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Un nutrido grupo de excelentes científicos europeos acaban de presentar una propuesta para

establecer una comunicación segura a través de un satélite empleando criptografía cuántica.

La propuesta conocida con el acrónimo QUEST (Quantum Entanglement in Space


Experiments) <http://www.quantum.at/quest>  consiste en distribuir pares de fotones
entrelazados cuánticamente desde un satélite. Las dos estaciones terrestres que desean
establecer una clave secreta deben realizar medidas sobre estos fotones de forma que la
proyección de la función de onda común fije una correlación entre sus resultados.

Esta propuesta es un paso natural en la impresionante secuencia de progresos experimentales


ligados al desarrollo de la Información Cuántica. Miembros de este grupo de científicos ya han
logrado crear criptografía segura a distancias de 114 km utilizando fibras ópticas y han
establecido claves secretas enviando fotones por el aire en Viena. El salto a los satélites es el
camino natural para lograr comunicación segura sobre distancias enormes en la superficie
terrestre.

Es lógico preguntarse por qué queremos utilizar la Mecánica Cuántica en nuestros sistemas
criptográficos. La respuesta es doble. Por una parte, si el reto es posible, apasionante y está en
el límite de la ciencia y de la tecnología, los científicos trabajarán a fondo hasta conseguirlo.
Pero, por otra parte, existe una segunda razón mucho más sutil y potente. El control de las
leyes de la Mecánica Cuántica permiten trabajar con estados cuánticos (qubits) para tratar
información. Estas leyes son diferentes a las clásicas y, de hecho, permiten un tratamiento más
potente de la información. La joya de la corona de la Información Cuántica es el célebre
algoritmo de Shor para factorizar grandes números en un ordenador cuántico. Cuando
dispongamos de un ordenador basado en las leyes cuánticas, podremos desencriptar las
claves de tipo RSA utilizadas, por ejemplo, en las transacciones bancarias de forma sencilla. La
criptografía clásica tiene en la Mecánica Cuántica su espada de Damocles.

Transmiten una comunicación cuántica a


144 kilómetros de distancia
El nuevo record nos acerca a una red mundial de comunicación basada
en la criptografía cuántica

Un equipo de científicos europeos ha logrado batir el record en comunicación


cuántica al conseguir unir mediante este tipo de transmisión los 144 kilómetros
que separan dos puntos de las islas canarias de Tenerife y La Palma. El anterior
record estaba en sólo 23 kilómetros. Esta nueva “marca” es un paso más hacia la
utilización de la criptografía cuántica para proporcionar comunicaciones imposibles
de “pinchar” o espiar y tendrá aplicaciones en breve en la transmisión de
información totalmente segura entre satélites o de satélites a centros de
comunicación de cualquier parte del mundo. Por Paul D. Morales.
Caracterización del experimento llevado a cabo. Foto: ESA (Pulsar para ampliar)

Científicos europeos han conseguido transmitir una comunicación cuántica por el aire entre
dos puntos situados a 144 kilómetros, la distancia que separa la isla canaria de La Palma y la
de Tenerife. Este record nos acerca a la posibilidad de establecer una red mundial de
comunicaciones cuánticas.

Las conclusiones de este estudio, que habían sido presentadas en marzo pasado, han sido
publicadas ahora en la revista Nature Physics, sobre las que la Agencia Espacial Europea ha
difundido esta semana un comunicado.

El equipo, formado por científicos de Austria, Alemania, Australia, Italia, Holanda, España y
Reino Unido ha usado principios de la mecánica cuántica para crear una clave de encriptación
en dos sitios diferentes simultáneamente. Un punto estaba en la isla de la Palma, situado a
2.392 metros sobre el nivel del mar, y el otro (el emisor) estaba en uno de los telescopios
que la Agencia Espacial Europea tiene en Tenerife. La distancia total recorrida fue de 144
kilómetros.

Como ya informábamos en un anterior artículo, el record de transmisión de una


comunicación cuántica a través del aire fue establecido en el año 2002 en 23 kilómetros.

La criptografía cuántica permite enviar mensajes de un punto a otro del espacio sin que
nadie pueda interceptarlos, ya que cualquier observación del mensaje altera el estado de sus
partículas y delata al intruso.

Esto se consigue enviando el mensaje digital sobre un haz de luz polarizada y alternando la
dirección de su polarización. Debido a que los impulsos de luz pueden tener diferentes
polarizaciones, podemos enviar un mensaje digital a lo largo de un rayo de luz.

