Está en la página 1de 23
3. LOS SIGNIFICADOS DE LA DIFERENCIA SEXUAL : gSu primera pareja fue hombre 0 mujer? R: Por cortesta no se lo pregunté. (Entrevista con el novelista Gore Vidal) EL IMPERATIVO BIOLOGICO. La respuesta caracteristica de Gore Vidal a una pregunta ligeramente insolente nos di- vierte y tal vez nos sacude porque en nuestra culcura sf importacon quién tenemos re- laciones sexuales, El género, la condicién social de ser hombre o mujer, y la sexuali- dad, la manera cultural de experimentar nuestros placeres y deseos corporales, ahora estan inextricablemente vinculados, de modo que cruzar la frontera entre el comporta- miento masculino o femenino correcto (es decir, lo que se define culturalmente como apropiado) a veces parece ser la transgresién més grave. ‘Todavia no podemos pensar en la sexualidad sin tomar en cuenta el género; 0, en términos mas generales, la com- pleja fachada de la sexualidad en gran parte se ha construido sobre la suposicién de diferencias fundamentales entre hombres y mujeres, y de la dominacién masculina sobre la mujer. Las distinciones genitales y reproductivas entre hombres bioldgicos y mujeres biol6gicas se han interpretado no s6lo como una explicacién necesaria, sino también suficiente, de distintos deseos y necesidades sexuales. Aparecen como las dis- tinciones basicas entre los pueblos, profundamente arraigadas en nuestra “naturaleza animal”, Una de las peculiaridades de los humanos es que buscamos respuestas a algunas de nuestras preguntas mds fundamentales observando la vida de los animales. Esa cria- tura tan despreciada y temida, la rata, ha influido mucho en la investigacién sexual, sobre todo en investigaciones experimentales sobre los efectos de las hormonas “mas- culinas” y “femeninas”. Muchos otros investigadores han encontrado pruebas y apoyo Para sus hipétesis més descabelladas acerca de la diferencia sexual en todos los ani- males, desde los insectos y la humilde lombriz hasta el gortién costero y el mono rhe- sus, No cabe duda de que es mucho lo que se ha aprendido en este proceso, sobre 48 Sexualidad todo acerca del comportamiento animal. Pero muchos temas permanecen atin sin ex- plicacién mediante esos métodos. Desafortunadamente para la simplificacién de la investigacién, los seres humanos somos criaturas complejas, arbitrarias y variables. Manipulamos el lenguaje para re- modelar constantemente nuestras percepciones del mundo y del sexo. Desafiamos la aparente I6gica de nuestra apariencia externa. Hacemos borrosos los limites entre mascu- linidad y feminidad. Creamos diferencias que trascienden las diferencias de género (de edad, raza, necesidad sexual) y construimos fronteras que tienen poca l6gica “en la na- turaleza’. Incluso cambiamos nuestro comportamiento en respuesta a factores mora- les, politicos 0 accidentales. No obstante, todo el tiempo nos gusta complacernos con Ia fantasfa de que nuestra sexualidad es lo més fundamental y natural que nos rodea y que las relaciones entre hombres y mujeres estén establecidas para toda la eternidad, como las huellas en el concreto, por los dictados de nuestra “naturaleza” innata. En una cultura preocupada por la diferencia sexual, como la nuestra, tales creencias tienen efec- t0s sociales decisivos; repitiendo lo ya dicho, la forma como pensamos sobre el sexo mo- dela la manera en que lo vivimos, De modo que los andlisis acerca de los origenes y la forma de las diferencias entre hombres y mujeres son mucho més que debates oscu- ros. Son centrales para el rumbo que toma nuestra sociedad. John Money ha sefialado “la practica cultural, que se da por hecho en nuestra cul- tura, consistente en subrayat las diferencias, incluidas las de conducta, entre los sexos, en lugar de subrayar las semejanzas”,! De esto no puede culparse a la “ciencia del sexo”, dadas las suposiciones culturales profundamente arraigadas con que se encon- traron los primeros sexélogos: de muchas maneras s6lo teorizaron lo que crefan ver. ‘Ademds, muchos de ellos, atentos a la realidad empirica, con el tiempo se sintieron ansiosos por afirmar el traslape tanto como las diferencias. Para Havelock Ellis, en la década de 1930 el sexo era “mutable” y sus fronteras, inciertas, con “muchas etapas entre lo completamente masculino y lo completamente femenino”.? Sin embargo, al mismo tiempo continuaba la busqueda de lo esencialmente femenino y lo esencial- mente masculino, con el resultado inevitable de que se subrayaban las diferencias sexuales a costa de las semejanzas, La sexologia se convirtié en un arma en el conflicto endémico acerca de las funciones sociales apropiadas de hombres y mujeres, que se acentué en los tiltimos decenios del siglo pasado y ha persistido hasta nuestros dias con un ritmo y una intensidad variables. La definicién misma del instinto sexual se derivaba esencialmente de practicas y fantasias masculinas. Baste considerar algunas de las metéforas presentadas en tex- tos sobre el sexo: fuerzas irresistibles, impulsos absorbentes, rios a borbotones, espas- mos incontrolables... Tales imagenes han dominado el discurso occidental sobre el sexo. Los primeros sexélogos utilizaron estas imdgenes aunque intentaron colocarlas "John Money, Love and Love Sickness, Baltimore y Londres, Johns Hopkins Univesity Press, 1980, p. 133. 2 Havelock Ellis, The Prychology of Sex, Londres, William Heinemann, 1946 (La, ed. 1933), p. 194, [Versién. en castellano: Pricologla dels sees, trad. y notas de Manuel Scholz Rich, Barcelona, Iberia, 1965.] Los significados de la diferencia sexual 49 sobre una base més cientifica. Asi, el sexo se definfa como una “ley fisioldgica”, “una fuerza generada por fermentos poderosos”, un impulso “que no puede dejarse de lado en aras de algiin tipo de convencién social” y, de la manera mds gréfica, “un volcan que se consume por el fuego y deja escoria a su alrededor: [...] un abismo que devora todo honor, sustancia y salud”.? La revolucién de Darwin en la biologfa, mediante la cual se demostraba que el hombre era parte del mundo animal, fomenté la biis- queda del animal en el hombre, y lo encontré en su sexo. La sexualidad femenina representaba inevitablemente un problema —un enig- ma, un “oscuro continente”, segtin las famosas palabras de Freud— para estos pun- tos de vista. Segiin una larga tradicién cultural, la sexualidad femenina era voraz, de- voraba y consumia todo. Esta idea ha tenido a ultimas fechas un renacimiento significativo en los comentarios (hechos por hombres) de que el feminismo moderno ha agotado y debilitado a los hombres al favorecer las exigencias sexuales femeninas. Tal argumento probablemente nos dice més sobre los temores y fantasfas del hombre que sobre la mujer, pero de todas maneras cabe sefialarlo como un mito fantasioso y persistente, No obstante, desde el siglo XIX la visién més convencional ha consistido cn tratar la sexualidad femenina bésicamente como una reaccién o respuesta que se aviva sblo a través de cierto tipo de “instinto reproductivo”, o despierta mediante la habilidad del pretendiente, el hombre. El lesbianismo ha sido muy problemético para los tedricos del sexo precisamente porque es una sexualidad femenina auténoma en Ia que el hombre no tiene ninguna funcién. La idea de que hay una diferencia fundamentalentre la naturaleza sexual de hom- bres y mujeres ha sido muy fuerte. Ni siquiera las pruebas recientes, basadas en el tra- bajo de observacién de Kinsey y de Masters y Johnson para demostrar que hay una respuesta fisiolégica similar entre hombres y mujeres, han minado la creencia de que existen diferencias psicosexuales bdsicas en otros aspectos.4 La idea de que hay diferencias entre los pueblos no es en s{ misma peligrosa. Lo que tiene de peculiar la sexualidad es que algunas diferencias se han considerado tan fundamentales que se convierten en divisiones y hasta antagonismos. En el mejor de los casos est4 el argumento de que aunque hombres y mujeres puedan ser diferentes, también pueden ser iguales. En el peor de los casos, las suposiciones acerca de la natu- raleza vigorosa del impulso sexual masculino se han utilizado para legitimar la domi- nacién del hombre sobre la mujer. Podriamos pensar que estas creencias se han visto debilitadas en el pasado cer- cano, sobre todo debido a las criticas del feminismo moderno, al grado de que hoy en dfa gozan de muy poca credibilidad. Sin embargo, nos equivocarfamos. Tomemos como ejemplo la opinién de algunos estudiosos recientes que han influido sobre lo que se conoce como la “nueva derecha” en Inglaterra y Estados Unidos. El fildsofo 3 Véase el andlisisen Jeffrey Weeks, Seauality and its Discontents. Meanings, Miyths and Modern Sexuaites, Lon- dres, Routledge & Kegan Paul, 1985, pp. 80-85. 4 Véase William H. Masters y Virginia E, Johnson, Human Sexual Response, Boston, Litle, Brown and Co., 1966. 