del final del libro A, Aristóteles va incluso
no pudiendo encontrarse ya en las Ideas, sólo podrá ser buscada en 111 s lejos: contra la disidencia espeusipiana, que multiplicaba los
-el Dios trascendente; desde este punto de vista, la teología aristoté- principios tantas veces como géneros de reaUdades hay que explicar,
lica es heredera de la teoría de las Ideas, que son aquello por lo que uscribe la posición platónica ortodoxa de la unidad: «No está bien
es conocido y engendrado todo lo demás; y, al igual que la teoría que manden muchos; ¡que uno solo sea e! jefe!» 2&4.
de las Ideas, tampoco es una ciencia particular, sino universal por
-ser primera. y por ello va a entrar en competencia con esa ciencia 2llO Así, a prop6sito de la frase h 'tolaú't7/~ ápa &px7j~ ~p't7j'tat & oúpavo~
inmediatamente universal que debería ser la ciencia del ser en cuan- al ~ q>ÚOt~ (A, 7, 1072 b 14), donde q>ÚOt~ nos parece significar el Cielo, y
to ser. Este aspecto de la teología aristotélica ha sido complaciente- no el mundo sublunar (dr. más arriba, § 2, pp. 336-337, n. 158).
mente subrayado por los comentaristas griegos, que, al ser neopla. 281 A, 10, 1075 a 11-16.
m N6tese que Aristóteles piensa aquí todavía, sobre todo, en el orden
tónicos, sentían la tentación de volver a hallar en Aristóles las con- leste: no se trata de los movimientos desordenados del mundo sublunar. No
.cepciones de Platón, y por los comentaristas medievales, que se ubstante, parece claro que la palabra «generación~ alude a un fenómeno propio
esforzaban por hallar en e! Filósofo las líneas generales posibles de del mundo sublunar, pero considerado en su conjunto. Veremos más adelante
una teología creacionista. Hemos ,aprendido a desconfiar de las in- cómo la sucesión cíclica de las generaciones es lo que hay de «inteligible» en
tl mundo sublunar.
terpretaciones sugeridas por el celo platónico de los primeros y el 28J A, lO, 1075 b 24.
2M 1076 a 4 (verso de HOMERO, Iliada, n, 204). Es la última línea del
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carácter abstracto y programático, han podido hacer creer que Ari I ién dirctamente afectado (puesto que estaba en juego su actitud
t6teles profesaba efectivamente un sistema en que el mundo result to a sus antiguos condiscípulos), de un movimiento de pensa-
ría «deducido», «derivado», a través de un conveniente número nt en el que se anuncia lo que será uno de los temas esenciales
intermediarios, del Primer Principio. Esta interpretaci6n ha si n oplatonismo: no contentarse con oponer 10 múltiple a 10 uno,
sostenida recientemente por el P. Owens y P. Merlan. Pero el pa ngendrar 10 múltiple a partir de 10 Uno. Pero eso no quiere
dre Owens, buscando en vano los pasajes donde habría de estar des Ir que «la metafísica de Aristóteles sea estrictamente comparable
crita, de otro modo que en la forma muy general del libro A, Ir sistemas filos6ficos de la Academia» 288, pues 10 sorprenden·
relad6n de causalidad entre Dios y el mundo, se ve obligado a adI1Ú precisamente, es que Arist6teles adopte una actitud crítica por
tir que hemos perdido la parte de la Metafísica de Arist6teles do ! cto a dichos sistemas. Merlan parece razonar así: si Arist6teles
debía tratarse de ella 2Il5. En cuanto a Merlan, ve en el aristotelismo lit tan áspera y minuciosamente los «sistemas de derivaciÓn» de
un Ableitungssystem 286, pero, creyendo sin duda que el alemán ntiguos compañeros de Academia, es porque tiene uno mejor
aquí más claro que el inglés, se abstiene de dar un nombre más p proponer; igualmente, si Arist6teles reprocha con vehemencia
I teoría plat6nica de las Ideas su impotencia para «engendrar» el

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lan, que los emplea alternativamente. En realidad, Medan pien
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mía. Pero debe notarse que las indicaciones más precisas que su lO iste en «engendrar» el mundo, el «deducir» 10 que es. Incluso
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libro proporciona sobre los orígenes del emanatismo neoplat6ni n llega a eso, es preciso respetar en sus críticas el carácter «inma-
afectan menos al propio Arist6te1es que a los textos en que ést nte» que es sin duda el suyo 2Il9, y que prohíbe extrapolar a partir
expone las teorías de Jen6crates, y sobre todo de Espeusipo '1f¡¡. P 'ilas 10 que deba ser al posici6n propia de Arist6teles. Lo que él
a mostrar es que los plat6nicos son infieles a sus propios prin-
aún hoy a pronunciar en alta voz», contrastan con el estilo de las «investiga. "i s, o que no llevan a cabo su programa. El reproche dirigido
ciones escolares» que progresan laboriosamente a través de «cuestiones de ntra las Ideas de no explicar, por ejemplo, el movimiento, no
detalle» (Aristóteles, p. 228). Para la crítica del pluralismo de Espeusipo, 111 ha que Arist6teles tenga esa ambici6n, sino que Plat6n sí la te-
cfr. 'Z, 2, 1028 b 21-24; N, 3, 1090 b 19; De parl. animal., nI, 4, 665 b 14;
TEOFRASTO, Met., 1, 4, a 13-16. El verso de Homero que cierra «triunfal
Ir al instituir las Ideas; más aún, que ésa es la única razón de ser
mente» el libro A (JAEGER, Aristóteles, p. 236) va expresamente dirigido con- I las Ideas y que, si no justifican su existencia mediante su utili-
tra Espeusipo, y no, como pretende ]aeger, contra la doctrina plat6nica de I d, podemos pasamos sin ellas. Nada es más característico, a este
los dos principios (material y formal); creemos por el contrario que Arist6- pecto, que la crítica que Arist6te'les dirige contra la funci6n cog-
teles opone a Espeusipo la imagen auténticamente plat6nica (al menos, si en-
tendemos por eso e! platonismo de Jos diálogos) del monarca cuyo poder 1I1iva de la Idea. Las Ideas -como muestra siguiendo el Parméni-
universal por ser trascendente (cfr. los versos de EsQUILO, Los siete contr. f - no permiten conocer el mundo; eso no significa que Arist6-
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Tebas, 2-3, citados en el Eutidemo, 291 ed, y nuestro comentario, al comienzo


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originalidad de la «grandiosa imagen del monarca» (p. 234), y tampoco de
la idea que expresa: la de la «dominaci6n universal de! espíritu» (p. 236). umplen la suya, pues Plat6n las había postulado expresamente
Aunque en otros términos y con otras metáforas, el Plat6n de los diálogOl mo condici6n de posibilidad de la ciencia, y así la teoría misma se
asignaba e! mismo papel a su Idea del Bien. W. Jaeger reconoce, por otra I struye. Si 10 inteligible aristotélico (que no debe confundirse con
parte, e! carácter platonizante de las concepciones teo16gicas del libro A l universal) era aquello por 10 que es conocido 10 sensible, el Dios
(p. ej., 230).
28S The Doctrine 01 Being..., pp. 289-298.
¡f Arist6te'les conocería el mundo al conocer 10 inteligible. Pero ya
286 From Platonism lo Neoplatonism, pp. 167-168. hemos visto que no hay nada de eso.
21I1 Especialmente A, lO, 1075 b 37; Z, 2, 1028 b 21-27 (sucesivamente, Es preferible, pues, dejarle a Espeusipo su teoría de la deriva-
Espeusipo y Jen6crates. Merlan insiste con razón en el verbo ~1tex'te{YElY en
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modo aún más claro al fenómeno fundamental d~l movimiento I rada en su totalidad, pero no explica por qué hay un mundo. El
siendo nunca lo que Aristóteles llama causa del movimiento 'm r de Espeusipo estaba en querer sacar lo más de lo menos, lo
que la causa de tal y cual movimiento, y no la causa del movimient rCceto de lo imperfecto, el Bien de lo Uno indeterminado, el acto
~n general. ~n ,un text? del libro A que ya hemos examinado 293, la potencia. Pero convertir a Dios en un mundo en gestación sig-
Interroga Anstoteles, CIertamente, sobre la causa de la diversidad ficaba volver a la Noche primitiva de los teólogos, e invertir los
el ~undo 294, es decir, de la generación y la corrupción. Esta cau rminos del problema: entre Dios y el mundo, la relación no es de
-dice- no puede ser la misma que la de la constancia 29S o la un! menos a lo más, sino de lo más a lo menos, no de la potencia al
formidad 296. ¿Habrá que admitir, entonces, dos causas, una del or t , sino del acto a la potencia, no de la eternidad vacía a la tempo-
den y otra del desorden? Pero Aristóteles se cierra esta solución Iidad creadora, sino de la eternidad viva a la temporalidad «des-
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precISO que las dos causas, la del orden y la del desorden no se ristóteles no es todavía el «más allá del ser» de los neoplatónicos:
principios en pie de igualdad, sino que la segunda esté subordina implemente ser. El mundo es quien, por relación a él, es un ser
a la primera; dicho de otro modo, que la causa del orden sea a la v I ·nor. La diferencia entre Dios, que es, y el mundo, que tiende a
causa de la causa del desorden 297. Los comentaristas han querid r, es del orden del no-serj ahora bien, el no-ser no se deduce. La
dar una significación cosmológica a esta tesis: la primera causa --di I radación se hace constar; puede remontarse, como veremos; pero
ce?- es la es~era de las estrellas fijas o Primer Cielo; pero serf n se explica.
m~s exact.o decIr que lo .es .el Primer Motor, en cuanto que mueve I Así se comprenden mejor los obstáculos que Aristóteles encuen-
Pnmer CielO, cuyo mov1ffi1ento es la causa de la sucesión regular d Ir y los aprietos en que se pone cuando, por la fuerza de la tradi-
los días ~ las noches. La segu~da causa sería la eclíptica, que, 16n, aplica a su Dios trascendente el vocabulario platónico del prin-
acercar mas o menos el sol a la tierra, es la causa de la diversidad d .pio. El principio, como vimos, se entiende en tres sentidos: princi-
las estaciones y, a través de ésta, de la generación y la corrupción. io del ser, principio del movimiento, principo del conocer. Ahora
Comprendemos entonces por qué la segunda causa continúa siend Il¡en, sería fácil mostrar que el Dios de Aristóteles no es principio ni
causada por la primera, pues hay una uniformidad en la diversidad n el primer sentido ni en el tercero, puesto que no crea el mundo
--qu~ se manifiesta en la sucesión regular de los años- y esta uni. v que, al no conocerlo, no puede ser aquello a partir de lo cual el
forrntdad depende de la primera causa, es decir, del Primer Motor. mundo es conocido. Pero ¿es verdaderamente principio del movi·
miento? Por «principio del movimiento», Aristóteles entiende cons-
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Pero sólo depende de ella por medio de un rodeo: el de la diversidad


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tantemente la causa eficiente 298. Ahora bien, su Dios no mueve el


mundo al modo de una causa eficiente: no mueve por contacto, me-
Cfr. N, 5, 1092 a 11-15, y el comentario de
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l, 824, 18. cánicamente, a la manera del Deus ex machina de los escenógrafos


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291 A, 24. de la tragedia 299. Se dirá que mueve como objeto de amor, como cau-
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292 Cfr. los ejemplos dados en A 1. a final. Ese es, sin disputa, el descubrimiento genial de Aristóteles,
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294 A, 6, 1072 a 17.


uyo mérito se atribuye con justo título en el libro A de la Metalí-
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sica. Pero invocar el amor o el fin es, como hemos visto, todo lo
contrario de una explicación; por haber creído que sí lo era la invo- , pero será necesariamente deficie~te en el conjunt~. ,La Natura·
cación de la finalidad, los autores agustinianos de la Edad Média o Dios no hacen nada en vano, dIce a menudo Anstoteles; pero
le plantearán a Aristóteles cuestiones cuyo carácter absurdo testimo- ces también corrige esta fórmula optimista haciendo constar que
nia menos contra Aristóteles que contra la interpretación que daban naturaleza no puede todo lo que quiere JOI. Podría escribir~e tod~
de él: ¿por qué -preguntaba Guillermo de Auvergne- el amor de I capítulo acerca de los fracasos de la naturaleza, es deor ---'SI
la primera esfera se traduce, en los seres del mundo sublunar, por I mas a la palabra CfÓ~l~ el sentido teológico que desde luego parece
un «vértigo» de rotación? ¿Por qué el mundo, semejante al asno n r cuando Aristóteles habla de la Naturaleza en general- sobre
1 «fracasos» de Dios. Pero estos fracasos son, en cierto sentido, ne-
que gira incansablemente en torno al pozo, gira eternamente alrede.
dar del amado, en lugar de precipitarse hacia él? 300. Estas .cuestiones rios; pues si no son necesarios por relación a Dios, lo son por
se le planteaban, en efecto, a una interpretación mecanicista y causal I ción al mundo', como Aristóteles dice en una fórmula de . cuya
del pensamiento de Aristóteles. Pero su pensamiento no era ése. Si ,.lradoja parece haberse dado perfecta cuenta, son «necesarias por
nos instalamos en Dios como en un principio, e! mundo será por I idente» 302. En efecto, el accidente es necesario desde el punto de
siempre imprevisible. Al contrario, si partimos de! mundo, descubri. 1 t del conjunto, pues si no hubi~ra ac~dentes en. el mundo, el

remos lo divino como finalidad oculta de los fenómenos sublunares. lIundo no sería lo que es. La contmgencla es esenCIal al mundo:
El ser no explica e! ser menor, como tampoco e! ser del amado expli. mta en su constitución y, por ello, en su definición. Los es.toicos
ca el deseo que inspira, pues el deseo pertenece al orden de la careno r n coherentes consigo mismos cuando, rechazando la conttngen·
cia, de la negatividad; pero el menor ser tiende hacia e! ser, como el 11, hagan del mundo un Dios. Para A~i,stóteles, al cont~ario, la c?n-
amante tiende hacia el amado, y entonces aparecerá el ser amado, no 11Ilgencia del mundo revela su separaClon respecto a DIOS, y la ~m­
como la causa, sino como el principio regulador de los movimiento nencia de Dios es, paradójicamente, la garantía de su separacIón
aparentemente desordenados que provoca. El Dios trascendente d pecto al mundo. Aristóteles no ha es~<:gido! como a vec~~ se ha
Aristóteles mueve como ideal de un movimiento que no tanto tiend r {do, la inteligibilidad contra la separaCl0n, SI~O la separaClon con·
a ir hacia él (pues es inaccesible) como a imitarlo con los medios I1 la inteligibilidad. Lo que ha podid0 induor a error a muchos
de que dispone. El Dios de Aristóteles no crea; deja ser. No ha po. Intérpretes es que esa selección no fue nunca claramente formulada,
dido impedir que el mundo sea; tampoco puede impedir que el mun. quizá ni siquiera asumida por Aristótel~. Aristóteles 'no part~ de
do, que es un menor ser, tienda hacia él, que es ser. Aristótele contingencia' se encuentra con ella baJO el aspecto del fracaso,
sustituye la causalidad de la Idea, que rechaza, por una causalidad ro ese fracas~ no es tanto el de la explicación o la «derivación» J03
ideal, con el nombre de causalidad final. que tiene por función ex. roo el de lo inteligible mismo. La paradoja de la finalidad es que
plicar no tanto lo que las cosas son como lo que deberían ser. El fin
es, por definición, trascendente a aquello cuyo fin es (si no fuer JOI PoI., l, 6, 1255 b 2-3: 'H M Cf'Ú:Jl~ ~oú>"E'tal .tL~y 't05'to 1tOlEfv, 1tOnáXl~
así, sería inútil ir hacia él); pero, si bien hay fines parciales qu 4V'tOl 00 !lúva'tal.
302 Gen. animal., IV, 3, 767 b 13: «la monstruosidad no .es nec.esaria p~r
pueden ser alcanzados y en los que se suprime el proceso que tiene
u'lación a la causa que se da en vista de un fin (= la causalidad fm~l conSl-
de hacia ellos (así, la guerra se suprime con la paz, que es su fin. II rada desde el punto de vista del sujeto), ni por relación a .la caus~~a? del
como e! trab.ajo se suprime en el ocio), el fin absolutamente trasce~. ltn sino que es necesaria JXlr accidente». Sobre el doble sentido de 'to ou EVEX.a,
dente que es lo divino no puede ser sino el término de una aproxl' IU~ designa unas veces el sujeto para quien es el fin, y otras veces el fin
mación infinita. Pues si fuera alcanzado, no habría ya movimiento mismo, cfr. A, 7, 1072 b J. ss. .
303 En el límite, podría aplicars.e al aristotelismo .l~ .que Merlan di~e del
y el mundo sería Dios. El movimiento es infinito porque el ;orism6s JlI tonismo, a saber, que está inclUIda en él la «poSibilidad» de un. sistema
es radical, o mejor, la infinitud misma del movimiento traduce la rae ¡( rivaúvo (Ableitungssystem) (pp. 167-168): de ~echo, los neoplatómcos po-
dicalidad de! ;orism6s (y por .eso, de otra parte, el movimiento del IIrán utilizar literalmente muchas fórmulas de ArtStóteles, exr;ayendo de:; ell~s
Universo es circular y no rectilíneo, pues no hay movimiento recti· UIl sistema emanatista. Pero nosotros nos oponemos. a. ~se metodo de ~storla
línea infinito). 11 la filosofía consistente en fijarse sólo en las poszbzltdade!. de una !posofía,
jn preguntarse por qué esas posibilidades no se han r~ado. A~lst6teles
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o ver en una filosofía más que sus poSIbilIdades es Ignorar la SIRIJlft~c16n


filos6fica de los o~stá.~los y, finalm~nte, ?e !~s fracasos, para ver solo en
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tiende a suprimir la separación entre el fin y aquello cuyo fin es, procesión, el ideal de una búsqueda y no el fundamento de una
entre la perfección y lo imperfecto, que es sin embargo la condición lucci6n. Es una trivialidad decir (pero acaso hay que darle todo
de su ejercicio; si queremos entender que no se destruya al consu- cntido, y extraer todas sus consecuencias). que en Arls~~te1es no
marse, hay que admitir que esa consumaci6n nunca es total, que con· relaci6n descendente de Dios al mundo, smo una relaclOn ascen-
Jleva una parte irremediable de «impotencia». Aristóteles describe IH del mundo a Dios, una relación que no es ni de principio a
frecuentemente esa parte, especialmente en sus obras bio16gicas. Su 'n cuencia, ni de modelo a copia, sino más bien de imitari6n. de
extensión probaría por sí sola que dicha impotencia es constitutiva ,,,ación a un ideal entrevisto.
del mundo tal como lo conocemos, y quizá de todo mundo concebi·
b1e. Ciertamente, los fracasos de la naturaleza se manifiestan primero * * *
en los monstruos.104, y podríamos concebir un mundo sin monstruos.
Pero ya se concebiría más difícilmente el mundo sin hembras, que Tendremos que estudiar los diversos aspectos de esta imitaci6n
sin embargo sería más perfecto, si es cierto que las hembras son sólo ndente, muy distinta de la imitaci6n platónica, mediante la cual
machos impotentes.105, seres vivos incapaces de realizar plenamente I mundo tiende hacia un ideal que no lo constituye y del cual es, en
su forma, porque la materia no ha sido en ellos suficientemente 11 has sentidos, la negaci6n. Pero la noción de imitación 9ue aca·
«dominada por el principio demiúrgico» 306. ¡Venturoso fracaso de m s de introducir va a permitirnos quizá iluminar las ambIguas re-
la Naturaleza, que da a la naturaleza ocasión y medio de perpetuar- 1 nes entre teología y ontología, antes de ser iluminada por ellas.
se! Un mundo sin fracaso sería un mundo en que el hombre, «el más n primer lugar, va a permitirnos comprender, sin d~jar. de mante-
natural de todos los animales» 3(11, estaría solo consigo mismo, pues r la radical separaci6n entre los objetos de las dos ClenCIas (de una
la naturaleza habría podido prescindir de esos esbozos, y «abortos~, .Irte ser del mundo sublunar en su unidad, de otra, ser divino),
y «enanos», que son los demás animales, en su conformidad cada imbricación de hecho, en los textos aristotélicos, de las considera-
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1 to, han engañado a menudo a los comentaristas, que han conclm-


puede ser, donde no habría materia, ni potencia, ni movimiento, ni I por olvidar la distinción entre ambas ciencias, pe.se a que el pra-
multiplicidad; semejante mundo se identificaría con su principio: I Aristóteles la afirma vigorosamente. Pero, a la lOversa, W. Jae-
acto puro, inmaterial, inmóvil y único como él, sería, a fin de cuen· o r al reaccionar contra esa tendencia de la exégesis tradicional e
tas, indiscernible de él. Los neoplatónicos, partiendo de que el prin· JI istir, por el contrario, en la oposici6n de los dos puntos ~e vista,
cipio de todo 10 que es debe ser distinto de lo que es, inferirán que ha impedido a sí mismo comprender por qué las perspectlvas 00-
el principio está más allá del ser y, por tanto, que es no-ser. Aristó- 1 11 gica y teo16gica, aunque distintas en su principiC?, interferí.an
teles, por el contrario, parte del hecho de que el principio es ser para lO tantemente en los escritos aristotélicos. De esas InterferenCias
concluir que lo que de él deriva, o mejor, lo que hacia él tiende, con- msideraremos dos ejemplos significativos:. el del libro r y el del
lleva una parte de no-ser; «la naturaleza tiende siempre hacia lo me- la ro A.
jor, y es mejor ser que no-ser... , pero el ser no puede pertenecer a El libro r empieza con una definición indiscutiblemente ,«onto-
todas las cosas, porque están demasiado alejadas de su principio» 309. I gica» de la metafísica. La ciencia «buscada» se opone aqUl clara-
Es propio del principio no realizarse nunca enteramente en aquello mente a las ciencias particulares, y su objeto --el ser en cuanto
cuyo principio es, y por eso Aristóteles lo considera como el término r- a los géneros determinados del ser 310. El hecho de que se le
nunca alcanzado de una ascensi6n, y no como el punto de partida de Isigne inmediatamente a la ciencia del ser en c,uanto s~r el examen
le los axiomas comunes, y de que el resto del libro este consagrado,
sH-igFseñe

.104 Gen. animal., IV, 3, 767 b 13; 4, 770 b 9 ss. n efecto a establecer dialécticamente el axioma más común de to-
.105 e~)..o liE ~ dlloYanl (Gen. animal., IV, 1, 766 a 13; cfr. 3, 768 a 5: I s, el p;incipio de contradicción 3ll, bastarí~ para confirmar que el
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1I, 3, 737 a 27). Ji ro r está todo él inspirado por la perspectltva que hemos ~lamado
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ontológica». Pero no ha dej~do de obset;rarse que la umdad ~e


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coherentes y mejor compuestos de la Metafísica) quedaba rota, al 1 momento del movimiento -es en potencia el momento siguiente,
menos en tres ocasiones, por la intrusión de consideraciones teol6- en acto lo que el momento precedente era en potencia. El argu-
gicas que, a primera vista, parecen serIe ajenas. Tal es el caso, en nto que viene a continuación (los seres pueden cambiar de canti-
primer lugar, de r, 5, 1009 a 36-38. Aristóteles acaba de investiga! I y conservar la misma forma, que es el único principio d~ ~?no-
la motivación de las doctrinas erróneas de Protágoras y los negado- ni nto) 316, confirma que Aristóteles quiere fundar la poslbihdad
res del principio de contradicción. La consideración de las cosas sen· un conocimiento verdadero precisamente en el plano del mundo
sibles, es decir, de las cosas en movimiento, es la que ha llevado 11. ible. Por ello, el asombro es mayor cuando vemos invocar poco
todos ellos a afirmar la existencia simultánea de los contrarios: al pués, como si se tratase de un argumento suplementario, la e~s­
aparecer sucesivamente los contrarios en el devenir de la cosa, y al 11 ia de una naturaleza inmóvil ignorada por los filósofos movllls-
no poder el ser -por otra parte- provenir de la nada, han admitido . «Podemos dirigir otra crítica contra aquellos que profesan esta
que los contrarios preexistían en todas las cosas. Aristóteles propon ani6n, la verdad de las contradicciones: a saber, que extienden al
entonces la solución de esta aporía: en virtud del método que más 111 verso entero (7tepi 0T0tl 1:0Ú o¡)pá'olfJu) observaciones que s610 se

arriba hemos analizado, se trata de distinguir aquí entre dos sentido i ren a las cosas sensibles, e incluso a un pequeño número de
del ser, el ser en acto y el ser en potencia, lo que nos autorizará 11 . En efecto, la región de lo sensible que nos rodea es la única
decir que los contrarios coexisten en potencia (y ello permite expli. lIJ 'ta a corrupción y ~eneración, pero ni siquiera es, por así decir,
car el movimiento) pero que no pueden coexistir en acto (y ello 1 parte del mundo 3 7, de manera que hubiera sido más justo abo
permite salvar el principio de contradicción). Y entonces Aristótele Iv r el mundo sensible en favor del mundo celeste, que condenar
añade, de manera inesperada: «Pediremos además a estos filósof I mundo celeste a causa del mundo sensible» 318. Una vez más, Aris-
que admitan también entre los seres alguna otra esencia a la que no • 1 les parece acumular aquí, coordinándolos torpemente mediante
pertenezca en modo alguno ni el movimiento ni la corrupción ni la I vaga fórmula de enlace ~1:1 o¿, argumentos que se excluyen; tras
generación» 312. Así, cuando la aporía parecía completamente resuel· I ber criticado las absurdas consecuencias que los filósofos movilis-
ta, en el plano mismo de lo sensible, mediante una distinción entr I extraen de un análisis insuficiente de los fenómenos sensibles,
sentidos del ser, Aristóteles parece «completar» esa respuesta me- Ir e dar estado legal a dicho análisis, reprochándoles sólo exten·
diante la invocación de la existencia de lo suprasensible, que parece I 'r al universo entero una consecuencia que sólo es válida para una
aquí tanto más superflua cuanto que se trata de resolver una «apo- d sus regiones.
ría suscitada por las cosas sensibles» 313, y que de ningún modo s Más extrañas aún son las últimas líneas del libro r. Tras haber
ha mostrado qué relación guarda lo suprasensible, cuya existencia , " cido una refutación dialéctica a los negadores del principio de
se pide admitir, con lo sensible, que se trata de explicar. ntradicción, Aristóteles pasa a emplear argumentos físico~,. cuya
Un poco más adelante, Aristóteles parece volver a la misma idea, mi ma brevedad no les permite añadir un complemento deCISIVO a
cuando, al buscar de nuevo la razón del «extravío» en el que han 1.1 larga y sutil argumentación que ocupa la mayor parte del libro.
caído los filósofos ya mencionados, la sitúa en el hecho de «haber I queremos que haya proposiciones verdaderas, hay que rechazar
creído que los seres eran sólo los seres sensibles» 314. Pero Aristóte· \ue todo esté en movimiento. ¿Habrá que decir, entonces, que todo
les no hace ningún uso de la existencia de seres suprasensibles, im· tá en reposo? Pero entonces la consecuencia será que unas propo-
plícitamente afirmada. Pues donde va a buscar V hallar la soluci6n iciones serán eternamente verdaderas, y otras eternamente falsas,
de las dificultades suscitadas por el movimiento 'es, de nuevo, en el I que viene contradicho por la existencia de verdaderas contingen-
plano del movimiento mismo. Si todo estuviera en movimiento, no I s, y por la contingencia misma de quien articula una proposición
habría verdades estables. Pero, en realidad, el movimiento supone " rdadera. ¿Deberá decirse, entonces, que todas las cosas están, ya
cierta permanencia de lo que cambia; «lo que deja de ser conserva 'n reposo, ya en movimiento, y que no hay ninguna que es~é eterna-
aún algo de aquello que ha dejado de ser, y Jo que nace supone que mente en reposo? Pero Aristóteles rechaza esta consecuencia: «Pues
algo de ello era antes» 315. Volvemos a encontrar aquí, aunque de
fonna implícita, la distinción entre ser en acto y ser en potencia: 1010 a 24.
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317 ARISTÓTELES juega aquí con los sentidos de la palabra oúpavó:; (De

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Primer Motor inmóvil concluye el libro r. P. Mer1an, cuya tesis, as que están, ya en reposo, ya en movimiento, hay una que
como hemos visto, consistía en afirmar el carácter exclusivament I eternamente en reposo, que es el Primer Motor 326. Este cotejo
teológico de la metafísica aristotélica, no disimula aquí su satisfac· emite precisar quizá el sentido de las adiciones de Aristóteles: no
ción: «¡Extraño final para una metaphysica generalis! Estamos de Ir ta de añadir un argumento teológico a unos argumentos dia-
nuevo en plena teología» 320. De ahí concluye que el libro r, escan· l~l'Iicos (pues hemos visto que, lejos de reforzarse, se excluyen), sino

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ba, de la existencia de lo suprasensible 321, Y terminando con una I Arist6teles se conforma por el momento con indicar la existen-
alusión a la teoría del Primer Motor, es teológico de cabo a rabo. 1, y cuya elucidación deja para más adelante. Los pasajes «teoI6gi-
Sin embargo, la realidad parece distinta. Lo que sorprende en » del libro r prueban sólo una cosa: que Aristóteles no admite,
los pasajes teológicos del libro r no es sólo su carácter alusivo, O I yo no admite, «separación» absoluta entre los problemas dialécti·
quizá mejor programático, sino sobre todo su carácter de parte. 1 Y los problemas teológicos; así como las aporías sofísticas sobre
añadidas, mal empalmadas al contexto, de intervenciones que pare· I I nguaje no dejaban de tener relación con la filosofía heraclítea
cen, sin juego de palabras, caídas del cielo, en medio de esta dialéc· I 1 movimiento, igualmente la refutación de los negadores del pdn-
tica propiamente humana de la que ofrece el libro r, como hemo .pi de contradicción podía encontrar un imprevisto apoyo en esta
intentado mostrar, el episodio más fundamental y ejemplar 322, Est logía de lo inmutable, que Aristóteles había elaborado por otras
aspecto parece no habérsele escapado a la propia tradición antigua, ¡ 1 • Los loei theologici del libro r no son tanto vestigios de una
ya que, según el testimonio de Alejandro 323, las diez últimas líneas I ría caducada como endejas de una elaboración futura, según la
del libro faltaban en algunos de los manuscritos de los que se di . 11 I la perspectiva hasta entonces voluntariamente disyunta de la
ponía en su tiempo. Según W. ]aeger, esta ausencia probaría la ano logía podría volver a desempeñar, conforme a modalidades muy
tigüedad de este texto: estas últimas líneas serían el vestigio de una li tintas de las platónicas, su tradicional función de unidad.
primera redacción de inspiración teológica 324, que Aristóteles habría ¿Cuál debía ser el sentido de esta elaboración? Los textos del
suprimido en una revisión ulterior, pero que los editores habrían libro r siguen siendo mudos en este punto. En ellos, los puntos de
encontrado en sus notas, y editado con el conjunto del texto 325. De· .¡ ta ontológico y teológico están tan poco coordinados que, en el
bemos confesar que esta explicación nos parece muy poco natural: mi mo momento en que Aristóteles parece cuidarse de «comp1etar-
más bien que en un pasaje reintroducido por ciertos editores, es má I »uno por otro, siguen oponiéndose: puesto que aquí se trata de
verosímil pensar en un texto despreciado por otros y que quizá ni 11 posibilidad de un discurso verdadero, parece necesario escoger en·
figuraba en todas las versiones originales del curso de Aristóteles. Ir una concepción que funda la posibilidad de la verdad en la per-
De modo general, los tres pasajes teológicos del libro r dan mucho manencia de 10 que cambia, y otra que la funda en la única perma-
más la impresión de adiciones --que, por otra parte, pueden haber nencia de lo que no cambia. La primera concepción hace inútil la
sido hechas por el propio Aristóteles- que de vestigios de una re·

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segunda; pero la segunda hace inaplicable la primera: pues si lo in-

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320 From Plalonism lo Neoplalonism, p. 139. ciencia del principio de las cosas sensibles, se esforzase por reanudar
321 Ibid., p. 140. entre lo inmutable y lo corruptible el tenue brillo que su radical
322 aro 1.' parte, cap. I1, § 1. concepción de la separación había roto definitivamente. En el mo·
323 341, 30.
324 Cuyo testimonio serían, según W. }AEGER, los capítulos 1-8 del libro K
(Arist6teles, pp. 216-227). Pero ya hemos visto 10 que había que pensar acero 326 Cfr., sobre todo, Fís., VIII, 3, 254 a 33-b 6, donde, antes de empren-
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325 Aristóteles, p. 221. todo el libro.
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cía terminar, por la sola fuerza de la dialéctica, con los obstáculoe términos de la cuesti6n: los principios son comunes en un sen·
puestos en su camino por la consideración de las cosas sensibles, I y, en otro, no lo son; no son comunes en el sentido de la per-
Aristóteles nos recuerda, y se recuerda primero a sí mismo, que n ncia a un mismo género, pero son comunes por analogía 331. Aris-
también (~t() existe lo suprasensible, y que ahí está quizá, en últi- 11 les no se explica más adelante sobre esta soluci6n, cuyo princi-
mo análisis (un análisis que deja, es cierto, para más adelante), la I parece considerar como ya conocido, pero sabemos, por la apli-
luz sin la cual el hombre no aclararía jamás las aporías, y algo así I i6n que en otro lugar hace Aristóteles de esta noción al Bien 332
como el motor secreto de su dialéctica. los principios comunes de las diferentes ciencias 333, que se trata
Esta misma conjunción de los puntos de vista ontológico y meta- I afirmar, con ella, una identidad no de términos, sino de relacio-
físico se encuentra en el libro A de la Metafísica. Si bien este libro n : en este caso, de relaciones entre los diferentes sentidos del ser
conlleva, en su segunda parte, la única exposición de conjunto de la categorías; así, la materia o la causa eficiente de la cantidad son a
teología aristotélica, su primera parte está consagrada --como ha \.1 cantidad como la materia o la causa eficiente de la esencia son
sido observado 377_ a la elucidación de problemas que competen I la esencia 334 Volvemos a hallar aquí lo que ya se nos había apa-
directamente a la ontología: no basta en efecto, con W. ]aeger, ver r cido como resultado fundamental de la ontología aristotélica: la
en los capítulos 1 a 5 una preparación «física» de la exposición unidad del discurso sobre el ser es una unidad sólo analógica, es
teológica de los capítulos 6 a 10. Se trata en ellos, sin duda, de las I cit, una unidad de relación, que confirma -más que disipa- la
esencias sensibles y, más en particular, de las esencias corruptibles, .lmbigüedad fundamental del ser. Desde este punto de vista.. no
pero no como punto de partida de una «ascensión» que llevaría a puede decirse que la primera parte, «ontológica», del libro A, pre-
Aristóteles a la afirmación de un principio suprasensible, e inmóvil, pare la segunda parte, «teológica», del mismo libro, pues la segunda
del movimiento. Pues primero busca Aristóteles en el plano de lo parte buscará también la unidad del ser: sólo que en vez de buscar·
sensible los principios mismos de lo sensible; tras recordar la doc- la en la unidad de un discurso inmanente al mundo sensible, la
trina, desarrollada en la Física, según la cual los principios del mo· buscará y la encontrará en la existencia de una realidad suprasensi-
vimiento son tres --materia, forma y privación-, Aristóteles se ble. Por un lado, Aristóteles situaba la unidad en principios prime-
pregunta si estos principios son diferentes o son los mismos para los ros por ser universales; por otro, la situará en un principio univer-
distintos seres 238. La continuación del texto muestra con más pre- al por ser primero. Lejos de completarse, ambas partes, ontológica
cisión que se trata de saber si los principios son o no idénticos para y teológica, del libro A, aportan dos respuestas enfrentadas a Ull
seres que pertenecen a géneros diferentes 329, o que competen a ca- mismo problema, el de la unidad. Respuestas enfrentadas, porque
tegorías diferentes 330; dicho de otro modo, si unos principios ob- la primera parece hacer inútil la segunda y la segunda parece hacer
tenidos mediante el análisis de los fenómenos propios de una región inaplicable la primera, exactamente como, en el libro r, la digreSIón
del ser pueden aplicarse, de manera unívoca, al ser en su totalidad. teo16gica parecía destruir la argumentación dialéctica que, por su
Reconocemos aquí un problema que, precisamente porque no trata parte, hacía superflua a la p!'imera.
de un género determinado, sino que se interroga acerca de lo que Esta falta de coordinación entre los puntos de vista ontológico
es comím a muchos géneros, e incluso a todos, no puede ser un y teológico sería aquí tanto más grave por cuanto el libro A aparece
problema atinente a una ciencia particular -la física-, sino a la como una exposici6n de conjunto de la filosofía aristotélica, y por
ciencia del ser en cuanto ser. Más aún: se habrá visto en esta inte- tanto los dos puntos de vista no están' reunidos aquí como conse·
rrogación acerca de la unidad del ser o, mejor dicho, del discurso so· cuencia de una compilación desordenada, según había creído Bo"
bre el ser (puesto que lo que está más allá de todo género no puede nitz 335. De hecho, Arist6teles se ha preocupado, en la articulación
suministrar prueba física alguna de su realidad, y sólo tiene existen· de sus dos partes, por señalar la unidad del libro: tras haber anun-
4, 1070 b 18, 25; 1071 a 4, 26-27, 33.
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rruptible, la esencia sensible eterna y la esencia inmóvil 336_, y con· Itplica están entre los primeros móviles, las «esencias sensibles
sagrar la primera parte del libro al estudio de los «principios de las tn s», y su causalidad es trascendente a las causas intramunda·
cosas sensibles» y de su unidad 337, anuncia para la segunda parte Ja Pero la hase teológica del final del capítulo 4 parece ir más
investigación referida a la esencia inmóvil 338. En realidad, este plan aún: más allá de los principios y de las causas que distinguen

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la primera del principio de las cosas sensibles 339 y de su unidad 340. todas las distinciones humanas acerca de la causalidad. En este
Pero, más que en la transición explícita y un poco artificial que pare· ntido, pero en éste sólo, puede decirse a fortiori del Primer Motor

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lógica de la primera parte. 11 hace aquí mención alguna de ese otro tipo de causalidad que
Lo que es cierto del libro r lo es más aún de la primera parte
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que la simplicidad de lo divino repugna a las disociaciones de nues-


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336 tro discurso. Más aún: lo divino sigue siendo el «primero de los
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317
seres», y es incluso -aunque su moción nos sea oscura- el primer
1071 b 5.
338
Cfr. A, lO: se trata de explicar la generación (1075 b 16), el movi-
339
motor; siendo así, la unidad subsistente en él ¿no sería el motor
miento (1075 b 28), la extensión y la continuidad (1075 b 29). oculto de la investigación humana acerca de la unidad? La unidad
340 Cfr. 1075 b 38: se trata de saber si el Universo es una «serie de epi. originaria de lo divino, ¿no sería el modelo, el ejemplo, intuitiva-
sodios», es decir, «una sucesión infinita de esencias y de principios diferentes mente contemplado en el Cielo, de la unidad derivada que busca-
para cada esencia». Es justamente el problema que Aristóteles parecía haber mos y que no verificamos, en el plano de nuestro lenguaje, más que
resuelto ya en la primera parte, recurriendo a la analogla.
341 Esta transición parece haber engañado a W. Jaeger, quien infiere de mediante el laborioso rodeo de la analogía?
ella que la primera parte del libro no es ni teológica ni ontolólI.ica (no ha· De hecho, y desde la primera parte «ontológica» del libro A,
biendo aparecido aún, según él, la idea de ontología en Aristóteles), sino Aristóteles siente siempre la tentación de dar una doble respuesta
sólo física (pp. 229-230). En realidad, hemos visto que la cuestión debatida en a la cuestión de la unidad de los principios: «Los principios son
la primera parte, la de la comunidad de los principios, es la cuestión funda-
mental de la ontología, que no conoce otra igual. .o7

Cfr. más arriba, § 2, especialmente p. 343 ss.