Alta seguridad

Este sistema de comunicación es altamente seguro porque es imposible saber con certeza el
estado de polarización en que se ha creado un fotón determinado. Si hay un intento de
interceptar el mensaje el estado cuántico de los fotones se ve alterado inmediatamente.
Para crear la clave de encriptación, el equipo tuvo que crear en primer lugar pares de
fotones entrelazados. Esto significa que lo que le ocurra a un fotón tendrá repercusiones
inmediatas en el otro. Así, al medir cualquier propiedad cuántica de uno de los fotones, la
misma propiedad cambiará automáticamente en el fotón con el que está entrelazado, sin
importar la distancia que les separe.

Los investigadores fabricaron el par de fotones lanzando un potente haz de luz a través de
un cristal. Por cada fotón que atravesaba el cristal salían dos ya entrelazados. Para llevar a
cabo la prueba, hicieron rebotar uno de los dos fotones intrincados mediante un espejo y lo
dirigieron a un detector de luz situado en La Palma. El otro fotón fue enviado mediante una
lente a través del agua, donde uno de los telescopios de la ESA en Tenerife lo captó y lo
envió a su vez a un segundo detector de luz.

Después midieron la polarización (es decir, si la polarización del fotón había sido vertical u
horizontal) de fotones intrincados cuando habían llegado al punto de destino.

Preguntar a los fotones

Cada vez que los detectores situados en ambas islas registraban un fotón medían su
polarización y ésta era contabilizada con un bit. Un fotón polarizado en una dirección era un
“1” y otro polarizado en la dirección contraria era registrado como un “0”. Al superponerse
ambos bits, es decir los “1” y los “0”, se crea la clave de encriptación.

Es imposible robar esa clave, ya que cualquier medición llevada a cabo sobre uno de los
fotones cambiaría inmediatamente las propiedades de la mecánica cuántica del otro. Por otro
lado, la criptografía cuántica actual se basa en la imposibilidad de saber con certeza el
estado de polarización en que se ha creado un fotón determinado.

Básicamente, lo que hicieron los científicos fue “preguntar” a cada fotón si se había
polarizado vertical y horizontalmente. En todos los casos la respuesta fue aleatoria, pero
debido a que los fotones estaban intrincados, la “respuesta” de ambos coincidía. Es decir, si
el detector de la isla de la Palma registraba un “1”, el de Tenerife registraba también un “1”.

La esperanza de este grupo de investigadores, que forman parte de un consorcio europeo


llamado SECOQC, es mejorar los láser y los detectores lo suficiente como para que estas
claves encriptadas puedan ser enviadas desde cualquier punto de la Tierra. La mayor parte
de los satélites que orbitan nuestro planeta lo hacen a una distancia de entre 300 y 500
kilómetros, por lo que consideran que este objetivo está cada vez más cerca.

Crean una memoria cuántica de un solo


átomo
El sistema podría aumentar la potencia de los ordenadores cuánticos y
la eficacia de las redes que los unen

Un equipo de investigación alemán ha conseguido almacenar información cuántica


en un solo átomo. Los científicos escribieron el estado cuántico de fotones
individuales, como partículas de luz, en un átomo de rubidio y lograron volver a
leerlos después de un tiempo. Esta nueva técnica podría ser utilizada para diseñar
ordenadores cuánticos más potentes y mejorar las redes que los unen en grandes
distancias. Por Elena Higueras.
Tomografía del proceso de almacenamiento de la información. Fuente: Nature.

En un futuro, los ordenadores cuánticos serán capaces de hacer frente en un instante a


tareas computacionales en las que los ordenadores de hoy en día emplearían años. Las
computadoras del mañana desarrollarán su enorme potencia de cálculo a partir de su
capacidad para procesar simultáneamente las diversas piezas de información que se
almacenan en el estado cuántico de los sistemas físicos elementales, como átomos y fotones.

Pero para tener semejante capacidad de operación, las computadoras cuánticas deberán
intercambiar estas piezas de información entre sus componentes individuales. Los fotones
son especialmente adecuados para ello, mientras que las partículas de materia se utilizarán
para el almacenamiento y el procesamiento de la información.

En la actualidad, los investigadores están buscando métodos que permitan intercambiar


información cuántica entre fotones y materia. Aunque esto ya se ha experimentado con
conjuntos de muchos miles de átomos, un equipo de físicos del Instituto Max Planck de
Óptica Cuántica en Garching (Alemania) ha demostrado ahora que la información cuántica
también se puede intercambiar entre átomos y fotones de una forma controlada, informa un
comunicado de la revista Nature.