50 Sexualidad conservador inglés Roger Scruton ha planteado lo que describe vividamente como la “ambicién desenfrenada del falo”, que evade toda obligacién, como contraria a la fun- cién dada por la naturaleza a las mujeres de “calmar al més vagabundo”. Para George Gilder, ferviente defensor de los valores tradicionales, sdlo las exigencias del matri- monio y la familia pueden canalizar la “agresividad masculina que de otro modo serfa irruptora” hacia la obligacién social de esforzarse por su esposa y sus hijos.> Ast, el ale- gato feminista contra la violencia sexual masculina (culturalmente codificada) se transforma en una defensa de la divisién sexual y de la moralidad tradicional. Ambos estudiosos creen en una naturaleza humana refractaria, que amenaza con provocar trastornos a menos que se restrinja mediante la voluntad moral y la ortodoxia social. Visiones como ésta encuentran una justificacién en la “nueva sintesis” de la so- ciobiologia, mediante la cual el determinismo bioldgico ha disfrutado de un modesto renacimiento. Es importante no exagerar la influencia de esta posible nueva ciencia que podria llegar a existir; pero cabe sefialar, a la vez, las importantes repercusiones que ha tenido, y no sélo en la derecha. La sociobiologfa ha sido utilizada también por fuentes liberales para explicar la renuencia a cambiar por parte de las instituciones so- ciales, y algunos de sus aspectos se han usado para exigit mayor libertad para las mino- rias sexuales sobre la base de su funcionalidad biol6gica. Por lo tanto, debemos estar atentos a su atractivo, asi como a los peligros que en mi opinién le son inherentes. La sociobiologfa fue definida por su padre fundador, E.O. Wilson, como “el estudio sis- temitico de la base biolégica de todo comportamiento social”.* Su objetivo es llenar el hueco abierto entre las teorfas biolégicas tradicionales, por una parte, y las expli- caciones sociales, por la otra, tratando de demostrar que habia un mecanismo clave que unfa a ambas. Este mecanismo, segiin lo expresé uno de los primeros entusiastas de la obra de Wilson, era “la ley fundamental del egoismo de los genes”.” El gen es la unidad bdsica de la herencia, definida como una porcién de la molécula del ADN, que afecta el desarrollo de cualquier rasgo en el nivel bioquimico més elemental. Leva el cédigo que influye sobre el desarrollo futuro. Con esto todos podemos estar de acuerdo. Pero los sociobidlogos alegan —ampliando con entusiasmo las posicio- nes més inciertas de Wilson— que hay genes que existen para cada fenémeno social, de modo que la supervivencia azarosa de los genes podria explicar todas las précticas sociales, desde la eficiencia econémica y el éxito educativo hasta las divisiones de gé- nero y la preferencia sexual. En este modo de pensamiento, la unidad fundamental ya no es “el individuo”, como en la teorfa liberal clasica; tampoco lo es la “sociedad”, como en la otra gran tradicién. El individuo se considera ahora como poco més que un vehiculo para la transmisién de los genes, “una mAquina egofsta, programada para 5 Roger Scruton, “The Case against Feminism", The Observer, 22-de mayo de 1983; George F Gilder, Sexual Suicide, Nueva York, Quadrangle, 1973. SEO. Wilson, Sociobiology: The New Synthesi, Cambridge, Mass, y Londres, Harvard University Press 1975, p.4 7 Richard Dawkins, The Selfish Gene, St. Albans, Granada, 1978, p. 7. Los significados de la diferencia sexual 51 hacer lo que sea mejor para sus genes en general”.* Si esto es cierto, entonces el gran conflicto entre individuo y sociedad simplemente se disuelve: existe un continuum entre la energia eterna del gen y las manifestaciones sociales mas complejas, en que “la sociedad y la naturaleza trabajan en armon{a”. Entonces, ;qué sucede con las ins- tituciones aparentemente sociales como el matrimonio, la crianza, el vinculo social? Son “adaptativas”, segtin el término clave de la sociobiologfa, productos no de la his- toria o del desarrollo social, sino de la “necesidad evolutiva”. ;Y qué sucede con las ideas, los ideales, los valores y las creencias? Segin Wilson, no son més que “meca- nismos que permiten la supervivencia”.? Dando por hecha esta certeza, la existencia de s6lo dos sexos paradéjicamente es un problema para la sociobiologia. E.O. Wilson dice que el sexo es una fuerza antiso- cial en evolucién, ya que causa dificultades entre la gente. La relacién hombre/mujer esté llena de desconfianza y explotacién mutuas. Es més probable que haya altruismo —necesario para la supervivencia de los genes— cuando todos son iguales. Entonces, gpor qué no se lleva a cabo la reproduccién humana mediante la partenogénesis, co- mo sucede con algunas criaturas primitivas? .Y por qué hay dos sexos y no tres 0 cuatro o.cinco? “Para er totalmente honestos —aceptan Cherfas y Gribbin— nadie lo sabe.”!9 Concluyen que, por esta razén, el sexo es tan enigmatico. Los sociobiélogos por fin han decidido, después de mucho barajar sus tarjetas de datos, que la raz6n més probable para la reproduccién sexuada es que promueve la diversidad, la capacidad de barajar el mazo genético para compensar las apuestas contra un ambiente que cambia en forma impredecible. Dos sexos son suficientes para asegurar la maxima recombinacién gené- tica potencial. Dos sexos también aseguran salud y resistencia, al mezclar los consti- tuyentes quimicos lo suficiente para producir inmunidad contra las enfermedades. De manera que la tarea de los hombres “consiste en proporcionar los medios para que las mujeres puedan prevenir las enfermedades":!! lejos de ser “redundantes”, los hombres todavia son esenciales para el futuro de la raza humana. Independientemente de las especulaciones intrincadas (y a veces metafisicas), flu- ye de todo esto una conclusién sobresaliente: “En lo que se tefiere a la sexualidad, hay una naturaleza humana femenina y una naturaleza humana masculina, y estas natu- ralezas son extraordinariamente diferentes.”!” Esas diferencias empiezan y terminan, segiin parece, con las caracteristicas evolutivas del évulo y los testiculos. Dado que los hombres tienen una cantidad casi infinita de espermatozoides (millones con cada eya- culacién), mientras que las mujeres tienen una provisién muy restringida de évulos (alrededor de 400 en una vida), se deduce que los hombres tienen una propulsién evolutiva hacia la difusién de sus semillas para asegurat la diversidad y el éxito re- * Ibid, p.71. 9B. 0. Wilson, On Human Nature, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1978, p. 3. '® Jeremy Cherfas y John Gribbin, The Redundant Male, the Bodley Head, Londses, 1984, p. 4. "Pid. p. 178, Donald Symons, The Esoltion of Harman Seculi Oxford y Nueva York, Oxford University Press, 1979, p. 1. 52 Sexualidad productivo y, por ende, hacia la promiscuidad; mientras que las mujeres tienen un in- terés equivalente en reservar la energia, un instinto de conservacién y, por lo tanto, se inclinan hacia la monogamia. De ah{ se puede deducir la explicacién de todas las otras diferencias supuestamente fundamentales: mayor competencia entre los hom- bres que entre las mujeres, mayor tendencia de los hombres hacia la poligamia y los celos mientras las mujeres son “més maleables” y déciles, y una mayor voluntad sexual y potencial de excitacién en los hombres que en las mujeres: “Entre todos los pueblos, la copulacién se considera esencialmente como un servicio 0 favor que las mujeres hacen a los hombres, y no al contrario, independientemente de cudl de los, sexos desea, o se cree que desea, mayor placer del acto sexual”.!3 La sociobiologfa tiene cierto encanto embriagador, sobre todo porque offece ter- minar con el estancamiento de las explicaciones sociales que solian afrontar las cien- cias sociales en la década de 1970. También —y quizds éste sea su mayor atributo— parece hablar con creencias muy difundidas, de sentido comuin, sobre la naturalidad de las divisiones sexuales. Va en el mismo sentido, y no en contra, de la veta del pre- juicio popular. Pero si bien puede afirmar que explica algunas cosas (el amor a pri- ‘mera vista “sencillamente puede set la poderosa respuesta del cuerpo al aroma de un conjunto muy diferente de antigenos de histocompatibilidad’; la homosexualidad puede ser necesaria para impulsar la preocupacién altruista por los hijos de hermanos y hermanas), no puede explicar otras de manera general y convincente (por qué hay variaciones entre diferentes culturas, por ejemplo, o por qué la historia con frecuen- cia experimenta cambios sociales répidos). Como enfoque, también es profunda- mente conservador en sus implicaciones, ya que si la explicacién de lo que hacemos desde el punto de vista social y sexual esté en la azarosa colisién de genes, entonces es poco lo que podemos hacer para cambiar las cosas: doblar la varita un poquito aqui, enderezarla por allé, pero no demasiado en ningiin sentido porque toda la rama se puede romper. Si, como reafirman H.J. Eysenck y Glenn Wilson, “en las actitudes se- xuales ampliamente variables que observamos cuando miramos a los hombres y las mujeres {hay] un fuerte origen biolégico subyacente”, entonces son ut6picas las exi- gencias feministas e incluso las reformas liberales. Como dijeron algunos partidarios anteriores del determinismo biolégico, en el contexto de un auge anterior de activi- dad ferninista: “Lo que fue decidido entre los protozoarios prehistéricos no puede ser anulado por un decreto del Parlamento.” No hay mucho que discutir al respecto. Desde luego, esto puede ser parcial o totalmente cierto. El problema es que, si bien las pruebas de la biologia y la historia natural resultan muy atractivas, no son con- cluyentes, Tal vez sea imposible, afin de cuentas, refutar una hipStesis sociobiolégica —auién sabe con qué puede salir la “ciencia’—, pero es igualmente dificil compro- barla. En el mundo real de la sexualidad en que vivimos, las cosas son un poco més ° Ibid. pp. 27-28. '“ HJ. Bysenck y G.D. Wilson, The Pychology of Sex, Londres, Dent, 1979, p.9.