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EL PAPA

FRANCISCO
NOS HABLA
DE LA
ORACIÓN

Selección de textos:
Matilde Eugenia Pérez Tamayo
LA ORACIÓN

La oración es un tema obligado para cualquier


creyente, sea cual sea su fe religiosa. Y lo es,
de una manera especial para el cristiano
católico, que tiene como ejemplo a Jesús
mismo – el gran orante -, según constatan los
Evangelios.

El Papa Francisco hace constante e insistente


alusión a este tema de la oración, en sus
distintas Homilías y Catequesis. Y sus palabras
son para nosotros una auténtica motivación en
este sentido.
El presente “librito” no es más que una pequeña
reseña de estas enseñanzas del Papa, y
también de algunas de sus oraciones
especiales, publicadas en sus documentos
magisteriales, o pronunciadas por él en sus
diversas intervenciones públicas, y que
nosotros podemos hacer nuestras.

El gran objetivo es que todo ello nos ayude a


tomar conciencia clara y profunda del valor de
la oración en nuestra vida de fe, y también,
por supuesto, a hacer más viva, más íntima y
más fervorosa, nuestra oración personal y
comunitaria.

Matilde Eugenia Pérez Tamayo


La vida cristiana
no se limita a la oración,
pero requiere un compromiso
diario y valiente
que surge de la oración.
La oración
es la fuerza del cristiano
y de toda
persona creyente.
La verdadera oración
viene del corazón,
del momento que uno vive.
Es la oración
de los momentos de oscuridad,
de los momentos de la vida
donde no hay esperanza,
donde no se ve el horizonte.
La vida espiritual
se alimenta, se nutre,
con la oración,
y se manifiesta en la misión.
En la oración recibimos
el aire fresco del Espíritu,
y en la misión proclamamos
a Jesucristo resucitado
por el mismo Espíritu.
La oración debe ser trinitaria:
Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
Jesús es el compañero de camino
que nos da lo que le pedimos;
el Padre que nos ama y nos cuida;
y el Espíritu Santo que es el don,
es ese plus que da el Padre,
lo que nuestra conciencia
no osa esperar.
Cultiven en la oración
el gusto
por las cosas de Dios.
Sean testigos
de que sólo Dios
es nuestra fuerza.
Cada uno de nosotros
tiene una historia.
Una historia de gracia,
una historia de pecado,
una historia de camino...
Y hace bien
rezar con nuestra historia.
Orar es
hacer memoria ante Dios
de nuestra historia,
porque nuestra historia
es la historia de su amor
por cada uno de nosotros.
Lo que el Señor promete
a la oración confiada
y perseverante,
supera cuanto podamos imaginar.
Además de lo que pedimos,
nos da también
el Espíritu Santo.
La oración
nunca es en vano.
Siempre hace brotar
algo nuevo
que tarde o temprano
produce fruto.
ORACIÓN
A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
POR LA UNIDAD DE LA IGLESIA

Te adoramos Dios
Omnipotente, Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
Padre, envianos al Espíritu Santo que Jesús
nos ha prometido. Él nos guiará hacia la
unidad. Él es aquel que da los carismas, que
hace las diferencias en la Iglesia y también Él
hace la unidad.

Envíanos al Espíritu Santo, que nos enseñe


todo aquello que Jesús nos ha enseñado, y que
nos dé la memoria de aquello que Jesús ha
dicho.

Jesús, Señor, tú has pedido por todos


nosotros la gracia de la unidad en esta Iglesia
que es tuya, no es nuestra.
La historia nos ha dividido, Jesús, ayúdanos a
ir hacia el camino de la unidad o de esta
diversidad reconciliada.

Señor, tú siempre haces aquello que has


prometido, danos la unidad de todos los
cristianos.

