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NAVIDAD / UN ACONTECIMIENTO CÓSMICO

Autor: PEDRO FULLEDA BANDERA


(Comunicador social, Ludólogo, Educador. Ha impartido cursos y conferencias
sobre desarrollo humano, en países iberoamericanos. Nació en Santiago de
Cuba. Reside en Quito. fledo2005@yahoo.com)

Esto no es un relato de ciencia-ficción, ni una prédica religiosa. Tiene un fundamento


absolutamente real, pero sin total constatación científica por el momento, tal como ocurrió con
todas las teorías que anticiparon logros científicos y tecnológicos en la historia de la Humanidad.
Una cabal comprensión de sus fundamentos contribuirá a alcanzar satisfactoria certeza sobre
preguntas aún sin respuestas, de hechos significativos que encontramos en cada tramo de
nuestro tránsito por la existencia. Por supuesto que la inevitable brevedad me impedirá ser
abundante en argumentos. Tendré que sintetizar, y recomendar a los interesados en el tema mi
libro “Dimensiones: historias de Ángela” (https://www.amazon.com/dp/168977326X).

EL COMIENZO…

La ciencia reconoce al Big Bang como el comienzo de nuestro Universo, hace 13 mil 700
millones de años. Primera aclaración necesaria: “nuestro Universo”, lo cual infiere la realidad
de que hay muchos otros, surgiendo y desapareciendo indistintamente, en una dinámica colosal
que sólo alcanzamos a imaginar como un complejo existencial denominado Multiverso, o
Universos múltiples. Sólo así tiene sentido el gran fundamento de la Física, de que “nada es
eterno, pero la realidad material es infinita”, pues, si bien los universos nacen y mueren, tienen
principio y fin, el Todo permanece, dinámicamente cambiante, pero inextinguible.
Nuestro Universo surgió de una singularidad, como se reconoce al fenómeno físico en
que toda la materia está concentrada en un punto de dimensión indefinible, para el cual las
magnitudes del tiempo y el espacio son inexistentes. La compresión final de toda una realidad
material en semejante punto parece ser la misión de los agujeros negros como resultado de
una colosal fuerza gravitatoria que elimina la separación entre las partículas atómicas y las
comprime entre sí. Teniendo en cuenta que en el micromundo lo predominante no son los
elementos físicos, sino el espacio existente entre ellos (lo que hace posible que rayos cósmicos

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atraviesen nuestros cuerpos sin interactuar con sus electrones, protones o neutrones), se puede
concebir el grado de compactación alcanzado por la singularidad en un objeto increíblemente
masivo, desencadenándose procesos de fusión nuclear, con la violenta liberación de energía
conocida como Gran Explosión.
Tal estallido proyectó oleadas materiales expandiéndose en todas direcciones, creándose
con ello nuestro Universo con los atributos de tiempo y espacio como condiciones existenciales
de la materia. La Física cuántica expone que semejante aceleración configuró a la materia como
cuerdas de energía vibrando con una velocidad mayor que la de la luz. Ese campo energético
fue, y sigue siendo, predominante, lo que en la actualidad podemos llamar Energía universal,
formada por taquiones (elementos más veloces que la luz). Investigaciones astronómicas
modernas, como las llevadas a cabo por la nave “Planck” lanzada en 2009, comprueban que el
68,3% de la composición de nuestro Universo corresponde a la denominada “energía oscura”,
que no se sabe bien qué y cómo es, pero está ahí, cuya presencia provoca que la expansión
acelerada del Universo conocido siga incrementándose en la actualidad.
En su expansión, los flujos de alta energía interactuaron, ralentizando la velocidad
vibracional de las cuerdas cuánticas, hasta el surgimiento de un estado diferente de la materia,
en forma de partículas elementales, ladrillos para la creación de la substancia. El Universo
quedó así poblado por la materia en sus formas básicas: la energía, cuya propiedad esencial
es el movimiento, o vibración, y la substancia, que tiene a la masa como su principal cualidad.
Entre ambas formas existe un estado intermedio: el plasma, con cualidades comunes a las dos.
Este proceso condujo a que en el Universo apareciese el polvo cósmico, como substancia
primigenia que, bajo la acción de las fuerzas fundamentales de la Naturaleza –gravedad,
electromagnetismo, nuclear débil y nuclear fuerte, todas ellas expresión de la Energía universal-
posibilitó el surgimiento de estrellas, planetas, galaxias, y otros cuerpos cósmicos con una
ilimitada diversidad, conformando la realidad material que no deja de sorprendernos…

LA VIDA… ¡GRACIAS POR EL FUEGO!