[Véasen. 2 de est cap. para la referencia dela versin en castellano.) Los significados de la diferencia sexual 53 complejas de lo que quieren hacernos creer los sumos sacerdotes de la “tradicién sexual” (entre quienes ahora debemos contar a los sociobiélogos). Por lo general, los partidarios més fervientes del determinismo biolégico muestran tres modos caracte- tisticos de argumentar: la argumentacién por analogias una dependencia, que llega a ser casi una tiran{a intelectual, respecto de las “afirmaciones promedio”, y por tiltimo lo que llamaré, a falta de una frase mejor, la hipétesis del “agujero negro”. Todas pre- sentan muchas dificultades. 1. Argumentacién por analogia Este procedimiento supone que observando a los animales salvajes podemos descifrar el cédigo de nuestra civilizacién. El renovado interés en observat a los animales en su habitat natural durante los afios de entreguerras fue una de las ralces de la sociobio- logta. E.O. Wilson dedicé la mayor parte de sus primeros intentos a hacer una sin- tesis en insectos y aves. El problema aqui es que, a pesar de los esfuerzos por realizar una observacién neutral, los prejuicios humanos se introducen sin que nos demos cuenta, Como han dicho Rose et al Una y otra ver, con el fin de apoyar la afirmacién de la inevitabilidad de un rasgo dado del orden humano, los deterministas biolégicos intentan presentar sus afirmaciones como uni- versales. Si la dominacién masculina existe en los humanos, es porque también existe en los mandriles, los leones, los patos, o lo que sea. Los estudios etolégicos estin repletos de re- ccuentos de los “harenes” de mandriles, la domiinacién por parte del len macho sobre “su” manada, la “violacién masiva’ en patos silvestres y la “prostitucién’” en colibries.'® No hace falta decir que aqui se da una atribucién de explicaciones sociales muy exa- geradas al comportamiento animal. ,Por qué habria que ver a los agrupamientos de animales hembra como harenes? Igualmente podrian verse, si se atiende a todas las pruebas en contrario disponibles, como prototipo de grupos de mujeres para crear conciencia. Decir esto tal vez provoque alguna sonrisa. Pero también deberfa hacerlo el argumento circular mediante el cual se atribuyen a los animales las explicaciones derivadas de la experiencia humana y luego se usan para justificar divisiones sociales en a actualidad. 2. La tiranta de los promedios Este es tal vez el argumento mis insidioso. En promedio, los hombres pueden ser més activos sexualmente que las mujeres. Los hombres homosexuales pueden ser més pro- '5 Steven Rose, Leon J. Kamin y R.C. Lewontin, Not in Our Genes. Biology Ideology and Homan Nasure, Has- mondsworth, Penguin, 1984, p. 158 54 Sexualidad miscuos que las mujeres homosexuales. Esto, como dicen los sociobislogos, puede tener algo que ver con los genes. También puede tener algo que ver con la cultura: mayotes oportunidades para la expresién sexual masculina y para la eleccién de la pareja, por ejemplo, Sobre todo, decir que en promedio los hombres tienen mas ac- tividad sexual que las mujeres es lo mismo que decir que algunas mujeres son més activas sexualmente que algunos hombres. Los enunciados sobre promedios son ver- daderos, pero no particularmente titiles. No obstante, llevan un enorme peso, por lo menos en parte, porque preferimos las divisiones claras a la ambigiiedad. Sin em- bargo, la naturaleza misma puede set muy ambivalente, como lo sugiere la idea misma de los “promedios”. ;Por qué nosotros no? 3. La hipétesis del “agujero negro” Este es el timo recurso para quienes no encuentran ninguna explicacién para las di- ferencias sexuales. Si todo lo demds no logra explicar los fenémenos humanos, en- tonces tiene que existir una explicacién biolégica. Si hay mds hombres que mujeres en puestos ejecutivos, entonces de seguro lo explica la biologi. Si la sociedad se resiste a las politicas del feminismo, debe de ser porque estén contra la naturaleza humana. Si la homosexualidad no puede explicarse ni por la sociologia ni por el psicoandliss, entonces la biologfa (hormonas, instintos, genes...) debe explicarla. Un ejemplo clé- sico de esto lo podemos ver en la conclusién del informe final del Instituto Kinsey sobre la homosexualidad, Sexual Preference.!6 Los autores exploran con detalle la falta de pruebas de una causa nica que explique la homosexualidad, y concluyen que ni la sociologfa ni la psicologia la aclaran, Pero, en lugar de poner a prueba la hipétesis (avalada por el mismo Kinsey) de que la homosexualidad, por lo tanto, no era una condicién unitaria con ra{ces tinicas, los autores concluyen que debe de haber una explicacién biol6gica. Esto, en el contexto de! libro, es especulacién vana, Esa “solucién’” le debe més al prestigio continuo de las ciencias bioldgicas que a la com- probacién. La biologfa llena una laguna que no han querido no han podido llenar las explicaciones sociales. No pretendo minimizar la importancia de la biologfa. Las capacidades biolégi- cas proporcionan claramente el potencial a partir del cual se configura gran parte de lo humano y fijan el Iimite de las actividades sociales. La cépula, la reproduccién, la alimentacién y la muerte tienen un origen claramente biolégico y proporcionan los pardmetros de la existencia humana. Otros factores biolégicos menos césmicos tam- bién tienen efectos sociales. Las diferencias genéticas (entre hombres y entre mujeres, asi como entre unos y otras) pueden afectar las apariencias fisicas, el tamafio, la fuer- 6 Alan P Bell, Martin S. Weinberg y Sue Kiefer Hammersmith, Sexual Preference. Its Development in Men and Women, Bloomington, Indiana University Pres, 1981, pp. 191-192. Los significados de la diferencia sexual 55 za, la longevidad, el color del cabello y de los ojos. La produccién diversa de hormo- nas puede afectar la maduracién sexual, la distribucién de vello corporal, el depésito de grasa y el desarrollo muscular. Estas manifestaciones no carecen de importancia, ya que se elaboran segiin cédigos culturales complejos que establecen la apariencia fi- sica y el comportamiento apropiado o inapropiado para cada género. Pero, a fin de cuentas, lo realmente importante son los significados sociales que damos a estas di- ferencias. Si, como ha dicho John Nicholson, “las diferencias biolégicas entre los sexos en realidad son minimas cuando se comparan con las semejanzas”!” y, de hecho, sdlo uno de los 100 mil genes necesarios para formar a cada persona distingue a los hombres de las mujeres, entonces deberian revalorarse las marcas criticas que usamos convencionalmente para delimitar la diferencia. Aparentemente las diferencias anarémicas son las esenciales, De acuerdo con la pre- senciao ausencia de los érganos masculinos o femeninos, se asigna el género en el mo- mento mismo del nacimiento. No obstante, la posesién de un pene o una vagina no puede ser una norma universalmente aplicable. En las aves, el macho no tiene pene; otros animales slo tienen “érganos insertables adjuntos”, como los gonopodios en tibu- ronesy cazones.!® Incluso entre los humanos no es transparente el significado de estos érganos muy reales. La vagina puede concebitse como pasiva o como devoradora. El clitoris se ha conceprualizado como no més que un “vestigio de falo” y como el sitio del potencial multiorgésmico de las mujeres. El pene tiene un valor simbélico aun més sobrecargado en nuestra cultura, Su naturaleza “embestidora’, “vigorosa” y “penetrante” se ha considerado como el modelo mismo de la sexualidad masculina activa. No obs- tante, como ha sefialado agudamente Richard Dyer, hay una marcada discrepancia en- tre este simbolismo y la manera como se suele experimentar el pene: Los genitales masculinos son cosas frigiles, fofus, delicadas [...]