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¡Vive la ingenieria!

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Tu talento puede lograr cosas que


considerabas imposibles

LA MASA ▼

jueves, 9 de noviembre de 2017

EN SEGUNDA

Limpiando sus lentes y colocándoselos nuevamente, el presentador toma la guitarra. Hace un rasgue en mi menor y habla:
“¿Quién dice que nuestro cerebro siempre será sano hasta cuando estemos muertos? Lo que tenemos sobre nuestros
cuellos es un milagro, pero hay que saber cuidarlo. Los sentimientos soledad y sufrimiento pueden alterar nuestro cerebro;
también los excesos de sustancias; los factores genéticos también cuentan. En este relato se hablará de un joven cuya
vida nunca fue bonita. Algo que no está en este relato es: (El presentador saca un papelito del bolsillo de su pantalón, lo
desdobla y lo lee) su madre sufría de esquizofrenia; el padre era un depresivo, diagnosticado tiempo después llegó a
suicidarse, tomando unas pastillitas negras. La madre murió antes que él. El protagonista vivió con su padre; al parecer el
protagonista asimiló la depresión de su padre, se sentía culpable. Creo que es todo lo que tenía que decir”. Tan-tan-taan.

Imaginas una calle cualquiera. Tiene árboles sin frutos, grietas en la calzada y basura regada. ¿Sientes ese olor
nauseabundo de excremento o desagüe? Claro que sí: estás defecando con los ojos cerrados. Y un hormigueo
comienza a subir por tus piernas, sabes que ya es el momento de salir de la comodidad del inodoro. En el espejo
miras tu rostro, un rostro recién levantado. Un mostacho que no te queda bien. Un poco de legaña en los ojos,
típico de vos. Con una calma perezosa giras el caño. El agua está fría. Te lavas la cara. Recuerdo cuando ma lo
hacía. Sales del baño y coges la toalla amarilla que estaba en el barandal; secas tu rostro, el sueño se ha ido. Es
verano. Hay sol. Sales a la terraza. Un fresco viento frío acaricia tu rostro querido Nábel. No hay nadie haciendo
ejercicio en el parque. Miras una paloma blanca, se posa en el poste luz, bajas la mirada hacia la parte inferior
del poste. Y miras a un hombre dormido con el rostro sucio al igual que su ropa. Otra vez este desgraciado. Ya es
la cuarta vez que duerme aquí. Caminas hacia tu cuarto. Hace demasiado calor ahí. Es el peor cuarto de la casa.
Pones tus nalgas sobre el colchón. Pensativo te encuentras. Miras hacia el estante donde hay una botella vacía de
vodka y cerca de ella hay una naranja en mal estado. Una idea viene a tu cabeza. Qué tal si tiro la naranja al
borracho. Coges la fruta. Sales de tu cuarto hacia la terraza. Calculas el ángulo y lanzas la fruta. No ha caído en
su cabeza como lo habías planeado. Tienes mala puntería. El borracho se despierta, mira la fruta, acerca su
nariz para olerla y malogra su cara; luego la tira hacia la calle y sigue durmiendo. ¡Rayos! Vete a la mierda.
Entras de nuevo a tu habitación. Te tiras a la cama y tu mirada va hacia el techo. Hay manchas de humedad. Es
medio día. Aburrido de estar así; vuelves a salir hacia la terraza, el borracho aún sigue ahí, bien cómodo en su
lugar. Quieres fumar, no comes antes del primer cigarro del día. Buscas la cajetilla escondida en el agujero de un
ladrillo. Carnival: tu favorito. Con el humo en tus pulmones piensas en tu infancia. Un recuerdo, donde estabas
en el patio de la casa de tus padres, matando hormigas con cera caliente de vela. Ríes al recordarlo y regresas a
tu cuarto. Tu cama aún está sin tender. Te quitas la ropa de dormir y la colocas sobre una silla. Otra ropa. Otro
look. Te visualizas mentalmente cómo te quedaría esa camisa blanca manga corta, con pequeñas estrellas
azulosas. Con un pantalón oscuro quedaría mejor, dices. Te pones la camisa. Y el pantalón ¿Dónde está? Caminas
hacia tu ropero. Hay dos pantalones colgados, uno beige y otro negro. Coges el segundo y en ese instante
introduces las piernas en el pantalón. Abrochas el pantalón y, aún descalzo, caminas hacia la cama. Con el dedo
gordo del pie, sacas tus botines negros que estaban bajo tu cama. No están lustrados como se debe. Hay medias
descansando en el piso. Blancas. Ma me compraba medias oscuras para que no se note el sucio. Esas medias son
de ayer. Te colocas las medias blancas. Luego vienen los botines. Listo. Bien vestido te encuentras. Bajas las
escaleras. Ahora te encuentras en el segundo piso. Nadie vive aquí desde que se fueron. Solo estoy, sin cariño
alguno. Vuelves a descender por una escalera-caracol de color verdemoco. Cuando hace demasiado sol no se
puede poner la mano en la baranda porque quema demasiado. Estás en el primer piso, todo está ordenado. No
hay sucio. Hay un refrigerador nuevo. Lo abres y sacas la caja marrón GLORIA. Leche chocolatada, tu favorito.