Las estrellas son poderosas fuentes de energía, en forma de luz y calor, con los torrentes
de plasma que arrojan al espacio cósmico, partículas elementales que recorren grandes
distancias a la velocidad de la luz. Ellas son las forjadoras de vida en el Universo… Para que
esta aparezca se requiere de un contexto favorable, donde la energía plasmática estelar pueda

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hacer el milagro. Y ese otro elemento en la ecuación son los planetas, cuerpos fríos que orbitan
a una estrella, aportando la substancia con condiciones requeridas en cuanto a composición,
humedad, temperatura, protección atmosférica, y otras, derivadas de la diversidad de elementos
químicos y propiedades físicas presentes en su entorno.
La aparición de vida en el Universo no es un hecho casual y exclusivo, como la Cosmología
ortodoxa proclama, bajo el mito de que “somos únicos y estamos solos” en la infinitud cósmica.
Por el contrario, es un proceso absolutamente causal y generalizado, siempre que concurran
los dos elementos antes expuestos, lo que en cualquier proporción que se asuma (¿uno en un
millón…?), debido a la colosal cantidad de planetas orbitando estrellas en nuestra barriada
intersideral dará como resultados una miríada de mundos habitados.
Pero, el fenómeno de la vida no debe limitarse a nuestra interpretación conceptual,
pudiendo presentarse de muy diversas formas. El fuego es una de ellas. ¿Quién duda que es
una entidad con propiedades semejantes a las de todo ser vivo? Nace (como una insignificante
chispa), crece y se desarrolla (pudiendo alcanzar dimensiones colosales), se alimenta
(consumiendo oxígeno y otros nutrientes del entorno), se mueve (agitándose y desplazándose),
se multiplica (lanzando llamaradas a grandes distancias), y finalmente, cuando concluye su ciclo
vital (agotando sus fuentes de energía), muere… Así, el fuego estelar es la manifestación
primigenia y más extendida de vida en el Universo. ¡Gracias por el fuego!
Como forma de vida, el fuego carece de corporeidad; tiene existencia en sí, pero no para
sí… Para que esta esencial condición aparezca es indispensable la concurrencia de los
procesos y elementos constitutivos de la vida en un contexto particular. El fuego arde en una
atmósfera de gases combustibles, requiere de un entorno gaseoso, no pudiendo existir en un
medio líquido o sólido. Una forma de vida dotada de corporeidad requiere de un entorno acuoso,
donde sus componentes puedan combinarse entre sí, crear membranas que limiten su mundo
interior del exterior, adquiriendo estructuras estables y consistentes. En una incalculable
proporción de planetas existen esas condiciones: fuentes de agua con elementos químicos
disueltos en ellas, y atmósfera protectora. Así, la substancia presente en tales astros aportó la
materia prima para la creación de vida corpóreamente concebida, y se requirió la chispa que
hiciese el milagro, con el accionar de la otra esencial manifestación de la realidad material: la
energía, descargas electromagnéticas o emisiones solares, que dieron funcionalidad a los
corpúsculos físico-químicos en los recipientes acuosos, formando organismos unicelulares…

