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LOS CRISTIANOS ANONIMOS Hace casi dos mil afios recibié la Iglesia la misién de predicar el mensaje de Cristo a todos los pueblos hasta Jos limites de la tierra, Entretanto hemos alcanzado fundamen- talmente esos limites, nuestro mundo se ha cerrado. ¢Pcro qué ocurre en él con el mensaje de Cristo? En las antiguas culturas de Asia no ha podido haccr pie, y en Occidente, del cual ha terminado por ser una raiz his- torica, pierde cada vez mas en importancia y peso. Con fre- cuencia la fe cristiana es entendida como una posible forma de interpretacion religiosa de la existencia, a fa cual algunos se apuntan. La religion en general aparece a no pocos sdlo como una de las muchas figuras de la autointerpretacién humana, a la que se deja en vigencia 0 se combate por dafiina. En esta situacién se encuentra el fiel cristiano y en ella tiene que decirse que el futuro perfilarA atin mas acusada- mente esa imagen’, y que, a pesar de todos Ios esfuerzos pastorales y misioneros de la Iglesia, a la sentencia acerca de] pequetio rebafio le incumbiré una validez creciente. El cristiano esta convencido de que el hombre, para al- canzar su salvacion, tiene que creer en Dios y no sdlo en Dios, sino en Cristo; de que esa fe no es sdlo un mandamien- to positive del que por determinadas razones se pudiera que- dar dispensado; de que Ja pertenencia a la verdadera Iglesia no significa Gnicamente una condicion externa, de la cual se pudiese eximir a alguien, porque todavia no sabe nada de ella y de su exigencia. Esta fe es mds bien necesaria en si misma y por eso exigida sin condiciones, no s6lo como mandamiento, sino como tinico medio posible, no s6lo como condicién, sino como camino ineludible. Puesto que la sal- 1 Confr, a este respecto cl trabajo recogido en este volumen «Doe- irina conciliar sobre la Iglesia y realidad futura de Ja vida cristiana». 535 vacién del hombre no es otra cosa que el cumplimiento y Ja madurez, la definitividad de ese comienzo, que por lo mis- mo no puede ser sustituido por nada. | En este sentido no hay, desde luego, fuera de la Igle- sia ninguna salvacién, tal y como indica la antigua formu- lacién teoldgica. ¢Pero el cristiano puede creer, aunque no sea mds que por un instante, que ese tropel innumerable de hermanos, no sélo de aquellos anteriores a la manifes- tacion de Cristo, los del mas alejado pasado (cuyo horizonte la pa'contologia empuja siempre mas alla), sino también de los de su presente y los del futuro que se alza, esté innegable- mente excluido de la plenitud de su vida y condenado a un absurdo eterno? Tiene que rechazar semejante representa- cién y su fe le da en ello razon. Porque la Escritura dice expresamente: Dios quiere que todos los hombres sean bien- aventurados (I Tim 2, 4); la alianza de paz, que después del diluvio Dios ha pactado con Noé, nunca jamas serd suprimi- da; al contrario, el mismo Hijo de Dios la ha sellado con la inexpugnable autoridad de su amor sacrificado que a todos abarca. Si pensamos conjuntamente ambas proposiciones: la ne cesidad de la fe cristiana y la voluntad general de salvacién y la omnipotencia del amor divino, tendremos que decir lo siguiente. De algtin modo tienen que poder todos !os hom: bres ser miembros de la Iglesia. Y no debemos entender esé «poder» en el sentido de una mera posibilidad légico-abs- tracta, sino en un sentido real ¢ histéricamente concreto. Lo cual quiere decir que tiene que haber grados de pertenencia a la Iglesia, y no sélo ascendentemente desde estar bautizado, pasando por la confesién de Ia plena fe cristiana y por el reconocimiento de la direccién eclesial visible en la comu- nidad de vida eucaristica, hasta la santidad realizada, sino descendentemente desde el explicito estar bautizado hasta un cristianismo no oficial, anénimo, que a pesar de ello puede, incluso debe ser llamado cristianismo en un sentido valido, aunque no pueda o no quiera liamarse asi é! mismo, . Si es verdad que el hombre, al que concierne el esfuerzo misionero de la Iglesia, es ya, o puede serlo, de antemano un hombre que se mueve hacia su salvacién y que Ja encuentra 536 en determinadas