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El arte de la edad media —que se desarrolló fuera del Imperio bizantino y dentro de lo que eran

las fronteras del norte del mundo romano— puede clasificarse según sus rasgos estilísticos
distintivos. El arte celta, que floreció entre los siglos V y IX en los monasterios de diferentes
zonas de las islas Británicas, se basaba sobre todo en intrincados dibujos caligráficos. Se
realizaron manuscritos miniados muy decorados, como los Evangelios de Lindisfarne (c. 698-
721, Museo Británico, Londres), con elaborados motivos lineales, planos, en los que se
combinan elementos celtas y germánicos. En el periodo románico, durante los siglos XI y XII,
los manuscritos del norte de Europa no denotaban ningún estilo concreto; algunas
iluminaciones eran de inspiración clásica, mientras que otras señalaban un nuevo estilo de
dibujo, enérgico y muy acusado.

En el periodo gótico que siguió, desde fin del siglo XII hasta el comienzo del renacimiento
italiano, se introdujo un gran repertorio de medios técnicos, y la pintura dejó de ser exclusiva de
los monasterios.

Durante el principio del periodo gótico, la estructura de las catedrales concedía mayor
importancia a las ventanas, por lo que las vidrieras desempeñaron un papel más prominente en
el arte que los manuscritos miniados. Los artistas laicos instalaron sus talleres en París y en
otros centros importantes, produciendo elaborados manuscritos miniados para los clientes
reales. Hasta nosotros han llegado pinturas de temas seglares realizadas en aquel periodo,
sobre todo en Italia.

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