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El altar del incienso

Wenceslao Calvo (16-07-2008)

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Evangélica Pueblo Nuevo

El altar del incienso

'Harás asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás. Su longitud será de un
codo, y su anchura de un codo; será cuadrado, y su altura de dos codos; y sus cuernos serán parte del
mismo. Y lo cubrirás de oro puro, su cubierta, sus paredes en derredor y sus cuernos; y le harás en derredor
una cornisa de oro. Le harás también dos anillos de oro debajo de su cornisa, a sus dos esquinas a ambos
lados suyos, para meter las varas con que será llevado. Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás
de oro. Y lo pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que
está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo. Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada
mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer,
quemará el incienso; rito perpetuo delante del Señor por vuestras generaciones. No ofreceréis sobre él
incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda; ni tampoco derramaréis sobre él libación. Y sobre sus cuernos
hará Aarón expiación una vez en el año con la sangre del sacrificio por el pecado para expiación; una vez
en el año hará expiación sobre él por vuestras generaciones; será muy santo al Señor.' (Éxodo 30:1-10)

'Dijo además el Señor a Moisés: Toma especias aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e
incienso puro; de todo en igual peso, y harás de ello el incienso, un perfume según el arte del perfumador,
bien mezclado, puro y santo. Y molerás parte de él en polvo fino, y lo pondrás delante del testimonio en el
tabernáculo de reunión, donde yo me mostraré a ti. Os será cosa santísima. Como este incienso que harás,
no os haréis otro según su composición; te será cosa sagrada para el Señor. Cualquiera que hiciere otro
como este para olerlo, será cortado de entre su pueblo.' (Éxodo 30:34-38)
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Este altar no debe ser confundido con el altar de bronce que estaba colocado nada más cruzar la
puerta del atrio. Son diferentes por su tamaño, construcción, y, sobre todo, por su función. El altar del
incienso tenía unas dimensiones modestas de 45 cm. x 45 cm. x 90 cm., siendo su propósito el de quemar
incienso al amanecer y al atardecer sobre él, lo cual era una de las tareas diarias del sacerdote. Cuando el
tabernáculo se desmontaba por mudarse el campamento, era responsabilidad de los sacerdotes cubrirlo con
un paño azul y luego con la cubierta de pieles de tejones; igualmente todos los accesorios del altar eran
cubiertos con un paño azul y la cubierta de pieles de tejones (Números 4:11-12).

El incienso quemado en él era el resultado de una mezcla que encontramos en Éxodo 30:34-38, estando
categóricamente prohibido usarlo para otro fin distinto del estipulado. Se le cataloga como cosa santísima
(Éxodo 30:36). Era aromático y por lo tanto agradable a Dios.

El incienso en la Escritura es figura de la oración, como queda bien aclarado en Lucas 1:10 y Apocalipsis
5:8; 8:3. De forma que este altar tipifica el ministerio de la oración que es agradable a Dios. Siendo un
objeto de modestas dimensiones cuadra bien con la modestia de la oración, que no es un ministerio llamativo
ni grandioso, humanamente hablando. Tenía una cornisa de oro en derredor que protegía al incienso de caer
al suelo, con lo cual queda explícito lo precioso del incienso, del cual ni un grano debía perderse, tal como
David expresa en el Salmo 56:8, al aludir a su clamor derramado ante Dios que éste tenía en cuenta. El
hecho de que este altar estuviera colocado delante del velo, es decir, inmediatamente antes del lugar
santísimo, es revelador también de la importancia de la oración, justo al lado de la presencia de Dios, en el
lugar más interno dentro del lugar santo y a un paso del santísimo. Toda una lección que nos enseña el valor
de la oración a los ojos de Dios. Ese lugar recogido e interior denota el espíritu que debe presidir nuestra
oración, tal como Jesús nos enseña en Mateo 6:6. Ese secreto del que él habla es el mismo secreto al que se
refiere Dios en Jeremías 23:18,22. Un secreto de intimidad y comunión estrecha.
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Era oficio sacerdotal quemar incienso en este altar, lo cual implica que cada vez que nos
acercamos a Dios mediante la oración estamos ejerciendo nuestro oficio sacerdotal. El aroma del incienso es
el aroma de la oración, cuya fragancia llega hasta la presencia de Dios. Era un ministerio cotidiano, 'cada
mañana' y 'al anochecer', no cuando el sacerdote estimara necesario u oportuno, sino diario. Algo que a
nosotros se nos recuerda que hagamos diligentemente (2 Timoteo 2:15). Quemar el incienso era un
ministerio que se hacía simultáneamente con el oficio llevado a cabo con el candelabro; por la mañana, a la
vez que se alistaban las lámparas se quemaba el incienso y por la tarde, a la vez que se encendían las
lámparas se quemaba el incienso. Un recordatorio de que la oración y la Palabra deben ir juntas en nuestra
vida devocional.