. Los penes s6lo son unas co- sitas (también los grandes) con poco poder de permanencia, bonitos si se aprende a verlos asl pero no mégicos ni misteriosos ni poderosos en si mismos, es decir, objetivamente carentes de poder real. El significado que damos a los érganos masculinos y femeninos es social y psicolé- gicamente importante. Segtin los conceptos del psicoanilisis, la existencia o la ausencia del pene masculino (es decir, el temor o la fantasia de la castracién) son esenciales para la negociacién de la crisis edipica y para la adquisicién o no de la mascu- linidad y la feminidad psicolégicas, para la organizacién misma de la diferencia sexual. Pero los significados esenciales que les asignamos, segiin Freud, son exigidos por la cultura y no surgen directamente sélo de la biologia. 17 John Nicholson, Men and Women. How Different are They?, Oxford y Nueva York, Oxford University Press, 1984, p. 6. 18 John Archer y Barbara Lloyd, See and Gender, Harmondsworth, Penguin, 1982, pp. 47-48. 1 Richard Dyer, en Andy Metcalfy Mastin Humphries (comps), The Sexuality of Men, Londres, Pluto Pres, 1985, pp. 30-31. 56 ‘Sexualidad La misma ambigiiedad potencial existe respecto de otras dos marcas menos ob- vias: la conformacién cromosémica de hombres y mujeres y los esquemas hormona- les. En primer lugar, la existencia de diferencias cromosémicas es muy conocida, Esta distincién es la que se hace en las competencias deportivas internacionales para de- finir los sexos, y en ella los competidores, sobre todo en los torneos atléticos femeni- nos, tienen que pasar por una prueba de cromosomas sexuales.2° Los seres humanos tienen 46 cromosomas en el nticleo de cada célula de su cuerpo: 22 pares y dos cro- mosomas sexuales. En las mujeres éstos son idénticos (XX); pero en los hombres uno ¢s una estructura incompleta que lleva poco material genético (el cromosoma ¥: los hombres suelen tener el par XY). La dificultad reside en que estas marcas no son absolutas. A veces los cromoso- mas no se separan durante la divisin celular de la manera acostumbrada, dando lu- gat a esquemas de XXY, X, XXX o XYY: json éstos masculinos o femeninos? A veces hay individuos cuyos cromosomas dicen una cosa y cuya apariencia dice otra: masculinos porque tienen cromosomas XY y poseen testiculos que secretan la hormona mascu- lina; pero ambiguos porque, debido a una insensibilidad andrégena congénita, no se han masculinizado externamente. Aun la naturaleza, con toda su sabiduria, aparente- mente llega a equivocarse. Archer y Lloyd”! concluyen que anormalidades como éstas “jJustran la naturaleza compleja y precaria del proceso de desarrollo” y, por lo tanto, de la divisién entre los sexos. De manera parecida, y en segundo lugar, se ha exagerado la importancia asig- nada a las hormonas, los mensajeros qu(micos secretados por las glandulas. La hor- mona principal producida por los testiculos es la testosterona; a ésta, junto con las hormonas del mismo tipo general, se las llama andrégenos u “hotmonas masculi- nas”, Las hormonas principales producidas por los ovarios son el estrdgeno y la pro- gesterona (las “hormonas femeninas”). Estas hormonas sin duda son importantes para el desarrollo: la testosterona produce cambios importantes en la adolescencia, entre los que se cuenta el engrosamiento de la voz y la aparicién del vello corporal. El aumento de los niveles de estrdgeno en las nifias durante la pubertad provoca el desarrollo de los senos, la redistribucién de la grasa y el comienzo del ciclo mens- trual. Pero aun asf, no estamos hablando de posesiones tinicamente masculinas y fe- meninas. Tanto los ovarios como los test(culos producen las tres hormonas, y las glindulas suprarrenales secretan andrégenos en ambos sexos. Lo que difiere es la Proporcién. Una vez mds, no hay una divisién absoluta. Como dijo Kinsey hace al- giin tiempo: “El hecho de que las hormonas se produzcan en las g6nadas no es ra- z6n suficiente, a falta de otras pruebas, para pensar que son los agentes primarios que controlan las capacidades del sistema nervioso de las que depende la respues- ta sexual.”22 ® Ascher y Lloyd, op. cit, p. 47. » id, p. 69. ® Alfred C. Kinsey, Wardell 2 Pomeroy, Clyde E. Martin y Paul H. Gebhard, Sexual Behavior in the Haman Los significados dela diferencia sexual 57 Las hormonas, no més que los cromosomas, son decisivas en la configuracién de las diferencias sexuales psiquicas y sociales. LA SEXUALIDAD Y LAS RELACIONES SOCIALES El determinismo biolégico insiste en el cardcter fijo de nuestras sexualidades, en su resistencia ante todos los esfuerzos de modificacién. Por otra parte, las explicaciones sociales e hist6ricas suponen un alto grado de fluidez y flexibilidad en la “naturaleza humana’, en su potencial de cambio. Las datos de otras culturas, y de épocas distin- tasa la nuestra, muestran que hay muchas maneras diferentes de ser “hombre” y “mu- jer”, modos distintos de vivir la vida social. La experiencia de nuestro propio pasado reciente ha mostrado las poderosas maneras en que un movimiento social enérgico —el feminismo—, con poco apoyo institucional, puede influir en las relaciones sexua- les y en muchos casos transformarlas. Cabe imaginar el poder del cambio social ré- pido en el pasado. Nuestra mayor conciencia de otras culturas deberfa hacernos estar mis atentos a otras formas de interaccién, dado que, a través de la perspectiva de di- ferencias y cambios culturales, podemos empezar a reflexionar sobre la contingencia histérica de nuestra propia “naturaleza humana” y cuestionar el supuesto cardcter fijo de nuestras posiciones como “hombres” y “mujeres”. Hay pruebas abrumadoras que sugieren que la sexualidad estd sujeta a un enorme grado de modelacién socioculeural, al grado de que, como ha dicho Plum- mer, “la sexualidad no tiene mas significado que el que se le da en situaciones socia- les’23 Pero plantearlo asi, desde luego, no resuelve las dificultades; slo las conduce por un camino algo diferente. Porque si bien el sexo y la diferencia sexual son socia- les en su forma, atin necesitamos saber dénde situar los limites de las explicaciones puramente sociales, cudles son los limites de la modelacién cultural. {Es el sexo to- talmente un asunto de determinacién social? Son totalmente intercambiables los papeles desempefiados por hombres y mujeres? ;Son nuestras naturalezas sexuales infinitamente plsticas, “increfblemente maleables”, segtin las conocidas palabras de Margaret Mead? Inevitablemente surgen tales preguntas, y hay que aceptar que toda- vfa estamos bastante inseguros respecto de las respuestas adecuadas. Sabemos lo que no son nuestras naturalezas sexuales; no son eternamente fijas, biolégicamente deter- minadas ni inmutables. Pero no estamos seguros de lo que sf son. Por lo tanto, existe el peligro real de confrontar un esencialismo biolégico ina- decuado con un esencialismo sociolégico igualmente inadecuado, en el que la Female Filadelfiay Londres, W.B, Saunders Company, 1953, pp. 728-729. [Véase n. 5 del cap. 2 para a referencia dela versién en castellano] . 23 Kenneth Plummer, Sexual Stigma. An Interactionist Account, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1975, p. 32. 58 Sexualidad maleabilidad de la sexualidad siempre estard a merced de imperativos sociales deter- ministas. Para los influyentes antropélogos sociales de los afios de entreguerras, el ob- jeto principal de estudio no era la naturaleza humana, sino la “configuracién cultu- ral”. Esto representé un verdadero avance, ya que oblig6 a reconsiderar muchas “verdades” sociolégicas preciadas. No obstante, habia problemas reales respecto del relativismo cultural que de alli surgié, Cada cultura se presentaba como un conjunto necesario ¢ inexplicable de diferencias respecto de los otros. La historia, el desarrollo y el cambio no se consideraban asuntos importantes, Ademds, se crefa que cada socie- dad se imponfa sobre sus habitantes como una totalidad en que todas las posiciones sociales eran respuestas necesarias a las exigencias de la sociedad. Este tipo de argu- mento fue retomado por muchos estudiosos posteriores para hablar en favor de la funcionalidad de los papeles sexuales. Segiin Weinstein y Platt, los individuos “acep- tan y reproducen los esquemas de conducta requeridos por la sociedad”, en los que la familia es el conducto principal para esta modelacién social, y los “papeles socia- les” netamente complementarios son el resultado necesario. Esto no parece dejar mucho margen para maniobrar. No sélo se considera a la sociedad como el motor principal, sino que debemos suponer que los individuos son hojas en blanco, tabula rasa, sobre las que se imprimen las caracter(sticas requeridas