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Falconi, Rodolfo Damián

La democracia postmoderna.
Crítica inmanente del modelo
agonal en Chantal Mouffe

Tesis presentada para la obtención del grado de


Licenciado en Sociología

Director: Gambarotta, Emiliano Matías

Cita sugerida:
Falconi, R.D. (2017). La democracia postmoderna. Crítica inmanente del modelo agonal
en Chantal Mouffe. Tesis de grado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación. En Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1349/te.1349.pdf

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Atribución-No comercial 2.5
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Alummno/a. Faalconi Roddolfo Dam mián


Legaajo 913299/1
Corrreo electróónico: rdfaalconi@yaahoo.com
Direector: Gam
mbarotta Emiliano
E M
Matías
Fechha 1 de Feebrero de 2017
2
Resumen

En el presente trabajo se reconstruye el conjunto de categorías que componen la teoría

social post-marxista de Chantal Mouffe y su modelo de democracia agonal, con el fin de

desarrollar una crítica inmanente desde estas dos dimensiones de análisis. A través del

recorrido de su teoría social y política buscaremos dar cuenta de cómo la crítica al

esencialismo marxista –en la que reside el carácter “post” de su marxismo- recae en

algunos de los aspectos que se les critica a los modelos de democracia englobados en la

teoría del consenso, especialmente en J.Habermas, J. Rawls y la Tercera Vía de A.

Giddens. De esta formanos proponemos una reflexión sobre la democracia en la que

indagamossi la pretensión de mantener un incondicionado,hace que ese esencialismo

que se denuncia seaefectivamente eliminado o, acaso, sólo parcialmente limitado.

Partiendo de esta hipótesis de trabajo, nuestra elaboración consta de tres momentos

principales: la reconstrucción de los argumentos filosóficos que hacen a la teoría social

post-marxista, la exposición de los elementos centrales del modelo de democracia

agonal junto con las críticas que Mouffe le realiza a otras concepciones democráticas, y,

finalmente, nuestra crítica interna a la propia concepción teórica y política de la autora.

Esta tesina intenta ser un aporte al debate contemporáneo sobre los estudios enmarcados

en las concepciones teóricas que encuentran su fundamento en el pensamiento “post” –

estructuralista, fundacionalista-, teniendo como horizonte explorar algunas de sus

limitaciones.

Términos claves:

Post-marxismo, democracia agonal, antagonismo, ontología.


Índice

Introducción 5

1- Desandando categorías 12

I- El pensamiento post 12
II- Concepción de lo social 16
III- Los movimientos sociales en la lógica de lo social discursivo 21

2- El esencialismo marxista y la hegemonía como primer momento


de su crítica 27

I- Crítica al esencialismo en la teoría marxista: genealogía de la hegemonía y


progresión en el desmontaje del esencialismo 27
II- El origen del término 30
III- Periodización de la crisis 33
IV- El símbolo como lógica de lo social 36
V- La búsqueda de la independencia de lo político 38
VI- Hacia una ontología de la contingencia 41
VII- Hegemonía como articulación 44
VIII- Gramsci y una nueva expansión 46

3- Contingencia, hegemonía y democracia como respuestas a la


crisis del marxismo: conceptos fundamentales de la teoría
política de Chantal Mouffe 49

I- Primera radicalización 49
II- De Althusser a la teoría propia 51
III- La democracia en la órbita del antagonismo 57
IV- Lo óntico y lo ontológico 59
V- Afirmando el conflicto: el modelo de democracia agonal 60

4- La democracia agonal 63

I- Las tensiones iniciales 63


II- Liberalismo y democracia: en ese orden 66
III- El déficit democrático y su subversión 68
IV- Schmitt y lo político 70
V- La incompatibilidad 72
VI- La paradoja como virtud 74
VII- El liberalismo y su negación de lo político 75
VIII- Habermas y la democracia como procedimiento 77
IX- Rawls y la justicia como equidad 80
X- La tercera vía y el fin del adversario 83

5- De la ontología negativa al esencialismo democrático. La


diferencia ontológica como reinscripción esencialista 86

I- El post-marxismo como infinito juego de las diferencias 88


II- El post-marxismo en el marco del post-fundacionalismo: el cuasi-
fundamento 94
III- Del esencialismo –negativo- a la democracia agonal 95
IV- La correspondencia democrática 101
V- ¿Un pluralismo óntico? 107

Reflexiones finales 110

Bibliografía 114
Introducción

En esta tesina nos proponemos llevar a cabo una reflexión sobre la democraciaagonal y

su relación con la teoría social post-marxista. Para esta labor vamos a enfocarnos en la

obra de Chantal Mouffe y su teorización particular de la democracia agonal, con el

objetivo de dar cuenta de algunos límites inherentes a su propia perspectiva. La

relevancia de estudiar a Mouffe tiene su fundamento en la particular elaboración de su

teoría democrática, la cual se nutre de aportes del pensamiento contemporáneo tales

como el psicoanálisis lacaniano, la teoría de los juegos de lenguaje de Wittgenstein, la

teoría del discurso y las reflexiones sobre la política de Schmitt. Estas son algunas de

sus herencias intelectuales que le sirven para discutir con otras perspectivas

democráticas a las que enmarcará como teorías consensualistas. A su vez, su modelo de

democracia agonal busca tematizar la subjetividad que la democracia liberal genera y

desde allí pensar la forma de incorporar a esos sujetos políticos en una institucionalidad

que permita expresar las diferencias que éstos aporten. En un contexto actual, en el cual

una gran parte de los países democráticos expresan una crisis de legitimación

(Habermas, 1999) que se manifiesta en la débil adhesión al régimen político y en la

apatía respecto al sistema partidario en particular, la visión post-marxista de democracia

que propone Mouffe busca revitalizar la democracia a través de una teorización que

asuma la importancia de reconocer y dar expresión a los antagonismos sociales. De allí

que consideremos fundamental pensar estas problemáticas desde sus reflexiones y no,

por ejemplo, desde los aportes que Habermas o Rawls hacen sobre esta temática. Por

otra parte, aunque mucho más cercanas a Mouffe, las contribuciones sobre la

democracia que realiza Ernesto Laclau a través de laresignificación del populismo, nos

5
parece que deja a la teoría democrática sin criterios para diferenciar un régimen político

que sea mejor que otro. Consideramos que –más allá de haber trabajado juntos la

construcción del post-marxismo como teoría social- Mouffe da cuenta de una

politización mayor, ya que sostiene una defensa precisa de una forma democrática

particular. Por otra parte, la relevancia de estudiarla se manifiesta en el impacto político

que tiene su pensamiento, expresado en el reconocimiento que el partido político

español Podemos ha mostrado sobre su obra.1 Por lo dicho, creemos que Mouffe reviste

un interés especial para pensar qué es lo democrático y cómo la democracia puede ser

consolidada a través del reconocimiento del antagonismo, entendido éste como

constitutivo de las relaciones sociales, y como condición de posibilidad para la

formación y fortalecimiento de las identidades colectivas.

Nos proponemos, entonces, reconstruir la obra de Mouffe –a la que consideramos como

el aporte más consistente sobre la teoría democrática actual- para luego, sobre esta base,

preguntarnos acerca de algunas de sus limitaciones intrínsecas, las cuales podrían servir

–en un trabajo posterior- para profundizar las potencialidades de esta misma teoría.

Trabajar sobre los puntos ciegos de su construcción teórica excede, sin embargo, los

límites de esta tesina.

Por otra parte, nuestra labor supone no un cuestionamiento externo a la obra de ella,

sino un trabajo de crítica interna que -a través de la búsqueda de esos puntos- pueda

mostrar desde ese interior los límites en la aprehensión de los fenómenos democráticos

y la subjetividad que éstos producen. Tal es el camino que aquí recorreremos para

alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto.Esta crítica inmanente tiene dos

dimensiones de análisis: su teoría social y su elaboración del modelo de democracia

agonal que sobre esta teoría se asienta.

1
Para ahondar en el apoyo que Podemos ha manifestado sobre la obra de Mouffe véase La Tuerka (2015).
Otra Vuelta de Tuerka- Pablo Iglesias con Chantal Mouffe [Video].Disponible en
https://www.youtube.com/watch?v=BXS5zqijfA4

6
En el conjunto de trabajos de Chantal Mouffe podemos encontrar dos preocupaciones

centrales: aquella que refiere a la conformación de una teoría social que dé cuenta de la

deconstrucción de la categoría de sujeto2y de la crisis de los fundacionalismos

(Marchart, 2009) -elaborada en sus rasgos básicos en conjunto con Ernesto Laclau-, y,

por otra parte, sus aportes a la teoría de la democracia fundada en esas preocupaciones

teóricas. La primera teorización arriba a una concepción de lo social que pretende

depurar el esencialismo vigente en el marxismo. Para ello, además de establecer una

crítica a esta tradición, Mouffe sigue una exploración de tipo trascendental en la que se

indaga la naturaleza del vínculo social que atraviesa a las relaciones políticas. Esto la

lleva a reformular la perspectiva marxista desde un enfoque basado en la teoría del

discurso.

En un segundo momento Mouffe se esfuerza por distanciarse de un conjunto de

pensadores que, en su consideración, conciben a la democracia desde un paradigma

racionalista. Las consecuencias de esta aprehensión racional conllevan una limitación

intrínseca a dicho enfoque, que ella define como la imposibilidad de dar cuenta del

antagonismo inherente a las relaciones sociales. De esta forma entabla un diálogo con

estas perspectivas, en el que busca pensar las complejidades de fenómenos

contemporáneos tales como la aparición de “nuevos movimientos sociales” (en el

sentido dado por Touraine, 2000) desde la apropiación y reelaboración de la tradición

marxista, dando cuenta de la relevancia de estas formas de emergencia de la

subjetividad política. El reconocimientode estas nuevas complejidades tiene como

2
Deconstrucción, descentramiento, dispersión, son algunos de los términos en los que cabe definir el
proceso por el que ha pasado el sujeto moderno después de los debates contemporáneos que lo tematizan.
Estas formas de referirse al sujeto en la post-modernidad suponen un rechazo ontológico al sujeto
moderno, concebido éste como pleno. En clara contraposición a la conceptualización cartesiana del
cogito, emergen nuevas caracterizaciones de éste. Para una visión exhaustiva véase Wellmer (1993).
Volveremos sobre esto en el capítulo 1.

7
finalidad la construcción de una nueva política para la izquierda, que encuentra en la

hegemonía su categoría clave. A su vez, esto es pensado desde la adhesión a los

principios de la democracia liberal, de aquí que se ligue la dimensión teórica con un fin

político: aquel que consiste en expandir el principio de igualdad hacia la mayor cantidad

de esferas posibles, en un fenómeno que Mouffe caracterizará como radicalización de la

democracia.

En sus trabajos este contrapunto adopta la forma de una crítica externa, consistente en

señalar que las visiones racionalistas no abordan la dimensión fundamental que remite

al momento en que la sociedad se instituye. En este sentido, nuestro trabajo retoma estas

discusiones con el fin de dar un panorama general de las temáticas atinentes a la obra de

Mouffe, y sobre cómo su trabajo se construye, en parte, mediante la contraposición con

otras teorías. Esto, a su vez, nos permitirá contrastar esta forma de crítica con la nuestra,

que no busca aquellos puntos ciegos desde una visión externa, sino que trata de

encontrar esas limitaciones ateniéndose a las categorías que la propia perspectiva de

Mouffe presenta. Es decir, no le cuestionamos no ajustarse a nuestra definición de lo

político, sino que nuestro procedimiento será el de mantener la crítica desde las

categorías de su propia obra. De esta manera lo que la tesina se propone es poner en

crisis el andamiaje conceptual de la teoría post-marxista tal como la desarrolla Mouffe,

y su teoría de la democracia agonal, desde el interior de supropia trama.

Para llevar a cabo dicho objetivo vamos a centrarnos en la dimensión fundamental de su

teoría social, aquella que Mouffe denomina lo político. Esta caracterización, que da

cuenta de la herencia intelectual heideggeriana, remite a una dimensión de análisis que

la autora define como ontológica. En contraposición con la dimensión óntica, lo político

es caracterizado como la instancia de antagonismo inherente a las relaciones sociales;3la

3
Ésta es una primera y breve definición de la terminología de Mouffe, la cual se retomará más adelante
en el capítulo 3.

8
ubicuidad de este plano ontológico, que atraviesa a toda experiencia social y política,

adquiere un rol relevante en la concepción de Mouffe. Ésta va a ser nuestra hipótesis de

trabajo, ya que analizaremos si lo político, tal y como es caracterizado por Mouffe,

conlleva o no la instauración de un nuevo carácter incondicionado al interior de la teoría

social post-marxista. En Mouffe la resignificación de la dimensión ontológica sirve a los

fines de elaborar esa mentada teoría social antiesencialista, es decir, una teoría que no

opere con un fundamento que –en el caso del marxismo- establezca una clase social

constituidoa priori, portador de los cambios sociales y políticos. Nuestro trabajo tomará

por eje central la crítica a esta categoría, para desde allí preguntarnos:¿cuál es la

respuesta que Mouffe plantea a la crisis de los fundacionalismos?, ¿cómo afecta esto a

la constitución de la subjetividad?, ¿y a la del orden social? Al dar lugar esto a una

nueva ontología ¿se establece un nuevo incondicionado?, en tal caso ¿cómo impacta

ello en la pretensión de erradicar todo resto esencialista de la consideración de lo

político y, en particular, de su teoría de la democracia?

Para abordar estas preguntas decidimos estructurar nuestro trabajo de la siguiente

manera: en el capítulo 1 hacemos una reconstrucción de los elementos más relevantes

de la teoría social de Mouffe, aquella que define los elementos básicos su “post-

marxismo”. Junto con esta reconstrucción incluimos la tematización que ella hace

respecto a los nuevos movimientos sociales y cómo éstos entrañan un nuevo desafío

para la teoría social, especialmente, para su interrogación sobre la cuestión democrática.

El capítulo 2 tiene como eje las observaciones que Mouffe hace sobre los cambios en el

marxismo a lo largo del siglo XX. Dicha historización permite situar las

transformaciones en la teoría como un intento en pos de liberarla de los resabios

esencialistas. El lugar de arribo es una nueva teorización en la que el marxismo va

expandiendo la lógica de la contingencia y su carácter relacional. Sin embargo, Mouffe

9
cree que esta contingencia que se abre paso en el marxismo, no llega a romper

plenamente con la pretensión esencialista. En cambio, para su visión, esto sí ocurre con

su reelaboración teórica, la cual será reconstruida en nuestro capítulo 3. De la teoría

social pasamos luego a recuperar las características básicas de su modelo democrático.

En el capítulo 4 trabajamos las dimensiones fundamentales de la democracia agonal y la

discusión que Mouffe entabla con otras perspectivas que piensan –según ella- a la

democracia desde un paradigma racionalista. Finalmente, en el capítulo 5 exploraremos

los que consideramos son puntos ciegos que irían en contra de las propias bases en las

que ella sostiene su propuesta teórica. Para ello, tal como dijimos, seguimos una

metodología de crítica inmanente. Esta forma de trabajo tiene la ventaja de poder

entablar una discusión teórica sin apelar a una negación de la obra de la autora desde un

posicionamiento diferente, por el contrario se acoge el conjunto categorial perteneciente

a la perspectiva a ser criticada y desde allí -desde ese interior- se buscan aprehender las

limitaciones así como las potencialidades.

Finalmente, también nos proponemosindagar cómo se da en la obra de Mouffe un

proceso de signo inverso al pretendido en su crítica al marxismo clásico. Si para Mouffe

éste erigía una clase social –obrera- como privilegiada en el proceso social, definida por

su posición en la estructura social y concebida como una positividad, su teoría post-

marxista viene a deshacerse de este esencialismo. Sin embargo, y esta es nuestra

hipótesis de trabajo, en la construcción del modelo agonal de democracia que elabora, lo

que creemos poder verificar es una re-sustancialización consistente en erigir una nueva

positividad en el orden del régimen político. La relación entre la dimensión ontológica y

la óntica es nuestro eje analítico primordial para demostrar cómo se genera esa re-

sustancialización en la perspectiva de Mouffe. De esta manera, mediante el estudio de la

perspectiva post-marxista y del modelo de democracia agonal que ella elabora,queremos

10
realizar una contribución a las discusiones actuales en torno a la cuestión de la

democracia.

11
1- Desandando categorías

I- El pensamiento “post”

Este capítulo se propone reconstruir aquellos elementos filosóficos que componen la

matriz conceptual del post-marxismo,4 este trabajo nos permitirá posteriormente

adentrarnos en la teoría de la democracia agonal de Chantal Mouffe, la cual constituye

su trabajo específico. En cada apartado de este capítulo tomamos la base filosófica

teniendo como horizonte la relación que ésta tiene con el modelo agonal de democracia.

Para nuestro primer objetivo reconstruiremos los aportes que el post-marxismo entraña

para la teoría social, esto en el marco de un conjunto de transformaciones históricas, ya

que las nuevas complejidades que el siglo XX presenta son inescindibles de los nuevos

desafíos que la teoría busca resolver. Así, emprenderemos nuestra presentación de lo

que consideramos más relevante de la teoría social sin olvidarnos de cómo lo histórico

hace su aparición en un doble sentido: dando el pié para repensar la teoría y

confirmándola luego.

El marco histórico que atraviesa al trabajo de Mouffe es la indiscutible formación de un

horizonte de intelección en el cual las certezas han caído, las utopías sociales se han

desarmado y, como correlato, las teorías políticas que operan en ese horizonte buscan

encontrar un nuevo sustrato epistemológico en el cual asentarse. Frente a las

concepciones esencialistas que postulaban una ontología determinada –a veces

combinándose con el carácter presencial de esa sustancia-, sea bajo la forma de un

agente social privilegiado, sea bajo la perspectiva de una metodología determinada o un

4
Dicha reconstrucción supone un conjunto de elaboraciones pertenecientes a Mouffe y a Laclau. A partir
del trabajo compartido cada uno continúa sus caminos de investigación específicos. Laclau trabaja
posteriormente una línea de investigación orientada al estudio del populismo; no obstante mantienen la
matriz conceptual elaborada por ambos.

12
ideal regulativo, el pensamiento post-fundacional5 (Marchart, 2009) viene a torcer esa

mirada y a presentar una nueva forma de concebir lo social y lo político. Este cambio es

introducido como expresión de una determinada facticidad que es la que de alguna

manera lo liga a un contexto histórico concreto sin que sea posible verlo como una mera

expresión de ideas que se modifican en la soledad del pensamiento abstracto. Así, por

ejemplo, una de las tramas sociales que promueve este “giro” es el surgimiento de

nuevos movimientos sociales que emergen en la sociedad bajo la forma de agentes que

entran en conflicto con el orden social y plantean un desafío a los marcos teóricos desde

los cuales se aprehenden los fenómenos sociales. Dicho desafío consiste en que estos

agentes no se inscriben en los sujetos tradicionales –como la clase- y por ello resulta

difícil establecer su carácter.

Los cambios en lo históricoconllevan cambios en la teoría, entonces es necesario dar

cuenta de algunas transformaciones ocurridas a finales del siglo XX para poder entender

cuál es el marco en el que se origina la perspectiva post-marxista. En Hegemonía y

estrategia socialista -escrito conjuntamente con Ernesto Laclau- Mouffe señala la

interdependencia que hay entre los cambios políticos y sociales que se producen en

Europa y cómo estos afectanen la perspectiva teórica que elabora, en la cual el

marxismo es reinterpretado a la luz del cambio en las ideas que se expresan en las tres

corrientes intelectuales más relevantes del siglo XX. Este cambio aúna un conjunto de

tradiciones que se posicionan en torno a -lo que con Derrida llaman- una crítica a la

metafísica de la presencia. En definitiva, el marxismo constituye una estructura

discursiva que ha pasado por este proceso que va de la metafísica de la presencia hacia

un pensamiento post-metafísico, constituyendo una demostración interna de lo que

5
Para Oliver Marchart tanto Laclau como Mouffe forman parte del conjunto de autores que integran la
corriente post-fundacional. Ésta tiene la particularidad de acoger el carácter contingente del fundamento
de lo social, sin por ello negar la necesidad de establecer algún fundamento provisorio. Para una visión
completa véase Marchart, O. (2009). El pensamiento político posfundacional: la diferencia política en
Nancy, Lefort, Badiou y Laclau, Bs. As., FCE.

13
ocurre en la historia del pensamiento contemporáneo. Es en este marco que nuestra

investigación adquiere su relevancia, en tanto que indaga por ese proceso de

destrascendentalización, preguntándose hasta qué punto el post-marxismo y la teoría

democrática de Mouffe alcanzan el objetivo de deconstruir el esencialismo. A su vez

esto nos permite preparar el terreno para interrogamos acercade las potencialidades y

limitaciones de esta perspectiva post-metafísica.

Como historia interna dentro del pensamiento contemporáneo podemos observar que al

interior del corpus del marxismo se operan una serie de cambios teóricos que de algún

modo reflejan un clima de pensamiento filosófico contemporáneo, consistente en rever

los fundacionalismos epistémicos, políticos, poniendoen crisis las verdades y

fundamentos de esos ámbitos. Así, una de las causas por las que el marxismo deviene

post-marxismo refiere a las condiciones políticas de la época -cambios en lo óntico-

tales como la descomposición del “socialismo realmente existente” donde se muestra la

primacía de los partidos comunistas que se veían a sí mismos como los legítimos

herederos de la ortodoxia. En este contexto, el post-marxismo se presenta a sí mismo

como una recuperación de elementos del marxismo que ha desintegrado en su interior el

esencialismo originario, como una teoría social que abandona el fundamento último de

lo social en un agente privilegiado como la clase obrera, o que se legitima desde una

dimensión fundamental como la economía. Frente a estas visiones que establecían ese

ámbito privilegiado para comprender la dinámica de la historia, el aporte que otorga la

obra de Mouffe supone romper con este esencialismo en elfundamento, pues sólo así

podríanacogerse las complejidades políticas y sociales de finales del siglo XX. Como

señalábamos, el post-marxismo no es el único discurso que ha vivido esa secuencia;

también ha ocurrido en la epistemología y su crisis normativa que se expresa en la

transición que va desde el verificacionismo a Feyerabend, pasando por Popper y

14
Kuhn.6Asistimos a un cambio por el cual el siglo XX comienza con una ilusión realista

que se disuelve progresivamente. Así, la filosofía analítica, la fenomenología y el

estructuralismo, en tanto ámbitos intelectuales con variadas temáticas, reflejan un

cambio que va desde una ilusión de inmediatez hasta un conocimiento mediado por el

discurso. Del Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas, del Heidegger y su

analítica existencial del Dasein y de la crítica post-estructuralista del signo surgen las

invectivas que inauguran un nuevo clima intelectual de pensamiento post-metafísico en

el cual abreva el post-marxismo de Mouffe, siendo éste una recepción posterior a estos

aportes. Para captar este cambio es ilustrativo pensarlo desde la caída de la “ilusión de

inmediatez”. Así, esquemáticamente, podemos señalar que en la fenomenología, que

parte de Husserl hasta llegar a Heidegger y la reapropiación de éste por Derrida, se

produce un cambio de paradigma, en el sentido de la eliminación de la “presencia”

como lo ontológico, y en el particular caso de Heidegger a través del carácter temporal -

y por ende variable- del ser fenoménico.En el estructuralismo el pasaje de Saussure en

torno a la teoría del signo, a su crítica de la arbitrariedad por Benveniste, al post-

estructuralismo de Derrida o Barthes, el significado cada vez queda menos circunscripto

a sí mismo y, a su vez, los márgenes con los que entra en relación tienen cada vez

menos una frontera definida.Otras esferas también recibieron esta envestida, así por

ejemplo la tradición iluminista que sostuvo un sujeto unitario anclado en la razón, con

su consecuente validez universal y con la posibilidad de establecer un conocimiento

seguro, ha tambaleado con los aportes críticos que introdujo Freud y,

posteriormente,Lacan y Foucault en torno a la unidad del sujeto y por ende a sus

construcciones, como la historia, la ciencia, la moral, etc.

6
La epistemología es otro ámbito en el cual se observa una transición entre un pensamiento metafísico,
que supone un sujeto ahistórico y fundante del proceso de conocimiento; y la posterior crisis de éste, con
su consecuente descentramiento en múltiples dimensiones que componen el campo de construcción del
saber.