Amén.
Sin una relación constante
con Dios,
es difícil llevar
una vida cristiana
auténtica y coherente.
Nuestra oración
no se puede reducir
a una hora el domingo.
Es importante tener
una relación cotidiana
con el Señor.
Ante tantas heridas
que nos hacen mal
y que nos podrían
endurecer el corazón,
estamos llamados a zambullirnos
en el mar de la oración,
que es el mar
del amor ilimitado de Dios,
para gustar su ternura.
¡Qué dulce es estar
frente a un crucifijo
o de rodillas
delante del Santísimo.
Ser ante sus ojos!
¡Cuánto bien nos hace
dejar que él vuelva
a tocar nuestra existencia,
y nos lance
a comunicar su vida nueva!
La oración cristiana no es
un modo para estar
más en paz consigo mismos
o encontrar
alguna armonía interior;
nosotros rezamos
para llevar todo a Dios,
para confiarle el mundo:
la oración es intercesión.
No es tranquilidad,
es caridad.
Orar no es una forma de huir,
tampoco de meterse en una burbuja,
ni de aislarse,
sino de avanzar
en una amistad que tanto más crece
cuanto más se trata al Señor,
amigo verdadero
y compañero fiel de viaje,
con quien todo se puede sufrir,
pues siempre ayuda,
da fuerzas y nunca falla.
"Padre, si quieres
aleja de mí este cáliz,
pero no se haga
mi voluntad, sino la tuya".
Esta es la oración
de la sabiduría,
de la confianza,
y de la esperanza.
El misterio de la cruz,
misterio de amor,
sólo se puede comprender
en la oración.
Recen y lloren
de rodillas
ante la cruz.
Sin la oración,
nunca conoceremos
a Jesús.
¡Nunca, nunca!
Los exhorto
a perseverar en la oración,
por las situaciones de tensión
y de conflicto
que persisten,
en diferentes partes del mundo.
El Dios de la paz
suscite en todos
un auténtico deseo de diálogo
y reconciliación.
ORACIÓN
POR NUESTRA TIERRA
Dios omnipotente, que
estás presente en todo
el universo y en la
más pequeña de tus
criaturas. Tú, que
rodeas con tu ternura
todo lo que existe,
derrama en nosotros la
fuerza de tu amor
para que cuidemos la
vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como
hermanos y hermanas, sin dañar a nadie.

Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a


los abandonados y olvidados de esta tierra,
que tanto valen a tus ojos.

Sana nuestras vidas, para que seamos


protectores del mundo y no depredadores,
para que sembremos hermosura y no
contaminación y destrucción.

Toca los corazones de los que buscan sólo


beneficios a costa de los pobres y de la
tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa, a
contemplar admirados, a reconocer que
estamos profundamente unidos con todas las
criaturas en nuestro camino hacia tu luz
infinita.

Gracias porque estás con nosotros todos los


días.

Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha


por la justicia, el amor y la paz. Amén.
Para conocer al Señor
es necesario
cultivar el trato con él;
escucharlo en silencio
ante el sagrario,
acercarse a los sacramentos.
Si no oramos,
no conoceremos
la cosa más importante
de todas:
la voluntad de Dios
sobre nosotros.
A pesar de
toda nuestra actividad
y ajetreo,
sin la oración
lograremos muy poco.
La oración es
la verdadera medicina
para nuestro sufrimiento
La oración
te lleva adelante
en la esperanza,
y cuando las cosas
se vuelven oscuras,
más oración...
Y habrá más esperanza.
La lucha contra el mal
es ardua y prolongada.
Es necesario
rezar constantemente
y con paciencia.
La oración es la fuerza
que hace ir adelante
al mundo;
es nuestra misión,
una misión
que al mismo tiempo
cuesta fatiga y da paz.
La oración permite a la gracia
abrir una vía de salida:
del cerramiento a la apertura,
del miedo a la valentía,
de la tristeza a la alegría,
y podemos añadir,
de la división a la unidad.
Como Jesús intercede siempre
por nosotros
ante el Padre,
así nosotros, sus discípulos,
no nos cansemos jamás
de rezar
para acercar
la tierra al cielo.
La oración por la paz
no es una formalidad.
Con la oración
se pueden detener las guerras
y obtener la paz.
ORACIÓN
A JESÚS CRUCIFICADO
Oh Cristo, crucificado y
victorioso. Tu Viacrucis es
el resumen de tu vida. Es
el icono de tu obediencia a
la voluntad del Padre. Es la
realización de tu infinito
amor por nosotros,
pecadores. Es la prueba de
tu misión.
Es el cumplimento definitivo de la Revelación y
la historia de la Salvación. El peso de tu Cruz
nos libra de todas nuestras cargas.

En tu obediencia a la voluntad del Padre,


nosotros nos damos cuenta de nuestra rebelión
y desobediencia. En ti, vendido, traicionado y
crucificado por tu gente, tus seres queridos,
nosotros vemos nuestras habituales traiciones
y nuestra usual infidelidad.

