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CUENTOS DE RICOTA

por Daniel Motta

Copyright © 2020 Daniel Alejandro Motta

Edición y corrección
Pablo Daniel Papini

Diseño de portada
Tapa del álbum “Luzbelito” de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

Agradecimientos
A Nicolas y Emiliano que me ayudaron a lo largo de todo el libro.
A mi novia Jesica, que escucho los relatos una y otra vez.
A mis viejos.
A todos y cada uno de mis amigos por inspirar la historia.
Contenido

Cuento I: El infierno está encantador (Gulp) ................................................................................ 4


Cuento II: Preso en mi ciudad (Oktubre) ....................................................................................... 6
Cuento III: Masacre en el puticlub (Un baion para el ojo idiota) .................................................. 8
Cuento IV: Héroe del whisky (¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado) .................................................... 11
Cuento V: Tarea Fina (La Mosca y la Sopa) ................................................................................. 13
Cuento VI: La Hija del fletero (Lobo Suelto) ................................................................................ 16
Cuento VII: Hora de levantarse, querido (Cordero Atado) ......................................................... 19
Cuento VIII: Juguetes Perdidos (Luzbelito) ................................................................................. 22
Cuento IX: Gualicho (Ultimo Bondi a Finisterre) ......................................................................... 24
Cuento X: Una piba con la remera de Greenpeace (Momo Sampler) ........................................ 26
Cuento I: El infierno está encantador (Gulp)

Lo de Pirulo. Así se llamaba el bar de mala muerte ubicado en la rotonda de Gutiérrez de la


Ruta 2. Llovía como la San Puta. Literalmente, caían soretes del cielo. Era verano y hacía un calor
tremendo. Gurruma llegó todo empapado y se sentó en una de las mesas que estaban cerca de
la ventana. Le gustaba ver la lluvia golpeando el barro de la vereda, por eso siempre elegía ésa
o la de al lado.

Gurruma, Gurrumín o, simplemente, Gurru. Así le decían sus amigos a Emiliano. Siempre le
gusto ese apodo. Era el más pibe del grupo y seguía siéndolo, a pesar de sus ya entrados cuarenta
y pico.

La moza se acercó con una Brahma de litro, bien helada.

- ¿Va a pedir algo de comer? Tenemos lentejas hoy.

Gurru negó con la cabeza, mientras exhalaba el humo del tercer pucho del día, y respondió:

- No, gracias. Voy con uno de mila completa y unas papas.

La piba era media fiera de jeta, pero tenía buen lomo. Mientras se alejaba, Emi le tanteó la
rosca y, con una mueca de sonrisa inversa, asintió con la cabeza, en señal de aprobación,
mientras apagaba el pucho.

Desde que había abierto su estudio contable, no paraba de laburar. Ya casi no tenía tiempo
para familia y amigos. Pero le iba bien, ojo. Pasini, Marcote y Asociados creció en 8 años como
la puta madre. Primero, con clientes chicos, amigos, Pymes. Después, engancho un par de peces
gordos. “Peces gordos –pensaba-, todos hijos de puta. Cómo no van a ser gordos con lo garcas
e hijos de puta que son.”

Ese bar de mala muerte era el único lugar que tenía para parar. Para parar y pensar. Cada
viernes. Cada puto viernes.

Abrió la mochila que tenía recostada sobre las patas de su silla y sacó un cuaderno negro de
tapa dura. Lindo, fino. Se lo había regalado Pablo cuando se recibió. Antes de abrirlo, y de
recorrer la gran cantidad de garabatos y números que había ido escribiendo en esos años, desde
que termino la facultad, pensó que hacía mucho que no hablaba con su hermano. La política
demanda mucho tiempo, y era razonable esa lejanía. Aun siendo su hermano, para verlo tenía
que pedir audiencia y eso le hinchaba las pelotas. Pablo ya tenía sus quilombos. Suspiro y siguió
con lo suyo.

Sacó el celular, escribió un mensaje tomando unos números de una de las hojas, lo bloqueó y
guardó el cuaderno.

Cayó la piba con la milanga y un plato lleno de papas. Pero lleno posta. Tenían más aceite que
la cara de un adolescente.

- ¿Queres algún condimento?


- No, está bien así. Tráeme la cuenta, ya que estas, por favor.

De fondo, sonaban Los Redondos. El infierno esta encantador. Le gustaba mucho el primer
disco, le daba nostalgia. Ese rock de los ‘80, mal grabado, le encantaba.
Emi nunca había sido muy religioso, pero pensaba: si fuese cierto lo del cielo y el infierno,
¿dónde le tocaría ir?

La última empresa que habían enganchado con el estudio movía mucha guita. Pero mucha.
Estaban en el rubro del agro, tenían de todo y, con el quilombo de las retenciones, necesitaban
evadir todos los impuestos que pudieran. Cuando las cosas se fueron a la mierda y la economía
no dio para más, despidieron a más de dos mil tipos y presentaron quiebra. Anda a cantarle a
Gardel, si querías ver un mango.

Esa cuenta la manejaba directamente Gurru, no era joda y tenía más dibujos que Pablo Picasso.
Así le habían puesto, en la oficina, a Emi: Picasso.

La cosa era simple: los tipos tenían una guita para sacar. Se transfería a una cuenta a nombre
de una empresa fantasma en Bahamas, y de ahí volvía a la cuenta del dueño, en Suiza. Los únicos
de confianza, y con accesos, eran la gente del estudio.

Emi abrió de nuevo la mochila y sacó un arma. Viejísima. Se la había dado un amigo, El Pelado,
en un asado de borrachera, unos años atrás. Esa noche le había dicho que, si alguna vez
necesitaba un arma, usara ésa. Y que, además, le hacía un favor sacándosela de encima.

El fierro tenía una bala y estaba cargado. Antes de ir al baño, leyó nuevamente el mensaje que
había escrito:

“Amigos/Familia: No les va a faltar nunca más nada. Véanlo como una muestra de gratitud, por
la felicidad que me dieron todos estos años. Los amo.”

Tiro el celular al suelo y lo partió en dos.

El 24 de enero del 2038, más de 2 mil familias recibieron una gran cantidad de dinero en sus
cuentas bancarias. Todas bajo el mismo concepto: “Indemnización o nada”.
Cuento II: Preso en mi ciudad (Oktubre)

Eran las 10 de la noche y todavía no había cruzado el puente Pueyrredón. La puntualidad no


era lo suyo, nunca lo había sido. Desde que se había comprado el auto, llegaba tarde a todos
lados. Precavido, así se consideraba él cuando manejaba. Mil veces lo había tratado en terapia
y siempre volvía a recordar lo mismo. Unos años antes, casi le revienta la llanta al auto de un
amigo. Un Fiat 500. Su autoexigencia no le había permitido superarlo.

El espectáculo arrancaría a las 12 de la noche. Estaba con tiempo, todavía, para meditar un
poco y ensayar antes del show, cuando llegase. Le hinchaba las pelotas tocar en Capital, por el
viaje. Desde que se había mudado de nuevo a Wilde, ya no quería volver para el centro. Prefería
las presentaciones en zona sur.

Miró hacia su izquierda y vio que el conductor de al lado le hacía una mueca con la boca,
mordiéndose los labios, mientras negaba con la cabeza y lo miraba. El Ruso seguía en lo suyo y
cambia de tema en Spotify. Ahora sonaba Nirvana. Golpeaba el volante y cantaba, mientras
pensaba en la lista de temas de aquella noche y en la organización de la jornada del domingo
siguiente en su templo.

***

Se había mudado a la casa de su vieja hacía algunos unos años. Después de la operación, había
tomado la decisión de abandonar el banco y arrancar con lo suyo. La casa tenía el espacio
suficiente para instalar un templo de meditación. En la zona no había casi ninguno, sólo uno
pequeño en Sarandí, que estaba bastante descuidado. Su antigua habitación se había convertido
en sala de ensayos y estaba equipada para que toque la banda entera. Eran cinco en total y, con
excepción de Charly, la mayoría vivía relativamente cerca.

El templo de meditación funcionaba bien. No era su fuente de ingresos principal, ni tampoco


pretendía serlo. La gente que asistía, ayudaba con lo que podía. Lo importante era lograr la
participación de la mayor cantidad posible. El que siempre estaba era, sí, Edgar. Prácticamente,
vivía ahí. Cuando Sergio puso el templo, apareció, como por arte de magia, en la puerta. Al final,
terminó encargándose de la mayoría de las cosas, y le daba una mano al Ruso con algún que
otro show. El Ruso no tenía hijos, pero Edgar era lo más parecido a uno. Le costaba admitirlo,
pero, en el fondo, le gustaba esa simbiosis. Casi como si los gritos (“¡Pichiiiiiiiiii…!”) a las 3 AM
fueran necesarios. Era su manera de saber que volvía vivo de sus noches de parranda.

Pichi. Nunca le gustó ese apodo. Ian, como se hacía llamar, no prosperó. El de la disquera le
había sugerido algo más acorde a la música que tocaba. Termino quedándole El Ruso. El Pelado
Fanelli se lo había puesto una noche en Baris, una cadena de birrerías muy conocida. Solían
juntarse, cada tanto, en la original, la primera. La de Marcelo Te y Maipú.