Llenas un vaso de chocolatada. ¿Habrá pan de ayer? Buscas en los cajones y no encuentras. Tampoco hay
galletas. Entonces te llenas otro vaso de chocolatada y lo bebes todo. Sales de la cocina. Me olvidé de volver a su
sitio esa caja. Regresas. Coges la caja Gloría y lo llevas hacia la refrigeradora. Es hora de volver al trabajo, no
puedo dejarlo a medias. Subes la escalera-caracol. Te detienes faltando 5 escalones para llegar al segundo piso,
miras la pared de ladrillos de la casa de atrás. Ya me comentaron que harán un edificio en ese lugar. Ahora hay
más gente y menos espacio. Hay más bocas y menos alimento. Ya no hay equilibrio. Hay muchos artistas, pero
no hay arte. Subes los escalones faltantes y ya estás en el segundo piso. Ahora miras a la puerta naranja, ese
cuarto era de tu prima. Está con un candado dorado. Se fue a trabajar a Europa. Y recuerdas el día de su
despedida: Ella estaba esperándote en tu cuarto, tenía un sobre en sus manos, tu llegabas de dictar clases,
estabas pensativo en el obsceno pájaro de la noche de Donoso; me voy mañana, te dijo, no la creíste, pero ella
insistía que era verdad, sacó los papeles del sobre, los leíste y era verdad; ya compré el pasaje; “¿Te vas hoy?”; sí.
Dejas de mirar la puerta y continúas tu ascenso hacia el tercer piso. El recuerdo sigue: ambos están en el
aeropuerto, ella solo tiene una maleta verde, su color favorito, y ella al ver tu cara de tristeza te dice: lamento
dejarte solo, pero estas oportunidades ocurren una vez en la vida. Se despiden con un beso incestuoso. 3 años y
no vuelve. Ignoras tu cuarto y vas a tu biblioteca. Sientes la lignina oxidada del papel amarillento. Corres las
cortinas y dejas entrar los rayos del sol. Tus libros están cuidados. Caminas delante de ellos y miras los títulos.
Carmina Burana. El astillero de Onetti. Cuentos completos de Lezama Lima. Poesía macabra. Perdida. La maté.
Pones tus nalgas sobre el acolchado de tu silla. Miras tu reflejo en el monitor apagado. Enciendes el ordenador.
El CPU suena y el monitor muestra sus colores. Windows 7. Ya con el paisaje verdoso, de aquellas lomas icónicas;
buscas el relato en el escritorio. Das doble clic en el archivo. Lees lo que has escrito. “Después del sonido de la
trompeta, el General dijo: Haber perros aguantados, si quieren follar tiene que pelear”. No está mal. Empieza
con fuerza. ¿Aguantados o inhibidos sexuales? Mejor queda aguantados. ¿Qué era lo que iba a tratar el cuento?
No te acuerdas, nunca lo pensaste. Vuelves a releer las líneas. Al General lo imaginas como la fisonomía de
Gustavo Bueno, en la película “la ciudad y los perros”. Qué más podría hacer. Sesgas tu mirada del monitor y
vuelves a mirar tu biblioteca. El señor presidente. La Divina Comedia. Quizás podría… Ya tienes una idea nueva.