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LA INTELIGENCIA…

Todos los procesos en la Naturaleza se rigen por la ley del desarrollo, que establece el
tránsito obligatorio desde formas y estados simples a otros más complejos. Así, en lo inanimado,
las partículas nucleares elementales se enlazan en moléculas, y estas en objetos de muy
diversas dimensiones, como las galaxias. Al surgir la vida corpórea unicelular se inició
semejante proceso evolutivo, con el resultado de seres pluricelulares, primero arraigados a su
sustrato, o vegetales, y luego con capacidad de libre movilidad, o animales, que durante miles
de millones de años realizaron el tránsito de las fuentes de agua a tierra firme, creándose la
multiplicidad de especies que finalmente poblaron al Universo con el producto superior de la
realidad material: los seres inteligentes.
La inteligencia es energía con conciencia de sí. Esta es una definición absolutamente
polémica, pero que, en esencia, aporta una comprensión total de los extraordinarios procesos
que caracterizan a la existencia humana. Para la Psicología ortodoxa la inteligencia es un fruto
de la actividad cerebral, con lo que se la reduce al mismo nivel de las ideas. Pero, la realidad
cotidiana demuestra que no son la misma cosa, pues, mientras las ideas se limitan a funcionar
como conceptos en el campo de la subjetividad, la inteligencia funciona como real mecanismo
generador y controlador de toda la actividad física, desencadenando procesos de razonamiento
conceptual para el análisis de la realidad y la toma de decisiones, así como de impulsos volitivos
sobre el sistema nervioso central para la acción corporal. La inteligencia es pieza rectora en el
mecanismo de la conducta, que tiene a las ideas como combustible para funcionar.
Los animales no tienen conciencia de sí… ninguno puede pensar “yo soy”; sus cerebros
funcionan con pensamientos concretos, no con ideas, por lo que no poseen inteligencia
abstracta (¡blasfemia…!, gritarán ahora los amantes de las mascotas domésticas). Los más
avanzados intelectualmente (perros, simios, cetáceos…) hacen uso de un tipo de “inteligencia
concreta” basada en la capacidad (plasticidad) del cerebro para incorporar experiencias que se
traduzcan en nuevos conocimientos y habilidades, adquiridas mediante procesos de
condicionamiento clásico u operante (aprendizaje por reflejos condicionados, investigado por
Pávlov y Skinner). Sus perros, querid@s amig@s, sí pueden aprender y tener comportamientos
habilidosos, pero sólo mediante el entrenamiento conductista… ¡nunca por razonamiento!, lo
que es facultad exclusiva de los seres humanos. No descarto que, con la evolución, perros,
simios o cetáceos puedan convertirse, algún día y en algún lugar, en seres inteligentes…

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LA MENTE CÓSMICA

¿Cómo surgieron los seres inteligentes? La Energía universal, que se expande y colma
las inconmensurables extensiones del Universo desde el mismo instante del Big Bang, es de
naturaleza vibratoria cuántica que lo ocupa todo, definiendo tanto el espacio como el tiempo.
Ella está en el supuesto vacío entre las partículas elementales del micromundo y en las
colosales distancias entre los astros del macrocosmos. Es un océano infinito en que se sumerge
toda la realidad material, ejerciendo su influencia sobre ella de igual modo que cuando se arroja
una piedra en una orilla de un acuatorio, provocando ondas que influyen en las otras orillas. De
modo que los seres humanos estamos inmersos en el océano de la cuántica Energía universal.
Y así existen en nosotros dos tipos de campos energéticos: el bioeléctrico, regido por las células
neuronales, que circula a través de la red de nervios para ejecutar procesos vitales autónomos
y acciones conscientes, y el cuántico, regido por el sistema de chakras, que circula a través de
meridianos acupunturales para concretar nuestra condición cósmica en dependencia de la
Energía universal.
En el proceso de evolución de los animales en entornos planetarios, apareció en ellos un
sistema orgánico destinado a realizar la toma de nutrientes desde el ambiente: el sistema
digestivo, con toda su complejidad y particularidades. De igual modo, en una escala superior de
la evolución animal apareció un sistema orgánico destinado a realizar el enlace entre la energía
bioeléctrica de origen neuronal, y la Energía universal en cuyo océano estamos inmersos: el
sistema nervioso central. La misión del cerebro es actuar como modulador de la Energía
universal que tenemos dentro, para poder aprovechar su potencial cuántico en función de
nuestros procesos vitales autónomos y acciones conscientes. Así se estructura el Yo superior,
magnitud que configura una personal condición existencial y nos convierte en seres inteligentes.
La existencia del Yo superior es cuestionada por la Psicología ortodoxa, aunque infinitas
muestras de su existencia son aportadas por hechos fenomenales que sorprenden a los seres
humanos bajo los denominados estados alterados de conciencia. Lo que sucede es que un
insuficiente nivel de desarrollo, como es común a circunstancias sociales predominantes en
cada época histórica, impiden que la misión moduladora del cerebro respecto a la Energía
universal ocurra de manera consciente y voluntaria, como será en algún momento superior de
la evolución humana, por lo que tales hechos fenomenales (telepatía, telequinesis,
predicciones…) aparecen sólo como chispazos de la metaconciencia.