“El uso de un solo átomo como unidad de almacenamiento tiene varias ventajas. La
miniaturización extrema es sólo una de ellas”, advierte Holger Specht, uno de los científicos
del Instituto Max Planck involucrados en el estudio. La información almacenada puede ser
procesada manipulando directamente el átomo, lo que resulta importante para la ejecución
de operaciones lógicas en una computadora cuántica. "Además, ofrece la oportunidad de
comprobar si la información cuántica almacenada en el fotón se ha escrito correctamente en
el átomo sin destruir el estado cuántico", añade Specht. Esto permite determinar en una fase
temprana si un proceso de cálculo debe repetirse debido a un error de almacenamiento.

El hecho de que, hasta hace muy poco, nadie hubiera logrado el intercambio de información
cuántica entre fotones y átomos individuales se debe a que la interacción entre las partículas
de luz y los átomos es muy débil. Para comprenderlo fácilmente, los investigadores ponen el
siguiente ejemplo en el comunicado: “es como si los átomos y los fotones no se percatasen
mucho el uno del otro, como si dos invitados a una fiesta apenas hablasen entre sí y, por lo
tanto, sólo intercambiasen una cantidad mínima de información”.

El truco está en la interacción entre átomos y fotones

Para mejorar esta interacción, los científicos de Garching utilizaron un truco: Colocaron un
átomo de rubidio entre los espejos de un resonador óptico, y utilizaron un láser muy débil
para introducir fotones individuales en el resonador. Los espejos del resonador reflejaron los
fotones varias veces, lo que mejoró la interacción entre fotones y átomos. Siguiendo el
ejemplo anterior, ahora los invitados se ven con más frecuencia, lo que incrementa las
posibilidades de que se comuniquen.
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Los fotones llevaron la información cuántica en la forma de su polarización. Esto puede ser
zurdo, es decir cuando la dirección de la rotación del campo eléctrico es hacia la izquierda, o
diestro, cuando la rotación se produce en el sentido de las agujas del reloj. El estado
cuántico del fotón puede contener ambas polarizaciones simultáneamente en lo que se
denomina un estado de superposición.

En la interacción con el fotón, el átomo de rubidio suele excitarse y luego perder esa
excitación por medio de la emisión de un fotón más. Pero eso era precisamente lo que los
investigadores no querían que sucediera. Por el contrario, la absorción del fotón estaba
pensada para llevar al átomo de rubidio a un estado cuántico definido, estable. Los
investigadores lo lograron gracias a la ayuda de un haz de láser más, el denominado láser de
control, que se hizo incidir sobre el átomo de rubidio al mismo tiempo que éste interactuaba
con el fotón.

La orientación del espín del átomo contribuye decisivamente a un estado cuántico estable
generado por el control del láser y el fotón. El espín da al átomo un momento magnético. El
estado cuántico estable, lo que los investigadores utilizan para el almacenamiento, viene
determinado por lo tanto por la orientación del momento magnético. El estado se caracteriza
por el hecho de que refleja el estado de polarización del fotón: la dirección del momento
magnético corresponde a la dirección de rotación de la polarización del fotón, una mezcla de
ambas direcciones de rotación son almacenadas por una mezcla correspondiente de los
momentos magnéticos.

Este estado es leído por el proceso inverso: la irradiación del átomo de rubidio con el láser de
control de nuevo hace que se vuelva a emitir el fotón. En la gran mayoría de los casos, la
información cuántica leída en los fotones coincidió así con la información almacenada
originalmente, descubrieron los físicos de Garching.

Resultados

La cantidad que describe esta relación, llamada de fidelidad, fue superior al 90%. Esto es
significativamente mayor que la fidelidad del 67% que se puede lograr con los métodos
clásicos, es decir, aquéllos que no se basan en efectos cuánticos. Por tanto, el método
desarrollado en Garching constituye una memoria cuántica real.

Por otra parte, los físicos midieron el tiempo de almacenamiento, es decir, el tiempo en el
que se puede conservar la información cuántica en el rubidio, y el resultado fue de alrededor
de 180 microsegundos.