15
II- Concepción de lo social

El post-marxismo tiene un contexto histórico de surgimiento que señala los años sesenta

y setenta como una bisagra. Por esos años el Estado de bienestar entra en crisis y los

nuevos movimientos sociales que emergen tras el Mayo del 68 ponen en jaque la

centralidad de la clase obrera como agente social privilegiado. Frente a esta situación, la

respuesta teórica del marxismo althusseriano representó para la izquierda un serio

intento de renovación teórica en pos de una crítica al esencialismo clasista. Esta teoría,

que daba una importancia central a los procesos de sobredeterminación que ocurren en

las relaciones sociales, no se deshizo definitivamente del esencialismo que aún quedaba

en la famosa determinación en última instancia por la economía. Así es que dejóel

espacio abierto para un nuevo intento teórico que busque una des-esencialización del

marxismo. Aquí es donde el análisis del discurso, en nuestra consideración,es

introducido por Mouffe como un intento por desarrollar una teoría antiesencialista a

través del uso de unas categorías que serán trasladadas al análisis social. Su aporte, de

influencia derridiana, tiene que ver con deconstruir al marxismo, que aún es deudor del

pensamiento metafísico que conlleva pensar a la sociedad como una totalidad cerrada,

es decir, una sociedad que desde la óptica post-marxista establece un centro necesario

como explicativo de su dinámica, el cual, por tanto, escapa a la contingente articulación

de formaciones sociales. A partir de ese centro es que puede establecerse un sujeto

constituido plenamente –la clase obrera- que reviste el papel fundamental en la

transformación de la sociedad en tanto totalidad. Estas caracterizaciones hacen al

tonoesencialista del marxismo, ya que dentro de su concepción de lo social postula una

16
dimensión privilegiada donde los fenómenos políticos, culturales, sociales, encontrarían

una explicación. En contraste con esto, el marxismo es reinterpretado a la luz de nuevas

categorías que buscan despejar ese esencialismo en su teoría y poder pensar la

complejidad de los fenómenos políticos, sociales y económicos sin las limitaciones que

el reduccionismo de clase estaba reproduciendo. Como decíamos previamente, la

conjunción de aspectos históricoscon otros de carácter teórico son los que permiten

entender al post-marxismo en su emergencia. Éste constituye una respuesta a los

cambios en la historia y, a su vez, a los de la historia de la teoría.

Para el post-marxismo la dinámica de lo social no tiene un anclaje decisivo en lo

económico, en lo político, en lo cultural, sino que estas múltiples dimensiones se

articulan con un grado de contingencia que impide a priori establecer un centro

explicativo, marcándose así su ruptura para con una “totalidad cerrada”. Dicha dinámica

de lo social, incorpora el aspecto material de la realidad como parte de su lógica,7pero lo

aprehende en su relación de significación ligada a una estructura discursiva, esto es, a

un conjunto estructurado de significantesque la teoría post-marxista define como

discurso: una estructura significativa que incluye actos lingüísticos y extralingüísticos

que se relacionan de modo diferencial. Para entender esto Mouffe utiliza el ejemplo de

Wittgenstein, en el cual se explicita que el acto de construcción de una pared está

constituido por los ladrillos, las palabras con las cuales se comunican los albañiles, las

acciones que estos ejecutan, etc. Todo esto forma parte de una operación total que

Mouffe entiende por discurso y que rompe el esquema dualista entre lo dicho y lo

hecho, entre el lenguaje y la acción. Los elementos que forman parte de este discurso

adquieren su significado en la posición diferencial que mantienen con los otros. Así por

7
Para abordar la cuestión sobre el estatus de lo material en la concepción de la sociedad de Mouffe, véase
Laclau, E. y Mouffe, Ch. (2000) “Posmarxismo sin pedido de disculpas” en Nuevas reflexiones sobre la
revolución de nuestro tiempo, Buenos Aires, Nueva visión.

17
ejemplo el ladrillo, la pared, el albañil adquieren significado en su diferenciación y en

tanto tengan una significatividad en el discurso que los estructura; su posición en el

discurso es lo que define a cada elemento. El ladrillo no tiene una identidad definida, ya

que puede ser usado para construir una pared o puede ser un proyectil si alguien así lo

quisiera. El objeto depende aquí de la particular articulación discursiva que lo emplee.

Con esto, lo que Mouffe rescata del pensamiento de Wittgenstein es el carácter

tendencialmente borroso de la diferenciación entre semántica y pragmática, ya que el

significado de cada palabra depende enteramente del contexto y entonces la identidad

del objeto discursivo se constituye en el contexto de cada estructura significativa. De

allí que, por ejemplo, en las identificaciones sociales que se expresan en partidos

políticos o en movimientos sociales, la identidad que estos adquieran sea pensada como

diferencial.8 Al respecto dice Mouffe,

toda configuración social es una configuración significativa. Si pateo un objeto esférico

en la calle o si pateo una pelota en un partido de fútbol, el hecho físico es el mismo,

pero su significado es diferente. El objeto es una pelota de fútbol sólo en la medida que

él establece un sistema de relaciones con otros objetos, y estas relaciones no están dadas

por la mera referencia material de los objetos sino que son, por el contrario, socialmente

construidas (Laclau y Mouffe, 1993:114).

Esta aclaración es importante porque una de las cuestiones que le fue criticada a esta

posición fue la acusación de negar la realidad. Así en “Post-marxism?”9Norman Geras,

cuestiona aHegemonía y estrategia socialista al sostener que aceptar que el ser de los

8
Esta primera característica remite al aspecto central de la teoría estructuralista del significado que
elaboró Saussure. Consiste en separar el signo del referente y en sostener que el significado en el lenguaje
se produce por una cuestión diferencial entre los signos. En el plano de lo social esto implica que las
identidades que se producen en los agentes sociales no corresponden a un sustrato fijo que correspondería
al agente sino que, como tal, éste se constituye en su relación diferencial con otros agentes sociales.
9
Para una visión completa de las críticas véase Geras, Norman. (1987). “Post-marxism?” New
LeftReview. I/163, May-June.

18
objetos le sea dado en el discurso es al mismo tiempo negar su realidad pre-discursiva,

afirmando que no hay objetividad y que los objetos entonces no existen. Según Mouffe

esta crítica se debe a una confusión consistente en suponer que el sustrato material que

ostenta un objeto es idéntico a su ser. En su opinión,Geras confunde el ser de un objeto,

que es histórico y por ende sujeto al cambio, con su existencia en tanto que tal. Más allá

del contexto discursivo, los objetos tienen existencia, mientras que su ser le es dado en

su articulación a un discurso en particular. En otras palabras, no se niega la existencia

independiente del mundo y de los objetos que lo pueblan, básicamente se señala el

carácter mediado de nuestra relación con ellos.

Pero también, a su vez, ese ser es contingente, abierto a posibles modificaciones

dependiendo de su articulación a diferentes estructuras discursivas. En este sentido el

profesor y especialista en análisis de discurso Jacob Torfing señala:

Discurso, puede ser definido como una “totalidad relacional” de secuencias

significantes. Pasemos por cada uno de los tres componentes de esta formulación para

ver lo que implica. Primero, el aspecto relacional se refiere al relacionalismo radical que

sostiene que las relaciones entre identidades sociales son constitutivas propiamente de

esas identidades. Segundo, las comillas que rodean la noción de totalidad indican que el

sistema relacional puede concebirse como una totalidad solo en relación a una cierta

exterioridad. Finalmente, discurso es definido como una “totalidad” relacional de

secuencias significantes para dejar claro que nos preocupa todo tipo de procesos por los

que lo social se construye como significativo. Un discurso no tiene fundamentación

última y su coherencia está dada solo a manera de regularidad tentativa, en una

dispersión de elementos disímiles (Torfing, 1998:40).

Con esta idea, que se traslada del lenguaje a lo social, las formaciones sociales son

resignificadas en su aspecto relacional, diferencial, abierto, incompleto y precario. El

19
tránsito del estructuralismo al post-estructuralismo, se caracteriza por ese carácter

abierto e incompleto que separara al significante del significado:

El significado no está inmediatamente presente en el signo. Así como el significado de

un signo se relaciona con lo que no es el signo, en cierta forma su significado también

se halla ausente del signo. Podría decirse que el significado se halla desparramado o

disperso en toda una cadena de significantes; no se le puede sujetar; nunca está presente

en un solo signo; es, más bien, una especie de fluctuación constante y simultánea de la

presencia y de la ausencia (Eagleton, 1998:156).

Esta noción de lo social como discurso se entronca con la particular apropiación que

Mouffe hace de la gramsciana noción de hegemonía, para de esta forma pensar un orden

social que nunca logra la sutura final, siempre atravesado por el conflicto y la

negatividad del antagonismo social, que refuerza así el carácter precario y contingente

de toda relación social. Una formación discursiva se constituye como resultado de una

articulación, y ésta consiste en un conjunto de relaciones en las que los elementos que

intervienen –formándola- modifican sus identidades en la articulación misma. El lugar

que tiene el análisis del discurso en la perspectiva de Mouffe no se reduce a un mero

enfoque epistemológico sino que funciona como una herramienta conceptual que

permite aprehender de modo radical la historicidad del ser y el carácter contingente de

toda construcción social. Con esta perspectiva de análisis de lo social Mouffe pretende

no sólo deshacerse del esencialismo en la teoría marxista sino también incluir a los

actores políticos que emergen en el nuevo contexto histórico. De esta forma cobra

relevancia la preocupación teórica de Mouffe por el desafío que la historia le plantea al

marxismo posterior al breve siglo XX. Este reto intelectual, inescindible de los

acontecimientos históricos recientes, es tematizado por Mouffe como una relación entre

20
lo óntico y la manera de concebir lo ontológico. Así es que estos cambios en lo óntico –

contenidos particulares de la historia- impulsan una nueva aprehensión de la ontología.

III- Los movimientos sociales en la lógica de lo social discursivo

Sobre la base de lo antedicho, nos ocuparemos ahora de reflexionar sobre el papel que

juegan los movimientos sociales en la teoría post-marxista. Como expresión

contemporánea de nuevas subjetividades políticas, éstos han irrumpido en la escena

pública teniendo un lugar cada vez más protagónico. Es desde la observación que releva

el peso político de estas nuevas subjetividades, que Mouffe se propone abordarlas con el

fin de repensar la estrategia de la izquierda.

El desafío de la izquierda era hallar una forma de articular las nuevas demandas

planteadas por feministas, antirracistas, el movimiento gay y el movimiento

ambientalista, de un modo que conectara a las demandas formuladas en términos de

clase (Mouffe, 2014:132).

Cuando Mouffe escribe con LaclauHegemonía y estrategia socialista tenía el objetivo

de reformular el proyecto socialista que había entrado en crisis. “Esta crisis se debía en

parte a la creciente importancia de los nuevos movimientos sociales que habían estado

surgiendo desde la década de 1960, cuya especificidad ni el marxismo ni la

socialdemocracia fueron capaces de comprender” (Mouffe, 2014:129).

Su intención era desarrollar una teoría que dé cuenta de lo específico de los

movimientos sociales, algo que la teoría marxista no podía hacer desde su perspectiva

clasista, reduciendo la lógica de estos movimientos a la estructura económica de

21
explotación capitalista. Para este objetivo la solución consistió en articular dos enfoques

teóricos: el post-estructuralismo -Derrida, Lacan, Foucault, entre los referentes

principales- y los aportes de Gramsci en torno al concepto de hegemonía.10

Esta conjunción de motivaciones políticas y teóricas puede verse como una expresión de

eso que Mouffe, en su libro En torno a lo político, establece como la relación entre lo

óntico y lo ontológico. Es decir, aquellos cambios en lo óntico que abren la posibilidad

de otro acceso a lo ontológico, o lo que es lo mismo, cómo las transformaciones en la

existencia generan nuevas concepciones del ser de esa existencia. En este caso, el

surgimiento de los nuevos movimientos sociales y su lógica de participación política

impulsan una reinterpretación de la naturaleza de lo político que debe reformular sus

principios teóricos para acceder a una comprensión del surgimiento de estos

movimientos y su inserción en lo político. Así es que Mouffe nos alerta que desde la

ideología política, como desde el corpus teórico, se opera una reinterpretación en la que

se busca dar un marco para pensar los nuevos movimientos sociales dentro de la esfera

del marxismo, a su vez que se acoge esta nueva complejidad en la trama política de las

democracias liberales, lo que supone una aceptación de los valores liberales y

democráticos como principios compartidos por la comunidad política. Esto reviste una

importancia decisiva, puesto que su proyecto de radicalización de la democracia no

supone un momento de revolución que altere la distribución de los medios de

producción, sino la expansión de los principios igualitarios. Para ello, es necesario

fortalecer los valores de la democracia liberal, que constituyen la base para la posterior

radicalización democrática.

10
Estas son las principales líneas teóricas en las que Mouffe abreva pero no las únicas. En efecto, su
teoría también se enriquece con elementos del pragmatismo estadounidense y de Wittgenstein. Sin
embargo, los mencionados anteriormente son los que dan su especificidad a la elaboración teórica de
Mouffe.

22
Para la perspectiva post-marxista el error del marxismo clásico consiste en hacer de la

clase una identidad fija, estableciéndolaa prioricomo el actor central del proceso social.

Esta crítica abreva en los aportes teóricos de lo que anteriormente se resumió como

post-estructuralismo, en los cuales la lógica relacional -retomada del estructuralismo-

utilizada para el estudio de lo social, plantea un carácter inestable y precario de las

identidades que se constituyenal interior de la formación discursiva. Para Mouffe estas

identidades no pueden ser definidas a priori de la estructura relacional, ya que

establecerlas de antemano supone remitir el carácter privilegiado –hegemónico- de

alguna diferencia particular a la producción inmanente de cada formación discursiva,

dando por sentado el presupuesto trascendente de la relevancia de la clase como actor

central. A su vez la naturaleza relacional de la constitución de esas identidades, implica

que éstas estén abiertas a la posibilidad de ser modificadas por las relaciones de

diferencia mismas del proceso discursivo, sin lograr nunca una sutura definitiva en su

identidad. Mouffe, en este caso sentencia:

La problemática teórica que hemos presentado excluye no sólo la concentración de la

conflictividad social en agentes apriorísticamente privilegiados, como lo serían las

clases, sino también la referencia a todo principio o sustrato general de tipo

antropológico que, a la vez que unificaría a las distintas posiciones de sujeto, asignaría a

la resistencia contra las diversas formas de subordinación un carácter inevitable. No

hay, por lo tanto, nada inevitable o natural en las distintas luchas contra el poder, y es

preciso, por consiguiente, explicar en cada caso las razones de su emergencia y los

diversos módulos que ellas pueden adoptar (Laclau y Mouffe, 2010:194-195).

De lo anterior podemos inferir que para Mouffe, los llamados nuevos movimientos

sociales van a detentaruna relevancia en lo político que antes no tenían para la teoría

marxista. Si el marxismo ha deconstruido progresivamente su esencialismo al punto de

23
pensar no ya en una clase privilegiada encargada de encarnar el antagonismo social de

modo unívoco, entonces, la emergencia de estos movimientos a través de demandas que

surgen tras las problemáticas del capitalismo contemporáneo, son un elemento a tener

en cuenta para la política socialista en su intento de acumular poder. Esto se debe a que

la identidad que adquieren no está sentenciada por su mera demanda como

particularidad, sino que depende de la articulación singular que adquiera en una

formación hegemónica. Si su identidad es relacional, entonces la articulación es la que

la moldea. De allí que su teoría tenga una dimensión programática al señalar la

importancia de incorporar dichos movimientos a la esfera socialista, en vez de

subestimar su falta de anclaje clasista. De lo dicho anteriormente se desprende una

dimensión más: los sujetos constituidos al interior de las formaciones discursivas no

tienen un lugar determinado. Al no poseer una identidad fija, éstos ocupan posiciones de

sujeto que quedan parcialmente fijadas, pero sin poder detener nunca ese movimiento de

fijación.

Es por la relación entre las posiciones que los sujetos ocupan en la estructura

discursivay su articulación a un discurso determinado –para el caso de Mouffe el

democrático- que se puede pensar la conflictividad y la formación de un bloque en

torno a alguna demanda específica. Estos nuevos movimientos sociales agrupan una

serie diversa de luchas, entre ellas urbanas, ecológicas, antiautoritarias, anti-

institucionales, feministas, antirracistas, minorías étnicas, regionales, sexuales, etc., que

no son reductibles pero que se distancian de las luchas obreras al no obedecer a una

identidad de clase. Lo relevante es que la conflictividad social actual se expresa

intensamente en ellas.

De la preponderancia que estos nuevos sujetos políticos incorporan al campo político

por la creación de nuevos antagonismos, se debe el interés que el post-marxismo tiene

24
sobre ellos y de allí, su propuesta a ser considerados por la izquierda para la formación

de una nueva hegemonía socialista. A diferencia de lo que sostuvieron los teóricos de la

Segunda Internacional, que consideraron la fragmentación como un momento negativo,

consecuencia del capitalismo, y por lo tanto pensaron a estas problemáticas como

“liberales”, dejándolas de lado; estos nuevos movimientos sociales representan un

potencial de conflictividad importante, que al ser articuladas políticamente, pueden

conformar un bloque hegemónico que opere una transformación social. Mouffe lo

piensa en términos de una contra-hegemonía que lleve a cabo un proyecto de

radicalización de la democracia. Este cambio, la visión y reconsideración por parte de la

izquierda, es posible en un contexto de pensamiento en el cual el esencialismo de clase

se abandona y lo que se postula es la multiplicación de sujetos que resultan de los

nuevos antagonismos. De lo que se trata es de rever los postulados teóricos que, tal cual

están, inhabilitan la acción política de la izquierda porque no captan el papel estratégico

que puede proveerles la incorporación de estas nuevas subjetividades políticas. Para

incorporarlos es necesario descentralizar al sujeto político de la izquierda y considerar

estas nuevas emergencias. De lo dicho se desprende un desafío para Mouffe: un nuevo

acercamiento a lo social, que implique un cambio epistemológico al interior del

marxismo para poder dar cuenta del reto que imponen las nuevas subjetividades

políticas de los movimientos sociales. A su vez esto se liga con la posibilidad de

integrarlosy conformar una nueva hegemonía socialista, posible en tanto haya una

comprensión de la dinámica social. Esta división de planos –óntico/ontológico,

epistemológico/político- es una característica de su enfoque que tiene implicancias

sumamente relevantes,las cuales daremos tratamiento más adelante en nuestro capítulo

3. Para finalizar, queremos señalar que la afinidad entre la perspectiva filosófica del

análisis del discurso, que permite conceptualizar a lo social como un campo de

25
estructuras significativas diferenciales, es pertinente para lograr una mayor aprehensión

de los nuevos sujetos políticos.Al romper con la idea de un sujeto a priori y definitivo,

estas nuevas luchas sociales son consideradas relevantes para la teoría post-marxista.

Esto significa que sean consideradas a la hora de establecer un nuevo bloque de poder,

imprescindible para la formación de una nueva hegemonía. Esto es un quiebre en la

forma de concebir lo ontológico, ya que para el marxismo clásico esas luchas eranleídas

como pseudo conflictos, siendo el único relevante el de clase.

Ahora vemos como estas modificaciones en lo óntico -surgimiento de nuevas

conflictividades no sujetas a una identidad clasista- dan lugar a una reinterpretación, que

es la expresión de este cambio en la forma de concebir lo ontológico. A su vez este

nuevo acercamiento a lo ontológico potencia la aprehensión de las complejidades de lo

social.

26
2- El esencialismo marxista y la hegemonía como primer
momento de su crítica

I- Crítica al esencialismo en la teoría marxista: genealogía de la hegemonía

y progresión en el desmontaje del esencialismo

En este apartado me interesa seguir el recorrido que Mouffe hace en torno a la

destrascendentalización del marxismo, en pos de encontrar algunos elementos teóricos

para acercarnos a su noción de democracia radical, la cual se sustenta en una noción de

articulación que se gesta en la tradición marxista. Es importante rastrear el argumento

tras el cual el marxismo es afectado por el clima de pensamiento contemporáneo que

mencionamos previamente, para conformar, tal como dijimos, una historia interna de

eso que Mouffe –en su herencia derridiana- menciona como crítica a la metafísica de la

presencia.El objetivo de este capítulo es echar luz sobre cómo a través de una crítica

que no por ello deja de retomar algunos elementos de esta tradición –como la

preocupación por el antagonismo o la noción de hegemonía-, la autora producesu

perspectiva y cómo esto se plasma en la particular concepción de democracia agonal

que elabora. Esta dimensión de su pensamiento democrático será trabajada en el

capítulo siguiente.

Además de ser el marxismo el campo de análisis de Mouffe es, también, la tradición

política a la cual adhiere. De esta forma, en tanto teoría social y valor político al cual

suscribe, le servirá para pensar la dinámica de lo social y hacer sus críticas políticas.

Para ello confronta primero con las corrientes marxistas que identifica como

esencialistas, en un intento de mostrar cuáles son sus limitaciones teóricas.Si bien estos

obstáculos teóricos tienen diversas manifestaciones concretas, nuestro trabajo buscará


27
enfocarse en señalar aquellos que provienen de ese carácter esencialista, los cuales

confluyen inicialmente en reducir la acción política, la transformación y la conciencia a

una clase particular que tiene un tipo de relación específica con los medios de

producción. Es decir, para Mouffe, el marxismo como teoría social, es la expresión de

un clima de pensamiento, aquel que piensa al ser, al fundamento -sea de la realidad, de

la política, del conocimiento, etc.- como lo dado, como lo que está allí, oculto o

descubierto, pero que irremediablemente está consigo mismo en la quietud y

conformidad de su ser.11La “presencia” es el término que Derrida utiliza para

caracterizar la metafísica de esta cosmovisión. El ser para ella es esto que está presente

y que la mera observación -si nos acercamos al positivismo- o la exégesis en último

término, nos conduciría hacia él. La categoría de clase expresa con mayor notoriedad el

carácter esencialista del marxismo clásico, ortodoxo, revisionista, y que aun en la teoría

gramsciana sigue funcionando como polo centrípeto de la explicación de lo social. La

definición de la clase obrera como un agente social pre-constituido al nivel de la

estructura, es la manifestación misma de una presencia idéntica a sí, que opera en un

nivel ontológico privilegiado. Los aportes de Mouffe parten de una crisis del marxismo

que se expresa al nivel de la teoría y de la práctica, y que los llevan a reformular el

pensamiento marxista en pos de una lectura que a grandes rasgos piense a los agentes

sociales como resultado de la apertura de lo social, sin que sea posible definirlos a

priori.

Todo este pensamiento es el que el post-estructuralista pone en crisis, el cual conduce a

una modificación de las categorías del marxismo, que como caja de resonancia, opera

11
Nos referimos aquí al carácter fijo de las identidades que se constituyen en lo social. Para el marxismo
ortodoxo, por ejemplo, la identidad de la clase obrera está dada por el lugar que ella ocupa en la estructura
productiva y ésta no se altera por las relaciones que cada clase obrera tenga con otras identidades sociales
en el marco una posible alianza de clases. En esto reside el carácter fijo de una identidad y es lo que
Mouffe pone en duda al considerar que en la articulación política, la identidad de cada diferencia es
modificada al interior de cada relación.

28
una transformación acorde a los diversos planos en los que lo filosófico moderno

empieza a incluir al tiempo como horizonte de interpretación del ser. Por ello toda

perspectiva que tienda a establecer un punto fijo, una esencia en tanto que inmutable y

definida, será puesta en jaque con los aportes de las diversas corrientes de pensamiento.