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como las causas de todas las cosas, porque todo queda suprimido i r la ausencia de la segunda; si las causas de las esencias fuesen
ellas se suprimen» 344. A la unidad horizontal que la elaboración dia· rd deramente las causas de los otros seres, podríamos ahorrarnos
léctica de los principios comunes se esfuerza indefinidamente por nalogía 346.
instituir, Aristóteles le yuxtapone una unidad vertical, jerárquica, .n el mismo momento en que reconocemos, junto con la mayor
que alcanza la universalida'd a través de la primacía. Aristótel rt de los intérpretes -y sólo en contra de las disociaciones úti-
anunciaba ya esta segunda solución al comienzo del libro A, cuando I pero excesivas, de W. Jaeger-, la presencia de la perspectiva
consideraba la hipótesis de que el mundo no fuese una totalidad uni· I gica en el corazón mismo de la problemática ontológica, impor-
forme, sino una serie, y observaba que, en ambos casos, la categor! notar qué insólita sigue siendo esa presencia, y cómo rompe la
de la esencia ocuparía el primer puesto 345. No ha hecho falta má. lOúnuidad de la investigación mucho más de lo que la perfecciona.
para que la mayoría de los intérpretes, descubriendo aquí tema In embargo, una palabra va a permitirnos restablecer el equilibrio,
platónicos como lo hadan los comentaristas griegos, hayan creído 1 vez que reintroducimos la distinción: «Los principios son los
ver en estos textos la solución teológica del problema ontológico d mismos o están en relación de analogía... porque las causas de las
la unidad: lo que provoca la unidad del ser es la primacía de la esen· ncias son como (w~) las causas de todas las cosas» 347. Aristóte·
cia; si la esencia es el principio, quien conozca el principio conocerá J no puede haber querido decir que las causas de la esencia son las
todo Jo demás; el ser en cuanto ser no es otra cosa que el ser pro- lusas de la relación o de la cantidad, pues la teoría de la analogía
piamente dicho, es decir, el ser de la esencia; lo demás, es decir, implica precisamente que estas causas son tan diferentes como 10
las otras categorías, sólo es ser por participación en la categoría pri. n entre sí la esencia, la relación, la cantidad ... No puede haber
mera de la esencia; finalmente, el ser es analógico porque la esencia querido decir, entonces, más que esto: el discurso humano debe
es primera. Estas tesis son claras y sencillas; como permitían redu- proceder como si las causas de las esencias fuesen las causas de to-
cir a unidad al aristotelismo, es comprensible que hayan seducido a dAS las cosas, como si el mundo fuese un todo bien ordenado y no
los comentaristas y que la exégesis aristotélica se haya satisfecho con una serie rapsódica, como si todas las cosas pudiesen ser reducidas
ellas durante siglos. Reducir el aristotelismo a estas tesis, sin embar- a las primeras de ellas, es decir, a las esencias, y a la primera de las
go, era ignorar su originalidad, y sacrificar su unidad oculta a una esencias, como a su Principio. Pero este como si, que los comentaris-
unidad superficial: pues, a fin de cuentas, si Aristóteles no daba a tAS han ignorado, introduce la distinción capital entre la realidad
la primacía de la esencia otro sentido que el que daba Platón a la de una relación inteligible y el imposible ideal de un mundo que hu-
primacía de la Idea -y, en particular, de la Idea de Bien-, si la biera recobrado su unidad: ideal que, no obstante, lo es, y que debe
analogía aristotélica no significa cosa distinta de la participación seguir siendo, en el seno mismo de la dispersión irremediable, el
platónica, no se ve por qué Aristóteles tendría que poner tanta principio regulador de la investigación y la acción humanas. Enton-
pasión, ni gastar tanto tiempo y esfuerzos, en la crítica del platonis- ces adquiere todo su sentido, en su extremada concisión, el final de
mo. Nuestros análisis anteriores nos han enseñado a desconfiar de la misma frase: «Los principios son los mismos o están en una rela-
las simplificaciones; la esencia es la primera de las categorías, pero ción de analogía... porque además el primero está en su realización
Aristóteles no describe nunca esta primacía como relación de prin- (~tl 'to 'ltpfu'tov tv'tE)..EXElq.)>> 348. El primero, es decir lo divino, se nos
cipio a consecuencia; el comienzo del libro A no dice otra cosa: sea revela en el esplendor de su acabamiento: acto puro, si se quiere,
el mundo un todo o una serie, la esencia es la primera en ambos
casos, pero no en el mismo sentido; no es lo mismo ser la esencia
346 Este punto ha sido bien subrayado de pasada por Ross en el breve
de una totalidad, en todas cuyas partes welve a estar la esencia, que
comentario que da de este pasaje en su Aristote (ttad. francesa, p. 246): «Aris-
ser el primer término de una serie donde cada término es la degra- tóteles observa que, si abstraemos la causa primera, las cosas que pertenecen
dación del anterior. Hemos visto también que la unidad analógica a géneros diferentes sólo analógicamente tienen las mismas causas.» La tenóa
era cosa muy distinta de la unidad de participación en un mismo de la causa primera y la de la. analogía, que la tradición ha confundido a
menudo, son tan poco idénticas,'que la última sólo tiene sentido como sus-
titutivo de la primera.
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A, 5, 1071 a 33-35. 347 A, 5, 1071 a 33.


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345 A, 1, 1069 a 20. 341 Ibid., 1071 a 33-36.


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pero a condición de no concebir el acto a la manera del resultado IOd. no habría necesidad de los equívocos auxilios de la dialéctica
de las acciones humanas"', esplendor puro de la presencia, que se I ro mantenerse en una unidad amenazada sin cesar por la disper-
revela al hombre en el espectáculo indefinidamente renovado del Ión: la patria del discurso sería la esfera del ser uno, del ser que
cido estrellado. Es ese acabamiento entrevisto sin cesar, esa unidad 1 ttr;Jría un sentido porque se nos daría en la univocidad de su
no conquistada, sino originaria, que guía al hombre en la noche, 10 I\~cia eterna. Ahora bien, dicha esfera existe, pues la entreve-
«atrae» hacia él, como dice Aristóteles, obra de suerte que el impo- n, en el orden inmutable del Cielo, pendiente él mismo de una
sible ideal sobreviva siempre, en el corazón del hombre, a sus inevi- I rtsencia inmóvil. El discurso humano siempre está a punto de caer
tables fracasos. ¿Quién no ve que nuestra palabra finalidad es im- n la contradicci6n, porque las cosas de que habla, las cosas sensi·
potente para traducir esa relación? Nosorros tendemos hacia lo Iles. son lo que no eran, no son lo que eran. Por el contrario,. el
acabado (tó tü.. ov) porque se nos impone primero a nosotros en el r divino, al ser inmutable, no es más que lo que es, pero tambIén
esplendor de su acabamiento; es un fin para nosotros porque es una e todo lo que puede ser: mientras que las cosas físicas nunca son
realización, y no es que tendamos a realizarlo porque sea para nos~ verdaderamente idénticas a sí mismas, la identidad subsistente del
otros un fin. El sentido psicológico de la palabra fin, ausente por lo er divino realiza inmediata y eminentemente la no-contradicción
demás de la palabra griega t¿AoC 350, es s6lo una pálida consecuencia que el discurso humano experimenta como una difícil exigencia. AsI
-a la cual se ha vinculado fuertemente, no obstante, la tradición- se comprende que los negadores del principio de contradicci6n ha-
de lo que el vocablo significa: la perfecci6n subsistente de aquello van sido los mismos que negaban la existenoa de lo suprasenslble
que está acabado, en todas sus partes y desde siempre. Para tradu- y que, a la inversa, s6lo las certidumbres teol6gicas puedan mantenet
cir la relaci6n del hombre con esa perfecci6n, es decir, el hecho de y orientar el esfuerzo dialéctico de sus defenso;~. .
que sienta como un deber habitar en ella cuando sabe que está irre- Quizá de este modo se capten mejor, por ulurno, las relaoones
mediablemente alejado de ella, preferimos, mejor que el vocabulario entre el ser en cuanto ser y el ser divino. No podemos contentarnos
de la finalidad -<:argado por la tradición de excesivos equívocos-, con el esquema que era sugerido en su literalidad por el sincretismo
del comienzo del libro E: el ser en cuanto divino sería un aspecto
el de la imitaci6n, la l1íl'-'1"c" mediante el cual Arisr6teles designa particular, aunque el más eminente, del ser en cuanto ser. ~ues
con frecuencia esa relaci6n fundamental que no pertenece tanto al vemos que aquí eminencia y particularidad se excluyen: su I1lJsma
orden del deseo como al de la llamada o vocaci6n, y al que ninguna eminencia sitúa al ser divino en un plano donde el problema del
metMora, ni aun psicol6gica, puede llegar a agotar. ser en cuanto ser, es decir, del ser considerado a través de la unidad
Esa relación de imitación va a permitirnos entender las alusio- del discurso que hacemos sobre él, no se plantea, o ya no, ~ pla~tea.
nes teológicas del libro r. Inoportunas, si se las consideta como W. Jaeger ha subrayado enérgicamente qu~ la p~oblematlca arISto-
aportadoras de argumentos suplementarios a una investigación pro- télica del ser en cuanto ser, a pesar de la uruversalidad de su proyec·
piamente ontol6gica, adquieren todo su sentido si vemos en ellas la to explícito, se refería de hecho tan s6lo al ~er de lo sensible. Com·
indicación, discreta por no explícita en el pensamiento de Arist6te- prendemos ahora esa inesperada restricción del dominio del ser en
les, de la perspectiva que orienta esa investigación. Sin duda, el cuanto ser; el ser divino, como hemos visto, es lo que es y sólo lo
principio de contradicci6n puede ser establecido mediante argumen- que es, o sea, un ser; no es est~ y aquell?; !1? co.nlleva partes, géne·
tos puramente dialécticos, como condici6n de posibilidad de un dis- ros' su nombre no tiene pluralidad de SIgnifIcaCIOnes; por ello, ha·
curso unitario, y la teología no parece tener nada que ver con ello. b1a; de ser en cuanto ser a propósito del ser divino, es decir, hablar
Pero la unidad del discurso no se daría nunca por sí misma, más de él en cuanto que es s6lo ser, resulta una repetici6n inútil, y en la
aún, nunca sería «buscada», si el discurso no fuera movido por el cual Aristóteles, efectivamente. no incurre. Por el contrarIO, el ser
ideal de una unidad subsistente. Hay como una patria del disCHrso, sensible no es sólo lo que es, o más bien no es en absoluto lo que es
que es la esfera en que el discurso sería inmediatamente unitario. (pues aquí la abundancia del discurso no hace sino revelar un~ ca-
rencia del ser); el ser en cuanto ser es esto y aquello; no co!,stltuye
349 Cfr. M. HEIDEGGER, Essois ~t conférencu, pp. 14-15, '5. Cfr. no un género en cuyo interior su significación sea unívoca, SInO que
obstante nuestras reservas en el capítulo siguiente, nota 83. «pertenece inmediatamente a una pluralidad de géneros.; en otras
JSO Cfr. la distinción estoica entre 'tllo¡; v oxlÍXO¡;. donde el sentido de ob-
palabras, posee una multiplicidad irreducible de significaciones; por
jetivo, proyecto, está reservado a este último término, desiKf1ando m's bien
'téloc; la estructura de la acción. Gr. V. GOLDSCHMIDT, Le sys/eme s/olden ello, se plantea el problema de saber qué es ese ser, no en ~anto
e/ l'idée de temps, p. 146. cantidad, cualidad, relaci6n, etc. (eso lo sabemos de sobra), SinO en

386 387
tuan-to que es ser, es decir, saber qué fundamenta, a través de I 1 télica, y, sobre todo, que será confirmada por el uso aristotélico
diversidad de sus acepciones, la legitimidad de su uso como nombr I palabra ouola en toda la obra de Arist6te!e~~~(a es una de
común. Podría decirse también que el problema del ser en cuanto
ser no se plantea en el plano del ser divino, porque aquí ser divino raras palabras que Arist6teles emplea a la vez para hablar de
y ser en cuanto ser coinciden; se plantea, al contrario, en el plano r alidades sublunares y de la realidad divina, sin que nada indi-
del ser sensible, porque lo sensible siempre se da bajo el modo de , que esa comunidad de denominaci6n sea sólo metafórica o
1 lógica. Hemos visto la ambigüedad que se ocultaba en la aplica.
la particularidad, y el ser en cuanto ser, exigido por la coherencia de
t n a lo divino de! vocabulario de la vida o e! trabajo humano, y
nuestro discurso, debe entonces buscarse más allá de dicha particu-
laridad. mo con eso sólo se conseguían aproximaciones. Aquí, por el con·
o río, puede hablarse sin reserva alguna de lo divino como una
Comprendemos así la confusión tradicional, por lo demás apoya-
I ncia, mientras que podríamos preguntamos, a la inversa, si los
da en el texto ap6crifo del libro K, entre el ser en cuanto ser y el
res sensibles no son sólo esencias «en cierto modo» y por deriva-
ser divino. Ambos coinciden efectivamente en el plano del ser di· 1 n. Contrariamente a la condición habitual del lenguaje humano,
vino, pero esa coincidencia no nos enseña nada a propósito del mun· t mos aquí en presencia de una palabra cuya significación origina-
do sublunar y, por tanto, no puede proporcionar una respuesta in·
ra no es humana, sino divina; no debemos, por tanto, vacilar en
mediata al problema de la ontología. Nos condenamos a no captar
tribuir a Dios un vocabulario que no tendría sentido más que para
la originalidad del proceso investigador de Arist6teles si, dando
por no existente su crítica al platonismo, le atribuimos esa idea de nuestra experiencia sublunar; pues si decimos que los seres sensibles
origen plat6nico según la cual el ser divino es la unidad del ser sen- n esencias, con mayor razón debemos decir que lo es Dios. En
sible, siendo entonces ese ser en cuanto ser que nuestro discurso {"recto, ¿qué es la ouola? Si intentamos comprender la palabra inde-
acerca de lo sensible postula como condición de su coherencia. Pero, pendientemente de las implicaciones «sustancialistas» con que la ha
si bien lo divino no exhibe esa unidad que la ontología busca, no rgado la tradición, ouol~ substantivo formado sobre el participio
por ello deja de guiar a la ontología en su búsqueda; la unidad del de! verbo Elvat, sólo puede significar el acto de lo que es. Ahora
ser divino, si bien no es e! principio constituyente de lo sensible, ien: este acto no se nos da, no se nos presenta nunca con más
sigue siendo el principio regulador de la investigaci6n ontol6gica de fuerza que en la presencia de aquello que, en el Cielo, es etemamen-,
la unidad. Todo el proceso de investigación de la ontología aristoté· te lo que es. De la Esencia de Dios no hablamos por extrapolación
lica aplmta a reconstruir, mediante e! espontáneo rodeo del lenguaje partir de la experiencia humana; sino que, al contrario, los seres
o a través de las mediaciones más doctas de la dialéctica, una unidad ensibles podrán acceder a la dignidad de esencia en la medida en
derivada que sea como el sustitutivo, en el mundo sublunar, de la que imiten a su manera la Esencia de Dios.
unidad originaria de lo divino. Entonces, ¿qué significa, en el mundo sublunar, la palabra
Esa sustitución y esa derivación serían, sin duda, imposibles, si o~ola? No otra cosa que el acto de lo que es, el acabamiento de lo
lo sensible no fuese receptivo para con la unidad, si nada en ello que está dado en la realización de la presencia, o, con una palabra
reclamase, desde el seno mismo de la carencia, la perspectiva de la que ya hemos encontrado, la entelequia. Sólo que en e! mundo sub-
unidad. Una observación de Aristóteles, lanzada incidentalmente en lunar ese acto nunca es puro, siempre está mezclado con la potencia,
la polémica contra la teoría de las Ideas, va a reanudar entre lo sen· porque ningún ser del mundo sublunar es rigurosamente inmóvil.
sible y lo divino el hilo que su crítica de las Ideas parecía romper. Al no ser inmóvil, es sólo objeto de un discurso múltiple, que trata
«Aquello que es signo de la esencia en el mundo sensible es también de captar mediante un rodeo su huidiza unidad. Hemos visto que
signo de ella en el mundo inteligible» 351. Los intérpre~s se han ese rodeo residía en la proposición, en el decir-de, el xa'tYjTopEtv,
planteado muchas veces el sentido de esta frase 352, preguntándose in· que es la estructura fundamental del discurso humano. Ahora bien,
cluso si expresaba una critica de Aristóteles o bien exponía el pen- la posibilidad misma de la predicación implica que el ser tenga va-
samiento de Platón. Es pl;eciso señalar, no obstante, que la preocu· rios sentidos, o, dicho de otro modo, que la esencia no sea el único
pación semántica que inspira esa observación es propiamente sentido del ser. Lo que vimos que era el error de los eleátas -haber
creído que el ser significa tan sólo la esencia- sólo es un error en
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e! plano de! mundo sublunar; es, por el contrario, la verdad profun-


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351 A, 9, 990 b 34. Esta fórmula parece proceder del 1tepi laewv i cfr. los
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da de la teología. El ser divino s610 tiene un sentido: significa la


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352 Cfr. L. ROBIN, La th~orie platonicienne..., p. 627. ss.


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esencia; en este sentido la unidad es en él originaria; en este sen·


388 389
tid?, ~slnusmo, es imposible acerca de él, en rigor, un discurso reparadas de lo sensible, cuya esencia son; y, además, porque no
atIIbutl.vo que no, sea negativo. El ser del mundo sublunar, por el 1. ten por sí mismas, sino que son universales que sólo tienen rea·
co~trarto, como solo ~e puede hablar de él y no contemplarlo en la lJ I d en el discurso humano. Por el contrarío, lo sensible está sepa·
umdad de su p~esenC1a, conlleva varias significaciones o categorías, Ido en el segundo sentido, en la medida en que el primero no se
y ~or eso ~u urudad debe ser buscada sin cesar. Quizá captamos así aplica; si la esencia de lo sensible no está separada de lo sensible,
meJ.o! el VInculo entre tesis que el análisis había desunido: la inapli- 1\ ensible, teniendo su esencia en sí mismo, y no ya en otra cosa,
cabilidad d,e las categorías a lo divino, la imposibilidad humana de rá «separado» en el sentido en que separación significa subsisten-
un~ te?logla que no sea negativa, no son sino consecuencias de la i . Decir que las esencias sensibles están separadas, es decir que
umv~ldad del ser de lo divino. A la inversa, la abundancia infinita n necesitan lo inteligible para existir 354; pero esta separación de lo
del discurso humano, la obligación en que se ve ~omo habían pre- nsible tiene como contrapartida, evidentemente, una «separación»
s~ntido lo~ megárko~-:- de escoger siempre entre la tautología y el rrespondiente de lo divino, que no sólo está separado de lo sensi-
CIrcunloqUIO, o tambIen, como muestra con más precisión Aristóte- le, sino que se basta a sí mismo, no conllevando carencia alguna, lo
les, entre la generalidad limitada o la universalidad vacía son la que Aristóteles declara con la expresión «ser por sí» 355. Las esen·
contrapartida de la limitación radical que afecta al ser dei mundo ias sensibles son, pues, como la esencia de lo divino, «separadas» o
sublunar y le ~pide ser plenamente un ser, o sea, no ser nada más t mbién «por sí».
que una esenCIa. De este modo se restablece, al margen esta vez de toda metáfora
¿Ha de decirse, por ello, que la esencia se degrada y acaba por obre la participación, la unión entre ser divino y ser sublunar; la
desaparecer en la multiplicidad que la materia impone a los seres esencia sensible, por su subsistencia -su separación- imita a la
del mundo su.blunar? Es~ sería la tentación del teologismo, que fue Esencia divina; es como la presencia de lo divino, o mejor, traduce
la de Parmémdes y Platon, y que negaría toda realidad a lo que no la divinidad de toda presencia, de toda entelequia. Sólo que esta
es, pura y simplemente, ser. Aristóteles hace constar por el contra- presencia nunca es total, esta entelequia nunca es pura. Una vez re·
rio, que la esencia sigue presente en el mundo sublunar no sólo conocido su común carácter de separación, hay que añadir que la
bajo la forma de imagen o reflejo, sino también en sí y p~ra sí. En esencia divina es el ser divino, mientras que la esencia sensible es
e~ecto; el mundo sublunar está lleno de estas presencias que, aun sólo una categoría de nuestro discurso acerca del ser, es decir, un
SIendo ev:mescentes, no por ello dejan de perpetuarse en la especie modo de la predicación entre otros. Lo sensible, en un sentido, es
o en el genero, y que dan lugar a esas unidades de significación sin más que su esencia: es también cantidad, cualidad, relación, etc. Pero
las cuales todo discurso inteligible sería imposible. Más aún a fin ese «más» es en realidad un «menos»: la reduplicación del discurso
de caracterizar esas esencias sublunares, Aristóteles recurr~ a la no revela sobreabundancia, sino deficiencia del ser; nunca se acaba
misma palabra con la que describía la separación platónica de las de hablar del ser del mundo sublunar, porque nuestro discurso so-
Ideas. Recientemente han sido descritas las etapas por las que pasó bre él es siempre ambiguo. La unidad se cORvierte así en una tarea,
el t.érmino X(J)plalló~ m, que, significando primero la separación pla- pero una tarea que no es ya esta vez un ideal lejano, pues en el
tómca .de la~ Idea~ por :especto a lo sensible, acabó por designar seno mismo de la dispersión aparece una unidad parcial, pero «sepa-
la SubSIstencIa o, SI se qUIere, la sustancialidad de las cosas sensibles rada», subsistente: la de la esencia. La esencia, no sólo en cuanto
mismas. La separación de las Ideas se opone a la inmanencia de las ser de lo divino, sino también en cuanto categoría de nuestro dis-
Ideas en lo sensible; pero inmanencia (ÉvalVat, ÉVtl1l:áPXEIV) significa curso sobre el ser, se define por su separación 356; es la única catego-
que ~na cosa es en otra, y, por tanto, que no se basta a sí misma, ría separada 3S7; es la única cuya destrucción ~omportándose en
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354 Es «separado» aquello que no depende de otra cosa y de 10 cual


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las exigencias de la separación: en primer lugar, porque no pueden nifica, por tanto, que lo sensible es fundamento de si propio.
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355 Cfr. el análisis del xa6'a1l'tá en 1:J., 18, 1022 a 24-36, especialmente 1.35:
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m C~r..E. DE STRYCKER, «La notion aristotélicienne de séparation dans
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3S6 Z, 1, 1028 a 34; 3, 1029 a 28; 14, 1039 a 32.


son app~ICatlOn aux Idées de Platon», en «Autour d'Aristote», Mélanges
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A. Manslon, pp. 119-139. 3S7 Fís., I, 2, 185 a 31: aúBEY rcip ,WY á),J..OlV XWplll'tÓY lll'tl 1tapti t7¡y aúmav.
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todas las demás 3.58. Así, la relación de imitación que «mueve» al m por exigencia» 360. Pero hablar de generación por exigencia
mundo sublunar entero hacia lo divino va acomoañada de una ten. ufie reconocer, y en Aristóteles más aún que en los neoplatóni-
sión igualmente imitativa en el interior mismo de nuestro discurso; • ue la generación acaso no estará nunca acabada porque la exi-
las categorías que no son la esencia imitan a la esencia, del mism I acaso no será nunca satisfecha; significa insistir, más de 10
modo que el mundo sublunar entero imita a la esencia divina. La I harán los neoplatónicos, en la precariedad de esas relaciones.
perfección de 10 esencial anima, como un ideal anhelado el movi. I gradación de 10 Uno en 10 diverso no es una mera astucia de
miento del dis~r~o humano, que ocupa así su puesto ~privilegia. no, la simple ocasi6n de una conversión. La separación, en Aris-
d~- en el mOVImIento del Cosmos, a quien mueve, al modo en que I I ,no es algo que al final va a ser necesariamente vencido: es
lo hace un ser amado, la perfección de la Esencia. , apertura, escisi6n que renace perpetuamente y que ningún
De. esta manera se aclara por fin el problema que planteábamos (u rzo finito puede superar. Así como el hombre se inmortaliza
al comIenzo de este capítulo. La problemática ontológica de la uni. n 10 posible», igualmente el universo s610 se unifica «en 10 posi-
dad no se opone ya a la problemática teológica de la separación. Si 1 ,es decir, sin poder alcanzar nunca la unidad originaria de 10
la separación comprometía la unidad del mundo y del ser -en Pla. Ilvino. El Dios de Arist6teles es un ideal, pero no más que un
tó~. y, más aún, en Espeusipo--, en Aristóteles se convierte para. I ; es un modelo imitable, pero porque es incapaz de realizarse él
d6~Icamente, y adoptando otro sentido, en el principio mismo de la I mo. La noción aristotélica de una moci6n meramente «final» tie-
untdad. Una cosa es tanto más <<una» para Aristóteles cuanto m~ como efecto, según vimos, transferir la iniciativa «eficiente»
separada está, es decir, cuanto más subsistente y esencial es. La uni. I de Dios al mundo y al hombre. Considerado por relación a nos-
dad no es ya una propiedad del todo, sino que está más o menos tros, el Dios inm6vil de Arist6teles no es ya más que la unidad de
presente en cada cosa, y sólo está totalmente presentada en Dios. nuestros esfuerzos; su trascendencia no tiene otro medio de mani-
Aristóteles sustituye la problemática de la unidad de lo sensible 'V 10 tarse que el propio impulso inmanente que suscita en los seres
inteligible ---aIYO error consistía en querer unificar dos domíÍUos ubordinados. Se comprende que Aristóteles no consagre tanto
s~tua.dos en dos planos diferentes y separados por la escisión cons- tiempo a describir ese ideal lejano como a hablar de la distancia que
tItutIva de nuestro mundo-- por la perspectiva de una unidad que, nos separa de él y del esfuerzo que el mundo y el hombre hacen para
perfectamente .subsistente en Dios, se realiza en diferentes grados, recorrerla; se comprende que atienda menos a la unidad subsistente
y con los medios de que en cada caso dispone, en cada una de las de 10 divino que a los medios estrictamente sublunares de reempla-
r~giones d;l ser. Unidad vertical y ya no horizontal, podríamos de- zarla, y que la inspiraci6n teológica, sin dejar de ser «motriz», ceda
cu; no untdad de lo diverso, sino unidad que se unifica en 10 diver- cada vez más el puesto a la investigación ontológica.
so, o mejor, esfuerzo de lo diverso para igualarse a la unidad subsis- Por último, si bien es cierto que la teología es divina en un do-
tente de Dios. Sólo hay unidad originaria en Dios: todas las demás ble sentido -ciencia de Dios para Dios-, la ontología llega a ser
unidades son derivadas, «imitadas». Pero, a la vez, es la unidad mis- en Arist6teles en sustitutivo humano de una teología imposible
para nosotros. Para Dios no hay ontología, pues Dios no conoce el
ma la que, inmediatamente realizada en Dios, «mueve» las indefini-
mundo y no tiene que preocuparse de las «imitaciones» que su au-
das mediaciones de 10 sensible; siendo atributo, o más bien esencia sencia hace necesarias y su contemplación posibles. Para el hombre,
de. Dios, es un ideal para el mundo, una tarea para el hombre, a en rigor, no hay teología, pues es incapaz de remontarse por medio
qUIen Aristóteles propondrá, en la Etica a Nic6maco, que «se inmor- del discurso hasta el principio, y de hallar en su visión fugitiva del
talice», es decir, que se divinice, «tanto como le sea posible» 359. En cielo el fundamento de una deducción del mundo. En este sentido,
este movimiento de 10 Uno, que suscita «imitaciones» en 10 sensible teología y ontología serían dos aspectos, divino y humano, de una
en el mismo momento en que parece degradarse en ello, no podemos misma ciencia: la de la unidad. La teología sería una ontología para
dejar de reconocer 10 que los neoplatónicos llamarán conversión y Dios, y la ontología una teología para el hombre. Pero con decir eso
procesión, al no estar ambas opuestas como «un retomo que anula no bastaría, pues ninguna mirada, ni siquiera la divina, podría abar-
un viaje de ida», sino como dos aspectos complementarios de 10 car la dispersión sublunar; 10 que distingue aquí a la investigación
que un intérprete contemporáneo ha llamado felizmente una «gene- ontológica de la unidad «deseada» por respecto al saber teológico de
la unidad «originaria» no es una mera diferencia de punto de vista,
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CAPITULO II

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en un mundo donde hubiese s610 movimiento. to está llegando ya?.. No puede tratarse más que de
una cosa que tenga partes, de las que una estará ya
dentro mientras que la otra estará fuera... Por consi-
guient~, ]0 uno no se mueve con ninguna especie de
movimiento.»
(PLATÓN, Parménides, 138 d-a.)

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DEL MOVIMIENTO QUE DIVIDE

Al principio de la Ennéada VI, Plotino dirige contra la teoria


aristotélica de las categorías un reproche que, si nuestros anteriores
análisis son exactos, revela una profunda incomprensi6n de esa doc-
trina: «Las categorías de Aristóteles son incompletas, pues no ata-
ñen a los inteligibles» 1. En realidad, si las categorías expresan los
múltiples sentidos del ser, no es sorprendente que no tengan punto
cIe-apl:itaOOn allí donde el sentido del ser es inmediatamente uno,
es decir, en el dominio de lo inteligible. Y si las categorías se revelan
s610 en el discurso predicativo, es natural que no pueda encontrár·
selas alli donde la predicaci6n es imposible, ya que dentro de la
unidad de lo inteligible no puede producirse la disociación de un
sujeto y un predicado. Las categ?óas supo~en una dobl~ e~~si<>;n:
escl310n el ser en cuanto ser segun la pluralidad de sus slgmftcacro-
r .:s, y escisión de tal y cual ser concre.to eJ.l ~ sujeto y un predi~~do
que no es el sujeto. Ahora ,bien, lo mteliglble no c~)DIleva e~crs16n
alguna de ese género: es uruvoco, y no puede ser SUjeto de nlOguna
atribuci6n. Por tanto, lo inteligible repugna a las categorías, porque
es inmediatamente lo que es, haciendo así superflua toda distinci6n
de sentido, y porque no puede ser otra cosa que lo que es, haciendo
así imposible toda predicación que no sea tautológica. Plotino esta-
ría de-ª-cuerdo en que el Uno repugne a la ambigüedad del discurso
humano así como a la disociaci6n predicativa. pero le extraña que
Arist6teÍes-se haya dado cuenta antes que él sin dar, eso es cierto,
razones caras oe ello.
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Ennéadas, VI, 1, 1.
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Mejor ~spirado estará San Agustín cuando, en el De Trinitate, It ho», lo que es verdadera y realmente ente~. El Dios de AristÓ·
vuelva a la Idea p~otoniana de la inefabilidad del Uno, pero emplean. lIs es indiscutiblemente esencia, y el hecho de que esta esencia
do esta vez, para ilustrarla negativamente, el vocabulario aristotélico té inmóvil y separada no la convierte en una esencia eminente y
de las catego~ías; «.Debemos representarnos a Dios, si podemos, uperlativa, sino que realiza lo que caracteriza normalmente a toda
como bue~o sI? cu~ltdad} gra~~e sin cantidad} creador sin privaci6n, ncia. Se ha observado 6 que la esencia es concebida tanto por
presente s10 sttuact6n, contemendodo todo sin tener} ubicuo sin es. Aristóteles como por Platón según el modo de la presencia: la
tar en un lugar} eterno sin estar en el tiempo, actuando sobre las (¡·jola es 1tapouola. Ahora bien, la presencia nunca se halla tan bien
c<;>sa~ móviles sin moverse él mismo, y no sufriendo pasi6n alguna» 2. r alizada como en la permanencia y la separación, es decir, allí donde
SI ~Ien San Agustín expresa así la impropiedad del vocabulario cate. sa presencia no es puesta en cuestión por el movimiento, ni subor·
gorlal cuando se trata de expresar la realidad trascendente de DiC's dinada a otra presencia. El Dios de Aristóteles es, por tanto, pura
no lo ?ace, ~~ame~te, para excluir en general a las categorías <leí presencia de aquello que se ofrece a nosotros en la eterna suficiencia
f lenguaJe teologlco, S100 para no conservar más que una la única de su acabamiento siempre realizado. Por el contrario, las esencias
, a.tribuible a Dios: pues si bien Dios no es cantidad, ni ~aUdad... ni móviles, y siempre parcialmente dependientes, propias del mundo
'\ . , tIempo, etc., «no obstante es sin duda alguna sustancia o meJ'or ublunar, son sólo esencias imperfectamente; sin duda también ellas
dIC . 3 A pesar de lo que podría parecer ·una importante
' ho, esenCta». ' , están dadas en una presencia, pero ésta es evanescente o, al menos,
I restricción, San Agustín seguía siendo estrictamente fiel en esto a la subsiste sólo como invisible, oculta tras la sucesión de los atribu·
doctrina aristotélica: en Dios no hay categorías. Hacer aparentemen. tos cuyo «sustrato» es. La diferencia entre la Esencia divina y las
te una ~xcepción con la esencia no era, en realidad, hacer excepción: esencias sublunares está en que la primera es transparente en su in-
la eSt;nCla no es una categoría en sentido estricto, si es cierto que la tegridad y coincide con su manifestación) mientras que las segundas
esenCIa sólo. se ~tribuye a sí misma secundariamente y no es, pues, deben siempre buscarse, en su permanencia invisible, tras los acci·
catego~ía prImarIamente. Por otra parte, la noción de categoría sólo dentes que se les añaden. La imperfección de las esencias sublunares
se e!ltIende e?- plural, pues no tiene más función que designar los se expresa en el hecho de que no son sólo esencia, sino también can·
s~nt~~os múlnples del ser; decir que lo divino es esencia y sólo eso, tidad, cualidad, y están en relación, en situación, en el tiempo o en
SIgnifIca reconocer que el ser divino no se divide según una plura. un lugar, etc. Ese también parecería indicar que en las esencias sub·
lidad d7 sig?Üicaciones y que, entonces, podemos ahorrarnos el vo- lunares, múltiples y complejas, hay más que en la unidad y simplici-
cabularIO nusmo de la categoría. De hecho, así lo entendía Aristó- dad de la Esencia divina. Pero ese «más», como vimos, es en realidad
teles, y cuando hablaba de la Esencia divina no lo hacía viendo en un «menos»; 'la abundancia infinita de la palabra traduce aquí una
ella la primera de las categorías, sino lo que hacía inútil en Dios insuficiencia ontológica; si se habla tanto del ser del mundo sub·
toda plur~da~ cat7~orial, e imposible toda predicación ;n generl lunar es porque no puede decirse lo que es. Los rodeos a través de
Pero SI lo lOteliglble no comporta, en Dios, categorías, si -por la predicación y las categorías no son sino pálidos sustitutivos de
lo tanto-- la categoría es una noci6n ontológica y no teológica, que- una intuición ausente. El hombre no derrocha palabras más que
dan por dar las razones. Presentimos las que dará la tradición neo- cuando no ve bien lo que dice. Pero advertimos entonces el proble-
p!atónica: Dios o el Uno están más allá de todo cuanto puede de. ma que se le plantea a Aristóteles, y que es inverso del que se les
Cltse de ellos; para Plotino y Proclo, están incluso más allá de la planteará a los neoplatónicos: no se trata de saber cómo un lenguaje
esenci~, es decir, de la más alta de las categorías; de un modo gene- hecho para hablar del ser sensible puede elevarse hasta el ser de
ral, DIOS no es, pues el vocabulario ontológico está demasiado caro Dios, sino de cómo una intuición humana, destinada a ver el ser
ga~o de i~plicaci<;>nc:s sensibles como para aplicarse, incluso por ana- divino, puede degradarse en un discurso indefinido acerca del más
logIa, a J:?ios. Anstoteles, en este punto, es más platónico que los insignificante ser del mundo sublunar. No es que el Dios de Aristó·
neoplatómcos; o, por lo menos, no se fija tanto --considerando a teles esté más allá del ser: es el ser del mundo sublunar el que está
Platón- en aquello que podría convertir a Dios en un «más allá de
la esencia»" como en los textos que lo llaman «el ser propiamente 5 "O ~atlY ¡¡vtW~ (Fedro, 247 e); 1tavtE'l..Ül; ¡¡v (Sofista, 248 e).
6 «El hecho de que el ente en su autenticidad sea comprendido como o6cill,
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2De Trinitate, V, 1. 1tapOOmll, en un sentido que, por su ralz, quiere decir estar presente (Anwe·
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Rep., VI. 509 b. probl. de la métaphysique, 44. Cfr. Sein und Zeit, p. 25 ss.).
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más acá del ser, es decir, de Dios. La teología de Aristóteles no es Ltlle, en su origen y en su apariencia externa, el esquema aristotélico
una ultra-ontología: es su ontología, por el contrario, la que se cons- , ndía hacia aquel que la tradición conservará, pero que Aristóteles
tituye como el más-acá de una teología que no llega a alcanzar. El nunca asumió a fondo, el proceso efectivo del pensamiento del filó-
problema de Aristóteles no es el de la superación de la ontología, fo descubre otra estructura, que es la inversión de la primera: el
sino el de la degradación de la teología. ¿Cómo pasar del ser que es r en genera!, es decir, tal y como debería ser en su generalidad,
lo que es al ser que no es en absoluto lo que es? ¿Por qué se frag- e el ser divino y, por el contrario, el ser en cuanto ser del mundo
menta la unidad, se complica la simplicidad? ¿Por qué la univocidad ublunar es quien conlleva la particularidad de estar dividido respec-
deja el puesto a la ambigüedad, y la rectoría a la separación? He. lO de sí mismo. Por otra parte, el ser divino acaba por representar,
mas visto plantearse progresivamente estas cuestiones en el capítulo de becho, en Aristóteles, el papel que lo posible representará en los
anterior, cuando Aristóteles se nos ha aparecido menos sensible a lo leibnizianos: se trata, en efecto, del ser esencia! que no conlleva
que había de fuerza unificadora en la trascendencia que a la separa- ninguna de las limitaciones de la existencia sensible; y, a la inversa,
ción que ella implicaba: separación del ser sensible y el ser divino el ser en cuanto ser de la ontología aristotélica no es el ser mera-
y, más en profundidad aún, división del ser sensible respecto de su mente posible, sino ese ser históricamente realizado en el mundo
propia esencia, es dedr, respecto de sí mismo. El problema de Aris- sublunar que el hombre encuentra en el horizonte de su discurso y
tóteles no es el de la superación, sino el de la escisión. de su acción. Hay que invertir, por tanto, la relación que una tra·
Antes de considerar la respuesta que Aristóteles aporta a este dición persistente', más atenta a las declaraciones de principio del
problema, o más bien antes de mostrar en qué medida la filosofía de filósofo que a la realidad de su proceso de investigación, instiluye
Aristóteles en su conjunto es una respuesta a este problema, convie- entre la ontología y la teología de Aristóteles: es la ontología de
ne poner de manifiesto la originalidad de esta problemática, origina- Aristóteles, y no su teología, la que debe ser entendida como mela-
lidad ignorada por la tradición. Quisiéramos probar que la inversión physica specialis, metafísica de la Particularidad, de la Excepción,
de la carga de la prueba que, en Aristóteles, pasa del teólogo al teó-
rico del ser en cuanto ser, obliga a invertir la relación que la tra- 7 Es la ;... terpretación que se desprende del libro de W. JAEGER (Aris-
dición aristotélica establecerá entre melaphysica generalis y melaphy- lo/eles, pp. 226-228) Y que repite por su cuenta M. HEIDEGGER (Kan/ )' d
Jica specialis. problema de /a metafísica, pp. 16-18 de la ed. alemana). Tras este esquema
demasiado sencillo, Heidegger advierte, con todo, un «apuro» (Ver/ef.enhei/),
La tradición que, surgida de Aristóteles, hallará su más cumplida revelatio por el tftulo ambiguo de Me/afísica (p. 18). El apuro consiste en
expresión, a través de la escolástica y en particular de Suárez, en la que Arist6teles deseada fundar la me/aphysica genera/is en la me/apbysica
metafísica leibniziano-woUfiana J verá en la teología una promoción specialis, y no a la inversa, pero, en vez de situar el fundamento en el ser
del ente lo sitúa en lo «divino», que no es más que una reRi6n del ser,
de la ontología genera!, sugiriendo el concepto leibniziano de pro- privilegi~da sólo porque 4Ca partir de ella se determina el ente en su totalidad»
moción, a la vez, la relación de deducción y de eminencia que uniría, (p. 17). Por un «olvido» que caracteriza la degradaci6n de la ontoloRía en
en esta perspectiva, el ser divino con el ser en general; efectivamen- metaHsica, Arist6teles substituye la cuesti6n verdaderamente fundamental del
te, en cierto sentido, el primero se deduce del segundo mediante ser del ente por la de la totalidad del ente, captada a través del ente más
universal, que es el divino. Cfr. ibid., p. 199; Holzwege, p. 179, y el opúsculo
una simple «especificacióm>, siendo lo divino un caso particular del Die on/o-/he%gische Ver/assung der Me/aphysik. La distinci6n entre me/apby-
ser en cuanto ser; pero la particularidad de 10 divino es «eminen- sica specia/is y me/aphysica generalis no pasa ya exactamente entre la teología
te», y la melaphysica specialis es a! mismo tiempo una metafísica pri- y la ontología (tal como la entiende Ar.), sino que hace interna a la teología,
mera. Desde otro punto de vista, el ser en cuanto ser designa al ser la cual, en cuanto que sigue siendo «general»-, no llega a constituirse en
Fundamen/a/on/%gie. Pero si bien Heidegger muestra correctamente lo que
posible, mientras que la teología se ocupa del ser supremamente tiene de «general» la teología de Arist6teles, creemos por el contrario que
real. Ahora bien, esa doble oposición -lo particular y lo general, hay que buscar en la teoda aristotélica del ser en euanto ~er esa dimensi6n
lo real y lo posible-- vuelve a encontrarse en la problemática aris- cfundamental» que Heidegger no encuentra en la teologfa del Esta~irita. Por
totélica, pero en realidad invertida. Hemos visto la repugnancia de último, MERLAN (From P/atonism /0 Ne<rp/a/onirm, cap. VII: cMetaphysica
generalis in Aristotle?»-) insiste en el esquema tradicional para neRa! que haya
Aristóteles en convertir la teología en una ciencia «especial», y una metaHsica general en Aristóteles, hallándose el ser en cuanto ser identi-
cómo, si bien la teología era presentada a veces por él como una ficado por él con lo divino, y no siendo por ello sino una cespecie especial»
«parte» de la filosofía en general, el ser divino nunca era relegado del ser en general (p. 151). Hemos disco.tido ya esta concepci6n (que es tam-
a! rango de una simple «parte» del ser en cuanto ser, pot la decisiva bién la del Padre Owens) en el capítulo anterior. Añadamos aquI que el ser
en cuanto ser nos parece igualmente cespecia1:t., ya que designa, en su unidad
razón de que este último, de hecho, no designa tanto el ser en gene- buscada, al ser del mundo sublunar, pero sólo es cespecial», contrariamente
ral como el ser en genera! del mundo sublunar. Así, si bien es cierto a lo que piensan Merlan y Owens, en la medida misma en que no es lo divino.

