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La tempestad de Bob Dylan

El músico regresa con un disco que lo posiciona como un folclorista del siglo XXI. Un
explorador de la vieja música de raíz estadounidense y su mestizaje con el pop, la
electricidad o los sonidos fronterizos.

Por Juan Carlos Ramírez F.

Bob Dylan acaba de estrenar “Tempest”, su primer disco de canciones originales desde
el entrañable “Together through life”, que fue antecedido por la sorpresiva colección de
standards navideños “Christmas in the heart”, ambos editados el 2009. Y lo hace desde
su sitial de referente para la música popular.

Un territorio donde ha estado desde hace quince años, al menos, tras salir intacto
después de sufrir un grave problema al corazón, sacar álbumes trascendentales como
“Time out of mind”, ganar un Oscar, protagonizar el documental de Scorsese, publicar
sus memorias, ganar el premio Príncipe de Asturias el 2007 o recibir este año la
Medalla Presidencial de la Libertad. Incluso es uno de los favoritos para ganar el Nobel
de Literatura -lo que marcaría un hecho inédito al ser el primer músico popular en
obtenerla por sus letras- siendo superado sólo por el japonés Haruki Murakami y
seguido del chino Mo Yan (quien se hizo el mudo durante veinte años para eludir el
control comunista) en la casa de apuestas Ladbrokes, el punto de referencia de los
candidatos al Nobel. A pesar, claro, que la Academia mantiene estricta reserva de los
finalistas.

Folclorista

Escuchando “Tempest” queda claro que más que una estrella de rock -como se le
insiste en mitificar- Bob Dylan es un folclorista. O mejor dicho, uno de los puentes entre
la vieja tradición folk estadounidense y su mestizaje con la electricidad, el pop o la
música fronteriza mexicana.Que su carrera se haya disparado al mismo tiempo que
The Beatles rescataban un género -el rock and roll- que parecía muerto cuando Elvis
fue al servicio militar, Chuck Berry estuvo encarcelado y el avión de Buddy Holly se
cayó al suelo, fue casi accidental.

Después de todo, fueron básicamente tres discos en los que el músico acusaba recibo
del rock de guitarras eléctricas y, sólo a veces, estribillos para tararear en la calle.
Exactamente los mismos señalados por la crítica de rock una y otra vez como sus
mejores obras: “Bringing it all back home” (1965), “Highway 61 revisited” (1965) y el
doble “Blonde on blonde”. En el resto de sus álbumes, anteriores y posteriores, el
músico ha explorado géneros de raíz como el folk, country, blues, hillbilly, o gospel,
incorporándoles lo que estuviera sonando en ese momento: reggae, disco o incluso,
rock duro.

Tempestad

Dylan se ha apurado en aclarar que el título del disco no tiene nada que ver con la
última obra de Shakespeare y que lo suyo es seguir tocando y componiendo durante
todo el tiempo que le queda. Y por más que los oyentes esperen un clásico como los
de mitad de los sesenta, el músico les responderá tal como lo hizo en su último show
en Chile en mayo: intenso, sentimental y con su clásica forma de encarar una canción
extendiéndose en decenas de estrofas, sosteniendo la melodía. Acá hay guitarras slide
y ragtime (“Duquesne Whistle”), reposadas baladas (“Soon after midnight”, “Tempest”),
blues que se apoyan en un simple riff de guitarra (“Narrow way”, “Early roman kings”),
soul (“Long and wasted years”) o country épico (“Scarlet town”). También hay un
homenaje a Lennon (“Roll on John).

Aunque su voz cada año suena más como esas cuerdas de violín, que dicen, comparó
Frank Sinatra, Dylan suena más sabio que oscuro. Incluso para describir con lujo de
detalles el hundimiento del Titanic en el tema que da título al disco. ¿Un comentario
sobre la humanidad? Es posible: dicen que Dylan quería hacer un disco religioso y para
él las parábolas de la Torá y la Biblia cristiana son la única forma de comunicar algo
difícil de describir en un discurso hablado.

“Todo el mundo puede hacerlo, excepto yo”

Uno de los ganchos promocionales de este álbum ha sido la entrevista concedida a la


revista Rolling Stone, donde el cantante dispara en la mejor tradición de sus escasas
conversaciones con la prensa. El periodista le pregunta por cierta controversia
generada por sus citas de obras de otros autores, como el japonés Junuchi Naga o la
poesía de la Guerra Civil de Henry Timrod. “Algunos críticos le acusan de no citar a sus
fuentes de forma clara” le dice al cantante y, poniéndose el parche antes de la
respuesta, el reportero de la revista le aclara que en el folk y en jazz, las citas forman
parte de una larga y rica tradición. “Oh, sí, en el jazz y en el folk las referencias a otros
autores forman parte de una larga tradición. Eso es cierto. Es cierto para todos, salvo
para mí. Es decir, todo el mundo puede hacerlo, excepto yo. Hay reglas diferentes para
mí”, le dice Dylan.

Y con sorna le pregunta si ha escuchado realmente hablar últimamente del tal Henry
Timrod, “¿Quién le ha leído hace poco? ¿Y quién le ha rescatado? ¿Quién ha hecho
que vuelva a ser leído? Pregúnteles a sus descendientes qué opinan de todo este
alboroto. Y si crees que es muy fácil citarle y que eso vaya a ayudar a tu obra, pruebe a
hacerlo usted y a ver qué pasa. Los cobardes son los que se quejan de estas cosas. Es
algo que ha pasado siempre, es parte de la tradición”, le dice. Luego agrega ante el
sorprendido periodista: “Yo trabajo en mi arte. Es así de fácil. Trabajo bajo las reglas y
limitaciones que tiene. Hay grandes figuras que pueden explicarte ese tipo de arte
mucho mejor que yo. Ese arte se llama composición. Tiene que ver con la melodía y el
ritmo, y a partir de ahí, todo fluye. Todo lo haces tuyo. Todos lo hacemos”. Así es el
Dylan modelo 2012, con las cosas claras, aunque este mundo tempestuoso no lo
entienda, necesariamente.
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