"Esto es comparable con los tiempos de almacenamiento de todas las memorias cuánticas
anteriores basadas en conjuntos de átomos", señala Stephan Ritter, otro investigador
involucrado en el experimento. Sin embargo, sería necesario un tiempo de almacenamiento
significativamente más largo para que el método se pudiese utilizar en un ordenador o en
una red cuántica.

Además, existe otra característica que tiene que ver con la calidad de la memoria cuántica de
un solo átomo que se podría mejorar: la llamada eficiencia. Se trata de medir cómo muchos
de los fotones irradiados se almacenan y luego se pueden volver a leer. En este caso, los
resultados positivos fueron inferiores al 10%.

En opinión de Ritter, “los límites en el tiempo de almacenamiento se deben principalmente a


las fluctuaciones del campo magnético del entorno del laboratorio. Por lo tanto, se podría
incrementar mediante el almacenamiento de la información cuántica en átomos que sean
insensibles a los campos magnéticos".

Por otra parte, la eficacia está limitada por el hecho de que el átomo no se mantiene quieto
en el centro del resonador. Esto hace que la fuerza de la interacción entre átomos y fotones
disminuya. En este caso, los investigadores podrían mejorar la eficiencia mediante una
mayor refrigeración del átomo, es decir, reduciendo aún más su energía cinética.

El equipo de científicos del Instituto Max Planck en Garching ya está trabajando en estas dos
mejoras. "Si esto tiene éxito, las perspectivas de la memoria cuántica de un solo átomo
serían excelentes", vaticina Stephan Ritter.

Francis en Trending Ciencia: La


física cuántica de la fotosíntesis
He elegido como tema para mi nuevo podcast sobre física la respuesta a una
pregunta que me ha hecho uno de los lectores de mi blog, Ces, sobre la
fotosíntesis y la física cuántica. Ces ha leído que la tasa de conversión de fotones
en electrones en la clorofila alcanza el 90% gracias a la física cuántica. En realidad
se trata de un mito. Igual que es falso que sólo usemos el 10% de nuestro cerebro,
también es falso que la fotosíntesis tenga una eficiencia de más del 90%. La
eficiencia máxima de la fotosíntesis como proceso bioquímico que produce
biomasa a partir de radiación solar tiene una eficiencia máxima que ronda el 10%.
Si sólo tenemos en cuenta los procesos que ocurren en las moléculas de clorofila,
la eficiencia de la conversión de la energía de los fotones incidentes en el proceso
de transferencia de electrones tiene una eficiencia que ronda el 50%. La eficiencia
de más del 90% se refiere al proceso llamado “hopping” por el cual el fotón
incidente en una molécula de clorofila produce una onda de tipo excitón que se
mueve de forma sucesiva por varias moléculas de clorofila hasta alcanzar la
molécula de clorofila “P” que realiza la transferencia de un electrón entre dos
moléculas, una dadora de electrones y otra aceptora de electrones. Permíteme
que explique todo esto en más detalle.
La luz del Sol que es activa para la fotosíntesis es la que se encuentra en la banda
entre 400 y 700 nm; recuerda que la luz con 400 nm tiene color azul y que la luz
con 700 nm tiene color rojo. Como la clorofila absorbe mal en el centro de esta
banda, los colores verdes, las hojas de los árboles son verdes (en lugar de
negras). Se estima que como mínimos el 5% (y en muchos casos hasta el 10%) de
la luz solar en la banda de 400 a 700 nm que incide sobre las hojas de las
plantas se refleja y por tanto no es útil para la fotosíntesis.

Los fotones que inciden sobre la molécula de clorofila provocan su transición


energética a un estado excitado, cuya relajación posterior se utiliza para producir
energía. Los fotones en la banda activa para la fotosíntesis, entre 400 y 700 nm,
tienen una energía media por mol de fotones de 205 kJ (kilojulios). La energía
necesaria para activar el sistema fotosintético fotosistema II (PSII) es la de un fotón
con una longitud de onda de 680 nm, es decir, de unos 176 kJ/mol. Por otro lado,
para el sistema fotosintético fotosistema I (PSI) es la energía de un fotón de 700 nm,
es decir, 171 kJ/mol. Por tanto, en promedio, el 6,6% de la energía solar incidente
se pierde en forma de calor durante la relajación de los estados excitados de la
clorofila.
También se pierde energía en el ciclo de Calvin que sintetiza los carbohidratos a
partir de CO2 y la energía capturada. En la fotosíntesis C3, el ciclo de Calvin
consume tres moléculas de ATP (adenosín trifosfato) y dos de NADPH
(nicotinamida-adenina-dinucleótido-fosfato) para asimilar una molécula de CO2
(dióxido de carbono) en un carbohidrato (glucosa) y generar la molécula necesaria
para cerrar el ciclo. La síntesis de las tres moléculas de ATP requiere 12 protones
(4 cada una) y las dos  moléculas de NADPH requiere absorber 8 fotones.  Todo
esto por cada molécula de CO2 asimilada, proceso que requiere una energía de
1388 kJ por mol. Un sexto de un mol de glucosa, es decir, el carbono que le aporta
la molécula de CO2, contiene unos 477 kJ. Por ello, en el ciclo de Calvin para la
fotosíntesis C3 se pierde el 24,6% de la energía solar incidente. Sumando todos
los efectos, en la fotosíntesis C3 la máxima cantidad de energía solar que se
transforma en carbohidratos es del 12,6%.