398 399
no ya eminentes ahora, sino deficientes, a la cual constituye, pOI
relación al Ser esencial, el ser del Mundo sublunar. Ya no corres- r en movimiento y el ser inmóvil no son, como hemos visto 11, dos
ponde, pues, al teólogo explicar la Particularidad, sino al teórico del I cies opuestas en el interior de un mismo género. El movimiento
ser en cuanto ser. En efecto: no es el ser del mundo sublunar el que es una diferencia específica, es decir, cuya presencia o ausencia
es el «ser medio» y, por tanto, obvio, sino el ser divino. Es la teolo- impediría proferir un discurso unitario sobre los seres a los que
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gía, y no la ontología, la que aparece como la teoría del ser «mediolt, cta o no afecta. No es una diferencia que dejaría subsistir una
de un ser del que no hay nada que decir, salvo que es lo que es y Unidad más alta; es la Diferencia que hace imposible, por principio,
que no es lo que no es; y, por el contrario, es la ontología la que, 11 a unidad, es el Accidente que no es un accidente más entre otros,

en cuanto búsqueda de la unidad en la escisión, se constituye como ano aquello en virtud de lo cual la unidad del ser se halla afectada
metafísica de la finitud y del accidente, respuesta al asombro ant In remedio por la distinción entre esencia y accidente; es el corte
lo que no es obvio; a ella hay que restituir, por último, en el proceso que separa el mundo del accidente y el mundo de la necesidad. Que
efectivo de la investigación de Aristóteles, aquella dimensión de la h ya grados en la accidentalidad, que el movimiento regular de las
particularidad que una reconstrucción abstracta de su filosofía tras· feras celestes se aproxime más a la inmutabilidad del Motor inmó-
ladaba indebidamente a su teología. vil que los movimientos irregulares del mundo sublunar, tal adver·
¿Cuál es, pues, la particularidad del ser en cuanto ser del mun· f ncia en nada empaña el hecho de que el corte comienza allí donde
do sublunar? Hemos visto hasta aquí sus características negativas: comienza el movimiento, de que la degradación está presente ya
no es un género, se dice en varios sentidos, su unidad no está dada desde el movimiento del Primer Cielo, aun cuando no alcance su
sino que se la «busca», sólo se manifiesta oblicuamente en la diso- grado más bajo hasta la imprevisibilidad de los movimientos internos
ciación predicativa, etc. La tarea de una ontología fundamental in- 1 mundo sublunar y, en particular, hasta la inconstancia de las accio-
cluso si en Aristóteles continúa siendo implícita, consistiría en bus. nes humanas. A la inversa, la ontología, nacida de la reflexión la·
car el fundamento de esa escisiparidad que afecta al ser del mundo boriosa de los hombres sobre el ser que les es más familiar -el del
sublunar y que provoca que no realice la esencia del ser en general, mundo sublunar-, podrá elevarse hasta la consideración de ese ser
tal como la vemos realizada en el ser divino. La respuesta a esta cuasi divino que es el de los cuerpos celestes. Pero nunca franqueará
cuestión cabe en una palabra, el movimiento. El movimiento es, en la distancia infinita que separa el Primer Móvil del Primer Motor
efecto, como ya habíamos barruntado 8, la diferencia fundamental inmóvil; bebiendo partido del movimiento, nunca alcanzará el Prin·
que separa a lo divino de lo sublunar 9. El que haya intermediarios cipio -es decir, el comienzo-, inmóvil él mismo, del movimiento.
entre la inmutabilidad del Primer Motor y el movimiento disconti· Por consiguiente, lo mejor es hacer abstracción provisionalmente
nuo y desordenado de los seres del mundo sublunar no debe enmas- de los intermediarios, y considerar el movimiento en su radicalidad.
carar la radicalidad del corte que así se instaura dentro del ser 10. El
Quizá así captaremos la fuente misma de la ontología que, nacida
8 Cfr. más arriba, cap. 1.0, ad init. de necesidades humanas, forzosamente encontrará primero aquello
9 Esta afirmación puede parecer extraña si recordamos que los «cuerpos
divinos», los astros. se mueven con un movimiento circular y eterno. Pero
precisamente la circularidad y la eternidad de ese movimiento lo aproximan tido) (cfr. De Coelo, n, 12). Cfr. D. J. ALLAN, The Philosophy 01 Aristotle,
a la inmovilidad: hay un movimiento inmóvil como más tarde habrá, para trad. alemana, pp. 24-27, 30, 118-119). Las criticas que VERDENTUS (<<Traditio-
Lucrecio. una mors immortalis. Ciertamente, esa restauración de la inmovili- nal and Personal Elements in Aristotle's Religion», Phronesis, 1960, esp. n. 33
dad mecliante el rodeo del movimiento manifiesta la primera «impotencia. de y 46) dirige contra esta interpretación, invocando textos donde Ar. parece
Dios y el comienzo de la degradación que acabará de producirse en el mundo referirse a las opiniones tradicionales sobre la providencia, la omniscencia y la
sublunar. omnipresencia de Dios, no nos parecen probatorias, pues esas opiniones son
10 Parece que, a partir del De philosophia, Ar. criticó la concepción, ex· presentadas generalmente bajo forma condicional (p. ej., Et Nic., X, 9, 1179 a
puesta por Platón en el libro X de las Leyes, de una Providencia divina que 23 ss.), y más bien como un deseo que como una aseveración. Tampoco con-
penetraba el propio mundo inferior, aunque fuese por la mediación de «ayu- sentiríamos en presentar, según hace Verdenius, como una contribución posi-
tiva de los dioses, el movimiento del sol a lo largo de la eclíptica, aun incluso
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lo eran para la astrología persa, ya rechazada en este punto por Eudoxio. Las
almas de los pl~netas, aun cuando sean más «divinas» que las del mundo A, 5, 1071 a 15 (VERDENIUS, arto cit., n. 50). No en Aristóteles, sino en los
sublunar, no estan menos abandonadas que éstas por parte de un Dios indife· estoicos, hay que buscar el desarrollo, en el sentido de una cosmología unitaria,
rente o impotente, y es por propia iniciativa como se esfuerzan en «imitar» de las perspectivas provtdencialistas del Platón viejo.
11 A propósito de la dualidad de lo corruptible y lo incorruptible
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la perfección subsistente del Primer Motor (que sólo es «motor» en este sen·
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de una umdad cuyo mOVlmlento lo frustra a cada instante. r leza como «principio y causa del movimiento» IS. El libro III
Pero, si bien el movimiento constituye la experiencia fundamen- I fine el movimiento en sí, e inaugura luego un estudio, proseguido
tal del hombre, por constituir la realidad más familiar a él ofrecida n el libro IV, de lo que podríamos llamar los requisitos del movi-
en e,l mundo sublunar, eso aún no prueba que tenga su sitio en una miento: lo infinito, el lugar, el vado, el tiempo. El libro V estudia
teorla d:l ~er en cuanto ser. De hecho, Aristóteles trata ex profeso 1 diferentes especies del movimiento. El libro VI demuestra cierto
del mOVlffilento, no en el marco de los escritos metafísicos sino en número de proposiciones que, en los libros VII y VIII, servirán
el de la Física. Más aún: el movimiento parece obviamen~e ser el 1ara demostrar la existencia de un Primer Motor inmóvil; sin duda,
único objeto de la física, ya que Aristóteles afirma desde el comienzo . te primer principio es inmóvil y, por ello, su estudio nos da acceso
de la Física que 10 propio de los seres de la naturaleza (rei Cf':l:ltY.li) la teología; pero basta con recordar que es motor para darse cuen-
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es estar en movlffilento 12 . D e hecho, una simple ojeada al contenido ta de que su inmovilidad es pensada aquí como condición de la posi-
de los diferentes libros de la Física muestra que, directa o indirecta- bilidad del movimiento.
mente, sólo se trata en ella de esa realidad fundamental para los En cambio, la Metafísica, si hacemos abstracción de la segunda
seres naturales que es el movimiento. Es cierto que el libro primero mitad del libro K (8-12), que no es más que una compilación de la
no trata expresam.en~e. del movimiento, sino sólo del número y na- Física, sólo trata una vez del movimiento, en el capítulo 7 del li·
t~ralez:a ~e los prmClplOS. Pero ¿de qué son principios tales princi- bro Z. Este breve estudio, y sobre todo su posición, plantean --como
pIOS? ArIstóteles no se siente obligado a decirlo, pues ésa era una veremos- un problema que no resuelve viendo en este pasaje una
cuestión tradicional, cuyos datos conocía todo el mundo. De hecho, mera digresión o un simple recordatorio de los resultados de la Fi·
la cuestión del número de los principios está inmediatamente vincu- sica. Pero en conjunto puede decirse que ni el movimiento ni aún
lada a la del movimiento: los filósofos que enseñan la unicidad del el ser en movimiento parecen ser objeto explicito de las especula·
principio son los mismos que sostienen la imposibilidad del movi- ciones metafísicas. A los comentaristas no les preocupará esa ausen-
miento, y para salvaguardar -a la inversa- el movimiento, que es cia, ya sea porque interpreten la metafísica como teología, ya porque
la cosa «común» a todos los seres naturales 13, Aristóteles admite la vean en ella una teoría general del ser; en el primer caso, efectiva-
pluralidad de principios. En cuanto a la naturaleza de éstos será mente, la metafísica trataría de lo inmóvil; en el segundo, haría
inducida de un análisis de la generación; está por una parte h cosa «abstracción» de esa «particularidad» que es el movimiento para
que deviene -o materia-, por otra, aquello en que se convierte considerar sólo lo que hay de «común» entre el ser en movimiento
mediante la generación --es decir, la forma- y, finalmente, lo y el ser inmutable; en este punto, la metafísica prolongaría hasta
opuesto a la forma, a partir de 10 cual la forma adviene -a saber, un más alto grado de abstracción el esfuerzo ya emprendido por las
la privación 14_. La relación del libro II con el problema del mo- matemáticas, que consideran el ser físico como si fuera inmóvil, sa-
biendo muy bien que no 10 es 16; en definitiva, la metafísica se dis·
12 Fís., 1, 2, 185 a 12: 'lIp.iv 8' l,.::oxeio/)IO "ta ,(lÍoet ~ 1távta r. eVla Xlvoóp.eva tinguiría de la física por la abstracción radical del movimiento.
e/val. Emplearemos en todo lo que sigue la palabra movimiento' en el sentido Pero esta sistematización tradicional de las relaciones entre me·
muy general que parece tener en esta fórmula la palabra xlvoóp.:va, confirmado tafísica y física implica una concepción del movimiento que nos
por el empleo, en 1.. Metpfisica, de la voz dxivl)"tov para designar la inmutabi- parece contraria a la concepción que la propia Física de Aristóteles
lidad de las realidades inteligibles. Así, pues, no tendremos en cuenta la cla- nos sugiere. Toda la teoría física de Aristóteles contradice la idea
sificación que propone Aristóteles en el libro V de la Física y según la cual
la kinesis (paso de un contrario al otro) sería, al lado de la rÉveol:; (paso del
de que el movimiento sea una propiedad accidental, de la que basta·
no-ser ~ ser o del ser al no-ser), una especie de un género que sería la p.C"ta~olr" ría hacer abstracción para hallar la esencia del ser en su pureza. En
el cambiO en general (V, 1, 225 a 12-20 a J4-b 9). En realidad Aristóteles no realidad -y esto es lo que Aristóteles quiere decir cuando opone lo
se atien~ él mis~o .a. dicho esqu~ma. y emple~ indistintamente ~ivr,ot<;, rÉ·,eol<; y corruptible y lo incorruptible como dos géneros-, el movimiento
11Eta~olY) para slgDlficar, en conjunto, el fenomeno que afecta a los seres dis- afecta enteramente al ser en movimiento; si no su esencia, es al
tintos de~ divino. Para evitar toda ambigüedad, baste con recordar que, en

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esta termmología, la palabra movimiento no designa sólo el movimiento local
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14 Ibid., 1, 7, 190 b 10-17. Aristóteles atestigua que la discusión sobre
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Icomo sucede en otras circunstancias, remita a «otra investiga·
menos una afección esencial: la que le impide radicalmente coincidir 1 n» -propiamente ontológica- una discusión que no compete a
con su esencia; no es un accidente entre otros, sino 10 que hace que el ciencia física. De hecho, no ocurre asÍ. Aristóteles, tras haber re-
ser en general conlleve accidentes. En este sentido, la física aparece sin rdado el principio, no se apura más con esa distribución de como
duda como lo que precede a la metafísica, pero ya no en el sentido en I lencias entre el físico y el teórico de los principios comunes. Em·
qu 7,entendía!1. esto los comentaristas: no es la ocasión de la especu- r ode inmediatamente la refutación de esos filósofos que socavan
lacron metafísIca, el punto de partida de la ascensión abstractiva
sino que condiciona de cabo a rabo el contenido mismo de la meta~
I cimientos de la física, pues, como dice a modo de justificación,
i bien su estudio no es físico, suscitan a veces aporías físicas» 20.
fís!ca! ~a física hace ~ue la ontología no sea una teología, ciencia del '1 la discusión y el establecimiento de los principios de una ciencia
ptmclplo del que denvaría el ser en su integridad, sino una dialécti. n compete a esa ciencia, sino a la «precedente» (y sabemos que
ca de. la escisi~n y la finitud. Si se nos permite utilizar aquí el voca. 11 hay intermediario, en la jerarquía de las ciencias, entre la física
bulano de HeIdegger, no es en la teología, sino en la física, donde V la «filosofía» en general, de la que aquélla es una parte), podem05
ha ~e buscars~ ~o que hay de fundamental en la ontología; no es a I cir que la investigación acerca de los principios, que ocupa todo
partIr de lo divmo como se determina el ente en su totalidad sino 1 libro 1 de la Física, es ontológica y no física.
que es el movimiento quien constituye el ser del ente en cuan~o tal ¿De qué se trata, en este caso? Negativamente, de resolver una
del mundo sublunar.
dificultad previa suscitada por quienes dicen que todo es uno. ¿Por
Este enraizamiento de la ontología aristotélica en la experiencia qué semejante teoría pone en cuestión la posibilidad misma de la
f~n?amental ?el, movimiento puede mostrarse de dos maneras: 1) la frsica? Aristóteles no se explica directamente acerca de este punto.
Fmca de ArIstoteles es ya una ontología; 2) la teoría del ser en Pero el hecho de que los filósofos aludidcs sean los eléatas y de que,
C1;1anto ser extrae su contenido efectivo (que consiste, como hemos en ellos, la tesis de la unidad del ser vaya ligada a la de la inmovili·
VJsto, en la distinción de las significaciones del ser y la búsqueda de dad del uno, parece sugerir que, si los eléatas ponen en cuestión la
su problemática unidad) de una reflexión sobre el movimiento. física, es porque niegan el movimiento y, por tanto, la ciencia del
ser en movimiento. De hecho, Aristóteles parece unir las dos cues·
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tiones, cuando escribe, como para eludirlas ambas: «En cuanto a


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averiguar si el ser es uno e inmóvil, eso no compete a la investiga·


Respecto al primer punto, la tarea nos es f~cilitada por el mis. ción sobre la naturaleza-» 21. Esta advertencia no impide, por lo de-
~o Aristóteles. Desde las primeras páginas de la Física, se nos pre. más, que Aristóteles, como hemos dicho, haga caso omiso de ella:
vJer.te de que la investigación física presupone una averiguación más todo el libro 1 de la Física estará consagrado a una discusión de los

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cipios no se refieren sólo a significaciones, sino a existencias 8, la Pero una observación de Aristóteles, en dos ocasiones, va a manifes-
existencia misma de cada ciencia particular se encuentra pendiente tar quizá involuntariamente que, en realidad, es la existencia del
~e. una es~~ción más alta. Por tanto, no es propio del físico jus- movimiento la que se halla en cuestión tras la polémica sobre la
tificar su Clencra contra los que ponen en duda su mera posibilidad, unidad.
negando la existencia de su objeto: «Así como el geómetra no puede Tras haber recordado 'brevemente en qué términos plantean sus
hacer más que callarse ante quien critica sus principios (es compe. predecesores el problema de la unidad, Aristóteles introduce, sin
te~cia de otra ciencia, o de una ciencia común a todas las otras), lo preocuparse por manifestar su relación con el problema anterior,
mIsmo ocurre con quien estudia los principios [físicos]» 19. La meno esta afirmación solemne: «Postulemos como principio que los seres
ción de este pripcipio general podría hacernos esperar que Aristóte- de la naturaleza, en todo o en parte, son movidos; por otra parte,
Cfr. 1.' parte, cap. I1, § 4.
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eso está claro 'por la inducción» 22. De este modo, Aristóteles opon I r porciona una imitación de la eternidad. Pero 10 que conviene
a los razona1D1entos «erísticos» de los eléatas la afirmación serena ñalar antes que nada es que esa imitación es irrisoria. No hablamo!>
pues está fundada en la «inducción», de la existencia del movimien~ '0 el mismo sentido del reposo de Dios y del reposo del mundo sub-
to en la naturaleza. Nótese aquí el verbo tl):oxelo6w, que, más qu lunar, Mejor dicho: Dios no conoce el reposo (~pel.l.¡a), sino que es
una hipótesis o un postulado (términos que serían insuficientes para IOmóvil (dXlVYjer¡;). Aristóteles distingue claramente entre la inmo-
expresar el resultado de una inducción), parece designar una cons. vilidad --que es contradictoria del movimiento (dXIVYjoíQ en sentido
tatación realmente fundamental, la que va a ser la base rara vez tricto)- y el reposo, que es sólo su contrario. La inmovilidad es
formulada quizá, pero siempre presupuesta, de las consideraciones 1 negación del movimiento (aunque sería más exacto decir, para
sobr~ ~a naturaleza que ~eguirán. Imposible sugerir mejor que el re tablecer en su derecho a la verdadera positividad, que el movi-
movuruento no es un fenomeno accidental, sino verdaderamente sus- miento es la negación de la inmovilidad); el reposo no es sólo su
tancial, una dimensión fundamental del ser de lo físico es decir de privación. «Lo inmóvil es aquello que de ningún modo puede ser
lo que exi~te, tpú~el. por naturaleza. ¿No hay, con tod;, una imi>or- puesto en movimiento (como el sonido es invisible); ... o también
tante restrICCIÓn en esa frase? Aristóteles no dice: todos los seres quelIo que, siendo por naturaleza apto para moverse y capaz de
naturales; sino <<1os seres naturales, ya todos, ya algunos» (~ ..Úyea i hacerlo, no se mueve, sin embargo, cuando, donde o como debe
EW1). ¿Significan estas palabras que, entre los seres naturales t1no~ hacerlo naturalmente; éste es el único caso de inmovilidad que
son, ~o~idos y otros no? Pero entonces, si se trata de una ~imple llamo ser en reposo. En efecto, el reposo es contrario al movimien-
ver!ficacJó~ empírica~ ¿pa~a 51ué esa afirmación «sustancial»? ¿Para to; por consiguiente, es una privación en el sujeto capaz de reci,bi,t
que recurnr a la eVIdencIa mductiva, que no puede justificar más el movimiento» 25, Por tanto, movimiento y reposo, según la defmJ-
qU 7 una proposición universal, y no particular? 23. Sin duda, lo que ción aristotélica de los contrarios (la privación es un caso particu-
Anstóteles opone aquí a los raciocinios eleáticos es el hecho univer- lar) son las especies extremas en el interior de un mismo género,
sal del movimiento. Sólo que, si bien el movimiento es un hecho que sería el de la inmovilidad En cambio. entre movilidad e inmo-
universal. eso no quiere decir que todas las cosas de la naturaleza vilidad no hay sólo diferencia de especie, sino la oposición irre-
están en movimiento en cualquier instante; si así fuese sólo esca- ductible de dos géneros. . .,
paríamos a las dificultades de la filosofía eleática para ~aer en las Cuando Aristóteles define la naturaleza como «prmCJpl0 de
~el heracliteísmo. En otro pasaje, Aristóteles mostrará que las rea- movimiento y reposo» 26, la evocación .del r~poso no cons,ti~uye, por
lidades ,de. nuestr~ mundo no están ni siempre inmóviles ni siempre tanto una restricción, sino una confrrmaclOn de la deflnJCI6n del
en mOVImJento, S100 unas veces en reposo y otras en movimiento 24, ser n~tural como ser que puede estar en movimient~. Poco im~~ta
El hecho universal, cuya afirmación previa acabamos de ver no es aquí que Aristóteles combata en este punto la teSIS de Heracllto
ex.actamente el movimiento, sino el hecho de poder estar e~ movi- según la cual los seres móviles se mueven siempre, «aun cuando
mIento o reposo; eso basta para distinguir al ser del mundo sublu- ello escapa a nuestra percepción» XI, y que' opo~ga a .la ~ontinuidad
n~r del ser divino que, por su parte, no puede estar en movimiento, del movimiento así afirmada la comprobada discont1OUldad de los
S10 embargo -se dirá- ¿acaso los estados de reposo, aun cuando movimientos naturales que van necesariamente hacia un término,
s:~ fugaces, no hacen semejante al ser del mundo sublunar y al aunque sea provisionaÍ. Pues ese término, precisamen~e? .será siem-
dIV1OO, aunque sólo sea por cortos lapsos de tiempo? Más aún: la pre provisional, se hallará siempre afectado por la poSIbilidad de su
muerte del ser vivo (caso particular del ser natural), al destinarlo a propia supresión; el reposo siempre es inqui~t~, prov~si~nal deten:
un «eterno reposo», ¿acaso no lo identifica con ese otro ser que co- ci6n del movimiento anterior, espera del mOV11D1ento slgU1ente. Y SI
noce el reposo eterno? Veremos cómo esta consecuencia no se consideramos el mundo en su conjunto, podemos estar seguros
halla del to~o ausente de la filosofía de Aristóteles, y cómo la muer- de que encierra siempre movimiento en alguna parte; si bien Aris-
te aparecera en él como aquello que, deteniendo el movimiento,

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24 Fis., VIII, 3. XI Fís., VIII, 3, 253 b 11.

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tóteles enseña, contra Heráclito, la discontinuidad de los mOVImIen- lal r 1 de la Física, según la cual «todo lo que ha llegado a ser es
tos pa.rc.iales, a~mite la continuidad del movimiento en su conjun- mpuesto» 32. El devenir supone la composición: ¿en qué sentido
to, .exlglda preClsament~ por la discontinuidad de sus partes 28; en entender esta proposición general, que reaparecerá bajo otras
el lIbro VIII de la Fístca, mostrará que el movimiento físicamente 1 rmas en toda la Física de Aristóteles? Cabría cotejarla, antes que
fU!ldamental es el movimiento local circular, porque sólo un movi- I Ida, con un pasaje del Parménides en el que Platón se pregunta
miento así puede ser infinito y continuo 29. Si tal o cual ser natural n ese pasaje si lo uno está en reposo o en movimiento. Comienza
pUe?e estar en reposo, diremos entonces que el ser natural en su I r distinguir dos especies de movimiento: la alteración y el movi-
conJ';ln~o es un ser en movimiento -o, más exactamente, para el miento local. Muestra luego que lo uno no se altera ni se mueve 10-
mOVImiento--, y si la teoría física del movimiento debe tener en lmente. No se altera, pues alterarse significaría convertirse en
c.uenta detencio?e.s. y rep?sos, la o~tología, por su parte, tendrá que Ira cosa, y lo uno no puede convertirse en otra cosa que lo que es.
hgarse a la posibilidad SIempre abierta del movimiento a la funda- i cambia de lugar, o bien se mueve circularmente sin desplazarse,
mental inestabilidad inscrita en el principio mismo deÍ ser natural bien se desplaza de un lugar a otro. «Si gira en círculo, es preciso
como aquello que constituye su «vida».JO. lue lo haga sobre un centro y que tenga otras partes: las que giran
Este reconocimiento de la coextensividad de la naturaleza y el lrededor de ese centro» 33. Ahora bien: lo uno no conlleva partes.
movimiento 31 permite darle todo su alcance a otra observación del i va de un lugar a otro, tal movimiento implicará un paso necesa-
ri. mente progresivo: «cuando una cosa está llegando a otra, ¿no es
28 A, 6, 1071 b 8.
29 Fís., VIII, 8.
30 «Inmortal y sin pausa, ¿pertenece el movUDlento a los seres como leza en general, y que, además, sólo es posible arte allí donde hay contin-
una especie de vida para todo lo que existe por naturaleza?~ (Fís., VIII, 1, ¡¡encia (Et. Nic., VI, 4, 1140 a 10 ss.), es decir, en el mundo natural, some-
2?0. bU).. Aristóteles responderá afirm.ativamente a esta pregunta. Este mo- tido a la generación y a la muerte; y que todo e! esfuerzo de! arte consiste
vimiento «Inmortal» no es una abstraCCión, no es esa «mors immorralis» que n «imitar a la naturaleza» (Fis., I1, 2, 194 a 21; 8, 199 a 15; cfr. Parto
MARX denunciará como ilusión de una filosofla idealista del movimiento animal., 1, 1, 639 b 16, 640 a 27), es decir, en este caso, en aproximarse cada
(<<Mi.seria ~e la filosofía», ~n Obras completas, M.E.GA., t. VI, p. 180), sino vez más a la inmanencia del movimiento natural: el ideal sería que «el arte
la Vida misma del conteOldo. La ontología de Aristóteles no estudiará ni del carpintero residiese en las flautas» (De anima, l, 3, 407 b 25) o en las
ralo cual movimiento en particular (ése es e! pape! de la física) ni la abstrac- tablas de los barcos (Fís., I1, 8, 199 b 28), que el médico se curase a sí mismo
ción del movimiento, sino el ser-en-movimiento considerado en s~ totalidad es (Fís., n, 1, 192 b 28-32), o que las lanzaderas anduvieran solas (Pol., 1, 4,
decir, en sus principios. ' 1253 b 37). El movimiento artificial, imitación del movimiento natural, sólo
31 Todo lo narural está, por serlo, en movimiento (cfr. también TEO- tiene sentido, por tanto, dentro de la esfera de la naturaleza en general, a la
FRASTO, Me/., 1, 4, b 19 ss.), pero ¿todo 10 que está en movimiento es na- que prolonga desde el interior, o cuyas flaquezas suple (Fís., n, 8, 199 (J 15).
t~ra.I? Parecería que la respue~ta debiera ser negativa. Aristóteles, en efecto, Más grave parece la oposición entre e! movimiento propiamente violento (for-
distingue al menos tres eSpecies de movimiento: «Vemos que las cosas se tuito) y e! movimiento natural (Fís., VIII, 4, 254 b 7-24). Pero esta distin-
mueven, o por naturaleza, o por coerci6n, o por la inteligencia, o por alguna ción, referida a la teoría del lugar natural, sigue siendo a fin de cuentas
otra causa.~ (!'-' 6, 1~71 b 35; dr. Protréplico, fr. 11 W.: YAMBLlCO, IX, 49, interna a la naturaleza: en apariencia, el movimiento violento es la inversa

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el ~oYUDJento na~a;1. se opone e;t. bloque a todas las otras especies de convertirse en movimiento natural. Habría que reconocer, entonces, que e!
mOVimIento. Esta div1S1ón del movuDlento completa y corrige la de Platón propio movimiento natural tiene como condición el movimiento contra na·
(~yes, X, 888 e), quien distinguía tres clases de movimiento: natural artifi. tura: si todas las cosas estuvieran en su lugar natural y no hubieran sido
Clal y fortuito. El movimiento «inteligente» de Aristóteles no es ot;a cosa arrancadas de él por un movimiento violento, no necesitaría volver y todo
q.ue e! movimiento «artificial~ de Platón (ya que e! arte supone la interven- estaría en reposo. Si la naturaleza tiende al reposo, e! movimiento no puede
ción de un alma, 891 c ss.). En cuanto al movimiento fortuito mientras que ser más que una violencia hecha a esa naturaleza (caso del movimiento «con-
Plat?n pareda aproximarlo. al movimiento natural (cfr. 88~,c), ÁRISTÓTELES 10 tra natura»), o un correctivo a esa violencia, una anti-violencia (caso del
avecID~ al arte, ~y~ materIa es el azar (Et. Nic., VI, 4, 1140 a 18). Finalmen- movimiento llamado «natural»). Pero entonces, se dirá, todo movimiento,
te, Arlstóte!es distingue el movimiento natural y el movimiento no natural directa o indirectamente, es contra natura, y sólo hay naturaleza realizada
e! cual. puede ser, o bien inteligente (es el arte), o bien fortuito (cuando e; en lo inmóvil, es decir, en Dios. Tropezaríamos así con un sentido que ya
producido por «alguna otra causa»). Pero ¿en qué sentido debe entenderse, y hemos encontrado en la palabra 'f'~Ol~; su sentido teol6gico. Digamos que la
hasta qué punto puede mantenerse, esa oposición entre la no-natural.eza y la naturaleza física, única que consideramos aquí, se distingue de la naturaleza
na~raleza? Em~ec~os por el ~~vimiento artificial. Tal movimiento, según subsistente de Dios porque conlleva la posibilidad, siempre abierta, de la
Aristóteles, ,se. dis.ungue de! mO~lmlento na~ral en que se tiene su principio, anti-naturaleza.
no en el movI1, S100. en el exterIor de! móvil (A, 3, 1070 a 7). Pero conviene
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32 Te IlVó!'-Evov altfJ.v dú o,Jv6.tov E"tl (Fís., 1, 7, 190 b 11).

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necesario que aún no esté en ella, mientras está llegando, y que n) más Aristóteles mostrará que entre el motor y el móvil sólo pue-
esté completamente fuera, si en efecto está llegando ya?» 34. Ahora haber un simple «contacto» que preserva la individualidad de
bin, «aquello que no tiene partes» no puede satisfacer tal condi· mbos, y no una fusión esencial, pue~ «lo hom~gén.eo y lo, ~o son
ción 15. Por consiguiente, tampoco de esta manera se mueve Jo impasibles» 42. Pero ésas no son mas que. a~licacIo~es fmcas del
uno: «no se mueve con ninguna especie de movimiento» 36. Aunqu principio de la composición del ser en mOV1IDlento, mcluso cuando
en el Parménides se trate de un ejercicio dialéctico, vemos el alcan· e trata de comprobar negativamente, en el caso de los seres. m~te­
ce físico de esta tesis: si lo uno no se mueve, entonces lo que se máticos o de la forma, que la indivisibilidad de esos. ser~s les ImpIde
mueve no es uno, conlleva partes y, por tanto, es compuesto y divi· er engendrables y corruptibles y, por tanto, les lffipIde ser. seres
sible. El movimiento supone, pues, Ja divisibilidad. Sería incluso físicos. Lo que Aristóteles quiere mostrar como. c<?nsecu~Cla del
más exacto decir que funda la divisibilidad, al menos en el sentido análisis platónico del Parménides es que el mov~ento mtroduce
-siguiendo los ejemplos suministados por Platón- de que la reve· en el ser una divisibilidad en elementos, caractenstlca de ~a mate-
la. La alteración nos advierte de que la cosa que creíamos una no ria; así, mostrará que incluso los s:res, generalmente c?nsIderados
lo era, puesto que comportaba la posibilidad de convertirse en otra como inmateriales, que se mueven Cltcularmente ~ ~l Clelo, conlle-
sin dejar de ser ella misma. El movimiento circular de los cuerpos van al menos, por el mero hecho de estar en mOV1IDlento, una ma-
celestes divide el espacio celeste en regiones del Cielo. El móvil que teria local (0),:1j 'tOjtlX~) 43, 10 que no es sino otro modo de expresar
se mueve con movimiento Jocal no circular se escinde a sí propio su divisibilidad hasta el infinito, consecuencia ella misma de la con-
hasta el infinito, según los puntos del espacio que sucesivamente tinuidad de su movimiento.
franquea. Lo primero aquí no es la divisibilidad del espacio, sino el Pero el texto del libro 1 de la Físico, si bien está relacionado con
movimiento mismo como división. El movimiento no describe un las otras formulaciones físicas del mismo principio, nos p~re~<: te~er
espacio que estaría ya ahí, pues ello equivaldría a suponer que el también, dentro del contexto en que se emplea, una slgmflcaclón
espacio existe ya antes con la infinidad de sus partes, pero el mo- más fundamental. «Todo 10 que llega a ser es compuesto; por una
vimiento es aquello por Jo cual hay un espacio en general, y por 10 parte, está algo que se hace o deviene, y, por otr.a, algo en 10 .cual
cual dicho espacio se nos revela retrospectivamente como suscepti. se cambia aquello, y esto se entiende en dos sentld?s: o un SUJeto,
ble de ser dividido. o un opuesto 44. Llamo opuesto al ignorante, y sUjeto al hombre;
opuestos son la ausencia de figura, de forma~ de: orden; y el b~o?~e,
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toda su obra física. Así, en el libro VI de la Física, establecerá que


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«todo cuanto cambia es necesariamente divisible» 37, con argumentos


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o la superficie (que son todos indivisibles en cierto grado) 40, ni de 110 en que se convierte lo que deviene. Se d~ra,.empero: ¿dónde. esta
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38 Ibid., 234 b 10-17.


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tidad ~aquí, una identidad alcanzada en un proceso-- entre sujeto
y ~re,dIcado? De ,hech,o, la predicaci6n, al menos cuando no es tau. decirse que el iletrado se convierte en letrado, pero también que el
tolog~ca,. e~ una smtesIS, y no otra cosa decía Arist6teles al postular, hombre se convierte en letrado; lo que deviene es también 10 que
en prlDCl'plO, que «todo lo que llega a ser es compuesto (oo'lJE-to\l)" era y no será mas que lo que seguirá siendo cuando lo que era ya
~or: bIen~ la comp~sición predicativa supone una previa disocia- no sea, El proceso del devenir revela en su efectiva realización una
CJO~ , y solo es posIble allí donde esta disociaci6n está dada es triplicidad, o más bien una doble dualidad, de principios so; si lla·
de~lr, en t;l ser en movimiento; sólo el movimiento permite di;tin- mamas forma a lo que sobreviene en el proceso del devenir y se
gUlr,el atnbuto ~ue se le añade al sujeto del sujeto mismo. ¿C6mo manifiesta como atributo, entonces la forma se opone, por una par-
sabrIamos. que Socrates e~tá sentado, si Sócrates estuviese siempre te, al sujeto como materia del devenir, y, por otra parte, al SlJjeto
senta~o sm levant~rse? I?Icho d: otro modo, ¿cómo distinguiríamos como ausencia de esa forma, es decir, como privación. De este modo,
el atnbuto del sUJeto, SI el atnbuto no se separara del sujeto en Arist6teles ha refutado a los eléatas, que no conocían más que un
uno U otr.o ~~mento de }a vida de este último? Se dirá, sin duda, solo principio, el cual creían encontrar --dado que ignoraban la pri-
que tal distlDCl6n vale solo, para el atributo accidental, que puede vación- ya en la materia, ya en la forma SI, Si la triplicidad de
estar ,o no presente en el sUJeto, Pero incluso en el caso del atributo principios del ser se le impone al ser por el hecho de estar en movi-
e~enClal" su,distinci6n por respecto del sujeto (condición de la sínte. miento, comprendemos ahora, a la inversa, por qué la doctrina de la
SIS predicativa) resulta posible sólo a través de un movimiento su- unicidad del principio estaba vinculada a la de la imposibilidad del
puesto~ ~, cura ~po~ibilidad se reconoce en seguida, una especie movimiento.
de v~~IacI~n ImagIna~va, según la cual nos preguntamos si el sujeto Queda por poner de relieve el alcance de esta disociación del ser
seguma s~endo el SUjeto en el caso de que supusiéramos ausente tal en sus principios. Vimos más arriba que Aristóteles, cuando volvía
o ~ual atnbu~o su~o: así, un triángulo puede dejar de ser de bronce, a emplear en sentido físico el principio platónico de la divisibilidad
e Is6sceles, SlD dejar P,or. ello de ser triángulo; pero si le quitamos de 10 engendrable, se refería a una divisibilidad en dementas. ¿Se
s~s tres ,lados, lo suprl~lmos en t,anto que triángulo: por tanto, la trata aquí de eso, cuando decimos que el ser en devenir es un com-
tnlater;ilidad es ,~ atn~uto ~e~clal del triángulo 47, Una vez más, puesto de materia, forma y privaci6n? Los elementos del ser, es
e~ aqw un ~O~Iffi1ent~ ImagInano (pero ¿no es la propia imagina- decir, sus «componentes inmanentes y primeros» 52, son ellos mis-
cI6n un m~vIrmento?) . el que disocia la unidad del ser en un sujeto mos partes del ser y, por tanto, seres. Ahora bien, la privaci6n no
y un predicado, y sustituye la unidad indistinta del 'tL por la es- puede ser una parte del ser, pues no pertenece al orden del ser, sino
tructura diferenciada del "tl xa"ta "tl\lO<; 49. al del no-ser. En cuanto a la materia y a la forma, si bien son como
Pero esta disociación no es la única que el movimiento instau- ponentes reales del ser en devenir, no por ello son partes. La prueba
ra en el ser. 10 que deviene se dice, efectivamente, en dos senti. es que no puede disociárseles físicamente; no puede concebirse, en
dos: por una parte, aquello que desaparece en el devenir y se borra un ser físicamente existente, una materia sin forma o una forma sin
ante 1,0 que sobreviene; por otra parte, lo que se mantiene en el materia. ¿Adoptaremos entonces el vocabulario de la abstracci6n para
devemr y hace que sea el mismo ser el que se convierte en lo que no expresar esa relación entre la totalidad concreta en devenir y los
era. El propio lenguaje revela aquí esa doble posibilidad: puede «aspectos» que en ella distinguimos? Pero el proceso de la abstrac-
ci6n está vinculado por nosotros al de la generalizaci6n; ahora bien,
~ Nótese que ~istóteles dice indistintamente que el ser en movimiento nada de eso sucede en el proceso mediante el cual el devenir nos
es allV6¡'to~ O. ~:a~p.'toY, (VI, ~' 234 b 10). La síntesis supone una división. fuerza a distinguir materia, forma y privaci6n. La forma «abstracta»
No Qhay nI divlSIón nI sínteSIS en. Dios . de la materia no se hace por ello más general que la materia, pues
48 Afta/. post., 1, 5, 74 a 33·b 4; cfr. 1, 4, 73 b 38 ss.
a cada materia corresponde una forma determinada y a la inversa:
'ó )Fts., VIII, 3, 254 a 29; De Anima, 111, 3, 428 b 11 (cfr. inlra, Con-
elUSI n . aUll-' "raEl aUr¡ ÜAr¡ 53. En cuanto a la privación, si se la generaliza,
49 Acerca de esta estructura, no solamente lógica, sino ontológica, cfr, E. Tu- se la reduce a una pura nada de ser y de pensamiento; la privación
GE.ND H A:, Tl KATA TINO!; Bine Untersuchung tu S/ruktur und Ursprung no es la ausencia en general, sino la ausencia de tal y cual presencia;
arts/o/eltscher Gru.n~begriffe, 1958. Dicho autor muestra correctamente que
tal estructura manifiesta lo que él ~a~a la Zwiela//igkei/ del ser. Pero ya no so Fís., 1, 7, 190 b 30.
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de cómo la estructura en cuesUon se enraíza en el movimiento. 52 ~,3, 1014 a 26.