circunstancias, aunque no haya sido alcan- zado por la proclamacién de la Iglesia; si a la vez también es verdad que esa salvacién que le alcanza es Ja salvacion de Cristo, puesto que no hay otra, entonces no solo podria ser un «teista» andénimo, sino, ademas, cristiano anonimo, y ello no en una pura jnterioridad inperceptible (ya que la Iglesia de Cristo no es una mera realidad interior}, sino con ciertas visibilidad y perceptibilidad de esa habitud ano- nima. ¢Y esta habitud del hombre como hay que concebirla? No puede estar simplemente dada con el ser hombre. Este intento de dar alcance a la gracia de la redencién y de la cercania divina la suprimiria como gracia. En cuanto libre autocomunicacién de Dios a su criatura la gracia su- pone a ésta en posesion de su naturaleza y de sus posibili- dades esenciales. En ellas y en orden a ellas puede consistir en si misma y testimoniar la gloria de esa omnipotencia y bondad creadoras que de sus obras dice que son buenas. Igualmente ha de otorgarsele a tal naturaleza la posibilidad de poder percibir y aceptar por encima de si misma la in- derivablemente nueva donacién de Dios en su revelacién. Lo cual quiere decir que tiene que ser por de pronto una naturaleza de apertura ilimitada para el ser divino sin li- mites, esto es lo que Ilamamos espiritu. Espiritu significa ese de antemano y ese por encima de, ambos no objetuales, respecto de lo particularmente aprehensible y cognoscible, esa apertura abierta siempre por la llamada creadora del misterio infinito, el cual es por principio Io tiltimo y lo pri- mero, lo que Io abarca todo y el fundamento sin fondo de toda comprensibilidad, de toda realidad y de toda posibilidad. AL saber acerca de ese misterio, que Ilamamos Dios, perte- nece un cierto conocimiento de la personalidad y de la su- perioridad respecto del mundo de ese Dios, el conocimiento, por tanto, de que la abismaticidad de ese fundamento es el abismo de una libertad a la que el hombre debe su despertar y de la cual, ademas, sabe que no és fijado y abicrto sia yesiduo con esa primera y patente llamada, Suscitado por su palabra creadora esta a la espera de mas honda noticia. éLa libertad divina le regala Ja distancia de su silencio o 537 le ha dado oidos para que pueda percibir su auténtica pir Jabra? El hombre, por lo tanto, no sdlo es capaz de oir wiih nueva palabra posible de su Dios escondido, sino que en eh sentido aludido la espera positivamente, aunque no Leni Ja mas minima pretensién de derecho sobre ella. Cada ne gacién de su ordenacién al absoluto insuperable la afirmia ria implicitamente, ya que se pronunciaria desde la preter sién de verdad absoluta, estaria bajo la exigencia del bien indiscutible, tomaria su fuerza de la reclamacién de un sey tido definitivo. ¢Cémo, en determinadas circunstancias, esa tendencia hacia Dios no explicita, no temdtica, pero que domina de través la existencia del hombre, incluye una ordenacién al Dios encarnado, a Jesucristo? Cristo es el hecho mas libre y por lo mismo en cierto sentido mds casual (pero sélo en ese sentido) de la realidad; por eso es también Io mas deeb sivo y lo mds importante y, ademas, eso que esta mas clit mente referido al hombre. Si se toma en serio que Dios se haga hombre, entonces —habra que decirlo asi— el hombre es lo que llega a ser cuando Dios se autodeclara y se enajena. hombre es consiguientemente en su definicién mds oripinal lo que Dios llega a ser cuando emprende mostrarse en Ii region de lo que no es divino?. Y al revés, formulando desde el hombre: éste es el] que se allega a si mismo cuando se entrega al incomprensible misterio de Dios. Vista asf Ia et carnacién de Dios es el caso singularmente supremo de la realizacién esencial del hombre en general. Cierto que antes de Cristo ningtin fildsofo ha conocide en la autointerpretacién del hombre esa hondura de la rey lidad humana, pero en cuanto naturaleza histérica el hom bre es el que sdlo en su propia historia Ilega concretamente a ser y a conocer lo que es. Después de que su pensamient esta en la luz de Ia revelacién, promulgada de hecho, dé la realidad histérica de Cristo, es capaz de conocer esta altura —no podemos avecindarnos en