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Es lógico preguntarse por qué queremos utilizar la Mecánica Cuántica en nuestros sistemas
criptográficos. La respuesta es doble. Por una parte, si el reto es posible, apasionante y está en
el límite de la ciencia y de la tecnología, los científicos trabajarán a fondo hasta conseguirlo.
Pero, por otra parte, existe una segunda razón mucho más sutil y potente. El control de las
leyes de la Mecánica Cuántica permiten trabajar con estados cuánticos (qubits) para tratar
información. Estas leyes son diferentes a las clásicas y, de hecho, permiten un tratamiento más
potente de la información. La joya de la corona de la Información Cuántica es el célebre
algoritmo de Shor para factorizar grandes números en un ordenador cuántico. Cuando
dispongamos de un ordenador basado en las leyes cuánticas, podremos desencriptar las
claves de tipo RSA utilizadas, por ejemplo, en las transacciones bancarias de forma sencilla. La
criptografía clásica tiene en la Mecánica Cuántica su espada de Damocles.
Científicos europeos han conseguido transmitir una comunicación cuántica por el aire entre
dos puntos situados a 144 kilómetros, la distancia que separa la isla canaria de La Palma y la
de Tenerife. Este record nos acerca a la posibilidad de establecer una red mundial de
comunicaciones cuánticas.
Las conclusiones de este estudio, que habían sido presentadas en marzo pasado, han sido
publicadas ahora en la revista Nature Physics, sobre las que la Agencia Espacial Europea ha
difundido esta semana un comunicado.
El equipo, formado por científicos de Austria, Alemania, Australia, Italia, Holanda, España y
Reino Unido ha usado principios de la mecánica cuántica para crear una clave de encriptación
en dos sitios diferentes simultáneamente. Un punto estaba en la isla de la Palma, situado a
2.392 metros sobre el nivel del mar, y el otro (el emisor) estaba en uno de los telescopios
que la Agencia Espacial Europea tiene en Tenerife. La distancia total recorrida fue de 144
kilómetros.
La criptografía cuántica permite enviar mensajes de un punto a otro del espacio sin que
nadie pueda interceptarlos, ya que cualquier observación del mensaje altera el estado de sus
partículas y delata al intruso.
Esto se consigue enviando el mensaje digital sobre un haz de luz polarizada y alternando la
dirección de su polarización. Debido a que los impulsos de luz pueden tener diferentes
polarizaciones, podemos enviar un mensaje digital a lo largo de un rayo de luz.
Alta seguridad
Este sistema de comunicación es altamente seguro porque es imposible saber con certeza el
estado de polarización en que se ha creado un fotón determinado. Si hay un intento de
interceptar el mensaje el estado cuántico de los fotones se ve alterado inmediatamente.
Para crear la clave de encriptación, el equipo tuvo que crear en primer lugar pares de
fotones entrelazados. Esto significa que lo que le ocurra a un fotón tendrá repercusiones
inmediatas en el otro. Así, al medir cualquier propiedad cuántica de uno de los fotones, la
misma propiedad cambiará automáticamente en el fotón con el que está entrelazado, sin
importar la distancia que les separe.
Los investigadores fabricaron el par de fotones lanzando un potente haz de luz a través de
un cristal. Por cada fotón que atravesaba el cristal salían dos ya entrelazados. Para llevar a
cabo la prueba, hicieron rebotar uno de los dos fotones intrincados mediante un espejo y lo
dirigieron a un detector de luz situado en La Palma. El otro fotón fue enviado mediante una
lente a través del agua, donde uno de los telescopios de la ESA en Tenerife lo captó y lo
envió a su vez a un segundo detector de luz.
Después midieron la polarización (es decir, si la polarización del fotón había sido vertical u
horizontal) de fotones intrincados cuando habían llegado al punto de destino.
Cada vez que los detectores situados en ambas islas registraban un fotón medían su
polarización y ésta era contabilizada con un bit. Un fotón polarizado en una dirección era un
“1” y otro polarizado en la dirección contraria era registrado como un “0”. Al superponerse
ambos bits, es decir los “1” y los “0”, se crea la clave de encriptación.
Es imposible robar esa clave, ya que cualquier medición llevada a cabo sobre uno de los
fotones cambiaría inmediatamente las propiedades de la mecánica cuántica del otro. Por otro
lado, la criptografía cuántica actual se basa en la imposibilidad de saber con certeza el
estado de polarización en que se ha creado un fotón determinado.
Básicamente, lo que hicieron los científicos fue “preguntar” a cada fotón si se había
polarizado vertical y horizontalmente. En todos los casos la respuesta fue aleatoria, pero
debido a que los fotones estaban intrincados, la “respuesta” de ambos coincidía. Es decir, si
el detector de la isla de la Palma registraba un “1”, el de Tenerife registraba también un “1”.