Algo parecido ocurre en el caso de la fotosíntesis C4. Hay tres subtipos para el
ciclo de Calvin en este caso. Sin entrar en detalles, se pierde el 28,7%  de la
energía contenida en la radiación solar incidente. Por tanto la eficiencia máxima de
conversión de energía en la fotosíntesis C4 se estima en un 8,5%. Pero no queda
todo ahí, también hay pérdidas adicionales en la respiración que se produce en la
mitocondria. Estas pérdidas dependen de varios factores. De nuevo sin entrar en
detalles, se estima que entre el 30% y el 60% del a energía se pierde.

En resumen, tomando el porcentaje mínimo para todas las pérdidas de energía


que hemos indicado, la eficiencia máxima de conversión de energía del Sol en
biomasa en la fotosíntesis C3 es del 4,6% (de cada 1000 kJ de energía incidente
sólo se transforma en biomasa 46 kJ) y en la fotosíntesis C4 es del 6,0% (de cada
1000 kJ de energía solar incidente sólo se transforma en biomasa 60 kJ).

Artículo técnico para los interesados en los detalles de estos cálculos: X.G. Zhu,
S.P. Long, D.R. Ort, “What is the maximum efficiency with which photosynthesis
can convert solar energy into biomass?,” Curr. Opin. Biotechnol. 19: 153-159, 2008.
Por supuesto, los oyentes me dirán que he tenido en cuenta demasiados efectos y
que Ces en mi blog sólo estaba interesado en la eficiencia de la conversión de
fotones en electrones en la clorofila. Permíteme considerar este proceso en
detalle.

Un fotón incide sobre una “antena” molecular, un complejo proteíco formado por
varias proteínas que contiene los pigmentos fotosintéticos (pongamos que sean
moléculas de clorofila) y es absorbido excitando una molécula de clorofila, es decir,
un electrón pasa desde un estado HOMO (siglas de orbital molecular ocupado de
mayor energía) hasta un estado excitado no ocupado de mayor energía. Pocos
picosegundos más tarde, esta molécula excitada decae, es decir, el electrón pasa
desde el estado excitado a un estado LUMO (siglas de orbital molecular
desocupado de menor energía) emitiendo un nuevo fotón. En este proceso la
molécula vibra y pierde energía disipando calor. Obviando esta disipación térmica,
la diferencia de energía entre los estados HOMO y LUMO debe corresponder a la
energía del fotón absorbido por la molécula y a la energía del fotón emitido.

En las antenas moleculares fotosintéticas hay varias moléculas de clorofila que se


excitan en secuencia a saltos (en inglés se habla de “hops” y al proceso se le llama
“hopping” [también se utiliza el término "transferencian del excitón"]. Estos saltos
acaban en una molécula de clorofila especial llamada clorofila “P” cuyo papel es la
conversión del fotón en un electrón. La clorofila P está cerca de dos moléculas,
una aceptora de electrones y otra dadora de electrones (DPA). Cuando la clorofila
P se excita con un fotón (DP*A), decae en un proceso con dos etapas separadas:
en la primera etapa transfiere un electrón a la molécula aceptora de electrones
(DP+A-) y en la segunda etapa recibe un electrón de la molécula dadora de
electrones (D+PA-), quedando en un estado no excitado tras este proceso.