ella— como la consumucion efectuada por Dios de su propia naturaleza, y no para dis 2 Una fundamentacién mas exacta en el trabajo: «Para Ja tent gia de la cncarnacién»: Escritos de teologia IV, Madrid, 1964, 538 poner racionalistamente de ella, sino para reconocer mas hondamente que es el misterio quien dispone. Hemos de comprender, por tanto, la donacién de la gracia y la encar- nacién, los dos modos fundamentales de la autocomunicacién divina, como los modos mas radicales del espiritu humano, esos que no pueden producir al hombre, pero que llenan eminentemente la naturaleza de su transcendencia. El creyente capta también que esa altura absoluta no significa una afiadidura caprichosa a su realidad; que no le llega como mera exigencia juridico-externa de la voluntad divina, sino que esa autocomunicacién de Dios ofrecida a todos y cumplida de modo supremo en Cristo significa mas bien la meta de la creacién; que precedentemente a su li- bre toma de posicién determina la naturaleza del hombre —ya que la palabra y la voluntad divinas operan lo que enuncian— otorgandole un cardcter que pudiéramos Hamar «existen- cial sobrenatural». Una recusacién de esa oferta no dejaria al hombre en una naturaleza pura, inexpugnada, sino que le Wevaria en el Ambito de su propia esencia a contradiccién consigo mismo. Lo cual positivamente quiere decir que el hombre en la experiencia de su transcendencia, de su aper- tura sin Jimites —siempre implicita ¢ inaprehensible-— e¢xpe- rimenta la oferta de Ia gracia, aunque no necesariamente de manera refleja en cuanto gracia, cn cuanto Ilamada sobrena- tural susceptible de ser suprimida, pero, desde Tueyo, si se- gun real contenido. Y entonces la revelacién explicila de la palabra en Cristo no es algo que Ilegue a uosotros como ¢n- teramente extrafio y desde fuera, sino que es sélo la expli- citacién de eso que ya somos desde siempre por gracia y que, al menos no tematicamente, experimentamos en la in- finitud de nuestra transcendencia. La revelacién cristiana explicita se hace enunciado reflejo de la revelacién segin gracia que el hombre experimenta irreflejamente en In pro- fundidad de su naturaleza. Si el hombre acepta esa revelacién, establece el acto de la fe sobrenatural, Pero también acepta dicha revelacién, cuando se acepta a si mismo por entero, ya yue ella habla en él. Antes de la explicitacién de la fe en cl ministerio ecle- sidstico esa aceptacién puede suceder de mancra no explici- 539 ta, cuando alguien en la callada honradez de la paciencia toma sobre si y vive la obligacién de cada dfa, sirviendo a sus tareas objetivas y a las exigencias que le plantean los hombres a él confiados. Lo que entonces acepta no es, por tanto, unicamente su habitud fundamental respecto del sik lente misterio del Dios creador. Por eso no es sdlo —tal y como él mismo en su autocomprensién refleja quiere saber y decir— un «teista» anénimo. Mas bien acepta en ese si a si mismo la gracia del misterio que se ha acercado a nos- otros radicalmente. «Dios se ha dado al hombre en cercania inmediata»: en ésta formula pudiera tal vez comprimirse Ja esencia del cristianismo. En la aceptacién de si mismo acepta el hombre a Cristo como consumacién absoluta y garantia de su movimiento anonimo hacia Dios a través de la gracia. La adopcién de esa fe no es sdlo accién del hombre, sino obra de la gracia di- vina que es la gracia de Cristo. Lo cual significa a su vez: Ja gracia de su Iglesia, que no es sino la prolongacién del misterio de Cristo, su permanente y visible presente en nuestra historia. Desde Iuego que no deberiamos seguir adelante y declarar a cada hombre, acepte la gracia 0 no la acepte, «cristiano anénimo». Al que en su decisién fundamental negase y recha- zase su ordenacién a Dios y se pusiese definitivamente en contradiccién para con su concreta naturaleza, no lo desig- naremos como «teista», ni siquiera como «teista anénimo», sino mas bien sdélo a aquel que ~—-aunque no declaradamen- te— honra a Dios. Independientemente, por tanto, de lo que declara en su reflexién conceptual, teorético-religiosa, quien no dice en su corazdn no hay Dios (como ef «insensato» del salmo), sino que da testimonio de