***

- Llegas tarde, padre. ¿Qué paso ahora?-, lo increpó Ronald, el agente de La Garlopa
Music.
- Mucho tránsito. Te dije, además, que me hincha las pelotas tocar en Capital. Lo sabes.
- Tranquilo, Rusito. Es buena guita y, después, hasta fin de año no tenes más nada por la
zona. ¡Relaja…! Medita, vos que te gusta toda esa cosa del Buda y que se yo.
- Eso es budismo, y no tiene nada que ver con… No sé para qué me gasto. ¿Lo viste a
Edgar?
- Sí, pasó hace un rato. Se iba a tomar una birra abajo y ya se quedaba ahí.
- Bueno, ¿te dejó la lista de temas?
- Sí, de eso te quería hablar. Acordate que quedamos que tocabas un par de temas
conocidos, arrancate con algo viejo. Algo para que la gente se entusiasme de una.
- Ya sé, ya sé. ¿Alguna vez vas a dejar de repetírmelo antes de cada show? Bueno, me voy
un rato a ensayar y arrancamos.

Miren que al Ruso la paciencia no le sobraba, pero tantos años de meditación lo habían
relajado una banda. Eso sí: algo que le rompía soberanamente las pelotas era que le dijeran que
se toque algo conocido. La música comercial lo volvía loco. Odiaba los cover. Siempre se
acordaba de cuando su amigo Daniel le hinchaba los huevos para que toque algo de Los
Redondos. Intenso de mierda, ¡cómo rompía las pelotas! Pero, al final, El Ruso vivía de su música
y, en gran medida, dependía de los temas comerciales.

***

La noche previa a la operación habían hablado un montón con Dani. Lo tuvo de psicólogo, se
acuerda. Ésa había sido la primera vez que le había contado a alguien que iba a renunciar al
banco y a volver a zona sur.

- Preso, me siento. Preso en mi propia ciudad. Así me siento, boludo. Estoy cansado,
aburrido… ni yo sé cómo carajo estoy.
- Como el tema.
- ¿Qué tema? ¿De qué hablas? ¿Ya te pegó la anestesia y no te la dieron, todavía?
- El de Los Redondos, Pichi. Qué poco sabes de música, al final, ¿eh? ¡Dios mío…! Oktubre,
uno de los mejores discos, ¡discazo!
- Bueno, qué se yo. Sabes que no escucho ni escuche esa música. Mejor, anda a dormir,
que mañana arrancamos temprano. Preso en mi ciudad… lo voy a escuchar.

***

Esa sensación previa a salir a tocar le producía algo en la panza que le encantaba. Como si cada
vez que salía fuera la primera vez. Cuando se apagó la voz del presentador, y luego de un juego
de luces y de humo que los ocultaba en el escenario, la banda apareció. El Ruso agarró el
micrófono con fuerza y le contó al público que su primer tema iba a ser uno de Los Redondos.
Era la primera vez en la historia que hacían una versión así de ese tema.

Esa noche, la banda Los Pupitos del Sur tocó más de 15 cumbias, y Místico bailable explotó
como nunca. Esa noche, ese 23 de enero de 2038, fue la última vez que alguien lo vio.
Cuento III: Masacre en el puticlub (Un baion para el ojo idiota)

Había pasado una hora y El Ruso no aparecía. Edgar se había quedado sin batería en el celular
y ya se había puesto fastidioso. La ansiedad era su eterna compañera desde tiempos
inmemoriales. Iba por la tercera birra cuando pidió la cuenta y decidió irse del bar. Habían
quedado en encontrarse después del show en el lugar de siempre, ubicado en Avellaneda. Le
dio una seca al porrito y se subió a la moto. Encaró directo hacia lo de Alfredo. No lo dudó ni un
segundo. Siempre terminaba ahí.

A Alfredo lo conocía del barrio, era vecino, ahí en Camino General Belgrano, donde vivía
Edgardo. Un tipo grande ya. Tenía un piringundín por la zona, que había cerrado hacía un tiempo,
para instalarlo en Avellaneda, atrás de la sede de la UBA. Cuando prohibieron la práctica del
Rugby, el campo de deportes de la Facultad quedó vacío, y la gente de los alrededores aprovechó
para construirse unas casitas.

Alfredo había aprovechado la volada y se había armado un pute más grande. Puso un barcito
simple al frente y, en el fondo, construyó unas piecitas para que las chicas laburasen cómodas.
Edgardito era habitué. El lugar no le gustaba una mierda y, de hecho, podía ir a otros mejores.
Pero había un motivo, uno sólo, por el cual siempre volvía a lo de Alfredo. Alma.

***

Unos años atrás, mientras laburaba de programador, se le había ocurrido una idea brillante
con una aplicación que facilitaba las transacciones bancarias. Simple, pero útil y poderosa. La
pegó. Al principio, muchas empresas y estudios contables lo contrataron y pagaron el software.
Con el tiempo, aparecieron varias réplicas. Cansado de asistir continuamente a sus clientes,
decidió vender la licencia. Al único al que seguía asistiendo, de onda, era al estudio de Emiliano
y Hernán, que habían implementado la herramienta. Con la guita de la licencia, más los ingresos
que tenía del alquiler del almacén de sus viejos, vivía tranquilo. Los padres se habían mudado a
Santiago del Estero hacía un tiempo, y un chino que estaba interesado en la ubicación había
aprovechado para alquilarlo. Donde estaba la YPF, habían construido una torre inmensa, y la
zona se había llenado de gente y de clientes.

Con el tiempo, vicios de por medio, se había morfado toda la guita de la licencia, y vivía como
podía. Fue ahí que decidió ir al templo del Ruso. Le trajo calma y orden, aprendió a vivir con
menos y sus vicios se fueron reduciendo, de a poco.

***

Agarró Güemes y, donde estaba el Alto Avellaneda, en ese entonces abandonado, dobló en
diagonal y, de repente, se le cruzó un Toyota Yaris viejísimo, todo destartalado, que casi lo
manda a tocar el arpa con San Pedro. Incontables las puteadas que salieron de su boca. Tenía
un don. Era el mejor insultador del planeta. Si había algo que sus amigos disfrutaban, era eso:
escucharlo putear.

Llegó a la puerta del piringundín ya totalmente incendiado de calentura, entre que el Ruso lo
había plantado y el tarado del Toyota que casi lo mata. Lo único que quería era tomarse un
whisky y ver a Alma. Se sentó en la barra y apareció el dueño:

- Edu, querido, ¿cómo andas? ¿Qué te sirvo, m´ijo?


- Lo de siempre, Alfredito. Un sólo hielo.
En una de las esquinas del bar, había tres pibes de entre 25 y 28 años, con una cantidad de
botellas de cerveza vacías tal, que ya no entraban sobre la mesa. Algunas estaban en el suelo.
Vestían camiseta de Racing. La Academia había jugado aquella tarde y le había ganado a Ferro,
2 a 0. Si el sábado siguiente empataban, volvían a la A. Los muchachos estaban contentos, a los
gritos: - ¡Eso, rey! ¡Claro, rey! ¡Es el finde que viene, rey! - Esa palabra detestable. Edgar cerró
el puño con fuerza y pidió otra medida.

- ¿Las chicas están atrás?


- Sí, sí. Pasa, querido. Pasa tranquilo.

Caminó por el pasillo cortito que llegaba a un mostrador donde estaba Norma, la madama, y
consultó por Alma.

- Almita no labura más acá. Se enganchó con un cliente y se las tomó. Ya va a volver,
siempre vuelven. Los tipos así las usan un rato y las descartan, como siempre. Pero esta
la Vale, ¿queres que la llame?
- Deja, Normita, no hace falta. Mandale un beso a Clarita de mi parte.

Si se pudiese describir ese momento con una película, sería Hombre en llamas, la de Denzel
Washington. Se acercó a la rockola digital que había en el barcito. Alfredo se la había comprado
a uno de los pibes del barrio. Prefirió no saber de dónde la había sacado el Andy. Buscó una
canción en particular. Puso en el buscador Patricio R y el buscador le tiro el listado de álbumes
al toque. Deslizó el dedo hasta el tercero y selecciono el primer tema, Masacre en el puticlub.
Le encantaba la ironía, en todas sus formas.

Edgar se acercó hasta la barra, le apoyo la mano en el hombro de Alfredo, y le dijo:

- Vos sabes que sos como mi viejo para mí. Sos familia, Alfredito. Y, como sos familia, te
vengo a pedir perdón por anticipado, ¿sabes?

Te quiero mucho, cerró, y le besó la frente antes de agarrar la botella del whisky que estaba
tomando y arrimarse a la mesa de los guachos. Antes de que pudiera finalizar la frase y
pronunciar esa palabra que él tanto odiaba, el primero de los pibes recibió un botellazo en la
nuca y cayó de frente contra la mesa. El segundo, no alcanzó a levantarse que lo cazó de los
pelos y lo arrastró tres metros hasta el pool, donde le reventó la jeta contra una de las patas.

El tercero, se quedó helado. No sabía si correr, agarrarse a trompadas o ponerse a llorar. Edgar
tomó uno de los palos del pool y se sentó a su lado.

- Yo a vos te conozco, y conozco a tu viejo. El Piru. Decile que, si un día lo cruzo, le voy a
meter este palo por el culo y lo voy a convertir en un ventilador. Está avisado. ¡Ah! Y
deja de hablar como un pelotudo, porque te voy a meter tanto pasto en la boca, que vas
a cagar una cancha de futbol.

Se acercó nuevamente a la barra, pagó la botella y se fue. Cuando llegó a la puerta de su casa,
abrió la mochila, y nada. Se tanteó el bolsillo… nada. Había perdido las llaves. Antes de sulfurarse
de odio, recordó que había dejado, debajo de una maceta, la llave del templo. No sería ni la
primera ni la última vez que durmiera en una de las colchonetas del garaje.