Podría resultar ese experimento. Deseas hacerlo con rima. “Vamos perros soldados, tienen que pelear si quieren
follar y disfrutar antes de batallar. ¡Traed el acetre! El agua pura ahogadura y amolladura sus amarguras,
dobladoras penas. Dos salen primero en frente del acertero. Uno es hijo de un ballenero y el otro de un guerrero.
El hijo del guerrero perdió y se fue a los cerdos. El otro ganó y follará como perro”. No salió nada mal. A pesar de
lo que escribiste, sigues sin saber lo que deseas escribir después. No sabes cuál será el camino del relato. Y
comienzas a dudar. Comienzas a estar inseguro. No creo que lo entiendan. El único que puede entender,
comprender y saber el fin de su obra: es el artista. Tienes el dedo del medio sobre el botón para borrar de la faz
de la tierra lo que escribiste, pero no puedes. Algo en tu interior te lo impide. Entonces coges un papel, periódico
natural y con un bolígrafo rojo, escribes lo que no quieres borrar. Tu caligrafía es corrida. Mamá decía que mi
caligrafía es un asco. Recuerdo cuando estaba en el colegio, sentado en el último de la columna de en medio, era
inspección de cuadernos, el profesor Hipólito caminaba hacia donde estaba sentada. Nervioso te encontrabas.
Coge tu cuaderno y pone cara de profesor molesto y dijo: desaprobado, tu caligrafía es horrible y ¿Qué cosas son
estas? ¿Garabatos o figuras con puntas? Desaprobado. Guardas el papel escrito en un folder manila. Te pones de
pie. Vas hacia la ventana. Edificios sucios. Árboles comunes. Sonido contaminante de los autos. Ciudad de
mierda. El sol está que se oculta entre las nubes. Llévenlo que no quiero verlo. ¿Qué hora será? En la parte
superior de la puerta hay un reloj. Cuadrado y con el fondo crema con números en romano. La una menos diez.
Quisiera comer. Vuelves a caminar hacia tus libros. Tres Tristes Tigres. Ensayo Sobre la Ceguera. Jardín de
Verano. La Naranja Mecánica. Es mejor salir, necesito algo con gas y una cajetilla más. Entras a tu cuarto, miras
la mesa y coges tus llaves. Una sirve, las demás son de adorno. ¿Existirán los coleccionistas de llaves? Si es así:
uno de ellos tendrá mis llaves perdidas, dejadas y extraviadas por toda la ciudad. Bajas las escaleras
rápidamente. En el piso segundo; vuelves a mirar el cuarto de tu prima. Dejas de mirarlo y bajas al primer piso
por la escalera en espiral. Cruzas la sala. Hay una mesa ovalada en el centro, sobre una alfombra con figuras
extrañas. Hay un florero cuyas flores ya no existen y solo queda el esqueleto seco de ramas. Antes de abrir la
puerta miras por la ventana. El borracho ya no está. Abres la puerta. Rechina. La cierras con furia. El sol vuelve.
Caminas hacia el TAMBO. Tienes que hacer una y luego caminar dos cuadras. En el piso hay pequeñas hojas
amarillas, unas cuantas colillas de cigarro pisadas. Este vicio tiene que desaparecer, pero a la vez lo necesito.