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Cada Yo superior es como una gota de agua en el océano de la Energía universal, de
forma que todos los seres inteligentes nos interconectamos e interactuamos, y los frutos de esa
actividad mental conforman una magnitud superior, la Mente cósmica, emporio de todos los
pensamientos, ideas y conocimientos elaborados por los seres inteligentes durante toda su
historia, almacenados en lo que místicamente se conoce como “registros akáshicos”, fuente
cuántica de consultas de la que puede obtenerse saber mediante estados alterados de
conciencia, durante el sueño o la meditación. Ella es, indudablemente, la inteligencia; energía
con conciencia de sí… Como entidad cuántica, el Yo superior existe al margen de la capacidad
vital de cada ser inteligente, de modo que al cesar las funciones cerebrales la actividad
bioeléctrica neuronal desaparece, pero la energía esencial, de naturaleza cuántica, se conserva
y es asimilada por la Energía universal de la que provino antes, como una gota de agua que
regresa al océano, en un ciclo cósmico que se repite indefinidamente a través de muchas vidas.

NATURALEZA Y SOCIEDAD

La principal capacidad de los seres inteligentes es la de vivir en sociedad. Muchos


animales construyen sociedades, algunas realmente complejas, no en respuesta a una
inteligencia abstracta, conscientemente aplicada, sino a patrones biológicos genéticamente
determinados, por lo que no pueden ser modificados a voluntad (todas las construcciones de
abejas o termitas serán idénticas, generación tras generación). La sociedad humana es la única
sustentada en la tecnología, en el desarrollo consciente y voluntario de conocimientos y su
consecuente aplicación, lo cual es la base de la civilización. Aunque se reconoce la capacidad
de especies animales para formar cultura, entendida como toda huella dejada con el decursar
de sus generaciones a través del tiempo, sólo el ser humano puede crear civilización, como el
fruto diversificado e históricamente asumido de la cultura.
El proceso tecnológico humano (y por tanto la creación de su civilización) comenzó con
la elaboración de las primeras herramientas por parte de los pre homínidos, lo cual les situó un
paso adelante respecto a otras especies. Luego vendría, como hito significativo, el dominio del
fuego, como fuente primaria de energía con la que el todavía Homo hábilis pudo comenzar a
incidir en el curso natural de la evolución, de modo que, calentando artificialmente su cuerpo
para resistir el frío invernal, requirió menos del pelambre propio de los animales. Y así, a lo largo
de milenios el Homo sapiens construyó su cultura, teniendo como principal motivación el uso

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de la energía aportada por fuentes naturales, al punto de que la simbiosis entre Naturaleza y
Sociedad se puede evaluar por los niveles de apropiación energética, según la escala de
Kardashov, propuesta en 1964 por este astrofísico ruso: una civilización de Tipo I es la que
domina los recursos energéticos en su planeta, la de Tipo II lo hace a nivel de su sistema
estelar, mientras que la de Tipo III es capaz de lograrlo a niveles galácticos.
Los terrícolas hemos construido una civilización de Tipo I, atados a la cuna planetaria,
empleando fuentes energéticas como el carbón, petróleo, gas, fuerzas eólica, térmica e
hidráulica. Con la exploración de nuestro sistema estelar y el cada vez mayor aprovechamiento
de la energía atómica y las radiaciones provenientes del Sol, iniciaremos el tránsito hacia una
civilización de Tipo II, lo cual es la meta tecnológica en el Tercer milenio. Una civilización de
Tipo III es para nosotros un sueño inimaginable e inalcanzable, pues no lo permite nuestra
propia condición física, orgánica. ¿Cómo será para otras especies inteligentes, en la gran
extensión del Multiverso…?
Indudablemente, abundan las civilizaciones de Tipo I, planetarias, con seres semejantes
a nosotros, humanoides biológicos elementales, que contemplan las estrellas, pero sin poder
alcanzarlas todavía. Y también hay muchas civilizaciones de Tipo II, estelares, con seres cuya
tecnología les permite no sólo construir poderosos artefactos para viajar por el cosmos, sino
sobre todo modificar sus propias estructuras físicas para hacerlas más adecuadas a la
exploración espacial, transformándose de seres biológicos en seres biomecánicos, cyborgs, e
incluso la existencia de civilizaciones estelares formadas por seres mecánicos, poderosas
máquinas dotadas de autosuficiencia para reproducirse, clonantes, verdaderas amenazas para
los seres biológicos y biomecánicos, a quienes tienen como rivales en su afán de dominación
del Universo. Y finalmente, las civilizaciones de Tipo III, galácticas, donde la evolución alcanza
un máximo nivel, con entidades desprovistas de toda estructura física, con una realidad material
en que la substancia ya es innecesaria y sólo se requiere la energía. Una civilización de Tipo
III, capaz de dominar la energía a escala universal, sólo puede estar formada por seres
cósmicos, energéticos. ¡No es inteligente dudar de su existencia!
Los seres cósmicos son entidades cuánticas, por lo que su hábitat es la Energía universal.
Conforman la Mente cósmica, la inteligencia que nutre a los seres inteligentes, integrándose a
ellos como el Yo superior de sus ciclos vitales, en procesos denominados de encarnación, o
vuelta a la vida en condiciones físicas, carnales, en todos los mundos habitados del Universo…