La eficiencia energética de este proceso de conversión de energía la de un fotón


en la transferencia de un electrón se puede calcular usando las leyes de la
termodinámica. Podemos suponer que se trata de un ciclo de Carnot con un foco
caliente, la energía de la molécula excitada, y un foco frío, la energía de la
molécula en su estado fundamental. Asumiendo que la molécula de clorofila se
comporta como una molécula en un gas, el cálculo resulta en una eficiencia
máxima del 75%. Sin embargo, la clorofila in vivo no está en un gas y se encuentra
acoplada a proteínas, lo que reduce la eficiencia a un valor entre el 57% y el 67%.
Y en estos cálculos se ha omitido el trabajo requerido en las transiciones en las
moléculas aceptora y dadora de electrones, lo que reduce la eficiencia de este
ciclo de Carnot en como mínimo un 7% adicional.

En resumen, la eficiencia de la conversión de energía de un fotón a la de un


electrón ronda el 60% en el mejor caso, siendo lo habitual que no supere el
50%. Pero entonces, ¿por qué comenta Ces en mi blog que ha leído que la
eficiencia cuántica de la conversión de un fotón en un electrón en la fotosíntesis
supera el 90%?
Más información sobre estos cálculos en Jérôme Lavergne, Pierre Joliot,
“Thermodynamics of the Excited States of Photosynthesis,” BTOL-Bioenergetics,
2000 [pdf gratis].
La razón es sutil, pero sencilla. La eficiencia superior al 95% en la transferencia de
energía en la fotosíntesis que mucha gente escribe en artículos de divulgación (yo
mismo lo he escrito en mi blog en 2009) se refiere a la transferencia de los fotones
entre moléculas de clorofila cercanas. El proceso que lleva los fotones desde la
molécula de clorofila que ha capturado el fotón de la luz solar y la molécula de
clorofila “P” que realiza la transferencia del electrón. El proceso de “hopping” tiene
una eficiencia cercana al 95% gracias a la física cuántica, como se publicó en la
revista Nature en el año 2007. Podemos decir que en este proceso de “hopping” se
ejecuta un algoritmo cuántico de búsqueda que canaliza el fotón hasta la clorofila
“P”.

En mi blog puedes leer “La conexión entre la fotosíntesis y los algoritmos  cuánticos,”
2009, y “Publicado en Nature: Biología cuántica y computación cuántica adiabática en la
fotosíntesis a temperatura ambiente,” 2010.
En 2007, Gregory S. Engel (de la Universidad de California en Berkeley) y sus
colegas estudiaron la fotosíntesis en la bacteria fototrópica verde del azufre
(Chlorobium tepidum). Según su estudio experimental mediante espectroscopia
bidimensional utilizando la transformada de Fourier, el proceso de “hopping”
corresponde a la propagación coherente de una onda cuántica de tipo excitón que
transfiere la energía del fotón capturado hasta el centro químico activo donde se
realiza la transferencia del electrón [por eso al "hopping" también se le
llama transferencian del excitón]. La onda cuántica se propaga por las moléculas
de clorofila durante cientos de femtosegundos y se comporta como si “visitara” de
forma simultánea varios caminos posibles y eligiera el óptimo para llegar al centro
activo. Engel y sus colegas afirmaron en su artículo de 2007 que el proceso es
análogo al algoritmo cuántico de Grover, capaz de buscar un elemento dado en un
vector de n componentes desordenadas en un número de pasos igual a la raíz
cuadrada de n (cuando un algoritmo clásico requiere mirar al menos todos los
elementos, es decir, un tiempo proporcional a n). Aunque el estudio experimental
publicado en el año 2007 se realizó con a baja temperatura, unos 77 Kelvin, los
autores afirmaron que el mismo mecanismo debe ocurrir a temperatura ambiente.

Recomiendo leer a Roseanne J. Sension, “Biophysics: Quantum path to


photosynthesis,” News and Views, Nature 446: 740-741, 12 April 2007. El artículo
técnico original es Gregory S. Engel et al. “Evidence for wavelike energy transfer
through quantum coherence in photosynthetic systems,” Nature 446: 782-786, 12 April
2007.
De hecho, en el año 2010, se publicó en Nature otro artículo que comprobó dicho
hipótesis, demostrando que el que dicho mecanismo también se da a temperatura
ambiente. Elisabetta Collini (de la Universidad de Padua, Italia, aunque realizó la
investigación trabajando en la Universidad de Toronto, Canadá) y sus colegas
demostraron en un alga fotosintética que el mecanismo de “hopping” utiliza la
coherencia cuántica incluso a temperatura ambiente. Pero repito, estos estudios,
no implican que la eficiencia de la conversión de los fotones en electrones sea
superior al 90%, como me preguntaba Ces en mi blog.