é1 por medio de Ja ra- dical aceptacién de su existencia, ése es un creyente. Y si en accién y en verdad cree en el santo misterio de Dios, no rebaja esa verdad, sino que le da espacio; Ia gracia de esa verdad, por la cual se guia, es siempre la gracia del Padre en su Hijo, Y a aquel que se deja apresar por dicha pracia podemos designarlo con pleno derecho como «cristiano andé- nimo». Al mismo tiempo, en este nombre se da también que la 540 realizacion fundamental, como todas las humanas, no pucde ni quiere detenerse en la anonimidad, sino que aspira a su explicacién nominal. La adversidad de la situacién historica puede que imponga limites a dicha explicacién. Por eso su rea- lizacién no va més alla de Ja manifestacion refleja de una hu- manidad amorosa. Pero no negara esa tendencia cuando se le haga manifiesto un nuevo y mayor grado de explicitacién hasta consumarse en la confesién eclesial aceptada conscien- temente. Sd6lo en esta encuentra esa fe no sélo mayor apoyo y seguridad, sino, ademas, su propia realidad y la paz que Agustin designa como descanso en la esencia: paz y des canso que no significan estancamiento y huida, sino la po- sibilidad de dejarse caer con mayor decisién en [a voluntad indisponible del misterio divino, puesto que entonces, segtin la expresién de Pablo, se sabe en quién se cree y se entrega uno sin miedo con radical confianza. A quien opina que no puede o no debe creer (tal vez porque desconoce a qué experiencia imprevisible del amor implacable le lama la aceptacién de su cercania humana); a aquel que no sabe que cree, puede que le digan poco estas reflexiones, que por de pronto no se dirigen a él, aunque tampoco le pasen inadvertidas. Se entiende mal, por lo tan- to, el término «cristianos anénimos», cuando se piensa que con él se hace un ultimo desesperado intento en un mundo en el que Ja fe cristiana desaparece de «salvar» para la Igle- sia —contra toda libertad de espiritu— todo Io bueno y todo lo humano, Pero el cristiano que esta en una situacién de didsnora, que se agudiza cada vez mas’ y el ereyente que se experimenta asediado en su fe, en su esperanza, cara a sus hermanos no creyentes*, puede adquirir por su medio confianza y fuerza para la objetividad. Saber acerca de Jos cristianos anénimos no le dispensa en modo aljnino del cui- dado y del esfuerzo por aquellos que todavia ne covoren la unica verdad necesaria en Ja explicitacién del mensaje evan- gélico, Pero dicho saber le preserva del péinico y Je dit ter 3 Véase también Karl Rahner, «Der Christ und scine Uniwell», ony Stimmen der Zeit 90 (1965) 481-489, 4 Véase también Karl Rahner, «Im Heute glanbenm: Pheologische Meditetionen 9, Binsiedcln 1965. 541 Zas para esa paciencia que —segtin la frase del Sefior— salva la vida, Ila suya y la de sus hermanos. Por su urgencia el tema no puede ser eludido, 0 lo que es lo mismo no tratado por poco importante, tanto cn ui teologia de la gracia y de la Iglesia que se entienda a si misma correctamente como en una teologia pastoral sincera que considere con seriedad nuestro presente. No nos importa sdlo el término, pero su contenido es innegablemente cety tral para la relacién de un cristiano de hoy para con su mut do en torno. No debemos instalar feoldgicamente a esta doe trina del «cristianismo andénimo» en un «lugar» falso: no en un principio hermenéutico para reducir criticamente todo el corpus de la teologia y dogmdtica transmitidas (al modo de una interpretacién existencial o de las tesis del obispo anglicano Robinson) y de este modo hacer mas acep: table la figura del cristianismo. Dogmaticamente conside- rada esta doctrina tal vez sea un fendmeno fronterizo, cuya necesidad, permisién y oportunidad resultan de muchos dav tos particulares de la doctrina eclesidstica*’. Frente a ese valor localzado teorético-dogmaticamente puede una teologla que instalar los anunciados sobre el «cristianismo anénimo» en un lugar mucho mas central de Ia situacién actual *, sin entrar por eso en pugna con otras determinaciones dog? maticas fundamentales. Seria esttipido pensar que la expre+ sién «cristianismo andénimo» tiene que aminorar la importan- cia de la mision, de la proclamacién de la palabra divina, del bautismo, etc.?. Quien quiera interpretar asf nuestra ad- vertencia, no solamente fa ha malentendido por entero, sino que ni siquiera ha l!eido su explicacién con atencién su- ficiente *. Opino que no mas de dos cosas son necesarias ® Esta diferencia para con la desmitologizacién de Bultmann se subraya q demasiado poco en el bonito trabajo de H. Ott, «Existen: tiale Interpretation und anonyme Christlichkeit»: Zeit und Geschichte, Festgabe R. Bultmann, Tubinga 1964. 