Está en la página 1de 2

REFORMA DEL CÓDIGO PENAL

Acostumbrados a que no existan políticas de Estado, no nos extraña emprender un debate


sobre la reforma al Código Penal sin pensar siquiera en cuál es la política criminal que
vertebrará sus normas. Ni en el “borrador” o anteproyecto, como quiera que lo etiquetemos;
ni en las voces que se alzan para criticarlo o aplaudirlo se escucha que se descifren objetivos de
política criminal. Parece que todo da igual.

Debemos cambiar para convencer a los ciudadanos que nos estamos ocupando del tema de la
inseguridad. Hablamos de reformar aparentando ignorar que la ley punitiva siempre llega
tarde. Ya se murió el agredido, ya desaparecieron nuestros ahorros, ya se desmembró en mil
“ravioles” (*) la carga envenenada que afectara para siempre la salud de nuestros jóvenes.

Cuando llega la hora del Código Penal es porque perdimos la de educar, de excluir de la
marginalidad, de prevenir. Proyectos de ley para enmascarar la falta de proyecto de País.
Perdimos varios trenes y tenemos que tomar el de la represión. Cuánta, cuándo, y por qué
conductas es lo que debe diseñar una ley penal. Para contestar eso, primero debimos debatir
sobre las causas del aumento de la criminalidad, de la violencia en los delitos y estudiar por
qué sólo en un 3% de los crímenes que conocemos recae una sentencia.

Para reformar el Código primero tenemos que transitar el camino del estudio, del debate, del
consenso. Tenemos que recordar que el ordenamiento jurídico es uno solo divido en
especialidades, pero que debe tener una única matriz. Debemos pensar la coherencia entre las
distintas parte de ese todo si queremos tender a una sociedad más justa.

Un Estado que mira su propio ombligo, que se preocupa por la suerte de sus funcionarios
antes que por las de todos los ciudadanos, está complicado para decidir reformar el código
punitivo.

Por otra parte, los delincuentes no se preguntan cuál es la pena prevista para el delito que
intentan cometer. En cambio, sí les condiciona cuántas posibilidades existen de que les
descubran , les detengan y les sancionen por el hecho.

El monto de la pena no incide en las cantidad de conductas contrarias a la ley que se


practican, la impunidad sí. Pese a ello, la mayor parte de los debates sobre la reforma
propuesta por la Presidente en la apertura de las sesiones del Congreso –apertura que otra vez
más olvidó hacer formalmente- gira en torno a las penas, a la posibilidad de derogar la
reincidencia.

Los que pelean , muchas veces por puro oportunismo político, olvidan que para ser declarado
reincidente primero tienen que tener una sentencia firme por el hecho antecedente, cosa que
en nuestro País no parece fácil de lograr. Esto indica claramente que el Código Procesal tiene
urgencias para ser revisado que parecen desdibujadas. También olvidan que las penas
previstas en abstracto en cada delito suelen tener una importante diferencia entre el mínimo
y el máximo y el Juez al dictarlas debe evaluar por exigencia legal – art. 41 del C.P.- las
características personales del imputado, los antecedentes del caso, el daño producido por el
delito.
Nos oponemos o apoyamos la reforma por prejuicios que tienen que ver con lo bien o mal que
nos caen los que se embanderan detrás de la propuesta. El Código Penal ha sido manoseado
infinidad de veces. Ha perdido la coherencia y los bienes jurídicos ya no tienen un orden que
coincida con el valor que la sociedad le da a cada uno de ellos. Los ciudadanos seguimos
valorando, sobre todas las cosas, la vida pero “compromisos internacionales” colocan a bienes
supra individuales en primer plano para las decisiones políticas. Existe una ley denominada
presuntuosamente “antiterrorista” de la que la reforma no habla. Existen infinidad de leyes
penales y contenidos penales en leyes generales que descodifican una materia tan
importante. Esta propuesta de reforma no lo soluciona.

La metodología elegida es inadecuada porque sigue sin dar unidad al texto legal. La
oportunidad tampoco es la correcta. Creo que la forma en la que se propuso el cambio y el
momento en que se lo hizo, albergaba el explosivo que destruiría el intento en cuanto
comenzara a generar la fricción del debate. Debemos ser más serios. Al menos cuando
hablamos de la vida y la libertad de las personas. No interesa desde qué perspectiva
analicemos la dogmática penal, qué filosofía defina los principios en los temas que allí deben
resolverse. Importa que por una vez pensemos en la gente, en las víctimas y en los victimarios,
en los dos, pero de verdad. A unos intentemos darles paz, tranquilidad, que recuperen la
posibilidad de vivir sin miedo y a los otros una oportunidad previa al momento en el que
delinquió, una que pasa por ocuparnos de los jóvenes “ni”, no entregándoles dinero sino
enseñándoles la dignidad del trabajo.

También podría gustarte