Cerca del mediodía del domingo, se despertó y, entredormido, tanteó el celular. Lo había
dejado cargando arriba de una estatuilla de un buda que tenían allí, de decoración. Miró, aun
con los ojos entrecerrados, y divisó una cantidad enorme de llamadas perdidas y, por último, un
mensaje de WhatsApp. Cuando leyó el mensaje, sus ojos se abrieron como dos monedas.
Manoteó sus cosas y salió rajando por la puerta del portón, que olvidó cerrar luego de irse.

Ese domingo, 24 de enero de 2038, fue la última vez que Edgardo pisó el templo.
Cuento IV: Héroe del whisky (¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado)

Un pie a la vez. Lentamente. Cada vez que pisaba un peldaño, la escalera emitía un pequeño
rechinido. Casi como un capricho, su oficina estaba arriba, justo detrás del pequeño museo que
había montado.

Cuando se sentaba en su sillón bordó estilo Chester, podía sentir la suavidad del respaldo
acariciando levemente su espalda. Se reclinó suavemente hacia atrás y tomó una de las botellas
del aparador. Era un escoces de más de cincuenta años, añejo. Pero lo que más le atraía de ese
whisky no era eso, sino que había estado en una barrica del más puro chocolate amargo.

Se sirvió un vaso y abrió el cajón. Sacó una petaca con algunos años encima. Su inscripción
estaba un poco corroída, pero alcazaba a leerse: Edmundo Dantés. La mira y sonríe. Se la había
regalado su amigo Daniel, allá por 2019. Casi veinte años tenía el recipiente de acero.

Miró a su alrededor mientras bebía y se reclinó. Lentamente. Suspiró. Sonó el teléfono.

- Gordo, ¿qué haces? Sí, ya estoy en el museo. Paso la noche acá, así que mañana,
directamente, venís y salimos. Abrazo.

***

Si había algo que caracterizaba a Matias, El Pelado para sus amigos, era su buen gusto. El
museo había sido armado en una casa antigua del barrio de Balvanera, muy cerca del
restaurante Español, de la calle Alsina. La casa tenía dos plantas y techos altísimos. Con algunas
modificaciones, la planta baja se convirtió en un bar al mejor estilo inglés victoriano. La planta
alta, comunicada a través de una escalera de madera caracol, estaba decorada con cuadros y
lámparas exquisitas. Allí se encontraban el museo y la oficina del Pela.

15.678 eran las botellas detrás de las vitrinas. De diferentes orígenes. Era la segunda colección
más grande de Argentina. Pero la particularidad de esta colección era que todas estaban
abiertas. Todas habían sido catadas por Matías y, cada tanto, vueltas a probar. Lo curioso de su
colección era que cualquier cliente podría probar hasta el whisky más extravagante, si quisiese.
Por una suma considerable de dinero, en muchas ocasiones.

Lo interesante del museo, sin embargo, no eran sus botellas o sus paredes vidriadas casi
infinitas, sino su historia. Quince años antes, la enfermedad del Pelado, una extraña afección
muscular, se había acelerado. En ese entonces, aún estaba trabajando en una compañía de
seguros, y adicionalmente se había metido a dar asesoramiento financiero de forma particular.

En una reunión con uno de los clientes de la empresa para la que laburaba, conoció a Fernando
Valdivia, el capo regional de una compañía alemana muy conocida del rubro transporte
marítimo. Quedó encantado con el Pelado, y no sólo por sus capacidades financieras, sino por
su actitud de indiferencia. A partir de entonces, Matías comenzó a darle asistencia en finanzas
y, con el tiempo, tuvieron una relación de amistad y confianza.

El chileno Valdivia no era ningún boludo, pero con la gente en que confiaba era muy
agradecido. Le propuso al Pelado un negocio en conjunto. Él tenía el transporte y los contactos
para traer al país diferentes bebidas alcohólicas y venderlas por izquierda. Fernando tenía un
ojo clínico para detectar a los suyos y, por supuesto, Matías aceptó.
Vivo, así se sentía el Pelado. Si había algo que le gustaba era este tipo de negocios. Desde
luego, estaba cantado que el tráfico de alcohol era una pantalla para el verdadero negocio: las
armas.

Al poco tiempo, el Pelado renunció a su trabajo y se dedicó, de lleno, a su nuevo


emprendimiento. Fue cuestión de meses para que montara el museo, ideal para el lavado de
guita. Paradójicamente, desde que arrancó con esto, su salud mejoró notablemente. Como un
elixir, que lo hizo sentir más vivo que nunca. A veces, los mejores remedios no son los
medicamentos que ayudan al cuerpo, sino aquellas cosas que alimentan nuestra alma. Y así fue
con el Pelado.

Lo que más le gustaba al Pelado era que sus amigos lo visitaran en el museo. Esas noches en
que, mínimamente, se bajaban una o dos botellas de whisky. Edgar solía quedarse a dormir allí.
Si hubiese salido alguna de esas veces con su moto, no la habría contado. La primera vez que se
juntaron fue también la primera vez que él contó la depresión por la que había pasado.
Recordaba su adicción a los ansiolíticos y la cantidad de veces que había intentado rematarse la
jeta con la 22, arma que luego le regalaría a Emiliano en un asado nocturno.

Era un ambiente jodido, jodidísimo. Pero le encantaba. Andaba con dos monos para todos
lados y siempre enfierrado. A Matías Fanelli se lo conocía como el Héroe del whisky, justo como
aquel tema de Los Redondos. El quilombo más groso que tuvo fue con los hermanos Juárez. Los
tipos andaban en el chiquitaje, pero con el tiempo ganaron terreno y empezaron a pisar el
territorio del Pelado en Marcos Paz. La contienda duró unos meses. Después, nadie volvió a ver
a los Juárez. Ni en Marcos Paz, ni en ningún lado. La cosa estuvo tranquila por largo tiempo.
Hasta dos años atrás, que apareció Achával. Aníbal Achával. Un tipo de guita que estaba metido
en varios rubros, pero cuya empresa principal se dedicaba al agro.

Era una guerra fría. Pero era evidente que, en algún momento, alguno de los dos la iba a pudrir.
Fue entonces cuando todo empezó. El 25 de Julio de 2037, Fernando Valdivia apareció calcinado
en un campo cercano a la localidad de Chillar, en la Ruta 3.

***

Terminó su whisky y descendió a planta baja. El salón estaba lleno de cajas. Abrió una de ellas
y sacó un arma de calibre importante. Un fusil HK 417 automático. Lo observó y volvió a
guardarlo. Apagó las luces y se fue a dormir.

Bajó la ventanilla del camión para sentir el viento. Esa mezcla entre eucalipto, bosta y zorrino
le gustaba. Le recordaba que estaba en la ruta y que viajaba. Habían pasado Azul hacía unos
veinte minutos. Antes de llegar a Chillar, empezó a mirar, sacando la cabeza por la ventana, hacia
el campo:

- Para acá, Gordo. Acá nomas.


- Dale, banca que termino el mate porque nos matamos.

Una hora más tarde, retomaron su viaje. Quedaban un poco más de doscientos kilómetros. Se
podía ver en el Pelado una cara de satisfacción mezclada con tristeza. Sabiendo que había
cumplido con su palabra y que, en adelante, todo dependía del destino. Ese 28 de enero del
2038 se había hecho justicia.
Cuento V: Tarea Fina (La Mosca y la Sopa)

Se levantó primero, como siempre, y empezó a acomodar un poco la habitación.


Mínimamente, necesitaba que no quedara ropa desparramada por el suelo. No le jodía que se
quedaran a dormir en su departamento, pero sí le molestaba el desorden.

Comenzó a preparar el desayuno. Unos huevos revueltos y jugo de naranjas recién exprimido.
La cocina estaba impecable, limpia siempre. Había que reconocer que Matias, El Rifle, era un
tipo extremadamente limpio y ordenado. Tanto, que a los amigos los ponía un poco nerviosos.

La Flaca seguía durmiendo. No importaba a qué hora se había acostado, él siempre dormía
hasta pasadas las 12 del mediodía. No se le podía reprochar nada a Hernan. Se lo había ganado.

***

Después de salir campeón en aquel torneo de juegos online, Hernán, había invertido junto con
su amigo Emiliano en un estudio contable. Pero a Hernan, La Flaca, como le decían sus amigos,
no le faltaba imaginación para nuevos emprendimientos. Fue así como su vínculo con El Rifle se
volvió más estrecho. Ambos habían iniciado una especie de sociedad semi delictiva.

Tantos años con el culo en la silla frente a una computadora no habían sido en vano. Hernán
había aprendido, entre otras cosas, algunas técnicas de hackeo. Por supuesto que la tecnología
había avanzado, y a la necesidad de contar con contraseñas personales, se le sumaba la de
algunos patrones propios de cada persona. Generalmente, huellas digitales o reconocimiento
facial u ocular. Ahí aparecía El Rifle.

Mati tenía un gran poder de encanto. Sobre todo, con mujeres mayores. Su función en la
asociación era la conquista. Consistía, básicamente, en atraer mujeres. Normalmente, más
grandes, solteras y con guita. A veces, lo de soltera no era relevante. Por supuesto que no a
cualquiera: buscaban personas pertenecientes a una clase social determinada y, en lo posible,
que hubieran obtenido su fortuna de manera desleal.