La propuesta de Mouffe es pensar al marxismo en este progresivo desmontaje de sus

categorías en pos de derribar los últimos atisbos de esencialismo con los que todavía

cuenta en su corpus teórico. Este esencialismo que se sostiene en la centralidad

ontológica de la clase obrera como el agente social encargado de la transformación de la

sociedad encuentra su expresión unívoca en la revolución. Si su visión de la historia se

mantiene ligada a ese sujeto-clase que se define en las relaciones de producción,

entonces la posibilidad de incorporar otras luchas depende de la modificación de esa

visión de lo social. Si la finalidad política de Mouffe consiste en la expansión del

principio igualitario hacia la mayor cantidad de ámbitos sociales posibles –lo que define

como radicalización de la democracia-, la potencialidad del marxismo para este objetivo

depende de su reestructuración teórica, es decir, de una nueva aprehensión de lo social

que otorgue una incorporación de las nuevas luchas que proliferan al interior de los

nuevos movimientos sociales. Cambiar esta perspectiva reconociendo la dimensión de

lo ontológico, es para ella la solución a una nueva estrategia socialista. Las luchas

sociales contemporáneas que previamente mencionamos son la expresión de una nueva

complejidad que termina por empujar al precipicio al andamiaje teórico del marxismo y

plantean la necesidad de readaptarlo. La crisis teórica es el punto desde el que se parte,

para desde allí entender el papel específico que juega la categoría de hegemonía. Así

continúa un argumento que tiene a las transformaciones en el concepto de hegemonía el

punto relevante, ya que desde allí, en ese plano, es desde donde se analiza la

29
transformación gradual que va operando en el marxismo, hasta converger en su

perspectiva no esencialista, post-marxista.

II- El origen del término

A los fines de entender cómo el término hegemonía empieza a ampliar el carácter

contingente de la articulación política, reseñaremos brevemente la reconstrucción

histórica que la autora lleva a cabo en Hegemonía y estrategia socialista. Esto adquiere

relevancia puesto que nuestro trabajo se enmarca en una crítica a la solución que

Mouffe elabora tras los cambios acaecidos en el marxismo. Su solución consistente en

pensar los fenómenos sociales a través de la teoría del discurso está ligada a la

construcción de su modelo de democracia agonal, de aquí la importancia de repensar los

cambios en el marxismo para entender su pretendida propuesta superadora a dicha

visión.

Para Mouffe, el concepto de hegemonía, que se incluye en el corpus del marxismo con

la socialdemocracia rusa, abarca algo más que un tipo de relación política. En el

momento de su formulación hegemonía significó un tipo de tarea que venía a saldar una

desviación del curso “normal” de la historia, que sostenía la pauperización creciente de

la clase obrera y el posterior estallido revolucionario, luego de una etapa en la que la

clase burguesa adoptaba una actitud transformadora frente a las instituciones feudales.

Pero Mouffe nos advierte que esto no estaba sucediendo en la Rusia zarista y la crisis

teórica del marxismo condujo a una reformulación en la que la clase obrera debía llevar

a cabo una tarea propia de la burguesía. Lo que refracta el nacimiento de este término es

la ruptura del carácter teleológico del paradigma marxista; es por el efecto del “espejo

30
quebrado de la necesidad histórica que comenzará a insinuarse una nueva lógica de lo

social, la cual sólo logrará pensarse a sí misma cuestionando la propia literalidad de los

términos que articula” (Laclau y Mouffe, 2010:32) . Según Mouffe: “es la expansión y

determinación de la lógica social implícita en el concepto de hegemonía la que nos

provee de un anclaje a partir del cual las luchas sociales contemporáneas son pensables

en su especificidad, a la vez que nos permite bosquejar una nueva política para la

izquierda” (Laclau y Mouffe, 2010:27).

Este concepto de hegemonía está en Plejánov y Axelrod para explicar la separación

entre la naturaleza clasista de una tarea política y el agente histórico que la lleva a cabo.

Los cambios en el capitalismo en torno a la dispersión de sujetos en la clase obrera,

adopta en Rusia una respuesta consistente en postularla como la clase que debe asumir

tareas de clase que no son las de ella. Así, dice Mouffe, hegemonía viene a ocupar el

nombre dado a una tarea anómala; se trata no de un tipo de relación sino que es “un

espacio dominado por la tensión entre dos relaciones muy diferentes: a) la relación entre

la tarea hegemonizada y la clase que es su agente ‘natural’, y b) la relación entre la tarea

hegemonizada y la clase que la hegemoniza” (Laclau y Mouffe, 2010:81). La tarea

anómala consiste en que la clase obrera asuma una labor que es “naturalmente” de la

clase burguesa ya que aun siendo perpetradas por el proletario, las tareas democráticas

habían sido pensadas como esencialmente burguesas y con esto, la relación hegemónica

se tornaba un suplemento de las relaciones de clase que definíana priori la identidad de

la tarea y del agente social. Es decir, se constituía lo que Mouffe llama un interior

necesario y un exterior contingente. En el primero hay un relato del devenir social

establecido en etapas, que se justifica en tanto la estructura define una identidad de los

agentes y de las tareas que estos llevan a cabo. Las tareas democráticas que confrontan

31
contra los poderes feudales son para este discurso, tareas de la clase capitalista aun

cuando sea el proletario el que las concrete.

En Trotsky la relación hegemónica encuentra una expansión de su propia relevancia en

la revolución, que constituye un momento en la que las tareas democráticas se

transfieren de la burguesía al proletario para asumir el cambio social. Sin embargo sigue

primando el carácter fundante de la economía en relación a todo el proceso social, con

lo cual el proceso hegemónico está supeditado al desenvolvimiento de la economía,

conformando así “un orden de las esencias y un orden de las circunstancias, y estos dos

órdenes se reproducen en el interior mismo de los agentes sociales” (Laclau y Mouffe,

2010:85, cursivas mías). En términos de Mouffe, para Trotsky, el discurso que otorga a

la clase obrera el rol de la tarea hegemónica termina siendo subsumido en el discurso

que establece una caracterización esencialista de la tarea hegemonizada y la clase que es

su agente;12 la lógica contingente de la práctica hegemónica termina sujetándose. El

caso ruso implicó ampliar el carácter indeterminado de la relación hegemónica, ya que

la asunción de tareas democráticas por parte del proletariado deja un margen de

incertidumbre -al menos en ese orden de las circunstancias- que era preciso explicitar;

mientras tanto, para Europa occidental, el fenómeno de complejización de la estructura

social y los consecuentes nacionalismos que erigió a las masas como agentes sociales

relevantes hizo que la narrativa marxista lo viera como desajustes de etapas de dicho

paradigma. Asociadas con categorías como transitoriedad, no hubo necesidad de otra

respuesta teórica como sí tuvo en Rusia. Aquí estaba manifiesta la necesidad de explicar

esa nueva relación en la que la clase obrera debía adoptar una tarea ajena. De aquí la

sutura que el concepto de hegemonía busca en el paradigma marxista, aunque como ya

12
Según Mouffe no hay en Trotsky un análisis del tipo de relación que constituye la hegemonía; para él la
tarea que debe realizar la clase obrera en pos de superar el absolutismo ruso no conlleva una modificación
en la identidad de la clase, sólo se piensa como un vínculo externo. La clase obrera utiliza –articula- esas
demandas como medio para alcanzar sus verdaderos intereses de clase.

32
dijimos, encuentre un límite a la hora de pensar la lógica propia como lógica de

contingencia y constitución de los propios agentes en el marco de la misma relación.

Así es que finalmente tanto Lenin como Trotsky vislumbran la posibilidad de la

revolución rusa en base a una revolución en Europa, que confluya y ayude a mantenerla.

De esta manera el desarrollo normal europeo complementa al desarrollo anormal de

Rusia. Con esto vemos emerger el concepto de hegemonía pero también un claro

mantenimiento de la matriz esencialista que Mouffe critica.

Es en la genealogía del término hegemonía donde Mouffe encuentra una pista para

avanzar haciala destrascendentalización del marxismo. El marxismo debe readaptar sus

categorías y en una primera instancia busca resolver el carácter determinista, el

componente de necesariedad de la teoría, el cual es desbaratado por los hechos y

conceptualizado en la teoría a través del concepto de hegemonía. Sin esta aprehensión,

los hechos quedan desajustados de la teoría, pero la teoría tal como estaba no podía

explicar las complejidades de la historia.

III- Periodización de la crisis

El término “crisis del marxismo”, acuñado por Thomas Masaryk, alude a la crisis del

paradigma kautskiano, que postuló una simplificación progresiva en la estructura social

mediante el empobrecimiento de la clase obrera y la consecuente subordinación de la

organización sindical a la partidaria, con su final en la conquista del poder político. La

simplificación de la estructura social no ocurrió, más bien fue la complejización social -

especialización y autonomización de esferas- y la concientización de la fragmentación

de sujetos al interior de la estructura -obreros sindicalizados, no sindicalizados,

33
aristocracia obrera, etc.-, lo que empujó al marxismo a su crisis. La respuesta a esta

crisis vino desde la ortodoxia marxista. Fue con Kautsky y Plejánov con quienes el

marxismo pensó estas nuevas realidades como expresiones de una fragmentación

temporaria, explicable en los términos de la teoría marxista como momentos que

anteceden a la “redención” final en el que la identidad de la clase se reconcilia consigo

misma al desarrollarse el movimiento infraestructural. Este nuevo papel de la teoría

consiste no ya como en el marxismo clásico, en una teoría que anuncia la evolución

social observable, sino en una garantía, aquella que postula que entre las tendencias

observables y el resultado final hay un hiato temporario. La ortodoxia es efectivamente

consciente de la separación entre el paradigma teórico y los cambios en el capitalismo;

en ese espacio es donde se produce la separación entre dicho paradigma y la práctica

política que ejecuta la socialdemocracia. El factor de las tendencias a la fragmentación

es el puntapié para pensar respuestas, que en el caso de la ortodoxia consistió en

sostener el carácter definitorio de la infraestructura; de esta forma la identidad de clase,

que las tendencias a la fragmentación abrieron a una pluralidad de posiciones de sujetos,

fue pensada como un momento a ser superado por el acaecer necesario del plano

infraestructural, cuyo devenir a su vez es objeto de aprehensión de la ciencia marxista

que se erige como tribunal y garantía. Aquí emerge la figura del intelectual, que

Kautsky defiende. La unidad de clase queda asegurada por las leyes del devenir que la

ciencia marxista sostiene, con lo cual esa unidad clasista se funda en torno a las

relaciones de producción, no dependiendo así de una articulación contingente expresada

en lo político. Esto es lo que Mouffe llama relación de exterioridad, y que se expresa en

la política bajo el concepto de “representación de intereses”. Es importante señalar este

vínculo ya que define de modo contundente el carácter de presencia del ser que radica

en la ortodoxia, que si bien por un lado reconoce los cambios en el capitalismo,

34
desdobla la realidad en ser y apariencia para establecer la sutura abierta por los

acontecimientos históricos. Así, la respuesta de la ortodoxia consiste en erigir dos

argumentos: de contingencia y de apariencia. En ambos casos se produce una reducción

de lo concreto a lo abstracto mediante lo cual las diferentes posiciones de sujeto que

resultaron de la progresiva complejización de la estructura social, se piensan como

manifestaciones secundarias de una esencia -unidad de la clase obrera- que subyace

indefectiblemente. Tras esta concepción, Mouffe nos dice que subyacen tres aspectos:

1- Identidad preconstituida de la clase obrera

2- Identidad preconstituida de la burguesía

3- Una línea de desarrollo prefijada (Laclau y Mouffe, 2010:51-52).

Si las manifestaciones del presente se reducen a momentos aparienciales de un

movimiento estructural incondicionado, entonces lo contingente no emerge sino como

desviación o reflejo distorsionado de esa lógica que opera en un nivel trascendente. Esto

es lo que subraya Mouffe, el no desprendimiento de la necesidad que pese a la

ampliación de la lógica de la contingencia sigue presente en el marxismo. La tercera

observación de Mouffe es que la ortodoxia establece una estrategia de reconocimiento

por la cual cada hecho histórico, cada suceso del presente, es interpretado como un

momento de un desarrollo lineal del devenir trazado por el paradigma. De esto que,

Precisamente porque lo concreto es así reducido a lo abstracto que la historia, la

sociedad y los agentes sociales tienen, para la ortodoxia, una esencia que opera como

principio de unificación de los mismos. Y como esta esencia no es inmediatamente

visible, se hace necesario distinguir una superficie o apariencia de la sociedad y una

realidad subyacente a la misma y a la que –cualquiera sea la complejidad del sistema de

mediaciones– debe necesariamente remitirse el sentido último de toda presencia

concreta(Laclau y Mouffe, 2010:50, cursivas en el original).

35
En este encuadre está prefigurada la estrategia política que opone una alianza de clases

popular tal como lo presentó el revisionismo. Para Kautsky esto era licuar el carácter

revolucionario del movimiento obrero.

En Plejánov el rasgo determinista del paradigma está todavía más marcado, pero lo

relevante a los fines de este trabajo no es adentrarnos en estos matices sino señalar una

etapa en la que el quiebre entre los desarrollos del capitalismo y las aserciones de una

teoría, marcan una crisis que intenta ser resuelta apelando a aspectos teóricos que no

logran desprenderse de su esencialismo, expresado éste en una lógica social

determinista. De todas formas ésta empieza a ser desafiada al interior del marxismo

ortodoxo, ya que la necesidad es levemente diluida en el propio Kautsky, quien postula

la exterioridad del vínculo entre la clase obrera y el socialismo,que se soldaría al incluir

la labor de los intelectuales como una instancia que recompone esa separación. Estos

intentos dentro de la ortodoxia por agrietar ese esencialismo y esa lógica mecánica en la

historia tienen a Rosa Luxemburgo como otro exponente paradigmático.

IV- El símbolo como lógica de lo social

Mouffe estudia cómo en la obra de Rosa Luxemburgo se analiza la huelga de masas en

tanto herramienta política. El contraste está dado por las repercusiones que ésta tiene en

Alemania y en el estado zarista. Su tesis es que mientras en Alemania la huelga se

enmarca en una crítica parcial al régimen, en Rusia cada demanda adopta la forma de

una representación y símbolo de resistencia contra el régimen todo, contribuyendo así a

otras formas de resistencia que podían ir articulándose a modo de generar una lucha más

consistente. Pensar la representación implica operar en el plano de una lógica que es

36
simbólica, es decir, una lógica en la que el significante es desbordado por el significado.

El significante que está mentando una demanda adquiere un significado que trasciende

su particularismo. El “espontaneísmo” luxermburguiano consiste en esta realimentación

entre las diferentes demandas que se expanden más allá de cualquier dirección política o

sindical, posibilitada por una lógica del símbolo que rompe con la literalidad del planteo

marxista ortodoxo de la Segunda Internacional, que sostenía la unidad de clase como

resultado de las leyes de la infraestructura. Para Luxemburgo la unidad de clases es

simbólica,13 pero esta observación, está remitida a una clase social que es la clase obrera

y que por lo tanto hace que la teoría del espontaneísmo caiga en una concepción de

sujeto unitario. El proceso de unificación de la clase es el de sobredeterminación

simbólica, es decir, aquel por el cual las diferentes demandas sociales pierden su

particularidad para ser representadas por un contenido de mayor universalidad. Este

momento global que hace equivalentes entre sí a cada lucha social, es el de la oposición

conjunta al sistema. Pero en Luxemburgo esa unificación es remitida al concepto de

clase. Esto es lo que, para Mouffe, no permite sino superar sólo una instancia del

esencialismo previo. En definitiva, en Rosa Luxemburgo habría un proceso de apertura

a la lógica de lo contingente y un cierre inmediato en la unidad de clase.

La barrera que divide al dualismo entre necesidad y contingencia es lentamente

expandida hacia el polo de la contingencia por el austromarxismo. Más conscientes de

la dificultad de pensar en una clase unificada en el plano de la estructura, pensaron esa

unidad como producto de la articulación en lo político, es decir, en el plano

superestructural. Aquí la lógica dual no se rompe pero se disminuye gradualmente el

carácter constitutivo de la unidad de clase a través de la infraestructura, quedando la

13
El sentido literal de cada demanda obrera es traspuesto por un sentido general de oposición a un
régimen que hace que se produzca ese desbordamiento del significante por el significado, en el cual cada
lucha particular representa la oposición general. Este fenómeno para Rosa Luxemburgo se manifiesta en
el proceso revolucionario. La unidad de clase es de esta manera una unidad simbólica.

37
unidad como un emergente del espacio político. Estos desarrollos en lo teórico,

profundamente asociados a las experiencias históricas concretas, van ampliando el

carácter “abierto” de lo social. En otras palabras, van debilitando cada vez más el

protagonismo de las relaciones de producción en tanto dimensión fundante del proceso

social y político, haciendo a su vez que la conformación de las subjetividades políticas

no puedan ser predichas al interior de la lógica económica. Es decir, disminuye el

carácter “cerrado” de la concepción social, en pos de la apertura que implica el carácter

no constituido de los sujetos. Sin embargo estos son solo avances, porquesi bien van

imprimiendo una forma de pensar lo social cada vez más alejado de las posturas

deterministas, el austromarxismo sigue aferrado al dualismo. Mouffe señala que en ellos

el aspecto morfológico sigue teniendo el papel explicativo del momento político.

V- La búsqueda de la independencia de lo político

Para Mouffe el segundo intento de recomponer el hiato entre las tendencias del

capitalismo a la fragmentación y la necesidad histórica pertenece al revisionismo que

circunscribe su representación a la figura de Bernstein. La diferencia central con la

ortodoxia consiste en que la recomposición de la necesidad no se sustenta en un plano

infraestructural sino en un tipo de instancia que reduce aún más el esencialismo al

trasladar esa instancia de sutura al ámbito de la superestructura. Así la morfología

imperante en la ortodoxia no desaparece pero pierde su eficacia y se postula el carácter

autónomo de lo político como instancia política imprescindible. Para Bernstein, la

evolución de la estructura no lleva necesariamente a la unidad, tal es el caso que se

observa en la fragmentación del proletariado, en la no proletarización de las clases

38
medias y el campesinado, es decir, la predicción de polarización social no se ha dado.

Tampoco la crisis económica fue seguida de revoluciones y transformaciones sociales

radicales. Lo que dificultaba al socialismo era su perspectiva dualista en torno a la

separación tajante entre estructura y superestructura. Tras la conformación de estados

democráticos la diversidad de posiciones de sujeto es mayor y la unificación de estos en

una idea de sujeto anclada en la pertenencia a la clase resulta inverosímil. En la lectura

de Mouffe, Bernstein supone que el modo en que es posible recomponer esta unidad

perdida por las tendencias a la fragmentación del capitalismo es a través del partido. La

diferencia crucial con Kautsky es que, para éste, el partido recompone una unidad que

está presente en la infraestructura y que se puede predecir científicamente de esta

posición; mientras que para Bernstein esta recomposición no surge como una sutura

esperable del movimiento infraestructural sino que es producto de una articulación en lo

político que sutura la contingencia de la infraestructura. La lógica de la contingencia

recibe otro impulso desde una crítica al marxismo ortodoxo en la postulación de lo

político como esfera autónoma,

Bernstein acepta la identificación entre objetividad y causalidad mecánica y trata

simplemente, de limitar sus efectos. Él no niega la cientificidad de una parte del

marxismo, pero sí se niega a extender esta cientificidad hasta el punto de constituir un

sistema cerrado, que abarque tanto los aspectos científicos como la predicción política

(Laclau y Mouffe, 2010:65).

La visión “férrea” del marxismo es atenuada y la decisión ética, es decir el sujeto ético

que interviene en la praxis, es el reverso de la caída del determinismo mecánico de la

ortodoxia.

39
Sin embargo opera en Bernstein un aspecto que introduce una ambigüedad insalvable.

Se trata de la Entwicklungbernsteineana, de una evolución social que opera más allá del

sujeto ético y que conjura por ello la indeterminación que la atenuación del concepto de

determinismo causal había otorgado a la expansión de la lógica de la contingencia. Para

Bernstein el movimiento de la economía y de la política expresan una tendencia a la

identidad y recomponen a más tardar lo que está escrito en la teoría. Así su postulación

de la autonomía de lo político tiene su afinidad con una estrategia gradualista y con una

praxis reformista en el partido. La contingencia se comprime por la Entwicklung que

asegura una tendencia reconciliatoria.

Tanto de Luxemburgo como deBernstein, Mouffe se quedacon el potencial

argumentativo, con sus aportes en torno a la expansión de la lógica de la contingencia,

dejando al margen los aspectos esencialistas de sus planteos. Lo que queda en Bernstein

es entonces su emancipación del momento político que a su vez va de la mano de su

percepción de la situación de la clase obrera de su tiempo, que se halla cada vez más

inserta en un Estado democrático que la interpela no solamente como tal sino también

ocupando posiciones de sujeto diversas -ciudadano, consumidor, etc.- que multiplican

las posibilidades de participación y hacen infinitamente más compleja la trama de

articulaciones que cada sujeto pueda expresar. Con todo, lo que se revela es que estas

posiciones de sujeto no necesariamente confluyen a través de un movimiento

infraestructural o Entwicklungsino que depende de una articulación contingente. Es

posible que las posiciones de sujeto que se forman incluso en agentes que pertenecen a

una misma clase, devengan contradictorias. Como sea, no es posible definir a priori la

posición de cada agente social. La democratización creciente que Bernstein suponía por

la evolución, se desmorona por la apertura de lo social que no se sujeta a un principio

que unifica a priori al desarrollo histórico.

40
Ortodoxia y revisionismo confluyen en la misma problemática, no poder asegurar la

unidad de clase. Para la ortodoxia por el factum que revela la fragmentación de la clase

obrera en el plano mismo de la infraestructura, y en el revisionismo por el hecho de que

el momento político, aquel que constituiría la sutura, no puede proyectarse como una

instancia en la que los sujetos allí formados pertenezcan a la clase obrera plenamente.

La unidad clasista no es un emergente del movimiento de la economía ni es asegurado

su carácter en el plano político. Lo que hay es un vacío, que en Bernstein es llenado por

la acción autónoma del sujeto ético, aquel que escapa al cientificismo de la teoría

marxista; deshace el determinismo y erige su voluntad. Sólo que ese voluntarismo es

empañado por la Entwicklung que opera como garante de esa libertad, frenando el

momento de apertura a lo contingente que Bernstein inició. De esta forma Bernstein

significa un avance en la lógica de la contingencia, sin llegar por ello a una definitiva

radicalización

VI- Hacia una ontología de la contingencia

Para Mouffe, Sorel representa el tercer momento, el del sindicalismo revolucionario.

Logra una radicalización en su pensamiento tras las críticas de Croce y Bernstein al

marxismo. Busca recomponer esa cesura entre las tendencias observables del

capitalismo y la unidad del proletariado que augura el marxismo y que en esos años

constituía su crisis. En la reconstrucción que la autora hace de su aporte al marxismo,el

carácter denecesidad que éste – en su versión ortodoxa- mantuvo, queda reducida

notablemente en el concepto de mélange, que opone a la totalidad racional que la

ortodoxia vio en el nivel de la infraestructura. La identidad de clase no ocurre allí, en las

41
relaciones sociales, donde lo que hay es dispersión de posiciones de sujetos y

fragmentación. Esta ruptura del paradigma racional marxista y la postulación de una

diversidad de sujetos en la base es el punto desde el cual se piensa y se amplía la lógica

de la contingencia. La unidad posible resulta de un proceso de formación en el cual el

agente que aglutina para sí a los distintos sujetos formados desde la mélange, lo logra a

través de una fuerza moral que cementa a dicho agente. Esa fuerza moral es el

marxismo14 que, en la lectura que Mouffe hace de Sorel, además de una teoría es la

ideología que condensa a la clase social.

Para entender la relevancia que tiene la noción de mélange es útil pensarla en paralelo

con su filosofía de la acción, con su noción de mito y con la importancia que tiene el

enfrentamiento entre fuerzas históricas. Si lo que hay es dispersión, el momento de

aglutinamiento es contingente y no ya una necesidad producto de la morfología, de allí

que la opción para constituir una identidad en el agente sea el mito en tanto “soporte

expresivo” que logre esa unidad. La ideología marxista aporta ese elemento y la

oposición que la clase obrera15 construye en torno a la clase capitalista es lo que define

la formación de una fuerza social. El problema que vislumbra Mouffe es que otra vez el

círculo vuelve al punto de partida; otra vez el sujeto que se restituye lo hace como sujeto

de clase, limitando la propia lógica expansiva de lo contingente en una nueva

necesariedad que se reabre como polo centrípeto y no termina de barrer con el

esencialismo marxista. El pasaje que la fuerza del mito logra entre la mélange

constitutiva de las relaciones sociales y el bloc, lo hace a costa de volver a la clase. En

el devenir destrascendentalizador del marxismo, Sorel es un pensador bisagra. En él, el

doble vacío de la contingencia y la necesidad se transparentan aún más y la

14
De más está decir que Sorel no pensó que el marxismo fuera la única fuerza que podría aglutinar a un
sujeto colectivo, de hecho sus análisis sobre el cristianismo son muy ejemplificadores de cómo una fuerza
moral diferente es pasible de una misma función.
15
Entendida no como una clase social definitivamente identificable en un sistema objetivo de
estructuración social, sino en tanto que bloc.