En tu inocencia, Cordero Inmaculado, vemos


nuestra culpabilidad. En tu rostro lleno de
cicatrices, escupido, deformado, vemos la
brutalidad de nuestros pecados.
En la crueldad de tu Pasión, vemos la crueldad
de nuestro corazón y nuestras acciones. En tu
sentirte abandonado, vemos a todos los
abandonados por los familiares, la sociedad, la
atención y la solidaridad.

En tu cuerpo sacrificado, perforado,


desgarrado, vemos los cuerpos de nuestros
hermanos abandonados en la calle,
desfigurados por nuestra negligencia y nuestra
indiferencia.

En tu sed Señor, vemos la sed de tu Padre


misericordioso, que en ti ha querido abrazar,
perdonar y salvar a toda la humanidad.
En ti, Divino Amor, vemos a nuestros hermanos
perseguidos, decapitados y crucificados por su
fe en ti, bajo nuestros ojos, o a menudo con
nuestro silencio cómplice.

Imprime, Señor, en nuestros corazones


sentimientos de fe, de esperanza, de caridad,
de dolor por nuestros pecados. Y llévanos a
arrepentirnos de nuestros pecados que te han
crucificado.

Llévanos a transformar nuestra conversión


hecha de palabras, en conversión de vida y de
obras.
Llévanos a mantener en nosotros un recuerdo
vivo de tu rostro desfigurado, para no olvidar
nunca el alto precio que has pagado para
liberarnos.

Jesús crucificado, refuerza en nosotros la fe;


que no caiga frente a la tentación. Reviva en
nosotros la esperanza; que no se desvanezca
siguiendo las seducciones del mundo.

Cuida en nosotros la caridad; que no se deje


engañar por la corrupción y la mundanidad.

Enséñanos que la cruz es vía a la Resurrección.


Enséñanos que el Viernes Santo es camino
hacia la Pascua de la luz.

Enséñanos que Dios no olvida nunca a ninguno


de sus hijos, y no se cansa nunca de
perdonarnos y abrazarnos con su infinita
misericordia.

Y enséñanos también a no cansarnos nunca de


pedir perdón y creer en la misericordia sin
límites del Padre. Amén.
En la vida cristiana
son esenciales:
la oración, la humildad,
el amor a todos.
Este es el camino
hacia la santidad.
La oración,
como humilde abandono
en Dios
y en su santa voluntad,
es siempre una forma de salir
de nuestros encierros
personales y comunitarios.
A rezar se aprende
como aprendemos a caminar,
a hablar, a escuchar.
La escuela de la oración
es la escuela de la vida,
y en la escuela de la vida
es donde vamos haciendo
la escuela de la oración.
Esta es una bella oración
que podemos rezar siempre:
"Habla, Señor,
porque te escucho".
Es la oración para pedir
docilidad al Espíritu Santo,
y con esta docilidad,
llevar adelante la vida.
En la oración
podemos sentir
la presencia de Dios
a nuestro lado.
La ternura de su mirada
nos consuela;
la fuerza de su palabra
nos sostiene,
infundiéndonos esperanza.
La Misa es
la oración por excelencia,
la más alta, la más sublime,
y al mismo tiempo
la más “concreta”.
De hecho,
es el encuentro de amor
con Dios
mediante su Palabra
y el Cuerpo y Sangre de Jesús.
Preguntémonos si,
al menos una vez al día,
manifestamos al Señor
nuestro amor por él;
si nos acordamos
de decirle cada día,
entre tantas palabras:
“Te amo Señor.
Tú eres mi vida”.
Es bonito rezar por los demás.
Cuántas veces
no necesitamos nada
con urgencia
y entonces no rezamos.
Nosotros tenemos que rezar
unidos a la Iglesia
por los demás.
Dedicar más tiempo
a la oración
hace que nuestro corazón
descubra las mentiras secretas
con las cuales nos engañamos
a nosotros mismos,
para buscar finalmente
el consuelo en Dios.
Él es nuestro Padre
y desea para nosotros la vida.
Dios conoce
mejor que nosotros mismos
nuestras necesidades,
pero quiere
que se las presentemos
con audacia e insistencia,
porque esa es la forma
en que participamos
en su obra de salvación.
ORACIÓN
AL SEÑOR RESUCITADO
Nos dirigimos hoy a ti,
Señor resucitado.
Ayúdanos a buscarte
para que todos
podamos encontrarte,
saber que tenemos un
Padre, y no sentirnos
huérfanos, porque
podemos amarte y
adorarte.
Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre,
agravada por los conflictos y los inmensos
derroches de los que a menudo somos
cómplices.