Era robo, por supuesto, pero ellos se consideraban especies de Robin Hood del siglo XXI. Esta
empresa no tenía nombre, pero ellos ante sus amigos la llamaban Tarea Fina Sociedad Anónima.
En este caso, se tomaban muy en serio lo de Sociedad Anónima. El nombre surgió de un tema
de Los Redondos, del disco La Mosca y la Sopa. Tenía sentido: el laburo del Rifle era, realmente,
una tarea fina. Muchas veces resultaba un trabajo de más de 3 meses de duración.

Armado con un sinfín de trajes, camisas y zapatos, recorría barrios privados y eventos de
beneficencia en busca de “clientes”. Con Hernán siempre recordaban uno de sus trabajos. Una
gran anécdota que contaban en asados con los muchachos. Habían participado de un evento en
el hipódromo de San Isidro. Era una presentación de sementales que se ofrecían para servir a
las yeguas que participaban del turf de Buenos Aires. Marlene Fuentes, la dueña de Princess
Carolyn, ganadora de las últimas cinco carreras previas al coctel, era la organizadora. A Marlene
se la conocía por ser una mujer muy directa y sin vueltas. La victima perfecta, salvo por un
pequeño detalle: su marido. El tipo era un rompe pelotas y la seguía como perro policía para
todos lados. Si hubiesen podido establecer reglas para el juego, una habría sido la de “no vale
perrito guardián”.
Se acercaron a Marlene. Lucía un vestido blanco largo con un tajo en el costado que dejaba al
descubierto sus piernas. La mujer se mantenía muy bien. Rifle la miró a los ojos mientras
desenfundó una pequeña sonrisa que indicaba cierta complicidad:

- Buenos días, señorita Marlene. Es un gusto conocerla, finalmente. – dijo, emulando un


tono español.
- Señora, joven. Señora. – Marlene respondió sonriendo, y agregó: – Disculpe, ¿lo conozco
de algún lado?
- Soy Fernando Contreras. Le escribí para presentarle nuestro semental español.
Queríamos saber si vuestra yegua estaría interesada.
- Ah, sí, lo recuerdo. No creí que fuera usted tan joven. ¿Dónde se encuentra su caballo?
- Lamentablemente, no ha podido viajar. En estos momentos, se encuentra de servicio en
el norte de Francia. Pero esperaba poder conocerla y programar alguna reunión, quizás
un poco más privada.

El marido cerró su puño, lo llevó hacia su boca y carraspeó con intención de interrumpir la
conversación.

- Alberto Domínguez, un gusto. – extendió la mano.


- ¿Qué tal? Un gusto. – Rifle ni siquiera lo miró. No sacaba la mirada de Marlene.

La Flaca interrumpió y los invitó a beber un trago. Mientras caminaban unos pasos detrás de
ellos, Marlene le dio da una tarjeta al Rifle y le susurró una dirección.

Mati tenía que encontrarse con la señora Fuentes en un departamento ubicado en Avenida
del Libertador, cerca del Patio Bullrich, a eso de las 9 de la noche.

Tocó el timbre. Del otro lado, se oyó la voz de Marlene: “Subí”. Ella le ofreció una copa de
champagne y lo invitó a la habitación.

Cada vez que Matías contaba la historia, algunas escenas cambiaban, pero no era relevante.
Con bastante detalle, había contado cada una de las posiciones y piruetas que realizaron aquella
noche. La Fuentes la tenía atada.

El pequeño detalle del que no se habían percatado fue que el marido de Marlene le había
instalado una aplicación en su celular para rastrear sus recorridos. Desde la habitación, y aun
desnudos, escucharon golpear la puerta. Inmediatamente, El Rifle se escapó por la ventana hacia
el balcón, mientras llamaba a Hernan para que lo socorriese. Si algo jamás van a olvidar, es
cuando La Flaca llegó a la puerta del edificio y una multitud observaba cómo una persona
masculina totalmente desnuda estaba sujeto, cual gato, a una pequeña porción de cemento que
decoraba la pared.

Cada vez que contaban esa historia, alguno de los pibes mostraba nuevamente las fotos que
había sacado Hernán aquella noche.

***

El Rifle vivía en un departamento ubicado en Palermo, cerca de Plaza Serrano. Esa noche, La
Flaca había salido con una mina, y se había mamado tanto que lo único que logró fue llegar hasta
lo del Rifle y pedir asilo.

Como Hernán no se levantaba, Matías se acercó a la habitación y le pateó suavemente el


hombro:
- Levantáte, dale. No podes dormir tanto, hijo de puta. Y pégate un baño, que tenes una
baranda a Smirnoff que no se aguanta.
- Bueno, bueno… ahí voy, hinchapelotas. – balbuceó La Flaca –.

Hernan se sentó a la mesa. Tenía todos los pelos parados y una cara de dormido tremenda.
Mientras se servía un poco de café y, con una tostada en la boca, se dirigió al Rifle:

- Che, ayer me llamo El Pelado. – hablaba con dificultad mientras masticaba – Nos pidió
un laburito especial. y dijo que probablemente sería el ultimo.
- Ajam. ¿Qué onda? ¿Alguna viejita en particular?
- Nop. – Extendió su mano y le mostró la foto de una chica de unos 25 años –.
- ¡Apa! ¿Qué onda con esto? Sabes que no laburamos con pendejas.
- Es la hija de un empresario, un tal Achával. El Pelado necesita que te infiltres en la familia
de alguna manera.
- De una, reycito. Vuelvo del viaje y arrancamos.

Era julio de 2037 y, al mes siguiente, El Rifle viajaba a Italia. Sus planes eran mudarse en cuanto
pudiera. Después de la pandemia de 2020, ese país había quedado devastado y se había iniciado
un proceso de repatriación de hijos y nietos de inmigrantes. Esa situación le había permitido a
mucha gente acceder a viviendas. Marina di Ragusa, un pequeño pueblo ubicado en el sur de
Sicilia, había sido el lugar elegido por Mati.

***

Habían transcurrido cinco meses desde iniciado el último trabajo de Tarea Fina. Ese día,
Hernan no pudo ubicar al Rifle en todo el día. Le mandó mil mensajes sin obtener respuesta
alguna. Esa noche tenían que terminar el trabajo. Cuando La Flaca llegó al departamento del
Rifle, la puerta estaba abierta. No parecía que la hubiesen forzado. Sacó su arma e ingresó de
un golpe, apuntando de izquierda a derecha. El departamento estaba vacío. Bajó su arma y
continuó recorriendo. Sobre la cama, encontró una nota con su nombre:

“Flaca: no puedo seguir con esto, lamento no estar ahí con ustedes. Me enamoré, no puedo
cambiar eso. Perdón”

Hernán hizo un bollo con la nota, miró su reloj y abrió los ojos con expresión de sorpresa. Se
había hecho tarde. Subió a su auto y aceleró tanto que dejó en la calle la marca de las cubiertas
luego de un fuerte rechinido.

Ese sábado 23 de enero de 2038, Hernan sintió que había perdido un amigo.
Cuento VI: La Hija del fletero (Lobo Suelto)

Subió el volumen casi al máximo mientras doblaba hacia Avenida Mitre. Al ritmo de una
cumbia santafesina de las viejas, levantó la cabeza cantando a los gritos: “¡Oh, Mariví! ¡Oh,
Mariví! ¡Oh, Marivííííí!”. Ya no hacía ese recorrido todas las mañanas, pero al menos tres veces
por semana pasaba por la casa de sanitarios.

***

Dos años después de que La Rita y El Fredy decidiesen mudarse a Santa Teresita, Cristian
contrató un empleado para el local. Eso le posibilitó dedicarse a lo que más le gustaba: las redes
sociales y la noche.

Al principio, con Jonatan se turnaban. Después, empezó a ir únicamente cuando podía. Se


acostumbró a tener horarios flexibles. Todo empezó con memes y videos cómicos. Creó un
sketch, La Biblia y el inodoro, que fue furor. Eran historias cortas, de no más de cinco minutos,
que publicaba en la red FaceGram, sucesora de la famosa Instagram.

La Biblia y el inodoro eran historias contadas por un personaje desde el baño de su local,
específicamente sentado en su inodoro. El tipo tenía problemas de colon irritable, y su necesidad
de estar constantemente en el baño la había solucionado atendiendo su casa de sanitarios
directamente desde allí. Imagínese el lector una suerte de confesionario con una ventana hecha
de un entramado de tela oscuro, que no permitía distinguir rostros. Por supuesto, estos sketchs
consistían en las cómicas necesidades de los clientes y en la forma de responder a ellos de Don
Pica, dueño del local. Pica hacía referencia al apodo de Cristian.

Fue cuestión de tiempo para que varios boliches le propusieran presentarse. Era para meter
rostro nada más. Pero, aprovechando la capacidad de locución innata de Pica, terminó
trabajando para varios bares y boliches como presentador. Ocasionalmente, se presentaba
también en casamientos y cumpleaños de quince.

A Cristian le sobraba tiempo, el local funcionaba bien, y solo trabajaba viernes y sábados un
par de horas en boliches. Generalmente, arrancaba los shows a eso de la 1 AM, después se
quedaba a bailar y a chupar gratis lo que restaba de la noche, hasta terminar bien jarra (término
utilizado por Pica que significaba borrachera). Decidió entonces darle una mano a Pelado en su
laburo. Se dedico a toda la cadena de distribución, coordinaba pedidos y el transporte terrestre.
Carlitos, el fletero, era un tipo de confianza de toda la vida y no preguntaba demasiado. De a
poco, el depósito de la casa de sanitarios se convirtió en un depósito de alcohol y armas.