¿Recuerdas tu primer cigarro? Si, mientras caminas con las manos en los bolsillos recuerdas ese suceso. Tú de
quince años, sentado sobre unos troncos en la huerta de tus abuelos maternos, después de haber visto a la
primera chica que te gustaba, decides fumar el cigarro robado, tenía un encendedor nuevo. La primera jalada
fue un asco, no me gustó. Luego te acostumbraste a tragar el humo asqueroso y canceroso. Te falta un poco para
llegar a la esquina y miras esa casa horrenda. Es de tres pisos y de color morado. Juraste jamás entrar en esa
casa. Y a quién no querías ver; sale de la casa. Era Devi, tu ex enamorada. Tú y ella, están separados por un
jardín mal cuidado y una reja oxidada por la humedad de invierno. No se dijeron nada pues ya no tienen sobre
qué hablar. Devi te observa y te extraña. Tengo que decir algo a Nábel. Tú volteas a mirarla, luego sigues tu
camino. Ella te sigue. Caminan a unos metros de distancia. Tengo que hablar con él, quiero escuchar de nuevo su
voz. Mientras más me aleje de ella me olvidará. Espera Nábel, tengo que hablar contigo. Sería una pérdida de
tiempo Devi, mejor continuemos siendo extraños. Devi se acerca más a ti. Cómo quieres que te olvide si conoces
todo de mí, desde mi luz hasta mis demonios. Pero en ni en la luz ni en la oscuridad conocí tu infidelidad. Sigues
tu camino. Ella se quedad parada, Entonces vete a la mierda Nábel. Tienes ganas de explotar contra ella, pero le
muestras el dedo medio mientras caminas. No volteas a verla, ella ya no te importa. Ella volvió a su casa y
escuchaste el sonido de la puerta. Cruzas la calle sobre la giba. Pisas las diagonales negras y no las amarillas. La
siguiente esquina tiene un olor extraño, de plantas quemándose. Una casa blanca, con las ventanas abiertas de
donde sale bocanadas de humo. Y por una de esas ventanas se asoma una mujer con el pelo corto grunge, entre
sus manos tiene un libro, si no me equivoco, de Asimov, el sol desnudo. La mujer está fumando. Una más en este
vicio. Ya por la esquina, cerca de una planta de flores rosadas. Me acuerdo cuando esta planta estaba por morir.
Los colores llamativos del TAMBO se dejan ver. Amarrillo con morado. Caminas más rápido e ingresas al local.
El calor de afuera queda disminuido con el frio artificial de adentro. Tengo ganas de una bebida gasificada. Vas
hacia donde están las gaseosas. Hay de distintos colores. Estás indeciso entre la negra Pepsi o la rara Concordia.
Y te sientes atraído por la Concordia de piña. Coges la botella y sientes lo frio que está. La llevas hacia donde está
la caja. Un sol veinte ¿Algo más? No gracias, que tenga un buen día señorita. Hace demasiado calor cuando sales
del TAMBO. Imaginas una escena pintorescacaótica donde la piel de la gente se derrite y los huesos quedan
intactos. A ese hombre flaco que está delante de ti: lo imaginas sin piel y que cuando voltea a verte se ven los
agujeros vacíos de sus ojos. Ríes. Caminas rápido y adelantas a ese flacuchento con el pelo hacia arriba. Llegas a
la otra esquina rápidamente antes que el carro te alcance. Hay mujer con falda negra y tacos del mismo color.
Usa lentes, me gusta. Ella te mira a tus ojos. Van en sentidos contrarios. Llegan a estar hombro con hombro. Ella
te sigue mirando mientras caminan. Voltea la cara hacia ti y te regala una sonrisa de buenas tardes. Y tú
también sonríes. Con tu voz mental dices: será la primera y última vez que nos vemos, fue un gusto, gracias por
la sonrisa. Ahora sus nucas se ven. Sus frentes miran la siguiente esquina. Ahora te preguntas ¿Qué iré a
escribir? Giras la tapa de la concordia y el gas sale. Un sorbo. El primero siempre es delicioso. ¿Me olvidé de
algo? …mier… los puchos. Miras hacia el TAMBO. Allá están caros, mejor iré a la chinanciana. Ahora tienes que
ir de largo hasta la avenida- Sigues bebiendo la gaseosa. Las hojas de las palmeras, junto con el viento, anuncian
tu llegada al parque. Rendiré culto a mis vicios/ para calmar ese picor. Buen verso de esa canción. Cómo se
llamaba el grupo… Mala Reputación. Sigues caminando rápido. Pasas una casa con rejas negras. Tengo que
escribir sobre un feliz suicidio. Eso puede ser. Una pareja de depresivos, él hijo de drogadictos y ella hija de
padres autoritarios. Suena muy peliculoso. El camión de los bomberos sale de su estación a toda marcha. Hay
una emergencia. Al ver cómo se aleja el camión piensas: seguro alguien se suicidó. Muchos pasean a sus perros.