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SERES CÓSMICOS

Las entidades que pueblan la Energía universal no son todas idénticas. Se diferencian por
los niveles vibracionales de las cuerdas, o estructuras cuánticas, por lo que pueden ser
sublumínicas, lumínicas o superlumínicas, en comparación con la velocidad de la luz. Ya se
sabe que con el Big Bang los campos energéticos en el Universo se desplazan como taquiones,
a mayor velocidad que la lumínica. Pero esa condición varía, y se produce la disminución
vibracional hasta escalas subluminares, determinando una diversidad de seres cósmicos
existiendo en diferentes dimensiones, o plataformas de la realidad, indistintamente unas de
otras, ocupando los mismos espacios y tiempos en un Universo multidimensional, pero sin
interactuar entre ellas debido a que sus realidades vibracionales son absolutamente diferentes.
En nuestro Universo existen cinco dimensiones, desde la 4 hasta la 0.
Dimensión 4 es la de mundos físicos, donde la realidad se manifiesta mediante tres
magnitudes espaciales -largo, ancho, alto- y una temporal -ahora, el presente-. Los seres
humanos erróneamente consideran que existen en una tercera dimensión, al evaluar solamente
las magnitudes espaciales, dejando fuera al tiempo, que como demostró Einstein es la cuarta
magnitud de la existencia material. En ella existen los seres físicos, biológicos, biometálicos o
metálicos, y los seres cósmicos están presentes de forma encarnada, como el Yo superior de
cada ser inteligente.
Dimensión 3 es el primer nivel de seres cósmicos, nombrados arcontes, con capacidad
subluminar, de naturaleza densa e impura, iniciándose en el proceso evolutivo energético, los
que se manifiestan en dos magnitudes espaciales –largo, ancho-, por lo que en mundos de
Dimensión 4 pueden verse como seres oscuros, sombras sin volumen, y con una magnitud
temporal –antes-, con deseos de regresar el pasado, a situaciones cargadas de experiencias
placenteras basadas en sexo y violencia, lo que les condena a la denominada “trampa kármica”,
o tendencia a reencarnar en condiciones siempre semejantes, unas veces como víctimas y otras
como victimarios, afectándose así su evolución energética.
Dimensión 2 es el segundo nivel de seres cósmicos, nombrados ángeles, con capacidad
luminar, que no poseen magnitudes espaciales, y sí dos temporales –ahora, después-, que
pueden encarnar en seres físicos para vivir en Dimensión 4 (ahora), pero proyectándose al
futuro, aportando al progreso y desarrollo integral de la sociedad.