Tanto a Matías como a Pica les convenía tercerizar ese laburo, por si alguna vez la cosa se
pudría. Cristian le adelantó algo de guita a Carlos para que pudiese comprarse un camioncito,
de los Iveco medianos. En parte, la ayuda era para darle una mano al buen hombre y obtener
un transporte más acorde al crecimiento de la demanda, y, por otro lado, Pica tenía una
debilidad por Jorgelina, la hija de fletero.

La burrona, así le decía Cristian a Jorgelina. Ese apodo era solo para los pibes. Si se enteraba la
mina, probablemente le hubiese encajado flor de cachetazo. La pendeja cada tanto acompañaba
a su viejo para hacer los fletes. Manejaba bien, y Carlos ya estaba un poco viejo y mañero para
andar por la calle solo. La piba bailaba colombiano como los dioses, en este caso las diosas, y a
Pica eso lo volvía loco. Jorgelina tenía 35 años bien llevados.
***

Alguno que otro dirá que fue el destino, pero un día llego la Jorgelina solita al local. Pica
casualmente había pasado a tomar unos mates con unas facturitas y estaba en el fondo,
acomodando unas cajas que tenía que trasladar esa tarde.

- Buenas, Jony, ¿cómo va? Vengo a retirar unas cajas.


- Hola, Jor. Emmmmm, dejame fijarme, porque no tengo nada acá. Bancame que en el
fondo esta Cristian. Ahí te lo llamo. – Respondió Jonatan, giró con un movimiento
caricaturesco y encaró para el fondo.

Pica estaba organizando unas cajas cuando apareció de golpe Jonatan:

- ¡Cris! – pegó un grito como si estuviera a doscientos metros.


- ¡Pero la puta que te parió, Jony! ¿Cómo vas a aparecer así y gritando? Sos pelotudo,
¿eh? ¿Qué paso? ¿Me vino a ver el Presidente, revivió El Chino de La Nueva Luna… qué
carajo paso?
- Está la hija del fletero, La burrona, como le dice usted.
- Dale, decile que ahí la atiendo – le guiñó el ojo y, con un movimiento de manos, se peinó
el jopo.

Cristian se acercó al frente del negocio y pasó por al lado de Jorgelina sin siquiera saludarla.
Miró hacia afuera a través de la vidriera y levantó la cabeza como observando el cielo. La
muchacha lo miró con extrañeza mientras fruncía el ceño:

- ¿Qué está mirando, don Pica? – lanzó una leve carcajada mientras hablaba.
- Quería ver si se había roto el cielo. Digo, porque se ve que se están cayendo los ángeles.
- ¡Que pavo que sos! – Jorgelina se sonrojó.

Pica se acercó y la saludó besándola muy cerca de la comisura de la boca, casi como por
accidente. La piba no lo esquivó.

- ¿Qué haces, nena? ¿Cómo estas? ¿Tu viejo está en el camión?


- Bien, todo bien, Cris. No, papá no se siente bien. Hoy hago yo sola el reparto.
- Uhhh, qué cagada. Espero que se mejore. Igual, de ninguna manera haces sola ese
reparto.
- Es que necesitaba hacerlo hoy para poder pagar unas deudas. Sé que me va a llevar más
tiempo, pero les pido una mano a los chicos del museo cualquier cosa.
- Por supuesto que el envío se hace hoy. Pero yo te acompaño.

Tremenda jugada. Eso sentía. Ojo, estaba un poco preocupado por el viejo Carlos. Pero la
verdad que estaba esperando poder acompañar a la nena en algún momento.

Bajaron en la 9 de Julio. Jorgelina manejaba, Pica ni amagó a ofrecerse. El feminismo estaba


en su esplendor y él sabía que tal ofrecimiento podía ofenderla. Eso sí, reconocía que le daba un
poco de miedo que manejara: no largó el pasamanos superior de la puerta en todo el recorrido.

- Contame, Jor – entonó voz de locutor –, ¿qué plan tenes para este viernes?
- Mmmmm, me junto con las chicas. Íbamos a salir a algún barcito a tomar algo. ¿Vos? Mi
viejo me dijo que laburas en varios boliches.
- Así es, soy presentador. Soy un eterno joven yo, querida.
- La actitud es todo don Pica.
- No me digas don, me hace sentir viejo. – Cristian simuló un puchereo – Te iba a invitar
este viernes que toca el hijo de La Mona Gimenez. Digo…, si tenes ganas. Conozco a
varios artistas y tenemos accesos al VIP y todo eso – le comentó, canchereando.
- ¿En serio? ¡Me re copa! Sí, dale.

Así empezó todo. No eran novios, pero salían. Pica estaba enganchadísimo, pero se prometió
nunca enamorarse. Había tenido malas experiencias y su corazón se había endurecido. Además,
la noche le presentaba muchas oportunidades. Pero Jorgelina tenía algo que le encantaba, algo
que lo hacía sentir bien.

- Hay cosas que no puedo contarle, jamás lo aceptaría – pensaba Cristian.

***

Llevaban meses juntos. Ese sábado habían quedado en ir al cine a ver Terminator 15. Era el
cumple de Emi aquel día, pero él ya había adelantado que no se iban a juntar y que no quería
hacer nada. Luego de la película fueron a la casa de Jorgelina. Desde que había muerto Carlos,
ella vivía sola. No se podía mudar porque estaba jodido conseguir donde estacionar el camión.

Habían garchado cerca de dos horas. Jorgelina, devastada, se quedó dormida. Pica se levantó
y fue al baño para despedir a unos amigos del interior cuando le llegó un mensaje. – La puta
madre – murmuró para no despertar a Jorgelina. Salió del baño sin limpiarse el culo y se fue para
la cocina. Empezó a marcar en su celular.

- Pela, ¿te desperté? Casi me olvido, boludo.

Del otro lado, su amigo respondió y Pica siguió hablando:

- Dale, nos vemos mañana. Abrazo.

Después de cortar el teléfono, tuvo una sensación que hacía mucho no sentía. Una angustia
en el pecho que no podía explicar. Sus ojos se pusieron vidriosos. Fue a la habitación, la piba
dormía. Se acercó, le besó la mejilla y susurró: “Perdóname.”

Agarró las llaves del camión y salió de la casa. Ese sábado 23 de enero de 2038 fue la última
vez que vio a Jorgelina. Pero jamás iba a olvidar que había traicionado a la única mujer que
realmente valía la pena.
Cuento VII: Hora de levantarse, querido (Cordero Atado)

Abrió sus ojos con dificultad. Sus parpados estaban tan hinchados que su visión era borrosa,
pero aun así podía ver cómo caían gotas de sangre al suelo. Levantó su cabeza y miró a su
alrededor. No había nadie. Esa suerte de sótano donde lo tenían cautivo apenas dejaba entrar
un haz de luz por una pequeña ventana. Si tan sólo pudiera llegar hasta ahí. Estaba atado con
una cadena y unos precintos que sus secuestradores no habían sido precavidos de apretar.

Si bien había perdido la noción del tiempo, sabía que era su segundo día encerrado. Matías
Liporace era abogado de Pelado y de Valdivia. Lipo, como le decían, había sido sorprendido el
sábado por la noche mientras cenaba con Fernando en Puerto Madero. Al principio pensaron
que era un asalto al lugar, pero apenas ingresaron los maleantes, armados con rifles de alto
calibre, fueron a buscarlos especialmente a ellos dos. Lipo no volvió a tener contacto con Valdivia
desde que se los llevaron en autos separados.

***

Al igual que Pelado, Liporace se había hecho amigo de Fernando. Previamente, Lipo se había
ido a trabajar al exterior con su hermano. Ambos manejaban una empresa de servicios
financieros en Miami, pero Matías extrañaba y cada vez volvía con más frecuencia a Argentina.
Tanto que se terminó quedando y manejando sus clientes desde acá. Fue así como termino
trabajando con Pelado. Lo que más le gustaba de ser abogado, era poder encargarse de las cosas
sucias.

Pero Lipo no sólo era el abogado de esta hermosa asociación. Se había dedicado por muchos
años a practicar artes marciales mixtas y disciplinas tácticas armamentísticas. Allá en EEUU, el
acceso a las armas le había dado la posibilidad de alimentar su hobbie. Lo legal le causaba
aburrimiento, lo suyo era el apriete y el trabajo sucio que podía surgir. Era su oportunidad para
practicar lo que mejor sabía hacer.

Su último laburo importante había sido eliminar a los Juárez. Durante semanas había
planificado perfectamente cada detalle para no levantar la perdiz. Si bien Pelado tenía comprada
las policías y las fiscalías de cada uno de los distritos, no era bueno para el negocio que hubiese
exposición mediática. Los hombres de Lipo irrumpieron en Fuerte Apache una tarde y limpiaron
por completo a la gente de los Juárez. Pero Matías se encargó personalmente de los hermanos.
Fue una persecución asombrosa por la autopista Richieri. Lipo manejaba una Yamaha R1 y los
interceptó en la bajada de La Reja. Se les adelantó en velocidad y, coleando la moto, realizó dos
disparos certeros al conductor del auto que perdió el control y chocó contra una estación de
servicio. La explosión tuvo un radio de alcance de dos cuadras. No era justamente la
discrecionalidad que buscaban.