para el funcionamiento adecuado de la sociedad. Esta organiza una divisién sexual del trabajo para satisfacer sus necesidades: de reproduccién, alimentacién, empleo, actividades domésticas y sexo, Incluso crea papeles sociales desviados y estigmatizados —por ejemplo, el “papel” de los homosexuales en nuestra cultura— para ofrecer nichos a quienes no estén to- talmente adaptados y como un llamado de alerta para el resto de la sociedad sobre los terribles efectos de apartarse de las convenciones. Es evidente que tales argumentos tienen su atractivo. Oftecen una explicacién clegante para las divisiones y diferencias obvias que nos rodean. Pero cualquier teorfa que otorgue a la “sociedad” una voluntad consciente y que considere que todas las partes se integran como un reloj maravilloso conlleva un problema: zdénde cabe la gente con su voluntad subjetiva? Ademds, este acento sobre la modelacién social pro- voca un resultado curiosamente paradgjico. Al subrayar lo social como el motor prin- cipal, se dejan de cuestionar algunas caracteristicas de la “naturaleza’. De manera més especifica, en la mayoria de los informes socialmente deterministas no se cuestiona sino, al contrario, se reafirma la necesidad de una divisién sexual del trabajo de acuerdo con las diferencias anatémicas. Esto se hace evidente en la obra de Margaret Mead, quien hizo més que nadie para sugerir que la naturaleza humana era flexible. En Sex and Temperament in Three Primitive Societies, encontré una amplia gama de variaciones sexuales en Nueva Gui- 2 Fred Weinstein y Gerald M. Platt, The Wish tobe Fre, Pryche and Value Change, Berkeley, University of Ca- lifornia Press, 1969, p. 6. ‘Los significados de la diferencia sexual 59 nea?5 Los arapesh no tenfan un concepto del sexo como una fuerza abrumadora ni en hombres ni en mujeres, y ambos sexos tenfan cualidades que podrfan llamarse “maternales”, Entre los mundugumor, por otra parte, tanto hombres como mujeres estaban activamente sexualizados y tomaban la iniciativa. En la tercera tribu, los chambuli, habla una inversién total de las actitudes sexuales en relacién con nuestra cultura, pues dominaban las mujeres y los hombres eran emotivamente dependien- tes. En un trabajo posterior, al resumir la informacién, Mead sugirié que “en todas las sociedades conocidas, el género humano ha elaborado la divisidn bioldgica del tra- bajo en formas que con frecuencia sélo estén relacionadas de manera muy remota con las diferencias biolégics originales que proporcionaron las pistas originales [...]ve- ces una cualidad se ha asignado a un sexo, a veces al otro”. No obstante, al mismo tiempo que se reafirma la posibilidad de la modelacién social, esas “pistas originales” adquieren una importancia capital. Porque si la sociedad humana ha de sobrevivir, dice la autora, “debe tener un esquema de vida social que se adapte a las diferencias entre los sexos” 2” ;Y cules son éstas? Las capacidades reproductivas son claramente diferentes entre hombres y mujeres, e incluso es poco probable que el desarrollo de las tecnologias reproductivas modifique esto de manera fundamental. Sobre la base de estas diferencias, las culturas han desarrollado funciones distintas para las labores pa- ternas y maternas, la alimentacién, el trabajo y la organizacién doméstica. Pero, como muestran los escritos de la misma Mead, la forma de esas funciones varia enorme- mente, ya que a veces hombres y mujeres son intercambiables en las cualidades que lamamos “maternales” y “paternales”. Silas funciones sociales son tan flexibles, si no hay una conexién necesaria entre reproduccién, género y atributos sexuales, no queda claro por qué son tan radicalmente necesarias las dicotomias sexuales perfectamente definidas, a menos que supongamos a priori que son inevitables. Es dificil evitar la conclusién de que, al final, Mead da por hecho la importancia primordial de la ana- tomfa: la diferencia anatémica garantiza las funciones tequeridas por la sociedad. Esto puede ser cierto, pero nunca se cuestiona por qué lo es. Desde luego, es muy impor- tante saber por qué tantas culeuras han elegido la anatomia como la base fundamen- tal de nuestros destinos. Debemos ir més allé de la simplicidad de algunas de estas explicaciones. Consi- dero especificamente que la “sociedad” no es tan unificada y total en su impacto como lo sugieren estas teorfas, ni tampoco son tan marcadas y decisivas las I{neas de dife- rencia. Si nos fijamos en lo que queremos decir con “sociedad”, encontraremos que en la practica cualquier teoria social confirma la complejidad de las relaciones sociales, las “multiples realidades” a través de las cuales negociamos nuestra vida co- 25 Margaret Mead, Sec and Temperament in Thre Primitive Societies, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1948, pp. 279-280. [Versién en castellano: Sexo y temperament, trad, Inés Malinow, Buenos Aires, Paidés} 2 Margaret Mead, Male and Female. A Study ofthe Sees in a Changing World, Londses, Victor Gollance, 1949, .7. [Version en castellano: Masculino y fomenino, trad. Roslla Pereda, Madrid, Minerva, 1994, Ibid, p. 163. 60 Sexualidad tidiana. La “sociedad” no es un todo gobernado por un conjunto coherente de de- terminantes, sino una red intrincada de instituciones, creencias, hdbitos, ideologtas y pricticas sociales que no tienen una unidad a priori y cuyas verdaderas relaciones de- ben ser descifradas més que tomarse al pie de la letra. Si transferimos esta visién de “lo social” a las actividades sexuales, veremos que lejos de que la “sociedad” modele la “sexualidad” de manera directa, lo que describimos como sexual se construye me- diante una complejidad de relaciones sociales, cada una de las cuales tiene una visi6n diferente de lo que constituye el sexo y la conducta sexual apropiada. Michel Foucault ha sugerido que el aparato moderno de sexualidad es heterogéneo; en él se incluyen “discursos, instituciones, conformaciones arquitecténicas, reglamentos, leyes, medi- das administrativas, afirmaciones cientificas, proposiciones filoséficas, moralidad, fi- lantropfa, etcétera’.2® Todos estos elementos en conjunto forman lo que definimos como sexualidad, aunque es evidente que no dicen las mismas cosas ni pueden ha- cerlo, ni se dirigen a nosotros de manera idéntica. En el mundo de la sexualidad existe gran variedad de informes diferentes y muchas veces contradictotios de lo que significa ser sexual: conjuntos organizados de significa- dos (“discursos”), articulados mediante una gran variedad de lenguajes diferentes, y an- clados en una densa red de actividades sociales. Los conceptos tradicionales cristianos del comportamiento sexual, por ejemplo, dependen de ciertas suposiciones acerca de la naturaleza humana: que es incorregible o corrupta, que la divisién de los sexos esté predeterminada, que la actividad sexual s6lo se justifica por la reproduccién o el amor. Estas creencias estan establecidas en un conjunto de textos: interpretaciones y comentarios biblicos, derecho canénico, sermones. Se generalizan a través de un len- guaje de certeza y moralidad, que separa a los pecadores de los redimidos, a los mo- rales de los inmorales, Estos significados se encarnan en instituciones que trabajan para reforzar creencias y conductas: iglesias, la posicién privilegiada de ser padre o madre, las practicas de la confesién o el testimonio ante Dios, la existencia de es- cuelas religiosas, los sacramentos del bautismo y el matrimonio e incluso, en muchos paises, el sistema legal. La totalidad de estos discursos y précticas construyen “posi- ciones de sujeto”, en las que la elite moral puede reconocerse realmente como parte de los elegidos, mientras los pecadores se sittian més allé de la esperanza de redencién. Los individuos son configurados, y se configuran a s{ mismos, en relacién con esos conjuntos preexistentes de significados, que intentan reglamentar y controlar la con- ducta de acuerdo con reglas firmes y consciente o inconscientemente asimiladas. Aqui, la idea del “libreto”, usada por algunos socidlogos interactives para dar cuenta de la manera como interpretamos nuestros significados sexuales, es una me- téfora fuerte, aunque inevitablemente ambigua; John Gagnon ha sugerido que “los li- bretos especifican, al igual que los anteproyectos, el quién, qué, cundo, dénde y por 2 Michel Foucault, Power/Knowledge, Colin Gordon (comp), Brighton, Harvester Press, 1980, p. 194. [Ver- sign en castellano: Padery saber, México, La Piquets] Los significados dela diferencia sexual 61 qué de ciertos tipos de actividad [...]. Es como un anteproyecto o mapa de carrete- ras 0 teceta, que da indicaciones”.”