42
dicotomización de la sociedad queda aún más alejada de la estructura social –mélange-

y pasa al nivel político como construcción contingente a través del mito, que es un

discurso que enfrenta dos grupos. La posibilidad de fijar un sujeto depende de la lucha y

no de un plano que defina a priori a dicho sujeto. Esto es un avance en la lógica de la

contingencia que, aunque parcial, permite ir avanzando en aquello que Mouffe se

propone radicalizar con su obra.

En el siguiente paso Mouffe incorpora a Gramsci, señalando que en su obra confluyen

la tradición de la socialdemocracia rusa y su noción de hegemonía junto a la noción de

bloc desarrollada por Sorel. Esta articulación conceptual resulta en el concepto de

bloque histórico. La hegemonía sigue hasta ahora teniendo un estatus derivado, todavía

la constitución de los agentes sociales es previa a ella, relegándola a un nivel

secundario, de exterioridad, por fuera del plano de formación del agente. Para esta

tradición el campo de las relaciones de producción es el que forma al agente social, que

en el campo político se expresa bajo la forma de representación de esa constitución. Por

ello el concepto tiene un componente ambivalente. Por un lado amplía el componente

democrático al incluir en su horizonte de acción a un conjunto de luchas que integra a

las “masas” en la alianza de clases; es decir, las reivindicaciones democráticas son

relevantes para la acumulación de poder político en vez de ser devaluadas a un desajuste

de etapas en un paradigma social que separa lo privilegiado-ontológico de lo que no lo

es. Pero en un segundo aspecto, el concepto se instala en un discurso autoritario -

presente en la tradición leninista- en el que los que dirigen y los dirigidos quedan

divididos por su pertenencia a una clase social –obrera- que se establece en el plano de

las relaciones de producción y que es la depositaria de la ciencia marxista. Así, según

señala Mouffe, el privilegio ontológico que está en la infraestructura se desdobla y llega

al campo político encarnándose en la dirigencia política del movimiento de masas. Es,

43
en definitiva, la línea de pensamiento que sostiene el carácter esencialista de la clase, la

que potencialmente induce una práctica autoritaria de la hegemonía. Esta práctica

supone asignar una tarea política a una clase, reduciendo así la contingencia de la

constitución de los sujetos políticos, ya que éstos están prefigurados, son anteriores al

momento político y la identidad de éstos está definida antes de la práctica

hegemónica.Frente a ello Mouffe afirma que “la dimensión hegemónica de la política

sólo se expande en la medida en que se incrementa el carácter abierto, no suturado, de lo

social” (Laclau y Mouffe, 2010:182). En su consideración, la “relación hegemónica

supone una concepción de la política que es potencialmentemás democrática” (Laclau y

Mouffe, 2019:87, cursivas en el original), de allí que ese potencial democrático pueda

ser desarrollado si se abandona el carácter clasista, es decir, el esencialismo en la teoría.

VII- Hegemonía como articulación

De la visión leninista de “alianza de clases” a la de hegemonía como articulación hay

una serie de episodios como el VII Congreso del Komintern y la formación de los

frentes populares, que ponen al discurso comunista a oscilar entre un discurso

autoritario y otro democrático. El fenómeno fascista pone en evidencia el carácter no

estrictamente burgués de las libertades y derechos democráticos, al tiempo que aúna en

los frentes a diversos sectores sociales en pos de la lucha contra el “enemigo común”.

La hegemonía pensada como alianza de clases pasa a ser reconsiderada, ya que dicho

concepto daba por asumido el vínculo externo entre las clases en el momento de la

alianza; ahora Mouffe señala que el vínculo que se forma en torno a una identidad

democrática pone en cuestión esa exterioridad y remite a la “masa” antes que a una

44
clase que dé cuenta de su carácter de tal. En esta línea Mouffe se pregunta dos cosas:

¿Cómo se puede entender estos nuevos antagonismos surgidos en un terreno de masas y

no de clases? ¿Cómo puede mantener el proletario la identidad de clases una vez que se

integró a una fuerza hegemónica que lo desborda? Para lo primero es importante notar

la estrategia discursiva consistente en enumerar -campesinado, obreros, pequeña

burguesía, etc.- que daba cuenta de la separación de las clases pero también de un

aspecto común: la equivalencia. Este es el primer paso para pensar la hegemonía como

articulación. En la equivalencia hay una separación entre los elementos constituyentes

pero también una subversión de esas identidades diferenciales en pos de algo común

que permita relacionarlas, “la identidad del objeto en la relación de equivalencia está

escindida: por un lado conserva su sentido ‘literal’; por el otro simboliza la posición

contextual respecto a la cual es un elemento sustituible” (Laclau y Mouffe, 2010:96). La

equivalencia consiste de esta forma en un tipo de lógica caracterizada por la creación de

un segundo sentido distinto respecto al primer sentido literal. En este nuevo sentido “las

diferencias se anulan en la medida en que son usadas para expresar algo idéntico que

subyace a todas ellas” (Laclau y Mouffe, 2010:171). Por medio de la lógica

equivalencial se construye una nueva identidad que remite al aspecto común que todas

las diferencias tienen entre sí. Esta identidad, como vemos, emerge del proceso

articulatorio y no está prefijada. Es decir, la hegemonía deja de ser representación o

alianza, para tornarse un vínculo en el cual las identidades de los objetos están en juego

en la misma relación.

En esta relación se forma una posición discursiva que no puede subsumirse en una

identidad clasista. Esto contrasta con el discurso de la Segunda Internacional, la cual a

través de Kautsky expresa la visión de la separación de las clases en la estructura social

capitalista. En la segunda pregunta, las respuestas dadas a la preservación del carácter

45
clasista o no del proletario, depende de la concepción de hegemonía que se sostenga. En

el caso de una concepción autoritaria, aquella que se generalizó en el comunismo, la

noción de representación de clase sirvió para conservar el carácter esencial,

jerárquicamente ontológico de la clase trabajadora. La otra respuesta, dada a través del

principio de articulación, le da a la categoría de hegemonía un carácter eminentemente

constructivo de lo social, en la medida en que los agentes se modifican y adquieren

nuevas identidades en el proceso de construcción de esa hegemonía. Si posteriormente

la clase obrera aúna diversas demandas y mantiene una notoriedad respecto a otros

agentes sociales, esto se debe no a su carácter ontológico privilegiado sino

circunstancias históricas generales.

VIII- Gramsci y una nueva expansión

Para Mouffe es Gramsci el último marxista que lleva a cabo una expansión en la lógica

de la contingencia. Su lectura de él es interpretada -tal como en el austromarxismo-

como un momento de avance que sin embargo queda contenido. Aunque inicialmente

ligado a un concepto de hegemonía todavía sujeto a la noción de “alianza de clases”,

Mouffe señala que posteriormente piensa en términos de un plano “intelectual y moral”

y de esa manera concibe al concepto de hegemonía en tanto articulación. El pasaje a la

constitución de este plano es lo que permite ligar a varios agentes sociales con distintos

sectores de clase en su propuesta de expandir el alcance de la clase obrera en su lucha

contra el capitalismo. Mouffe ve en Gramsci una defensa de la acumulación de poder en

torno a una lógica articulatoria con otros sectores de clase que se diferencia de la actitud

que confina el componente clasista, el cual debe ser preservado. Para Mouffe no

46
estamos frente a un momento más en el derrotero de un paradigma que va ajustando sus

supuestos a medida que se suceden las observaciones, sino que con Gramsci se produce

una ampliación del campo de la contingencia que no tiene precedentes en los marxistas

previos.

Aquí se constituyen nuevas posiciones de sujeto que trascienden la clase en tanto

identidades emergentes del proceso de articulación, debido a que lo que está presente ya

no es una alianza, es decir, una yuxtaposición de meras diferencias que buscan un

determinado fin común, sino que en el plano en el que Gramsci piensa, la ideología en

tanto “cemento” que unifica al “bloque histórico”, lo que tenemos es la articulación de

identidades que se modifican en el momento de su articulación. Con lo cual, lo que hay

en Gramsci para ella, es una teorización del momento relacional que constituye la

hegemonía, pero ahora saliéndose del dualismo que postulaba un campo de las esencias

-lo económico- y otro de las apariencias -lo político-, así “a través del concepto de

bloque histórico y de la ideología como cemento orgánico que lo unifica, se introduce

una nueva categoría totalizante que supera la antigua distinción base/superestructura”

(Laclau y Mouffe, 2010:101).

Gramsci supera los análisis de Bernstein al pensar lo político desde la teorización del

vínculo hegemónico. Su centro no está puesto en la clase sino en lo que llama

voluntades colectivas, es decir, emergentes de articulaciones políticas e ideológicas en

fuerzas históricas fragmentadas. Gramsci rompe con la idea de una ideología que

pertenezca a una clase social y con una clase social que represente una ideología de

modo necesario. El campo de la contingencia, aquel que nos lleva del marxismo al post-

marxismo, en Gramsci es ampliado porque la identidad de los elementos sociales ya no

depende necesariamente de una posición en las relaciones económicas sino que ésta es

resultado de una articulación variable, siempre abierta a ser modificada.

47
Pero pese a todo este avance, Mouffe detecta en Gramsci un reducto de esencialismo

que opera como dualismo al no ir más allá del carácter relacional de la identidad de los

elementos sociales y sostener que hay -debe haber- un principio unificante en las

formaciones hegemónicas, y éste debe estar orientado hacia una clase fundamental. De

esta forma la unicidad del principio unificante y su necesaria orientación de clase son

los aspectos incondicionados del condicionado juego de la articulación. Queda reificada

una clasey de esta forma, su identidad ya no es del todo contingente. Esta ontología

particular hace que, siguiendo a Mouffe, la lucha política sea un juego suma-cero en

donde lo hegemónico es posible en un solo elemento social. En este sentido, la clase

obrera debe articularse con otros elementos sociales –modificando su identidad– para

adquirir una primacía política; pero este carácter abierto de la articulación se cierra

cuando se considera a la misma clase obrera como la depositaria natural o privilegiada

de ese papel articulador.

Así es cómo ninguna de las concepciones hegemónicas supera el esencialismo

depositado en la esfera de las relaciones de producción. Los agentes sociales tienen,

para estas teorizaciones, una constitución que no se desprende definitivamente de

esteplano y, por lo tanto, no se constituyen en definitivamente a través de la articulación

hegemónica. ¿Cuál es el aporte de Mouffe entonces?

La tarea de nuestro próximo capítulo consistirá en el desarrollo de la teoría social post-

marxista, entendida como el intento por “ir más allá” del marxismo hacia el horizonte

de una teorización antiesencialista que amplíe la lógica de la contingencia.

48
3- Contingencia, hegemonía y democracia como respuestas

a la crisis del marxismo: conceptos fundamentales de la

teoría política de Chantal Mouffe

En este breve capítulo nos enfocaremos en los aportes que Mouffe hace para la

conformación del post-marxismo. Tras la interpretación de los cambios en el marxismo

desde la clave del giro “destrascendentalizador” que retoma un conjunto de aportes del

pensamiento contemporáneo –tales como el psicoanálisis lacaniano y la teoría del

discurso-, nos proponemos traer los elementos que consideramos centrales para

entender cómo este pensamiento “post” tiene sus implicancias en la teoría social que

ella elabora junto a Ernesto Laclau.

I- Primera radicalización

Para dar por tierra la posibilidad de constitución de los agentes sociales al nivel de una

positividad que fije su carácter, Mouffe-junto con Laclau- revisa tres tesis del nivel

económico que al no cumplirse, dan cuenta de la imposibilidad de dicha constitución.

Se trata de la tesis de la neutralidad de las fuerzas productivas, de la unidad de los

agentes sociales en la esfera económica y, por último, de la tesis del carácter necesario

de la clase obrera en cuanto a su interés por el socialismo. Para evitar una extensa

digresión no nos detendremos en estos argumentos, sino que nos concentraremos en las

consecuencias que se derivan de ellos para presentar su teoría de la hegemonía, que es

49
vista por los propios autores, como el momento máximo de destrascendentalización del

paradigma marxista.

Si el nivel económico no posee un carácter cerrado respecto de las relaciones sociales, si

los agentes sociales no quedan definidos por su pertenencia de clase, si las posiciones de

clase no definen intereses históricos; entonces

la no fijación ha pasado a ser la condición de toda identidad social. El carácter no fijo de

todo elemento social en las primeras teorizaciones de la hegemonía procedía, según

vimos, del vínculo indisoluble existente entre la tarea hegemonizada y la clase que se

suponía que era su agente natural, en tanto que el lazo entre la tarea y la clase que la

hegemonizaba era meramente factual o contingente. Pero en la medida en que la tarea

ha cesado de tener todo vínculo necesario con una clase, su identidad le es dada tan sólo

por su articulación en el interior de una formación hegemónica. Su identidad por

consiguiente, ha pasado a ser puramente relacional (Laclau y Mouffe, 2010:125).

Ésta es la radicalización del vínculo hegemónico, en donde la articulación no es

exterior, no hay una separación dualista de la realidad social, sino que es el plano

mismo de la constitución de la identidad del sujeto. El corolario de este proceso de

articulación es el carácter abierto de toda identidad social, dado el carácter siempre

inestable de toda formación hegemónica.

A su vez, el carácter sobredeterminado en toda formación social, que en Rosa

Luxemburgo había tenido una relevancia teórica pero que, no obstante, quedó contraída;

adquiere ahora un carácter no delimitado por el plano económico, es decir, por una

instancia que suponga una primacía ontológica de lo social. Así, el vínculo que une al

socialismo con la clase es disuelto y, de esta forma, el campo de lo social es concebido

como abierto a posibles articulaciones por los múltiples agentes sociales en cuestión.

Dicha articulación no responde a intereses prefijados al nivel de las relaciones de

50
producción sino que dependen de una constitución posterior que es de carácter

hegemónica; en este contexto “la era de los ‘sujetos privilegiados’ –en el sentido

ontológico, no práctico- de la lucha anticapitalista ha sido definitivamente superada”

(Laclau y Mouffe, 2010:126). De esto se deduce el cambio en el estatus de los “nuevos

movimientos sociales”16, que ahora, dado el carácter no fijo de todo elemento social,

adquieren relevancia al ser factibles de ser articulados en una formación hegemónica

que exprese los intereses socialistas. Esto es a su vez posible dado el carácter simbólico

de la articulación política, que encuentra en el concepto de “sobredeterminación” la

clave para pensar ese proceso.

II- De Althusser a la teoría propia

La propuesta teórica de Mouffe –junto a Laclau- consiste en repensar el concepto de

hegemonía desde una perspectiva en la que la categoría de articulación resulta central

para entender la construcción de una formación política. Para elaborar su teoría abreva

en Althusser y particularmente en su concepto de sobredeterminación. Extraído

inicialmente del psicoanálisis y aludiendo a una condensación de sentidos en el orden de

lo simbólico, en Althusser, que busca una teorización del orden social, adquiere el

sentido de pensar lo social en tanto atravesado por una lógica del símbolo. Así, las

relaciones sociales son vistas desde esta perspectiva que no piensa en una realidad

última de cada expresión social, que no piensa en la literalidad que el discurso marxista,

en su caso, otorgó al plano económico para pensar la identidad de la clase obrera; por el

contrario, los aportes de Althusser, le sirven a Mouffe para pensar las relaciones

16
Véase el apartado titulado “Los movimientos sociales en la lógica de lo social discursivo”.

51
sociales y cómo éstas no pueden ser fijadas en torno a un sentido último. El concepto de

sobredeterminaciónrefuerza el proceso deconstructivo al dar por tierra con dos aspectos

fuertes del marxismo anterior: la identidad pre-constituida de la clase y la ruptura del

dualismo entre una esencia de lo social y una apariencia. También resulta relevante otro

aspecto que bien podría ser su corolario: el hecho de que sin esencias definidas en los

agentes sociales ni en la sociedad, todo orden político resulta contingente y precario.

Sin embargo Mouffe nos advierte que si bien Althusser dio un paso importantísimo,

también cerró esa apertura conceptual al desarrollar -con notoriedad en Lire le Capital-

su concepto de determinación en última instancia por la economía, que es una

determinación que reduce la sobredeterminación toda vez que esta queda subsumida en

aquella. “De lo cual puede deducirse que el campo de la sobredeterminación es

sumamente limitado: es el campo de la variación contingente frente a la determinación

esencial. Y si la sociedad tiene una determinación esencial y última, la diferencia no es

constitutiva, y lo social se unifica en el espacio suturado de un paradigma racionalista”

(Laclau y Mouffe, 2010:136). Con esto, Mouffe quiere reapropiarse del concepto de

articulación al tiempo que señalar cómo el potencial deconstructivo del término quedó

trunco tras el desarrollo posterior de la obra de Althusser.

Para definir claramente, Mouffe parte de un concepto de articulación entendido como

una relación entre elementos distintos que en el momento mismo en que se produce,

modifican sus identidades. Es decir, la identidad de cada uno, además de ser diferencial,

obtiene en la articulación un nuevo sentido. La articulación es una práctica discursiva

carente de un plano de constitución allende la práctica misma. Es en la articulación, en

su proceso de conformación, que el sentido de cada diferencia adopta una estabilidad

parcial; de esta forma ese sentido resulta inmanente a la propia articulación. Cuando un

elemento es incorporado y se “estabiliza”, es decir, adquiere una posición diferencial

52
respecto a los demás, se constituye en lo que Mouffe define como momento (Laclau y

Mouffe, 2010).

La totalidad que emerge de la práctica articulatoria es lo que llama

formacióndiscursiva. Cada diferencia no articulada al discurso recibe el nombre de

elemento; mientras que, como dijimos, aquellas diferencias sí articuladas resultan

momentos del discurso. Una totalidad discursiva articulada consiste en una relación en

la que todos los elementos ocupan una posición diferencial, es decir, se han vuelto

momentos de la formación discursiva.

Aquí vemos como el uso de la teoría del discurso le aporta a Mouffe un avance en el

proceso de destrascendentalización en su teoría, ya que de esta forma las identidades

que allí se aprehenden no tienen un estatus trascendental sino que se constituyen en la

inmanencia del proceso articulatorio. Mouffe define una formación discursiva

alejándose de los paradigmas racionalistas, de las constituciones a priori a través de

sujetos predefinidos: la formación discursiva es una regularidad en la dispersión. Si con

Sorel lo que había en lo social era mélange, la articulación va a tratar de establecer

algún tipo de regularidad. Pero esta regularidad emergente a través de la articulación es

posible porque lo que hay en el plano ontológico es dispersión.

La teoría del discurso –como se subrayó en torno al debate entre Laclau y Mouffe frente

a Norman Geras- suprime los análisis dualistas en términos de prácticas discursivas y no

discursivas: no hay tal separación entre aspectos prácticos por un lado y lingüísticos por

otro. Todo es discurso en la medida en que la realidad -que no es negada en su carácter

de positividad- está siempre mediada por alguna formación discursiva que la interpreta

y fija parcialmente el sentido. La ruptura del dualismo que divide lo discursivo de lo

que no lo es, rompe también con la separación entre realidad y pensamiento. De esta

forma, la lógica de la sobredeterminación no se ve detenida por esencialismos del orden

53
de lo exterior/interior, en el que la contingencia se ve contenida por un plano de

constitución privilegiado que subordina a otro que deviene secundario. El campo

discursivo opera con otra lógica, allí “sinonimia, metonimia, metáfora, no son formas de

pensamiento que aporten un sentido segundo a una literalidad primaria a través de la

cual las relaciones sociales se constituirían, sino que son parte del terreno primario

mismo de constitución de lo social, […] la literalidad es, en realidad, la primera de las

metáforas” (Laclau y Mouffe, 2010:150-151).

Ahora es posible pasar a uno de los corolarios más relevantes de la teoría de Mouffe,

consistente en el carácter incompleto de toda totalidad, tanto para la formación

discursiva como para cada momento que la compone17. La imposibilidad de sutura final

de cada formación, la tensión siempre presente entre lo interior/exterior a sí misma,

hace que ese momento de sutura nunca llegue y la sociedad, como orden plenamente

cerrado, resulte imposible. Pero al mismo tiempo, la dispersión total tampoco es un

punto de llegada, debido a que todo ordenamiento de lo social necesita de algún sentido

parcial, de alguna articulación ponga un límite al infinito juego de las diferencias. La

sociedad es entonces un objetivo siempre fallido, siempre permeable y factible de ser

subvertido. Entonces “este campo de identidades que nunca logran ser plenamente

fijadas es el campo de la sobredeterminación. Ni la fijación absoluta ni la no fijación

absoluta son, por lo tanto, posibles” (Laclau y Mouffe, 2010:151, cursivas en el

original). Lo que subvierte al sistema de identidades que constituye al discurso es el

excedente de sentido que lo rodea, que no puede sino rodearlo desde el momento en que

un discurso nunca logra suturarse. Entonces bien, ese exceso de sentido es lo que

Mouffe llama campo de la discursividad. Todo discurso busca expandir este campo en

17
Respecto a los conceptos de elemento y momento, Mouffe aclara que el pasaje de uno a otro no es
nunca definitivo, es decir, nunca se logra esa fijación puesto que si así fuese se detendría el flujo de las
diferencias. Las diferencias siempre están constituidas por una identidad no suturada. Esta misma
identidad “fallida” hace que sean factibles de articulaciones contingentes, es decir, capaces de ser
articulados a formaciones discursivas disímiles.

54
pos de una sutura que nunca llega. Los puntos discursivos de fijaciones parciales son los

puntos nodales, término extraído de la teoría lacaniana, que designan a los significantes

privilegiados.

Así, toda articulación es el intento de construir puntos nodales que fijen el sentido de la

dispersión de lo social. Esta fijación resulta siempre precaria -capaz de ser subvertida- y

contingente. Lo social por ello, carece de una esencia constituida previamente y allende

a la práctica articulatoria misma. Esto es lo que Laclau y Mouffe resumen con su frase

acerca de la “imposibilidad de la sociedad”.

En lo que respecta a la noción de sujeto, que para el marxismo en sus múltiples

variantes tuvo un carácter central, asociado a un sujeto cuya positividad podía definirse

en algún campo de constitución que lo expresara de modo inequívoco; para Mouffe no

puede sino hablarse de “posiciones de sujeto”. Esto implica ligarlo siempre a una

formación discursiva y por ende a no dotarlo de una esencia plena, sino situarlo en la

misma precariedad de toda identidad discursiva. Esta no totalidad, esta no-esencia es la

experiencia del límite de toda objetividad que resulta del antagonismo inherente a lo

social. La precariedad consiste en que toda identidad resulta permeable, cambiante,

supeditada al infinito juego de las diferencias.

Dado el marco básico de categorías previas, es posible ahora pensar la particularidad del

concepto de hegemonía en Chantal Mouffe. Dicho concepto resulta de una práctica

articulatoria, es decir, en un terreno que da por sentado el carácter abierto de lo social.

Así mismo, el sujeto que articula no tiene un plano de constitución al margen de la

práctica hegemónica. No corresponde pensarlo como lo hizo el marxismo hasta acá,

como un clase social fundamental. La relación hegemónica no está precedida por una

morfología que explica el papel de un sujeto en particular.

55
Hay otro aspecto remarcado por Mouffe que es central para definir una relación

hegemónica: el enfrentamiento. La articulación de elementos disímiles no es suficiente,

para poder hablar de hegemonía es necesaria la confrontación entre prácticas

articulatorias antagónicas. Además del campo que supone el carácter incompleto de lo

social es menester un campo que verifique el antagonismo, generando efectos de

frontera por los cuales estas prácticas articulatorias se enfrenten y disputen poder. Es en

esta disputa por los elementos flotantes y su capacidad de ser articulados a campos

opuestos, que la hegemonía toma sentido. La presencia de fuerzas antagónicas y la

inestabilidad de sus fronteras son dos condiciones de posibilidad de la práctica

hegemónica.

Mouffe sostiene que Gramsci es quien expande de manera más notoria el carácter

abierto de lo social pero termina cerrando esa apertura en dos aspectos claves: el plano

de la constitución de los sujetos hegemónicos, el cual sostiene un espacio político

unitario a través de su afirmación de las clases fundamentales; y por otro la unicidad del

centro hegemónico, que supone que excepto en las crisis orgánicas, hay solo un polo

centrípeto de poder que estructura a las formaciones sociales en torno a él.