***

Recordó eso y no pudo dejar de sentirse medio pelotudo por estar ahí atado. La verdad que
no se la vio venir. La gente de Achával era pesada, pero nunca pensó que actuarían tan rápido
después de la que se había mandado Emiliano. Siguió revisando la habitación en busca de algo
que le permitiera librarse. Le dolía muchísimo el cuerpo. Lo habían golpeado mucho. Si seguía
con vida era porque lo necesitaban. Eso lo preocupaba un poco. Qué sería de Valdivia, porque
no los tenían juntos.
Lipo estiró el cuello para alcanzar un poco de sol. Cerró los ojos e inhaló profundamente. Sus
tobillos estaban sujetos con cinta industrial. Sus manos, atadas hacia atrás de la silla con un
precinto. Su cintura, con una cadena bastante gruesa que los sostenían a él y a la silla contra una
columna de cemento. La veta estaba ahí: la cadena no estaba tensa. Si lograba zafarse de la silla,
podría pasar por debajo de ella.

Escuchó pasos que se acercaban. Se abrió la puerta de hierro que lo separaba de la libertad.
Cerró los ojos nuevamente para simular que aún estaba dormido o desmayado. Un hombre
vestido con un pasamontañas negro se acercó y le arrojó un baldazo de agua helada. Tan fría,
que Lipo no puso seguir simulando y levantó la cabeza tomando una bocanada de aire, como si
estuviese ahogándose.

- Hora de levantarse, querido – le dijo el captor, misterioso – Dale, que te traje algo para
comer… si todavía podes mover la mandíbula – sonrió.
- Chupame la pija, culo roto. Vos y el otro pelotudo. Cuando me libere, te voy a reventar.
A vos, a tu vieja y al puto de Achával.
- Shhh, tranquilo. – le agarró el mentón a Liporace y le apretó la frente con un arma –
Calmate, campeón, mira que esto no es Miami. Por qué mejor no disfrutas el poquito
tiempo que te queda. Cuando enganchemos al hijo de puta de tu jefe, vos te vas a ir a
tocar el arpa de una.

Lipo esboza una sonrisa tan solo con el lado izquierdo de su labio. Era una sonrisa canchera.

- ¿De qué te reís, la concha de tu madre?


- Me río de la cara de pelotudo que debes tener, o de lo feo que debes ser para
esconderte atrás de la máscara. ¡Cagón!

El tipo se sacó el pasamontañas. Era Piru. Uno del barrio. Edgar ya había mencionado que se
había pasado de bando, ahora laburaba para Achával.

Piru le acercó una mesita y le dio un plato con comida, una suerte de guiso con un olor
espantoso. Luego de eso, le propinó una trompada en la cara y se fue. No pensaba probar eso.
Tenía hambre, no había comido hace días, pero su intolerancia al gluten podía matarlo. No podía
darse el lujo de morir tan estúpidamente.

Lipo había contado tres personas en total. Era una casa, estaba seguro. Probablemente en un
barrio tranquilo, apenas se escuchababa transito afuera. Comenzó a hamacarse con la silla hacia
atrás. Necesita buscar la manera de quebrarle las patas. Primero, las de atrás. Así podría
deslizarse contra la columna y liberarse de la cadena. Era peligroso y lo sabía, si le pifiaba podía
ahorcarse con ella.

Estirando su cuerpo hacia atrás mientras intentaba levantar las piernas, logró poner la silla en
cuarenta y cinco grados. El peso hizo que se partieran ambas patas. Inmediatamente cayó al
suelo y logró pasar por debajo de la cadena. Se tornó boca abajo y comenzó a caminar con sus
rodillas acompañado de la silla en su espalda. Buscó la esquina de la columna y comenzó a raspar
el precinto. Consiguió romperlo al igual que lastimarse las manos.

En ese momento, Matías sabía que podía escapar por la ventana, pero decidió encargarse de
sus captores. Tomó un destornillador que estaba tirado en la habitación y se puso al lado de la
puerta. Necesitaba conseguir un arma y sabia como hacerlo.
- ¡Piruuuuu! ¡Piruuuuu! – gritó en voz alta, con tono de desesperación – ¡Necesito tomar
aguaaaaa!

La puerta se abrió y con una estocada precisa introdujo el destornillador en la garganta de Piru.
Tomó su arma y se dirigió hacia afuera de la habitación.

A su costado, una escalera. Arriba se escuchaban voces. Ya no eran tres. Parecía que había más
hombres. Sacó el cargador de su arma: tenía exactamente cinco balas, tenía que ser muy preciso
o estaría muerto. Respiró profundo y subió las escaleras. No había puerta, era una cortina
plástica que daba acceso a un frigorífico. No estaban en una casa, los hijos de puta lo tenían en
una carnicería.

Comenzó a moverse con destreza y cautela detrás de las medias reses que colgaban. Al lado
de la que aparentaba ser la puerta principal, y acceso a la parte posterior del local, había un tipo
vigilando. Lipo tomó un gancho de metal y lo revoleó contra un costado para llamar su atención.
En cuanto le dio la espalda, lo tomó del cuello y, con un movimiento certero, se lo fracturó. No
podía darse el lujo de disparar y que se enterasen: era uno contra más de tres o cuatro personas.

Se asomó por la ventanita de la puerta que conectaba con el mostrador y logró ver un total de
cinco personas. Tres de ellos conversaban en los bancos de espera para ser atendidos, los otros
dos estaban parados fumando. La carnicería estaba cerrada y con cortinas que no permitían ver
el exterior. Liporace salió por la puerta y comenzó la balacera. Los primeros tres disparos
mataron enseguida a los hombres que estaban sentados. Luego se escondió detrás del
mostrador. Sabía que le quedaban dos balas, no podía fallar.

Estaba tranquilo, necesitaba estarlo. Los muñecos de Achával se habían puesto a resguardo,
justo del otro lado del mostrador. Matias sabía que tenía que salir y disparar. Era a todo o nada.
Fue entonces que se deslizó sobre el costado y disparó. El primero recibió un tiro en la frente,
pero con el segundo no tuvo suerte: su disparo le rozó el hombro.

El hombre se levantó y le apoyó su arma a Liporace en la cabeza. Lo miró fijamente y se preparó


para disparar. En ese instante sonó el último disparo en el barrio de Flores. Era martes 26 de
enero de 2038. Después de esa tarde, nadie volvió a ver a Matías.
Cuento VIII: Juguetes Perdidos (Luzbelito)

Miró a través del ventanal que da al balcón. La Plaza de Mayo estaba llena como el día de la
reelección. Pero esta vez los canticos no eran favorables. Dio media vuelta y regresó al escritorio.
Temblaba más que de costumbre. Era lógico: la situación había alcanzado un nivel de tensión
insoportable.

Se sirvió un vaso de agua y bebe sediento. Su mirada penetraba la madera del escritorio. Estaba
enojado, sus manos sudaban de nervios. Cerró su puño con fuerza y dio un golpe tan fuerte que
Gustavo se sobresaltó.

- ¿Qué hicimos mal? No entiendo. – Pablo seguía sin apartar la vista del escritorio.
- Hicimos lo mejor que pudimos, Pablo. Hiciste mucho. – Gustavo entonó una tímida voz
para consentir un poco al Presidente.

Gustavo era jefe de gabinete de Pablo desde 2033. Hacía cuatro años que lo acompañaba en
la gestión. El tipo laburaba muy bien y era de los pocos que no tenía ninguna acusación de
corrupción.

***

Pablo Papini llegó a la Presidencia en 2031, tras el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta. A
decir verdad, la gestión de Larreta no había sido tan mala. Si bien era un gobierno de derecha,
tuvo que convivir con el peronismo, que había quedado bien parado pese a la derrota nacional.
El aumento exponencial del precio del petróleo a nivel mundial había favorecido la explotación
de Vaca Muerta y se generó una buena recaudación en dólares. La cosa iba relativamente bien,
hasta que se dio a conocer el famoso caso “Fiscal Paradise”, que involucraba a varios personajes
de aquella gestión, incluido el presidente Larreta. Ahí estaba nuevamente el peronismo,
esperando para volver al poder. Como siempre en este país: no hay término medio en materia
política.

Luego de una exitosa gestión como intendente de Quilmes, Pablo se había encargado de armar
una coalición bastante heterogénea. Frente del Pueblo se llamó. Ganó en segunda vuelta,
ajustado.

El gobierno de Papini fue bueno. Construyó apoyo en sectores del radicalismo y por supuesto
gozó del de todo el peronismo. El auge petrolífero escaló en aquellos años y las exportaciones
se multiplicaron luego de que las políticas de energías limpias a nivel mundial fueron
abandonadas. Todo muy lindo con el medioambiente pero, como siempre, la economía
prevalecía por sobre cualquier otra cosa.

Tomó decisiones acertadas. El convenio con el “campo” permitió certezas sobre ingresos por
exportaciones y el dólar estable les daba un panorama claro a aquellas empresas que decidían
invertir. Eso sí, la inflación fue en aumento. El incremento del consumo, por políticas de
asistencia social, impactó directamente sobre los precios. En Argentina, los intermediarios
comerciales siempre fueron un problema. Igual, la reelección la ganó de taquito.

Los problemas arrancaron el segundo semestre de 2037. Para generar un cambio real había
que pegar fuerte. Al iniciarse el nuevo gobierno, y contando con el apoyo del 60% de la
población, tomó tres medidas importantes: reducción del poder de las Fuerzas Armadas
(incrementado durante el gobierno de Larreta), anulación del pacto con el “campo” y posterior
aumento de retenciones y, la más radical, incremento también del impuesto al patrimonio de
los sectores más ricos de la sociedad. Fue el comienzo del fin.

Les había metido el dedo en el culo a los sectores más poderosos. Fue cuestión de meses para
que estos se aliaran a las Fuerzas Armadas y comenzara una sublevación contra el gobierno.