La frase 'rito perpetuo' (Éxodo 30:8) es bien significativa, porque indica que estamos ante algo que no es
para tal o cual época sino para siempre. Es decir, la oración no es sustituible ni prescindible, sino el medio
que Dios ha escogido para que nos acerquemos a él, siendo ese medio vigente ayer, hoy y siempre. La frase
'por vuestras generaciones' que aparece en ese mismo versículo, alude a que con la oración estamos ante un
principio inmutable. Esa frase 'por vuestras generaciones' aparece relacionada con otras instituciones y
oficios realizados en el tabernáculo, tales como el holocausto continuo (Éxodo 29:42), el aceite de la unción
(Éxodo 30:31) o el día de reposo (Éxodo 31:13).

Las ideas y fines humanos sobre la oración quedan descartados, al afirmarse que el incienso es para Dios, no
para nosotros mismos. Cualquiera que use la oración en otra manera distinta de la estipulada, queda
condenado (Mateo 6:5; Lucas 18:11). El incienso a ser quemado era el resultado de la mezcla de cuatro
ingredientes en igual peso. Por lo tanto, estaba hecho de una composición multiforme, en la que cada
sustancia le comunicaba su peculiar aroma. La oración también es multiforme, tal como vemos en nuestra
propia experiencia y en la Escritura misma, donde en el libro de los Salmos se aprecia el clamor, el júbilo, la
meditación, la angustia, etc. Que el peso de cada ingrediente fuera equilibrado también nos enseña que
nuestra oración debe serlo; Jesús nos propuso una oración en la que vemos ese equilibrio (Mateo 6:9-13),
comenzando por la invocación a Dios y siguiendo por la petición para nosotros. Tocando los aspectos
espirituales y los materiales. El incienso debía estar bien molido en polvo fino, lo que nos habla de la
naturaleza espiritual de la oración, que es intangible e indivisible, imposible de ser atrapada en categorías
humanas de análisis y estudio.

En el altar había brasas procedentes del fuego del altar de bronce, las cuales en contacto con el incienso
producían la nube y el intenso aroma. Aunque el incienso estaba molido en polvo fino, de tal manera que
cada partícula era insignificante, lo que potenciaba su aroma no era su tamaño sino su propia naturaleza
perfumada y el contacto con las brasas. De igual manera, aunque nuestra oración está hecha en debilidad, lo
que la hace eficaz y poderosa es que no está hecha en nuestro propio nombre sino en el de Jesús (Juan 14:13)
y no en el poder nuestro sino en el del Espíritu Santo (Romanos 8:26).

Como en todos los demás objetos del tabernáculo tenemos aquí una alusión a Cristo, quien como sacerdote
está continuamente orando por los suyos (Romanos 8:34). Esa intercesión es la que, una vez rescatados, nos
mantiene para que no caigamos de forma permanente, tal como Jesús le dice a Pedro en Lucas 22:32. De no
ser por ese ministerio suyo a nuestro favor, a causa de nuestra debilidad, bien pronto seríamos presa fácil del
enemigo y nuestra caída sería definitiva. La suya fue una vida de oración: en la cotidianeidad (Marcos 1:35),
antes de tomar decisiones importantes (Lucas 6:12), en la prueba (Mateo 26:39) y desde la misma cruz
(Lucas 23:34). No sólo enseñó a los demás sobre la oración; la practicó. Y si su ministerio actual a la diestra
del Padre consiste en la intercesión a favor de los suyos, también hizo lo mismo mientras estuvo aquí en la
tierra, como vemos en esa oración que se ha llamado la oración sacerdotal, contenida en Juan 17.

El altar del incienso nos habla de la intercesión de nuestro sumo sacerdote a favor de nosotros. El altar de
bronce nos habla de la expiación que él ha efectuado a nuestro favor. La expiación la hizo una vez y para
siempre y no se repite más (Hebreos 9:25-26). La intercesión es el ministerio continuo que Cristo ejerce
ahora a favor de aquellos cuyos pecados han sido expiados para que sean guardados fieles hasta el fin
(Hebreos 7:25). Su intercesión es eficaz debido a la posición a la que Dios mismo le ha elevado, a su diestra
(Romanos 8:34). Es decir, estamos ante alguien que tiene la máxima cercanía a Dios y que está al mismo
nivel que Dios; en otras palabras, este hombre, que es nuestro sacerdote y nuestro representante, tiene
asegurado el sí y el amén de Dios a todo lo que le pida. ¡Qué insensatez la de aquellos que buscan otros
intercesores! Intercesión y expiación son las dos grandes lecciones que nos trasmiten estos altares. Son dos
aspectos de la obra de Cristo, diferentes pero complementarios.

Pero aunque el altar de bronce y el del incienso son diferentes hay una relación estrecha entre ambos, ya que
el segundo tenía que ser expiado mediante la sangre expiatoria vertida en el primero. Cuando el sacerdote
había pecado y traía su ofrenda al altar, era imprescindible que rociara con esa sangre los cuernos del altar
del incienso (Levítico 4:18), pues de otra manera su ministerio de oración quedaría invalidado. Es decir, el
ministerio del sacerdote se fundamenta en la expiación que a su favor ha realizado una víctima vicaria. Se
trata de una permanente lección para nosotros, que necesitamos la sangre expiatoria de Cristo como base y
sostenimiento para que nuestra oración sea agradable a Dios (1 Pedro 2:5).

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