? Desde luego, no seguimos por completo estas pautas, porque si lo hiciéramos seriamos todos iguales, y la “inmoralidad”, la desviaci6n o la transgresién casi no existirfan. Pero los “libretos” que aparecen en ciertas practicas sociales establecen los pardmetros dentro de los cuales estin las opciones individuales disponibles. La me- téfora tiene otro valor: sugiere que coexisten diversos significados sexuales posibles en un momento determinado. En el Occidente cristiano hemos estado sometidos a una multitud de definiciones incompatibles y con frecuencia contradictorias. Desde el siglo XIX la medicina ha trabajado arduamente para desplazar a la religién como la fuerza principal en la reglamentacién de la sexualidad. Su lenguaje habla menos de moralidad y més de la sexualidad “natural” y la “antinatural”, la sana y la enferma; su centro institucional es la clinica, el hospital o el divin del psiquiatra (Michel Foucault no fue el primero en sugerir una analogia entre el modo confesional y la curacién me- diante el habla en el psicoandlisis: Freud también planted esa relacién). Luego esin los lenguajes del derecho, la educacién, la antropologia, la sociologfa y la politica, todos los cuales hablan en tonos cuidadosamente diferenciados acerca de la sexuali- dad: jes un producto de la criminalidad, la alimentacién, la variaci6n cultural, la eleccién politica? Y, desde luego, estén los contradiscursos, los lenguajes de oposi- cién, y muchas veces militantes, de los nuevos movimientos sexuales. Vivimos en un. mundo de descripciones y definiciones opuestas y con frecuencia contradictorias. El surgimiento de diferencias sexuales claras, por lo tanto, es un proceso prolon- gado para cada sujeto individual, aprendido en todas las complejidades de la vida social. La vida familiar proporciona modelos, aunque éstos de ninguna manera estén bien definidos, Las escuelas transmiten mensajes claros, aunque no siempre en el mismo sentido. La valoracién por los compafieros cuida las barricadas contra la desviacién so- cial, Los ritos de galanteo, iniciacién sexual y hasta violencia sexual afirman las divi- siones. Los deseos y la eleccién de la pareja aseguran la senda de normalidad o el camino alaconducta no ortodoxa. Las representaciones en los medios de difusién construyen las imagenes de las identidades deseables. El involucramiento en lo religioso, lo mo- ral ylo politico ayuda a organizar modos adultos de vida. Incluso el azar trae su influen- cia caprichosa. En respuesta a todas estas influencias, entre muchas otras, construimos nuestra subjetividad, nuestro sentido de quiénes somos, cémo llegamos a donde esta- mos, dénde queremos ir: nuestras identidades como hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales o lo que sea, son producto de procesos complejos de definicién y au- todefinicién en un ordenamiento complejo de relaciones sociales. Por lo menos en la superficie, esto sugiere que las identidades masculina y feme- nina, lejos de estar fijadas para toda la eternidad mediante atributos naturales, son no poco fragiles y azarosas, estén sujetas a diversas influencias y con frecuencia estén despa- % John H. Gagnon, Human Sexualitcs, Glenview, Illinois, Scot, Foresman and Co., 1977, p. 6. 62 Sexualidad rradas por contradicciones. Por ejemplo, aprendemos desde muy jévenes en nuestra sociedad especifica que ser “hombre” es no ser homosexual. La homosexualidad mas- culina ha sido estigmatizada durante varios siglos como afeminada, una inversién de género, precisamente “poco hombre”. Pero también sabemios que muchos “hombres verdaderos” se consideran homosexuales y que la década de 1970 presencié una “ma- chizacién’” del mundo gay. Aqui, las opiniones convencionales acerca de lo que es ser hombre entran en conflicto con los deseos sexuales y (probablemente) con las acti dades sexuales; sin embargo, para muchos hombres gay, ambas se mantienen en ten- sién, La sexualidad de las mujeres proporciona otro ejemplo: la sexualidad femenina ha sido definida tradicionalmente como de respuesta, nutricia y estrechamente aso- ciada con la reproduccién. Pero durante los tiltimos decenios, los cuerpos de las mu- jeres han sido cada vez més sexualizados en los medios de difusi6n y en general en todo tipo de representaciones. Se puede hablar de la misma mujer en las pAginas de una revista de modas como una ama de casa eficiente, carifiosa y doméstica, y tam- bién como fermme fatale, sensual y seductora, sin darse cuenta de que las distintas de- finiciones pueden contradecirse o tener efectos confusos. En nuestra mente y en nuestra idea de lo sexual mantenemos una multitud de datos variables y con fre- cuencia contradictorios respecto de nosotros mismos, nuestros motivos, nuestros deseos y esperanzas y nuestras necesidades. Pero el mundo social exige distinciones y crea I{mites. La “masculinidad” y la “fe- minidad” tal vez no sean conceptos unificados. Estin llenos de mensajes contrarios y contradictorios, y tienen diferente significado en contextos distintos. No significan lo mismo en documentos sociales formales 0 cédigos legales que en el prejuicio popu- lat. Significan cosas distintas en diferentes Ambitos de clase, geogréficos y raciales. No obstante, independientemente de las calificaciones que hagamos, existen no sélo como ideas poderosas, sino como divisiones sociales radicales. Lo hacemos de dife- rentes maneras en distintos momentos, pero siempre dividimos a la gente en “hom- bres” y “mujeres”. Ademas, no hablamos de diferencias sencillas ¢ insignificantes: de hecho, nos referimos a diferencias de poder y a situaciones hist6ricas en que los hom- bres han tenido el poder, en lo social y en la préctica, para definir a las mujeres. La masculinidad y la sexualidad masculina siguen siendo las normas con las que juz~ gamos a las mujeres. Esto no significa que las definiciones masculinas se acepten sin més; al contrario, en el nivel individual y colectivo hay luchas constantes acerca de los significados sexuales. Pero las luchas se dan dentro de los Ifmites establecidos por los términos dominantes y contra ellos. Estos, a su vez, estan codificados a través del acto de privilegiar socialmente ciertas relaciones especificas, en el matrimonio y los arre- glos familiares, asf como en un mont6n de otras instituciones y actividades sociales, a través de las cuales se construyen y reafirman constantemente las identidades de género y sexuales. Tal vez la mayor parte de esto ocurre en un nivel en que sus sutilezas escapan a nuestra atencién consciente. Pero aun entre los jévenes, como lo han demostrado cla- ramente algunos investigadores recientes, su peso puede ser determinante. Las ob- ‘Los significados de la diferencia sexual 63 servaciones de Mica Nava en centros juveniles describen las presiones extremas para ajustarse a las divisiones sexuales y a los pactos heterosexuales aceptados, que existen y se refuerzan constantemente entre adolescentes mediante el lenguaje, el rito y la in- teraccién. En tales centros, escribe: La reglamentacién de las muchachas es impuesta mayormente pot los muchachos, quienes se apoyan en una idea de feminidad que incorpora modos especificos de comportamiento, de- ferencia y sumisién sexuales(...]. En esta cultura fuera del hogar, ls muchachas son obser- vadoras de la actividad de los muchachos y guardianas dela pasividad de las muchachas Tal poder se encuentra en grupos de muchachos (y muchachas) que, a través de la referencia 4 ciertos discursos y categor{as —como “golf” y “maricén’—, logran asegurar conductas fe- ‘meninas y masculinas “apropiadas” >? Este es un paradigma de cémo se institucionalizan y refuerzan las diferencias en toda la vida social, desde las practicas en el trabajo (“acoso sexual”) hasta las convencio- nes de la calle (“silbidos”) y ritos rutinarios en bares y otras actividades sociales. A pesar de todos los cambios que han ocurrido (las investigaciones de Nava se realiza- ron después de un decenio de publicidad, aparentemente sin precedentes, de mane- ras distintas de ser hombre y mujer), la sexualidad masculina segiin su definicién cultural proporciona la norma, mientras que la sexualidad femenina sigue siendo el problema, lo cual no debe sorprendernos. Los hombres, al Aacerse hombres, asumen tuna posicién en ciertas relaciones de poder en la que adquieren la capacidad de de- finir a las mujeres. LA SEXUALIDAD Y EL INCONSCIENTE De entre lo que se ha revisado hasta ahora deben destacarse dos puntos importantes. En primer lugar, debemos reconocer, con més facilidad de lo que solemos hacerlo, que las identidades sexuales no estan predeterminadas ni son automdticas o fijas. Al contrario, estén socialmente organizadas y son contingentes y modificables. También dependen de las relaciones. Tanto la masculinidad como la feminidad sélo existen de- bido a la existencia de la otra. Son definiciones que se modifican y cambian, unidas en una danza de vida y muerte aparentemente inevitable, pero que cambia todo el tiempo. En segundo lugar, parece que somos incapaces de escapar de nuestra fuerte inversién en la diferencia sexual, una diferencia en que las mujeres estan continua- mente subordinadas a los hombres. No cabe duda de que, en parte, esta continuidad histérica puede explicarse en relacién con el poder considerable que se otorga a los hombres. Quienes creen que en todas las culturas existen estructuras de poder pa- triarcal considerarian que esto es explicacién suficiente. Sin embargo, no explica el +» Mica Nava, "Youth Service Provision, Social Order and the Question of Gids’, en Angela McRobbie y Mica Nava (comps, Gender and Generation, Basingstoke, Macmillan, 1984, pp. 12-13. 