Las articulaciones hegemónicas presuponen el carácter no suturado de las identidades

que se construyen. Por su parte, la modernidad parte de la pluralidad como factum y allí

la identidad de cada elemento resulta precaria y por ende, factible de ser hegemonizada.

La hegemonía, tal como la define Mouffe, es definitivamente metonímica, sus

consecuencias ocurren a través de un exceso de sentido en el que elementos disímiles

confluyen en una relación equivalencial. La hegemonía es pues una práctica que busca

acumular poder, y su búsqueda parte de la ausencia de una clase o sector dominante que

constituiría a priori esa trama. La hegemonía transita entre la dispersión total del poder

y la sutura plena como imposibles.

56
III- La democracia en la órbita del antagonismo

La propuesta de democracia agonal de Mouffe se enmarca en esta concepción de lo

social de la que venimos dando cuenta y que tiene como instancia inerradicable al

antagonismo. Según ella, si el Zeitgeist confluye en una visión post-política que reclama

el fin de las ideologías y el arribo de la segunda modernidad, basando sus predicciones

en las nuevas condiciones tecnológicas y el triunfo innegable del capitalismo, la

contracara de esta visión es la imposibilidad de pensar lo otro: el conflicto, las

divisiones, los antagonismos. ¿Qué resulta de esto? Primeramente hay que decir que las

visiones de democracia contra las que la autora discute tienen una visión de lo

ontológico completamente distinta. Si con Mouffe veíamos el carácter abierto de lo

social, esto es, la posibilidad siempre presente de formaciones hegemónicas cambiantes;

entonces cualquier visión que de antemano “cierre” la historia suponiendo que las

disputas políticas y sociales concluirán –por ejemplo en el caso de la Tercera Vía con el

proceso de modernización de la sociedad-, conllevan una negacióndel carácter

ontológicamente abierto de lo social. Pero por otra parte, y aquí radica el diagnóstico

fuerte, lo que hacen es ocultar el conflicto, negando a las pasiones, a los afectos que

surgen de las identificaciones políticas, un cauce mediante el cual expresarse. Si los

afectos se atan, si el conflicto se niega o se invisibiliza de algún modo, emergen -pueden

emerger- formaciones sociales con ideologías conservadoras que atraigan a los sujetos

hacia sus propuestas. Por ello, para Mouffe, es necesario construir democracias que

permitan el disenso, que den lugar a una disputa por los fundamentos que sostienen a

ese régimen político, y para poder hacerlo es necesario no suponer un cierre de lo social

57
en torno a alguna identidad en particular. Sin embargo, en su diagnóstico, esto no es lo

que acontece con las democracias liberales cuya ideología neoliberal niega el conflicto.

A su vez esto se liga con la postura que la izquierda asume al respecto: un consenso

ideológico que borra las diferencias que la distinguían de los partidos de derecha. El

paradigma neoliberal que supone el fin de las ideologías implica que la izquierda quede

sin elementos para pensar una práctica política que se diferencie de la derecha, y al

desatender el rol que juegan los afectos en la constitución de las identidades colectivas,

no pueda canalizar esa afectividad en torno a su proyecto político. Mouffe sostiene que

esta situación supone un riesgo para la democracia, ya que dicha afectividad –al no ser

canalizada por la socialdemocracia- puede ser absorbida por partidos y movimientos de

derecha que, ante la insipidez del régimen democrático, logren captar la atención de los

ciudadanos y su apoyo en pos de medidas conservadoras, cuando no, antidemocráticas.

Reponiendo el diagnóstico de Mouffe diríamos que ante la incapacidad de comprensión

de lo político en la izquierda, el avance –a través del régimen democrático- de

tendencias de derecha, puede concluir en el socavamiento de los propios principios de

las democracias liberales. De allí la importancia del cambio de paradigma para la

socialdemocracia, que permitiría pensar los fenómenos políticos y sociales retomando el

rol central del antagonismo y su naturaleza inerradicable. Con esta aseveración lo que

también queremos señalar es el carácter externo de la crítica que Mouffe profiere a otras

perspectivas, ya que según ella éstas fallan allí donde no ven lo que su perspectiva

sostiene, esto es, la dimensión de antagonismo inherente a lo social. Su estrategia para

discutir con las teorías racionalistas tiene poco del rasgo wittgensteiniano consistente en

tomar cada juego de lenguaje desde su propia lógica, más bien parece deudor de las

teorías normativas que suponen una verdad de lo social y desde allí lanzan sus

invectivas.

58
Esta discusión mantenida con la izquierda europea apela a un argumento cognoscitivo,

aquel que le confiere al post-marxismo la tranquilidad de dar con la verdad de una teoría

que accede al conocimiento de la dinámica social. Esto será fundamental para entender

cómo Mouffe piensa su proyecto político de radicalización democrática a través de un

modelo democrático agonal que ella misma se encarga de conceptualizar.

IV- Lo óntico y lo ontológico

La política y lo político son dos conceptos que Mouffe utiliza para referirse por un lado

a aquello que interpela a la ciencia política en el primer caso, y a la teoría política en el

segundo. Si la política designa a las prácticas que dan un orden particular, es decir, a las

acciones orientadas a producir un determinado tipo de coexistencia, lo que tenemos es

un instrumental político, un conjunto de medios que producen unos fines. La práctica

política puede ser expresión de distintas herramientas dependiendo de los objetivos a

conseguir. Por otro lado lo político refiere a aquello que con la teoría política se

pregunta por el fundamento, por la esencia. Así como en la política se señala el carácter

empírico, la expresión material de la práctica, en lo político radica aquello que define al

vínculo en tanto que tal. La articulación de las categorías heideggerianas de lo óntico y

lo ontológico, aplicadas para llevar a cabo una analítica existencial del Dasein, son

introducidas para desarrollar una analítica del vínculo político y su expresión manifiesta

en la política democrática. Del carácter abierto del Daseinheideggeriano, que contradice

toda una tradición filosófica que mencionábamos con Derrida como metafísica de la

presencia, afirmamos con Mouffe el carácter antagónico de lo político, su dimensión

ontológica en la inerradicabilidad del antagonismo y, por otro lado, lo óntico, aquello

59
que no refiere al ser sino al ente, que en Mouffe son las prácticas políticas concretas. Es

importante comprender la introducción de estos conceptos heideggerianos para poder

entender cómo ella articula ambos ámbitos al afirmar que el uno y el otro están

conectados. “Considero que es la falta de comprensión de ‘lo político’ en su dimensión

ontológica lo que origina nuestra actual capacidad para pensar de un modo político”

(Mouffe, 2007:16). Esta afirmación carga con una parte de su obra, dedicada a criticar

lo que desde su concepción es visto como la actual perspectiva post-política, que, para

ella, en su negación del conflicto termina por no comprender los afectos en la política,

aspecto que define como central de todo régimen político, y en el caso de la democracia

termina por generar modelos democráticos que obturan la disputa política y con ello

dejan el terreno liberado para que sí apelen a las pasiones aquellos partidos de derecha

que atentan contra el pluralismo. Acá se empieza a delinear un modelo político de

democracia liberal que se propone reconocer la dimensión que previamente define como

ontológica. Esto se liga con el objetivo subsiguiente: buscar el desarrollo de un

conjunto de herramientas políticas que aborden lo ontológico. El objetivo de Mouffe

está entonces ligado a lo óntico: intervención en lo político conforme a la dimensión

ontológica, ya que “la política posee siempre una dimensión ‘partisana’, y para que la

gente se interese en la política debe tener la posibilidad de elegir entre opciones que

ofrezcan alternativas reales” (Mouffe, 2007:35).

V- Afirmando el conflicto: el modelo de democracia agonal

Conforme al supuesto del nivel ontológico que presupone la inerradicabilidad del

conflicto, Mouffe elabora un modelo de democracia que se propone la autenticidad del

60
reconocimiento de esa inerradicabilidad y un modo de abordarla. Si el antagonismo es la

posibilidad siempre presente de conflicto, la democracia necesita de un trazado político

que separe a un “nosotros” y un “ellos” bajo la forma amigo/enemigo;18de allí que el

modelo agonalbusque, sin dejar de reconocer las identidades colectivas y el necesario

trazado político de una frontera, encauzar el antagonismo hacia un vínculo que conciba

al otro como adversario, es decir, legítimo oponente de un sistema que busca ordenar la

coexistencia y encuentra distintas opciones para realizarlo:

De acuerdo con la perspectiva agonista, la categoría central de la política democrática es

la categoría del ‘adversario’, el oponente con quien se comparte una lealtad común

hacia los principios democráticos de ‘libertad e igualdad para todos’, aunque

discrepando en lo relativo a su interpretación. Los adversarios luchan entre sí porque

quieren que su interpretación de los principios se vuelva hegemónica, pero no ponen en

cuestión la legitimidad del derecho de sus oponentes a luchar por la victoria de su

postura (Mouffe, 2014:26).

El marco simbólico compartido en torno a estos principios de libertad e igualdad son la

base para que el antagonismo se sublime a través de las instituciones democráticas que

dan expresión al conflicto, ya que si dicha sublimación no existiera Mouffe entiende que

está en riesgo la unidad política como tal. Su ejemplo es el caso del parlamento, que

imita una estructura bélica en la que metafóricamente pasamos del enfrentamiento

cuerpo a cuerpo al enfrentamiento bajo la forma del diálogo y la votación. En este

sentido podemos observar que Mouffe va desde un planteamiento teórico a un programa

político consistente en la elaboración de estructuras institucionales que den cuenta del

conflicto y puedan transformar el lazo antagónico en uno agónico. Detrás de su crítica a

18
La utilización de los términos nosotros y ellos así como amigo y enemigo tienen una impronta
schmittiana que Mouffe la utiliza para pensar el fenómeno político en su dimensión ontológica. Más
adelante trabajaremos en detalle el uso de esta terminología al abordar el modelo de democracia agonal
desarrollado por la autora.

61
la post-política yace una idea de adecuación de lo óntico en lo ontológico que la

democracia agonal sería la indicada para resolver. Esta idea será desarrollada en el

capítulo 4. Previamente vamos a trabajar las dimensiones más relevantes de su modelo

de democracia agonal, para poder desde allí vislumbrar la ligazón de los elementos

filosóficos del post-marxismo –de su concepción de lo ontológico- con la elaboración –

óntica- de su modelo de democracia agonal y desde esta puesta en relación indagar el

tipo de vínculo que se expresa.

62
4‐ La democracia agonal 

En este capítulo buscaremos dar cuenta de algunas dimensiones de la democracia agonal

tal como Mouffe la concibe. Para ello nos proponemos rastrear algunos debates en los

que ella abreva, que configuran su crítica a la posdemocracia y permiten la posterior

formulación de su modelo democrático. Para esto comenzaremos analizando su visión

de la democracia liberal como un régimen político que excede el mero carácter

procedimental, y que se encuentra atravesado por dos lógicas en conflicto.

Seguidamente nos ocuparemos de lo que constituye su diagnóstico de época: la

primacía del componente liberal sobre el democrático. En tercer término vamos a

mostrar la impronta schmittiana que hay tras la democracia agonal que Mouffe elabora,

y cómo esta particular apropiación de la obra de Schmitt y su consecuente búsqueda de

salir de la encrucijada que este autor sostiene, le permite elaborar aquello que

consideramos es la afirmación más relevante para nuestro trabajo crítico: la

combinación de dos lógicas incompatibles como la virtud de la democracia. Finalmente

nos ocuparemos de algunas de las críticas que Mouffe realiza a un conjunto de autores

que define como pospolíticos. En este caso no nos interesa adentrarnos profundamente

en las visiones con las que discute, sino ver cómo en esta confrontación se delinean los

contornos de su propia perspectiva.

I- Las tensiones iniciales

Mouffe piensa a la democracia desde la noción de régimen, es decir, como una forma

política en la que la sociedad se gobierna y este gobierno se define en un plano

específico e independiente. Así el ámbito político queda separado del sistema

63
económico que lo articula. Pero también, pensar la democracia liberal como régimen es

entenderla como un ordenamiento simbólico de las relaciones sociales, en este sentido

comprende y desborda la mera forma de gobierno. Así concebida no se reduce a una

forma liberal o socialdemócrata sino que esas son algunas de sus posibilidades. Esto es

compatible con la observación que Macpherson hace cuando sostiene que el

surgimiento de las democracias liberales en el seno de sociedades capitalistas de

mercado no implica que los principios éticos del liberalismo sean asociados

necesariamente el capitalismo de mercado; la democracia liberal está más allá de su

articulación a regímenes de libre mercado o socialistas (Macpherson, 1991:10).

En segundo término la autora destaca el carácter dual del concepto mismo de

democracia liberal, en el que los principios liberales y democráticos entran en una

relación tensa. Por un lado la tradición democrática que hace hincapié en la soberanía

popular y, por otro, los principios del liberalismo político que abrevan en la libertad

individual, la separación de poderes y el gobierno de la ley. De esta manera el

ordenamiento simbólico de las relaciones sociales modernas tienen como ejes dos

grandes tradiciones políticas que disputan por una forma particular de ese ordenamiento

de la coexistencia humana, según los principios políticos de cada una.

En tercer término, Mouffe señala algo específico de la democracia liberal, que trae del

pensamiento de Claude Lefort, quien sostiene el carácter simbólico de la transformación

de la democracia al reconocer una nueva sociedad en la que el poder, la ley y el

conocimiento se han vuelto indeterminados, difusos. Esto que se sintetiza con “la

disolución de los marcadores de certidumbre” (Lefort, 2004) es un rasgo de las nuevas

sociedades y de las democracias por añadidura: “Lo específico y valioso de la

democracia liberal moderna es que, si es estudiada adecuadamente, crea un espacio

donde esa confrontación se mantiene abierta, donde las relaciones de poder están

64
siempre cuestionándose y ninguna de ellas puede obtener la victoria final” (Mouffe,

2000:31). En este sentido es importante captar que la democracia no logra nunca un

punto firme desde el cual articular un ideal que la fundamente. La disputa por los

principios mismos de qué es y qué debe ser la democracia está permanentemente en

juego.

Por último y relacionado con la dinámica “abierta” en el fundamento democrático que

mencionamos antes, Mouffe considera que ese mismo marco simbólico está

caracterizado por una primacía del discurso liberal, que pone a la libertad individual y a

los derechos humanos como elementos sobredeterminados de los valores sociales. Su

posición más original respecto a los debates sobre el carácter de las democracias

liberales reside en lo que llama el déficit democrático, esto es, un tipo de asociación

entre el componente democrático y el liberal en el cual el primero queda parcialmente

absorbido por el segundo. ¿Qué quiere decir esto? Si la democracia liberal es un

régimen que articula dos tradiciones, éstas entran en una relación de disputa por la

hegemonía de ese fundamento. Dicha confrontación implica que la expansión de los

principios de una tradición va en desmedro de los principios de la otra. Ahora bien, en

las actuales democracias liberales19 Mouffe señala que hay una prevalencia del

componente liberal por sobre el democrático. Este acaparar la relación en torno a un

conjunto de principios de una tradición es resultado de una expresión articulatoria

contingente, factible de ser subvertida, y en este sentido, la propuesta de la autora de

radicalizar la democracia se realiza a través de la expansióndel componente democrático

por sobre los principios del liberalismo. Dicho fin político será detallado más adelante.

Centrémonos ahora en el tipo de articulación que implica la democracia liberal.

19
Las democracias que ella observa son principalmente las europeas: Austria, Bélgica, Dinamarca, Suiza,
Noruega, Italia, España, Grecia, etc. son algunos de los principales países a los que Mouffe mira y detecta
cómo esta visión hegemoniza el clima intelectual y social.

65
II- Liberalismo y democracia: en ese orden

Ese carácter dual que mencionábamos de la democracia liberal es un aspecto recurrente

en literatura política, expresión del debate por los fundamentos y las consecuencias de

dicho entrecruzamiento. En primer lugar hay que aclarar que la democracia liberal tiene

rasgos distintivos que la diferencian de la democracia pre-liberal. En este sentido

Macpherson afirma que

existe una ruptura clara en la senda que lleva de la democracia pre-liberal a la liberal.

En el siglo XIX se volvió a empezar a partir de una base muy diferente (...) los

conceptos anteriores de la democracia rechazaban la división de clases (...) Quienes

primero formularon la democracia liberal llegaron a defenderla por una concatenación

de ideas que se iniciaba con los supuestos de una sociedad capitalista de mercado y las

leyes de la economía política clásica (Macpherson, 1991:36).

En este sentido la democracia liberal queda restringida al sistema económico capitalista

que, como ya dijimos, no es sino una posible articulación de principios en el cual la

libertad, queda erigida como valor nodal. En este marco los principios liberales son

interpretados en base a la libertad de empresa, o la libertad de los fuertes para dominar a

los débiles. Las afinidades con el pensamiento de Mouffe son notables en este punto, ya

que Macpherson sostiene que ha prevalecido una visión de mercado en la que lo liberal

es entendido como “capitalista” más allá del esfuerzo intelectual de los teóricos liberales

66
éticos como Mill y Bentham de asociar la libertad con el desarrollo de la personalidad.

Los primeros teóricos de la corriente utilitarista, tales como Jeremy Bentham y James

Mill, interpretaron a la democracia liberal con supuestos fuertes: un modelo de hombre

racional, maximizador, y una sociedad como conjunto de individuos compitiendo por

los distintos bienes. El principio ético de la igualdad se adaptó a un modelo de mercado

conforme al cual la mayor felicidad coincide con la mayor igualdad y de ahí se dedujo

la opción democrática, sólo que restringida. La ley de utilidad decreciente -aquella que

señala que a mayor riqueza cada nueva cuota aporta menos felicidad relativa- supone

que la felicidad total necesita de una igualdad creciente. Pero la igualdad que supone

Bentham, está subordinada a la seguridad de los propietarios de tener resguardado su

derecho de propiedad. Por lo tanto, más que la igualdad de hecho lo que está presente es

la garantía jurídica de la propiedad individual. La visión entonces que tiene Bentham

sobre la democracia liberal es un régimen que debe proveer un sistema de mercado libre

y proteger a los ciudadanos de la rapacidad de los funcionarios, que en el intento de

defender la democracia buscan su felicidad y la ponen en crisis. También Mill expresa

un matiz de precaución en el planteo sobre el sufragio, en el cual si bien apoya que éste

sea universal, luego culmina por inscribirlo con una serie de cláusulas que termina por

excluir a las mujeres, a los menores y al tercio más pobre de la población. En ambos

pensadores exponentes del utilitarismo vemos cómo el acento lo tiene la protección en

desmedro del carácter democrático de la soberanía popular, el cual es interpretado como

libertad y de esta forma la expansión de la libertad –primero- es la condición de

posibilidad de la igualdad. De esta forma la historia inicial de la democracia liberal,

historia que para el pensamiento de Mouffe es un devenir contingente, es ya, para

utilizar la idea de ella, la historia de un progresivo déficit democrático.

67
III- El déficit democrático y su subversión

El liberalismo entendido como la doctrina de los derechos individuales es puesto en

primera instancia, mientras el principio democrático queda supeditado a una primera

cumplimentación de los principios liberales. Esta articulación hacia el polo liberal en los

fundamentos políticos de la democracia liberal es lo que Mouffe denuncia como déficit.

Según vimos en el primer capítulo, toda articulación es contingente, expresión de un

movimiento ontológico que nunca se frena, que nunca llega a la sutura final. De allí que

la historicidad del déficit no sólo es rastreable sino también factible de modificar. Sobre

esta base, el proyecto político que encarna la democracia agonal se postula como una

revalorización de los principios democráticos por sobre la hegemonía actual del

liberalismo. Dentro de estos principios, la igualdad es, a nuestro entender, el aspecto

central del régimen democrático, tal como está planteado por Mouffe. Decimos esto

para dejar en claro que otros elementos tales como la soberanía popular, el carácter

directo de una forma democrática, si bien no dejan de estar presentes, no revisten el

carácter prioritario dado por ella al valor de la igualdad. Al ser un principio disputado

también por el liberalismo, es necesario poder discutir con Mouffe la interpretación de

éste para poder captar en el deslizamiento semántico, el carácter hegemónico de la

tradición liberal. Es en el reconocimiento de esta hegemonía y en el afán de concertar

una nueva, en donde la democracia agonal encuentra su justificación.20 Para Mouffe el

concepto de igualdad es diferente en ambas tradiciones. En el caso del liberalismo, el

concepto afirma que toda persona es igual a otra. No existe diferencia alguna entre

20
Cabe señalar que su crítica al liberalismo no implica un rechazo absoluto de él. Como veremos más
adelante, el componente liberal es central en el momento de pensar un marco simbólico que integre y
mantenga unida a la asociación política (Mouffe, 2011).

68
ciudadanos que habiten suelos y jurisdicciones distintas en todo el planeta. El carácter

abstracto de la noción de hombre erigida por el liberalismo termina por ser extensiva a

todos. Por el contrario, la igualdad democrática supone la distinción entre quienes

pertenecen al demos y quienes están por fuera de él. En la versión democrática, la

igualdad necesita de la desigualdad para establecerse. Necesita distinguir entre los

iguales y los desiguales para constituir un concepto político democrático de igualdad

(Mouffe, 2000:56). La igualdad liberal, que supone una igualdad del género humano, es

una pura abstracción y se auto-refuta toda vez que necesita de un otro para poder ser tal.

Frente a esto Mouffe –mostrando el carácter estructuralista de su perspectiva- señala

que dicha igualdad necesita como su condición de posibilidad, la diferencia. Pero para

la autora, es la hegemonía liberal la que establece progresivamente un paradigma

político en el que la igualdad total es vista como deseable y posible, anulando de esta

manera los canales institucionales que permitirían a los sujetos acceder a

diferenciaciones políticas que permitan constituir identidades colectivas. Es bajo el

señuelo de la igualdad liberal, que lo político entendido como la dimensión de

conflictividad inerradicable, se ve entorpecida por la trama institucional de la política,

que en su intento de ordenar el desorden social, oblitera lo más auténtico de la condición

social.

Vemos cómo el déficit democrático es, según Mouffe, un impedimento serio para la

expresión de lo político. Pero ¿qué nos dice ese déficit, ese carácter desbalanceado de

una expresión política dual, que combina dos tradiciones diferentes, sobre el

fundamento de la democracia? En principio nos dice que esos principios se articulan, y

que la naturaleza de esa articulación es lo que está en juego. La democracia agonal que

nos plantea Mouffe no pone en discusión esta posibilidad, pero sí lo hace Carl Schmitt,

el principal referente de la crítica al liberalismo, que es retomado por Mouffe para poder

69
construir su modelo político. Por esta razón, considero relevante poner en juego algunas

de estas ideas que la autora trae de este pensador, para entender los rasgos específicos

de la articulación también específica que ella hace de la democracia liberal.

IV- Schmitt y lo político

Es la apropiación del pensamiento de Schmitt en torno a sus ideas de lo político y la

especificidad de la democracia, lo que define los contornos de la concepción agonal en

Mouffe. No únicamente, pero sí de modo primordial, es él quien inspira su propio

modelo. Además de señalar el carácter inerradicable del antagonismo, hay en Schmitt

un conjunto de ideas que conforman las críticas más lúcidas al pensamiento liberal, en

tanto son la expresión política de una cosmovisión filosófica basada en el racionalismo

y en el individualismo. Es importante entender esto, puesto que más adelante veremos

cómo Mouffe utiliza muchos de los criterios de Schmitt para discutir con los teóricos

liberales coetáneos. Veamos ahora cómo interpreta Mouffe las principales ideas de

Schmitt sobre la democracia.