Haznos disponibles para proteger a los


indefensos, especialmente a los niños, a las
mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a
la explotación y al abandono.

Consuela a todos los que hoy no pueden


celebrar la Pascua con sus seres queridos, por
haber sido injustamente arrancados de su
afecto, como tantas personas, sacerdotes y
laicos, secuestradas en diferentes partes del
mundo.
La oración
es sobre todo diálogo,
relación personal
con el Señor.
Orar,
como todo verdadero diálogo,
es también
saber permanecer en silencio
junto a Jesús.
Si nosotros vamos a rezar,
por ejemplo,
delante del Crucifijo,
Y hablamos y hablamos,
y después nos vamos,
¡no escuchamos a Jesús!
No dejamos que él hable
a nuestro corazón.
La oración de Jesús,
y por tanto, la oración cristiana,
es ante todo,
hacer lugar a Dios,
dejándole que manifieste
su santidad
en nosotros
y haciendo avanzar su reino,
a partir de la posibilidad
de ejercer su señorío de amor
en nuestras vidas.
La oración,
el camino del discipulado,
y la conversión,
encuentran en la caridad,
que se transforma
en compartir,
la prueba
de su autenticidad evangélica.
La oración
es la primera y principal
"herramienta de trabajo"
en nuestras manos.
La oración cristiana
no es un modo para estar
más en paz consigo mismos,
o para encontrar
alguna armonía interior.
Nosotros rezamos
para llevar todo a Dios,
para confiarle el mundo:
la oración es intercesión.
No es tranquilidad, es caridad.
La oración
es un gesto de amor,
es estar con Dios
y llevarle
la vida del mundo:
es una indispensable
obra de misericordia
espiritual.
Recen por todos;
recen por sus amigos
y por sus enemigos,
por los que los hacen sufrir.
Así se puede
cambiar el mundo.
No debe faltar la oración
en continuidad y comunión
con la oración de Jesús,
por la unidad
de los cristianos.
ORACIÓN
A JESÚS MISERICORDIOSO

Señor Jesucristo, tú nos


has enseñado a ser
misericordiosos como el
Padre del cielo, y nos has
dicho que quien te ve, lo
ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y
obtendremos la salvación.
Conforta a quienes han dejado su propia tierra
para emigrar a lugares dónde poder esperar un
futuro mejor, vivir su vida con dignidad y,
muchas veces, profesar libremente su fe.

Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas


las guerras, toda hostilidad pequeña o grande.

Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la


Tierra: Tú, que has vencido a la muerte,
concédenos tu vida, danos tu paz. Amén.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a
Mateo de la esclavitud del dinero; a la
adúltera y a la Magdalena del buscar la
felicidad solamente en una creatura; hizo
llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró
el Paraíso al ladrón arrepentido.

Haz que cada uno de nosotros escuche como


propia la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre
todo con el perdón y la misericordia: haz que,
en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de
Ti, su Señor, resucitado y glorioso.

Tú has querido que también tus ministros


fueran revestidos de debilidad para que
sientan sincera compasión por los que se
encuentran en la ignorancia o en el error: haz
que quien se acerque a uno de ellos se sienta
esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con
su unción para que tu Iglesia pueda, con
renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a
los pobres proclamar la libertad a los
prisioneros y oprimidos y restituir la vista a
los ciegos.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre


de la Misericordia, a ti que vives y reinas con
el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de
los siglos. Amén.
Cuando se reza
se necesita
el coraje de la fe;
es decir, tener confianza
en que el Señor
nos escucha.
Cuando Dios ve un alma,
una persona que reza
y reza y reza por algo,
Él se conmueve.
El hombre llama,
con la oración,
a la puerta de Dios
para pedir la gracia.
Y él, que es Padre,
nos da eso y más:
el Espíritu Santo.
Es la oración
la que conserva la fe;
sin ella la fe vacila.
Pidamos al Señor
una fe que se haga
oración incesante,
perseverante.
Una fe que se nutra
del deseo de su llegada.
La oración es
el agua indispensable
que alimenta la esperanza
y hace crecer la confianza.
La oración
nos hace sentir amados
y nos permite amar.
Nos hace ir adelante
en los momentos más oscuros,
porque la oración
enciende la luz de Dios.
En la oración
experimentamos
la compasión de Dios,
que como un Padre
va al encuentro de sus hijos,
lleno de amor misericordioso.
No se cansen de pedir
en la oración,
la ayuda del Señor,
especialmente
en las dificultades.
Que el Señor
nos dé la gracia
de rezar ante Dios
con libertad, como hijos;
de rezar con insistencia,
de rezar con paciencia.
Pero, sobre todo,
de rezar sabiendo
que yo hablo con mi Padre,
y mi Padre me escuchará.
ORACIÓN A MARÍA,
LA MUJER DE LA ESCUCHA,
DE LA DECISIÓN, DE LA ACCIÓN
María, mujer de la escucha,
haz que se abran nuestros
oídos; que sepamos escuchar
la Palabra de tu Hijo Jesús
entre las miles de palabras de
este mundo; haz que sepamos
escuchar la realidad en la que
vivimos, a cada persona que
encontramos, especialmente a
quien es pobre, necesitado o
tiene dificultades.
María, mujer de la decisión, ilumina nuestra
mente y nuestro corazón, para que sepamos
obedecer la Palabra de tu Hijo Jesús sin
vacilaciones; danos la valentía de la decisión,
de no dejarnos arrastrar para que otros
orienten nuestra vida.

María, mujer de la acción, haz que nuestras


manos y nuestros pies se muevan “deprisa”
hacia los demás, como los tuyos, para llevar la
caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para
llevar, como tú, la luz del Evangelio al mundo.
Amén
La oración es un trabajo:
un trabajo que nos pide voluntad,
nos pide constancia,
nos pide ser determinados,
sin vergüenza.
¿Por qué?
Porque yo estoy llamando
a la puerta de mi amigo.
Dios es mi amigo,
y con un amigo yo puedo hacer esto.
Una oración constante, insistente.
Es fácil recurrir a Dios
para pedirle,
todos lo hacemos.
¡Cuándo aprenderemos
también
a darle gracias
y a adorarlo!
Nosotros sabemos rezar muy bien
cuando pedimos cosas,
también cuando
agradecemos al Señor,
pero la oración de alabanza
es un poco más difícil
para nosotros...
No es tan habitual alabar al Señor...
“¡Bendito eres Señor,
porque tú me has elegido!...”
Es la alegría de una cercanía
paterna y tierna.
En los momentos bellos,
debemos dar
gracias a Dios
con la oración
de agradecimiento.
En los momentos
de tristeza,
poca o mucha,
en los momentos oscuros:
oración,
paciencia y esperanza.
Preguntémonos:
¿yo rezo?
Y, cuando rezo,
¿sé alabar, sé adorar,
sé llevarle mi vida
y la de los otros
a Dios?
Para la oración de intercesión se
necesitan dos cosas: valor, es decir,
parresía, valentía, y paciencia. Si yo
quiero que el Señor escuche algo que
le pido, debo ir, e ir, e ir, llamar a
la puerta, llamar al corazón de Dios,
llamar desde acá… ¡Porque mi
corazón está implicado con esto!
Pero si mi corazón no se implica con
esa necesidad, con esa persona por
la que debo rezar, ni siquiera seré
capaz de tener valor y paciencia.
Orar por los difuntos
es un signo de reconocimiento
por el testimonio
que nos han dejado
y el bien que han hecho.
Es un agradecimiento al Señor
por habérnoslos dado,
y por su amor y su amistad.
El recuerdo
de los fieles difuntos
no debe hacernos olvidar,
orar también por los vivos,
que junto a nosotros,
cada día enfrentan
las pruebas de la vida.
Que el Señor nos dé la gracia de
rezar por los enemigos; rezar por
aquellos que no nos quieren; rezar
por aquellos que nos hacen el mal,
que nos persiguen... Y cada uno de
nosotros sabe el nombre y el
apellido... Yo les aseguro que esta
oración hará dos cosas: a él lo hará
mejorar porque la oración es
potente, y a nosotros nos hará más
hijos del Padre.
ORACION A MARÍA,
MADRE DE LA IGLESIA
Y MADRE DE NUESTRA FE

Madre, ¡ayuda nuestra


fe! Abre nuestro oído a
la Palabra, para que
reconozcamos la voz de
Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus
pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando
en su promesa.

Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para


que podamos tocarlo en la fe.

Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer


en su amor, sobre todo en los momentos de
tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es
llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del
Resucitado. Recuérdanos que quien cree no
está nunca solo.

Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para


que él sea luz en nuestro camino. Y que esta
luz de la fe crezca continuamente en nosotros,
hasta que llegue el día sin ocaso, que es el
mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén
Todo el misterio
de la oración cristiana
se resume en esta palabra:
"Padre".
Es importante
tener el coraje
de llamar a Dios
con el nombre de Padre,
como lo hizo Jesús.
"Padre":
Esta palabra es el "secreto"
de la oración de Jesús,
es la llave que él mismo nos da,
para que podamos entrar
también nosotros,
en esa relación
de diálogo confidencial
con el Padre.
Sin sentir que somos hijos...
Sin decir "Padre",
nuestra oración es pagana,
es una oración de palabras
y nada más.
El Padrenuestro
no es una de las tantas
oraciones cristianas,
sino la oración
de los hijos de Dios.
Es la gran oración...
La oración
del Padrenuestro
hace
que resuenen en nosotros
los mismos sentimientos
que anidaron en Jesús.
Mientras
nos abre el corazón
a Dios,
el Padrenuestro
nos dispone también
al amor fraterno.
El Padrenuestro 
es la oración de los pobres.
La petición del pan expresa
la confianza en Dios
sobre las necesidades básicas
de nuestra vida.
Todo lo que Jesús nos enseñó
con esta oración manifiesta y recoge
el grito de quien sufre
a causa de la precariedad
de la existencia
y de la falta de lo necesario.
El Padrenuestro 
es una oración que se dice en plural:
el pan que se pide es “nuestro”,
y esto implica comunión, preocupación
y responsabilidad común.
En esta oración todos reconocemos
la necesidad de superar
cualquier forma de egoísmo
para entrar en la alegría
de la mutua aceptación.
En la oración del Padrenuestro,
Jesús puso en relación directa
el perdón que le pedimos a Dios
con el perdón
que debemos conceder
a nuestros hermanos,
“Perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros
perdonamos a nuestros
deudores”.
De nada sirve rezar
si nuestra oración
que se dirige a Dios
no se transforma
en amor hacia el hermano.
ORACIÓN
POR LAS FAMILIAS

Jesús, María y José:


en ustedes
contemplamos el
esplendor del
verdadero amor; a
ustedes, confiados,
nos dirigimos, Santa
Familia de Nazaret,
Que nuestras familias sean lugar de comunión y
cenáculo de oración, auténticas escuelas del
Evangelio y pequeñas Iglesias domésticas.

Santa Familia de Nazaret, que nunca más haya


en las familias episodios de violencia, de
cerrazón y división; que quien haya sido herido
o escandalizado sea pronto consolado y curado.

Santa Familia de Nazaret, que todos tomemos


consciencia dl carácter sagrado e inviolable de
la familia, de su belleza en el proyecto de
Dios.

Jesús, María y José, escuchen y acojan


nuestra plegaria. Amén.
Vayamos a Jesús,
démosle nuestro tiempo,
encontrémoslo cada día
en la oración,
en un diálogo confiado y personal;
familiaricémonos con su Palabra,
redescubramos sin miedo su perdón,
saciémonos con su Pan de vida: nos
sentiremos amados y consolados
por él.
Con la oración de intercesión,
con nuestro trabajo
de cristianos,
debemos ser capaces
de ayudar a la gente que sufre,
a fin de que sea restituida
a la sociedad,
a la vida de la familia,
del trabajo;
en suma: a la vida cotidiana.
El Evangelio
nos lleva a interrogarnos
acerca de
nuestro modo de rezar. 
No lo hagamos como papagayos
o sin interés en lo que pedimos.
Supliquemos al Señor
que nos ayude
con nuestra poca fe.
Nosotros
no tenemos armas,
pero creemos
en la fuerza mansa
y humilde
de la oración
para cambiar el mundo.
A.M.D.G

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