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53 Fis., 11, 2, 194 b 19.


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partlcular-, y, de un modo general, el vocabulario del elemento, mpatible con la pertenencia a un mismo género 59, mientras que
entenddo como componente físico o lógico, son del todo inadecua- los atributos contradictorios sólo pueden atribuirse a géneros que,
dos para expresar la relación de materia, forma y privación con el por eso mismo, son incomunicables. En virtud de estas definiciones,
ser en devenir, cuyos «principios» son, como dice Aristóteles. Lo landa una cosa recibe sucesivamente dos atributos contrarías, se
qu~ expr~~a la tripl.icidad de principios no es una tripartición cual- h ce distinta sin duda, pero no se convierte en otra cosa: sigue
qUiera, flSlca o loglca, de un todo que fuese física o lógicamente iendo sustancialmente la misma; mientras que una cosa que recibe
«compuesto>~, sino la triplicidad, o mejor la doble dualidad, que lIn atributo contradictorio cesa, por ello, de ser lo que era: resulta
brota del ~s~o ser, desde el momento en que conlleva la posibili- destruida en cuanto talo, a la inversa, es producida: nacimiento y
d.a~ de mOVlmlento. No somos nosotros quienes contamos tres prin- muerte son el movimiento según la contradicción 60. Por tanto, los
Clp~~S en el ser, p.ara extraer de ahí un esquema «general» de expli. ontrarios son los límites extremos entre los cuales es posible una
caaon; es el proplO ser el que, en cada instante, se desdobla v redu. teneración recíproca, es decir, reversible, y que, de ese modo, no
plic~, «estalla)~ -~i así puede decirse- según una pluralidad de destruya la unidad genérica de aquello que deviene. ¿Qué quiere
sentIdos, de duecclOnes, que define la unidad «extática» -podría decir entonces Aristóteles cuando afirma que, «entre contrarios, no
decirse-, la 7t'lA.lnO\llJl; á~J!10\l¡'Yj de su estructura 54. puede haber pasión recíproca?». La negación se refiere aquí, no a
. J\ri?tóteles ~o llega a pensar que el ser en devenir comporte tres la pasión misma (pues los contrarios padecen uno por otro, y en esa
pnnClplOS en vlttud de una suma a partir de la unidad; ya vimos «pasión» consiste su movimiento), sino a la reciprocidad de la pa-
cómo le reprochaba a Platón multiplicar los principios exteriores al ión; si los contrarios estuviesen enfrentados solos en el movimien-
ser, e~ vez de buscar la estructura múltiplemente significativa del to, la aparición de uno sería la muerte del otro: si lo caliente se hace
ser mlsmo; no se trata aquí, entonces, de un añadido al ser, sino de frío, queda destruido en tanto que caliente, y, si lo frío se hace
una duplicación y reduplicación espontánea del ser mismo, en cuan- caliente, queda destruido en tanto que frío. No es, pues, que se
to que es ser en movimiento. ¿Por qué esa duplicación se desdobla restaure el mismo calor, sino que se instaure otro. Si sólo estuvieran
a su vez y da nacimiento a tres principios, no a dos? Aristóteles lo enfrentados los contrarios, el movimiento sería una sucesión de
explica algo más adelante: se trata, dice, de que «a los contrarios les muertes y nacimientos, y carecería de toda continuidad. Pero la ex-
hace falta un sujeto» 55, y, un poco más arriba: «Entre contrarios no periencia nos enseña que el movimiento según los contrarios es re-
versible, sin que haya por qué ver en dicha reversibilidad un rena-
54 Sobre el caTácter «extático» del movimiento cfr. Fís. IV 12 221 b 3: cimiento, sino sólo un retorno; no la negación de una negación,
'H~" ],1'".' \ t:, Se traduce generalmente
()E XI"'I)'J'lC; cC;IJ,?/:;1 TO u1tapxov.
", tt
!~la't'l)Jl como «des- sino la restauración de una privación. Los contrarios, que se pre-
hace», en el senudo de «destruye». Pero el verbo k~laTával nunca ha tenido sentan de un modo sucesivo y se excluyen por ello 61, no ponen en
e~e . s~ntido. S~ los diccionarios de BAILLY y LIDDELL-SCOTT (sub v.), cuestión, con todo, la permanencia de la cosa que deviene y que
~lg01f~ca «hacer sahr de», «poner fuera de sí» y, por tanto, «hacer caer en el sigue siendo la misma bajo el cambio, lo que Arist6teles expresa con
extaslS» (cfr. Retór., lII, 8, 1408 b 36). Traduciremos entonces «El movi-
mien~o hace salír de sí mismo a lo subsistente». El ~ovimient~ es aquello las palabras Ú;¡:OZélcr6at. ú;¡:ox€ill€VO\l.
en VIrtud de lo cual lo sub-sistente (TO Ó7C'Í~XOv parece aquí sinónimo de La triplicidad de los principios del movimiento aparece enton-
'to óltoxetllEvo"; cfr. TUGENDH AT, op. cit., p. 14, n. 13) sólo se mantiene en ces como la condición de su unidad extática. Si el movimiento fuese
el ser como un ex-sistente. Esta ex-sistencia, ese éxtasis se manifiesta en la
~tructura ritmada del tiempo, que es número (221 b 2).' Sin duda, ese «esta-
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desgaste, d.e aquél (xa'taTr,x:;, 221 a 32), su «envejecimiento» (T'I)(J'iaxEI, ibid.)
IÍ., lO, 1018 a 26-27.
y, por ulumo, su desttucclOn (q;Oopac;. 221 b l)i pero ésos son efectos de lo Cfr. La parte, cap. lI, § 4.
q~e hay de fundamentalmente «extático» en el movimiento. Cfr. también (J
Fís., V, 1, 225 a 12; Gen. y corr., r, 2, 317 a 17-31.

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sólo sustitución de la privación por la forma, nacería con la aparición implicaciones temporales de la disociación del ser-en-movimiento en
de cada forma y cesaría con su desaparición. Pero Aristóteles recha- materia, forma y privación son claramente detectables a partir del
za semejante concepción discontinua del movimiento, que Platón nálisis del libro 1 de la Física: la forma es lo que la cosa será, la
había sugerido en un pasaje del Parménides 62. Lo que es disconti- privación es 10 que era, el sujeto (Ú1t:OXElfl.Evov) es lo que subsiste,
nuo, más bién, es la sucesión de los accidentes que sobrevienen y permanece (b7tO¡J.ÉVEl) 67, Y no deja de estar presente a través de los
desaparecen. Pero así como un discurso que no conllevase más que accidentes que le sobrevienen. El sujeto ofrece aquí los mismos ca·
atributos sería ininteligible 63, igualmente el mundo en que se suce· racteres que el ahora (vüv) analizado por Aristóteles en el libro IV
diesen los accidentes sería incoherente. Así como la inteligibilidad de la Física M. Todo el análisis aristotélico del tiempo descansa sobre
del discurso implicaba la admisión de un sujeto distinto de los atrio la idea de la permanencia del ahora; sin esa permanencia, el tiempo
butos, así también la coherencia del mundo exige que la sucesión de no sería nada, pues el pasado ya no es y el porvenir todavía no es, y
los accidentes no afecte a la permanencia del sujeto. O más bien, el lo que está compuesto de no-seres es ello mismo no-ser 69. La única
sujeto del devenir se dice en dos sentidos; hay un sujeto evanesceo- realidad del tiempo es, por 10 tanto, la del ahora. ¿En qué consiste
te que resulta suprimido en el devenir: así el iletrado desaparece al esa realidad? El ahora aparece antes que nada como un límite dife-
hacerse letrado; pero sujeto es tambiéo lo que no desaparece: el rente cada vez, pues el tiempo, siendo una totalidad divisible, parece
hombre, de iletrado que era, pasa a ser letrado sin dejar de ser hom- admitir una infinidad de límites; pero, por otra parte, parece ser
bre. Aristóteles responde así a dos dificultades suscitadas por la filo- cada vez el mismo, pues si no 10 fuera, ¿en qué tiempo se converti-
sofía anterior: aquella según la cual el sujeto debía desaparecer al ría en otra cosa? 70. Esta última observación muestra a las claras el
convertirse en algo distinto (el Clinias ignorante moría al hacerse carácter fundamental del ahora; el ahora no puede hacerse otra cosa,
sabio) 64, y aquella otra, suscitada por los eléatas, según la cual el puesto que es él aquello en el que se produce todo «hacerse». Pero
movimiento no existe, al no poder provenir ni del ser ni del no-ser. seguiremos haciendo consideraciones sólo dialécticas -y, por tanto,
En realidad, hay que decir que el re~ultado del devenir procede en vacías- sobre el tiempo, mientras sigamos hablando del tiempo en
cierto sentido del ser que es el sujeto (aquí, la materia) del devenir; general, siendo así que la única realidad es la del ser-en-el-tiempo,
en otro sentido, viene del no·ser, pero de ese no-ser relativo que es que no es otra cosa, según veremos, que el ser en movimiento. La
la privación. Aristóteles descubre esta dualidad en el doble sentido permanencia del ahora está fundada sobre la permanencia del móvil,
de la expresión lípeo6al EX, «venir de» y «estar hecho de»; hay que que es siempre ahora 10 que es 71. Pero tal permanencia no se pro-
decir, a la vez -aunque en dos sentidos diferentes- que el letrado duce sin cierta alteridad: «el ahora es el mismo en cuanto que es lo
«viene» del iletrado, y que la estatua «está hecha» (1 11"E'tal) de bron- que resulta ser cada vez; pero es diferente en cuanto a su ser» 72; y
más adelante: «El móvil es el mismo en cuanto que es 10 que resul-
ce 65. Pero otra expresión permite diferenciar 10 enmascarado por la ta ser cada vez (un punto, una piedra, o algo de ese género), pero
ambigüedad del verbo T1l"Eo6al: decimos que la estatua es (está es diferente por el discurso, a la manera como los sofistas conside-
hecha) de bronce (Xahouc;), pero no decimos que el letrado es (está ran que Coriseo en el Liceo es diferente de Corisco en el ágora» 73.
hecho) de iletrado 66.
Pero este análisis sería incompleto si no lo uniéramos, aunque 67 Fís., l, 7, 190 11 19.
Aristóteles no 10 haga expresamente, a su análisis del tiempo. Las M La traducción ahora me parece preferible a la de instante. El instante
evoca la idea de «de repente»: es el iEa{f~ platónico; ahora bien, toda la
argumentación de Aristóteles tiende a mostrar que el ahora no es un simple
62 156 de. El movimiento es ese «de repente» (!Ea{f~), extraño por ser i~Í<rnl~' sino la permanencia de cierta presencia.
«sin lugar» (d'tOltOV), que hace que esté una cosa que no estaba. De esta ma- 69 PÚ., IV, 10, 217 b 32-218 a 6.
nera considerará Aristóteles, de hecho, el advenimiento o la desaparición de 70 Ibid., 218 a 19-21.
la forma (que sobreviene o desaparece dpxóvw<;. h d'tóll'll v~v. comenta el 71 Es lo que se desprende de 219 b 1()"1l: 'O ~'alla 1t:oi<; Xp6vo<; ó aGtó<;'
Ps.-ALEr., a propósito de Z, 8, 1083 b 5, 495, 23). Pero en ese caso no se tO ¡ap viiv tO aGtIl ~ 1t:o't'1¡v. y de 219 b 18: Toii'to [tO fEpólllVOV] (; llEV 1t:on ~v 'to
trata, precisamente, de un movimiento: la forma no deviene (cfr. más arri- aGtó. Aristóteles emplea, como se ve, las mismas expresiones para designar el
ba, nota 41 de este cap.). ahora y el móvil (fepÓ\'olvov). Esta equivalencia es postulada más adelante como
6J Cfr. l." parte, cap. n, § 2, pp. 131 ss.
principio: T'Il ~E fepollÉ\I'Il dxo)"ou6et 'to V~\I (219 b 22). Cfr. W. BROCKER. Aris-
64 Cfr. PLATÓN, Eutidemo, 283 d. Ver in/ra, § 2.
65 Fís., l, 7, 190 a 21-31. Cfr. A. MANSION, Introd. ti la physique aris-
tóteles, pp. 103-105.
72 219 b 10.
totélicienne, 2." ed., p. 76. 73 219 b 18-21.
66 Cfr. Z, 7, 1033 a 6; Gen. y CO"., n, 1, 329 a 17.

416 417
4
Este texto manifiesta muy bien el enraizamiento común del discurso liempo... así como los puntos no 10 son de la línea»79. El único ser
atributivo en el tiempo extático en la realidad fundamental que es que aquí está en causa es el ser en movimiento mismo; es la realidad
el ~ovimiento; porque el móvil se mueve, recibe el sujeto de atri- última más acá de la cual no se hallaría sino el vacío del discurso, si
bUCIón atributos que modifican su ser, y el ahora se hace cada vez pretendiéramos descubrir otros seres componentes. Pero e! discurso,
otro en su contenido; pero también porque el móvil sigue siendo el que sería impotente si esperásemos de él alguna revelación acerca de
sujeto siempre presente (ÜltoxzllJ.EVO'J) de sus modificaciones, no des- l s elementos del ser, no por ello deja de ser el lugar donde se pone
aparece la esencia en las atribuciones accidentales que le sobrevie- de manifiesto la estructura compleja del ser en movimiento, tal como
nen, y el ahora garantiza, a la manera del punto que se desplaza so- e abre paso a través de la pluralidad de significaciones de la palabra
bre una línea o la unidad que se repite indefinidamente en la nume- ero La tesis física de la divisibilidad de 10 móvil se traduce ontoló-
ración 74, la «continudad del movimiento» 75. No es de extrañar que, gicamente como la de la pluralidad de los sentidos del ser; así pues,
en el lenguaje de los gramáticos, la palabra ÓT.OXEllJ.EVOV, que en Aris- no es de extrañar que, en el libro 1 de la Física, esta tesis ontológica
tóteles des!gna a la v~ l~ ?Jateria ~el movimiento ~ e! sujeto lógico, ea mencionada constantemente como principio para la refutación
haya terminado por slgrnflcar e! tiempo presente 6. Esta presencia de quienes, al suprimir el movimento, suprimían por ello la física:
de! presente no es sin embargo la presencia inmutable de lo eterno: «El razonamiento de Parménides es falso, porque toma el ser en
es una pr:sencia que se hace a cada instante presencia de un nuevo términos absolutos, siendo así que tiene muchos sentidos» 80. Sin
acontecuruento, que toma el lugar de! anterior; se diversifica a la embargo, ésa no es más que una reconstrucción retrospectiva del
vez e! antes y e! después de! tiempo y en la variabilidad infinita de! proceso de investigación de Aristóteles y, de rechazo, del de Parmé-
d~scurso 77; desde este punto de vista, el ahora es tan capaz de divi- nides. Parménides no ignoró una tesis que habría conocido si hubie-
~r .c,?mo de ,unificar: «E;8tiempo es continuo gracias al ahora, y está ra leído los libros de Aristóteles o seguido su enseñanza. Es, a la
diVl~Id~ segun e! ahora» . De! mismo modo, la materia garantiza la inversa, la carencia de Parménides, su silencio ante el movimiento,
contlnwdad de! movimiento: el mismo bronce es sucesivamente 10 que lleva a Aristóteles a reconocer la significación múltiple del
bronce informe y estatua; pero también ella divide al móvil según ser en movimiento; o mejor dicho, Parménides es aquí sólo uno de
su infinita mutabilidad. los momentos a cuyo través la «coerción de los fenómenos», a la cual
Veremos cómo estas observaciones no se aclararán sino a partir deberán parcialmente rendirse él tnismo y sus discípulos 81, acaba
de un nuevo análisis: la permanencia de! ahora, o de la materia o por abrirse camino. Es la coerción de los fenómenos la que ya les
del sujeto lógico, es menos la de un ser que la de una potencia 'de llevaba a los eléatas, en contra de su decisión de unidad, a hacer
s~r; lo que se mantiene en e! movimiento es la mutabilidad presente disociaciones en el concepto de causa. Es la coerción del movimiento
siempre d<;: lo que se ~ueve, no tanto una presencia, como aquello la que, a través de la mediación de la palabra filosófica, divide al ser
en cuya V1ftud es posIble en general una presencia. El vocabulario contra sí mismo en una pluralidad de sentidos, cuya unidad sigue
de la parte y el todo, de la «composición» de materia y forma, ha- siendo, no obstante, «buscada» indefinidamente.
brá de ser proscrito si reconocemos que no se tra ta tan sólo de una
división en partes, sino de la manifestación de la estructura, indiso-
lublemente unificadora y divisora -en una palabra, «extática»- 2. EL ACTO INACABADO
del ser en movimiento. Si reconocemos que la forma es e! porvenir
del.ll?ovimiento, la privación su pasado y la materia su presente in- «Se han extraviado por no distinguir las significaciones» 82. Con
definIdamente presente en su novedad, no habremos dividido al ser esta fórmula, resume Aristóteles, al final del libro 1 de la Física,
en partes que fueran seres a la vez; pues e! pasado y e! porvenir, su crítica de los eléatas, e introduce su propia solución de la aporía:
como hemos visto, no son seres y «el ahora no es una parte del la distinción entre forma y privación por una parte, y entre forma
y materia por otra, permite afirmar que el ser, si bien no puede pro-
venir del ser en sí} puede provenir de ese ser por accidente que es
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74 «El tiempo es el número del movimiento y el movimiento es como


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76 Cfr. E. TUGENDH AT, op. cit., p. 15, nota. 80 Fís., I, 3, 186 a 24.
77 220 a 8. 81 Met., A, 5, 986 b 31.
78 220 a 5. 82 Fís.} I, 8, 191 b 10.

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418 419

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de ese no-ser por accidente que es la materia. Tal es al menos una tradición llama uniformemente «acto» -tvÉpT€ta y éVt:eAÉXSta-
manera de «resolver» la aporía; pero hay otra para cuya elaboración se refieren más concretamente aún a la experiencia del movimiento.
nos remite Aristóteles a otros escritos: la consistente en distinguir En el caso de tvÉpT€ta I lo que sigue siendo pensado a través de la
entre acto y potencia, o, con más precisión, en reconocer que <<1as formación docta de la palabra es la actividad artesanal, y más pre·
mismas cosas pueden ser dichas según la potencia y el acto» 83. cisamente la obra (lpTov). Sin duda, el acto no es la actividad, y
A diferencia de la distinción entre los tres principios, la del acto Aristóteles pondrá gran cuidado en distinguirlo del movimiento 87,
y la potencia está más bien presupuesta por la Física que verdadera- pero es el resultado de ella. No es la cosa que cambia, sino el resul-
mente desarrollada en ella. El análisis del movimiento, en el li-
bro III, la da por conocida, y es en el libro El de la Metafísica donde tado del cambio; no el hecho de construir, sino el haber-construi-
debemos buscar su elaboración. Esta colocación podría hacer creer do 88; no el presente o el aoristo del mover, sino el perfecto del haber-
que la distinción entre acto y potencia es independiente del análisis movido y el haber-sido-movido 89. Igualmente, la palabra svt:sAÉX€ta
del movimiento, y que éste constituye solamente uno de los campos se refiere al sentido dinámico de 'tÉAO~1 que designa el fin en el sen·
de aplicación de aquélla. Por 10 demás, eso es 10 que parece despren-
derse del propio plan del libro 8, tal y como se anuncia en las pri- hacia otro ser en cuanto otro, o por efecto de otro ser en cuanto otro» (~, 12,

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meras líneas de dicho libro: «La potencia y el acto se extienden más

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nes con el movimiento, tratará «en sus discusiones sobre el acto, de que, incluso en este último caso, la impasibilidad de estas cosas naturales que
las otras clases de potencia» 84. Pero conviene observar, antes que deben a su «potencia» el no ser «rotas, trituradas, dobladas, en una palabra,
nada, que Aristóteles presentaba un poco más arriba a la poten- destruidas» (1019 a 28) nada tiene que ver con la impasibilidad ,de Dios,
que no necesita ninguna «potencia. para resistir a una desamCllcida moci6n.
cia referida al movimiento como la potencia propiamente dicha En Dios, la impasibilidad es contradictoria de la pasi6n; en las cosas resis-
(lidAtat:a Xt)pl(t)~) 85, lamentando que este sentido «no fuese útil a

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no tratará de hecho de otras potencias distintas. de la que se refiere la potencia, una potencia eminente (xa'r.a 'to 'tSMlW'tlXÓV, dice AscLEPIO, 328,
al movimiento, sino sólo del acto, con el claro objetivo de mostrar 31, Y no xa'ta 'to <p6ap'tlxóv; dr. ALE]., 328, 31). De hecho, para Arist6teles,
que puede haber un acto sin potencia, un Acto puro, que no es mo- la potencia sólo tiene sentido en el interior del ser en movimiento, y ninguno
vimiento, sino que, al contrario, se confunde con la inmovilidad en Dios.
divina. Pero este paso al lúnite, esta teologizaci6n de la noción de 87 8, 6, 1048 b 18-34.
88 1048 b 31-32.
acto, nada quita de los orígenes sublunares de la noción, y si bien 89 Ibid., 32. En todo este pasaje -es cierto- Aristóteles parece reservar
Aristóteles, mediante una extenuación de las implicaciones munda- la noción de acto para otto uso; al oponer el acto al movimiento, piensa en
nas de la noción de acto, llega a aplicarla a la descripción de la esen- actos que sólo serían actos, es decir, en los que el acabamiento no sería el
cia divina, este nuevo uso no contradice, sino que confirma, que la resultado de un proceso, sino que se identificaría con la actividad misma; tal
sería el caso de la -vista, del pensamiento, de la vida: lo mismo es ver (pre-
distinción entre acto y potencia viene impuesta al pensamiento dia- sente) y haber visto (perfecto), pensar y haber pensado, vivir y haber vivido.
crítico por el movimiento y sólo por él: la prueba es que sólo 10 In- Se trata de actividades que no producen una obra en la cual, al realizarse,
móvil es Acto puro, es decir, acto sin potencia, y que todo lo demás, quedasen suprimidas, sino que tienen su fin en ellas mismas: lo que Arist6-
es decir, todo lo móvil, se caracteriza por lo que la escolástica llama- teles llama 1tpci~lC; (1048 b 20-24). Si Arist6teles parece reservar aquí la
rá la «composición» de acto y potencia. noci6n de enérgeia a estas acciones inmanentes, es en vista de la extensión
teol6gica de la noción; pero esa extensión contradice el origen tecnol6gico,
Si la noción de potencia ( aú'J a f1 t ~ ) implica inmediatamente la según el cual la referencia a la obra se halla inmediatamente presente. N6tese,
referencia a un poder, y más el:' concreto a un poder-llegar a ser-algo- por 10 demás, que la propia praxis es llamada aquí kínesis (1048 b 21), lo
distinto 116, los dos términos que Aristóteles emplea para lo que la que prueba que la palabra xí\l11al~ puede ser tomada, a escasas líneas de dis-
tancia, ya en el sentido estricto de movimiento imperfecto que tiene su fin
fuera de si mismo (1048 b 29), ya en el sentido amplio de movimiento, que
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83 Ibid., 191 b 27-29.


84 6, 1, 1046 a 1-4. engloba las propias actividades inmanentes, como la vida o el pensamiento.
Ibid., 1045 b 36.
M Cuando Arist6teles, al principio del libro 8, opone a la potencia según el
movimiento «otra» potencia, podemos entonces pensar que esta última no
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tido de acabamiento, consumación, realización; 10 que se piensa en- propio hacer no se consumaría en la figura geométrica si el espacio
tonces a través de la forma docta de la palabra no es, sin duda, la no fuera previamente geometrlzab1e. Cuando Aristóteles se pregun-
consumación misma, y menos aún la idea de la consumación en cuan- ta qué es primero, si la potencia o el acto, se comprende entonces
to motor psicológico de la acción, causalidad de la idea, finalidad en que su respuesta no sea unívoca: la potencia es primera en un senti·
el sentido moderno de la palabra, sino lo que se halla y se mantiene do y segunda en otro. Es primera ---dice generalmente Aristóteles-
consumado en la consumación, aquí un perfecto que sigue y sobre- en el orden de la generación 93, al menos si se trata de una genera-
vive al aoristo que le ha dado nacimiento 90. La noción aristotélica ción particular, de una generación hic et nunc donde vemos que el J

del acto, en el momento mismo en que Aristóteles la distingue del germen preexiste a la flor y el fruto. Sin duda, Aristóteles quiere
movimiento, revela su enraizamíento en el movimiento: designa, sin significar con esa restricción que no sucedería igual en el orden de
duda, el modo de ser de lo inmóvil, pero de un inmóvil que ha llegado la generación en general: pues en este caso vemos que el engendra-
a ser lo que es. La inmovilidad del acto es la inmovilidad de un dor preexiste al germen y que sólo el hombre engendra al hom-
resultado, que, por tanto, presupone un movimiento anterior. Lo bre 94, pues debe entenderse que solamente el hombre en acto, y no

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la de potencia, y sólo puede ser pensada a través de ella; el acto no que ese paso al acto no sea sólo la actualización de la potencia sobre
sobreviene, no se revela en su consumación más que por medio de la cual obra, sino también de su propia potencia: acto común de dos
la potencia, el poder de un agente. Este poder, ciertamente, es más potencias. Por tanto, es correcto decir a la vez que la potencia pre-
revelador que creador (por una razón de principio que veremos lue- existe al acto como condición de su actualidad, y que el acto preexiste
go); a la potencia activa del agente responde una potencia pasiva, a la potencia como revelador 96 de su potencialidad. Pero si pensa-
un poder·devenir, en aquello que preexiste a la obra: la materia 91. mos que la revelación misma es un acto, el acto del discurso huma-
La estatua está en potencia en el mármol, porque el escultor tiene la no, y que una distinción entre ratio essendi y ratio cognoscendi sería
potencia de hacerla aparecer en el mármol. Y como es el acto en su aquí anacrónica -pues, para Aristóteles, el conocer es todavía un
realización el que revela la potencia activa del escultor, resulta que, ser- habrá que conceder que el debate acerca de la anterioridad
finalmente, no es la potencia la que revela el acto, como tendería respectiva de la potencia o el acto ---debate que dará lugar más tar-
a admitir un análisis superficial, sino el acto el que revela la poten- de a fáciles burlas- 97 es un falso debate. El acto y la potencia son
ca, en el momento mismo en que adviene, como condición de su ad- ce-originarios; no son sino éxtasis del movimiento; s610 es real el
venimiento: «Conocemos las construcciones geométricas haciéndo- enfrentamiento de potencia y acto en el seno del movimiento; úni-
las» 92. El hacer del geómetra revela el espacio geométrico, pero el camente la violencia del discurso humano --él mismo un movimien·
to- puede mantener disociada, bajo la forma demasiado fácilmente
escolar de distinciones de sentido, la tensión original que constituye,
90 No podemos aceptar la interpretación que de la palabra &vtEléXEta pro- en su unidad siempre dividida, el ser del ser-en-movimiento.
pone Heidegger. Queriendo legítimamente evitar la mala interpretación mo- La distinción entre ser en acto y ser en potencia no habría naci-
derna de la entelequia como finalidad, acaba por eliminar de la palabra 'tD.o;
toda idea de fin, en el sentido de acabamiento, consumación de lo inacabado, do jamás sin las aporías clásicas acerca del movimiento. Bajo la «pre-
para quedarse sólo con el sentido estático de realización siempre realizada ya, sión de los fenómenos», manifestada en las dificultades del discurso,
de «pura presencia de lo que está presente» (cir. Intr. a la Met., p. 70; Essais sale a luz, no tanto como solución cuanto como teorización de esas
el eonférenees, pp. 14-15, 55). Se trata, sin duda, de una presencia, pero de dificultades, la distinción entre acto y potencia. Esas aporías pueden
una presencia sobrevenida, devenida. La traducción moderna «acto» no es un
olvido del sentido original, sino que, por una vez, le es fiel. Cfr., en Pfndaro, clasificarse en dos rúbricas:
la expresión OU~E \1axúvwv 'tO.\I; ou~iv, en el sentido de «dispuesto a obrar»
a, 9, 1051 a
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(palabra por palabra: no prolongando ningún acabamiento) (IV Pitiea, v. 286).


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(Oúval't<; 'toí) ltáOXEtV), cfr. e, 1, 1046 a 19-25. En este sentido desarrollará y Fís., U, 1, 193 b 8, etc.
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95 e, 8, 1049 b 24: «De un ser en potencia un ser en acto es siempre

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2) ¿Cómo lo mismo puede hacerse otro? vista, sólo podrá entenderse en dos sentidos: o bien se trata de una
yuxtaposición en que cada elemento conserva su individualidad
(pero entonces tal yuxtaposición será necesariamente finita, y no

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podrá dar cuenta de la infinitud del movimiento); o bien se trata de
. 1) La primera aporía .parece haber .sido sugerida por las apa- una masa informe, indefinida, indeterminada, pero que entonces
rIenCias creadoras del cambIO; ya sea crecImiento alteración o --con se opondrá contradictoriamente al ser --que es uno, es decir, finito,
may?r razón- naci~iento, el movimiento parec~ eficaz, creador de determinado-- y habrá que incluirla en el no-ser. No es sorprenden-
cant~da~es, de cualldades, y hasta de esencias nuevas. Incluso el te que Platón convierta a su receptáculo universal en un cuasi no-
f?~vimlento .local, en cuanto creador de localizaciones nuevas, par- ser 100. «Los filósofos parecen hablar de lo indeterminado -dice
~CIpa del mismo ca~ácter, ,si recordamos que el lugar es una catego- Aristóteles -y, creyendo hablar del ser, en realidad hablan del
rla del ser, con tan Justo titulo como la cantidad o la cualidad. Pero no-ser» 101.
entonces ¿cómo el no-ser, del que los griegos saben desde Parméni- El principio de lo que se cree ser la solución de Aristóteles pare-
des qu~ no es, puede engendrar lo que es? Es la prolongación del ce sencillo, incluso demasiado sencillo. No se trata ni de disociar el
pensamiento ~ar~enídeo, la única solución pareció ser la de ver tan ser en una infinidad de elementos ni de multiplicarlo hasta el infini-
sólo una aparienCia en esta generación del ser por el no-ser: no por- to, extenuándolo hasta el punto de darle, sin decirlo, los caracteres
que el. ser engendrado del ~o-ser fuese él mismo no-ser, sino, al del no-ser; basta aquí, una vez más, con distinguir significaciones.
contrario, porque el pretendido no-ser engendrador era en realidad Es correcto decir a la vez que el ser proviene del no-ser y que pro-
un ~~r, aunque. no 'pudier~ tener los caracteres del ser que nos es viene del ser, a condición de no entender dos veces la palabra ser en
famIllar, es deCir, diferenCIado por haber llegado a ser. Al comienzo el mismo sentido; el ser en acto no viene del ser en acto, sino del
de todas las cosas, dicen bajo formas distintas los presocráticos que ser en potencia, el cual es un no-ser en acto. Sigue siendo cierto,
aIc~an su más acabada expresión con Anaxágoras, era la TotaÍidad. conforme a la exhortación de Parménides, que el no-ser no es y no
A~I podríamos ahorr~rnos esa creación ex nihilo, que el pensamiento será nunca, pero 10 que no es en acto es ya en potencia. Solución
griego sólo ha conSIderado para rechazarla inmediatamente como verbal -se dirá- si se espera de la distinción entre acto y potencia
absurda; l~s movimientos aparentes serían movimientos necesaria- que resuelva el problema del origen del movimiento. Pero lo que la
mente parCIales, qu~ fragmentarían una totalidad inicial dada 98. Sólo tradición invocará como principio de solución sigue vinculado, en
q~e había que explicar también la apariencia según la cual el movi- Aristóteles, a la fuerza siempre cuestionadora del problema. Aristó-
mIento hace. na~er seres nuevos, que nacen y mueren. Para satisfa- teles no resuelve la aporía, sino que la tematiza, a riesgo de escola-
cer. las apanenC1as~ había que aportar una precisión a la teoría an- rizarla, así como otros antes que él la habían dejado desplegarse más
tenor: en el deveDlr, no todo está dado a la vez sino sucesivamente libremente en el claroscuro del lenguaje poético, o bajo la luz dema-
y. esa sucesión hace que el sujeto del devenir no 'sea ya uno. El deve~ siado cruda de los juegos erísticos. El mismo misterio del origen, del
~'. por esta razón, está vinculado a la idea de diferencia de multi- comienzo, se transparenta a un tiempo, a través de diferencias que
pli~idad. La totalidad inicial a partir de la cual deviene'el devenir no deben ocultar la unidad de su fuente, en unos versos de Pínda-
~er~ ento~ces, por oposición al devenir diferenciado, una totalidad ro, una aporía clásica de la sofística, y la distinción aristotélica entre
mdiferenClada. Por eso la totalidad de Anaxágoras es una mezcla la acto y potencia. ¿Cómo llegar a ser lo que no se es? ¿Cómo apren-
de las cosmogonías más antiguas una Noche o un Caos la de An~­ der lo que no se sabe? El problema del origen se planteó a los grie-
mandro un Infinito, la de Platón una matriz unive~al, un recep- gos en primer lugar bajo la forma de este asombro ante la más con-
tá~o ~ue p~ede llegar a ~er todo y no es nada por sí misma. Pero creta experiencia humana: la del crecimiento y, más precisamente,
ma~ arriba VImOS, a prop6slto de la investigación de un discurso uni- el crecimiento espiritual, la móthesis. En la fuente de la problemáti-
tano sobre el ser 99, que esas filosofías de la totalidad, que se ofre- ca filosófica del origen, hay lo que podemos llamar la angustia exis-
ce~ como respuestas al problema del comienzo tanto como al de la tencial ante el comienzo. No se trata de saber cómo es posible el
unidad, no hacían más que desplazar la dificultad, en vez de resol- movimiento en general, sino de saber si, y cómo, puedo desplazar
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Cfr. Timeo, 50 b, 52 b; ARISTÓTELES, Física, J, 9, 192 a 2-9.


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99 Cfr. más arriba, pp. 205-206 Y 222-223. r, 4, 1007 b 26-28. Cfr. t." parte, cap. 11, § 4, pp. 205-206.

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mi cuerpo, mover el meñique \02, ir de Atenas a Megara, alcanzar y que somos lo que éramos siempre, y que no conocemos sino lo que
adelantar a la tortuga, ~, sencillamente, echar a andar 103. ¿Cómo hemos conocido ya en una vida «anterior». Aristóteles examina en
puedo crecer en ciencia I , en habilidad práctica lOS, en virtud lOó? El dos pasajes de los Primeros y los Segundos Analíticos la célebre di-
pensamiento griego no escapará nunca del todo a esta dificultad, a ficultad, mencionada por Platón en el Men6n, acerca del comienzo
esta aporía fundamental de comienzo, que detiene la marcha, prohi. del saber 110. Tras haber eliminado la solución «mítica» de la remi-
be todo avance, inmoviliza el pensamiento en un estancamiento inde- niscencia, recoge la aporía bajo una forma que no es tanto un. in·
finidamente incoactivo. Y, sin embargo, los griegos saben que el ser tento de solución como una formulación más teórica de lo que tlene
está en movimiento, que el hombre avanza, que echar a andar es posi- de aporético. «Antes de extraer la conclusión del silogismo, hay que
ble, y a veces no se vuelve. El hombre no acaba nunca de salir ~, decir... que, en cierto sentido, ya se la conoce, y en otro no» 111. Esa
sin embargo, ha salido ya siempre, por la ruta de Atenas a Megara l , distinci6n de sentidos a que nos obliga la aporía viene precisada bajo
«paseándose por motivos de salud», o al mar para fundar una de la forma de oposición entre conocimiento universal y conocimiento
esas colonias que «el espíritu ama» 1(18. Pero los griegos han presen- propiamente dicho (á1tAW<; ~la¿\lal): puede conocerse universalmente
tido que, por una paradoja cuya forma más radical son las pretendi- y no tener conocimiento propiamente dicho 112. En los Primeros
das argucias de Zenón y los sofistas, sólo se pone uno en movimien- Analíticos, se hacía otra distinción entre conocimiento universal y
to porque ya se ha puesto, sólo se aprende lo que ya se sabe, sólo conocimiento particular. ¿Debe decirse que el conocimiento particu-
nos convertimos en lo que ya somos. Devenir lo que se es, conquis. lar se identifica con el conocimiento propiamente dicho? Sí, a con·
tar lo que se posea, aprender lo que se sabe, buscar lo ya encontrado, dición de no ver en él un conocimiento de lo particular en lo general,
apropiarse de lo que nos es más propio, acercarnos a lo que nos ha sino un conocimiento en acto de lo particular IIJ. Vemos al fin cómo,
estado siempre próximo: el pensamiento griego nunca enseñará otra así articulado, este sistema de distinciones permite desarrollar la
sabiduría que la que llama al hombre a la conquista de sus propios aporía dd comienzo del saber: el conocimiento de lo particular no
límites, a alcanzar las dimensiones de lo que él ya es. «Aprendiendo,

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procede de otro conocimiento de lo particular (pues ¿de dónde ven·
llega a ser lo que eres», nos dice Píndaro 109. Y Platón nos recordará

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dría este último?), sino que se precede paradójicamente a sí mismo

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J02 Como se sabe, éste será un ejemplo favorito de los escépticos, pero
cuyo origen hay que buscar en CRATrLO (cfr. r, 5. 1010 a 12).
to, conocer de antemano lo particular, sino que, al mismo tiempo
J03 Cfr. el segundo y tercer argumento de ZENÓN en ARISTÓTELES, Fís., que tiene lugar la inducción, adquirimos la ciencia de las cosas par-
VI, 9, 239 b 11-13 (DIELS, 29 A 26-27). ticulares como si no hiciéramos más que reconocerlas» 114. Lo uni·
104 Tal es el senúdo de la famosa aporía sofística sobre la imposibilidad versal es, por tanto, lo particular, y conocer lo universal es ya c?no-
de aprender: no se puede aprender ni lo que se sabe, pues ya se sabe, ni lo cer lo particular. Pero, por otra parte, lo particular no es lo umver-
que no se sabe, pues no se sabe lo que hay que aprender (PLATÓN, Men6n,
80 e; ARISETÓTELES, Anal. pr., n, 21, 67 a 9 ss.; Anal. post., 1, 1, 71 a 29). sal, pues yo puedo conocer lo universal sin conocer por ello lo
Cfr. Introd., cap. li. particular que es ese universal. Aristóteles. explica este c~rculo del
JOS «Parece que es imposible ser arquitecto sin haber construido nada, o conocimiento --que hace que no se pueda aprender nada S1 no se lo
tañedor de cítara sin haberla tocado nunca» (a, 8, 1049 b 30). Pero ¿cómo conoce ya y que, sin embargo, el saber progrese- diciendo que el
construir si primero no es «capaz de construir» (1049 b 14), es decir, arqui.
tecto? ¿Cómo tocar la cítara si antes no se ha aprendido a hacerlo? No se movimiento del saber consiste en la actualización de un saber en
habrá resuelto la aporía observando, como hace Aristóteles aquí (1049 b 35), potencia: lo universal es lo particular, pero sólo en poten<;ia; lo
que «toda generación supone ya algo engendrado, y todo movimiento algo ya particular no es lo universal, porque es en acto lo que lo UDlversal
movido», pues es necesario detenerse en algún punto. es sólo en potencia. Así la máthesis, como todo movimiento, no es
lOó ¿Cómo hacerse virtuoso si no se es ya? Es sabido que los estoicos
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negarán todo paso del estado de locura al de cordura. «Negant nec virtutes creación, sino apropiación: el conocimiento es reconocimiento, ~a
nec vitia crescere» (CICERÓN, De Finibus, nI, 15); de donde la consecuencia: adquisición es recuperación, y la aventura, retorno. El v?:abular~o
«Qui processit aliquantum ad virtutis habitum, nihilominus in miseria est de la potencia y el acto ha nacido del encuentro entre la V1eJa apotla
quam ille, qui nihil processit» (ibid., 14). del comienzo y el pensamiento «lógico» de Aristóteles: no es tanto
107 r, 4, 1008 b 13. El ejemplo del paseo es sin duda uno de los más
frecuentes en Aristóteles. 80 e.
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denken: «Es beginnet niimlich der Reichtum im Meere»; y el comentario de
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112 Anal. pr., 71 a 28.