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Dimensión 1 es el tercer nivel de seres cósmicos, nombrados arcángeles, con capacidad
luminar, que no poseen magnitudes espaciales, y sí una temporal –siempre, al apreciar todo el
tiempo al mismo tiempo-, que pueden encarnar en seres físicos para vivir en Dimensión 4
(ahora) desde donde explorar el pasado y vislumbrar el futuro, con lo cual funcionan como
profetas y guías espirituales de la sociedad.
Dimensión 0 es el nivel máximo de seres cósmicos, donde la energía vibra a velocidad
superluminar y existe el Todo, con plenitud y perpetuidad, como única e indivisible magnitud
omnipresente y omnisciente nombrada Elohim, y también Dios por las doctrinas de fe; pero, es
en realidad la Mente cósmica, el caudal inteligente de la Energía universal.
Los seres cósmicos de dimensiones 3, 2 y 1 tienen que evolucionar energéticamente para
alcanzar Dimensión 0 al vibrar como taquiones, con velocidades superluminares. Sólo así,
integrados al Todo con plenitud y perpetuidad, podrán salir de su Universo hacia otros dentro
del Multiverso, escapando a la destrucción cuando el suyo llegue al final de los tiempos como
parte de la inevitable dinámica cósmica. Los que no lo logren serán comprimidos y
desintegrados junto a toda la realidad material, en una nueva singularidad que originará a otro
Big Bang. Y para evolucionar energéticamente están obligados a encarnar como Yo Superior
de seres inteligentes en Dimensión 4, pues, sólo la experiencia de la vida física les permite
actuar en sintonía con la Mente cósmica y purificar sus campos energéticos para armonizarlos
con la Energía universal.
Todos los seres cósmicos pueden incursionar y actuar en dimensiones inferiores a la
suya, no de forma física al carecer de las tres magnitudes espaciales, pero sí energéticamente,
lo cual es la explicación de efectos paranormales sobre seres físicos en Dimensión 4. Los más
dados a esas prácticas son los arcontes, con intenciones nefastas para la Humanidad.

INFIERNO ARCÓNTICO

Los arcontes son los seres cósmicos menos evolucionados en el Universo. En


comparación con los demás, acaban de aparecer ahí. Por eso son energéticamente impuros,
con campos densos que sólo pueden vibrar muy por debajo de la velocidad de la luz. Todos los
seres cósmicos comienzan su existencia como arcontes, desde donde evolucionan
progresivamente a través de muchísimas encarnaciones o experiencias vitales que les permiten
purificar sus campos energéticos para pasar a otra dimensión. Pero son pocos los arcontes que

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consiguen eso, y en gran medida se resignan a permanecer en Dimensión 3, repitiéndose
indefinidamente en ciclos vitales donde regresar a vidas pasadas para disfrutar de placeres
mediante sexo y violencia, en lo que se conoce como “trampa kármica”. Mayoritariamente
renuncian a todo empeño de perfeccionamiento y aceptan que no podrán salvarse de la
desintegración al final de los tiempos, cuando el Universo quede reducido a una singularidad,
en un nuevo ciclo de destrucción-creación.
El Karma hace que los arcontes siembren, en el Yo superior de seres inteligentes en los
que encarnan, estados de desesperanza, angustia, frustración, bajas pasiones, tendencias
suicidas, y actitudes violentas, con lo que asegurar su dependencia inevitable a Dimensión 3,
sin posibilidad alguna de trascender espiritualmente. Por otro lado, y aún peor, arcontes no
encarnados incursionan en Dimensión 4 como sombras, que los seres físicos denominan
oscuros, fantasmas o demonios, para promover miedo y discordia, provocar conflictos de
diversa magnitud, como agresiones y guerras, y sembrar caos en la Humanidad, convirtiéndola
en una especie de infierno arcóntico, pues, con semejantes desajustes emocionales pueden
alimentarse de la energía interior de sus víctimas, esto es, de arcontes encarnados en ellas,
practicando un singular vampirismo cósmico.
¡Todos los conflictos que sacuden la armonía y estabilidad entre los seres inteligentes son
motivados por arcontes, desde las disputas familiares hasta las guerras mundiales! A esto se
oponen los seres cósmicos avanzados, ángeles y arcángeles, que al encarnar en esos
escenarios de Dimensión 4 ponen en acción a personajes positivos, predicadores de fe y
esperanza, educadores de conciencia, formadores de conductas, guías espirituales…
empeñados en evitar los desmanes arcónticos y rescatar el Yo superior de sus víctimas, para
que puedan librarse de la “trampa kármica” y trascender, abandonando Dimensión 3. Es la
guerra espiritual que se libra en el Universo, condicionando la evolución de las civilizaciones.
Pero, no siempre las fuerzas positivas tienen éxito. Cuando la acción arcóntica es
devastadora e imbatible, se hace necesario el advenimiento. La Mente cósmica, Elohim,
interviene desde Dimensión 0, y envía al escenario de confrontación una entidad que conlleva
todo su poder, para equilibrar al Universo. El más reciente fue el de Cristo en el planeta Tierra,
originando el mayor movimiento de fe en la historia de la Humanidad. Por eso su nacimiento, la
NAVIDAD, no es sólo un hecho planetario, terrícola, sino un acontecimiento cósmico
protagonizado por la Energía universal…

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