Mouffe considera que “el énfasis de Schmitt en la posibilidad siempre presente de la

distinción amigo/enemigo y en la naturaleza conflictual de la política, constituye el

punto de partida necesario para concebir los objetivos de la política democrática”

(Mouffe, 2011:21). Si, como afirmamos en el apartado 3.VII, lo político define la

dimensión siempre posible de antagonismo, la democracia en tanto régimen, como el

ordenamiento institucional que aborda la posibilidad de conflicto, debe dar cauce, debe

permitir el acceso a lo constitutivo del ser de lo político. Otra idea relevante de Schmitt

70
es el concepto de homogeneidad como condición de posibilidad de la democracia. Esto

supone que en todo régimen democrático existe una igualdad circunscripta al demos,

que engloba al conjunto de personas que integran una comunidad y que estos iguales

reciben un trato igualitario. Esto implica que ese trato será distinto para los no-iguales,

quedando al margen de la comunidad (Mouffe, 2000:55). Como vemos, esta idea es afín

al componente afectivo de toda identidad colectiva, debido a que piensa la diferencia

como la base para la identificación. La homogeneidad que para Schmitt es necesaria en

toda democracia, es contraria a la igualdad del discurso liberal, que, en tanto que

abstracta, supone la negación de la desigualdad toda vez que proyecta sus valores

cosmopolitas y su idea siempre presente de un consenso racional universal. La

democracia para ser política tiene que permitir establecer una diferencia, tiene que

poder constituir un exterior que sirva como frontera para demarcar al grupo de los

iguales. Esa igualdad es sustancial, basada en rasgos distintivos y, tal como vimos, se

diferencia de la igualdad abstracta que plantea el liberalismo. Además, toda vez que lo

político implica la posibilidad de antagonismo, es una igualdad que se basa en la

distinción de un otro, que al quedar por fuera define parcialmente los límites del

conjunto de los iguales; los primeros, los que pertenecen al demos, y los segundos, los

que no forman parte y por lo tanto no poseen los mismos derechos. La democracia en el

pensamiento schmittiano supone entonces una distinción entre los iguales y los no-

iguales.

V- La incompatibilidad

71
La contundente afirmación schmittiana de que el liberalismo niega a la democracia y la

democracia niega al liberalismo está en el centro del pensamiento de Mouffe y es la

apropiación de esta idea y su superación posterior en pos de una síntesis con los

principios liberales, lo que resume bastante bien la democracia agonal que ella propone.

Veamos brevemente el argumento inicial sobre la doble negación que señala Schmitt.

Para él la democracia liberal es un híbrido, una resultante basada en la articulación de

principios contradictorios que abrevan en el liberalismo y en la democracia

respectivamente, y cuyas lógicas resultan incompatibles: la ética liberal de la igualdad

humana y por otro, la forma política democrática que supone una identidad entre

gobernantes y gobernados y cuya igualdad se define por la pertenencia a un grupo de

iguales que se diferencian de los no-iguales. (Mouffe, 1999:148). Así, en términos de

Mouffe, el individualismo liberal con su carga moral es incompatible con los valores

democráticos y sus ideales políticos. El liberalismo posee una perspectiva cosmopolita

que define una carga valorativa diferente a la posición política de la democracia -que

sostiene la necesaria distinción entre un demos homogéneo que constituye la comunidad

política frente a aquellos que no la integran. El liberalismo es una doctrina racionalista e

individualista. Para el primer caso, su racionalismo lleva a pensar en la posibilidad de

una deliberación racional que permita dirimir todas las diferencias; así, toda disputa

sobre principios puede ser disuelta en la argumentación. Por otra parte el individualismo

presente en el liberalismo hace que lo individual sea justamente terminus a quo y

terminus ad quem, de esta forma invisiviliza el momento de la formación de toda

identidad colectiva-expresión de lo afectivo en la política- que constituye el momento

propiamente político en tanto divide el espacio político entre un nosotros y un ellos. Por

ello, lo colectivo, el momento de constitución de identidades políticas, no lo puede

explicar idóneamente el pensamiento liberal.

72
Hay otro aspecto importante que Mouffe observa en la obra de Schmitt: la democracia

exige identidad entre gobernantes y gobernados, mientras que el liberalismo sostiene el

principio de la representación. La democracia supone esa identidad que constituye el

carácter verdaderamente soberano del pueblo, perdido o diluido en la representación.

Este carácter es para el autor definitivamente no democrático, siendo la institución

parlamentaria una expresión institucional antidemocrática. De esto se observa la

diferencia entre la igualdad sustantiva y la formal, expresión de dos principios que para

Schmitt no tienen posibilidad de reconciliarse. Es la homogeneidad del demos, tal como

la mencionamos en el apartado anterior, lo que diferencia la igualdad sustantiva de la

formal, y por ende lo que hace que la democracia se deba entender en un registro

político, es decir, donde es necesario distinguir un nosotros de un ellos, y por otro quede

diferenciado del discurso liberal que basa sus ideales en un registro moral centrado en la

noción de individuo (Mouffe, 2000:56). Este ideal liberal proyecta una tendencia a

universalizar la inclusión, haciendo coincidir los límites de la democracia con los

límites del género humano. Mientras que la democracia, tal como señalamos antes,

implica la posibilidad de distinguir a aquellos que pertenecen al demos y quienes

quedan afuera. Por ello Schmitt entiende que el concepto que define a la democracia es

el de pueblo y no el de humanidad. Esta necesidad de trazar una frontera entre los que

están adentro y los de afuera es contraria a los principios y a la retórica del liberalismo y

por lo tanto no hay mera diferencia sino incompatibilidad entre las gramáticas. Si bien

vamos a ver más adelante como Mouffe disiente con lo tajante de las afirmaciones de

Schmitt, es importante tener presente estos argumentos, ya que el sincretismo que el

modelo agonal de Mouffe representa en relación con estas ideas, hace necesaria su

mención. Por último, si Schmitt ve en esta síntesis de liberalismo y democracia una

contradicción tendiente a la destrucción, y su progresiva crisis en un contexto histórico

73
que lo confirma; Mouffe va a reinterpretarla en términos de una paradoja, y va a señalar

una tensión que, constitutiva de la democracia liberal, es la fuente de su fortaleza y su

virtud, tal como en términos de Montesquieu se llamó a los principios políticos que la

definen y generan su propia cohesión.

VI- La paradoja como virtud

“No tendríamos que caer nuevamente en la trampa de creer que su transformación

requiere un rechazo total del marco democrático-liberal. Existen muchas maneras en las

cuales puede jugarse el ‘juego de lenguaje’ democrático”(Mouffe, 2011:40).

La interpretación de la democracia liberal que nos propone Mouffe es una apropiación

pero también superación de las tesis schmittianas a cerca del liberalismo y la

democracia, y su consecuente incompatibilidad. El reconocimiento de dos lógicas

distintas que sin embargo no se contradicen al punto de atentar una contra la otra, sino

que conviven en una relación conflictiva cuyo equilibrio es necesario mantener para

poder extraer de ambas las virtudes que las definen.

Así, homogeneidad-pluralismo, consenso-conflicto, inclusión-exclusión, libertad-

igualdad son pensados como polos de una tensión irresoluble, pero cuya convivencia

conflictiva es necesaria –dado el carácter ontológico del antagonismo- y la democracia

liberal es el régimen que mejor se adapta a esa coexistencia. Dicho régimen es

estrictamente la expresión paradojal de estos principios. La tensión en sus gramáticas es

constitutiva, insuperable. Cada expresión es una particular forma de articulación


74
hegemónica entre las distintas fuerzas políticas que entran en disputa. Para Mouffe, el

enfrentamiento de estas lógicas resulta positiva, ya que posibilita la expresión de dos

caracteres básicos de la ontología: el pluralismo –en tanto se reconocen distintos valores

políticos- y el momento de antagonismo como posibilidad presente entre esas formas

diferentes de concebir cómo la sociedad debe ordenarse. Pero a su vez, si esta

confrontación es positiva, también es necesario un conjunto de principios básicos sobre

el orden social, que permitan orientar una lucha pacífica por la interpretación del

fundamento político del régimen democrático. Para Mouffe la democracia agonal tiene

la ventaja de dar cauce al conflicto sobre la interpretación del fundamento del régimen

político, pero inscribiendo esta confrontación en un marco simbólico que preserve la

integridad de la asociación política. En este sentido su modelo de democracia permite la

expresión de la dimensión ontológica del antagonismo, y resguarda –al brindarle un

marco institucional para su sublimación- dicha asociación de su posible destrucción. De

esta forma, asevera que la democracia liberal es resultado de formas pragmáticas y

contingentes de negociación de la paradoja inherente al régimen.

VII- El liberalismo y su negación de lo político

A partir de ahora nos proponemos retomar algunas de las críticas que Mouffe realiza a

Habermas, Rawls y Giddens. Queremos ver cómo les señala, en tanto exponentes del

paradigma liberal, la falta de comprensión del momento político. Esta crítica externa

que ella realiza, nos servirá para aprehender -de modo indirecto-, cómo su modelo de

democracia agonal se erige como respuesta a esto que constituye el punto ciego del

75
liberalismo. Dicho límite conceptual remite, para Mouffe, a la ontología política; la

tradición filosófica liberal -por su racionalismo e individualismo metodológico- oblitera

la aprehensión del conflicto social, es decir, del antagonismo inherente a las relaciones

sociales (Mouffe, 2014:23). La tradición liberal constituye entonces un modo de

acercamiento a lo político que inevitablemente lleva a su negación. Para ella es un modo

de abordar el ser de lo político que termina por ocultarlo. Este ocultamiento conlleva

una impotencia en el enfoque liberal para pensar esa dimensión originaria e

inerradicable de las relaciones sociales. Al verlo a éste y a sus modos disímiles de

expresión -tal es el caso de la violencia- como formas retrógradas de lo político, capaces

de ser superadas por los avances de la razón, proyecta un horizonte de superación del

conflicto. Al ubicar el antagonismo en un lugar de la historia que debe ser superado,

niega el carácter constitutivo del mismo. El horizonte liberal converge en el consenso,

en el acuerdo universal que -aunque no llegue aún- es siempre posible. Así, el carácter

racionalista del liberalismo es un obstáculo inherente a su perspectiva para entender lo

político.

El otro aspecto que Mouffe cuestiona al liberalismo es su filosofía individualista. La

expresión colectiva de grupos que se identifican en torno a valores o fines es un aspecto

que el liberalismo no logra aprehender por su acercamiento epistemológico a lo social.

En la mayoría de las ocasiones en que se expresa de modo general, Mouffe atribuye al

liberalismo postulados que si bien no son iguales, establecen entre sí una afinidad

similar a la que Wittgenstein atribuye a los “parecidos de familia” (Mouffe, 2011:17).

Veamos ahora algunas expresiones de liberalismo con las que Mouffe contrasta su

modelo de democracia como un intento de pensar políticamente eso que el liberalismo

niega; no con el fin de coincidir o disentir con las críticas que ella realiza, sino para

observar mejor cómo algunas caracterizaciones que hace de la tradición liberal sirven

76
para luego diferenciarse y -en ese plano relacional- establecer los contornos de su

propio modelo.

VIII- Habermas y la democracia como procedimiento

Para ordenar a quienes considera los exponentes más notorios de la tradición liberal,

Mouffe agrupa a dos conjuntos de autores en base a dos paradigmas: el agregativo y el

deliberativo. En el primero, en el cual ubica a la tradición utilitarista, los individuos son

vistos como agentes racionales, maximizadores de sus intereses. La sociedad es

entendida como un campo en el cual ellos entran en competencia a través de acciones

principalmente instrumentales. Lo político, lo económico y lo social se equilibra como

un mercado, las interacciones de cada ámbito se resuelven según la dinámica de oferta-

demanda. Frente al “equilibrio automático” del paradigma agregativo, opone su visión

de lo político como conflicto. Ésta es la base sobre la cual se puede sostener la

coexistencia humana. Mientras el paradigma agregativo sostiene que el vínculo social se

basa en el interés y en la autorregulación por el libre juego de oferta-demanda, el otro

paradigma, el deliberativo, puede pensarse como una respuesta a este postulado. Su

inclusión de la dimensión ética es un intento de soldar el compromiso apelando a algo

más que una racionalidad instrumental. Aquí menciona a Habermas y a sus seguidores -

especialmente a Benhabib- quienes exponen su modelo basado en la racionalidad

comunicativa (Mouffe, 2000). Mouffe nos dice que este modelo es un intento por

superar la paradoja de dos principios irreconciliables. El intento habermasiano por hacer

compatible la libertad con la igualdad está sustentada en el argumento filosófico de la

77
cooriginalidad de los derechos humanos y la soberanía popular que sostiene la

implicación mutua entre ambos principios. Para Mouffe, Habermas entiende que la

articulación entre la libertad individual y la soberanía popular que se expresa en las

democracias liberales no es simplemente una asociación histórica contingente, sino una

expresión de una relación conceptual (Mouffe, 2001:90). Este gesto de querer superar la

contingencia con un argumento trascendente que establezca la legitimidad del régimen

democrático liberal, es algo de lo que Mouffe intenta separarse permanentemente

cuando defiende el carácter siempre precario de la articulación política de la

democracia. En este sentido podemos observar cómo frente a la tentación racionalista de

erigir un fundamento de lo social, Mouffe disiente y para ello opone una perspectiva

que busca dar cuenta del carácter ausente del fundamento último de la democracia

liberal. Por el contrario, para Mouffe, Habermas conforma una defensa de la democracia

que al basarse en un argumento trascendente, establece una legitimación a priori de ella.

Esta legitimidad basada en la racionalidad viene dada por el acceso a una esfera

deliberativa, una condición ideal, en la que se cumplen ciertos requisitos para lograr que

todos participen en igualdad de condiciones, imparcialidad y ausencia de coerción, en

pos de un consenso racional dialógico basado en la capacidad de argumentación

inherente a los sujetos. De esta forma, Mouffe remarca que el modelo discursivo se

legitima en un conjunto de normas que buscan igualdad y simetría en los actos

comunicativos (Mouffe, 2000:63). Así, la efectivización de lo que Habermas entiende es

el discurso ideal, tiene marchas y contra marchas pero en cualquier caso es realizable.

Toda limitación es momentánea, y si bien es difícil llegar al consenso, es un horizonte

realizable que la situación comunicativa, en su carácter de ideal regulativo, proyecta y

promueve.

78
A través de estos argumentos Mouffe lleva a cabo la crítica al modelo habermasiano,

enfatizando que éste presenta una ontología social integrada por sujetos dotados de una

racionalidad que permitiría lograr un consenso sin exclusión sobre los principios

políticos. Para ella, el hecho de que Habermas augure un acuerdo universal, a través del

entendimiento de sujetos dotados de racionalidad comunicativa, atenta contra el

principio democrático de separación entre un “nosotros” y un “ellos” que, para ella,

constituye lo propio de la asociación política. Esto, además, entraña una patologización

del desacuerdo, ya que desde el concepto de acción comunicativa se establece una

dinámica interna de entendimiento por la cual los sujetos argumentan -coacción sin

coacciones- en igualdad de condiciones, logrando un acuerdo sobre las pretensiones de

validez puestas en juego en la acción comunicativa. Este ideal, representado por la

dimensión ilocucionaria de los actos de habla, “conduce a Habermas a una constante

‘patologización’ del desacuerdo y del conflicto a él ligado”. (Gambarotta, 2014:125).

Volviendo a la idea de democracia de raíz schmittiana, punto de partida de la teoría de

Mouffe, resulta claro el contraste que es también la crítica que esta autora le dirige, al

plantear que un pensamiento como el habermasiano, no pueda pensar la disputa en toro

a los principios de la democracia liberal sin excluir al disenso como patológico y por lo

tanto sin dejar incomprendida la paradoja inherente a la democracia liberal. El

racionalismo imperante en su teoría crítica, con su fuerte carácter normativo centrado en

el concepto de acción comunicativa, impide captar el núcleo político de la forma

democrática, que llama a trazar una frontera y que además instaura el desacuerdo y el

antagonismo como formas inherentes a la ontología social.

IX- Rawls y la justicia como equidad


79
John Rawls representa para Mouffe otra versión de democracia deliberativa, otro

ejemplar de una teoría racionalista de la política que busca conciliar la libertad con la

igualdad y que, tal como Habermas, cae en la negación de lo político. Para Rawls la

democracia liberal funciona con un concepto de justicia compartido, que resulta

establecido por personas libres y racionales que en busca de sus intereses y en una

posición de igualdad inicial, llegan a un acuerdo. Si bien Mouffe reconoce una

diferencia entre el Rawls de A Theory of justice y, por ejemplo, el de

KantianConstructivism in Moral Theory, en tanto este segundo se alejaría del

universalismo inicial, es igualmente cierto para ambos casos que lo que sigue presente

es una posición racionalista y abstracta de la democracia liberal (Mouffe, 1999:67).

Algunos elementos que demuestran este carácter abstracto son por ejemplo la exigencia

del mismo derecho a la libertad lo más amplia posible siempre que sea compatible con

una libertad similar para los otros; la distribución de bienes contempla la desigualdad

sólo si esto genera mayor beneficio en los menos favorecidos. El “velo de la

ignorancia”, cláusula indispensable para una igualdad a priori en la negociación de los

principios de justicia, para conformar la posición original desde la cual se expresarían

puntos de vista neutral, resulta una estratagema racionalista poco factible de ser

implementada. Es más, esa misma posición original “ya no expresa un punto de vista

neutral, sino que refleja los ideales implícitos en la cultura pública de una sociedad

democrática” (Mouffe, 1999:74). La diferencia que Mouffe encuentra entre el primer

Rawls y su cambio posterior, es que este último da por supuesto que las ideas de justicia

como equidad estarían previamente implícitas en la cultura pública de cada sociedad

democrática, estableciendo así un carácter contextualista en el marco del racionalismo

predominante. Otro elemento que para Mouffe resulta clave en su pensamiento es aquel

80
que establece la prioridad del derecho sobre el bien. Así entendida, la justicia como

equidad implica que los derechos individuales son primordiales respecto al bienestar

general, significando esto que los principios de justicia no deben derivarse de una

concepción particular del bien general ya que estos principios deben respetar el

pluralismo de concepciones sobre el bien que cada ciudadano tenga. Pero si bien

Mouffe acepta que un principio de justicia debe trascender la particular concepción

moral, religiosa o filosófica de cada ciudadano, por otro lado contempla la crítica del

comunitarismo, que defiende la imposibilidad de adquirir una noción del sentido del

derecho y de la justicia allende la participación efectiva en una comunidad que

previamente define una concepción particular del bien. Es decir, no puede haber una

concepción de justicia que no se geste al interior de una asociación política específica,

de allí que no haya una prioridad absoluta del derecho sobre el bien (Mouffe, 1999:72).

Lo que Mouffe ve en Rawls es que su intento por fundar los principios de la democracia

liberal en un fundamento que trascienda el plano de los intereses, concluye en una

justificación característica de un discurso moral -los ciudadanos poseen una capacidad

para concebir un sentido de justicia y un sentido del bien- en el que lo político se reduce

a una mera negociación de los intereses privados, solo que esa negociación quedaría

regulada por principios de justicia que,nuevamente, son de carácter moral. En este

sentido, para Mouffe el planteo de Rawls es un ejemplo paradigmático de negación de

lo político, pues su racionalismo “...y la creencia en la posibilidad de una reconciliación

final a través de la razón, nos impiden reconocer la posibilidad siempre presente del

antagonismo.” (Mouffe, 2014:135).

Lo que Mouffe busca plantear al exponer el pensamiento de Habermas y Rawls es que

la aproximación a lo político desde una concepción racionalista impide ver el momento

político del trazado de frontera, expresión de un antagonismo constitutivo. La

81
conformación de un “nosotros” opuesto a un “ellos” es la condición de posibilidad de

toda forma identitaria en el campo político. Esta expresión colectiva de los afectos, de

las pasiones, queda obliterada por la perspectiva racionalista que simplemente ve sujetos

motivados por intereses personales, egoístas, que sólo buscan maximizar su satisfacción

de modo estrictamente individual. En definitiva, la teoría democrática liberal actual, al

estar representada por este paradigma racionalista, opera con una concepción de sujeto

que establece tres características fuertes: su anterioridad a la sociedad; su portación de

derechos naturales y por último su susceptibilidad de ser o bien agentes maximizadores

o bien sujetos racionales. Estos tres postulados terminan por extirpar al sujeto

democrático de su inserción real en la trama social particular. Prácticas sociales

concretas, lenguaje, cultura, etc. son obviadas en pos de un sujeto abstracto.

Rawls y Habermas relegan el pluralismo a un ámbito privado porque creen que en el

espacio público puede haber un consenso universal sobre principios fundamentales

(Mouffe, 2000:106). Como vemos, para Mouffe la matriz liberal, en su momento de

racionalismo exacerbado, termina por negar lo político en tanto posibilidad siempre

presente de antagonismo. Por el contrario, Mouffe sostiene que es necesario defender

los valores de la democracia liberal evitando caer en argumentos racionales que

pretendan la disolución del antagonismo. De esta forma, la eficacia de una defensa de la

democracia liberal viene por el lado del reconocimiento de la tensión entre sus

gramáticas, por la imposibilidad de reconciliar de modo inequívoco tanto los principios

liberales como los democráticos. Aquí es donde radica el argumento fuerte y original de

Mouffe.

82
X- La Tercera Vía y el fin del adversario

Mouffe identifica en la Tercera Vía a la ideología del nuevo partido laborista británico.

Dicho partido tuvo gran visibilidad cuando en 1997, con Tony Blair como su

representante político principal y con Anthony Giddens como su ideólogo, llega al

poder a través de elecciones. El partido laborista se pretende como la nueva propuesta

de la socialdemocracia europea, de allí el interés de Mouffe por diferenciarse y

establecer su propio proyecto político, el cual ha sido desarrollado junto con Ernesto

Laclau en Hegemonía y estrategia socialista. Para Mouffe, el pensamiento de la Tercera

Vía representa otro ejemplo de paradigma racionalista que –en el caso de su propuesta

política concreta- concluye en un consenso hacia el centro, es decir, en una propuesta

que políticamente no se diferencia de otros partidos políticos. Esto Mouffe lo resalta ya

que reviste una no diferenciación, y por lo tanto implica la dificultad de establecer una

frontera ideológica que dé lugar al antagonismo. La crítica de Mouffe hacia esta postura

busca señalar aquello que entiende es propio del paradigma racionalista: la negación del

conflicto. Para ella, esa ubicación en el centro ideológico, es post ideológico debido a su

pretensión es estar por fuera de la disputa entre izquierda y derecha. Así, entiende que la

Tercera Vía se erige como un partido de centro que -en tanto que articulador de las

demandas de izquierda y derecha- busca superar la dicotomía ideológica, dejando el

camino allanado para la negación del conflicto político. Así, en términos de Mouffe, la

Tercera Vía se presenta a sí misma como una alternativa a la socialdemocracia y al

neoliberalismo: pretende constituirse “más allá” de la división política.

Al igual que en Rawls, Mouffe ve un avance teórico entre Más allá de la izquierda y la

derecha y La Tercera Vía. En esta última obra Giddens retoma la tradición

socialdemócrata pero, para ella, no logra recuperar su componente anticapitalista


83
(Mouffe, 2000:122). Las invectivas van dirigidas contra el autodenominado “centro

radical” que plantea un enfoque que entiende a la división social como un suceso

anecdótico, que aconteció en el pasado y que resulta anacrónico para los tiempos de la

actual “modernidad reflexiva”. Mouffe destaca que para ellos las sociedades actuales

deben resolver sus conflictos en base a una competencia de intereses que, a través del

diálogo y el afán en el consenso, permiten encontrar una resolución armónica. Con esto

lo que se oblitera es el papel constitutivo de las relaciones de poder, el carácter

ineludiblemente político de las relaciones sociales. Si bien la libertad y la igualdad

constituyen el núcleo de principios compartidos por una sociedad, y en este sentido los

teóricos de la Tercera Vía no errarían en defenderla para sus ciudadanos; el sentido

particular de cómo se lleva a cabo esta articulación y en sentido estricto qué significa la

libertad y la igualdad es algo sobre lo que no se puede establecer un consenso

definitivo. El desacuerdo acerca de estos principios, sobre su particular forma de

inscribirlos en la sociedad, es inherente a la trama ontológica de lo social. Por ello, el

corolario de la Tercera Vía de sostener el anacronismo de la división entre izquierda y

derecha es otro punto de crítica que toma Mouffe. Para ella esta categorización es

indispensable toda vez que ayuda a situar con claridad las fronteras políticas de

proyectos que compiten por imponer su propia visión de los principios democráticos

liberales. La democracia agonal que ella promueve busca re-significar estas categorías

para adaptarlas a una época que expresa cambios pero que debe seguir dando cauce a la

confrontación política, que para su visión es inherente a la sociabilidad. El antagonismo,

que define su ontología política, tiene que contar con un marco jurídico legal -óntico-

que permita su expresión. El enfoque de la Tercera Vía anula esta posibilidad.