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'que Aristóteles haya resuelto el problema -según pretendió no sin de esta doble aporía de la predicación y del devenir-otro que es con-
imprude~cia una tradición glorificadora- como que ha dispuesto dición de la predicación accidental. Llevando basta el absurdo --es
s~s .t~rrmnos de. m3?era que no infringieran el principio de contra- decir, hasta lo que ya no tiene lugar (lt01tov)- una de las dos vías
·dicCIon: «Na.da lmpIde conocer, en un sentido, lo que se aprende y, de la aporía, afirmaban en un argumento que nos transmite Platón
en otro sentld~, no conc;x:erlo. El absurdo está, no en decir que ya en el Eutidemo que el devenir no es devenir, sino supresión del ser;
se conoce en CIerto sentldo lo que se aprende, sino en decir que se no nacimiento, sino muerte. Una vez más, es la experiencia de la
lo c<;>n.c;x:e en el modo y medida en que se aprende» lIS. Se disipa la máthesis y de la alaa~xalia, de la relación maestro-discípulo, la que
a~blguedad, ~ro no el problema: nada impide, sin duda, pero tam- suministra aquí la aporía. El sofista, que habla aquí por boca de
bIen na?a explica que el saber conlleva la dicotomía de lo particular Sócrates, les objeta a los que quieren instruir a Clinias, es decir,
y lo urnversal, y el ser en general la del acto y la potencia. Pero, al convertirlo de ignorante en sabio: «Queréis que !le haga sabio y no
menos, lo que hay de problemático en el problema se encuentra 16- ignorante... Por consiguiente, queréis que se convierta en lo que no
gi~mente definid~ por vez primera en Aristóteles. Pero esta logici· es y que ya no sea lo que ahora es ... Y pues deseáis que no sea ya
~a';1ón de los térmmos del problema, lejos de hacerlo insípido y, por lo que ahora es, entonces deseáis su muerte» 117. Así pues, el devenir
último, de agotarlo, subraya sus contornos' una vez eliminadas las es un homicidio, cuyo instrumento es el discurso predicativo: cuan-
dificultades «lógicas», es decir, surgidas d~ un uso aún impreciso do Clinías se bace sabio, el ignorante muere en él. El niño muere
<le} Jenguaje, el.proble~a no es ya más que lo que es: un problema al llegar a ser adulto. Pero el tono de seguridad de tales fórmulas
«flSlCO», es dectr, surgtdo de la naturaleza de las cosas, y que ejerce oculta mal sus dificultades. Pues ¿quién es el que se hace sabio o
sobre nosotros. una presi6n cuyo principio no debe ya buscarse en adulto, si ese «el que» ya no es? La otra vía de la aporía nos lleva,
las palabras, S100 en el ser; al menos, en el ser en movimiento de en efecto, a decir que el que deviene es el mismo, como por lo demás
las cosas naturales. nos enseña la experiencia. Pero si el que deviene es el mismo ¿cómo
puede ser otro? En términos más abstractos, el problema está en
* * * saber si el sujeto se pierde en cada una de las determinaciones que se
le atañen (nuevo y muerto cada vez), si el devenir es una sucesión
2) La segunda aporía se pone aún más claramente de manifies- de muertes y resurrecciones, o si subsiste una unidad a través de él.
to que la anterior en el discurso humano sobre el movimiento. Bajo Arist6teles, una vez más, atiende aquí más que Platón a las dificul-
su forma más inmediata, consiste en reconocer que atribuimos al tades que hablan por boca de los sofistas, dificultades que no son
mismo sujeto, ya un predicado, ya otro: el mismo Sócrates es joven sólo de los sofistas, sino del filósofo. Arist6teles, pensando sin duda
y luego viejo. ¿Cómo, entonces, lo mismo puede convertirse en otro en las aporías del Eutidemo, sustituye las burlas fáciles de Platón
sin dejar de ser lo mismo? Más aún: la predicaci6n misma en cuanto por un nuevo examen filosófico: «Corresponde al fil6sofo examinar
tal es aporética, pues consiste en decir que lo mismo es otro 116. Esta si Sócrates es idéntico a Sócrates sentado» 118.
aporía del ser-otro, aún más fundamental que la del devenir-otro, se Casi dudamos en mencionar la respuesta de Aristóteles: hasta
halla tan enraizada como esta última en la experiencia fundamental tal punto la tradición ba debilitado 'Su vigor, viendo una respuesta
del movimiento; pues, como vimos, s610 el movimiento introduce tranquilizadora allí donde Aristóteles sólo pretendía dar una formu-
en el ser esa escisión en cuya virtud el ser está separado de su propio lación más rigurosa de la cuestión. Las vías divergentes del rigor
ser, el que es está separado de aquello que es, ya que aquello que lógico (para el que Sócrates sentado y Sócrates en pie son diferen-
es puede añadírsele o no, sin que por ello deje de ser. Nada habre- tes), nos obligan a introducir la escisi6n en nuestro mismo discurso.
mos resuelto aplicando aquí la conocida distinci6n entre sustancia y En cierto sentido, Sócrates sentado y Sócrates en pie son idénticos;
accidente, pues esa distinción no es sino un nombre que se le da a en otro sentido, son diferentes. Por no haber seguido más que uno·
la escisi6n misma que plantea el problema, precisamente. ¿Por qué de esos sentidos, los predecesores de Aristóteles, según él, cayeron
el ser es lo que es y, a la vez, no es lo que es? Y si no es lo que será, en el absurdo. Si Sócrates sentado y Sócrates en pie son diferentes,
o ya no es lo que era, ¿por qué y cómo llega a serlo, o deja de serlo? entonces la experiencia de S6crates levantándose es ilusoria, y el
Debemos, una vez más, a los sofistas la más clara formulación mundo no es más que una yuxtaposici6n de existencias monádicas.
Cfr. 1." parte, cap. n, § 2, pp. 140 ss.
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entre las cuales no cabe hallar paso alguno ni, por consiguiente, uni- Aristóteles utilizará la experiencia sublunar del acto a fin de pensar
dad alguna: tal es la vía de los eIéatas y, con más claridad todavía, a Dios como Acto puro, mediante un paso al límite que elimina la
la de sus discípulos megáricos 119. Si, por el contrario, Sócrates sen- potencia. Pero conocer tan sólo actos en el mundo sublunar no es
tado y Sócrates en pie son el mismo hombre, entonces el mismo ser teólogo, sino hacer teología sin venir a cuento, recaer en 10 que
hombre está sentado y en pie, y los contrarios coexisten: tal es la podríamos llamar teologismo. Ese es el reproche que Aristóteles les
vía, según Aristóteles, de Heráclito 120. Nada sería más falso que ver hace a los megáricos, crítica importante para nuestros propósitos,

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en el aristotelismo, conforme a la interpretación corriente, la «sínte- porque muestra a contrario el necesario vínculo entre la distinción
sis» de estas opiniones opuestas. Aristóteles se remonta, o pretende potencia-acto y una ontología del ser en movimiento. Los megáricos
hacerlo, hasta aquel punto en que las vías seguidas por Parménides son esos mósofos para quienes «no hay potencia más que cuando
y Heráclito todavía no eran divergentes 121, hasta la encrucijada aún hay acto y, cuando no hay acto, no hay potencia» 122. Podríamos
indecisa -y acaso siempre indecisa- de nuestro problema. De tal pensar que Aristóteles traduce aquí a su lenguaje una tesis que los
problema es expresión teórica la distinción entre potencia y acto. megáricos debieron formular en términos de posibilidad y realidad:
Los contrarios coexisten en potencia, no en acto. Hay un sujeto sólo es posible lo que es o será 123. En realidad, la distinción entre
. (ó¡LOx€i(J.€vov) del devenir, que es en potencia las formas que le so- el punto de vista lógico de la posibilidad y el punto de vista ontoló-
brevienen: idéntico en potencia, es sin embargo diferente en cada oca- gico de la potencia es, ciertamente, más tardía, y el aow¡-róv de los
sión. La identidad en potencia salvaguarda la unidad del devenir y la megáricos debía significar, como en Platón, 10 que tiene poder
coherencia del discurso. La diversidad en acto salvaguarda la realidad de... 124, tanto al menos como el poder-ser abstracto de los lógicos pos-
del devenir, creador de formas. Así resulta organizada, mediante la teriores 125.
~st~nción entre potencia y acto (como, por otra parte, mediante la La crítica general dirigida por Aristóteles contra semejante filo-
dlstrnción materia-forma-privación, distinciones que se entrecruzan, sofía es que «aniquila movimiento y devenir» 1;1;. Si sólo hay poten-
pues la materia está en potencia por relación a la forma), la parado- cia allí donde hay acto, no será arquitecto quien puede construir,
ja siempre renacida, aunque siempre olvidada, según la cual el de- sino quien está actualmente construyendo. Somos libres de enten-
venir sólo crea 10 que ya ·existía, la materia sólo se convierte en 10 derlo así; pero en ese caso, si el arquitecto que no construye no es
.que era, el discurso anuncia sólo 10 ya sabido de siempre.
arquitecto, ¿por qué ese mismo hombre, y no otro, se pone en cierto
Por consiguiente, 10 primero no es -hablando con propiedad-
momento a construir? 127. Vemos el doble sentido del argumento:
ni la potencia ni el acto, sino la escisión del ser del mundo sublunar,
según la cual está en potencia o en acto. No conocer más que la po- opone a la discontinuidad del acto la continuidad de una naturaleza
tencia o no conocer más que el acto significa ser teólogo: un mal sin la cual el ser perdería toda unidad, movible y nuevo a cada ins-
teólogo en el primer caso, un buen teólogo en el segundo, ya que tante: si llamamos ciego al ser que no ve y sordo al que no oye,
entonces nosotros somos ciegos y sordos varias veces al día 128. Pero,
119 El Eutidemo apunta hacia una erística surgida del eleatismo (cfr. 284 b,
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286 a ss.). Sobre los megáricos en particular, cfr. infra. 122


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120 r, 3, 1005 b 25; 5, 1010 a 11 ss.; 7, 1012 a 24; 8, 1012 a 34 ss.; 123 Cfr. la tesis que Cicerón atribuye a Diodoro: «id solum fieri posse
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Fis., l, 2, 185 b 19. dicit, quod aut sit verum aut futurum sit verum» (De Fato, VII, 13). Pode-
121 Aquí -tampoco en otros lugares- no pretendemos juzgar la exactitud mos suponer, no obstante, que esa formulación «lógica», donde lo posible es
histórica de las opiniones de Aristóteles sobre sus predecesores: está claro definido por referencia a la «verdad», es cosa de Diodoro, megárico tardío, y
. que tiende a solidificar en tesis el pensamiento aún ambiguo de los contrarios no de los megáticos de que habla Aristóteles en el libro 9, que si pudieron
(aunque sólo fuera porque su filosofía ignoraba aún los contrarios), y Parméni- pensar en la posibilidad real, conforme al sentido primario de OUV'l'l:ÓV. No
des, si bien excluye el camino del no-pensamiento, deja abierto el camino de la creemos que Aristóteles esté criticando ya a Diodoro en el libro 9 de la
opinión en el mismo momento en que se adentra en el de la palabra acerca Metafisica, en contra de Faust (Der Moglichkeitsgedanke, t. l, p. 35). A la
. del ser (Ir. 7 Diels). Heráclito y Parménides dicen mucho más la misma inversa, será más bien Diodoro quien vuelve a esgrimir contra Aristóteles
cosa de lo que Aristóteles afe.:ta creer. Pero es característico que el método la vieja tesis de los megáricos (cfr. BRÉHIER, Hist. de la philos.) l, p. 266;
de Aristóteles consista en volver a coger el problema en su comienzo, en P.-M. SCHUHL, Le dominateur et les possibles, pp. 33-34}.
volver a captar la aporía cuando surge, en el momento en que ninjtUna dia- 124 Cfr. J. SOUlLHÉ} Jitude sur le terme Dunamis dans les dialogues de
léctica (y aun cuando ésta sea el 'resultado de una reconstrucción retrospectiva Platon, París, 1919.
de Aristóteles) ha aminorado, al delimitar los términos, la ambi~edad de la 125 10 posible «lógico» solamente es tal porque puede desplegarse libre·
problemática inicial. Aristóteles se esfuerza en ser más originario que Platón mente en el discurso. A'la inversa, lo contradictorio se revelará progresiva-
y hasta que los presocráticos. ' mente como 10 imposible «lógico» porque detiene el discurso, y le impide-

430 431
en realidad, no sólo conservamos la potencia de ver u oír, sino que es 10 que ocurre cuando, en el libro nI de la Física} Aristóteles se
también -y éste es el segundo sentido del argumento-- sólo la per- propone definir el movimiento mismo en términos de acto y potencia.
manencia de la potencia hace posible la acumulación de experiencias No es difícil captar de entrada la dificultad, y hasta 10 paradójico
y, mediante ella, la adquisición de un saber, el aprendizaje de una de semejante empresa: si acto y potencia no se entienden sino por
técnica, la formación de un hábito, el aumento de una virtud. Los referencia al movimiento, ¿no se incurrirá en círculo al definir el
megáricos ignoran a un tiempo el papel disociador del movimiento movimiento por referencia al acto y la potencia? 131. Pero el círculo
y su fuerza unificadora; no ven que con su continuidad, que hace pa- sólo sería vicioso si pretendiéramos hallar en él una explicación del
sible el progreso, el movimiento rellena la escisión que introduce movimiento. No lo es, en cambio, si pedimos tan sólo a la defini-
en el ser. El ser no es 10 que es porque deviene, pero también de- ción física del movimiento lo que ella puede dar, es decir -siendo
viene para ser 10 que es. Por último, los megáricos, al querer salvar el movimiento la realidad físicamente originaria-, no más que una
la unidad del ser, han tenido que multiplicarlo hasta el infinito; al elucidación del movimiento a través del rodeo del lenguaje que ha
no reconocer la profundidad del mundo, 10 han fragmentado en una surgido de él. Se trata, pues, de aplicar al movimiento en general
yuxtaposición de episodios. Por evitar la ambigüedad, han caído en una terminología que se ha constituido para hablar de lo que está
la discontinuidad, sustituyendo por un pluralismo físico la plura- e~ movimiento. Dicho de otro modo, acto y potencia presuponen
lidad de sentidos que rechazaban. Por haber querido que el ser no SIempre el movimiento, como horizonte en cuyo interior significan.
naciese ni muriese, le han negado el devenir, reduciéndolo así a una Definir el movimiento en términos de acto y potencia no es otra
sucesión de muertes y resurrecciones. «El ser en pie estará siempre ~osa .que explicitar el movimiento en términos que lo presuponen
en pie, y el sentado, siempre sentado» 129. Por haber querido que ya, sm que haya, pese a todo, círculo vicioso, ya que lo que era
Sócrates fuese uno, 10 han desdoblado de hecho en un Sócrates sen- simple horizonte siempre supuesto se convierte ahora en objeto ex-
tado y un Sócrates en pie, entre los cuales la única comunicación es plícito de consideración.
la muerte de uno y el nacimiento de otro. De este modo, la rigidez Podría pensarse - y es 10 que hará el aristotelismo escolar- que
megárica, heredera de la rigidez eleática, fragmenta el mundo en una el movimiento es la actualización de la potencia, o bien el paso de la
pluralidad indefinida de existencias discontinuas IJO. El movimiento potencia al acto. Pero ésa sería una definición extrínseca del movi·
impone sus disociaciones a aquellos mismos cuyas palabras han que- miento, considerado no en sí mismo, sino en su punto de partida y
rido evitarlas. Al no abrirse al movimiento, la palabra de los hom- de llegada; equivaldría a sustituir el peso mismo por ciertas posi-
bres es arrastrada por él: el rechazo de la ambigüedad lleva a la ciones. Paralelamente, eso sería usar las nociones de acto y potencia
incoherencia. de manera extrínseca por relación al movimiento, como si la poten-
El ser del ser en movimiento se dice, pues, según el acto y la cia y el acto fuesen los términos entre los cuales se mueve el movi-
potencia y, sin embargo, se trata del mismo ser. El uso que se ha miento, y no determinaciones del movimiento mismo. Por tanto,
hecho las más de las veces de la disociación acto·potencia, a fin de cuando intentamos pensar el movimiento a partir de la dualidad de
resolver una contradicción mediante la distinción de los puntos de determinación cuya fuente es él mismo no desembocamos en ese
vista, ese uso que podríamos llamar catártico} ha enmascarado muy esquema, demasiado sencillo. La fórmula buscada será aquella en
pronto, por parecer que corregía sus efectos, la ambigüedad expresa- que acto y potencia, sin dejar de distinguirse (pues si no sería impo-
da por esa disociación. Catárticas en su aplicación al lenguaje cotidia- sible toda palabra sobre el movimiento), son referidos a su indistin-
no, las distinciones de sentido manifiestan su carácter problemático ción primitiva. El movimiento será, a la postre, definido como «el
cuando las referimos a1la fuente indistinta de donde han salido. Eso acto de 10 que está en potencia en cuanto tal», es decir, en cuanto
que está en potencia 132. El movimiento no es tanto la actualización
seguir desarrollando su «poder•. As(, la posibilidad lógica no es sino UD caso de la potencia como el acto de la potencia, la potencia en cuanto
particular de la potencia: la dd discurso. acto, es decir, en cuanto que su acto es estar en potencia. El movi-
116 a, 3, 1047 a 14.
m 1046 b 33·1047 a 4. miento --dice Aristóteles en otro lugar- es un acto imperfecto,
128 1047 a 8-10.
131 Volvemos a encontrar una circularidad de este Ilénero en la célebre

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129 1047 a 14.

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130 Este movimiento de fragmentación de la unidad parmenfdica, que definición de lo posible (8uva't6v). «Se llama posible aquello a lo cual, cuando
no representa la infidelidad al deatismo sino -al contrari~ una consecuencia sobrevenga el acto cuya potencia se dice tener, no pertenecerá imposibilidad
suya, ha sido puesto de rdieve muy bien por Aristótdes a propósito de los alguna» (9, 3, 1047 a 24).
Jitomistas. Cfr. Gen. y corr., 1, 8, 325 a 23. 132 Fis.} lII, 1, 201 a 10.

432 433
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es ecll', un acto cuyo acto mismo es no estar debe luchar siempre, pues, volviendo a empezar lndeÍinidamenté,
,jEta anll.7Je; ,
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nunca del todo en acto. Desde este punto de vista, el movlOuento contra su precariedad esencial. El tiempo propio del movimiento es
se conecta, con .~o infíni.to, cii:etpo\l, noción analizada, por 10 demás, aoristo} en el que se manifiesta la indistinción original de un presen-
en la contmuaClOn del hbro III, como representativa de uno de los te que se disuelve en la sucesi6n indefinida de los instantes, de un
aspect~s del, movimiento 134. Lo infinito es cierta potencia que tiene pasado que nunca está cancelado del todo 139, y de un porvenir que
la partIcularIdad. de no poder pasar nunca al acto hacia el que tien- huye sin cesar. Volvemos a encontrar aquí el triple «éxtasis» que
de; es la potenCIa que no acaba nunca de estar en potencia y en la nos había llevado a la tripartici6n de los tres principios del ser en
movimiento; pero en este último caso, el momento central era el
cual el a~o, o ~ejo! el ~u~titutivo ?el acto, no puede ser n~nca más
que l~ reJteraClOn mdefImda de dicha potencia. Lo infinito se ca- presente, la presencia del ó1tOXet¡.t.E\lO\l, de la OUOta. Cuando nos esfor-
racterIza porque nunca acaba de devenir algo distinto " 'too dél ano zamos por pensar -dand o un paso más hacia el origen - no ya el
xa~
'lín ' fjlJ5
o ~~éO, at ,Por tanto, 10 infinito no es una cosa
deter- ser del ser en movimiento, sino el del movimiento mismo, la move-
nunada , 'tooe 'tt, al modo de un hombre o una casa; es más bien com- diza presencia del presente se desvanece, para dejar sólo sitio a la
infinitud mutable, de la que nos dice Arist6teles que, al. modo de la
parable a una. !ucha o a U?~ }?rn.ada, .~yo ser consiste en una per- jornada o de la lucha, no es ya ni siquiera un .6ae 'tt o una OUOta.
pet;ia renovacI~n, una repItICIon mdefmIda del instante o el esfuer-
z~ . Estos, ejemplos, tomados del campo del movimiento, mani- El ser en movimiento aún podía pasar por fundamento de sus deter-
fIestan por SI .sol.o~ el parentesco del movimiento y 10 infinito. Mues- minaciones «extáticas»: materia, forma y privaci6n. Pero el movi-
tran que 10 infJnJto, 10 inacabado, está en el corazón mismo de miento mismo no es más que un fundamento sin fundamento, un
nuestra ex~i7ncia fundamental del mundo sublunar, que es la del infinito, un aoristo, un «éxtasis» que se afecta a sí mismo, un acto
se~ en movllDJe.nto. Es.te no es transición, paso; sólo remite
a sí inacabado porque su acto es el acto mismo del inacabamiento. Ve-
n;usmo, acabanuento SIempre inacaba do, comien zo que comien za mos así que la definición del movimiento en términos de acto y
SIempre,. que ~e a~ota y. ~l mismo tiempo se realiza en la búsque da potencia no es la aplicación, tardía y dificultosa, de una doctrina
de ~a I~posIble 1llmovilídad. La experiencia del movimiento es la que s610 por eso ya revelaría su' carácter circular. Lo que ella revela,
experIenCIa fundamental en que la potencia se nos revela como acto expresándose en el inevitable círculo de los discursos originarios, es
perO' u.~ acto siempre inaca~ado, pues su acabamiento significaría s~ el origen de una nueva disociación, más original aún que la de la
sup~eslOn .. 1,0 que caracterIZa al acto por relación al movimiento materia-forma-privación, y que, ambigua en su fuente, sólo se hará
~ce ArJSto teles- es que en aquél coinciden presente y perfect o: la clara en sus lejanas aplicaciones a los fen6menos intramundanos: la
nusma cosa es ver y haber visto, pensar y haber pensad o ser feliz disociación entre potencia y acto.
y haberlo sido 137. Pero no es la misma cosa mover y haber movi-
do. , pues el movimiento nunca ha terminado de mover: acto si sey
138

qUIere, pero que contiene siempre la potencia de su propia nada 3. LA ESCISIÓ N ESENCIA L

~ Fís., lIT, 2, 201 b 32; ~f~. VIn, 5, 257 b 8; alMet., 8, 6, 1048 b 29.
Fís. nI La ontología de Aristóteles que, en cuanto palabra humana acer-
Ello a pesar, de la translcJón bastante superfici y torpe de del ~ovi~ ca del ser, se mueve en el terreno del ser en movimiento del mundo
4,.202 b 30-36, s~ l.a cual el estudio de lo infinito iría unido al
n;l1~nto ~rq~e este últlIDO -como la magnitud y el tiempo
- puede ser in- sublunar, se encuentra en presencia de un ser troceado, separado de
:j~O ~ limItado; habría 9ue esperar, entonces , un estudio de la noción de sí mismo por el tiempo, un ser «extático» según la propia expresi6n
mlte, I~f?te . En ~ealidad, el estudio de lo infinito se impone aquí por- de Arist6teles, un ser contingente, es decir, que puede siempre con-
que el mOVUDJento (~SJ como la magnitud y el tiempo, que no
son sino
). vertirse en algo distinto de lo que es 140, un ser cuya forma está
~spectos suyos) es. s~emp're • definida mente divisible (cilmpOY xu'ta IltaípEalv
de esta
~cl~~ cuando es fmlto segun la extensión (xa'ta ¡¡pÓaOiaty). a(Acerca 139 Sólo parece cancelado en la muerte, pero la
muerte es un aconteci·
dis~In~J~n, CÓ:. Fís., I.n~ 4, 204 a 6; 6, 206 a 25-b 33;8 7,208 207 33-b 21. Sobre
a 20'• 'O ". '. miento intramundano, que no concluye el movimiento en cuanto tal y en su
gramáticos:
InfInItud
la '.Jo del mOVUDJ ento y del tiempo " có:. nI , <lE xpovo.. conjunto. Una vez más, es aquí significativo el vocabulario de los imperfecto
de lo que ya no es, se habla en imperfecto} no en perfecto. El
, •
xat '/ x Y"/Ol<; a¡¡alpa .cmy; nI, 2, 201 b 24).
( 1 '

perfecto.
podrá valer no obstante, según veremos, como sustituto delvinculad
115 nI, 6, 206 a 22. Cfr. 206 a 33: dú TE E"tEpOY xa¡ EUpov, a a la ma-
136 nI, 6, 206 a 22, 30. 140 Cfr. 2," parte, p. 315, n. 72. La contingencia está
son engen-
137 9, 6, 1048 b 23-26, 30-34 terialidad, a su vez vinculada al movimiento: «Todos los seres que pues cada uno
138 lbid., 1048 b 32, . drados, ya por la naturalez a ya por el arte, tienen una materia,

434 435
afectada siempre por una materia que le impide ser perfectamente o mejor, eso que Aristóteles designa bajo la extr~a rúbrica de
inteligible, un ser -por último-- que sólo se nos revela a través 'to 'ti ~v elval y que traduciremos, para ma.y~r comodidad de e~¡x;
de la irreductible pluralidad del discurso categorial. Pero entonces, sición, por la expresi6n c<?nsagrad? ,de qutdtdad (cap. 2-4). Amto-
¿cómo captar el ser en cuanto ser, es decir, en su unidad? Las pre- teles se preguntará luego SI hay qUidIdad de todos los seres .(cap: ?),
cedentes observaciones, aparentemente negativas todas ellas, ¿acaso y si, allí donde la hay, la quididad de cada ser concreto se IdentIfIca
no hacen imposible -y esta vez por razones que atañen a la natu- con ese mismo ser (cap. 6). Antes de responde~ co,~pletamente ,a
raleza misma del ser, y no a defectos de nuestro discurso-- toda esas cuestiones (caps. 10-17), recordará su teorla flslca del ~OVI­
ontología coherente, toda elucidación -lo mismo científica que in- miento (caps. 7-9) en páginas que han sido erróneamente conSidera-
cluso dialéctica- del ser sensible considerado en su unidad? A esta das como una digresión. ,
pregunta parece haberle dado Aristóteles una respuesta con la que De los primeros capítulos del libro Z ~o hay. que deo:, en la
la tradición se ha contentado demasiado fácilmente, y que parece perspectiva en que aquí nos situamos. La USla se di~ en varios s~~­
hoy obvia, siendo así que todos nuestros análisis anterioJes revelan tidos: puede significar el universal, el género, el. su!eto, o tam~~e.n
de antemano su carácter extraño y problemático: se trata de la iden- la quididad 144, Aristóteles no menciona, ni aquI DI en el análiSIS
tificación, solemnemente afirmada al principio del libro Z, entre la propiamente semántico del libro A 145, el sentido popular y concreto
cuestión del ser y la cuestión de la esencia 141. Nos daremos fácil- de la palabra ouoia, que significa «bien inmueble», «propiedad» 146,
el estatuto categorial de la esencia impide al ser, o al menos al ser o también «hogar» 147. Este sentido vuelve a hallarse, no obstante,
sensible (único de que se va a tratar a continuación en el libro Z), en la más concreta de las significaciones doctas de la palabra: aquella
que sea solamente esencia. Sin duda, la esencia es la primera de las
en que designa el ó7tox~illevov, el sujeto o sustrato, es dec~r: 10 que
categorías, y Aristóteles enumera las razones de ello: s610 ella pue-
de existir separada; se halla necesariamente incluida en toda defini- yace (XeL'tal) ante nosottros, bajo nuestros pasos °tamblen e~ ~
ción; por último, es aquello sin cuyo conocimiento no se conoce nin- corazón de nuestras palabras. Pero este uso de la palabra ,ouola
guna cosa~ hasta el punto de que, en virtud de una especie de redu- es a su vez ambiguo, pues el sujeto puede designar 'ya la matena, ~a
plicación que eonvierte a la esencia en la categoría de las categorías, la forma, ya el compuesto de las dos 148. En un sentld?, es la matena
ninguna categoría que no sea ella puede ser conocida si no conoce- la que parecería ilustrar mejor la imagen. que sugt~re la pal,abra
mos la esencia de esa categoría 142. Pero de que la esencia sea la pri- ó7toxeillevov, pero, por otra parte, la matena no subSiste por SI: :-'
mera de las categorías se infiere que la ontología debe empezar por por sí misma informe, indefinida, y no existe verdaderamente mas
una teoría de la esencia; de ningún modo que se reduzca a ella. que en el compuesto de materia y forma. Por tanto, 10 que la voz
Semejante teducción, <roya imposibilidad proclama Arist6teles en usía designa más naturalmente es dicho c?~puesto: Tal era, en efec-
otro lugar 10, sellÍa! incluso directamente contraria a la que nos ha to, el primer sentido que ofrecía el a~!hsls del hbro A:. se llaman
parecido que era la significación de la doctrina de las categorías. ouoial los cuerpos simples, pero tamblen los cuerpos denvados, los
Esta reducción de la cuestión del ser a la cuestión de la esencia animales, los astros y hasta las partes de estos OJerpos; en una ~a·
es tan poco obvia para Aristóteles, por lo demás, que consagra todo labra, todo 10 que hay en el cielo y sobre la tierra, Pero .este s~~do
el libro Z a justificarla, y además de un modo tal que esa justifica- no es filosófico: la naturaleza de la usía concreta, nos dice Anstote-
ción va a establecer más los límites de semejante reducción que su
legitimidad absoluta, Tras recordar que la esencia es la primera de
las categorías, Aristóteles va a mostrar que el sentido primario de la 144 Z, 3, 1028 b 33.
esencia es aquel según el cual significa el lo que es, el 'ti éO't! 145 .1, 8, 1017 b 1()'26. •. la E . N' 6-
146 Este sentido es aún más frecuente en la Polltlca y tlca a IC
maco. P el '
de ellos es capaz a un tiempo de ser y no ser, y esta posibilidad es su ma- a la metapb., pp. 71, 82, ,221. ar~
É HT;

147 Cfr. HEIDEGGER., Introd. coteJo


teria» (Z, 7, 1032 a 19). de ouola y 'E.;'tia cfr. P.-M. SCHUHL, ,«Le joug du .Blen, les liens. de la
141 Ti 'to óu, 'tOÜ'tó lcm 'ti.; ~ ouolaj (2, 1, 1028 b-4). nécessité et la fonction d'Hestia», en Melanges Ch. P,card (repr~uado en
mente cuenta de lo extraño de tal identificación si recordamos que Le merveilleux, la pensée et l'oction, p. 138); HEIDEGGER, o~. CIt., p. ~2;
142 Z, 1, 1028 a 34-b 2. Sobre la pretendida distinción de la ouola y el 'tI V. GOLDSCH MIDT, Esrai sur le Cratyle, pp. 121-122 (a pro~slto de Cr~tllo,.
lo'ti, ya hemos criticado la posición de M. MAIER (cfr. p. 180, n. 308). 401 bc). Cfr. también PLOTINO, Ennéadas, V, 5, 5: el ser prunero es OU31a xal
143 Oboe ¡ap 'taiha (= las categorías) d"aMnal oih' el.; a'1.),.T¡),.a oo't' el<; l" 'tI ÉCl'tla áltávtUlY.
(.1, 28, 1024 b 15). 148 Z, 3, 1029 a 2.

436 437
les, es «bien conocida» 149, al menos bien conocida para nosotros, cir, en este caso, de la etimología. La forma seguirá siendo, para él,
pues se nos da en la percepción inmediata. Pero el análisis filosófico lo que se deja expresar más claramente, lo que se manifiesta más
separa en la usia sensible la dualidad materia-forma, y por este lado, inmediatamente en el discurso; en cierto sentido, es más fácil des-
yen especial en la forma (pues la materia no es cognoscible sin ella), cribir una forma que elucidar su oscura relación con la materia; la
hay que buscar la inteligibilidad verdadera inherente a la usia. Así forma, al ser superficial, será el tema privilegiado de los discursos
pues, la investigación va a tratar de la esencia en el sentido de for- dialécticos. Una definición dialéctica es, por oposición a la verda-
ma: en efecto, ella es quien plantea mayor dificultad al hombre dera definici6n física, aquella que se atiene a la forma v renuncia
- ao'tll ,dp Cx'ltopoo'tá'tlj 150_, quizá por ser la mejor conocida en sí. a conocer de qué materia es forma dicha forma 153. Así pues, la forma
Quedan, sin duda, los otros tres sentidos de la palabra ooaia, será asociada constantemente por Aristóteles al discurso: la forma
que son sus significaciones doctas: el universal, el género y la de una cosa es lo que de ella puede quedar circunscrito en una
quididad ('to 'ti ~v shat). Pero los dos primeros deben excluirse, definición (A.6"(o~). La identificación -tan problemática, sin embar-
pues es teoría constante de Aristóteles -y la recordará en los capí- go-- de la palabra y la forma acabará por ser algo obvio, como lo
tulos 13-14 ISI_ que el universal sólo existe en el discurso y, por atestiguará la ambigua traducción de A.ÓIO~ por ratio, y a veces hasta
tanto, no puede pretender alcanzar la dignidad de lo que es, de la por forma 154.
usia. Toda la crítica del platonismo se resume en el reproche, que ¿Qué sucede ahora con lo que Aristóteles llama 'to 'ti ~v slvat
Aristóteles dirige a Platón, de haber convertido la Idea -entendida y nosotros traducimos, a falta de cosa mejor, por quididad, aunque
como universal- en una esencia. Quedan, pues, por fin dos senti- la formulación latina del vocablo deje escapar lo esencial de la
dos de la palabra o·jaia: la forma ( sl~o~) y la quididad ('to 'ti ~v slvat)¡ f6rmula griega? Aristóteles nos ofrece de entrada una definici6n
aunque ambos términos no sean exactamente sinónimos -ya que «lógica», es decir, aproximativa y que no llega aún al corazón de la
uno se opone constantemente a la materia, mientras que el otro no cosa 155. Se trata -afirma- de «]0 que se dice que cada ser es por
conlleva referencia alguna de ese tipo-, el análisis ulterior permi- sí» 156. Esta definici6n es doblemente notable en su concisi6n. En
tirá identificarlos. primer lugar, se refiere al lenguaje: la quididad se expresa en un
El sentido de la voz sl~o~ es claro. Incluso en su sentido más discurso por medio del cual decimos lo que la cosa es. Pero, de otra
técnico de Idea o forma -sentido que llega a ser trivial con el pla- parte, no todo lo que la cosa es pertenece a la quididad, sino s610 lo
tonismo-, conserva una conexión semántica evidente con las for- que es por sí, lo cual excluye los accidentes, o al menos aquellos que
mas de igual raíz del verbo ópáoo, ver (Elaov, ¡aSlV). La forma es lo no son por sí (auf1~!~llxó'ta xa6' aú'tá) 157. Estas observaciones, con
que vemos de la cosa, lo que nos es más manifiesto en ella. Cierta- todo, siguen siendo arbitrarias mientras no se capte su relación con
mente, Plat6n nos había enseñado a reconocer en el eidos 10 que se ]a estructura de la expresión 'to 'tl ~v e1vat. Es cierto que Arist6teles
ofrece a los ojos del espíritu, más que a los del cuerpo. Aristóteles, jamás se explica acerca de este punto, sin duda porque dicha expre-
ide~tificando a veces el eidos con 10 inteligible 152, recordará esa sión, acaso forjada por lo demás en el ambiente platónico, debía
leCCIón de su maestro y, en el texto del libro Z, no vacila en decir serles familiar a sus oyentes. No por ello deja de ser cierto que la
que la forma, lejos de ser lo más patente de laesencia, es lo más di- extraña estructura de la fórmula, caracterizada a la vez por la du-
ficultoso, 10 más aporético de ella. Pero Aristóteles, en este punto plicación del verbo ser y el chocante empleo del imperfecto, no
como en tantos otros, estará más cerca que Plat6n del origen, es de- brota del azar y conllevaba por sí misma una significaci6n, la cual,
aunque quizá ya olvidada por los oyentes de Arist6teles, debía se-
149 Z, 3, 1029 b 32. guir inspirando secretamente al uso que el maestro hacía de ella. El
m 1029 b 34. silencio de Arist6teles y la concisión de los comentaristas griegos
ISI No se trata expresamente en estos capítulos, ni por lo demás en todo
el libro Z, de la usla en el sentido de género. Pero el género es un universal

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(a~nque no todo universal sea un género). Lo que es verdadero o falso del 153 Cfr. P. AUBENQUE, «Sur la définition aristotélicienne de la colb'e»

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UOIversal lo es ~ntonces a fortion del género. Recuérdese por lo demás que
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Rev. philos., 1957, pp. 300-317. '


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las Ideas plat601cas, aludidas aquí, son descritas indistintamente por Arist6- 154 Así, el MTO~ lVOAO~ de Arist6teles se convertirá en la forma in materia

teles como xa66Aoo o como rl·n¡. de los escolásticos (cfr. arto cit., pp. 301, 313).
152 P~ ejemplo, en el libro III del De Anima, donde el entendimiento 155 Sobre las defÚliciones lógicas o dialécticas, cfr. arto cit., p. 302 ss.
en potencIa es llamado, según una expresi6n muy platonizante el «lugar de lS6 Z, 4, 1029 b 13.
las formas., 'tÓltO~ EÜiwv (4, 429 a 27). ' 157 Cfr. 1.. parte, cap. II, § 2.