Hubo segmentos de clase media que no defendieron las decisiones de estado que los
beneficiaban. Ese Síndrome de Estocolmo que siempre existió en parte de nuestra sociedad.
Prefirieron quedarse en el molde antes que salir a respaldar un cambio radical, quizá creyendo
que también sus bolsillos se verían afectados. Algunos pocos, tal vez, marcharon en defensa del
Presidente. Otros, en cambio, escondieron sus rostros detrás de cacerolas. Los demás,
simplemente no consideraban pertenecer a lo que consideraban una guerra injustificada.

A fines de 2037, la crisis financiera mundial generó una caída estrepitosa de los commodities.
Entre ellos los más importantes para Argentina: soja y petróleo. Sobre llovido, mojado. En
nuestro país pegó realmente fuerte y dio lugar para que el golpe de Estado, cuando se creía cosa
del pasado, se haga presente. Por otra parte, una facción que se hacía llamar La Resistencia se
levantó en armas contra la reacción. Era una combinación de movimientos populares y de
izquierda radicalizada que no pertenecían al gobierno pero se levantaron contra la derecha.

***

Esa tarde, la Plaza estaba totalmente militarizada. El golpe era inminente. Se pedía la renuncia
del Presidente. Del otro lado, defendiendo el vallado y la entrada a Casa Rosada, La Resistencia.
Desde el despacho presidencial podía escucharse el sonido de bombas de estruendo
acompañadas de los canticos por parte de los que resistían el golpe. “… cuando la noche es más
oscura, se viene el día en tu corazón…”. Era el tema de Los Redondos “Juguetes Perdidos”.

Pablo se sentó nuevamente en su sillón. Ya le temblaban hasta las piernas. Los golpes y los
pasos se escuchaban cada vez más cerca del despacho. Cerró sus ojos y aguardó el final, decidido
a no firmar jamás una renuncia. En ese momento, pensó en su familia, en sus amigos. Recordó
a su hermano Emiliano: desde que se había ido, jamás había dejado de pensar en él. Los golpes
del otro lado de la puerta fueron cada vez más intensos hasta que, finalmente, la misma cedió.

El 24 de marzo del 2038, de la mano de los militares, un nuevo golpe de Estado manchaba la
historia argentina. Ese día, el presidente Pablo Daniel Papini fue derrocado, y desde entonces
nadie volvió a verlo.
Cuento IX: Gualicho (Ultimo Bondi a Finisterre)

Sonó el timbre marcando el final del primer recreo. Nicolás levantó su cabeza como si ello lo
ayudase a escuchar mejor. Le pegó un último sorbo al mate y se lo entregó a la cebadora. Le
gustaba compartir sus ratos libres en el recreo con algunos de sus alumnos. Ese día tenía a los a
del último año. El turno mañana era el que más le gustaba.

Entró al aula y los mismos de siempre estaban parados, alborotando la sala: Velázquez y
Marchetti. Los dos eran los quilomberos del curso, pero Marchetti tenía futuro, era un pibe
inteligentísimo. A Nico no le gustaban los favoritismos, y mucho menos hacerlos notar. Pero
Diego Marchetti sin duda tenía su atención especial.

- Diego, Bruno. Siéntense, por favor. – les indicó Nico sin mirarlos, mientras tomó la silla
y la colocó de apoya pies para sentarse sobre la mesa.

Ese día era una clase especial. Ese martes 23 de Marzo les iba a explicar a los chicos el golpe
militar del 24 de marzo de 1976. El país estaba atravesando por una situación límite y era
importante para él remarcar los hechos.

- ¿Alguno sabe que se conmemora el 24 de marzo?


- Se conmemora el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, para no olvidarnos de lo
que pasó. Ese día fue el último golpe de Estado. – contestó rápidamente Clara Gonzalez.
- Bien, Clari. Pero me interesa también que sepan que ese día no sólo fue un golpe de
Estado militar, sino que también fue un golpe llevado a cabo por una lucha de clases.

A los alumnos les encantaban las clases de Nicolas. Aun cuando sonara el timbre del recreo
nadie se levantaba. La mayoría de los chicos quedaban inmersos en el debate histórico. Algunas
otras veces no eran debates sobre Historia, sino que debatían cuestiones filosóficas sobre la
vida. Nico consideraba que la Historia y la Filosofía tenían mucho en común. Que la Historia nos
define el pasado y también el presente y el futuro. La filosofía de vida podía interceder
directamente en los actos históricos. No sólo quería enseñar una asignatura: quería que sus
alumnos aprendieran a pensar por ellos mismos, que aprendieran a interpretar los eventos
sociales y que aquello les permitiese modificar la realidad social que les tocaba vivir.

***

Nicolas había viajado por todo el mundo. Siempre terminaba volviendo a Argentina. Supo
tomar lo que cada lugar, cada pueblo, cada persona le entregaba en cada momento. De todos
los viajes, hubo uno especial. Allá por 2028, visitaba una librería en la ciudad de Varsovia, en
Polonia. Mientras chusmeaba la sección de Historia y Economía se detuvo en una versión muy
antigua del Capital de Marx, cuando una voz lo interrumpió:

- Do you like Marx? – entonó con voz dulce una mujer.


- Eeeeh, sí. Digo: yes! – Nicolas giró su cabeza con cierto nerviosismo y susto.
- ¿Hablas español? ¡Menos mal! – la chica suspiró con alivio.
- Sí, soy argentino. Nicolás me llamo, ¿y vos?
- ¡Lucia! También argentina, un gusto. – esbozando una sonrisa perfecta que dejó a
Nicolás totalmente hipnotizado.

Desde ese momento, Nico y Lu estuvieron juntos durante ese viaje. Y alguno que otro también.
Ambos compartían una visión de la vida muy similar. Ambos comprendían la libertad de las
personas. Lo que Nico jamás pudo admitir es que realmente la amaba con todo su corazón. Pero
él sabía que la relación que ellos habían construido no tenía ningún tipo de atadura sentimental
tan profunda.

Pablo Papini le había ofrecido a Nico en varias ocasiones un puesto en el Ministerio de


Educación de su gobierno. Cargos que rechazó. Desde que Pablo asumió la Presidencia, su
relación se había partido. Los ideales de ambos continuaron por caminos diferentes. En 2036,
Nico lideró, junto a Lucía, el movimiento La Resistencia. En principio, el grupo ejecutaba marchas
para reclamar por los derechos de los trabajadores. Luego, con el crecimiento del inminente
peligro golpista por parte de la derecha, se convirtió en un movimiento armado, con Pelado
como abastecedor.

***

Sonó el timbre indicando que la clase había terminado. Antes de que los alumnos se
levantasen, Nicolas les hizo un último comentario:

- Siempre recuerden: el amor vence al odio. Y nunca dejen de luchar por sus ideales. Es la
única manera de generar un verdadero cambio social. No se conformen. Discutan todo,
hasta con ustedes mismos. Nos vemos el lunes.

A la salida del colegio, lo esperaba Lu. Ese día estaba radiante. Su sonrisa, más grande que
nunca. Vestía un jean clarito, una remera lisa con algunos detalles azules y un morral que había
tejido ella misma. Nico se acercó, la tomó de las manos y, mirándola fijamente a los ojos, le dijo:

- Es hoy. ¿Estás segura de esto?


- Sí, Nico. Hasta la victoria, siempre… como diría el Che.

Esa noche organizaron todo en el galpón de Rafa, en Avellaneda. Al otro día, temprano,
marcharían hacia Plaza de Mayo.

Ese miércoles 24 de marzo el sol quemaba como nunca. La Resistencia aguantaba mientras las
fuerzas militares avanzaban hacia Casa Rosada. En cuestión de horas se armó una batalla
campal. Los milicos los superaban en número y en poder bélico. Fue entonces cuando, entre el
humo de las bombas de gas lanzadas, Lucia se desplomó. Había recibido un balazo en el pecho.
Cuando Nico alcanzó a tenerla en sus brazos, apenas pudo recibir una mirada de su parte. Las
despedidas son esos dolores dulces.

Ese 24 de marzo de 2038, el día del golpe de Estado, Lucia se había ido sin que Nicolas pudiera
decirle lo mucho que la amaba. Ese miércoles, parte de su corazón se había ido con ella. El lunes
siguiente, sus alumnos esperaron dos horas a su profesor. Que nunca llegó.
Cuento X: Una piba con la remera de Greenpeace (Momo Sampler)

Sintió el pique. Tenía el dedo justo en la tanza cuando la caña se torció levemente. Podía ser una
pescadilla, quizá una corvina. Pegó el cañazo y enganchó al bicho. Empezó a recoger con el reel
despacio para que no se le piante.

Cuando Gia vio que su papá traía algo, salió corriendo hacia la orilla. Le encantaba ir a pescar
con su padre, lo que más le gustaba era sacar los cornalitos de la red para meterlos en el balde.

- ¡Pá! ¡Pá! – gritó la pequeña de 7 años, mientras se acercaba.

Daniel se adentró un poco más en el mar. Estaba fría el agua, era mayo. Cuando levantó la línea,
descubrió que no era más que un cangrejo. De los grandotes. Lo tomó cuidadosamente y le hizo
un amague a la nena, como si se lo tirase en la cara:

- ¡Guarda, que te muerde! – gesticuló con gracia.


- ¡Los cangrejos no muerden, pá! Te pican con las pinzas – respondió jocosa, mientras
fruncía la nariz y sonreía.

Dani se había mudado a Claromecó hacía unos años. Después del trasplante, había tomado la
decisión finalmente. Pichi, su amigo, le había dado una nueva chance, y él pretendía
aprovecharla. Al fin y al cabo, de qué sirve el dinero, si te vas a morir.