Pero para tener semejante capacidad de operación, las computadoras cuánticas deberán
intercambiar estas piezas de información entre sus componentes individuales. Los fotones
son especialmente adecuados para ello, mientras que las partículas de materia se utilizarán
para el almacenamiento y el procesamiento de la información.
“El uso de un solo átomo como unidad de almacenamiento tiene varias ventajas. La
miniaturización extrema es sólo una de ellas”, advierte Holger Specht, uno de los científicos
del Instituto Max Planck involucrados en el estudio. La información almacenada puede ser
procesada manipulando directamente el átomo, lo que resulta importante para la ejecución
de operaciones lógicas en una computadora cuántica. "Además, ofrece la oportunidad de
comprobar si la información cuántica almacenada en el fotón se ha escrito correctamente en
el átomo sin destruir el estado cuántico", añade Specht. Esto permite determinar en una fase
temprana si un proceso de cálculo debe repetirse debido a un error de almacenamiento.
El hecho de que, hasta hace muy poco, nadie hubiera logrado el intercambio de información
cuántica entre fotones y átomos individuales se debe a que la interacción entre las partículas
de luz y los átomos es muy débil. Para comprenderlo fácilmente, los investigadores ponen el
siguiente ejemplo en el comunicado: “es como si los átomos y los fotones no se percatasen
mucho el uno del otro, como si dos invitados a una fiesta apenas hablasen entre sí y, por lo
tanto, sólo intercambiasen una cantidad mínima de información”.
Para mejorar esta interacción, los científicos de Garching utilizaron un truco: Colocaron un
átomo de rubidio entre los espejos de un resonador óptico, y utilizaron un láser muy débil
para introducir fotones individuales en el resonador. Los espejos del resonador reflejaron los
fotones varias veces, lo que mejoró la interacción entre fotones y átomos. Siguiendo el
ejemplo anterior, ahora los invitados se ven con más frecuencia, lo que incrementa las
posibilidades de que se comuniquen.
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Los fotones llevaron la información cuántica en la forma de su polarización. Esto puede ser
zurdo, es decir cuando la dirección de la rotación del campo eléctrico es hacia la izquierda, o
diestro, cuando la rotación se produce en el sentido de las agujas del reloj. El estado
cuántico del fotón puede contener ambas polarizaciones simultáneamente en lo que se
denomina un estado de superposición.
En la interacción con el fotón, el átomo de rubidio suele excitarse y luego perder esa
excitación por medio de la emisión de un fotón más. Pero eso era precisamente lo que los
investigadores no querían que sucediera. Por el contrario, la absorción del fotón estaba
pensada para llevar al átomo de rubidio a un estado cuántico definido, estable. Los
investigadores lo lograron gracias a la ayuda de un haz de láser más, el denominado láser de
control, que se hizo incidir sobre el átomo de rubidio al mismo tiempo que éste interactuaba
con el fotón.
La orientación del espín del átomo contribuye decisivamente a un estado cuántico estable
generado por el control del láser y el fotón. El espín da al átomo un momento magnético. El
estado cuántico estable, lo que los investigadores utilizan para el almacenamiento, viene
determinado por lo tanto por la orientación del momento magnético. El estado se caracteriza
por el hecho de que refleja el estado de polarización del fotón: la dirección del momento
magnético corresponde a la dirección de rotación de la polarización del fotón, una mezcla de
ambas direcciones de rotación son almacenadas por una mezcla correspondiente de los
momentos magnéticos.
Este estado es leído por el proceso inverso: la irradiación del átomo de rubidio con el láser de
control de nuevo hace que se vuelva a emitir el fotón. En la gran mayoría de los casos, la
información cuántica leída en los fotones coincidió así con la información almacenada
originalmente, descubrieron los físicos de Garching.
Resultados
La cantidad que describe esta relación, llamada de fidelidad, fue superior al 90%. Esto es
significativamente mayor que la fidelidad del 67% que se puede lograr con los métodos
clásicos, es decir, aquéllos que no se basan en efectos cuánticos. Por tanto, el método
desarrollado en Garching constituye una memoria cuántica real.
Por otra parte, los físicos midieron el tiempo de almacenamiento, es decir, el tiempo en el
que se puede conservar la información cuántica en el rubidio, y el resultado fue de alrededor
de 180 microsegundos.
"Esto es comparable con los tiempos de almacenamiento de todas las memorias cuánticas
anteriores basadas en conjuntos de átomos", señala Stephan Ritter, otro investigador
involucrado en el experimento. Sin embargo, sería necesario un tiempo de almacenamiento
significativamente más largo para que el método se pudiese utilizar en un ordenador o en
una red cuántica.