Recomiendo leer a Rienk van Grondelle, Vladimir I. Novoderezhkin,


“Photosynthesis: Quantum design for a light trap,” Nature 463: 614-615, 4 Feb 2010.
El artículo técnico es Elisabetta Collini et al., “Coherently wired light-harvesting in
photosynthetic marine algae at ambient temperature,” Nature 463: 644-647, 4 Feb
2010.
En resumen, espero haber contestado la pregunta de Ces de forma satisfactoria,
aunque haya omitido muchos detalles técnicos. La fotosíntesis como proceso de
conversión de energía solar en biomasa tiene una eficiencia máxima alrededor del
10%. El proceso fundamental que ocurre en la clorofila que permite la conversión
de la energía de un fotón en la transferencia de un electrón tiene una eficiencia del
orden del 50%. Y el proceso cuántico que tiene una eficiencia superior al 90% es el
proceso de “hopping” por el que el fotón capturado en una molécula de clorofila
recorre varias moléculas hasta llegar a la molécula de clorofila “P” que realiza la
transferencia del electrón como tal.

Y esto es todo por hoy. Si te ha gustado la trancripción y quieres oír el


podcast, sigue este enlace en Trending Ciencia.

Cuando el fin justifica los medios


by emulenews

El dogma central de la biología molecular, propuesto por Francis Crick en 1958, reza que
todo gen (codificante) se transcribe en ARN mensajero que se traduce en una proteína.
Hoy sabemos que las cosas nunca fueron tan sencillas. Un estudio del ADN de la levadura
de la cerveza (S. cerevisiae) ha mostrado que, aunque contiene unos 6000 genes
codificantes de proteínas, produce 1,88 millones de transcritos de ARN. Estas moléculas
de ARN se llaman isoformas de transcripción (TIF por sus siglas en inglés) y tienen
diferentes secuencias de inicio (5') y final (3'). ¿Cuál es su función biológica? Lo más fácil
es decir que su papel es regular la expresión de otros genes, pero esta función ha sido
demostrado sólo en unos cientos de casos. La mayoría de los TIF podrían no tener
ninguna función biológica, siendo un subproducto irrelevante de la maquinaria de
transcripción. ¿Podrían tener algún papel en la evolución? Como es obvio, el contenido de
TIF en un momento dado de una célula dentro de una población la diferencia de todas las
demás y quizás podría proporcionarle la oportunidad de estar mejor adaptada a cambios
en su entorno. Quizás esta gran diversidad de ARN transcritos sea una de las razones por
la que es difícil matar a todas las células cancerosas de un tumor. Así finaliza su News &
Views, cuyo titulo he copiado, B. Franklin Pugh, "Molecular biology: The ends justify the
means," Nature 497: 48–49, 02 May 2013, quien se hace eco del artículo técnico de Vicent
Pelechano, Wu Wei and Lars M. Steinmetz, "Extensive transcriptional heterogeneity
revealed by isoform profiling," Nature 497: 127–131, 02 May 2013.

n los años noventa, el físico Gerard´t Hooft, que posteriormente sería premio Nobel,
sorprendió a propios y extraños con una peculiar teoría según la cual el universo es un
holograma. Dicha idea fue rápidamente adoptada por algunos científicos de la Teoría de
cuerdas, como Leonard Susskind, quienes trabajaron en ella para darle forma.

Partiendo de los descubrimientos de Stephen Hawking sobre el funcionamiento de los


agujeros negros, la idea es que el horizonte cósmico es en realidad la superficie externa de
un inmenso agujero negro dentro del cual habitamos. Nuestro universo de tres dimensiones
espaciales estaría codificado en la superficie de dos dimensiones que es el horizonte de
sucesos, desde donde se proyecta nuestra realidad tridimensional a la manera de un
holograma. Así, una de las dimensiones sería una ilusión, al igual que la gravedad, la cual
sólo se manifiesta en 3D.

Se puede decir que un agujero negro es una región con gran concentración de masa que


genera un campo gravitatorio tal que el espacio-tiempo se curva sobre sí mismo originando
una superficie cerrada que envuelve dicha región. Esta superficie es lo que se conoce como
horizonte de sucesos.