Siguió trabajando en asesorías económicas desde allá con algunos clientes del rubro de la
energía. Además, consiguió un puesto de profesor en el secundario local. Con eso le bastaba
para vivir con su mujer y su hija.

Eso sí, extrañaba mucho a los pibes. Cada tanto viajaba a Buenos Aires para algún que otro
cumpleaños. Por suerte, todos los veranos los muchachos se pegaban una vuelta por la ciudad
balnearia. Se quedaban en la casa de huéspedes que había construido Daniel en el fondo de la
suya.

El día estaba hermoso. No había nada de viento en la playa. No se habían ido muy lejos, fueron
ahí nomás de la bajada de Dunamar. Había mucha gente ese día. Bah, esa semana. Habían
encallado varios lobitos marinos y era un mundo observando a los socorristas que intentaban
llevarlos nuevamente al agua.

Gia se acercó y le agarró la mano mientras Daniel observaba el mar:

- Pá, ¿es verdad que te vas de viaje? Mamá me contó anoche.

Daniel asintió con la cabeza y se agachó como para mostrarle algo a lo lejos:

- ¿Ves esa chica que está allá? La piba con la remera de Greenpeace. – señala hacia los
socorristas –
- Sí, ¿la pelirroja decís?
- Sí, ésa. Esa chica viaja por el mundo salvando animales. No es su trabajo. Es su
convicción. Está haciendo algo en lo que cree. Esa chica, como vos, tiene su familia, sus
amigos… incluso quizás tenga un novio. Y no los deja de extrañar ni un segundo, pero
sabe que el costo de ayudar a otros es dejar cosas que queremos. No para siempre, por
un tiempo.
- O sea que vos te vas por un tiempo y vas a volver.
- Exacto. Porque en estos momentos tengo que ayudar a mis amigos, que son mi familia
también.

Daniel miró el reloj y apuró a Gia para guardar las cosas. Era cerca del mediodía y los pibes
seguramente ya estarían levantados. A pesar de ser su cumpleaños, él se iba a encargar del
asado. Ese 7 de mayo, después de muchos años, iban a volver a festejarlo juntos.

***

La noche del 23 de enero, Emiliano había estado en el baño más de diez minutos, pensando. Le
temblaban las manos mientras sostenía la pistola. Respiró profundo y salió decidido. Abandonó
el bar y fue directo hacia su auto. Abrió el baúl. Estaba amordazado y con la cabeza cubierta la
mano derecha de Achaval, Gonzalo Murillo. Con la información que había conseguido Rifle, sólo
bastaba la contraseña y las huellas de Murillo. Emiliano lo había citado en un bar de Capital. Lo
tenía ahí, no había vuelta atrás. Caminó de un lado a otro mientras se agarraba la cabeza y
gritaba al aire. Le apuntó a la cabeza y disparó. Cerró el baúl y se fue para el lado del Parque
Pereyra Iraola.

La Flaca aceleró como nunca. Llegó hasta la puerta de Místico Bailable en menos de 10 minutos.
Pichi lo estaba esperando.

- ¿Y Edgar? – preguntó, sorprendido por su ausencia, Hernan.


- No sé, es un pelotudo. Seguro que se olvidó. Encima no contesta los mensajes. Ya fue,
ya va a aparecer. Vamos, boludo, que se hace tarde.

Cruzaron el peaje de Hudson y tomaron velocidad hasta la rotonda de Gutierrez. Bajaron y


abandonaron la rotonda en dirección al parque. A lo lejos vieron una luz y humo. Cuando
llegaron, estaba Gurrumín al lado de su auto incendiado. Era muy arriesgado cruzar Capital
Federal, así que decidieron tomar Ruta 2, y luego engancharían Ruta 74 en Las Armas. De ahí,
directo a Claromecó.

Esa misma noche, Cristian llegó al local y empezó a cargar el camión. Cuando terminó, se tiró
adentro, para dormir un rato. A eso de las 9 de la mañana del domingo, llegó al museo, donde
lo esperaba Pelado.

- Pelado, ya tengo todo. Dale, salí, que nos vamos – gritó Pica desde la vereda –

Pelado se asomó por la ventana y lo invitó a pasar.

- Boludo, se llevaron a Fernando y a Liporace. El hijo de puta de Achával los tiene en algún
lado. – le contó Matías a Cristian con una rabia que no podía contener.
- Nooooo… me estás jodiendo, boludo. La puta madre. ¿Tenes idea de dónde los pueden
tener?
- No, pero estoy en eso. Ya lo llame a Edgar y viene para acá. Cuando llegue, nos
organizamos. Sin Lipo, no nos vamos.

Al día siguiente, ese lunes 25 de enero, Fernando Valdivia apareció muerto. Fue un mensaje por
la muerte de Murillo. Ese día, por la tarde, llegó la información de que, en una carnicería de
Flores, propiedad de Achával, se habían registrado movimientos inusuales. Esa noche se
prepararon para ejecutar el rescate de Lipo.

Frenaron el camión en la esquina de la carnicería. Tomaron un arma cada uno y bajaron. Cuando
estaban llegando al local, escucharon una serie de disparos y aceleraron su marcha. Cuando
Edgar entró, un hombre de Achával le apuntaba a Liporace en la cabeza. No dudó ni un segundo
en dispararle a quemarropa. Se subieron los cuatro a la camioneta, tomaron un respiro y se
miraron entre todos. Les quedaba un laburo más.

El miércoles 27 de enero, interceptaron el BMW de Achával cuando salía de su casa. Mataron a


sus custodios y se lo llevaron. Esa misma noche, Pelado lo sentó en una silla. “Esto es por
Fernando” – le dijo, apretando los dientes y con voz de odio, antes de meterle un tiro en la
cabeza.

Esa misma noche partieron hacia Claromecó. A la altura de Chillar frenaron y, donde habían
encontrado el cuerpo de Valdivia, enterraron el de Achával. Se había hecho justicia.

El 24 de marzo, el día del golpe, Pablo escucha como de una patada se abrió la puerta de su
despacho. Un grupo de personas armadas ingresaron. Sin levantar la cabeza, Pablo vio que una
mano se extendió, ofreciéndole que lo acompañe. Miro hacia arriba y su amigo Nicolás, con una
sonrisa, le dijo:

- Dale, boludo, tenemos que rajar.

Aquella tarde, Nicolas, con ayuda de sus compañeros de La Resistencia, sacaron al Presidente
de Plaza de Mayo, a salvo. Lo subieron a un auto y se fueron directamente para Ezeiza.

***

Daniel subió a la camioneta con Gia y volvieron a su casa. Cuando llegaron, los pibes seguían
durmiendo. Entró a la casita del fondo y los despertó a todos:

- ¡Arriba, manga de vagos! ¡Es mi cumpleaños, hijos de puta! ¡Dale!

Hernan ni se mosqueó. Edgar roncaba como si fuese un rinoceronte en celo. Emiliano,


directamente parecía que estaba muerto. Sólo Liporace y Pelado, que reposaba totalmente
desnudo en su cama, se levantaron y ayudaron a cocinar.

- Che, ¿alguien sabe algo de Pablo y Nico? – consultó Cristian, mientras masticaba una
costilla.
- Tengo entendido que rajaron para Europa, no sé bien adónde. – contestó Edgar, quien
había mantenido contacto con Nico hasta mediados de marzo.

Los pibes llevaban tres meses escondidos en Claromecó. El quilombo del golpe de Estado les
había dado un poco de aire para que dejasen de buscarlos. Pelado arregló con un amigo de
Valdivia que les iba a proporcionar transporte hacia Nápoles, a través de un barco que salía
desde el puerto de Necochea. Viajarían todos como polizones.

- Che, Dani, al final, ¿qué poronga hiciste con el cargamento que trajimos? – consultó
Pelado por las armas y el alcohol que tuvieron que traerse del depósito de Cristian.
- No te olvides que vivo acá hace tiempo. Y mientras ustedes jugaban a los mafiosos, yo
me encargue de las cosas del pueblo. Adivinen quién es el encargado del faro.
- Qué hijo de puta – entonaron todos a la vez, mientras se reían.

Daniel había guardado el cargamento en el faro, no había chances que alguien entrase. Sólo el
tenía la llave y no estaba habilitado para visitas desde hacía años. Iban a dejarlo ahí hasta que
pudiesen ubicarlo.
El 8 de Mayo, Pelado, Lipo, La Flaca, Edgar, El Ruso, Cristian, Emi y Daniel viajaron a Necochea y
se subieron a un barco que los llevaría a Nápoles. Dani había decidido viajar con ellos. No quería
exponer a su familia y tampoco quería abandonar a sus amigos. Estaba convencido de que, así
como ellos habían estado cuando más los había necesitado, él tenía que estar en ese momento.

Luego de veintitrés días de viaje llegaron al puerto de Nápoles. Cuando desembarcaron, un tano
los esperaba para recibirlos y acompañarlos a su nuevo destino:

- Amici, unitevi a me. Ti porto al molo dove prenderai la tua barca personale.

Pelado lo miró un poco confundido y entonó un grazie similar al de Brad Pitt en su


representación de Bastardos Sin Gloria.

Al llegar a la dársena correspondiente, un barco bajo el nombre Marina di Ragusa los estaba
esperando. Parados sobre la proa, con unas sonrisas de oreja a oreja y sus ojos vidriosos, Nico,
Pablo y Rifle aguardaban la llegada de sus amigos.

Fin.

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