La principal tarea [del cerebro] es poner en su debido sitio a las
distintas partes del cuerpo con el fin de que el organismo como tal sobreviva. Las mejoras en el control sensomotor suponen una ventaja evolutiva: un estilo más sofisticado de representación [del mundo] es ventajoso siempre y cuando […] potencie las oportunidades de supervivencia del organismo como tal. La verdad, cualquiera que esta pueda ser, pasa a un segundo plano.
Thomas Nagel, el destacado filósofo y ateo, se muestra de acuerdo en
el último capítulo de su libro La última palabra. Nagel se pregunte: [¿Podemos tener] una confianza continuada en la razón como fuente de conocimiento acerca del carácter no aparente del mundo? En sí misma, creo yo, la historia de la evolución [de la raza humana como tal] no da razón que justifique esa confianza.25
Ahora bien, si es en verdad cierto que no podemos fiarnos de
nuestras facultades inductoras de creencias para que nos expliquen la verdad de Dios, ¿por qué deberíamos confiar en ellas como fuente de información fidedigna respecto a cualquier posible cosa, la ciencia evolutiva incluida?