438 439
acerca de este punto '" han dejado rienda suelta a la imaginaci6n de griegos, ofrece el grave inconveniente de disimular la relaci6n entre
los exegeras modernos: a partir de Trendelenburg"', se cuenran por las expresiones 'to 'tl iO'tl y 'to 'ti 7¡v !1val. La expresión sustantiva
docenas las interpretaciones de la f6rmula '"'. tb ...•iva, constituye una respuesta a la pregunta tl lot!. Asi, a la
Hay dos maneras de interpretar gramaticalmente la expresi6n pregunta 'ti ~O'tl áv6pmxoc;; se responde: 'to a~6pW7.lp elvat. Por tanto,
tO tí 1¡v e!val: podemos ver en ella, ya una complicaci6n de la pre. en semejante construcción 'to 'ti ~v etvat no sería más que un tipo
gunta tl ~G't!, ya una aplicación particular de la expresi6n 'to... elvat, de respuesta particular a la pregunta más general tí EOt!' A la cues·
con un dativo intercalado. Si bien la primera via parece más natural, ti6n «¿qué es?» se respondería: «el ser de lo que la cosa era». En
es la segunda la que parece haber prevalecido desde el artículo de realidad, la verosimilitud gramatical hace pensar que las dos ex-
Trendelenburg, aun cuando el propio Trendelenburg no la propu· presiones simétricas, 'to 'ti iCTd Y 'to 'ti ~v elval no son una pregunta
so 161. Es sabido que construcciones del tipo to dv6pw'ltq) El\lal, t~ d-ra6lf> la una y la otra una respuesta, sino que en ambos casos se trata de
.ha" son empleados frecuentemente por Arist6teles para significar interrogaciones sustantivas. Esta conjetura queda reforzada por el
la esencia de tal o cual cosa, lo que esa cosa es, o, palabra a palabra, uso que Arist6teles hace de esas dos expresiones, que parecen ser
lo que es ser para esa cosa '''. De ahi vino la idea de aislar el tl T¡v el ¡(tuJo de dos cuestiones diferentes. La cuesti6n ~í len; parece ser
en el seno de tO (tí 1¡v) Elva" dándole el valor de dativo en la ex· la más general; asi, a la pregunlP Tí lan l:wxpdn¡<;j se responderá:
presi6n tO ...•iva" o también el valor de un atributo con dativo so- S6crates es un hombre. Por el contrario, la expresi6n tO tí 1¡v e1va,
breentendido. TO tí T¡v .¡vat significaría, entonces, literalmente: «el es más especializada, como lo muestra la definici6n que de ella o&e-
ser de lo que era», o también «el ser de lo que era (para la cosa)>>. ce el libro Z, dentro de la designación de lo que el ser es por sí; tal
Esta interpretaci6n, aparte de ser poco natural y de no encontrarse expresi6n se opone entonces al accidente propiamente dicho, pero
sugerida en parte alguna ni por Arist6teles ni por los comentaristas incluye los atributos accidentales por sr, al objeto de definir la esen·
cia individual concreta. Asi, el tl T.v .¡va, de S6crates no consiste
151 Sólo hay indicaciones al re5p«to en el comentario de los T6p;cos por en ser pequeño, viejo, etc., ni en ser meramente un hombre, sino
ALEJANDRO (in V, 3, 132 a 1: 314, 23: cir. 42, 1 ss.) y en el de la E/ica en ser un hombre dotado de tales y cuales cualidades inherentes a
por AsPASIO. Ambos eluden, por lo demás, la cuestión, negando al imperfecto su naturaleza ,6>. Por ranto, no se responde a la cuesti6n tí latt
~ todo sentido temporal: se tratarla de un imperlecto babilUa!. Para Aspasio
(48, 33), TÍ ~ equivaldtia a TÍ ".,¡ 1m (que bien puede ser). Pero entooces mediante 't0 'tt ~'" Elvat. Al contrario: todo sucede como si 'to 'tl ~v elval
no se comprende ni la duplicación dd verbo ser ni lo que diferencia las dos fuese la respuesta especifica a otra cuesti6n, que quizá abarca la
cuestiones, ti. 11m Y 'tÍ ~ .t'oOat. primera, pero que es más precisa, a saber: 'tl ~v elval; y entonces
139 «Das 'to Évi ttWlt. 'to lZTa8ep €tvat. etc.• und das 'tb 'tÍ ~y ttYCtl bei Aris-
acabaremos por entender tb ti 1¡v .ha, como el «qué era ser~, y no
tote1es», en Rheinisches Muuum, 11, 1828. pp. 457-48.3.
)«1 Ch. especialmente RAVAISSON, Erro;.... I, p. 512; MICHELET, Examen como «el ser de lo que era». Si nos empeñamos en poseer una f6r·
critique... , pp. 294-295¡ WAITZ, Organon, II, p. 400; BONITZ, Index, 764 a mula m's completa, podremos sin duda sobreentender una especie de
50: ZELLER, La philos. des Grocs, trad. lcesa., n, p. 503 (a prop6silo de An· dativo posesivo, o incluso dos, como quiere Arpe, lo cual daria, por
tístenes); RODIER, In De Anima, II, pp. 180-188; ROBIN, Sur la conception ejemplo: ti i¡v l:wxpdtEt tb dv6plÍl1t<p .1va" (el) qué era para Socrates
aristot¿licienne... , p. 185; La pensée grecque, p. 299; J. CHEVALIER, La no-
tion du nicessaire..., p. 126, nota; P. NATORP, Platos Ideenlehre, p. 2; el hecho de ser un hombre; podremos incluso comprobar que Aris·
E. BREHIBR, His/. de la phi/os., 1, p. 199; CRUCHON, In E/h. Nic., n, t6teles descompone de este modo, una vez, su propia f6rmula '''. Lo
pp. 218-219: W. BROKKER, Aristo/eles, p. 118, n. 5: COLLE, In Met., A, 3, esencial está en no ver en tl T¡v una expresi6n pensada como dati·
983 a 27-28; C. ARPE, Das 'ti. r¡.. llY(zt bei histoteles, Hamburgo, 1938;
E. KApp, Groe" Founu/ions o, Tradilional Logo:, New York, 1942; J. 0wENs,
The Doc/rine o, Being..., p. 353 ss., n. 83: E. TuGENDHAT, TI KATA TINO!... 161 Hay otro uso, subrayado por H. MuER. (Die Syllogistilt des Aristote-
Fnourgo, 1958, pp. 18-19. les, 11. 2, p. 314 SS., esp. 321), que manifiesta, aunque de otro modo. la
161 Trendelenhurg buscaba más bien un eslab6n intermedio del tipo 'to 'tÍ mayor generalidad de la f6rmula 'tÍ {(TU: el 'tÍ lan puede referirse no 0010 8
~y 'to cMJPW'ltep ItYat. Se hallará una crítica en toda regla de las interpretaciones las esencias, sino al ser de las demás categorías¡ ad, puede planteal'Se la cues-
surgidas a partir de Tr. (y en particular de su desafortunada identificaci6n tión TÍ 1.., a ptop6sito de la cantidad, de la cualidad, etc. (Z, 4, 1030 a 21).
con las expresiones del tipo 'tO dv8pw'ltep llYat) en la primera parte de un es- Lo que llevamos dicho muestra que, por el contrario, d 'ti ~." lIval 5610 puede
rudio de F. BASSENGE que lleva por tírulo el mismo del propio Tr. (Philologus, plantearse para el caso de la esencia, e incluso de la esencia despojada de SUJ
1960, pp. 14-47). accidentes.
162 Cfr. r, 4, 1006 a 33; Z, 4, 1029 b 14, etc. 164 Parlo animal., 11,3,649 h 22: 'ti. ~v a6tqJ (='tqJ arlltrtl) 'to al\l4'tt 11,,«1.

440 441
v.o y, por tanto, ya .sustantivada, sino en conservarle, por el contra-
no, su pleno valor Interrogativo. es decir, que siempre puede ser distinto de lo que es. Sin embargo,
y como hemos visto, esa contingencia del accidente posee grados:
Así pues, el 'ti ~v elvat debe ser pensado como pregunta. Así
una de las adquisiciones de Arist6teles, en su crítica del platonismo,
pensado, debe serlo, como una prolongación de la cuestión funda- consiste en haber mostrado que no sólo es la Idea -o, en lenguaje
mental, y evidentemente más primitiva: 'ti ~a'tL Una vez admitido aristotélico, el género-- lo que es objeto de discursos coherentes,
q.ue se trata de dos preguntas, que, sin embargo, se avecinan, pare- sino también algunas determinaciones accidentales, que el platonis-
cl~ndo la segunda de ellas, a primera vista, una duplicación de la mo rechazaba hacia el campo de la opini6n o el mito. Este descubri-
pnmera, e! problema está en saber por qué Aristóteles no se conten- miento de Aristóteles radica en la distinción entre accidente propia-
tó con ésta. La expresión 'ti ~(nt había sido empleada ya por Platón mente dicho y accidente por sí (ao1j~e~1jxoc; xa6'aó'tó). Está claro que,
para oponer la cuestión atinente a la esencia a aquella que se refiere entre los atributos de Sócrates, no todos están igualmente lejos de
sólo a la cualidad, el 1tOlOV: contra una confusión de este género pro- responder a la pregunta «¿qué es Sócrates?». Si bien podemos des-
testa, p: ej., S~crates en el Menón 165, cuando le recuerda a Polos que preciar los atributos propiamente accidentales, como el estar sen-
la cuestión esta en saber lo que es la virtud, y no en si ésta es de tal tado o en pie, no ocurre 10 mismo con aquellos que, sin pertenecer
o cuál modo, P?r eje,?plo, «dign~ de elogio». Pero si bien debe agra. a la esencia de Sócrates -su humanidad- no por ello son menos
decerse a Platon, e Incluso a Socrates 1(>6, el haber delineado en su característicos de 10 que podemos llamar la «socrateidad»: así, el
pureza la cuestión 'ti ~O'tt, distinguiéndola de las cuestiones adventicia~ hecho de que Sócrates era sabio, feliz, etc. Si a la pregunta ¿qué es
?tOlOV, 'lt6aov, 'ltó'tc, etc., lo cierto es que ni Platón ni Sócrates parecen Sócrates? -o mejor, ¿qué era Sócrates?- respondemos: Sócrates
haber~e dado cuenta de lo que su cuestión tenía de ambif!Uo, por fue un sabio, no definimos la esencia de Sócrates y, no obstante,
demasl?do. R~neral. A la pregunta «¿qué es Sócrates?» puede respon- respondemos en cierto modo a la cuesti6n, en la medida en que la
derse mdistintamente «Sócrates es hombre», o bien «Sócrates es cualidad de sabio, siendo propiamente accidental, no por ello deja
este hombre, dotado de tales y cuales cualidades. etc.». De hecho, lo de ser atribuida por la tradición a la esencia misma de Sócrates.
que Sócrates busca es la definición general ('to ópi~ca6at xa6o'Aoo ) 167; La cuestión 'ti ~a'tt, entendida en el estricto sentido de una pre-
P?r tanto, se co~forma con el primer tipo de respuesta, aquella me. gunta referida al género, no basta para satisfacer nuestra curiosidad
d~ante la ~al situamos en un género la cosa que ha de ser defi- acerca de la esencia. Así se entiende que Aristóteles la haya comple-
ruda. El 'tI ~O'tt de Sócrates es su humanidad, e! 't( ~a'tl de la virtud tado con otra que reclama una respuesta más exhaustiva, es decir,
consistente en el hecho de que es un habitus, una É~tc;. De hecho, una respuesta que conlleve no sólo una atribución genérica, sino
en el lenguaje aristotélico, la expresi6n 'to 'ti ~a'tl designará frecuen- también las determinaciones accidentales por sí que la demostración
temente el fl.énero 168. Ahora bien: Aristóteles no se conforma con o la experiencia nos autoricen a añadir a la esencia propiamente di-
discur~os universales y definiciones genéricas: puesto que las cosas cha. Ahora bien: queda por explicar por qué esta segunda cuestión
son smgulares, hay que captarlas en su singularidad. El 'ti ~a'tt lleva el extraño título de 'ti ~v c1vat, y, en particular, cuál es la sigo
socrático o platónico no agota la riqueza de determinaciones del nificación del imperfecto ~v. También aquí las interpretaciones son
'tóac 'tt 169, es decir, de! ser individual y concreto. Pero ¿acaso esta numerosas: la más sencilla, acreditada por los comentaristas griegos,
riq~e~~ de deter~aciones, propiamente infinita, no sobrepasa las se refiere a un uso gramatical más general y consiste en ver en ~v
poslbihdades del dIscurso? Sabemos que no hay ciencia del acciden- un imperfecto habitual. Pero seguiría sin explicar por qué la ql1idi-
te; tampoco hay definición de él, pues la definición es estable mien- dad de un ser (es decir, su esencia y sus atributos esenciales) se
tras que el accidente es cambiante, o al menos precario, conilitgente, expresa mediante semejante imperfecto, o mejor aún, por qué el im-
perfecto en general ha terminado por significar un estado habitual
165 Menón, 86 e.
y, por ello, esencial. En cuanto a las interpretaciones filosóficas, ci-
166 Cfr. M, 4, 1078 b 23. taremos s610 dos como recordatorio: la más extendida, debida a
167 Ibid., 1078 b 19, 28. Trendelenburg, consiste en hacer significall mediante el ~v «la ante·
168 Cfr. Index (1ristotelicus. 763 b 10 ss. rioridad causal» de la forma respecto a la materia; el 'tI ~v significa.
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la materia y, por ello, el compuesto de materia y forma, nos expli-


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rlO, el u lau).
caríamos que 'to ('ti f,v) clvat puede significar «el ser de la forma».
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442
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443
Esta interpretación nos parece incorrecta por varias razones; en pri- dido que se opone a la desnudez del xaO'atl't6 t la oposición desaparece
mer lugar, supone la construcción .0 (dativo) EIvat t que hemos re- sin embargo en la noción tan propiamente aristotélica del OtllJ.~E~ljXOC;
chazado 170; en segundo lugar, se encuentra vinculada a una interpre- xaO' aútó. Ahora bien, hemos visto que el atributo por sí pertenecía al
tación, que nos parece filosóficamente inaceptable, de las relaciones 'tí ~II Etllal y que incluso por ello este último se distinguía de la de-
entre materia y forma, según la cual materia y forma no serían co- finición demasiado general a través del 'tí iott. El 'tí ~II, por tanto,

-a
originarias -según hemos mostrado a partir del análisis del movi- es ciertamente lo que la cosa era antes del añadido de los atributos
miento- sino jerarquizadas en el sentido de un primado ontológico propiamente reconocidos como pertenecientes a la esencia (por ejem-
y causal de la forma, entendida como generatriz de la materia 171. plo, la sabiduría de Sócrates, la riqueza de Creso, o la propiedad que
Por último, ni siquiera se ve en esta interpretación por qué conven- tienen los ángulos de un triángulo de ser iguales a dos rectos). No
dría hablar de la forma en imperfecto, ya que en la interpretación obstante, podemos conservar, de esta última interpretación, la idea
idealista no se trata sin duda de una prioridad cronológica de la de que el imperfecto ~II representa un límite más acá del cual lo que
forma sobre la materia, y la forma no deja de informar la materia se encuentra atribuido al sujeto debe ser reconocido como esencial.
mientras el compuesto existe 172. Más cerca de la verdad nos parece Con esto, y pese al propio Tugendhat 174, no hacemos más que vol-
la interpretación recientemente propuesta por Tugendhat: tras obser- ver al «sentido ingenuamente temporal del imperfecto», pues el
var que el 'tí ~v Etvat se opone en varias ocasiones al Otll1~E~ljY.ÓC; 173, imperfecto designa una continuidad de duración que se extiende re-
concluye que el 'tí ~v Elvat designa lo que la cosa era antes del aña- troactivamente antes de cierto acontecimiento que sirve de punto
dido de los predicados accidentales, es decir, lo que la cosa es por de referencia 175.
sí, en su esencial suficiencia, en su pureza inicial. Pero le objetare- Pero ¿dónde situar aquí ese límite? Dos textos anteriores a Aris-
mos que si bien el Otll1~E~ljXÓC; evoca ciertamente la idea de un aña- tóteles van a permitirnos, quizá, responder a esta pregunta, arro-
jando alguna luz sobre los orígenes históricos de la fórmula. El pri-

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mero es un texto de Antístenes cuya importancia, por lo que se

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170 Estos dos puntos -interpretación del imperfecto y construcci6n-

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están efectivamente ligados. Si 'ti ~v significa 'ti 1tolei eIvat, se entiende muy refiere a nuestro problema, parece habérsele escapado a los comen-

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bien que 'to ('tÍ 1totei elvat) rivat signifique «el ser de lo que hace ser., pero

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taristas. «Antístenes -informa Diógenes Laercio- fue el primero

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no vemos qué podría significar la cuesti6n 'ti 1tolei rivat rivat. Por tanto, si te-
en definir el discurso: el discurso es aquello que manifiesta lo que

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chazamos (por las razones dadas más arriba) la construcci6n 'to ( ... ) rIval, de-
bernos también rechazar la interpretación «causal» del imperfecto. era, es decir, lo que es» 176. Este testimonio muestra, al menos, que

)
171 Es comprensible que todos los intérpretes idealistas de Aristóteles se
hayan sumado a esta interpretaci6n. Cfr. Rodier, y, sobre todo, Robin, quien 174 No vemos por qué Tugendhat dice: «por supuesto, ninguno de estos
ve en este caso una confirmaci6n de su interpretaci6n analítica de la causalidad dos tiempos (el imperfecto ~v y el perfecto OO\1~e~7jx~) debe entenderse en
aristotélica: «El 'tÍ ~v rival o la quididad no es... la forma sola, considerada un sentido ingenuamente temporal. (p. 18, n. 18). Mejor dicho: se adivina
abstractamente aparte de la materia. Es la forma en cuanto que determina su aquí un prejuicio, que se remonta a Heidegger, según el cual los griegos, al
materia» (Sur la conception arut. de /a causa/ité, p. 185). Robin apoya su in- interpretar la o6~a como 1tapooaía, habrían ignorado las relaciones entre ser
tc;rpret~ci6n en un pasaje en que Arist6teles parece distinguir, dentro del y tiempo. Cfr. nuestra recensi6n de esta obra, R.E.G., 1960, pp. Joo-J01.
'tt ~v rival, una parte demostrable (por ser «material», comenta Robin) y una 175 El griego conoce un uso del imperfecto en que este punto de refe-
parte indemostrable (al ser «formal» y, por ello, principio de demostraci6n): rencia no es otro que el momento en el que se habla: es el imperfecto de
wan 'to IlEV ¡¡e~rt, 'to ¡¡'o6 ¡¡eiEet 'tUIY 'tÍ ~v rIval 'ttjl a6'ttjl 1tpáTIla't1 (Ana/. post., n, descubrimiento de los gramáticos. Cfr. J. HUMBERT, Syntaxe grecque, J.' ed.,
8, 9J a 12). Pero Arist6teles no dice que la separaci6n entre lo que es de- §§ 235, 239 (y el ej. citado, A!uSTóTELES, Ranas, 4J8; 'toll'ti 'tI ~v 'to 1tpáWa;
mostrable y lo que no lo es dentro del 'tÍ ~v eivat -o más bien «entre los (qué es (era) toda esa historia?).
'tÍ ~v rlvat - se produzca entre el tÍ ~v y el 'tlla'tt. Natorp va aún más lejos, 176 npw'to~ 'ti wf'laato )"óToV el1tcllv' A.óTo~ lativ ó 'to 'tI ~v ~ latt ¡¡7j}"wv (VI, J;
dando al ~v el sentido del a priori kantiano: se trataría del «imperfecto de fr. XIV, 2, Winckelmann). Pensemos que ~ significa aqlÚ una equivalencia
la presuposici6n conceptual» (Imperfekt der gedanklichen Voraussetzung) (Cfr. (ve/), y no una disyunci6n (aut). Si la expresi6n significara, trivialmente, «el
ARPE, op. cit., p. 17). discurso es lo que manifiesta el pasado o el presente», tendríamos Ó 'tt ~ ~ Ea'tt,
172 Tampoco puede admitirse, aunque s610 sea por razones gramaticales, en vez de 'to 'tI ~v ~ Ea'tl. Además, esta última fórmula parece referirse no sola-
la i';1terpre~aci6n de BRÉH IER, quien traduce «El hecho, para un ser, de mente a una pregunta, sino a una pregunta única (si no fuera así, tendríamos
continuar SIendo /0 que eru (Hist. de /a philos., p. 199. Subrayado nuestro). 'to 'tI ~v ~ tO 'tI Ea'tt). Por último, si Anústenes no hubiera distinguido entre
En tal caso, sena de esperar 'to Ó 'ti 7¡v rIvat. la cuesti6n 'to 'tI ~v (~ Ea'tt) (qué es lo que el discurso revela) y la cuesti6n
173 Cfr. Z, 4, 1029 b 13. Sin embargo, los demás 'textos citados por Tu- 'ti EOtl, sería inexplicable que Aristóteles le atribuya la tesis o6x EO'tt 'to 'tl lO'tl
GENDHAT (Fís., 210 b 16-18 y 26J b 7 ss.) son menos probatorios, porque en óplaaa8at (H, J, 104J b 24). En realidad, sólo esta distinci6n permite entender
el primer caso se trata de 'to rIvat, y en el segundo de ~ olxia xai 'to rIval.
445
444
la fórmula 'to 't1 ~v se empleaba ya antes de Aristóteles, que se ha· eratHa la exigencia de estabilidad que impide al discurso amoldarse
bría limitado a añadirle el infinitivo e!val. Pero ¿cuál era su sentido al movimiento de las cosas sensibles. Pero Platón trasladaba a otra
en Antístenes? parte, a otro mundo, esa estabilidad requerida por el discurso. Aris·
Aunque la doxografía no nos ofrezca indicación alguna a este tóteles definirá de la misma manera las condiciones del ejercicio del
respecto, el hecho de que se trata de una definición del lenguaje nos pensamiento intelectivo, que es «detención y reposo» 178, estabiliza-
permite conjeturar que el imperfecto ~" significa aquí la anteriori· ción de lo móvil; pero no se permitirá buscar dicha estabilidad en

GF
dad del ser por relación al lenguaje que sobre él mantenemos. Ha· otra parte que en el seno del propio mundo sensible, es decir, en un
blamos siempre de lo que ya es-ahí, y de lo cual, en rigor, no sabe· mundo en movimiento; se dará cuenta entonces de que en el seno
mas si es-ahí todavía en el instante en que hablamos de ello. El del movimiento no hay otro sustitutivo de la inmovilidad que el
tiempo propio del lenguaje sería entonces el imperfecto. Podría oh- reposo 179, no hay más sustitutivo de la eternidad que la muerte
jetarse, sin duda, que el lenguaje permite prever, deliberar, etc., y, Es un viejo adagio de la sabiduría griega el de que no puede
por tanto, proyectarse hacia el porvenir. Pero debemos recordar que formularse un juicio sobre la vida de un hombre hasta que éste no
la filosofía de Antístenes, que se asemeja en tantos aspectos a la haya muerto. Aristóteles cita en dos ocasiones, en sus Etieas, la frase
de los megáricos, debía ignorar, como ésta, la existencia de lo posi- de Salón, según la cual un hombre no puede ser llamado feliz en
ble. Por tanto, la realidad del será sólo quedará establecida cuando tanto que vive ISO, 10 cual no quiere decir --comenta Aristóteles-
podamos decir era. La esencia de una cosa no consiste en sus posi- que «sólo sea uno feliz una vez muerto», sino que la proposición
bilidades, sino en su realidad, que sólo se desvela en el pasado. Por que atribuye a un hombre el predicado feliz sólo puede ser formula-
lo demás, no será la última vez en la historia de la filosofía que una da en el momento de su muerte, es decir, en imperfecto. «Admita-
filosofía que ignora 10 posible insista al mismo tiempo en el movi· mos, pues, que es preciso ver el final y esperar ese momento para
miento retrógrado de la verdad, y en el hecho de que la lógica de declarar feliz a un hombre, no como si fuera actualmente feliz, sino
nuestro lenguaje es una lógica retrospectiva 177. porque lo era en un tiempo anterior» 181. Es cierto que tal observa-
Ciertamente, Aristóteles no tenía iguales razones para negarle al ción se halla inserta en una discusión acerca de la felicidad, V no
lenguaje todo poder de anticipación. Pero esta limitación seguía sien· acerca de la proposición, y que Aristóteles nunca afirma del 'todo
do necesaria en el caso de que el lenguaje intentara definir una cosa por su propia cuenta el adagio de Salón. Pero la justificación que da
--es decir, manifestar su esencia-, al menos cuando se trata de la de la frase en cuestión desborda ampliamente el problema particular
esencia de un ser sensible, es decir, en movimiento. Si bien en Dios de la felicidad, y la crítica que de ella hace deja subsistir el proble-
coinciden presente, imperfecto y futuro, no ocurre lo mismo con el ma metafísico incidentalmente planteado. Si no puede llamarse feliz
ser sensible, que es o será lo que no era, y no es o no será lo que al hombre mientras vive es porque permanece sometido a los azares
era. La esencia del ser sensible se halla afectada por la fundamental de la fortuna; pero, en rigor, tampoco pu~de decirse de él que es
precariedad del poder-ser·otro, es decir, de la contingencia. La con- sabio o virtuoso, pues la sabiduría que se le concede puede ser puesta
secuencia radical de este pensamiento de la contingencia es que nada en cuestión en virtud de algún desfallecimiento ulterior 182. Mientras
puede decirse de un ser, salvo por accidente, en tanto que está en 178 Cfr. 1." parte, cap. n, § 4.
movimiento. En rigor, no puede atribuirse predicado alguno a un 179 Acerca de la diferencia entre dXlYTJGía y r,pe",ía véase más arriba, pági-
ser vivo -fuera de su esencia genérica de ser vivo-- en tanto que nas 406407.
vive, pues la imprevisibiJidad de la vida puede siempre poner en 180 Et. Nic., 1, 11, 1100 a 11, 15; El. Eud., n, 1, 1219 h 6.
cuestión lo que de él digamos. En otros términos, en tanto que el 181 Et. Nic., 1, 11, 1100 a 32.
182 Contra Solóo, Aristóteles se niega a hacer depender la felicidad de
ser esté en movimiento, no podemos distinguir, entre la multiplici. circunstancias exteriores: «Si lo seguimos paso a paso en sus diversas vicio
dad de determinaciones que le sobrevienen, cuáles son propiamente situdes, llama'remos frecuentemente al mismo hombre unas veces feliz y otras
accidentales y cuáles son por sí. Platón había subrayado ya en el desgraciado, haciendo así del hombre feliz una especie de camale6n o una casa
que amenaza ruina» (Et. Nic., 1, 1, 1100 b 4). La felicidad, objeta Aristóteles,
exige mayor estabilidad, y por eso la sitúa primordialmente en la vir/ud:
que Antístenes admita la definición propia otxeioc; MT0C; (~ 29, 1024 h 32),
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lo que Aristóteles llamará 6 MT0C; Ó ~TJ)..wv 'tn 'tí ~v eival (A, 6, 1016 a 34). a la de las actividades conformes a la virtud, las cuales aparecen aún más
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Nótese la analogía de esta fórmula con las de Antístenes; cfr. asimismo Et. Nic., estables que los conocimientos científicos» (1100 b 12). Pero, como se ve, el
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n, 6, 1107 a 5), y rechace toda definición por el género. debate con So16n se refiere sólo a grados dentro de la estabilidad: sigue siendo
177 Cfr. BERGSON, La pensée et le mouvant, cap. 1.0, esp. p. 19.
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cierto que no hay estabilidad absoluta en el mundo sublunar en general y


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446 447
7
el hombre vive, su «porvenir nos está oculto» 183, porque puede en en Antístenes bajo una forma ya más abstracta, vinculada en ambos
cada momento convertirse en algo distinto. Participa de la contin· a una reflexión -ya ética, ya 16gica- sobre el discurso humano, nos
gencia que afecta a todo lo que se mueve en el mundo sublunar, y parece que anima aún, aunque sin duda inconscie~ltemente, el uso
en particular a todo lo que vive, contingencia que, en el caso del aristotélico de la fórmula. Es cierto que la evocaetón de la muerte
hombre, resulta vivida bajo el aspecto primordialmente negativo de como límite revelador de la esencia sólo parece referirse al ser vivo
la falibilidad, de la pecabilidad, de la vulnerabilidad a los golpes de y, en particular, al hombre, y no al ser en movimiento.en su conjun-
la fortuna. Sólo la muerte puede, en el caso del ser vivo, detener el to. Pero no sería la única vez que Aristóteles ampliase hasta las
curso imprevisible de la vida, transmutar la contingencia en necesi- dimensiones de la física entera una experiencia en principio antropo·
dad retrospectiva, separar 10 accidental de 10 que pertenece verdade- lógica o, más en general, biológica. ¿Acaso, ~ más de un pasaje, no
ramente por sí al sujeto que ya no es. La muerte de Sócrates da for- se identifica la forma con el alma? 185. Pues bIen, ¿acaso la forma no
ma a la esencia de Sócrates: la del justo injustamente condenado. suministra precisamente la respuesta a la pregunta 'ti Y¡\I elvat? 186. Por
Ella permite disociar lo que hay de contingente en la existencia his- lo demás, es el propio Aristóteles quien, en varios p~sajes, insiste
tórica de Sócrates por respecto a aquellos accidentes de su vida que en la función reveladora de la muerte: la muerte es qUlen revela ne-
alcanzan la dignidad de atributos esenciales de la socrateidad. La gativamente, en el ser vivo, lo que pertenece a su esencia de ser
esencia de un hombre es la transfiguración de una historia en leyen- vivo, a su forma, a su quididad, por oposición a 10 que, al pertenecer
da, de una existencia trágica -por imprevisible- en un destino a la materia, forma parte del orden del accidente. La muerte mues-
acabado, transfiguración sólo operada por la muerte. En términos tra que la forma del ser vivo «no consiste en la configuración o el
más abstractos, en el caso de un hombre, sólo hay atribución esen- color. Un cadáver tiene exactamente la misma configuración que un
cial (al menos, si entendemos por eso una atribución propia, y no cuerpo vivo y, con todo, no es hombre» 187. Hay, por tant.o. h0m..0-
s6lo genérica) en el imperfecto, es decir, referida a un sujeto que tan nimia entre el hombre muerto y el hombre; hablamos lmprOpla·
sólo es lo que es porque ya no es. Podríamos oponer en este punto mente del hombre muerto, pues no se trata de un hombre al que le
el discurso esencial al discurso trágico) el cual, por adherirse a la sobrevendría el atributo muerto)' en realidad, no se trata de un
imprevisibilidad del tiempo, señalada por las peripecias, sólo conoce hombre en modo alguno; no es un hombre distinto, es un no-hombre.
los verbos de acción e ignora la función esencial ---es decir, predi. Así pues, es la muerte del hombre la que nos revela lo que separa
cativa por sí- del verbo ser. Aquí es la historia la que, como en al hombre del no·hombre; ese algo que es la quididad del hombre,
otras partes la demostración, proporciona el fundamento de la sínte- es decir, 10 que el hombre era, es la vida, o, si se quiere, el alma.
sis atributiva. Pero, según la frase de Salón, sólo se ve la síntesis al Suprimir la vida es suprimir el hombre. Esta observación podría pa·
final, cuando la historia del hombre ha llegado a su término. recer tautológica; de hecho, es el principio de toda investigación
En resumidas cuentas, es la idea -tan profundamente grie- fisiológica: pues la muerte permite manifestar, hasta en el menor
ga- 184 según la cual toda ojeada esencial es retrospectiva, la que detalle, 10 que pertenece a la vida y és por tanto esencial al ser
nos parece justificar el Y¡\I del 'ti Y¡\I el\lat. Expresada en Salón bajo vivo o al menos, manifestar grados de esencialidad entre los dife·
las apl;lriencias antropológicas de un precepto prudencial, formulada rent~s Órganos o las diferentes funciones de la vida: se puede vivu
sin dedo o sin mano, no se puede vivir sin corazón o sin cerebro;
en los asuntos humanos en particular. La virtud misma es precaria, y ésa es éstos son, por tanto, primeros (xópta) y «en ellos residen primordial-
una de las razones por las que «Dios es mejor que la virtud» (Magn. Mor., mente ellogos y la esencia (ouala)>> 188.
n, 5, 1200 b 14).
183 Et. Nic., 1, 11, 1101 a 18. Cfr. SÓFOCLES, Ayax, v. 1418-20: «Los
185 De An. n 1 412 b 11-18 (si e! ojo fuese un animal, la vista seria
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adivino que conozca lo que será antes de haberlo visto.» su alma). En 4Í2 b 16,
el alma humana es llamada 'to 'ti ~v elvat xai Ó )..ól0 l;
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184 El adagio de 5016n es citado por HERODOTO, 1, 32-33. Cfr. SÓFOCLES, Cfr. Z, lO, 1035 b 14; De An., n, 4, 415 b 12·15.

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Edipo Rey, v. 1528-1530: «Así, pues, en un mortal hay que considerar siempre 186 Z, 7, 1032 b 2; 10, 1035 b 32; 17, 1041 a 28; H, 3, 1043 b 1; 4,

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el último día. Guardémonos de llamar feliz a un hombre antes de que haya 1044 a 36, etc. .
franqueado el término de su vida.» Los estoicos serán los primeros en comba- 187 Parto ·animal., 1, 1, 640 b 32-35 (contra Dem6crito). •

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tir, con su teoría de la independencia entre la felicidad y le tiempo, esa vieja 188 Z, lO, 1035 b 25. Por e! contrario, e! dedo y la mano no son esenciales

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máxima de la prudencia griega (cfr. CICERÓN, De finibus, nI, ad fin.). Acerca a la vida. Pero como no pueden existir separados de! ser vivo en su conjunto,
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ciones en el capitu10 «Ser e historia». más que por homonimia (Z, 10, 1035 b 24). aro Categ., 1, 1 a 2-3; De An.,
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448 449

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Sin duda, este método de investigación sólo es aplicable a la visto más arriba (p. 412) que la esencia era establecida mediante un
quididad del ser vivo. Pero es característico que Aristóteles deplore método de variaciones imaginativas, consistente en suprimir Con el
la ausencia de tal situación reveladora de la esencia en el caso de los pensamiento tal o cual atributo, preguntándose entonces si la cosa
seres inanimados: se ve muy bien, por ejemplo, que «un hombre sigue siendo lo que era, es decir, lo que es. Vemos ahora que estas
muerto sólo es hombre por homonimia ... Pero nada de eso se ve variaciones imaginativas ejercitan la misma función reveladora que
tan bien cuando se trata de la carne fa el hueso, y es menos visible la muerte: así como la muerte es la variación decisiva, la mutaci6n
aún en el caso del fuego y del agua» 89. terminal y, por ello, esencial, así también la variación esencial-aque-
Esta observación, aparentemente restrictiva, nos permite en tea- lla que revela la quididad- será la que suprime la cosa en cuanto
lidad generalizar las observaciones anteriores. En efecto: manifiesta, tal. Así como suprimir la vida del hombre es suprimir al hombre,
una vez más, que la quididad de los seres del mundo sublunar en asimismo suprimir la trilateralidad del triángulo es suprimir el trián-
general está pensada según el modelo del alma de los seres vivos: el gulo. De este modo volvemos a encontrar, pero en forma desmitifi-
movimiento es el alma de las cosas, al modo como la vida es la cada esta vez, el vínculo que Platón había reconocido, siguiendo a
forma y la quididad del cuerpo. Habrá que buscar, pues, en el caso los pitagóricos y los órficos, entre la filosofía y la muerte. La muer-
de los seres inanimados, un análogo de la muerte reveladora: este te ya no libera la esencia de las cosas, pero, al suprimirla, la revela.
análogo es la «detención», el «reposo», instituido dentro del movi- No es ya la eternidad, sino que es -dentro de un mundo en movi-
miento universal de las cosas por ese contra-movimiento (él mismo miento, para el que la eternidad no es sino espectáculo lejano e ideal
un movimiento) que es el entendimiento y, primordialmente, la ima- inaccesible-- el sustitutivo de una eternidad imposible. El imper-
ginación 190. La imaginación y el entendimiento detienen el devenir fecto del 'tl ~v elval sólo corrige, inmovilizándola, la contingencia
de la cosa, interrumpen el flujo indefinido de sus atributos y mani· del presente por ser imagen y sustitutivo de un imposible perfecto,
fiestan así lo que la cosa era) es decir su quididad, su esencia. Hemos aquel que expresaría no ya el acabamiento de lo que era, sino el
acabado siempre perfecto de lo que ha sido siempre lo que es.
II, 1, 412 b 18; Gen. Anim., 1, 19, 726 b 22; II, 1, 734 b 24, 735 Il 7; 5,
741 a 10 (siendo el ojo y el dedo los ejemplos más frecuentemente citados). ir .. ..
189 Meteor., IV, 12, 389 b 31·390 Il 3; cfr. 390 a 10-24. La importancia
de este texto ha sido bien subrayada por CARTERO N, La notion de force ...,
p. 74: «Nos falta la muerte del fuego -o de cualquiera de los otros elemen- El 'ti ~\I elval designa, pues, lo que de más interior, más funda·
tos-, única que podría revelarnos su alma», y por J.-M. LE BLOND, Logique tnental, más propio hay en la esencia de lo definido. Los Segundos
et méthode..., p. 200: «Falta ... , en el dominio de las cosas inanimadas, una
de las experiencias más reveladoras de la naturaleza de un ser, la experiencia Analíticos lo definen: «Lo que hay de propio entre los elementos del
de la muerte, que manifiesta, por contraste, la verdadera naturaleza del ser 'tl ~o. ti» 191; por eso no se confunde con el género, que es demasiado
en cuesti6n, su funci6n esencial, su forma»; cfr. pp. 359-60. Cfr. asimismo general, y no connota la materia 192, que es accidental. Al designar los
RODlER, In De Anima, n, p. 153. Pero ninguno de estos autores ha hecho
el cotejo entre esta «experiencia de la muerte» y el imperfecto de 'ti ~ v EtVlXl. que la cosa es por sí (esencia y atributo por sí), excluye lo que es
El único autor que, a lo que sabemos, ha sugerido un cotejo de ese género es por accidente. Aquí es donde va a anudarse la aporía que, desarrolla-
MICHELET, en su Examen critique de l'ouvrage d'Ar. intitulé... , pp. 294-295, da expresamente en los capítulos 4 y 5 del libro Z, ocupará de hecho
pero ofrece una justificaci6n de inspiración hegeliana que nos parece err6nea: el libro Z entero. Dicha aporía se refiere directamente a la defini-
«La muerte de un individuo es... la reproducci6n de gran número de otros ción, e indirectamente a la quididad que la definición expresa. ¿De
[cfr. Hegel: la muerte del individuo es el nacimiento de la especie] ... La
existencia de la forma substancial, por ser ideal, se conserva incluso cuando qué seres, pregunta Aristóteles, hay definición? Dejemos aquí a un
pierde su actualidad en (la) materia: Arist6teles la llama, por tanto, muy bien lado el caso de los seres simples que, en rigor, no son objeto de
'to 'tÍ ~v EtVal. Si una rosa está ajada, su forma substancial no existe ya actual· definición, pues ésta necesita, para ejercitarse, la disociaci6n del gé-
mente; es una determinación pasada ('ti ~v). Pero esta aniquilaci6n de la nero y la diferencia. Pero ¿puede haber definición de los seres como
existencia exterior no ha afectado a la substancialidad interior de la forma: puestos, es decir, de los seres que no son sólo .esencias, sino esencias
ésta existe todavía ('to E1VlXt) en la materia, pero en potencia». La intervención
de la potencia, que tiende a dar un sentido físico a una fórmula que ante todo
a las que se les atribuyen toda clase de predicados que no todos son
posee un sentido l6gico, nos parece aquí fuera de lugar; le ha faltado a Miche-

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Anlll. post., II, 6, 92 Il 7. Adoptamos aquí la correlaci6n de KÜHN:
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let darse cuenta de que el ~v se refiere al discurso humano, y que, por tanto,

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~lOV en vez de lalwv. En un escrito anterior (T6p., V, 3. 132 Il 1 ss.), Aris-
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designa no tanto la anterioridad o permanencia de una determinación como


u'fit

el carácter retrospectivo de nuestra consideración de la cosa. t6teles distinguía, no obstante, el propio respectt) de la quididad.
190 Cfr. capítulo siguiente. 192 AilW 8'oü,iav áVEtI ¡¡)"l'lt; 'to 'tÍ Y¡v EtVlXl (Z, 7, 1032 b 14).

