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¿Como surgió esto? ¿como es que llegué aquí? ¿será a caso que he bebido demasiado?

Esa bebida
extraña había viajado desde el otro lado del mundo solo para embrutecer mis sentidos, solo recuerdo:
“Tequila” , la sustancia destinada a disolver mi juicio. Aún con sueño, creo que la manera más simple
de entender esto es volver al inicio.
Es el año 1095, ese día partimos cientos de caballeros hacia las tierras perdidas de Israel, el sol
quemaba y era necesario viajar hasta aquellas dominadas por los malditos paganos. Salimos en camino
con la esperanza de volver, y de no lograrlo morir con honor en el campo de batalla.
Atravesando el bosque de Sinaí, entre rosas color rosa fuimos embozados, al parecer ellos ya nos
esperaban, nos predispusimos a atacar, con la finalidad de no dejar a nadie con vida. Muchos
sobrevivimos, pero no perdonamos a nadie que nos haya atacado en ese lugar.
Los infelices prendieron fuego a nuestras provisiones, mataron mi caballo y debimos refugiarnos ahí a
fin de buscar agua y comida.
Una vez llegando a la ciudad santa atacamos sin piedad nos escondimos entre la muchedumbre, no nos
importó matar a mujeres y niños, incluso aquellos que se refugiaron en el interior del palacio corrieron
con el mismo destino, asesinamos al rey, al príncipe y a todas sus mujeres, recuerdo que la llama
quemaban sus cuerpos y su sangre nos llegaba a los tobillos. Fue una matanza sin precedentes.
Y así continuamos durante muchos años, luchando contra ellos a fin de recuperar la ciudad santa.
Sin embargo, los hombres no somos eternos, morimos, y sin nosotros ¿Quien habría de conquistar
aquellos lugares inexplorados donde la verdad no era conocida?
Antes de mi muerte se decidió enviarme en la búsqueda de “Excalibur”, una espada que yacía sobre
una piedra, y proporcionaba poderes impresionantes a todo aquel que la portara. Un poder que a
nosotros nos sería útil para al fin ganar la guerra.
Pasé 40 años de mi vida buscando dicha arma, equipado con un puñal y un escudo, hasta que al fin di
con su paradero, en el medio de un desierto perdido entre los continentes, una pequeña aldea cuidaba
de su escondite. Muchos de aquellos hombres que no asesinamos en las batallas eran custodios de
dicho tesoro, ellos afirmaron que nadie había sido capaz de remover dicha espada, pero que estaban
dispuestos a dar su vida por ella.
Yo, en mi vejez, decidí pelear hasta el último aliento por conseguirla.
En un momento desesperado a punto de desfallecer tomé el mango de la espada y perdiendo la razó de
mis sentidos, recuperé la cordura, viendo a todos los habitantes colgados de un roble.
Ellos vivieron para defender el arma y murieron por ella, fieles a sus principios hasta el fin.

Dentro del escondite de Excalibur encontré indicios de como accionar una máquina con la espada,
estaba escrito en un idioma que no lograba comprender del todo, así que hice lo que pude entender.

De pronto, algo brillante resaltó de entre la espada, y una luz saló al cielo apuntando hacía aquel astro
enorme que vigila la noche con su brillo. Salí disparado hacia las estrellas, viendo como atravesaba las
galaxias.
Caí en una región a la cual llamaban “Irán”, pero no parecía mi mundo, no parecía mi cuerpo anciano e
que carga. Entre tanta conmoción, no había notado que me había hecho más joven gracias a la ayuda de
la espada, me sentía fuerte e implacable. Más de nada servía si estaba perdido en un lugar que no
parecía ser el planeta que vivía.

Un hombre en una máquina con ruedas, a la cual llamaba carro, decidió llevarme a la ciudad más
cercana, a fin de que pudiera lavarme y dormir. No comprendía nada de lo que ocurría, el hombre
afirmaba que vivíamos en el mismo planeta que yo, ¡pero casi mil años después!

Su país estaba en guerra, pues al parecer algo hicimos mal nosotros, al no acabar con los mundanos que
perseguimos durante tantos años, no pude evitar sentir tanta culpa.
Me hizo viajar con él hasta su casa en Parangacutirimicuaro, un pueblo cerca del mar, este grupo de
individuos se hacían llamar “mexicanos”, y pareciera que su pueblo estaba del otro lado del mundo.

El cuerpo me dolía pese a no ser un anciano, y fui curado con una poción mágica llamada paracetamol.

Sus amigos parecías muy felices, y su mascota era algo que llamaban “alebrije”, una extraña mezcla
azul de animal raro, parecido a un perro o un gato, dependiendo la perspectiva que tuvieras.

Estaban de fiesta, colocando música usando algo llamado “celular” y pese a escuchar algo tan hirsuto
para mis oídos llamado “Tusa”, me convencieron de que no todos aquellos que llamaba “mundanos”
eran merecedores de castigo, pues su estupidez no definía su . Compraron mi estima y obviamente
perdón con muestras de comida afrodisíaca impresionantes, torta, quesadilla, cerveza, refresco, pan y
algo llamado pozole eran exquisiteces para mi paladar ignorante.

Me dijeron que como en todos lados, tenían un grupo excluido, por presentar gustos “dientes”, y al
presentarme parecía que hablaban en otro idioma, mencionando cosas como grifo, muggle, escarbato.
Raros al fin.

Sacaron esa misteriosa botella, con la que comenzó esta historia, me ofrecieron de beber, insistiendo
“confía en mí”. Inocente confié en ellos, bebiendo hasta no tener control de mí.

Acabando sentado en un jardín, hablando de que la luna es un satélite, que un emperador y una
emperatriz que vivieron en el único castillo de si nación pudieron hacer más por su nación que un tal
Beni, todo eso hasta que borracho caí de la silla, perdiendo un zapato, algo llamado lápiz en mi bolsón
y viendo un pájaro volar en el cielo, no comprendía como un pueblo podía vivir con tanta bondad y
tanto conocimiento, pues para mí mi nuevo amigo Gustavo era un genio.

Quizá excalibur no debía darme poder, sino conocimiento para saber que los humanos podemos vivir
en armonía pese a no pensar igual, y que la villana de la historia siempre ha sido nuestra envidia.
Nuestro fracaso siempre estuvo condicionado a nuestras diferencias y nuestro afán por querer que todos
sean como nosotros. Este fue mi hermoso “hola” al mundo, espero aprender más, recorrerlo y
defenderlo.

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