84
5- Del esencialismo negativo a la certeza democrática. La

diferencia ontológica como reinscripción esencialista

“Donde se enseña algo absolutamente primero, siempre se habla, como de un correlato

conforme a sentido, de algo inferior, absolutamente heterogéneo con respecto a él; la

prima philosophia y el dualismo van juntos.” (Adorno, 2011:136).

En este capítulo nos proponemos repensar el modelo de democracia agonal de Mouffe y

dar cuenta de aquellos aspectos que ligan su perspectiva filosófica con su desarrollo de

democracia, es decir, de la relación entre el plano ontológico y el óntico. Creemos que a

la luz de esta puesta en relación podemos dar cuenta de algunos objetivos planteados

inicialmente por la autora que resultan parcialmente alcanzados. Puntualmente, la

pregunta que recorre este capítulo es aquella que interroga por el fundamento sobre el

que se sostiene la democracia agonal, pensada conjuntamente con el proyecto político

de una radicalización de la democracia,21 entendida como un fin político. Sostenemos

que la relación entre la teoría social post-marxista, tal como la elabora Mouffe, y su

posterior conformación de un modelo teórico sobre la democracia, puede decirnos algo

relevante acerca de otra relación, aquella que piensa lo ontológico y sus implicancias en

el desarrollo de categorías teóricas con las cuales se aprehende lo social y lo político.

Así, nuestro recorrido buscará concretar una crítica al modelo de democracia agonal a

través del conjunto categorial que la autora sostiene, para ver hasta qué punto este
21
Si bien Mouffe no da precisiones sobre la democracia agonal, es decir, no hace precisiones sobre un
entramado institucional, da algunos rasgos en cuanto a su proyección: promover instancias de discusión
que permitan el debate acalorado de identidades colectivas en torno a los distintos temas que una
democracia pueda generar. En el marco de este modelo de democracia, su radicalización es entendida
como una expansión del componente democrático por sobre el liberal. Es importante tener presente esta
diferencia ya que es en el marco del modelo agonal que se inscribe el proyecto político particular de
radicalización.

85
modelo democrático, y en parte la perspectiva post-marxista-en tanto teoría social para

pensar la dinámica social- recae en algunos de los mismo problemas que la autora le

señala a las visiones con las que confronta.

Este desarrollo crítico ocupará cuatro momentos. En primer término vamos a tratar

dedemostrar cómo el enfoque post-marxista no logra depurar al marxismo de su

esencialismo tal como fuera uno de sus objetivos principales. Si su propuesta se define

por ser una crítica al incondicionado de la clase, a su determinación en última instancia

por la economía, por ejemplo,veremos que concluye por erigir un nuevo

incondicionado: el del juego infinito de las diferencias. Aquí el esencialismo positivo se

disuelve en pos de otro de carácter negativo.

En segundo lugar intentaremos mostrar cómo Mouffe establece una defensa política de

su modelo de democracia agonal -en tanto una particular articulación de la democracia

liberal- como un elemento óntico que se adapta de mejor modo a la naturaleza del

movimiento ontológico. Nos ocuparemos de mostrar cómo opera el incondicionado en

la conformación de su teoría de la democracia y cómo esto le sirve a Mouffe para erigir

un argumento basado en una autoridad cognoscitiva, estableciendo así ladefensa política

de su modelo democrático.

En un tercer momento vamos a ver cómo su adhesión al pluralismo conlleva una

anulación intrínseca que limita las potencialidades de la lógica de la contingencia. Es

decir, su pluralismo es acotado a una dimensión meramente óntica, aquella que piensa

las herramientas institucionales que dan el marco y encauzan el antagonismo de lo

político, pero en la dimensión ontológica, aquella que da cuenta de los procesos por lo

cual lo social se instituye o destituye, no existe la contingencia, no podría haberla

debido a que la teoría social mantiene un incondicionado que se define por su carácter

inmutable. En la dimensión ontológica, aquella que refiere a lo político, la contingencia

86
se sustrae y pasa a reservarse para la dimensión óntica, en la cual se disputa por una

interpretación acercadel fundamento de un régimen político. Con esto buscamos dar

cuenta del carácter limitado de la radicalización de la lógica que define lo social como

carácter abierto –contingente- de los procesos sociales.No obstante queremos mostrar

cómo la contingencia del orden social –aquella que se proyecta en lo óntico, en un

régimen particular- se limita al quedar la democracia agonal como la diferencia

privilegiada del infinito juego de las diferencias.

Del tercer punto, que establece el límite a la contingencia, y consuma una reinstauración

del dualismo en su perspectiva teórica, arribamos a un cuarto y último momento en el

cual veremos como la trama conceptual que pasa por un esencialismo negativo, que

divide la realidad en dos instancias con naturalezas diferentes, termina por deslizarse

hacia un nuevo esencialismo, esta vez positivo, consistente en la defensa de un proyecto

político democrático particular, el cual tendría su primacía en la mejor adecuación al

plano ontológico.

I- El post-marxismo como infinito juego de las diferencias

En este apartado vamos a seguir algunos de los argumentos trabajados en Hacia una

teoría crítica reflexiva (Gambarotta, 2014) debido a que allí encontramos elementos

clave para una crítica al post-marxismo.22 En Hegemonía y estrategia socialista Mouffe

–en coautoría con Laclau- dedica su esfuerzo a sentar los fundamentos teóricosde su

22
Nos centraremos en el capítulo VII: “Ernesto Laclau: esencialismo negativo y disolución de la crítica”.
Si bien dicho trabajo se enfoca particularmente en la obra laclauiana, muchas de sus críticas pueden ser
extendidas a la obra de Mouffe. En nuestro trabajo serán utilizadas de manera indiferenciada ya que tanto
en Hegemonía y estrategia socialista como en “Postmarxismo sin pedido de disculpas” –escritos
conjuntamente- encontramos elementos suficientes para probar el núcleo filosófico común del que parten.

87
perspectiva y de esta forma quedan planteados los elementos centrales para la posterior

conformación de su propuesta democrática. Es en este escrito donde se concentran los

esfuerzos por desarrollar una teoría social que será aceptada en su rótulo como post-

marxista,23 y que para el caso de Mouffe sirve como trama de lo que constituirá su

teoría política: la elaboración de su modelo de democracia liberal. Allí, tal como vimos

en el capítulo 2, se analizan críticamente las distintas capas del discurso marxista y su

progresiva disolución de los aspectos característicos del pensamiento esencialista; para

posteriormente formular su propia visión de lo social, en un intento de radicalizar su

momento destrascendentalizador. Es en esta visión de lo social en la que nos

enfocaremos a continuación, para desde allí pensar la especificidad de este giro post-

metafísico y finalmente su punto de llegada, en un intento de mostrar cómo esa

destrascendentalización es lograda en parte; ya que sostenemos que el fundamento

ontológico se ha debilitado pero no se ha retirado.

Como vimos en la sección 1.II la concepción de lo social es pensada como un discurso,

es decir, como un sistema de identidades constituidas diferencialmente que limitan el

“exceso de sentido” que compone el campo de la discursividad. Esto permite marcar de

manera radical el carácter relacional de esas identidades, permitiendo así eludir todo

tipo de sustancialismo que suponga un a priori, ya que en este juego de diferencias se

constituyen las identidades al interior de ese sistema, sin que haya una diferencia

privilegiada. Pero a su vez, cada formación discursiva no se halla cerrada, no conforma

una totalidad autocontenida, sino que está penetrada por un exterior que la distorsiona.

Debido a esto las identidades nunca adquieren una estabilización definitiva. Su esencia

23
Mouffe y Laclau son al respecto explícitos: “Nosotros no inventamos este rótulo (...) Pero puesto que se
ha generalizado como caracterización de nuestra obra, podemos afirmar que no nos oponemos a él en la
medida en que se lo entienda correctamente: tanto como proceso de reapropiación de una tradición
intelectual, como de ir más allá de esta última” (Mouffe, 2006:9-10)

88
es el infinito juego de diferencias (Gambarotta, 2014; Marchart, 2009) y su

estabilización es el objetivo –nunca realizado plenamente- de todo discurso.

Esta perspectiva determina que toda sutura última sea imposible. La posición diferencial

de cada elemento establece parcialmente el significado de cada término. Esta fijación de

cada elemento a una cadena discursiva hace que se transforme en momento. Su

significado le es dado en dicha articulación y por su posición diferencial respecto a otros

elementos articulados –momentos-. Tanto el carácter relacional que traza la cadena de

significantes, como su inestabilidad, hacen que el significado fluctúe permanentemente

y que no tenga el estatus de positividad, sino que dicho sentido se constituya de modo

precario. De esta forma “la contingencia y la articulación son posibles porque ninguna

formación discursiva es una totalidad suturada, y porque, por tanto, la fijación de los

elementos en momentos no es nunca completa.” (Laclau y Mouffe, 2010:144). Así, lo

social es inestable y abierto por su fundamento en el discurso y en su lógica que, a su

vez, conlleva el carácter parcial de toda identidad. En contraposición a lo que Laclau y

Mouffe entienden por el rasgo positivista del marxismo clásico, que establece un

fundamento de lo social, Mouffe conforma un paradigma que busca deshacerse del

esencialismo de dicho marxismo, tal como vimos en el capítulo 3. Para ella las

identidades sociales que integran una formación discursiva no pueden fijarse y, por

ende, resultan abiertas a variaciones permanentes en su significado. Ello se manifiesta

en la afirmación de Mouffe, en relación a la problemática de la clase y su tarea política,

según la cual:

En la medida en que la tarea ha cesado de tener todo vínculo necesario con una clase, su

identidad le es dada tan sólo por su articulación en el interior de una formación

hegemónica. Su identidad, por consiguiente, ha pasado a ser puramente relacional. Y

como este sistema mismo de relaciones ha dejado de ser fijo y estable –lo que hace a las

89
prácticas hegemónicas posibles- el sentido de toda identidad social aparece

constantemente diferido (Laclau y Mouffe, 2010:125).

En el marco de la crítica al esencialismo marxista, el cual, según ella, ponía en el centro

de lo social a la clase obrera en tanto sujeto constituido plenamente y al cual se asociaba

una tarea política acorde a su identidad- concebida como plena-, lo que el post-

marxismo transforma –tal como hemos visto en los capítulos 2 y 3- es el paradigma

ontológico con el cual se piensa la dinámica social y por ende la constitución de los

sujetos políticos. Tras la certeza que erige a la clase trabajadora como el agente social

privilegiado de la transformación social, es decir, como una identidad plena con un fin

determinado, lo que Mouffe nos ofrece es una pluralidad de identidades sociales

parcialmente constituidas al interior de un juego de diferencias. Como hemos visto

antes, la sociedad -para el enfoque de Mouffe- no llega nunca a constituirse; la

positividad que, entiende, es la característica del marxismo clásico, es reemplazada por

la negatividad del antagonismo social inherente a toda relación. Este carácter de las

relaciones sociales muestra el costado trascendental de la exploración teórica del post-

marxismo, ya que al constituir el rasgo de toda relación social, resulta inerradicable y

definitorio de la dinámica social. Pero entonces, ¿a dónde nos lleva este cambio de

enfoque?

La transición que Mouffe genera del marxismo hacia el post-marxismo queda

evidenciada en “la ruptura con el paradigma ontológico que establece una esencia a

partir de la cual se instaura lo social en su unidad” para llegar a “fijar una esencia […] a

partir de la cual se sostiene la imposibilidad de instaurar la unidad del todo social. Lo

que allí era positivo aquí es negativo, lo que allí daba lugar a un Absoluto aquí a un

vacío” (Gambarotta, 2014:243).En base a todo esto podemos sostener que la

destrascendentalización que propone el post-marxismo tiene un límite en el

90
mantenimiento de un plano incondicionado, base sobre la cual, a nosotros nos interesa

analizar las implicancias de este carácter meta-teórico en la disputa política24 que nos

retrae a las viejas argumentaciones basadas en un privilegio cognoscitivo que, al

suponer un acceso al conocimiento del que otras perspectivas carecían, limita el

pluralismo y la contingencia de toda hegemonía al dar por sentado una correspondencia

con la “verdad de lo social”. En este caso el planteo de Mouffe parece volveral lugar de

partida -entendido como aquel en el cual la ortodoxia defendía su concepción política

desde argumentos cognoscitivos que daban cuenta de una esencia de lo social-, o a una

variación de éste; pensamos en un doble movimiento: por un lado, negación de “todo

enfoque esencialista de las relaciones sociales” y, por otro, la posterior instauración de

un vacío al “afirmar el carácter precario de las identidades y la imposibilidad de fijar el

sentido de los ‘elementos’ en ninguna literalidad última” (Laclau y Mouffe, 2010:132).

Pero, tras barrer con la ontología de signo positivo, lo que se introduce inmediatamente

es otra ontología, de carácter negativo, con la postulación de un “vacío” o, para usar el

mismo término que Mouffe, el de una “esencia negativa” de lo existente. (Laclau y

Mouffe, 2010:132).

Por esto es que para esta nueva concepción de lo social sigue habiendo un

incondicionado, una “esencia negativa”, debido a que “el juego infinito de las

diferencias constituye el sustrato ontológico” (Gambarotta, 2014:243) sobre el cual los

agentes sociales construyen su identidad en la detención parcial de ese movimiento de

diferencias, conformando suturas -también parciales- que permiten adquirir significados

momentáneos. En tal sentido, cabe concluir que en esta teoría post-marxista

24
Con ello nos referimos a la toma de posición política, es decir, a la adhesión a un determinado principio
político y la búsqueda por establecerlo como fundamento del orden social.

91
se hace de este rechazo al esencialismo una inversión del mismo; en efecto, su posición

es ‘exactamente la opuesta’ a la de las perspectivas normativistas, pero la de un opuesto

especular que conduce a un nuevo esencialismo, esta vez de carácter negativo. El cual

no deja de desempeñar el papel de un incondicionado que funge de referente de certeza,

aunque de él se sigan consecuencias (especularmente) opuestas: no un vínculo

autoritario entre la práctica científica y las luchas en lo político […], sino la ausencia de

todo vínculo o, mejor aún, la imposibilidad de problematizar el impacto en lo político de

la práctica científica” (Gambarotta, 2014:238).

Si bien compartimos el argumento general sobre la conformación de un nuevo

incondicionado creemos que, a diferencia de lo que señala Gambarotta para el caso de

Laclau, en Mouffe esta reinserción del incondicionado -negativo- tiene, no un efecto

despolitizador, consistente en dejar a la práctica científica carente de toda referencia con

la cual establecer una crítica de lo político, sino más bien un mantenimiento de ese

vínculo autoritario entre lo científico y lo político.25 Como veremos más adelante, es

esta pretensión de mantener una dimensión ontológica -característica generalizada en el

pensamiento post-fundacional que se expresa en su conceptualización de la diferencia

política- la que reintroduce un argumento basado en un fundamento cognoscitivo por el

cual un modelo político determinado –su propio modelo democrático agonal- constituye

la mejor expresión –óntica- de la esencia –negativa- de lo social, es decir, de la

ontología.

25
Para el caso de Laclau, el esencialismo negativo constituye el pilar de su posterior desarrollo sobre el
populismo. En su obra tardía centrada en esta temática, el carácter notablemente potente de las
articulaciones políticas populares se debe justamente a la vacuidad de los significantes que en ellas se
forman. El carácter tendencialmente vacío de esos significantes que le dan, según Laclau, ese potencial
hegemónico a los sujetos populares por encima de las subjetividades democráticas puede ser también
pensado desde la relación óntico-ontológica. Sin embargo esta idea excede los límites de este trabajo y
por ende no será abordada aquí.

92
II- El postmarxismo en el marco del post-fundacionalismo: el cuasi-

fundamento

Como hemos visto, las obras de Mouffe –sobre todo lo escrito conjuntamente con

Laclau- dan cuenta de un proceso de deconstrucción de la “metafísica de la presencia”

que opera en varios ámbitos y presenta así su propia perspectiva, su teoría de lo social,

que ella acepta definir como “post-marxismo”. En el marco de esta corriente, tal como

vimos en la sección anterior, la deconstrucción de esa positividad en los agentes sociales

es reemplazada por un vacío, por una “ontología de la ausencia” que no logra disolver el

carácter incondicionado del fundamento de lo social, sino que modifica el signo de esa

ontología: allí donde había una certeza positiva hay ahora una de carácter negativo, allí

donde la sociedad se concebía como una positividad, cerrada y autotransparente, ahora

se concibe como abierta e imposible. Este giro destrascendentalizador es compartido por

un conjunto de autores enmarcados en el pensamiento político post-fundacional que,

como tal, no implica el abandono de algún tipo de fundamento.26 Oliver Marchart ubica

a Mouffe como una exponente de esta corriente, entre otras cosas, por el uso que hace

de figuras metafísicas fundacionales como la totalidad, la universalidad, la esencia, etc.

(Marchart, 2009:14). Para él “un enfoque post-fundacional no intenta borrar por

completo esas figuras del fundamento, sino debilitar su estatus ontológico. El

debilitamiento ontológico del fundamento no conduce al supuesto de la ausencia total

de todos los fundamentos, pero sí a suponer la imposibilidad de un fundamento último”

(Marchart, 2009:15). En este sentido creemos que el límite de la propuesta de Mouffe

respecto a barrer con el esencialismo de la teoría social llega hasta aquí, hasta esta

nueva ontología del vacío que implica un debilitamiento en el estatus de la misma.

26
Las versiones anti-fundacionalistas sí niegan todo tipo de fundamento. Tal es el caso de Feyerabend por
ejemplo. Para un desarrollo de esto véase Marchart, O. (2009).

93
Ahora bien, ¿qué implicancias tiene esto en el desarrollo de su modelo de democracia

agonal?, ¿qué relación se establece entre aquel plano que definimos con Marchart como

cuasi-trascendental y su defensa política de una democracia liberal que acoge el

antagonismo? ¿Cómo elabora Mouffe esta defensa, cuál es el fundamento sin

fundamento último de la democracia agonal?, ¿cómo piensa la defensa de su modelo de

democracia agonal en la política, es decir, en la disputa al interior de otras formas de

organización de un régimen político? Estas preguntas orientan nuestra lectura de su

teoría y la pretensión de realizar una crítica inmanente de la misma.

III- Del esencialismo -negativo- a la democracia agonal

“Es mejor garantizar lo que no se puede anular”

Baruch Spinoza

Para empezar a responder estas preguntas debemos centrar nuestra atención en esa

dimensión ontológica que el post-marxismo de Mouffe caracteriza como negativa.Allí

encontraremos las líneas que llevan de su teoría social a su proyecto político. Como ya

hemos dicho, tras el incondicionadodel infinito juego de las diferencias y la

conformación de discursos con los que -a través de procesos hegemónicos- se busca -

fallidamente- poner límites a la infinitud de lo social, Mouffe establece la dimensión

ontológica de su perspectiva. En sus obras destinadas a la teoría de la democracia se

refiere a esta dimensión ontológica de lo social como lo político, cuya característica es

elantagonismo. Consideramos este pasaje –del infinito juego de las diferencias como

esencia negativa al antagonismo inerradicable- como una forma de dar cuenta de las

94
consecuencias de esa teoría social en la teoría política: por un lado desde una dimensión

más abstracta, basada en la teoría del discurso, y por otro lado desde el plano de

conformación de identidades colectivas y del peso que éstas tienen en el terreno de la

política. En la disputa política -en la cual Mouffe se centra para pensar la política

democrática actual- la formación de esas identidades se establece en su diferenciación.

Así, para Mouffe el campo de los social se conforma –tal como lo pensó Schmitt- con

identidades sociales que definen un nosotros contrapuesto a un ellos.27Hasta aquí lo que

vemos expuesto en la ontología de Mouffe es un fundamento de lo social que se

caracteriza por un vacío. Éste tiene implicancias de suma relevancia, puesto que el

modelo de democracia que formula es, más de una vez explícitamente, una respuesta a

la ontología tal cual ella la concibe. La democracia agonal es, no sólo una respuesta a la

ontología sino, la expresión óntica que mejor da cuenta de ella. Es decir, es el arreglo

institucional que media, interviene, y por ello aborda la esencia –negativa- de lo social.

Esto es así porque la democracia agonal (co)responde a la ontología, establece un

vínculo con ella que permite el movimiento continuo del infinito juego de diferencias a

la vez que aborda el antagonismo que define como inevitable. En línea con esto, Mouffe

esboza una defensa de la democracia liberal cuyo argumento ya da cuenta de lo que

venimos diciendo:

[Liberalismo y democracia] jamás se los podrá reconciliar a la perfección. Pero esto es

precisamente lo que, a mi juicio, constituye el valor principal de la democracia liberal.

Precisamente el aspecto inacabado de dicho régimen, la impresión de estar incompleto y

abierto que produce, es lo que lo hace particularmenteadecuado a la política

democrática moderna (Mouffe, 1999:153, cursivas mías).

27
En la conformación de estas identidades colectivas está presente una dimensión afectiva. Es ésta la que
permite que se genere una “identificación”, que a su vez es resultado de una carga libidinal que opera
como posibilidad para que dicha identificación suceda. Para mayor detalle véase Mouffe, Ch. (2011).

95
Aquí la democracia liberal agonal tendría un mérito que no poseerían los modelos

democráticos consensualistas, ya que, para Mouffe ellos –tal como vimos en el capítulo

4- no dan cuenta del antagonismo inherente a las relaciones sociales. A su vez, esto

resulta clarificador a la luz de su deuda intelectual con Lefort, quien sostiene una

mutación simbólica producida por el advenimiento de lo democrático y la incerteza en

los propios fundamentos de la democracia. Siguiendo a Mouffe diríamos que esos

fundamentos no sólo están abiertos a múltiples consideraciones, sino que además hay

una confrontación sobre la interpretación de éstos. Es decir, no habría un consenso final

posible debido a que el antagonismo nunca cesa. A los fines de nuestro trabajo resulta

elocuente contrastar la afirmación de la cita anterior con el carácter crítico esbozado en

Hegemonía y estrategia socialista donde, por ejemplo, se sostiene que

Solamente renunciando a toda prerrogativa epistemológica fundada en la presunta

posición ontológicamente privilegiada de una ‘clase universal’, que el grado de validez

actual de las categorías marxistas puede ser seriamente discutido (Laclau y Mouffe,

2010:28).

Lo que vemos es que Mouffe propone un sólo camino para socorrer al marxismo en

tanto teoría social: el abandono por él de esa prerrogativa epistemológica sustentada por

el acceso privilegiado a una dimensión ontológica. Sin embargo, observamos que su

manera de “salvar” al marxismo respecto de las visiones esencialistas con las que ella

discute no termina por erradicar el aspecto esencialista. Para poder defender la

democracia liberal desde argumentos que den cuenta de la contingencia radical –que

además de ser una cualidad de la ontología, también es, para ella, un rasgo de nuestra

96
época28- debería abandonar todo incondicionado. Pero sin embargo, la dificultad que

presenta para su teoría mantener una dimensión ontológica queda a la vista, ya que la

defensa política de la democracia liberal agonal adopta un matiz “cientificista” a través

de un retorno a un argumento de carácter cognoscitivo: el acceso a la dimensión

ontológica -definida como esencia negativa de lo social-que le da la base para afirmar

una política -democracia agonal- como la más “adecuada” debido a que

permanentemente pone en juego sus propios principios, es decir, responde al vacío

intrínseco de lo social. Esto le permite a Mouffe establecer una diferencia con otras

perspectivas, como las que vimos en capítulos anteriores, y señalar que allí donde ellas

fallan, la democracia agonal responde de modo “particularmente adecuado”. Con esto

queremos señalar que, para nosotros, Chantal Mouffe deja implícita una relación de

adecuación entre lo ontológico y lo óntico. A lo largo de su obra hay pasajes en donde

se puede entrever esta relación, así por ejemplo, en términos de lo que aporta su modelo

agonal de democracia, afirma:

En vez de tratar de disimularlas bajo el velo de la racionalidad o de la moral, un enfoque

‘agonístico’ reconoce la verdadera naturaleza de sus fronteras y las formas de exclusión

que éstas implican. Al aceptar la naturaleza hegemónica de las relaciones sociales y las

identidades, el enfoque agonístico puede contribuir a superar la omnipresente tentación

que existe en las sociedades democráticas de naturalizar sus fronteras y concebir al

modo esencialista sus identidades (Mouffe, 2000:118)

Así, según ella, las visiones post-políticas al negar el conflicto, debido a su incapacidad

de aprehenderlo, no pueden contener expresiones colectivas de derecha que terminan

28
Nuevamente hacemos referencia a su deuda lefortiana. Para Lefort el rasgo que define nuestra época es
el de la incertidumbre en los propios fundamentos del orden social; al respecto sostiene que “la autoridad
política deja de gozar de una legitimidad absoluta. Aquellos que la ejercen se ven en adelante asignados a
una posición que los pone constantemente en busca de la legitimación” (Lefort, 2011:146).