Mira allá, por la esquina, hay un bulldog. No veo ninguna raza chusca. Camina, no te detengas a mirar a perros
encerrados. Ya llegas a la avenida. Miras a un arbusto en forma de cogollo. Un calvo moreno de serenazgo
camina junto a su perro, pasa por tu lado. Tienes miedo que ese perro negro clave sus colmillos en tu pierna. El
perro está tranquilo, con la lengua afuera. Ya llegas a la tienda de la chinancina. Está abierto. Pisas los escalones
de madera. Sientes esa mezcla de tabaco con incienso. La chinanciana está sentada junto a su vitrina, y como
siempre se encuentra fumando. El local tiene muchos símbolos chinos. Buenas tardes me una cajetilla de
carníval. No hay, en una semana llega. Tiene Marlboro. No hay, mejor prueba el Pall Mall. La chinanciana saca
de la vitrina la cajetilla. Cóbrese. Gracias. Esa señora fuma más que yo y sigue viva. Dicen que por 15 cigarrillos
hay una mutación. Ella no parece un mutante. Vuelvo al juego y lo enciendo con fuego y luego emprendo el
vuelo. Metes mucho uno en tus pulmones. Llegas rápido al parque y el cigarrillo ya está por la mitad. El efecto
sube y el calor disminuye. Te adentras en los árboles del parque, te refresca y el aroma te da náuseas. ¿Es el olor
de los árboles o del cigarro? Ojalá pueda aguantar hasta llegar a casa. Cuidado con ese mojón de perro. Gente
sucia. Sales del parque. Miras el color beige incambiable de tu casa. El marco de la ventana está agrietada.
Llegas a la puerta y sacas tus llaves, escoges la correcta. Introduces la llavefalo en la chapavaginal. Giras y se
abre la puerta. Quitas la llave antes de cerrar la puerta. Das otra calada. Tu pulmón se daña más. Sacas la
cajetilla y miras la imagen de un pulmón hecho mierda, gris e inservible. FUMAR CAUSA CANCER (sin tilde). Al
sentar en el sillón de la sala, vuelves a tener ganas de vomitar. Ya no aguantas. Dejas caer la cajetilla en la
alfombra sucia. Llegas al baño del primer piso. Todo sale por donde ingresó. Tiras el cigarro junto al vómito.
Bajas la palanca. Todo se va. Abres la gaseosa y tomas un poco. Ya pasó diría mamá. Extraño todo lo materno,
que alguien me limpie la ropa, quien encuentre mis cartas amorosas y reciba golpes maternos. Madre eventual
tuve y Padre eventual también. Ambos con fecha de caducidad. Sales del baño soportando un dolor en las sienes.
Vuelves a la sala. Pones tus nalgas sobre el sillón. Acabas la concordia. Escuchas una voz. Siempre fuiste un ser
enfermo. ¿Quién es? ¿Quién es? No hay nadie en la casa. Es una voz que solo tú puedes escuchar. Dejas la botella
vacía y subes las escaleras. El fierro de la escalera quema. Sientes que está subiendo los espirales del infierno
hacia el purgatorio. Eres un enfermo, siempre lo has sido. ¡Cállate por favor! Estás en el segundo piso. Miras las
puertas de los cuartos. Si estuvieras aquí, prima, te pediría ayuda. Subes dejando un escalón. Ya en el paraíso, el
aire de Dante pasa por tus mejillas. No hay Beatriz o Valery o Gisela. Es un enfermo. Entras de golpe a tu
biblioteca. Aislado con tus libros estarás mejor. Olvidaste la cajetilla en el infierno. Está que se torna extraño.
Vuelves a estar en frente de tu computadora. Buscáis en YouTube una canción de The Doors. Tu corazón late
rápido por el miedo. La voz desparece. No sabes qué canción poner. Light my fire o The soft parade. Pero
cambias de parecer y pones Asturias de Isaac Albéniz. La guitarra suena por los parlantes, creando una
atmósfera lúgubre entre las cuatros paredes. Fue mala idea. La guitarra atrae más a lo irreal. Paras la canción.
Buscas otra. Escribes: Blue mondey de New Order. Al parecer te tranquilizas. Vas hacia tu ventana. El sol sigue
brillante y lo estará por muchos años. Crees que todo acabó. Niño enfermo. La voz regresa. No por favor no
sigas. Las ganas de vomitar regresan. Corres al baño y sacas bilis. Niño enfermo. Niño idiota. Niño estúpido.