A partir de los estudios de Hawking en los


años setenta, se sabe que los agujeros negros no sólo absorben todo lo que entra en su
campo de acción, sino que también emiten radiación. Así, el agujero se va evaporando a
medida que pierde masa, hasta desaparecer. El problema radica en que, según demostró
Hawking, no es posible detectar ninguna información en ese proceso de desaparición. Es
decir, es imposible reconstruir lo que ocurre dentro del horizonte de sucesos, de modo que
su deducción fue que la información contenida en un agujero negro se pierde con él. Pero
esto es contrario a las leyes de la física cuántica, donde la información se puede
transformar, pero nunca desaparecer.

Los estudios relacionados con la


teoría holográfica sugieren que lo que ocurre en realidad es que, cuando un objeto es
tragado por un agujero negro y desaparece, su información queda atrapada en la superficie
bidimensional del horizonte de sucesos, justo en el límite donde es posible la observación
desde el exterior. De esta forma, la realidad del objeto es un código impreso en dos
dimensiones donde la interacción de toda la información almacenada conforma el universo
3D del mismo modo en que un holograma proyecta su contenido cuando la luz incide sobre
él.

Desde hace unos años, los científicos han comenzado a pensar en la información como el
constituyente básico de la naturaleza. Según el físico Paul Davies, hemos vivido hasta ahora
en el “mito de la materia”, donde se asume que las relaciones matemáticas que recrean las
leyes naturales son el nivel descriptivo más básico de la realidad. Por debajo de esto estaría
la información como entidad subyacente a la materia y la energía, las cuales no serían otra
cosa que el resultado de aquella. Algo que también comparte el físico cuántico Vladko
Vedral:

Cuando analizamos las unidades fundamentales de la realidad, las que lo componen todo a
nuestro alrededor, creo que ya no debemos pensar en estas unidades como fragmentos de
energía o materia, sino que deberíamos pensar en ellas como unidades de información. Me
parece que la mecánica cuántica, nuevamente, supone la clave para entender este
fenómeno, porque la mecánica cuántica tiene otra propiedad (que supongo que a personas
como Einstein no les gustaba) que es la siguiente: en la mecánica cuántica no se puede decir
que algo exista o no a no ser que se haya realizado una medición, así que es impreciso decir:
«tenemos un átomo situado aquí» a no ser que hayamos interactuado con ese átomo y
recibido información que corrobore su existencia ahí. Por ende, es incorrecto lógica y
físicamente, o mejor dicho experimentalmente, hablar de fragmentos de energía o materia
que existan con independencia de nuestra capacidad de confirmarlo experimentalmente. De
algún modo, nuestra interacción con el mundo es fundamental para que surja el propio
mundo, y no se puede hablar de él independientemente de eso. Por esta razón, mi hipótesis
es que, en realidad, las unidades de información son lo que crea la realidad, no las unidades
de materia ni energía.

(Fuente: Redes para la ciencia)

Y si el papel del observador es


fundamental en física cuántica para conformar la realidad, la conciencia debería empezar a
ser considerada mucho más en serio por quienes temen perder el norte en la oficialidad
materialista que nos gobierna. La teoría del universo como holograma abre multitud de
interrogantes en las que podríamos empezar a ajustar ciertas piezas del puzzle, como las
que nos proporcionan aquellos investigadores que han compaginado su formación científica
con su cultura de base oriental, caso del físico nuclear Amits Goswami, de quien hemos
hablado en más de una ocasión al aludir a su teoría de la conciencia como origen de todo lo
que existe.

A finales de 2o1o, el astrofísico Craig Hogan se propuso ir más allá de la concepción teórica
y emprendió un proyecto dentro del Fermilab para buscar las pruebas físicas de un universo
holográfico. Para ello, los científicos ingeniaron un “interferómetro holográfico” que
detectaría las interferencias en el espacio-tiempo que se infieren de la teoría, pues en un
holograma dicho espacio no sería un contínuo sino un granulado.
Si realmente fuésemos la proyección de una
información contenida en el horizonte de sucesos de un agujero negro, ¿de qué conciencia
exterior podríamos comenzar a filosofar con cierta base científica? ¿No sería lo mismo decir
“horizonte de sucesos” que “registros akásicos”, o quizás “conciencia global”?

Los más antiguos escritos esotéricos tienen una premisa fundamental: Todo es mente.
Puede que debiéramos empezar por prestarle más atención a los textos herméticos y
tomarnos menos en serio el elevado grado de desarrollo intelectual de los últimos siglos.
Quizás, y sólo quizás, nos podríamos saltar algunos cursos intermedios… 

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