6 Véase en un contexto mis amplio Karl Rahner: Handbuch der Pastovaltheologie U1, cap. VII, Friburgo 1966. 7 Véase, por ejemplo, L. Elders, «Die Taufe der Weltreligionen. Be Woes ingen zu einer Theorie Karl Rahner»: Theologie und Glaube 5h (19-65). ® Me estard permitido referirme a mis Escritos de teologia V, «El cristianismo y las religiones no cristianas». 542 para entender correctamente [lo que este término significa: pensar de nuevo diversos datos fundamentales, con frecuen- cia sdlo yuxtapuestos estérilmente, de la teologia tradicional de escuela y considerar sin prejuicios Ia situacién real de la humanidad, del cristianismo y de la Iglesia hoy ’. Lo que propiamente significa esta tesis de los cristianos anonimos, lo ensefia objetivamente el Concilio Vaticano IT en su Constitucién sobre la Iglesia (n. 16). Segvin esta de- claracién, para los que todavia no han recibido el Evangelio y no tienen de ello cufpa alguna (tal posibilidad se presupo- ne como real) existe: la posibilidad de la salvacién eterna («aeterna salus», que sdlo puede entenderse como Ivacion sobrenatural), Vistas las cosas desde Dios el supuesto tmico es «gratiae influxus» («divina gratia», segtin también se Ila- ma); desde el hombre: «Deum sinccro corde quaerere cius- que voluntatem per conscientiae dictamen agnitam opcribus adimplere». E] cumplimiento de cse debe de conciencia se supone explicitamente como posible en aquellos «qui ine culpa ad expressam agnitionem Dei nondum pervenerunt». Que dicho ateismo sin culpa dure mucho individual 0 colec- tivamente, no se dice, pero tampoco se excluye. Como, ade- mas, es visto sdlo como contraposicién a una «expressa agni- tio Dei», se alude a que bajo su capa puede habre perfecta- mente un teismo (en la obediencia radical a la conciencia) no tematico y realizado sdlo existencialmente. En determi- nadas circunstancias puede éste durar largamente sin que por ello pueda dejar de decirse: «aeternam salutem consequi possunt», La Constitucién sobre Ia Iglesia de ningtin modo sugiere con estos enunciados que en estos casos la salvacién se consiga por medio del sustitutivo de una moralidad mera- mente natural. Eso serfa algo que contradice a Ja Escritura y al ministerio docente (DS 3867 y sig.). Las mismas formu- laciones de la Constitucién Jo excluyen: Ja salvacién se consi- gue «non sine divina gratia», «sub influxu gratiae». Seria ar- bitrario interpretar esa gracia como nada mas que entitati- vamente sobrenatural: para una honrada observancia de la ® Para una exposicion més amplia véase la rica documentacién de KI. Riesenhuber, «Der anonyme Christ nach Karl Rahner»: Zeitschrift fiir katholische Theologie 86 (1964) 286-303. 543 ley moral natural. También esto se excluye en una adverlei cia del] Decreto sobre Misiones del mismo Concilio (nr, 7}, en la que se dice expresamente que Dios puede otorgar It fe, sin la cual no hay salvacién alguna, «por caminos des conocidos de su gracia» a hombres que todavia no han oide la predicacién del Evangelio. Cara a ese optimismo salvilico del Concilio es tarea teolégica la de mostrar cémo por Mi medio no se desvaloriza el Evangelio, la Iglesia, el sacra mento en su necesidad. Pero, desde luego, no es posible dudar que la significacion del «cristianismo andénimo» (cl término no es lo que importa) esta de acuerdo con la dow trina conciliar e incluso queda en ella explicitamente de clarado, No es este lugar para exponer que dicha teoria no paraliza el impulso misionero de fa Iglesia, sino que re presenta a aque] a quien ese se dirige en su verdadera y ¢% peranzadora constitucién, en la cual podemos encontrar consuelo. f 544

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