Bajas la palanca y miras el espiral de agua en el inodoro. Lavas tu cara con agua fría. Aún sientes el dolor en tus
sienes. Recuerdas cuando estabas en la primaria, te sentabas en la tercera carpeta de la columna den medio,
antes de ir a clases comiste hígado frito, después, en clases de matemáticas, mirabas líneas en movimientos y
con brillos chispeantes, te mareaban y vomitaste en plena clase. Sales del baño hacia la terraza. Tienes miedo de
esa voz. La canción se acaba, el paraíso está en silencio. Adolorido te sientes. En la terraza no hay nadie, es un
buen lugar para sal… duele mucho. El calor y el brillo del sol te hacen empeorar. Mucha luz en el paraíso.
Necesitas oscuridad. A pesar de tu dolor cerebral creas un verso: oscuridad luminosa/ destino de mis enfermos
pensamientos. Entras en tu habitación. Bloqueas la luz solar del paraíso con las cortinas. Te tiras a la cama y 1-2-
3 ya estás dormido. El tiempo pasa rápido entre sueños. Despiertas de golpe, con la misma ropa. Pero te
decepcionaste al saber que aún no es el día siguiente. Sales a la terraza y ya el cielo estaba pintando el sunset
por el oeste, cerca de la playa, cerca del manto azul. El cielo tiene una degradación perfecta de colores. La
naturaleza hace arte sin bocetos. Vuelves a tu biblioteca. Siento miedo, pero no hay nadie. Quieres escuchar algo
fuerte y explosivo, decides poner Metalcore. La batería estalla. El vocalista explota. Nábel mueve la cabeza al
ritmo del metalcore (In Fear And Faith - It All Comes Out). Sigues siendo un niño enfermo. Es la misma voz.
Déjame en paz voz maldita. El dolor vuelve a tu cabeza. Con una fuera tiras los libros de política roja. Los
papeles de tu mesa están en el aire. Me duele demasiado la cabeza. Cierras los ojos. En tu mente aparece ella,
con lentes igual que los tuyos, con un pelo negro y piel blanca. Tiene su típica sonrisa fingida. Abres los ojos y
miras la ventana y ahí está ella. Es imposible, ella está a muchos kilómetros al sur. Es una alucinación querido
Nábel, pero no lo sabes. Bajas rápido las escaleras. Te detienes en el purgatorio y ella te sigue. ¡Déjame en paz
maldita Claudia! Quieres salir de casa. Llegas al infierno y te vas a la cocina. Desesperado coges un cuchillo
afilado. Ella te sigue. La amenazas con el cuchillo. Te mato si te acercas; ella se ríe. Sales de tu casa corriendo
hacia el parque. No, ahí no. Entonces vas hacia el TAMBO. Corres. Volteas a mirar si ella te sigue. No está,
desapareció. Una mujer con el pelo oxigenado camina hacia ti. Cuando miras su rostro de la mujer, se
distorsiona, la forma cambia y, ahora ella tiene, la cara de quien te persigue. Sin pensarlo le introduces el
cuchillo. Se desploma y la sangre pinta las grietas de la vereda. Corres, asustado, agitado, adolorido y
confundido. Un grupo de rubias se encontraban en la esquina fumando droga. Las miras y tienen el rostro de
quien te persigue. Sigues ahí maldita, te reprodujiste. Corres hacia ellas y les ensartas el cuchillo en sus pechos,
tienes la precisión de Aquiles. Un patrullero doblaba hacia el parque, mira lo sucedido y enciende sus luces. Los
policías te apuntan con su arma. ¡ALTO AHÍ! ¡LAS MANOS ARRIBA DONDE PUEDA VERLAS! Estás rodeado de
gente, de muchos ojos y bocas que te confunden más. A todos miras con la cara de Claudia. Desesperado te vas
encima de una viejita. Y una bala muy amable, se dirige a tu lóbulo occipital y corta con tu vida. Muerto te
encuentras ahora. Pobre de ti, lo más triste es que nunca hayas empezado tu carrera de escritor. No terminaste
nada de lo que empezaste, ni tampoco comenzaste la gran novela con la que soñabas despierto.

Escribe Octavio Villacrez Olascoaga

El Pan Blog en 8:37:00

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