64 Sexualidad compromiso profundo que, segtin parece, tenemos con la diferencia sexual, ni la ten- sién que se manifiesta en la vida de mucha gente, hombres y mujeres, cuando luchan por mantenerla. La diferencia sexual aparentemente es necesaria y precaria, funda- mental pero provisional. Entonces, ;c6mo nos reconocemos en estas categorias so- ciales? ;Por qué hacemos una inversién tan grande en lo que parece tan efimero en la teoria sexual moderna? Por qué las diferencias sexuales aparentemente son tan poco esenciales pero tan permanentes y resistentes? En este momento se puede recurrir a conceptos de otro enfoque teérico, el psicoandlisis: la teoria del inconsciente dind- mico y el deseo. EI psicoandlisis ha contribuido de modo fundamental a la teorizacién del sexo durante este siglo, aunque su impacto con frecuencia ha sido ambiguo y contradicto- rio. Al igual que muchas otras de las grandes preocupaciones intelectuaies del siglo xx (como el marxismo, la democracia y el nacionalismo), tiene diferentes significados en distintos contextos. Incluso la obra de Freud es un batl de tesoros en lo que se refiere a interpretaciones variables, mientras que la obra de muchos que dicen ser sus legiti- ‘mos sucesores nos lleva por numerosos caminos y desviaciones, por lo general a un des- tino que tiene poca relacién con lo que dijo, o quiso decir, o quiso creer Freud. Por lo tanto, es extremadamente riesgoso tratar de describir al “verdadero Freud”. Un cami- no més interesante y mds aventurado seria considerar la manera como las reinterpre- taciones recientes de Freud han presentado un desafio a las ortodoxias de la tradicién sexual. En este punto, la contribucién fundamental ha provenido de las apropiacio- nes feministas del psicoandlisis, con bastante influencia de la obra del analista francés Jacques Lacan y de las investigaciones de Melanie Klein sobre la infancia, pero desa- rrollando una sintesis cuyo objetivo es més politico que “cientifico”. Rosalind Coward asegura que la importancia del psicoandlisis est4 precisamente en el hecho de que no asumié la sexualidad como una categoria no problemética.?! Mis bien, el psicoandlisis propuso una revisién del concepto de sexualidad, cuestio- nando la centralidad de la reproduccién sexual y las distinciones rigidas entre hom- bres y mujeres. Segiin ella, la importancia de este enfoque reside, entonces, en que cuestiona las opiniones esencialistas y problematiza la naturaleza predeterminada de la diferencia sexual, a la vez que reconoce el poder de los significados inconscientes. Esto consticuye una ampliacién y un desarrollo importantes del trabajo de Freud. De hecho, Freud fue muy claro respecto de la naturaleza problemitica de los conceptos de masculinidad y ferminidad, y los considerd entre los mis dificiles que habfa tratado la ciencia. A partir de estos primeros conceptos freudianos, hay tres lineas primor- diales en la apropiacién contempordnea del psicoandlisis. En primer lugar, esté la teo- ria del inconsciente en sf, el nticleo mismo del psicoandlisis. La tradicién psicoana- Iftica propone que los individuos no son productos predeterminados de imperativos 3 Rosalind Coward, Patriarchal Precedents. Sexuality and Social Relations, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1983. ‘Los significados de la diferencia sexual 65 biolégicos, ni son sencillamente el efecto de relaciones sociales. Hay un reino pst- quico —el inconsciente— con su propia dindmica, sus reglas y su historia, en que las posibilidades biol6gicas del cuerpo adquieren significado. Chodorow lo ha planteado con claridad: Vivimos una vida corpérea: vivimos con esos érganos y capacidades reproductivos, esas hor- ‘monas y cromosomas, que nos ubican fiiolégicamente como hombres y mujeres, Sin em- bargo [...], esta biologla no es en absoluto evidente. La manera en que cada uno comprende, imagina, simboliza, representa internamente o se siente respecto de su fisiologfa es producto del desarrollo y la experiencia en la familia y no un producto directo de la biologia en si. El inconsciente es un espacio de confficto: entre ideas, esperanzas y deseos —sobre todo deseos sexuales— a los que se niega el acceso a la vida consciente por la fuerza de la represién mental, aunque “regresan” todo el tiempo para trastornar la concien- cia en forma de suefios, lapsus linguae, chistes, sintomas neurdticos 0 comporta- miento perverso. Lo que constituye fundamentalmente el inconsciente son esas es- peranzas y deseos reprimidos ante las exigencias de la realidad y, en especial, los deseos incestuosos reprimidos de la infancia: “Lo que es inconsciente en la vida mental tam- bién es lo infantil.” Esto lleva al segundo punto: a una teorizacién de la diferencia sexual. La identi- dad —como hombres y mujeres—, la organizacién de los deseos y la eleccién del objeto —como heterosexual, homosexual o lo que sea— no estén autométicamente asentados en el nacimiento. Son producto de luchas y conflictos psiquicos cuando la primera “gota de humanidad”, con su sexualidad indiferenciada y polimorfamente perversa y su naturaleza bisexual (la eleccién del objeto no esté predeterminada), ne- gocia el camino lleno de riesgos hacia una madurez precaria. El nifio o la nifia nego- cia las fases del primer desarrollo en que distintas partes del cuerpo se convierten en centros de excitacién erética (las fases oral, anal, félica y genital), avanzando a través del primer reconocimiento de “castracién’ (la presencia 0 ausencia del érgano masculi- no) hasta el drama de la crisis edipica, en que la personita lucha con el deseo incestuoso por la madre y el padre, hasta una identificacién posterior con el “adecuado”, padre © madre, del mismo sexo. A través de esta lucha “épica’, la criatura indiferenciada por fin se convierte en un hombrecito 0 una mujercita. Desde luego, ésta es una descrip- cién esquemética que le hace poca justicia a las complejidades sutiles de los informes finales de Freud. No hay un progreso inevitable hasta el altar del comportamiento apropiado. Si el proceso “funcionara” automaticamente, no habria ambigiiedad res- 22 Nancy Chodorow, "Gender, Relation and Difference in Psychoanalytic Perspective”, en Hester Eisenstein y Alice Jardine (comps.). The Future of Difference, Boston, Mass. G.K. Hall, 1980, p. 18. 2 Sigmund Freud, /ntroduetory Lectures on Pychoanalyis (1916-1917), en Standard Edition, t. 16, conferen- cia 13, p. 210, [Véase n.5 del cap. 1 para la referencia dela versién en castellano de las obras compleras de Freud.] Para un andlisis mds amplio de as diversas teorfas de la sexuaidad de Freud, véase Jeffrey Weeks, Sexuality and it Dis contents, cap. 66 Sexualidad pecto del género ni habria homosexualidad, fetichismo, trasvestismo y otros. Presento esta descripcién para subrayar que, para Freud, llegar a una identidad sexual y fundir la identidad con el deseo (quiénes somos, qué necesitamos y de qué carecemos), es una lucha en la que todos debemos participar y que, de ninguna manera, termina en una captura triunfante de la posicién que se nos ha asignado con motivo de nues- tra anatomfa. Por otra parte, como escribié Freud, “anatomia es destino”, y éste es el muicleo de las objeciones a las teorfas de Freud desde el principio y hasta ahora. La frase pare- ce sostener la imposibilidad de manejar nuestros ordenamientos sociales, justificar la divisi6n sexual e imponer una tirania del cuerpo sobre la mente. Sin embargo, hay otra manera de ver la importancia de la anatomia: como simbélicamente importante, re- presentativa de las diferencias sexuales que s6lo adquieren significado en la cultura. En estudios psicoanaliticos recientes, el pene, o mds bien su representacién simbdlica, el falo, se considera la marca principal en relacién con la cual se configura el significado. Es la marca de la diferencia, y representa las diferencias de poder que existen en el “or- den simbélico”, el reino del lenguaje, el significado y la cultura, y de la historia (por lo tanto, potencialmente, también del cambio).2° Si esto, de alguna manera, es un re- cuento preciso, entonces lo que adquiere la criatura en su acceso al orden de! signifi- cado en el