Además, existe otra característica que tiene que ver con la calidad de la memoria cuántica de
un solo átomo que se podría mejorar: la llamada eficiencia. Se trata de medir cómo muchos
de los fotones irradiados se almacenan y luego se pueden volver a leer. En este caso, los
resultados positivos fueron inferiores al 10%.
Por otra parte, la eficacia está limitada por el hecho de que el átomo no se mantiene quieto
en el centro del resonador. Esto hace que la fuerza de la interacción entre átomos y fotones
disminuya. En este caso, los investigadores podrían mejorar la eficiencia mediante una
mayor refrigeración del átomo, es decir, reduciendo aún más su energía cinética.
El equipo de científicos del Instituto Max Planck en Garching ya está trabajando en estas dos
mejoras. "Si esto tiene éxito, las perspectivas de la memoria cuántica de un solo átomo
serían excelentes", vaticina Stephan Ritter.
Algo parecido ocurre en el caso de la fotosíntesis C4. Hay tres subtipos para el
ciclo de Calvin en este caso. Sin entrar en detalles, se pierde el 28,7% de la
energía contenida en la radiación solar incidente. Por tanto la eficiencia máxima de
conversión de energía en la fotosíntesis C4 se estima en un 8,5%. Pero no queda
todo ahí, también hay pérdidas adicionales en la respiración que se produce en la
mitocondria. Estas pérdidas dependen de varios factores. De nuevo sin entrar en
detalles, se estima que entre el 30% y el 60% del a energía se pierde.
Artículo técnico para los interesados en los detalles de estos cálculos: X.G. Zhu,
S.P. Long, D.R. Ort, “What is the maximum efficiency with which photosynthesis
can convert solar energy into biomass?,” Curr. Opin. Biotechnol. 19: 153-159, 2008.
Por supuesto, los oyentes me dirán que he tenido en cuenta demasiados efectos y
que Ces en mi blog sólo estaba interesado en la eficiencia de la conversión de
fotones en electrones en la clorofila. Permíteme considerar este proceso en
detalle.
Un fotón incide sobre una “antena” molecular, un complejo proteíco formado por
varias proteínas que contiene los pigmentos fotosintéticos (pongamos que sean
moléculas de clorofila) y es absorbido excitando una molécula de clorofila, es decir,
un electrón pasa desde un estado HOMO (siglas de orbital molecular ocupado de
mayor energía) hasta un estado excitado no ocupado de mayor energía. Pocos
picosegundos más tarde, esta molécula excitada decae, es decir, el electrón pasa
desde el estado excitado a un estado LUMO (siglas de orbital molecular
desocupado de menor energía) emitiendo un nuevo fotón. En este proceso la
molécula vibra y pierde energía disipando calor. Obviando esta disipación térmica,
la diferencia de energía entre los estados HOMO y LUMO debe corresponder a la
energía del fotón absorbido por la molécula y a la energía del fotón emitido.
En mi blog puedes leer “La conexión entre la fotosíntesis y los algoritmos cuánticos,”
2009, y “Publicado en Nature: Biología cuántica y computación cuántica adiabática en la
fotosíntesis a temperatura ambiente,” 2010.
En 2007, Gregory S. Engel (de la Universidad de California en Berkeley) y sus
colegas estudiaron la fotosíntesis en la bacteria fototrópica verde del azufre
(Chlorobium tepidum). Según su estudio experimental mediante espectroscopia
bidimensional utilizando la transformada de Fourier, el proceso de “hopping”
corresponde a la propagación coherente de una onda cuántica de tipo excitón que
transfiere la energía del fotón capturado hasta el centro químico activo donde se
realiza la transferencia del electrón [por eso al "hopping" también se le
llama transferencian del excitón]. La onda cuántica se propaga por las moléculas
de clorofila durante cientos de femtosegundos y se comporta como si “visitara” de
forma simultánea varios caminos posibles y eligiera el óptimo para llegar al centro
activo. Engel y sus colegas afirmaron en su artículo de 2007 que el proceso es
análogo al algoritmo cuántico de Grover, capaz de buscar un elemento dado en un
vector de n componentes desordenadas en un número de pasos igual a la raíz
cuadrada de n (cuando un algoritmo clásico requiere mirar al menos todos los
elementos, es decir, un tiempo proporcional a n). Aunque el estudio experimental
publicado en el año 2007 se realizó con a baja temperatura, unos 77 Kelvin, los
autores afirmaron que el mismo mecanismo debe ocurrir a temperatura ambiente.
El dogma central de la biología molecular, propuesto por Francis Crick en 1958, reza que
todo gen (codificante) se transcribe en ARN mensajero que se traduce en una proteína.