450 451
esenciales? La dificultad procede aquí de que la definición del com- accidental, aquellos que Aristóteles llama abreviadamente 'ta A.E,óIl-Eva
puesto no será la definición del compuesto, sino la definición de la xa'ta aOIl-~E~'YlXÓ:; 195.
A la inversa, sería de esperar que el ser coinci-
esencia del compuesto: así, la definición de la superficie blanca no diera con su quididad en el caso de los seres por sí ("Ca xa6' aóta
será otra cosa que la definición de la superficie (pues la blancura, al A.E¡6Il-EVa ). Pero aquí tropieza Aristóteles con la teoría de los platóni.
no ser un atributo por sí, no pertenece a la quididad de la superficie cos, según la cual la quididad de una cosa, aunque sea simple, está
blanca>, la definición de! hombre blanco será la definición de! hom- separada de la cosa y proyectada fuera de ella bajo el nombre de
bre, etc. Pero entonces llegaremos a la paradoja según la cual, si Idea. Aristóteles critica entonces esta doctrina con argumentos que
bien hay seres que coinciden con su quididad, hay otros que no son ya hemos visto 196, y concluye que <<Dada impide a ciertos seres ser
su quididad, porque son también otra cosa además de ella. Así, la
superficie blanca es superficie, y sin embargo no es la superficie, 195 1031 a 19. No podemos admitir la interpretación restrictiva que dan
pues ésta no es más que superficie. En términos más abstractos, toda de este pasaje Ross (II, p. 176) Y TRICOT (ad loe.), según la cual hombre y
esencia compuesta -es decir, que no es sólo esencia, sino también hombre blanco, por ejemplo, sedan idénticos xa'ta 'to ~1toxd".vov pero no xa'ta
cantidad, cualidad, etc.- es indefinible en tanto que compuesta; no 'to... ÓplOlJ.Ó.... En realidad, son también idénticos según la definici6n, es decir.
coincide con su propia definición porque ésta ignora su composi- según la quididad, pues la quididad de hombre blanco no llega a incorporar
ción. Esta consecuencia sería fácilmente adinisible si sólo concerniera la blancura como atributo por sí. La consecuencia es que hombre blanco, al
no tener otra quididad que la del hombre, pero no confundiéndose -sin
a cierto género de esencia que, por su complejidad, se sustraiesen al embargo- con hombre, es diferente de su propia quididad.
discurso. Pero en realidad~ no son sólo tales o cuales esencias, sino 196 Estos argumentos son aquí los siguientes:
todas las del mundo sublunar, las que son compuestas en cuanto 1.°) Argumento de la duplicación infinita (o del tercer hombre): si sepa-
que sensibles, es decir, en cuanto que están en movimiento. Es e! ramos (d1toAúElV 1031 b 3-5) la quididad de la cosa, entonces la quididad será
ella misma una cosa, cuya quididad habrá que buscar, y as! hasta el infinito
movimiento,. como hemos visto, el que determina en e! ser sensible (1031 b 28-31).
la disociación entre materia y forma; ahora bien, la materialidad no 2.°) Argumento del conocimiento: si separamos la cosa de su quididad,
es más que d nombre general de la composición. La ollaia sin materia no podremos conocerla, pues «la ciencia de cada ser consiste en el conoci·
no es más que ollaia. Pero la allala aia0"lri¡ es también cantidad, cua- miento de la quididad de ese ser» (1031 b 7, 20).
3.°) Si separamos la quididad de la cosa, la quididad ya no será un ser
lidad, etc. Así pues, la quididad, tal como la hemos definido, va a (1031 b 4) (Aristóteles piensa aqur en la Idea platónica, que es primordial-
acumular las paradgjas: es la esencia sin materia de un ser material; mente separada, abstracta, en cuanto que universal; pero el universa'l, precisa-
es la forma en cuanto que ésta pretende definir por sí sola un ser mente por estar separado de las esencias singulares, no es él mismo esencia).
que no es forma, sino compuesto de materia y forma; es el alma que Si el detalle de la polémica está claro, en cambio difieren las interpreta-
ciones acerca de su sentido general y su puesto dentro de la problemática
se ofrece como esencia de! cuerpo, es decir, como 10 que el cuerpo del libro Z. AsI, W. BRÜCKER (Arist6teles, p. 211, n. 2) protesta contra «la
es. Si seguimos literalmente e! 'ti ~v Eivat, que no es algo de la cosa, insostenible interpretación tradicional [que es, especialmente, la del Pseudo-
sino lo que la cosa es --es decir, era-, debemos conceder que, en Alejandro, seguida por Ross], según la cual Aristóteles otorgarla la capacidad
(die Selbigkeit) de quididad esencial a una clase de cosas en las que no cree:
e! caso del ser sensible, hay que distinguir entre su ser, que es com- las Ideas». Sin embargo, tal es, según nosotros, el sentido de la polémica aris-
puesto, y lo que es, es decir, 10 que era. El ser sensible no es 10 totélica; s610 que, entonces, hay que desprender su consecuencia radical (lo
que es 193. . que no hacen el Pseudo-Alejandro y Ross): únicamente el ser por sI (lo que
los platónicos llaman Idea) coincide con su quididad; ahora bien, Ideas o
En e! capítulo 6 de! libro Z, Aristóteles plantea el problema de seres por si no existen en el mundo sublunar; por consiguiente, no hay ningún
saber si la quididad es o no es diferente de cada ser. Cuestión extra- ser, en el mundo sublunar, que coincida con su propia quididad. Según
ña, pues «cada cosa no parece ser diferente- de su propia esencia, y BROCKER (ibid., p. 211), Arist6teles querrla mostrar en este pasaje que no
la quididad parce ser la esencia de cada cosa» 194. Cuestión necesaria, puede separarse el 'tÍ~ ....tVal del ExaO'to... y que todo 'tÍ ~v d ...al es un 1;1 ~ ...
sin embargo, pues nos vemos obligados a responder negativamente éxdO't1p .!...al. Pero eso es confundir dos problemas: la Idea plat6nica no es
considerada aquí principalmente como universal, ni, por tanto, en su oposi-
en el caso de los seres compuestos de una esencia y un predicado ción al ExaO'to... ; es considerada como simple o por sr y, por tanto, opuesta al
compuesto. Ello no impide, por otra parte, que ambas problemáticas se en-
193 La tradición resolverá esta aporía -o cre¡¡rá resolverla- mediante la cuentren, pues el ExaO'tov en cuanto sensible, se confunde con el compuesto.
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distinción entre esencia y existencia, entre quod est y qua est (Boecio). No Nos damos cuenta entonces de que la definición del 'tI ~... d ...al que recuerda
nos permitimos utilizar aquí esta terminología, por seguir en el plano más Bréicker es de hecho irrealizable: la quididad es, sí, quididad de lo singular
originario, más aporético, en el cual se sitúa la problemática aristotélica. (y por eso se opone al género), pero en la medida en que lo singular es com-
194 Z, 6, 1031 a 17. puesto, hay seres que no pueden coincidir con su propia quididad. Existe un

452 453
esenciales? La dificultad procede aquí de que la definici6n del com- accidental, aquellos que Arist6teles llama abreviadamente ,ci AETótJ.Eva
puesto no será la definición del compuesto, sino la definici6n de la xa.,ci aUtJ.~E~'1jXÓ~195. A la inversa, sería de esperar que el ser coinci·
esencia del compuesto: así, la definici6n de la superficie blanca no diera con su quididad en el caso de los seres por sí (,d x116' I1ll'tci
será otra cosa que la definición de la superficie (pues la blancura, al AEJ6tJ.EVI1 ). Pero aquí tropieza Arist6teles con la teoría de los platóni-
no ser un atributo por sí, no pertenece a la quididad de la superficie cos, según la cual la quididad de una cosa, aunque sea simple, está
blanca), la definición del hombre blanco será la definici6n del hom· separada de la cosa y proyectada fuera de ella bajo el nombre de
bre, etc. Pero entonces llegaremos a la paradoja según la cual, si Idea. Arist6teles critica entonces esta doctrina con argumentos que
bien bay seres que coinciden con su quididad, hay otros que no son ya hemos visto 196, y concluye que <<nada impide a ciertos seres ser
su quididad, porque son también otra cosa además de ella. Así, la
superficie blanca es superficie, y sin embargo no es la superficie, 19S 1031 a 19. No podemos admitir la interpretaci6n restrictiva que dan
pues ésta no es más que superficie. En términos más abstractos, toda de este pasaje Ross (II, p. 176) Y TRICOT (ad loe.), según la cual hombre y
esencia compuesta --es decir, que no es s6lo esencia, sino también hombre blanco, por ejemplo, sedan idénticos xa'ta 'to ~ltoXElI'EVo" pero no xa'ta
cantidad, cualidad, etc.- es indefinible en tanto que compuesta; no 'tov ÓplCl\1ÓV. En realidad, son también idénticos según la definici6n, es decir.
coincide con su propia definici6n porque ésta ignora su composi. según la quididad, pues la quididad de hombre blanco no llega a incorporar
ción. Esta consecuencia sería fácilmente adinisible si s6lo concerniera la blancura como atributo por sí. La consecuencia es que hombre blanco, al
no tener otra quididad que la del hombre. pero no confundiéndose -sin
a cierto género de esencia que, por su complejidad, se sustraiesen al embargo- con hombre, es diferente de su propia quididad.
discurso. Pero en realidad, no son sólo tales o cuales esencias, sino 196 Estos argumentos son aquí los siguientes:
todas las del mundo sublunar, las que son compuestas en cuanto 1.0) Argumento de la duplicaci6n infinita (o del tercer hombre): si sepa.
que sensibles, es decir, en cuanto que están en movimiento. Es el ramos (dlto)..óm 1031 b 3-5) la quididad de la cosa, entonces la quididad será
movimiento, como hemos visto, el que determina en el ser sensible ella misma una cosa, cuya quididad habrá que buscar. y así hasta el infinito
(l031 b 28-31).
la disociaci6n entre materia y forma; ahora bien, la materialidad no 2.·) Argumento del conocimiento: si separamos la cosa de su quididad,
es más que el nombre general de la composición. La oúala. sin materia no podremos conocerla, pues «la ciencia de cada ser consiste en el conoci-
no es más que oúala.. Pero la oÚala. a.ta6'1jU¡ es también cantidad, cua· miento de la quididad de ese ser» (1031 b 7. 20).
3.°) Si separamos la quididad de la cosa, la quididad ya no será un ser
lidad, etc. Así pues, la quididad, tal como la hemos definido, va a (1031 b 4) (Arist6teles piensa aquí en la Idea plat6nica, que es primorclial-
acumular las parad9jas: es la esencia sin materia de un ser material; mente separada, abstracta, en cuanto que universal; pero el universal. l'recisa-
es la forma en cuanto que ésta pretende definir por sí sola un ser mente por estar separado de las esencias singulares, no es él mismo esencia).
que no es forma, sino compuesto de materia y forma; es el alma que Si el detalle de la polémica está claro, en cambio difieren las interpreta-
ciones acerca de su sentido general y su puesto dentrO de la problemática
se ofrece como esencia del cuerpo, es decir, como lo que el cuerpo del libro Z. Así, W. BRÜCKER (Arist6teles, p. 211, n. 2) protesta conrra «la
es. Si seguimos literalmente el 'tl ~v Elvat, que no es algo de la cosa, insostenible interpretaci6n tradicional [que es. especialmente, la del Pseudo-
sino lo que la cosa es -es decir, era-, debemos conceder que, en Alejandro, seguida por Ross), según la cual Arist6teles otorgaría la capacidad
(die Selbigkeit) de quididad esencial a una clase de cosas en las que no cree:
el caso del ser sensible, hay que distinguir entre su ser, que es com- las Ideas,.. Sin embargo, tal es, según nosotros, el sentido de la polémica aris-
puesto, y lo que es, es decir, lo que era. El ser sensible no es lo totélica; s6lo que, entonces, hay que desprender su consecuencia radical (lo
que es 193. que no hacen el Pseudo-Alejandro y Ross): únicamente el ser por sí (lo que
En el capítulo 6 del libro Z, Aristóteles plantea el problema de los plat6nicos llaman Idea) coincide con su quididad; ahora bien, Ideas o
seres por sí no existen en el mundo sublunar¡ por consiguiente, no hay ningún
saber si la quididad es o no es diferente de c;:ada ser. Cuestión extra· ser, en el mundo sublunar, que coincida con su propia quididad. Según
ña, pues «cada cosa no parece ser diferente. de su propia esencia, y BROCKER (ibid., p. 211), Arist6teles querría mostrar en este pasaje que no
la quididad parce ser la esencia de cada cosa» 194. Cuestión necesaria, puede separarse el 'tÍ ~y Et"al del ExaO'tOy y que todo 'tÍ ~" etWl es un 'tÍ ~v
sin embargo, pues nos vemos obligados a responder negativamente lxáO'tt¡l EtWl. Pero eso es confundir dos problemas: la Idea plat6nica no es
considerada aquí principalmente como universal, ni, por tanto, en su oposi-
en el caso de los seres compuestos de una esencia y un predicado ción al ExaO'to"; es considerada como simple o por sí y. por tanto, opuesta al
compuesto. Ello no impide, por otra parte, que ambas problemáticas se en-
cuentren, pues el ExaO'tov en cuanto sensible, se confunde con el compuesto.
s 9.R

193 La tradici6n resolverá esta apoda -o creará resolverla- mediante la


Nos damos cuenta entonces de que la definición del 'tI ~" Et"al que recuerda
Za

distinci6n entre esencia y existencia, entre quod 'est y qua est (Boecio). No
nos permitimos utilizar aquí esta terminología, por seguir en el plano más Br&ker es de hecho irrealizable: la quididad eSl sí, quididad de lo singular
La
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originario, más aporético, en el cual se sitúa la problemática aristotélica. (y por eso se opone al género), pero en la medida en que lo singular es com-
194 Z, 6, 1031 a 17. puesto, hay seres que no pueden coincidir con su propia quididad. Existe un

452 453
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inmediatamente (suOOe;) su propia quididad, si es cierto que la esen- 7 a 9, con un análisis del movimiento, en el cual han visto la mayo-
cia. es, según ~~sotros, la quididad» 197. Pero esta «separación», que ría de los intérpretes un entremés sin relación con el resto de: li-
Aristóteles califIca como absurda, y que, entre otras consecuencias, bro 200. La necesidad de este análisis queda claramente reconocida al
tiene la de hacer imposible conocer aquello de lo que es esencia de principio del capítulo 15, el Olal, tras un nuevo desarrollo de la
la esencia 198, se ve obligado a reintroducirla en el seno de los seres polémica antiplatónica, vuelve a coger el hilo de la disOlsión abierta
compuestos. Arist6teles obra de mala fe cuando, al criticar la doc- en el capítulo 6. Tras recordar que la esencia designa, por una par-
trina platónica, toma ejemplos sólo de los seres simples el Bien el te, la forma, y por otra, el compuesto ("'Co aóvoAov), añade: «Toda
Animal, el Ser, el Uno 199, a propósito de los cuales es eiectivame~te esencia, tomada en el sentido del compuesto, es corruptible, pues hay
absurdo separar el ser de la quididad. Pero no era la consideraci6n generación de ella» 201. Si bien Aristóteles no dice que la generación
de esos seres la que había conducido a Platón a su teoría de las sea el fundamento de la composición, parece ser obvio para él que
Ideas, sino las dificultades suscitadas por los seres sensibles, pues toda esencia compuesta es, por ello mismo, engendrable y corrupti-
éstos son los que no son lo que son. Arist6teles seguirá siendo más ble. Y si bien Aristóteles invoca aquí el movimiento a fin de oponer
platónico de lo que él mismo cree o desea declarar cuando, tras re- la engendrabilidad del compuesto a la inengendrabilidad de la for-
chazar la «separaci6n» en el caso de los seres simples, la reintroduce ma, está claro que no lo hace para atribuir a uno de ellos un predi-
en el caso de los seres compuestos, es decir, sensibles; s610 que esta cado que rehusaría al otro, como si el movimiento pudiese acaecer
separación entre el ser y la quididad no será ya una separaci6n entre a algunas esencias y no a otras, sino para mostrar que el movimien-
dos mundos, como si la quididad estuviera hipostasiada fuera del ser to es el fundamento de la composición de lo engendrable, mientras
Olya esencia, a la vez, es y no es; la separación está aquí interioriza. que la inmutabilidad de la forma garantiza por sí sola su unidad. La
da, trasladada al interior de la propia esencia sensible la Olal por consecuencia que de ello extrae Aristóteles constituye una respuesta
no ser sólo esencia, se halla separada, no ya sólo de' otro m~ndo negativa a la pregunta que se planteaba en el capítulo 4: ¿hay defi-
sino primero y ante todo de sí misma. ' nición de los seres compuestos? No la hay -puede responder abo-
Así llegamos, tras la distinci6n de las categorías, la divisi6n de ra-, porque las esencias sensibles individuales «tienen una materia
los tres principios del devenir y la oposici6n entre acto y potencia, Olya naturaleza es poder ser o no ser», y porque no hay «definición
a la más fundamental de las escisiones que afectan al ser del mundo de aquello que puede ser de otro modo que como es» 202.
sublunar: la que lo separa de sí mismo, es decir, de lo que es o era. Aristóteles va aquí incluso más lejos e introduce una segunda
Conocemos ahora la fuente de esa separación: se trata del movi- conseOlencia que, pese a no haber sido expresamente anunciada en
miento, el Olal, así como escindía el ser según la pluralidad de las la problemática inicial, no deja de presentarse por ello como un re-
c~tegorías .~ de los principios y aut~rizaba así la disociación predica- fuerzo y una agravación de la anterior. De aquello que puede ser
tIva, tamblen se enOlentra en el orIgen de esta escisión por la Olal
el ser, al poder siempre convertirse en algo distinto de lo que es, 200 Quienes han tratado de situar este capítulo dentro del proyecto gene-

nunca es del todo lo que es, traduciéndose aquí ese no ser del todo ral del libro Z no han acertado a ver, nos parece, la verdadera relación entre
lo uno y lo otro. Según NATORP, 7-9. tendría que ~er con 15.-17: se trata~a
a un tiempo, mediante la pobreza de los diOlrsos esenciales (las de~ del estudio de la forma en su relaCIón con la fíSIca, que sIgue al estudio
finiciones), y mediante la abundancia -al contrario-- indefinida lógico de la forma (4-6, 10-14 Y la conclusión de 16) (Philos. Monatshefte,
de los disOlrsos accidentales. XXIV, p. 561 ss.). La misma interpretación vemos en PHILIPPE, Initiation ...,
Si ése es el origen de la separaci6n que Arist6teles en el mo- p. 131. TRICOT (In Metaph., Z, 7,.nueva ed.) explica que, siendo el propósito
del libro mostrar que la forma es mengendrada (cap. 8), había que conSIderar
mento mismo de reprocharle a Plat6n haber separado d ser de su primero el devenir en sí mismo. Estos autores no hao visto, en realidad: 1) Que
propia esencia, se ve obligado a admitir en el seno de la esencia sen. el objetivo del libro no es tanto el de estudiar la forma en cuanto tal como
sible, no debe extrañarnos que el libro Z continúe, en sus capítulos investigar la unidad del compuesto (la demostración de la inenllendrabilidad
de la forma no es aqw más que un argumento suplementario contra la unidad:
¿cómo una forma inengendrable puede ser la forma de lo enllendrado?);
dilema en la quididad: si desciende hasta lo particular es decir hasta la

2) Que el análisis del movimiento es aquí necesario en la medida en que el


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lo que lo partIcular es por si), ya no es quididad de lo particular (puesto sición, siendo entonces el principal obstáculo para la unidad buscada por el
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que lo particular no es sólo por si). discurso (aunque al mismo tiempo haga posible el propio discurso; cfr. capí-
197 Z, 6, 1031 b 31.
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tulo siguiente).
198 1031 b 7, 20. 201 Z, 15, 1040 a 22.
199 1031 a 31-32, b 8-9. 2m Ibid., 1039 b 29, 34.

454 455
de otro modo que como es, además de no haber definición, tampoco xa6'atl't6), que le permite a Arist6teles escapar parcialmente ~ dile-
hay demostración, pues «(sólo hay demostraci6n de lo necesario» 203. ma de la esencia vacía y la accidentalidad sin sustrato. Hay attlbutos
Podría extrañar el paralelismo que aquí se establece entre definición que, sin ser de la esencia, son deductibles de ella. Sea e.l ;jemplo de
y demostración, pues se trata de dos géneros muy diferentes de dis- la casa' la casa es claramente un compuesto, que se divtde en una
cursos, uno referido a una esencia, y el otro a una proposici6n, o me- forma (abrigo contra la intemp~rie) y una n;tateria (está .hecha de
jor, a una relación entre cosas expresada por una proposición. Pero ladrillos o piedras), o, si se prefiere, en un sUJeto (1os ladrillos y las
la idea de composici6n proporciona aquí el vínculo entre definici6n piedras) y un atributo (esos ladrillos y piedras son protectores).
y demostraci6n. Pues si la definición de lo simple no puede ser más Pero en el caso de la casa la relación entre atributo y sujeto no es
que una perífrasis en torno a la simplicidad de eso que es simple, propiamente accidental, pues pi~dras y l~drillos .están dispuestos de
s610 dividida en el discurso, la definici6n de lo compuesto -supo- manera que protejan contra la tntemperte, o, dicho ~e otro mad?,
niendo que exista- expresaría por su parte una composición real para responder a lo que esperamos de una casa, es dectr, a la esencta
que se expresa en una proposici6n de estructura predicativa normal. de una casa. Pero ¿qué ocurre con esta esencia? ¿Se trata s610 del
De ahí la cuesti6n que Aristóteles se plantea: ¿no hay una posible 'tl ~a'tt (el género de la casa, es decir, el abriRo en este caso), o del
demostraci6n de la definici6n compuesta, es decir, si no de la defini· 'ti ~v elvat (1a casa en su particularidad esencial)? Es~á cIar? que .no
ción misma (pues no hay demostraci6n posible de la relación entre se trata aquí del género (que es indiferente a ~us dif~renclas), SIDO
la cosa y la palabra o entre la cosa y su esencia), al menos sí de la de la quididad (que, por su parte, va lo más le.l~s postble en el sen·
composici6n que ella expresa? tido de las determinaciones de la cosa, a condtcI6n de que no sean
Sea, por ejemplo, el eclipse lo que hay que definir. La respuesta
del físico será: «la privación de la luz de la Luna en virtud de la
accidentales). Vemos entonces que los límites de la esenci~, en :1
estricto sentido de quididad. se hacen aquí singularmente tmprecto
interposici6n de la Tierra». Está claro que semejante definici6n com- sos; la esencia se proyecta hacia sus acci1en~es, los absorb: en .su
puesta puede ponerse en forma de proposici6n afirmativa: la inter- propio movimiento como otras tantas realizactones de su eX1genct~:
posici6n de la Tierra produce una privaci6n de la luz de la Luna, que si la casa es un abrigo, la materia de que está hecha debe ser rests-
es llamada eclipse. La pregunta ¿qué es el eclipse?, en la medida en tente' as! cierta cualidad de la materia entra en la quididad, es de-
que tratamos con un ser compuesto, se transforma en la pregunta cir e~ la definici6n formal misma. La quididad se nos aparece enton-
~por qué hay eclipse?, es decir, en la pregunta acerca del porqué de ce; a una nueva luz: no es sólo el límite más allá del cual el discurso
la composición 204. Así pues, puede haber demostraci6n de la defini- recaería en la accidentalidad; se convierte en un p~incipio y ~na cau-
ción en el caso de la definición compuesta, no en el caso de la defi- sa de sus propios accidentes; no es ya aquello ?aCIa lo que tIende la
nici6n simple; en efecto, «preguntarse el porqué es siempre pregun- definici6n. sino el principio de una demostractón de la que es tér-
tarse por qué un atributo pertenece a un sujeto», por ejemplo, por mino medio 206. Consecuencia aún más importante para nuestro pr?,"
qué el hombre es músico. Por el contrario, «buscar por qué una cosa pósito: no es ya el lugar de la separación entre la cosa y su propIa
es ella misma no es buscar nada en absoluto»; no nos preguntamos
por qué el hombre es hombre o el músico es músico 2Q5. Pero estas 206 Sea lo que hay que demostrar, por eiemplo, que el eclipse es la priva.
observaciones s610 serían obvias si admitiesen la posibilidad de defi- ción de la luz de la Luna por la interposición de la Tierra. Ten?remos el
nir lo compuesto (y no solamente demostrarlo), posibilidad que hasta siguiente silogismo: la. interposici~n de l~ .Tierra prod~ce la pnvaC1ó.n ~e la
ahora nos había parecido dudosa. Puede definirse el músico y el luz; ahora bien, el eclipse es la tnterposlCt6" de la TIerra; por consI~Il:nte,
el eclipse produce la privación de la l.uz de la Luna. Vemos que l~ qUIdld~d
hombre, pero no se define el hombre músico, porque «músico» es o forma (interposición de la Tierra) Ju.eg~ aqu{ el papel ~el t~rtn1!10 medIo
un atributo accidental del hombre y la definici6n, que expresa la en un silogismo cuvo mayor está constItuido por la m~terla ,c1>rIVaClón de !a
quididad, ignora los atributos accidentales. Por tanto, si Arist6teles luz de la Luna). Pero este silogismo ofrece una particularIdad que atenua
habla aquí de la definici6n de lo compuesto, es porque piensa en un singularmente su alcance: a saber, que la menor no es un~ verd~dera propo-
sición atributiva, sino una definici6n que expresa la eqwvalenoa entre: un
tipo de definición cuya composici6n fuese demostrable. Volvemos a nombre y lo que significa. Este silogismo no tiene, entonces, tres términos,
encontrar aquí la noción de acci6n demostrable, o por sí (aofl.~€~1jXO¡; sino dos pues el hombre y lo que siRllifica (su quididad, expresada en la
definició~ formal) son sólo uno en realidad. Por. tanto, la ~didad es aquí
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456 457
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esencia, la huella del esfuerzo impotente del discurso para captar la seguiría presente esa infinitud residual ~: la, materia, en cuya vir!U?
cosa en su totalidad; se convierte, en cuanto principio y causa, en el nunca es del todo transparente a la acclOn, informadora de 1~ ql~di­
principio unificador, mediador, que concilia la cosa consigo misma, dad. Los artesanos conocen bien esos a:C1dentes de la fabrIcaCl6n,
es decir, la cosa como materia y la cosa como forma, A la pregunta esa indeterminaci6n constantemente ammorada, pero nunca total-
«¿por qué estos materiales son una casa?», podemos responder aho- mente dominada; el arte del carpintero nunca se albergará ent.era-
ra: «porque a estos materiales pertenece la quididad de la casa» 1J11. mente en las flautas. La misma naturaleza conoce fracasos, debidos
La quididad representaría así la radiante simplicidad de lo simple, a la resistencia de la materia, ,y que, en casos extremos, pero que ma-
que absorbe dentro de su poder explicativo a la divisi6n misma. La nifiestan la esencial precariedad de la vida, llegan hasta la produc-
composición no sería ya escisión, sino sobreabundancia, El maleficio ción de monstruos 209. La demostraci6n no agota nunca del todo, por
del movimiento quedaría deshecho. El mundo sublunar sería tam- tanto el contenido de la composici6n, y deja siempre fuera de ella
bién él un mundo en que la forma engendraría su materia, donde mism~ una parte de los accidentes, los cu~les, al ,no acceder a 1~
los accidentes 'expresarían la riqueza de la esencia, y no su pobreza, dignidad de lo que es «por sí», se sustraeran por Siempre a la defi-
y donde la contingencia misma sería explicada y, por ello, dominada. nición de la esencia, Todos los grados son aquí posibles, desde la
Es característico que la tradición sistematizante se haya demora- generación exhaustiva de la materia por la forma -lo que s61? ocu-
do con complacencia en la amplificaci6n de estos textos. Sobre ellos rre en el caso de esos seres irreales que son los seres, matemátlcos-
se apoya, en particular, la interpretaci6n idealista, que cree ver aquí hasta la accidentalidad pura y simple, donde la relaci6n entre forma
un Aristóteles «panlogista», más plat6nico en cierto sentido que y materia es imprevisible, o bien, si es c?nstante, todo lo más que
Platón, pues ve en la materia misma una determinación de la forma, se puede es hacerla constar: así, hay paSlOnes del alma de l~s que
y que de este modo s610 se sustrae a la tentaci6n del empirismo para todos sabemos que son pasiones del alma en un cu,erpo, pero S10 ,que
caer en el exceso inverso del «formalismo intelectualista» 208, Pero, podamos descubrir por ello una relaci6n cualqUiera de causal!dad
en realidad, la tesis de la determinaci6n de la materia por la forma entre la siW1ificaci6n de la pasión -su quididad o su forma- y !as
es ella misma una interpretaci6n abusiva de los pasajes invocados, manifestaciones fisiológicas a las que da lugar. Habrá que renunClar
Debe recordarse, en efecto, que las nociones de materia y forma son aquí a las definiciones sintética,s del físico pa~a contentarse con de-
esencialmente relativas, porque no designan elementos, sino momen- finiciones dialécticas, que, ateruéndose al sentldo d: !as pa1ab~as, y
tos de pensar el ser en movimiento: lo que es materia por respecto conformándose con descifrarlo, son ~capaces de defmlf, es dect~, ~;
a tal o cual forma es ello mismo forma por respecto a una materia explicar la composición de ese senttdo con tal y cual. ~at7na .
más primitiva. Ahora bien, si bien la relación entre forma y materia Volvemos a encontrar aquí un nuevo aspecto de esa defiCIenCia ~'
puede ser clara, es decir deducible, en el plano más alto de la com- damental en cuya virtud la quididad nunca es por completo l~ ,Qut-
posición, ya no lo es cuando nos aproximamos a la materia primera, didad de un ser que sea esa quididad; la c6lera no es s610 la qtl!didad
que sigue siendo la fuente de una contingencia fundamental. Así, si de la cólera -esa alma de la c61era Que consiste e~ el desprecto y l,a
bien la forma de la casa es la causa de una cualidad de la materia réplica airada-, es también ese. t:n;tblor de lo~ mIembros, esa pali-
-la solidez-, no llega, ni puede llegar, a determinar más en detalle dez del rostro que ninguna deflnlC16n puede mcorporar, y que re-
la naturaleza del material empleado: puede ser piedra, pero también cuerdan al filÓsofo tentado de olvidarlo que el mismo hombre no
ladrillos o madera. E incluso en el caso de que la materia no sopor- escapa a la materialidad, es decir, a la contingencia.
tase indeterminaci6n alguna en cuanto a su naturaleza como si la Si la quididad no es un principio suficiente de, unidad, ¿c: s por
quididad de la casa implicara que fuese necesariamente de piedra, lo menos una en sí misma? También aquí va a desarrollar Anst6te-
les largamente y en varias ocasiones, una aporía que nunca será
1J11 Z, 17, 1041 b 6. resuelta del todo. En efecto, una de dos: o la quididad es, si,?pl.e o
Cfr. ROBIN, Aristote, p. 39 Y passím. En su articulo «SUT la concep-
208
tion aristotélicienne de la causalité», ROBIN se apoya en los pasajes que pre- es compuesta. Si es simple, nada puede deci~se de ella, m SIqUiera
sentan a la quididad como una causa para inferir en Arist6teles una concep- definirla pues todo discurso es compuesto. SI es co~puesta, podre-
ci6n «analítica» de la causalidad, que se opondría a una concepci6n «sinté- mos definirla, pero esa definición será insuficiente tnlentras no haya
tica» presente en otros textos. Pero, según nos parece, de ciertos textos que
presentan a la quididad como una causa nada puede inferirse acerca de la
Cfr. Z, 9, 1034 b 3; 16, 104~ .b, ~6, ,

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causalidad general: de que la quididad sea causa no se sigue que toda causa sea

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sido demostrada. Volvemos a hallar aquí, en el interior de la propia cerrada y muestra, en inesperado rebote, ~ue puede habl~se en cier-
quididad, el mismo problema que se planteaba más arriba a prop6- to sentido, pese a todo, de una demostraCIón de la esenCIa. En efec-
sito de las relaciones entre la quididad y el ser. Hemos visto que la to, no hay demostración de la esencia mientras se admi~a que la
quididad podía aparecer como la causa de la composición del ser. esencia sólo tiene por causa a sí misma. Pero la demostraCIón v.olve-
Pe~o la quididad de un ser compuesto es a su vez compuesta y re- rá a ser posible si la esencia tiene otra causa que no sea ella mIsma,
qUlere, por tanto, una causa de su composición. La causa, entonces, pero que ha de ser a su vez una esencia (pues «conclusiones que con-
necesit~ ser causada ella misma. Esta exigencia no es, por lo demás, tienen esencias deben ser obtenidas necesariamente a través de un
excepcIonal, ya que la sucesión de los silogismos en la ciencia se medio que sea él mismo una esencia» 216). Este medio, causa de la
apoya en una exigencia del mismo género: si el témÚDo medio puede esencia, sólo podrá ser aquí la esencia de la esencia, es decir, .la esen·
ser utilizado como causa, es porque la afirmación que expresa su cia misma, pero considerada bajo otro ~e sus aspectos: .volvIen~~ al
función causal ha sido demostrada como conclusión de un silogismo ejemplo del eclipse, diremos que el eclipse en cuant~ InterpOSICIón
precedente, respecto del cual se presentará de nuevo esa misma ne- de la Tierra será la esencia, y, por ello, la causa del eclipse en cuanto
cesidad de una represión. Pero nos damos perfecta cuenta de que, privación de luz. Por tanto, sólo habremos podido demostrar la esen-
en el caso de la quididad, hemos llegado a los límites de la regresión. cia desdoblándola; y de todas maneras tal desdoblamiento, a menos
En el silogismo de la esencia, es decir, aquel mediante el cual demos- que se repita hasta el infinito, dejará sin demostración aquel de los
tramos que la quididad es quididad de tal y cual ser, compuesto de dos aspectos de la esencia que es causa del otro: «De manera --con-
tal y cual manera, la menor, que explicita la función causal de la cluye Aristóteles- que de las dos quididades de una misma cosa, se
quididez, no es una proposición atributiva, sino una definición, en probará una y no se probará la otra» 211,
que el verbo ser no expresa ya la pertenencia de un atributo a un Llegamos, pues, a la consecuencia d~ ql;le lo simple s6l~ se n?s
sujeto, sino la equivalencia convencional entre una palabra y su entrega desdoblándose. En el caso del silogISm? de la eser:cla, (\r~s­
significaci6n 211. tóteles presenta este procedimiento como «lógICO», es deo.:, dialec-
Lo más extraño no es que Aristóteles haga constar una imposi- tico 2ls. No es la primera vez que nos tropezamos con esta Interven-
bilidad de ese género, sino que plantee con insistencia y debata lar- ción de la dialéctica como solución residual, que no es más que una
gamente 2U una cuestión cuyos términos mismos reclaman evidente- repetición infinita de la cuestión. No es tampoco la primera vez que
mente tIna respuesta negativa: ¿hay una demostración de la esencia? vemos intervenir a la dialéctica allí donde se trata de los fundamen·
No podemos dejar de pensar que Aristóteles podría haberse ahorra- tos últimos del discurso 219. Pero aquí la intervención de la dialéc-
do la laboriosa argumentación mediante la cual establece prolijamen- tica no traduce solamente la impotencia del discurso humano. La
te en los Segundos Analíticos 213 que no puede demostrarse la esencia dialéctica se amolda a la duplicación infinita mediante la cual la qui-
sin petición de principio. Toda su teoría de la demostración, que didad se esfuerza por precederse a sí misma para fundamentarse,
hacía de la esencia el término medio, es decir, el principio de la de- siempre anterior a sí misma, causa y principio de sí misma, y, sin
mostración, exigía la consecuencia de que es imposible la demo~tra­ embargo, incapaz de captarse en su imposible unidad, porque siem-
ción del principio 214. Pero la insistencia de Aristóteles en plantear pre es distinta de sí misma 220, Los análisis del libro Z par~cían .co~­
este problema muestra que no se contentaba fácilmente con esa os- ducir a una doble conclusión negativa: «De los seres senSIbles Indi-
curidad inevitable de los principios, y que su ideal segufa siendo el viduales no hay definición ni demostración, dado que estos seres
de una inteligibilidad absoluta. Al menos esta investigación le lleva tienen una materia cuya naturaleza es poder ser o no ser» 221; pero
a aplazar siempre un poco más lo inevitable. En el capítulo 8 de 10:-
219 Cfr. especialmente, acerca del papel de la dialéctica en el estableci-
Segundos Analíticos} tras concluir que «la definición no demuestra
miento de los principios, 1." parte, cap. IIl.
ni prueba nada, y la esencia no puede ser conocida ni por definición 220 Vemos cómo el hecho de que la quididad haya de ser interpret,ada
ni por demostración» 215, vuelve a abrir una discusión aparentemente como causa de sí misma manifiesta aquí su precariedad, y no su perfecCIón.
Estamos lejos del argumento ontológico de los modernos.
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221 Z, 15, 1039 b 28.


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211 Acerca de la oposición entre atribuci6n y definici6n, cfr. Anal. post.,


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216 Ibid.) n, 8, 93 a 11.


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JI, 3, 90 b 33-37; Z, 12, 1037 b 13-21.


217 93. a 13.
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212 Especialmente en Anal. post., JI, 4-8.


213 JI,4. 218 93 a 15. La palabra A.OjtXÓC; significa aqw precisamente que no se
214 Cfr. más arriba, Introd., cap. II. trata de una división flsica en elementos, sino de un desdoblamiento de signi·
215 Anal. post.} II, 7, 92 b 37. ficaciones.

460 461
por respecto a los seres simples, el discurso humano no está mejor CONCLUSION

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dotado: «Está claro que no hay, a propósito de ellos, ni investiga-
ción ni enseñanza» 222. No se puede decir nada de los seres simples LA CIENCIA REENCONTRADA

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porque son simples; no se puede decir nada de los seres compues-
tos, porque el movimiento que los afecta los entrega a una funda·
mental contingencia. Pero habría que añadir que en el mundo sub-
lunar existen núcleos de simplicidad relativa, que son las esencias, y
Eival xai lnaüBa Beoue;.
relaciones de composición que se dejan reducir parcialmente a atri-

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buciones demostrables. En este punto medio, a mitad de camino en- 22 A 9 Dids. Citado por ARIS-

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(HERÁCLITO,

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tre la simplicidad inefable y la composición puramente accidental, TÓTELES, De parto animal., 1, 5, 645 a 21.)

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se mueve el discurso humano. Pero el movimiento del discurso -y
ése será quizá el principio de su salvación- ocurre aquí a imagen
del movimiento de las cosas: la simplicidad de lo simple no se nos
entrega más que en el movimiento por el cual se divide. Como esta-
mos en el movimiento, nos hallamos por siempre alejados del co-
mienzo de todas las cosas, e incluso del de cada una de ellas; pero
como lo propio del comienzo es devenir, o sea, separarse de sí mis-
mo, el esfuerzo impotente de nuestro discurso ante la fuente siem-
pre huidiza de la escisión llega a ser paradójicamente la imagen de
esa escisión misma. Lo simple se pierde cuando se divide; pero vuel-
ve a encontrarse, quizá, en el movimiento mismo que 10 pierde.

222 C1>avepov 1:0{WV 01:t hi 1:ÜlV á'lt).,ÜlV oux flnl C~'t7jatC; OU~E WI~tC; (Z, 17,
1041 b 9). El texto añade, es cierto, de manera un poco contradictoria: rJ)..).,'
lnpoe; 1:póltoe; ~e; C7Jnjaewe; 1:lllV 1:0l0Ihwv. Ese «otro modo» de una «investigación»
declarada imposible un momento antes nos parece ser la dialéctica, y no la
intuición, como sostienen la mayoría de los comentaristas: la intuición es todo
lo contrario de una investigación, y si fuera posible, haría inútil toda inves-
tigación.