momento edipico es una mayor conciencia de la importancia cultural del 6rgano masculino para la diferencia sexual y la posicién social subsecuentes. Asf, la ame- naza de castracién para el nifio (“si no te portas bien te voy a cortar tu ‘cosita’...”)o la idea culturalmente producida de una “castracién” que ya tuvo lugar en la nifia (que no posee una “cosita”) adquieren una significacién psiquica decisiva. El terror a la castra- cién impulsa al nifio ya la nifia a atravesar la crisis de modo distinto. Ambos tienen que romper el vinculo primario con su madre, pero rompen con él de manera diferente: el nifio mediante una identificacién con su padre y una transferencia posterior del amor por su madre a un deseo de otras mujeres (esto es lo que es un hombre y lo que hace); la nifia, en un proceso mucho més dificil y largo, al confirmar su identificacién con la madre y transformar su deseo de tener un pene en un deseo de recibir el favor del pe- ne de otro (es decir, ser una mujer receptiva de un hombre). Lo que importa aquf no es tanto el detalle —que en su bosquejo burdo a veces parece risible—, sino el intento que revela por mostrar cémo se configuran las identidades sexua- das en un proceso humano complejo mediante el cual las diferencias anatémicas adquie- ren significado en la vida inconsciente, Nuestros destinos no estén configurados tanto por las diferencias en s{ como por su significado, socialmente determinado y psiquica- mente elaborado. Pero de aqui surge un tercer punto: las identidades no sélo son ad- quisiciones precarias, sino que son provisionales, “limites imaginarios”, sujetos todo el tiempo a trastornos, mediante la erupcién de elementos inconscientes, deseos reprimi- ¥ Id, Standard Edition, 19, p. 178. (Véasen, 5 del cap. 1 para la referencia de la versién en castellano de las obras completas de Freud] 9 Véase en especial Juliet Mitchell, Bychoanahis and Feminism, Londres, Allen Lane, 1974. Los significados de la diferencia sexual 7 dos que no han sido total 0 terminantemente extinguidos por el drama ed{pico. Para Freud, ser humano era estar dividido, constantemente “descentrado”, movido por fuer- zas fuera del control consciente. Y en el centro de esta subjetividad fracturada estén los significados ambiguos de la masculinidad y la feminidad: Para la psicologfa, el contraste entre los sexos se desvanece en el conflicto entre actividad y pa- ividad, en el que identificamos con excesiva facilidad la actividad con la masculinidad y la pasividad con la feminidad, perspectiva que de ninguna manera se ve confirmada universal- mente en el reino animal.>¢ En este momento, claramente puede considerarse a Freud como un precursor de los intentan cuestionar el cardcter fijo de la naturaleza hu- LAS CONSECUENCIAS DE LA DIFERENCIA ‘Tenemos ahora dos expresiones para cuestionar la rigidez del determinismo biolé- gico: “lo social”, una red de instituciones, relaciones y creencias, y “lo inconsciente”, que de muchas maneras es mediador entre los imperativos sociales y las posibilidades biolégicas, aunque tiene una historia propia. Nuestras identidades sexuales —como hombres y mujeres, normales o anormales, heterosexuales u homosexuales— se cons- truyen partiendo de los diversos materiales que negociamos en el curso de nuestras vi- das, limitados por nuestra herencia bioldgica, modificados por la contingencia, la re- glamentacién y el control social, y sujetos a trastornos constantes por esperanzas y deseos inconscientes. Pero, al mismo tiempo, parece que no somos capaces de esca- par de las diferencias entre los sexos. Como sefiala Denise Riley: “Hay una verdad que es inamovible en la frase ‘anaromia es destino’ de Freud. La anatomila, dado como est todo, nos ditige irresistiblemente por ciertos caminos a ciertas elecciones” 2” Las estructuras preexistentes de diferencia sexual, las posiciones de sujeto que prescriben y describen, necesariamente limitan el libre juego del deseo y la busqueda de otras diferencias, otras maneras de ser humanos. Estamos encerrados en posicio- nes cuyas incertidumbres podemos reconocer, pero cuyos atractivos apremiantes pa- recemos incapaces de evitat. Esto plantea problemas importantes para una politica sexual feminista o radical. Si las diferencias se ven simplemente como arbitrarias y contingentes, como algo que de- be vivirse como si en realidad no existiera, entonces desmantelamos la razén de ser de una politica feminista comprometida con el cambio: la idea de que hay bases his- Sigmund Freud, Civilisation and its Discontent (1930), Standard Edition, t. 21, p. 106, n. 3. (Versién en cas- tellano: El melestar en la cultura, Madrid, Alianza, 1970. Véase n.5 del cap. 1 para la referencia de la versin en cas- tellano de ls obras completa de Freud.) 37 Denise Riley, Wer inthe Nursery. Theories ofthe Child and Mother, Londres, Virago, 1983, p. 4. 68 Sexualidad t6ricas para que las mujeres se organicen en torno a su subordinacién. El feminismo entonces se convertirfa en apenas algo més que una coleccién de politicas ad hoc para mejorar las desigualdades de género. Por otra parte, si se celebra la diferencia para afir- mar la comunidad de todas las mujeres, como dirfa una forma de feminismo radical, entonces es dificil escapar de la conclusién de que el enemigo son los hombres y que la divisién y el antagonismo son inevitables. EI problema de la violencia sexual masculina contra las mujeres plantea, de ma- nera aguda, estos dilemas. Tal violencia es endémica, se concreta en una serie de si- tuaciones sexualizadas, desde la violacién hasta la violencia doméstica y el abuso a nifios y nifias. Si rechazamos —como creo que deberfamos hacerlo— la idea de que esta violencia es el producto inevitable de una masculinidad inherentemente agresiva, y més bien la reconocemos, segtin las palabras de Rosalind Coward, como “la repre- sentacién ritual del significado sexual sobre el sexo”,2® entonces debemos encontrar ta explicacién de ello en las condiciones sociales y psiquicas en que se adquiere la mascu- linidad, Estas son multiples y complejas, y no se prestan a soluciones simples. El sexo, como hemos visto, es un vehiculo para diversos sentimientos y necesidades. No obs- tante, para los hombres, ha dicho Eardley: Lleva una carga pesada debido al analfabetismo emorivo que forma parte de la socializacién masculina, Es muy frecuente, pues, que el sexo se convierta en un cuello de botella de anhe- los, frustraciones ¢ ira contenidos y mal dirigidos [... La presién de esta masa de emociones no digeridas y no experimentadas que se acumulan en torno a la sexualidad tal ver sea lo que daal mito de la urgencia masculina el poder subjetivo para los hombres.2? No cabe duda de que esta explicacién es parcial ¢ inadecuada, pero es util para indi- car la fusién de factores que, de hecho, subyacen en el nticleo de la agresividad mas- culina, desde la represién psiquica y las condiciones de vida familiar hasta las expec- tativas sociales relativas al comportamiento masculino. Pero si estamos de acuerdo con esto, y la violencia sexual masculina no es en absoluto el resultado de una biologia no problemética sino de précticas sociales y estructuras psiquicas complejas, el cambio para transformar las relaciones entre hom- bres y mujeres sélo puede llevarse a cabo mediante procesos igualmente complejos, que van desde nuevos métodos de crianza de los hijos hasta condiciones econémicas, legales y sociales radicalmente diferentes para las mujeres. Esto ha llevado a Riley a la conclusién de que es menos probable que la “politica sexual”, a pesar de este esti- mulante acoplamiento de “politica” y “sexual”, produzca algo verdaderamente revo- lucionario, a que lo hagan las dreas de las politicas sociales y familiares que parecen més pedestres.*° 3 Rosalind Coward, Female Desire, Women’ Secualty Today, Londres, Paladin, 1984, p. 239. » Tony Eardley, “Violence and Sexuality”, en Metcalf y Humphries (comps.), The Sexuality of Men, p. 101. Riley, op. ct ‘Los significados de la diferencia sexual 69 Lo que estd implicto en esta posicién, afin de cuentas, no es tanto el abandono de una politica relativa a las cuestiones de género y sexualidad, sino el reconocimiento de la necesidad de idear politicas adecuadas y desarrollar valores que vayan mds alld de los confines actuales de la diferencia. Todo esto sugetiria que la diferencia sexual, tal como la conocemos, no es ni ine- vitable ni inmutable, Sin embargo, la condicién previa para que cambie es reconocer cl entrelazamiento de los elementos que le dan vida y le permiten sobrevivir, Sélo con esta percepcién, a mi juicio, serd posible escapar del “imperativo biolégico” y explo- rar la gama de las demés diferencias que proporcionan a la vida humana su riqueza y variedad potenciales (en contraposicién con la vida animal).

También podría gustarte