Hoy sabemos que las cosas nunca fueron tan sencillas. Un estudio del ADN de la levadura
de la cerveza (S. cerevisiae) ha mostrado que, aunque contiene unos 6000 genes
codificantes de proteínas, produce 1,88 millones de transcritos de ARN. Estas moléculas
de ARN se llaman isoformas de transcripción (TIF por sus siglas en inglés) y tienen
diferentes secuencias de inicio (5') y final (3'). ¿Cuál es su función biológica? Lo más fácil
es decir que su papel es regular la expresión de otros genes, pero esta función ha sido
demostrado sólo en unos cientos de casos. La mayoría de los TIF podrían no tener
ninguna función biológica, siendo un subproducto irrelevante de la maquinaria de
transcripción. ¿Podrían tener algún papel en la evolución? Como es obvio, el contenido de
TIF en un momento dado de una célula dentro de una población la diferencia de todas las
demás y quizás podría proporcionarle la oportunidad de estar mejor adaptada a cambios
en su entorno. Quizás esta gran diversidad de ARN transcritos sea una de las razones por
la que es difícil matar a todas las células cancerosas de un tumor. Así finaliza su News &
Views, cuyo titulo he copiado, B. Franklin Pugh, "Molecular biology: The ends justify the
means," Nature 497: 48–49, 02 May 2013, quien se hace eco del artículo técnico de Vicent
Pelechano, Wu Wei and Lars M. Steinmetz, "Extensive transcriptional heterogeneity
revealed by isoform profiling," Nature 497: 127–131, 02 May 2013.
n los años noventa, el físico Gerard´t Hooft, que posteriormente sería premio Nobel,
sorprendió a propios y extraños con una peculiar teoría según la cual el universo es un
holograma. Dicha idea fue rápidamente adoptada por algunos científicos de la Teoría de
cuerdas, como Leonard Susskind, quienes trabajaron en ella para darle forma.
Desde hace unos años, los científicos han comenzado a pensar en la información como el
constituyente básico de la naturaleza. Según el físico Paul Davies, hemos vivido hasta ahora
en el “mito de la materia”, donde se asume que las relaciones matemáticas que recrean las
leyes naturales son el nivel descriptivo más básico de la realidad. Por debajo de esto estaría
la información como entidad subyacente a la materia y la energía, las cuales no serían otra
cosa que el resultado de aquella. Algo que también comparte el físico cuántico Vladko
Vedral:
Cuando analizamos las unidades fundamentales de la realidad, las que lo componen todo a
nuestro alrededor, creo que ya no debemos pensar en estas unidades como fragmentos de
energía o materia, sino que deberíamos pensar en ellas como unidades de información. Me
parece que la mecánica cuántica, nuevamente, supone la clave para entender este
fenómeno, porque la mecánica cuántica tiene otra propiedad (que supongo que a personas
como Einstein no les gustaba) que es la siguiente: en la mecánica cuántica no se puede decir
que algo exista o no a no ser que se haya realizado una medición, así que es impreciso decir:
«tenemos un átomo situado aquí» a no ser que hayamos interactuado con ese átomo y
recibido información que corrobore su existencia ahí. Por ende, es incorrecto lógica y
físicamente, o mejor dicho experimentalmente, hablar de fragmentos de energía o materia
que existan con independencia de nuestra capacidad de confirmarlo experimentalmente. De
algún modo, nuestra interacción con el mundo es fundamental para que surja el propio
mundo, y no se puede hablar de él independientemente de eso. Por esta razón, mi hipótesis
es que, en realidad, las unidades de información son lo que crea la realidad, no las unidades
de materia ni energía.
A finales de 2o1o, el astrofísico Craig Hogan se propuso ir más allá de la concepción teórica
y emprendió un proyecto dentro del Fermilab para buscar las pruebas físicas de un universo
holográfico. Para ello, los científicos ingeniaron un “interferómetro holográfico” que
detectaría las interferencias en el espacio-tiempo que se infieren de la teoría, pues en un
holograma dicho espacio no sería un contínuo sino un granulado.
Si realmente fuésemos la proyección de una
información contenida en el horizonte de sucesos de un agujero negro, ¿de qué conciencia
exterior podríamos comenzar a filosofar con cierta base científica? ¿No sería lo mismo decir
“horizonte de sucesos” que “registros akásicos”, o quizás “conciencia global”?
Los más antiguos escritos esotéricos tienen una premisa fundamental: Todo es mente.
Puede que debiéramos empezar por prestarle más atención a los textos herméticos y
tomarnos menos en serio el elevado grado de desarrollo intelectual de los últimos siglos.
Quizás, y sólo quizás, nos podríamos saltar algunos cursos intermedios…