462
Las conclusiones de los capítulos anteriores pueden parecer ne-
gativas: la ciencia sin nombre, a la que editores y comentaristas da-
rán el ambiguo título de Metafísica, parece oscilar interminablemente
entre una teología inaccesible y una ontología incapaz de sustraerse
a la dispersión. De un lado, un objeto demasiado lejano; de otro,
una realidad demasiado próxima. De un lado, un Dios inefable por-

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que, inmutable y uno, no se deja agarrar por un pensamiento que

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ser en movimiento, se le escapa, en virtud de su contingencia, a
un pensamiento que sólo habla para componer lo dividido. Los dos
proyectos de Aristóteles, el de un discurso unitario sobre el ser
y el de un discurso primero y, por ello, fundamentador, parecen
acabar ambos en fracaso.
Pero si analizamos las causas de este fracaso - y todo lo que
ha llegado hasta nosotros con el nombre de Metafísica no es sino
su descripción minuciosa- advertimos que el caso de la teología
y el del discurso unitario sobre el ser (10 que hemos convenido en
llamar ontología) no son, en realidad, idénticos, y ni siquiera parale-
los. La imposibilidad humana de una teología no es un descubri-
miento propio de Aristóteles; el mismo Platón lo había sospechado
en la primera parte del Parménides, reencontrando así el sentido
profundo de la vieja sabiduría griega acerca de los límites: el hom·
bre no debe intentar, como hombre que es, conocer lo que está más
allá de 10 humano. Pero -en Aristóteles- la imposibilidad de una
teología no sólo se halla y se hace constar, sino que se la justifica
progresivamente, y esa justificación de la imposibilidad de la teolo-
gía llega a ser, paradójicamente, el sustitutivo de la teología misma.
La imposibilidad de pensar a Dios en términos de movimiento

465
condu~e a la ~eorfa del ~rim.er Motor inm6vi1. La imposihilidad consecuencia es que esas dos negatividades, tejos de sumarse para
de aplIcar ~ DIOS la experIencia humana del pensamiento, es decir, convertir a la ontología en la sombra de una sombra, acaban -al
del pensamIento de otra cosa, lleva a la definici6n de Dios como contrario- por compensarse: las dificultades del discurso huma!10
Pensamiento que se piensa a sí mismo. Pero las más de las veces la acerca del ser se convierten en la más fiel expresi6n de la contIn·
imposibi~dad ~o está compensada, o mejor, disimulada, bajo la for- gencia del ser. El ser no es ya ese objeto in~ccesibl~ que estaría más
ma de afIrmacIOnes aparentemente positivas; se traduce abiertamen- allá de nuestro discurso; se revela en los mIsmos titubeos que hace-
te en negaciones:
. . 1 Dios 3 no vive
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en sociedad I, no necesita amigos 2, mos para alcanzarlo: el ser, al menos ese ser del que hablamos, no
no es Justo m va eroso , y, mas en general no es virtuoso porque es otra cosa que el correlato de nue~tras dificulta~es. E! fracaso ?e
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a vutu or 'ultimo, empalmando
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esas letanías ne- la ontología se convierte en ontologla de la contmgenCIa, es deCir,
g~:ivas de. la divinidad, advertimos que, al demostrar la inadecua- de la finitud y el fracaso. Esta inversión se deja notar en el hecho
Clan del discurso humano y, más en general, de la experiencia hu- de que la aporía es ella misma proceso de investigación: el e.stanca-
mana, por respecto a las perfecciones de Dios, y la imposibilidad miento infinito de la cuestión ¿qué es el ser? llega a ser la Imagen
de que el hombre coincida con un principio del que está separado más fiel de un ser que nunca es del todo lo que es, y nunca acaba
por el moyimiento,. hemos llenado todo un capítulo del saber, que de coincidir consigo mismo. La ausencia de camino (1tÓpo~) se con-
no ha~ mas remed~o que llamar teología; lo que encontramos por vierte en pluralidad de vías: la incapacidad del discurso humano
vez prImera en ~rIStóteles, y que cierta tradición aprovechará, es para recortar una única significación del yerbo ser n? lIev.a a neg~rle
que en él se realiza una teología parad6jicamente demostrando su toda significación, sino a dejar que SUrja I~ pluraltd~d trred~~tIble
proI?ia impos~bilida?,. 9ue una filosofía primera s~ constituye esta. de las categorías en que se desvela. Podnamos deCir del filosofo
blecIendo la ImpoSIbIlidad de remontarse al principio; la negación lo que Sófocles dice del hombre, a saber, que es un 1tavto1:0p0<;
de la teología se hace teología negativa. Sólo que esta consecuencia á1topo<; 5, un ser tanto más rico en recursos cuanto más desprovisto
-que la tradici6n neoplatónica no tendrá más que descubrir en los
textos de Arist6teles- no es asumida expresamente por Aristóteles de ellos está. Pero habría que añadir que los rodeos median~e l~s
cuales se aproxima al ser no son otros tantos atentados a su Simpli-
como realización del proyecto, que era indiscutiblemente el de hacer
cidad sino la exacta expresión del gran rodeo mediante el cual 10
una ,te?logía posi.tiva. ,En otros términos, esta negatividad traduce
los. límItes de la fIlosofla, y no un vuelco imprevisto de tales límites.
simpl~ se realiza moviéndose, es decir, alejándose de sí mismo.
Pero podría objetarse que nuestro comentario es aquí tan ex-
ArIstóteles no hace todavía suyas las negaciones en que sus suceso-
traño al aristotelismo vivido como lo es en el neoplatonismo a 10
res ~e comp~acerán. El discurso negativo sobre Dios revela la impo-
tencia del discurso humano, y no la infinitud de su objeto. que hay de efectivamente negativo en la teología aristotélica. En
e! caso de la ontología, ¿ha aceptado efectivamente Aristóteles esa
No sucede la mismo con la ontología. El fracaso de la ontología trasmutaci6n del fracaso en expresión adecuada del ser? Parece que
s~ manifiesta n? en un plano, sino en dos: por una parte, no hay un el doble pape! representado en la filosofía aristotélica por el. movi:
).,°T°<; sobre el OVj por otra parte, y puesto que el ser en cuanto ser miento proporciona un comienzo de respuesta a esta cuesu6n. SI
no ~ un gén~r~, ni siquiera hay OV que sea uno. Y si podemos e! movimiento es, para Aristóteles tanto al menos como para Platón,
repetir a propoSIto de la ontología lo que decíamos más arriba de 10 que, al separar al ser de sí mismo, introduce en él la negatividad,
la teologí~, a saber que se agota y se realiza a un tiempo en la también es aquella por medio de 10 cual el ser se esfuerza por volver
demostraCI6n de su propia imposibilidad, y que así la negaci6n de a encontrar su unidad perdida. Fundamento de la escisión, es al
la on.tología se identifica con e! establecimiento de una ontología mismo tiempo su correctivo. Sin duda, es preferible para un ser no
negat1va, debemos añadir aquí que esta ontología es doblemente tener que moverse. Pero si es móvil por naturaleza, es preferible
ne~ativa: primo:d~almente en su expresi6n, pero también en su que esté en movimiento más bien que en reposo: la .m~vilidad d~l
obJet~. La negatiVidad de la ontología no revela sólo la impotencia animal vale más que el letargo de la planta, y el mOVImIento contI-
del dIscurso humano, sino la negatividad misma de su objeto. La nuo de las esferas celestes vale más que el movimiento entrecortado
por paradas de los seres del mundo sublunar. El movimiento es
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1 Pol., 1, 2, 1253 a 27. a la vez 10 que más aleja a los seres de Dios y el único camino que
2 El. Eud., VII, 12, 1245 b 14.
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3 El. Nic., X, 8, 1178 b 9 ss. les queda para aproximarse a Dios, de manera que, si bien Dios se
El. Nic., VII, 1, 1145 a 26; Mag. Mor., II, 5, 1200 b 14.
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define ante todo por su inmovilidad, los seres incapaces de reposo --<:omo harán los neoplatónicos-, aparece sin embargo en dema-
son, extrañamente, los más próximos a Dios: «Es bueno persuadirse siados pasajes como para que su convergencia sea efecto del azar.
de que las tradiciones antiguas y sobre todo las de nuestros padres La misma oscilación entre desvalorización y rehabilitación volvemos
son verdaderas cuando nos enseñan que hay algo inmortal y divino a encontrar a propósito del tiempo y la contingencia, ambos ligados
en las cosas que poseen movimiento» 6. El hecho de que Aristóteles al movimiento, el primero por ser su medida, la segunda por ser su
valore a veces el movimiento y otras la inmovilidad revela, sin duda, consecuencia. Se cita a menudo el texto de la Fisica donde el tiempo
la convergencia en su obra de dos tradiciones opuestas. Pero la apor- aparece como fuente de la fragmentación, de la escisión u. Pero
tación original de Aristóteles consiste en establecer una relación com- debe confrontarse con el pasaje de la Etica a Nicómaco donde el
pleja, que podríamos llamar de medio a fin o también de imitación tiempo se presenta como «el benévolo au~ar~ del pensamiento y.la
a modelo, entre esos dos contradictorios que son el movimiento y acción humanos JJ. El tiempo es lo que Imp1de al hombre ser 10-
la inmovilidad. Ciertamente la idea no era nueva, y ya Platón había mortal, pero es también aquello mediante lo ~al. el hombre «se in-
dicho que «el tiempo es la imagen móvil de la eternidad» 7, querien- mortaliza todo lo que puede» 14. En un pasaje 19ualment~ célebre
do decir con eso que los movimientos de las esferas celestes, cuya del De generatione et corruptione, Aristóteles muestra tamb1én cómo
medida es el tiempo, imitan por su regularidad la eternidad de no sólo el ciclo de las estaciones, sino también la serie lineal de las
aquello que es propiamente inmutable. Pero esa relación seguía sien generaciones, corrigen con la permanencia de la especie la m~rtali­
do en Platón accidental: el movimiento imita la inmovilidad en cuan- dad de los individuos 15. La infinitud del tiempo suple aquí, haoendo
to que es regular, no en cuanto que es movimiento. Aristóteles, con posible el indefinido retorno de lo mi.s~o, la finitud de .los. seres
más profundidad, va a mostrar cómo del seno mismo del movimien- en el tiempo, como si la fuente de su flOltud fuese al propio tIempo
to más modesto nacerá el sustitutivo de una inmovilidad, a la vez el lugar de su salvación. La misma ambigüedad volvería a encon-
negada y reemplazada por su contradictorio, puesto que el fin mismo trarse a propósito de la contingencia: ¿có~o el mismo fil~sofo que
del movimiento no es otra cosa que su supresión. Del mismo modo desvaloriza la contingencia como degradaCIón de la neceSIdad, que
que se trabaja sólo para no trabajar más 8, que se guerrea para no le atribuye los fracasos de la Naturaleza y la producción de mons-
tener que combatir más 9, el movimiento se produce para cesar de truos, se yergue con argumentos más afectivos 9ue rigur?sos con~a
moverse. Pero imaginemos un ser que viva en un mundo donde el quienes niegan la contingencia de los futuros? SI no hubiese contlO-
trabajo, la guerra y, más en general, el movimiento son naturales, gencia, dice, «ya no valdría la pena deliberar y tomarse trabajos 16;
es decir, no suprimibles; entonces el laborioso esfuerzo que hacemos ahora bien el hombre delibera y actúa, mostrando así que hay un
para esupar al trabajo, el esfuerzo belicoso para escapar a la gue- «principio 'de los futuros» 17; así pues, la contingencia y 10 que ello
rra, o el móvil para librarnos del movimiento, se convertirán en el implica es decir, una suspensión del principio de contradicción, de-
sustitutivo de un ocio, una paz, una inmovilidad imposible. Enton- ben se; admitidas como condición de posibilidad de la deliberación,
ces, el movimiento imitará la inmovilidad por su infinitud 10, y no ya la acción y el trabajo de los hombres. La negación de la contingencia
sólo por su regularidad, es decir, se esforzará por elevarse hasta el conduce al «argumento perezoso»; a la inversa, es el rechazo moral
plano de la inmovilidad sin conseguirlo nunca, tenderá hacia ella
-si se nos permite esta metáfora anacrónica- a la manera como u 'H lie x{vr¡~ l~o'tYjOt 'to fl'rcápxov (Fis., IV, 12, 221 b J~. Cfr. De Coelo,
la recta convergente se aproxima indefinidamente a la asíntota 11. II, 3, 286 a 19; Fis., IV, 13, 22"2 'b 13; De Anima, T, 3, 406 b 13).
Todo el movimiento del mundo es sólo el esfuerzo impotente, y JJ Et. Nic., 1, 7, 1098 a 24.
sin embargo recientemente, mediante el cual se esfuerza por corre- 14 Et Nic. X 7 1177 b 33. PLATÓN había dicho ya (Banquete, 207 d)
gir su movilidad y aproximarse a lo divino. que «la ~aturaÍeza' m~rtal busca, en la medida de 10 posible, ~istir siempre
y ser inmortal». Pero 10 que ARISTÓTELES añade, y que es deciSIVO. es el ha-
Si bien Aristóteles jamás erigió semejante esquema en tema ber mostrado, a todo lo largo de la Etica a Nic6ma:o, que l~s seres m~rtales
se sustraen a los destructivos efectos de la temporalidad en VU'tud del uempo
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De Coelo, II, 1, 284 a 2.


6 y dentro de él, y no mediante una huída fuera del tiempo. .
Timeo, 37 d.
7 15 Gen. y corr., II, lO, 336 b 25-34. Cfr. A, 6, 1072 a 7-18; De Anima,
8 Et. Nic., X, 7, 1177 b 4. n, 4,415 a 25-b 7; Econom., 1, 3, 1343 b 23; Gen. a,!imal., 1.1, 1, 731 b 31.
9 [bid., 1177 b 5, 9 ss. Ya PLATÓN veía en la fecundidad el sucedáneo de la mmortalidad (Banquete,
206 c; 207 adj. La idea será reasumida por PLOTINO (Enéadas, lII, 5, 1).
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10 Cfr. Gen. et Corr., lI, lO, 336 b 25, 32 ss.


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16 De [nterpr., 9, 18 b 31.
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11 Cfr. Poi., 1, 6, 1255 b 2: la naturaleza tiende hacia (~oó/..E'tat)


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formidad, pero es impotente (oil liÓVG('tG(l) para alcanzarla.


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bilidad entre el alma y el movimiento 21, reconoce sin embargo que


de la pereza --que, sin embargo, de entre todos los estados del
las pasiones del alma son movimientos 22; ahora bien, es sabido que
hombre, es el que 10 emparentaría más con la inmovilidad de 10
divino- lo que proporciona a Aristóteles el principio de una reha- los pensamientos cuyos signos (o7jl!.Eia) son las palabras SO? presen·
bilitación paradójica de la contingencia 18 que, al hacer posible la tados en el De Interpretatione como otras tantas «pasiones del
actividad del hombre, se da a sí misma su propio correctivo. alma» (7ta6~llata "t~:; epul..f¡c;) 23. En el De memoria, por último, Ari~t6.
El movimiento, mediante su infinitud, suple la finitud de los teles muestra que la memoria no es una facultad entre otras,. smo
seres en movimiento: ¿cómo afecta a la ontología, es decir, al dis- que impregna toda la actividad intelectual, porque el pens.amiento
curso sobre el ser, esta observación, que parece pertenecer a la física, de un ser vivo en el tiempo sólo puede ser un pensamiento él
mismo temporal; e11 a ma no puede pensar SlD ' "imagenes 2:4Si' .re~or-
a la biología, incluso a la antropología? ¿No es el discurso extraño
al movimiento de que habla? Más aún: hablando de él ¿no lo in- damos a este respecto que la imaginación es esencialente mOVimien·
moviliza? ¿No duplica la finitud de su objeto con la i~posibilidad to y que la intelección es un reposo en el movimiento, advertiremos
en que se ve de coincidir con ella? Pero aquí interviene la observa- que en el hombre -que es un ser en el tiempo- el propio pensa·
ción que, aunque parezca incidental en el texto de Aristóteles, apor· miento estabilizador se ejercita sólo a través de imágenes en movi-
ta la inflexión decisiva, que es la que quizá opone más el aristote- miento. El pensamiento humano está tan sujeto a esta condici6n
lismo a la filosofía de Platón, y que va a permitir restaurar la posi- temporal que no sólo piensa en el tiempo lo que está en el tiempo:
bilidad de un discurso coherente acerca del ser en movimiento: a hasta 10 intemporal puede ser pensado s610 a través de los esque-
saber, que el discurso mismo es movimiento. A quienes niegan --como mas de la temporalidad, del mismo modo que lo no-cuantitativo se
los eléatas- la existencia del movimiento, Aristóteles replica que piensa a través de 10 cuantitati~o 15 y que, en general, s~lo po~emos
negar el movimiento significa dar testimonio de él, puesto que la aproximarnos -y de manera madecuada- a lo que, Siendo lOm6-
propia negaci6n del movimiento es movimiento: «Admitamos que vil, está más allá de las categorías, a través de las categorías mismas.
se trate de opinión falsa, o de mera opini6n; el movimiento, con Pero 10 que es fuente de inadecuaci6n cuando se trata de pensar
todo, existe, incluso si es imaginación, incluso si es mudable apa- lo inteligible --es decir, lo inm6vil- se transmuta, cuan?o se trata
riencia; pues, en efecto, imaginaci6n y opini6n parecen ser movi- de pensar el ser en movimiento, en un proc~s? que en vlr~l de su
mientos» 19. Podría pensarse que esta observaci6n atañe s610 a la misma movilidad resulta adecuado a la movibdad de su obJeto. El
imaginaci6n y la opini6n, que son inestables, mientras que el voüc;, pensamiento humano es un pensamiento en. movimiento d~l ser. en
la alávola y la t7tlat~¡.t.7j son definidos siempre como una detención movimiento, una inexacta captación de 10 mexacto, una Investlga-
o reposo en el movimiento 20. Pero hemos visto que el reposo era ci6n cuya inquietud misma resulta ser imagen de la negatividad de
para Arist6teles lo contrario -no lo contradictorio- del movimien- su objeto. Precisamente porque el pensamiento humano está siem-
to, y no tenía, por tanto, sentido sino en el interior de la movilidad pre separado de sí mismo, coincide con un ser que nunca logra
en general. En el De anima, Aristóteles, tras afirmar la incompati- coincidir consigo mismo. Si bien no hay familiaridad interna --como

21 Es lo que Arist6teles demuestra !argamente. ~ contra de la t~rfa

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en favor de la existencia de la conúngencia. Pero ésta habia sido probada por

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otras vías en ~os análisis ~e la Fisica acerca del movimiento. N6tese que el (cfr. especialmente 406 a 2).

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22 De An., I, 4, 408 a 34 ss. Y, con el mismo título que la tristeza, la

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De Interpretattone es conSiderado generalmente como uno de los últimos es-

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critos de Arist6teles.
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alma «por accidente» (408 a 30), puesto que la esencia del alma repugna el

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29). Cfr. De Anima, IlI, 3, 428 b 11. Se ha visto con justicia en la estructura

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movimiento (406 a 2); esto confirma que el movimiento está vinculado a la


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de este argumento una de las posibles fuentes del cogito. Cfr. P.-M. SCHUHL
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20 De An., I, 3,407 a 32; III, 434 a 16; Fís., VII, 3, 247 b 10; 248 (l6-9.
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1
ocurría en Platón- entre el alma y lo inteligible, esta misma dis- una vez más esa inversión que, sin haber sido pensada nunca, ~n
torsión restaura indirectamente la familiaridad del alma con su ob- cuanto tal por Aristóteles, estructura constantemente su especulaclOn
jeto efectivo, que no es inteligible. La propia oscuridad del alma efectiva y según la cual la finitud halla en sí misma no ya sólo,
se hace más aclaradora que la claridad. como e~ los p.latónicos, la aspir~ción a un~, salvación venida de f';lera,
Pero si bien todas las afecciones del alma y, por ello, los dis- sino los medIOs para su propIa redenclOn. El hombre, en CIerto
cursos que las expresan, tienen que ver con el movimiento, hay sentido está condenado a pensar el ser dialécticamente, por hallarse
grados en esa dependencia. El reposo, aunque pertenezca al género despro~isto de la intuición de un origen del que está irremediable-
de la movilidad, es sin duda lo que --dentro del ser en movimien- mente separado y de una totalidad de la que es un ~ragmc:nto,; pero
ter-- más se opone al movimiento mismo. El pensamiento estabili- resulta que el carácter dialéctico del proceso de lnvestlgacIón se
zador, es decir, la ciencia 26, es sin duda menos apto -aunque sólo amolda aquí a 10 que hay de inacabado en un ser en cuanto ser que
pueda comprenderse en el interior del movimienter-- para amoldarse no es a su vez sino el índice de una unidad imposible. El método
a lo que hay de móvil en el movimiento mismo. La ciencia destaca dialéctico nos dice Aristóteles, no nos permite nunca captar la esen-
lo necesario -es decir, lo que no puede ser de otro moder-- sobre cia de cdsa alguna 29; pero ¿qué aprovecharí~ una in,tuició~ de las
un fondo de contingencia-, es decir, de lo que puede ser de otro esencias en un mundo donde no hallamos smo cuaSI-esenCIas que,
modo. Pero si bien la contingencia no puede ser desterrada nun- separadas de sí mismas por el movimiento, siempre en potencia de
ca completamente de su horizonte, la ciencia está menos atenta ser otra cosa, nunca son del todo lo que son?
al horizonte mismo que a los núcleos de estabilidad de que en él Una observación del libro Z va a permitirnos precisar y justifi-
descubre. No habrá que recurrir a ella, entonces, sino a otra disci- car el papel fundamental de la dialéctica en, una ontol~í~ que es
plina del alma, a otro modo del discurso, a fin de pensar, no ya ante todo una ontología de la finitud, es deCIr, de la ~sclslón. Hay
tal o cual terreno en el interior de ese horizonte, sino el horizonte --dice Aristóteles- dos clases de seres: los seres pnmeros y por
mismo. Si en el mundo sublunar la necesidad nace de un fondo de sí es decir inmóviles y simples, que son su propia quididad, pues
contingencia, será competencia de un pensamiento más abierto y n~ son nada más que esencia y «la esencia es, según nosotros, ,la
un discurso más general que el pensamiento y discurso de lo nece- quididad»~; pero hay otra clase de s~r~s, que no son. sólo ;senCla,
sario pensar el mundo sublunar como horizonte de los acontecimien- y que mantienen por ello con su qu~didad, una relaCIón mas .com-
tos que se producen en él, es decir, como mundo contingente. Ya pleja que los primeros; tales seres --dice Arlstóteles- no son tnme·
hemos encontrado más arriba, describiéndolos largamente, ese pen- diatamente (EÓOÓ~) su quididad 31. Lo que caracteriza, pues, a las
samiento abierto a lo indeterminado, ese discurso que se mueve más cuasi-esencias del mundo sublunar por oposición a las esencias sim-
allá de todos los géneros: a ellos dio Aristóteles el nombre de dia- ples e inmutables, es que están separadas de sí ~~mas; p~ro lo que
léctica. las acerca a las primeras y permite llamarlas tamblen esenCIas es que
Aunque Aristóteles nunca haya habla'do con claridad acerca de pueden coincidir consigo mismas, si no inmedia,tamente, al men?S
las relaciones entre dialéctica y movimiento, relaciones que, ya pre- sí en virtud de un rodeo 32. Así pues, es la necesIdad de una medra-
sentes en Zenón %7, volverán a hacerse explícitas en la historia ulte- ci6n dentro de sí mismas lo que, a la vez, opone esencias inmutables
rior de la dialéctica, quizá no carezca de sentido hacer constar que a esencias sensibles, y permite a estas últimas equipararse a aquéllas;
en Aristóteles se da la misma vacilación en su actitud respecto a sólo que lo que es en un caso unidad originaria será unidad deri-
la dialéctica que respecto al movimiento, el tiempo y la contingen- ~ada en el otro, lo que es coincidencia consigo misma s,ólo se res-
cia. Infravalorada por relación a la ciencia, resulta encontrar en taurará, desde el fondo de la escisión, mediante el trabajO de labo-
aquello mismo que parecía descalificarla -su excesiva generalidad, riosos intermediarios. Ya hemos visto cuáles eran, en el terreno del
su inestabilidad, su incertidumbre- ocasión de afirmar una im· saber teórico: la demostración y la dialéctica. Pero habría que pre-
prevista superioridad. No volveremos aquí sobre esa dualidad de
aspectos que ya hemos descrito amplilamente 28, pero ella ilustra Arg. salíst., 11, 172 a 15.
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cisar aquí que la demostración, cuya función mediadora subraya siempre, y el diálogo de los filósofos sobre e~a no conocerá t~rmino.
Aristóteles en varias ocasiones 33, no es más que una mediación -po- Pero podríamos entonces preguntarnos ?~ don~e pr?C:de el u,npulso
dría decirse- para nosotros, exigida por la dispersión de nuestra que impide a esta búsqueda y a este dialogo md;flDldo sumlIse en
mirada, y no por la dispersión de su objeto. Todo el movimiento cualquier momento en su fracaso. Un !~~eo es solo tal -y no u?a
de la demostración tiene como objetivo manifestar que la relación deriva sin fin- sólo cuando es condlC1on de un retorno. La dia-
exterior entre un sujeto y un predicado aparentemente accidental léctica sólo tiene sentido si se endereza a su propia supresión,

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pre que no podemos pasar de la dispersión aparente a una unidad esfuerza hacia el reposo, o mejor -pues el reposo SIgue sIendo .~n·
real, siempre que la realidad de la escisión obliga a un movimiento quieto-, hacia la inmovilidad del Pr~er Motor. A esta l?~radóJlca
sin fin a la investigación de la unidad. La dialéctica, a diferencia relación, según la cual el término infertor es a, la .vez nega~IOn y rea-
de la demostración, no nos encamina hacia la intuición de una esen- lización -en un plano más humilde- del terIDlno superIOr, la de-
cia, que haría entonces inútil la búsqueda de una mediaci6n. No es signa Arist6teles, según vimos, con el n~mbre de imitación. La natu-
mediación hacia la esencia, sino el sustitutivo de la unidad esencial, raleba sublunar imita la Naturaleza subSiStente de los Cuerpos celes-
allí donde tal unidad no puede hallarse; es la mediación que no cesa tes del mismo modo que el movimiento circular del Primer Cielo
de mediatizar en virtud de su mismo movimiento; no es intermedio imita la inmovilidad del Primer Motor 36. El ciclo de las estaciones
entre un comienzo y un fin en el que podría descansar, sino que es imita el movimiento de las esferas celestes. La generación circular
el intermedio que se da a sí mismo su comienzo y su fin 34. De este de los seres vivos imita el eterno retorno de las estaciones. Final-
modo, se explica que la dialéctica, aunque inferior en valor a la mente, en los últimos grados de la serie, «el arte imit~ ~ la. ~atura­
demostración y la intuición, sea invocada no obstante constante- leza» n, y la palabra poética de los hombres es una «1IDltaclon» de
mente en los casos extremos, aquellos en que demostración e in- sus acciones 38. Estas dos últimas fórmulas, interpretadas a menudo
tuición fallan. Así ocurre, como vimos, en el caso de la intuición superficialmente en el sentido de una estética realista, para la cual
de los principios; así ocurre cuando se trata de manifestar, entre el el arte sólo sería una duplicación de la realidad, adquieren un sen-
ser sensible y su quididad, una unidad que es propiamente onto- tido mucho más profundo si se las reinserta en el marco genc:ra1.de
lógica, es decir, que sólo depende del discurso que sobre ella hace· la metafísica aristotélica. Advertiremos entonces que nada ImpIde
mas, y que se desplomaría sin él. Podría parecer que esto contra- a la obra de arte o al objeto técnico parecerse a su modelo tan poco
dice la función, asignada por Aristóteles a la intuición, de ser la como los seres corruptibles se parecen a los incorruptibles a qui~n,
facultad de los extremos, y la que asigna al discurso de ser la facultad sin embargo, «imitan». La imitación aristotélica .n~ es. una relac~6n
de los intermediarios (IlE'taEó) 35; pero allí donde falta la intuición, descendente de modelo a copia, como 10 era la ImItaCIón platóDlca,
es preciso que el discurso reemplace su silencio, y allí donde este sino una relación ascendente cuya virtud el ser inferior se esfuerza
silencio se calla el comienzo y el fin, el discurso nunca acabará por realizar, con los medios de que dispone, un poco de l.a perfec·
de intentar volver a asir un fundamento que se le escapa. Cuanto ción que divisa en el término superior y que éste no ha podIdo hacer
más extremo es el objeto de la palabra, mayor será el rodeo. De esta bajar hasta él. La imitación platónica requería la P?ten:ia de~ De-
suerte, la dialéctica es 10 único que puede suplir el silencio ante los miurgo. La imitación aristotélica supone, en .camblo, .CIerta Impo-
extremos, no «aunque» sea, sino «porque» es la facultad de los in· tencia por parte del modelo, ya que es esa ImpotenCIa 10 que se
termediarios. El fracaso de la intuición es la realidad de la dialéctica. trata de compensar. No es correcto atenerse a uno solo de los
Por tanto, la mediación dialéctica parece no tener otro fin que 36 El principio general de esta imitación est~ formulado en 8, 8, 1050 b
ella misma; la cuestión ¿qué es el ser? no es de las que se debaten 28: «Los seres incorruptibles son imitados por seres que están en perpetuo
cambio.»
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Baste evocar aqu! el papel del término medio.


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33 n Fír., lI, 2, 194 a 21; 8, 199 a 15. Cfr. Meteor., IV,. 3, 381 b 6. Esta
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tesis es afirmada ya desde el Protréptico (fr. 11 W.: Y~mbllco, IX, 49. 3 ss.)
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contra Platón, quien habla sostenido en el libro ~ de las Leyer que la n~tu­
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conciencia griega: «lo que pierde a los hombres-- decía ALCMEON- es que
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no pueden unir el comienzo al fin» (fr. Diels: Probl., 17, 3, 916 a 33). raleza imita la finalidad del arte (888 e ss., espeCialmente 892 bj cfr. Softrta,
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265 b-266 e)
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. 38 Poét., 1, 1447 a 16 ss., etc.

474 475
miembros de la frase en que Aristóteles afirma que «el arte imita a la naturaleza, en el mundo sublunar como en el celeste, en el mundo
la naturaleza», pues dice también que el arte «acaba lo que ella no celeste como en Dios, hay identidad de fin, que es el Bien. Al Bien
ha podido llevar a buen término» 39. Si lo que hemos dicho es exac- apunta el trabajo o la acción de los hombres, así como los movi-
to, esos dos miembros de la frase no se oponen, sino que se com- mientos de una naturaleza que no hace nada en vano. Pero esta iden-
pletan. Imitar la naturaleza, no es duplicarla inútilmente, sino re- tidad de fin no explica lo que aparece a primera vista como diver-
emplazarla en sus fallos 40, completarla a ella misma: ni siquiera sidad de medios. En realidad, no se trata de medios diferentes que
humanizarla, sino simplemente naturalizarla. Imitar la naturaleza es fuesen emplados de una y otra parte, como si la inmovilidad fuere
hacer la naturaleza más natural, es decir, esforzarse por llenar la un medio con el mismo título que el movimiento. Lo cierto es que
escisión que la separa de sí misma, de su propia esencia o idea. En hay, de un lado, empleo de medios (el movimiento) y, de otro,
términos más claros, es utilizar la contingencia 41 contra ella misma inmediatez del fin y el medio: mientras que el movimiento no
para regularizarla, para hacer de modo que la naturaleza del mundo tiene otro fin que su supresión, revelando así su función tan sólo

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arte humano: hacer de modo que el utensilio o la máquina reproduz- fin, sino la necesidad de una mediación de una parte, y la ausencia
can la espontaneidad de 10 vivo y, más profundamente, la circula- de mediación de otra. Así adquiere todo su sentido la observación
ridad de los movimientos celestes, a su vez imagen de la inmovili- según la cual sólo se emplean medios a fin de poder prescindir de
dad de lo divino. El ideal técnico de Aristóteles, ideal que sabe ellos; pues preciscamente el Bien está en poder prescindir de me-
irrealizable, pero que debe servir de principio regulador en las inves- diaciones. Aristóteles, en efecto, toma de Platón la idea de que el
tigaciones y acciones particulares, es -en todo el rigor del término-- Bien se define por su autosuficiencia, por el hecho de que no le falta
el del automatismo: no porque vea en él primordialmente un medio nada para ser 10 que es, de que es «autárquico» 46. Se objetará enton-
para atenuar el trabajo de los hombres 44, sino porque el hecho de ces que esta definición de Bien hace aún más problemática su imita·
moverse a sí mismo es, en virtud de su circularidad -que hace ción por un mundo en el que el mal aparece como consecuencia del
inútil todo motor distinto del móvil-, la más alta imitación de la movimiento 47: ¿cómo es que la contingencia, el poder-no-ser, puede
moción inmóvil de Dios. imitar la perfección subsistente de Dios que, al no faltarle nada, es
El ejemplo del arte humano, que es sólo un caso particular del todo lo que puede ser y no puede ser distinto de como es? ¿Cómo,
movimiento del mundo sublunar -el del movimiento reflexivo y en particular, el hombre en cuanto habitante del mundo sublunar, es
voluntario-- ilust~a la paradoja de una imitación que sólo imita la decir, en cuanto que no se basta a sí mismo y tiene necesidades que
inmovilidad mediante el movimiento y la necesidad mediante la con-
tingencia 45. Sin embargo, hay imitación, porque en el arte como en en efecto, «nos hacemos semejantes a Dios por nuestras virtudes, incluso si
Dios no tiene virtudes ... Del mundo inteligible tenemos el orden, la propor·
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43 No se ha subrayado bastante que los verbos de esta frase están en superior, lo derivado a la primitivo, sólo se instituye en la diferencia y n.o
irreal. llegará jamás a la reciprocidad (1, 2, 2). En este sentido, es posible decII
44 La automaticidad del movimiento de los instrumentos haría inútil la que lo múltiple imita a lo Uno, el movimiento a la inmovilidad, el desorden
relación de amo a esclavo (1254 a 1). Para Arist6teles habla de esta relación al orden, la palabra al silencio, la amistad a la soledad, la guerra a la paz y el
con la misma objetividad que para cualquier relaci6n natutal, de la que ésta pensamiento discursivo al Pensamiento que se piensa a sí mismo, el cual,
no es más que un caso particular. a su vez, imita a la Ausencia de pensamiento, etc.
46 El. Nic., l, 5, 1097 b 8. C&. Filebo, 20 d, donde el Bien era llamado,
45 Esta paradoja ha sido brillantemente desarrollada por Plotino en el
2.· tratado de la 2." Ennéada (De las virtudes), donde se esfuerza precisamente en el mismo sentido, havov.
por conciliar la afirmación de Platón (Teeteto, 176 a) según la cual la virtud 47 9,9, 1051 a 17·21 (<<el mal es, por su natutaleza, posterior a la poten-
hace al hombre semejante a Dios, y las de Aristóteles (esp. Et. Nic.,. X, 8, cia»; por tanto, no existe independientemente de las cosas sensibles y es
1178 b 10 ss.), según las cuales Dios no es virtuoso. Plotino responde que, ajeno a las realidares primeras y eternas).

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lo obligan al mOVImIento, puede imitar la inmovilidad autárquica revolución de las esferas celestes como los más pequeños estremeci·
de Dios? Ahora conocemos la respuesta: esta imitación s6lo es para- mientas de! animal o la planta. Pero agente privilegiado, pues, con
dójica porque da un rodeo, que es e! movimiento, lugar de todas él la sustitución se hace consciente: todos los seres son movidos
las mediaciones cosmol6gicas y humanas. El mundo y el hombre p~r la aspiración a 10 divino, cuya perfección imitan; pero sólo en el
realizan mediatamente lo que es inmediato en Dios, porque el hom- hombre esa imitación se hace imitación de un espectáculo. Sólo el
bre y e! mundo necesitan medios para coincidir con su fin, coinci· hombre puede acceder al pensamiento de la unidad,. p?rq~e ve su
dencia que se halla inmediatamente realizada en Dios. Pero la me- realización más alta --que, sin embargo, es a su vez lmltaClÓn- en
diaci6n no tiene atto sentido ni otra raz6n de ser que restaurar a e! movimiento inmutable de las esferas celestes. Sólo el hombre co-
través de un rodeo la inmediatez que ella no es <48. noce un poco -aunque sea de lejos- lo que imita. Solamente en
La imitaci6n, tal como Aristóteles la entiende, compete más a la e! hombre la oscura moción de lo trascendente se hace ideal de in-
1t:pd~le; que a la 1t:Oly/Ole;j no produce obras que fuesen otras tantas vestigación, de trabajo y acción. El hombre, habitante entre tantos
«imitaciones» (/.LlllT,flata) de un modelo, sino que se agota en su pro- otros del mundo sublunar, se convierte así, dentro de este mundo,
pio movimiento, como si el fracaso de sus pretensiones, una vez en el más activo sustitutivo de lo divino. Hemos evocado ya esa
más, constituyese su propia realidad. La imitación aparece entonces conversión desde lo divino hacia lo terrestre, mediante la cual Aris-
no tanto como realización de una copia cuanto como una imagen tóteles, cada vez más consciente de lo que hay de lejano en la teolo-
degradada del acto subsistente del modelo. Es quizá una de las más gía de un Dios trascendente, vuelve a hallar finalmente en los mo-
permanentes intuiciones de Aristóteles la de ver en loc movimien· vimientos más humildes de los seres del mundo sublunar algo de la
tos del mundo y la agitación de los hombres otros tantos remedios divinidad que había buscado hasta entonces en el cielo. El\lal xat
para salir del paso, sustitutivos, por respecto a la unidad autárquica ~'1taijOa 8"oóe;, hay también dioses aquí abajo, observa, repitiendo
de lo divino. De esta función sustitutiva que Aristóteles asigna más la expresión de Heráclito 49. Reflexión que se opondría al dogma
o menos conscientemente a tantas experiencias del mundo sublunar, más constante de la teología astral, el de la separación entre lo te·
hemos dado numerosos ejemplos a lo largo de nuestros análisis: la rrestre y lo divino, si no pudiera interpretarse de este modo: lo que
frecuencia (roe; hl 1toAó) es el sustitutivo de la necesidad, la gene- hay de divino en el mundo sublunar es quizá el esfuerzo de este

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mundo por equipararse a un Dios que ese mundo no es, de manera

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inmenso esfuerzo de sustitución, mediante el cual el mundo sublunar entendimiento SI. En el Prolréplico, donde estas afirmaciones se en-

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suple, imitándolo, los fallos de un Dios que no ha podido descender

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lo que en e] hombre no sería una perfecci6n, sino un estado pr6ximo al em-


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amigos, que remedien su finitud mediante ]a comunicaci6n: ]a mediaci6n amis- S\ Fr. 61 Rose, 1, B, donde Arist6teles cita a Hermotimo o Anaxágoras:
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tosa imita, mediante un rodeo, la autarquía divina. Cfr. P. AUBENQUE, «L'ami· Ó VO~ lap ~\1W\l ó OEÓ~ (Cfr. Et. Nic.; X, 7, 1177 b 29). Pero «el hombre es
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tié chez Ar.», en Actes du VIII' Congres des Sociétés de phil. de langue su intelecto»: sobre esta f6rmula, de origen plat6nico (cfr. Leyes, 959 ab) y
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franp; (Toulouse, 1956), pp. 251·254 (reproducido en La prudence cbez Aris- que se repite a menudo en la Et. Nic. (espec. X, 1178 a 2-3, 7; IX, 8, 1168 b
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31-33), cfr. R.-A. GAUTHIER, La morale d'Ar., pp. 43-45.


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tote, París, 1963, pp. 179·183.


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una partícula del fuego o del éter sideral $2. Pero si bien la divinidad de, o intenta acceder, a su propia quididad, de la cual se halla sepa-
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rado a cada instante, como todos los seres del mundo sublunar.
Este esfuerzo del hombre por superar la escisión, por realizar
toteles hasta el fmal, las alusiones a la divinidad del hombre parecen
hacerse cada vez más convencionales, a medida que Arist6teles se la unidad, en él y fuera de él, a imitación de la simplicidad subsis-
tente de lo divino, lo hemos seguido a lo largo de toda esta obra
desvía, sin renegar por es,? de ella, de una teología demasido lejana. en el terreno del conocimiento. Hemos tratado de mostrar sucesiva-
Es verdad que, en ese mIsmo momento, la f6rmula tradicional ad- mente cómo la búsqueda de la unidad era exigida como la más origi-
quiere un sentido nuevo: lo que hay de divino en el hombre ya no naria necesidad de nuestro lenguaje, cómo el espectáculo de la uni-
es lo que en él subsiste de su origen divino, sino, quizá al contrario, dad -y, mediante él, el ideal de la investigación- nos era sumi·

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el e~fuerzo del h0!Dbre para volver a captar su origen perdido, para


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pero cuyo espectaculo nos ofrece, al menos. La divinidad del hombre se convertía en sustitutivo de la unidad misma. Aplicando entonces
no es ya la evoc,aci6~ .melanc6lica. ~e .un pasado inmemorial, en que la conclusión de este estudio a su comienzo, descubríamos que la
el hombre habna vIvIdo en fam1l1andad con los dioses 53 sino el ontología de Aristóteles, en cuanto discurso que se esfuerza por
porvenir siempre abierto al hombre, que es el de imitar a'Dios es llegar al ser en su unidad, hallaba en la estructura fracasada de su
decir.. sustituirlo «en la medida de lo posible» 54, aproximándose propio proceso de búsqueda el resultado que ese proceso no podía
él mIsmo y aproximando al mundo hacia la Idea (€lao~) o de lo que suministrarle: la investigación de la filosofía -dicho de otro modo,
ambos son y que, sin embargo, nunca son del todo. La divinidad la dialéctica- se convertía en filosofía de la investigación; la inves-
del hombre no es tanto la degradación de lo divino en el hombre tigación de la unidad ocupaba el puesto de la unidad misma; la
como, la aproximación infinita a lo divino por parte del hombre. ontología, que tomaba a la teología como modelo, se convertía poco
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Py/hagOTtClenS, cap. IV.


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