97
por manifestarse puesto que –para los términos de Mouffe- dicho antagonismo es

inherente a lo social y, como tal, se expresa de alguna forma. Frente a ello, el carácter

agonal de su modelo democrático (co)responde al infinito juego de las diferencias que

constituye lo social, haciendo a esta democracia “particularmente adecuada” y con ello

fortaleciendo los principios políticos que sostienen la institucionalidad del régimen.

Estos valores políticos son los que se fortalecen, según Mouffe, sobre la base del

antagonismo y si no se promueven esferas de confrontación, puede ponerse en riesgo la

propia institucionalidad democrática. Esto queda claro cuando afirma que

concebir el objetivo de la política democrática en términos de consenso y

reconciliación no sólo es conceptualmente erróneo, sino que también implica

riesgos políticos. La aspiración a un mundo en el cual se haya superado la

discriminación nosotros/ellos, se basa en premisas erróneas, y aquellos que

comparten tal visión están destinados a perder de vista la verdadera tarea que

enfrenta la política democrática (Mouffe, 2011:10).

Entonces, para ella, la opción no es negar el conflicto, ya que en su visión esto

generaque en algún momento dicho antagonismo emerja con una vehemencia mayor y,

como tal, pueda poner en riesgo los principios básicos de una comunidad democrática.

Es decir, para Mouffe, el riesgo consiste en que al no dar cauce al conflicto, éste pueda

expresarse tras alguna identidad colectiva que liquide la democracia liberal y su

pluralismo. La democracia agonal es, de esta forma, una democracia liberal que busca

una respuesta a otros modelos democrático liberales que -basadas en la creencia de un

consenso final- postergan o evitan el conflicto social y así posibilitan que ese conflicto

inerradicable suceda con una intensidad que ponga en riesgo a la democracia misma. De

esta manera presenta su modelo agonal como la solución más idónea, ya que cumple –

como reza el epígrafe de Spinoza- con aquello –el antagonismo- que no se puede evitar.
98
Ésta es la relación que consideramos relevante señalar a los fines de nuestro trabajo,

puesto que nos interesa mostrar de qué forma la argumentación de Mouffe no diverge

sustancialmente de los críticos contra los que discute, no ya en cuanto a la teoría

propiamente elaborada sino en la forma en que defiende su teoría, es decir, en cómo se

construye el argumento que va de lo social a lo político y que se presenta como una

adecuación de lo óntico a lo ontológico. Puesto que, si como vimos en el capítulo 4, los

teóricos como Habermas, Rawls y Giddens basaban sus argumentos políticos –esto es la

defensa de una concepción particular de democracia- en un conocimiento de la dinámica

social, en Mouffe tenemos un recorrido similar: un postulado incondicionado sobre

cómo opera la dinámica de lo social y un modelo teórico de democracia –que es un fin

político en el sentido weberiano- que se liga a ese incondicionado. Dicho

incondicionado –en el caso de Mouffe el antagonismo inherente a las relaciones

sociales- tiene el rol de servir como una verdad, la cual -en tanto tribunal último-

finalmente sostiene el fin político. Por ello la democracia agonal que promueve Mouffe,

más allá de otras democracias, utiliza el mismo soporte argumental que sus

competidoras: una verdad de lo social definida como incondicionada y una respuesta

particular que busca dar cuenta de esa verdad, sosteniéndose así ante otras respuestas –

otras democracias posibles- por su forma, la cual al adoptar –en gesto mimético- la

forma del incondicionado expresaría idealmente esa verdad. Pero esta actitud

cognoscitiva es justamente aquello que Mouffe criticaba a sus opositores; su crítica y

respuesta hacia ellos la paga convirtiéndose en víctima de su propia acusación. En la

transición que va de la crítica a la formulación de su teoría agonal de democracia

percibimos cómo el vacío opera generando su propio anverso, su positividad, ya que

suplanta la certeza negativa del fundamento de lo social, por una certeza óntica, aquella

que erige el modelo democrático agonal como aquel que expresa mejor que otros la

99
esencia negativa de lo social. Su diagnóstico y solución frente a la teoría política que

define como hegemónica -aquella que en sus diferentes teóricos es definida como

teorías consensualistas- es un modelo teórico que, en su intento de barrer con el

esencialismo positivo, postula una nueva (in)certeza de lo social –como infinito juego

de las diferencias-, es decir un vacío como esencia, y luego –en su desarrollo del

modelo de democracia agonal- una certeza positiva –óntica- que se sostiene por la

forma en que se define al incondicionado.

IV- La correspondencia democrática

En este apartado nos vamos a enfocar en el vínculo que une a la perspectiva post-

marxista de Mouffe con su modelo teórico de democracia agonal. Tal como

mencionamos en el apartado anterior, el recorrido que va del esencialismo negativo a la

democracia agonal supone, en Mouffe, un retorno a una forma argumentalcientificista.

Decimos esto porque consideramos quejustifica aquello que es su adhesión a un

determinado fin político a través de un razonamiento que se acredita a sí mismo

postulándose como una verdad. En otros términos, creemos que en el pasaje de su teoría

social a la construcción de un modelo político, esa justificaciónsostiene -bajo la

supuesta concordancia entre la dinámica social y el régimen político que la aborda-,

ocultándola, lo que es una toma de posición política. Esta “defensa” de ese fin político –

democrático agonal- por sobre otro, termina por negar su carácter de elección valorativa

al ser presentado como una opción más idónea para abordar la naturaleza antagónica de

lo social y por ende su carácter inestable, precario y contingente. Frente a un pluralismo

valorativo a secas, que en la política supondría disputar por la forma en que una

100
sociedad se da a sí misma una organización política específica, atravesando debates que

pongan en discusión diferentes formas de concebir lo social y lo político a través del

reconocimiento de los fines políticos, en Mouffe tenemos un punto de llegada que

arrastra resabios racionalistas al darun fundamento –que se pretende verdadero- a

aquello que es un determinado fin, es decir, a establecer un argumento cientificista

conforme al cual una democracia –su modelo democrático agonal- se adapta mejor a la

forma de la ontología. Así, el vínculo que Mouffe establece entre la ontología negativa y

la defensa política29de un régimen particular, termina sosteniéndose en una relación de

correspondencia, ya que la institucionalidad que propone el modelo agonal de

democracia busca (co)responder a la inestabilidad propia del movimiento ontológico.

Esta relación de correspondencia no es tan diferente de una “verdad por

correspondencia”. Si tomamos una de las formas de la verdad por correspondencia

como la que desarrolla Tarski, aquella que supone un concepto semántico de verdad que

sostiene un lenguaje -con sus enunciados- y un metalenguaje, que no debe ser del

mismo orden que el lenguaje sino de un orden inmediatamente superior del cual los

enunciados del lenguaje prueban su correspondencia, en Mouffe la relación de

correspondencia se da a través de la dimensión óntica y su correspondencia con lo

ontológico.Con esta afirmación no queremos señalar que la teoría de Mouffe sobre la

democracia, ni el post-marxismo como teoría social, sea una vuelta toutcourtal

fundacionalismo, sino marcar aquellos rasgos que, por la permanencia de un

incondicionado que eleva el vacío a categoría ontológica, llevan a que el post-marxismo

en general y la teoría de Mouffe en particular, no puedan sino tener consecuencias

similares a las perspectivas con las cuales disputa: argumentar en términos

29
Siempre que decimos “defensa política” en Mouffe, nos referimos a su modelo de democracia agonal.
Utilizamos este término para señalar el carácter de fin político que adquiere este modelo en la disputa con
otras formas de concebir la democracia. Frente a los intentos de apoyarse en argumentos cognoscitivos
que justifique dicha elección, consideramos relevante señalar el carácter político de dicha elección.

101
cognoscitivos lo que es una adhesión política particular, en detrimento de toda otra. En

este sentido, nos parece que el objetivo de Mouffe, aquel que se proyectaba en

Hegemonía y estrategia socialista y que implicaba la deconstrucción del paradigma

esencialista en la teoría social, queda limitado por el mantenimiento de esta dimensión

cuasi-trascendental. Si sus invectivas al marxismo clásico se encaminaban a mostrar

cómo éste, al mantener una verdad de lo social, sostenía una práctica política como

verdadera y por ello recaía en un autoritarismo –en la relación entre teoría y práctica-, la

relación entre su propuesta de democracia agonal tampoco logra despegarse

completamente de un argumento que supone un acceso cognoscitivo privilegiado, ya

que al operar con una ontología debilitada, pero ontología al fin, presupone un

contenido óntico más “adecuado” que otro para abordar esa esencia negativa de lo

social.

Queremos dejar en claro que nuestro uso entrecomillado de adecuación se debe a que

nuestra crítica -que piensa esta concordancia entre la dimensión ontológica y la óntica

en base a esta categoría de verdad-sostiene que esa relación de correspondencia,

esaforma de la adecuación, no se manifiesta como un vínculo explícito que sea

verificable en la obra de Mouffe. Ella no lo dice pero consideramos que esa relación se

da a su pesar, en este sentido nos apoyamos en Wellmer quien afirma que:

la definición clásica de la verdad que ha determinado en gran parte la comprensión de este

concepto en la historia de la filosofía europea viene, como es bien sabido, de Aristóteles (…)

[dicha concepción] ha sido entendida en gran parte de la historia de la filosofía europea en el

sentido de una teoría de la concordancia o adecuación o, finalmente también, de una teoría de la

verdad como correspondencia (Wellmer, 2013:101/103).

102
Llegados a este punto sostenemos que existe una relación de correspondencia entre el

plano ontológico y la formulación óntica de la democracia agonal, es decir, entre la

teoría social y el fin político que formula Mouffe.Ese es el fundamento que la lleva a

sostener la validez de ese fin frente una democracia consensualista por ejemplo, aunque,

por supuesto, no únicamente a ella sino a todo otro fin. Creemos que en el proceso de

construcción teórica, Mouffe no logra arribar a una perspectiva que sortee plenamente

los rasgos esencialistas del marxismo que critica, ya que esta propuesta teórica se erige

tras el recurso de un argumento cientificista, entendiendo por éste la apelación -para su

defensa de la democracia- no a un valor político que expresa una articulación de

principios liberales e igualitarios en un marco de reconocimiento del pluralismo, sino a

un modelo teórico que al tener un acceso a la dimensión cuasi-ontológica, logra así

expresar idóneamente esta dimensión fundamental del proceso social.

Si pensamos nuevamente cómo Mouffe cuestiona a otros modelos de democracia -

agregativa, deliberativa- para luego elaborar su modelo agonal como propuesta

superadora de los anteriores, vemos cómo recae en aquello que critica. A ambos

modelos le recrimina desconocer la dimensión de lo político, de allí que su propuesta de

democracia radical, que lleva los principios de igualdad y libertad a la mayor cantidad

de esferas posibles, se sostiene -como condición de posibilidad pero principalmente

como propuesta superadora- por el reconocimiento de esta dimensión constitutiva,

inerradicable. Como vimos en el capítulo 4, en términos de Mouffe, la deficiencia de los

modelos democráticos anclados en el paradigma racionalista consiste en que lo político

constituye su punto ciego y esto tiene implicancias fundamentales en su diseño de

políticas concretas ya que la incomprensión del antagonismo no le permite aprehender

la formación de identidades colectivas (Mouffe, 2014:23). Frente a esta incomprensión,

el paradigma racionalista –manifestado en sus respectivos modelos de democracia-

103
termina por ocultar lo político, y prepara el terreno para que éste irrumpa en lo social

bajo formaciones identitarias que socavan las bases mismas de la democracia al ser

articulados a proyectos políticos de derecha que no respeten el pluralismo. Nuestro

cuestionamiento a Mouffe es que su fundamento no dista tanto de la estratagema

racionalista. Lo que vemos es que su defensa política sigue sujeta a una justificación

sustentada en argumentos cognoscitivos, mediante el acceso al incondicionado de signo

negativo y su respuesta teórica: frente al no reconocimiento de lo político por parte del

liberalismo, presenta a su democracia agonal como un modelo que sí da cuenta de esa

dimensión ontológica. Mouffe presenta un esquema argumentativo que reincide en la

apelación a un saber –no lineal, claro está- similar al que denostó en la Tercera Vía, en

Habermas, Rawls, etc. La democracia agonal que nos propone –más allá de su

originalidad y posibles aptitudes en su aplicación- se sustenta en el acceso a una verdad

que sirve de base para que ésta resulte la mejor vía para abordarla.

De esta manera planteamos que el conocimiento de la dimensión de imposibilidad de un

fundamento a prioridada por el antagonismo inherente a lo social, que impide el

“cierre” de toda identidad política, es la que posibilita a Mouffe sostener la primacía de

su modelo democrático, esto es, su defensa de éste como superador frente a los modelos

con los que disputa. El problema –en términos de la apuesta inicial de su obra, aquella

que rezaba por escapar del esencialismo de la modernidad y el acogimiento de aquellos

rasgos posmodernos que permitían este escape- es que esta defensa política no logra

separarse completamente de una argumentación que prescinda de un basamento

cognitivo. Éste vuelve a insertarse en el horizonte de la disputa valorativa por la defensa

de un régimen político, por la misma “ventana racionalista” que sus contrincantes;

vuelve –tal como ellos- a plantear un continuidad entre un Ser y un ente, entre una

forma y un contenido que otorga legitimidad a la segunda dimensión de la dualidad.

104
Diríamos entonces que el recurso a un incondicionado sigue estando presente en la obra

de Mouffe y con consecuencias que van en desmedro de los objetivos manifestados:

sostener la adhesión política de la democracia radical en argumentos no racionalistas.

En este sentido ella plantea que su herencia wittgensteiniana

pone en primer plano la inadecuación de todos los intentos de proporcionar un

fundamento racional a los principios liberal democráticos argumentando que

serían escogidos por individuos racionales en condiciones idealmente

representadas como la del ‘velo de la ignorancia’ –Rawls- o la de la ‘situación

del discurso ideal’ -Habermas- (Mouffe, 2000:79).

Mouffe contrapone esa visión racionalista que busca ese fundamento último de lo

social en términos de una certeza, a su concepción de lo social como incerteza, en la

cual en infinito juego de las diferencias y su antagonismo no pueden dar nunca ese

fundamento último que legitime –de una vez para siempre- a la democracia liberal. Por

ello insiste en que

abordar la acción democrática desde un punto de vista wittgensteiniano puede

por tanto ayudarnos a plantear de otro modo la cuestión de la lealtad a la

democracia. De hecho, nos vemos abocados a reconocer que la democracia no

exige una teoría de la verdad ni nociones como la de la validez incondicional y

universal, sino más bien un puñado de prácticas y de iniciativas pragmáticas

orientadas a persuadir a la gente para que amplíe la gama de sus compromisos

hacia los demás, para que construya una comunidad más incluyente (Mouffe,

2000:80)

En afirmaciones como ésta vemos que la democracia agonal de Mouffe se inserta en esa

trama de iniciativas que buscan persuadir a los demás y que como tal es un fin político

105
anclado en una valoración particular de cómo para ella debería ser la democracia liberal.

Sin embargo, al caracterizar la dimensión ontológica como hemos visto, y al presentar

su proyecto de democracia radical ligado al reconocimiento de esa dimensión

fundamental, lo que termina forjando es un argumento que apela a un saber que

reinstala la lógica con la que ella discute y a la cual rechaza. La caracterización de esa

dimensión incondicionada es ciertamente modificada y el carácter de presencia -

positividad- que la metafísica moderna había proyectado es reemplazado por una

ausencia–negatividad- que afirma la imposibilidad de fundamento último de lo social.

Bajo el cambio de este signo, la propuesta de Mouffe es un modelo democrático que da

cuenta de esta presencia “debilitada” y para ello la democracia agonal contiene en su

naturaleza la certidumbre de la ausencia del fundamento último de lo social. Por eso la

relación entre lo político y la política se vuelve legible en términos de una adecuación

entre ambas dimensiones: “creo que precisamente la existencia de esta tensión entre la

lógica de la identidad y la lógica de la diferencia es lo que define la esencia de la

democracia pluralista y hace de ella una forma de gobierno particularmente bien

adaptada al carácter indecidible de la política moderna” (Mouffe,1999:181). De esta

manera, la democracia agonal presenta credenciales cognoscitivas para afrontar los

fenómenos políticos que los modelos deliberativos y agregativos no pueden resolver.

V- ¿Un pluralismo óntico?

Las consecuencias de mantener una dimensión ontológica –debilitada- nos exhorta a

pensar qué lugar ocupa la democracia agonal y la radicalización de la democracia como

una diferencia más en el infinito juego de las diferencias que disputan por un

106
ordenamiento de la sociedad. Precisamente, sostenemos que el potencial de la lógica del

discurso como infinito juego de diferencias para aprehender la contingencia -lógica de

lo social que buscaba romper con el esencialismo marxista que sostenía una clase

privilegiada, un plano económico como instancia a la cual se subordinaba la política-

queda parcialmente limitado. Dicho potencial, que auguraba el momento

destrascendentalizador de la lógica relacional, se contrae y así como la dimensión

ontológica debilita el fundamento último, el carácter antiesencialista del paradigma

post-marxista no termina de generar sus últimos efectos debido a estos resabios de lo

incondicionado. De allí que la lógica del pluralismo quede circunscripta a lo óntico. Allí

conviven heterogeneidades que disputan la representación de totalidades fallidas a

través de lógicas hegemónicas. Las diferentes identidades políticas tratan de establecer

el fundamento de lo social y para ello articulan en torno a sí a otras diferencias en un

proceso de conformación de cadenas equivalenciales. Pero el esencialismo negativo, el

antagonismo inherente a lo ontológico ¿qué tan plural es? O para decirlo de otro modo

¿qué tan contingente e indecible resulta la dimensión de lo político?

Definitivamente el carácter contingente de la teoría social se diluye por el

mantenimiento del incondicionado de signo negativo. Porque en la elaboración del

modelo de democracia agonal, planteado como un arreglo institucional para dar cuenta

de la esencia de lo político, está la base para su defensa. Si los modelos agregativo y

deliberativo desconocen lo político, su fundamento negativo, y por ello no hacen más

que retardar o contener temporalmente lo incontenible del conflicto, entonces, la

democracia agonal se revela –tarde o temprano- como el régimen indicado para

responder a los desafíos de lo social. De aquí que el pluralismo sea negado, pero no vía

la necesidad de una frontera construida al interior de un discurso, que necesariamente

tiene que constituir su otro –a través de la expulsión de una identidad que lo antagonice-

107
sino por la reducción de la lógica de la contingencia, producto de suponer un contenido

óntico que por su forma, correspondiente con lo ontológico, termina por erigirse como

la mejor opción para la política democrática, más aún,la única que puede efectivamente

dar respuesta/canalizar el inerradicable antagonismo. De esta forma, el planteo de

Mouffe –aunque ella no lo manifieste explícitamente- sienta las bases para una re-

sustancialización de la dimensión óntica, que a su vez allana el camino para un nuevo

esencialismo toda vez que su defensa política tiene un anclaje en el conocimiento del

incondicionado negativo. Por esto, si en Laclau puede sostenerse que hay una

disolución de la relación entre ciencia y política (Gambarotta, 2014), en Mouffe

encontramos algo diferente: la afirmación de un régimen político desde el acceso a una

dimensión cognoscitiva. Quizás la más contundente diferencia entre su planteo y el de

Laclau sea ésta, en tanto la elaboración de su teoría democrática no presenta al modelo

agonal como un momento más en el infinito juego de las diferencias, sinoquedicho

modelo resulta “particularmente adecuado” para la política moderna. Sostenemos

entonces que, para el caso de Mouffe, la elaboración de su teoría agonal de la

democracia reinstaura el carácter normativo de la teoría social, ya que establece una

diferencia particular –democracia agonal- que opera como la diferencia que da cuenta

de la esencia negativa de lo social.

108
Reflexiones finales

Para finalizar el recorrido de esta tesina queremosresumir las reflexiones que fueron

deslizándose a lo largo de los capítulos precedentes. En nuestro trabajo vimos como

Mouffe –en coautoría con Laclau- elabora una teoría social desde la tradición marxista,

pero con el afán de ir “más allá” de esta visión, en un intento de eliminar los resabios de

esencialismo que esta perspectiva contenía. Para hacerlo se ha servido de un conjunto de

aportes enmarcados en el pensamiento filosófico contemporáneo. La matriz primordial

es la teoría del discurso, la cual –en su versión estructuralista- supone pensar la realidad

social como una totalidad relacional (Torfing, 1998), pero concibiendo a esta totalidad

como un aspecto necesario e imposible –debido al antagonismo-. Esto último es lo que

le da ese gesto “post” a su obra. De esta forma, frente a los fundacionalismos –

determinismo económico, positivismo, sociologismo- el post-marxismo de Mouffe

expresa la crisis de las perspectivas basadas en una ontología fuerte, que suponen un

fundamento de lo social expresado en algún tipo de positividad –clase obrera, sujeto

trascendental, relaciones sociales de producción- que a su vez explica la totalidad de los

procesos sociales y políticos (Marchart, 2009). Frente a ello el carácter “post” supone

que los sujetos políticos no constituyen identidades plenas. Pero si bien esta perspectiva

disuelve esa positividad junto con la posibilidad de sutura final de esas identidades, no

abandona el carácter trascendental, ya que al definir lo social como el infinito juego de

las diferencias, lo que hace es modificar el signo de la ontología: allí donde el

marxismo establecía una ontología positiva, el post-marxismo sostiene una ontología

negativa que entroniza al vacío como la esencia negativa de lo social. Esta

caracterización de lo ontológico debilita la cláusula del incondicionado pero no lo

109
elimina, suponiendo un fundamento cuasi-trascendental que tiene efectos similares al de

los fundacionalismos previos. Éste ha sido el eje central para nuestra crítica inmanente

del modelo de democracia agonal de Mouffe, la cual ha utilizado el conjunto categorial

de su obra para desde allí encontrar sus limitaciones intrínsecas, dando cuenta de cómo

su enfoque post-marxista mantiene un carácter esencialista que obtura la radicalización

de la lógica de la contingencia. En efecto, hemos demostrado cómo la autora construye

su modelo teórico de democracia teniendo presente este incondicionado y estableciendo

-entre él y su modelo democrático- un vínculo estrecholigado una relación de

correspondencia, que opera en dos aspectos: limitando la lógica de la contingencia y, en

relación con esto, restableciendo una positividad en el orden de lo óntico. Así, la

democracia agonal que Mouffe elabora y defiende en términos de adhesión a un valor

político, se sostiene en un argumento cognoscitivo, aquel que señala que esa forma

democrática es la “particularmente adecuada” a diferencia de todas las demás: si lo

ontológico consiste en un infinito juego de diferencias en el que el antagonismo impide

todo tipo de cierre de lo social; la democracia agonal, entendida como un régimen que

busca dar cauce al conflicto -ya que reconoce la inestabilidad del orden y su ausencia de

fundamento último- es una forma óntica que imita la forma inestable y precaria de la

ontología.

Pero si esto es así, si su crítica a los modelos racionalistas de la democracia en términos

de su individualismo –que obstaculiza la aprehensión de los afectos en la política- y su

creencia en un consenso final –que niega el conflicto inherente- hace que los conciba a

éstos como inadecuados para la política, y, frente a ello, postule su propio modelo como

“particularmente adecuado”, entonces, su propuesta no se diferencia de las que criticó

previamente. En definitiva, lo que Mouffe termina haciendo es fundar en la razón un fin

determinado. Esto hace que su perspectiva no difiera en cuanto al fundamento en que se

110
asienta la defensa de su proyecto político, ya que la democracia agonal termina

volviéndose un fin político sustentado en un argumento cognoscitivo que la define

como el modelo de democracia que resulta el “particularmente adecuado” a la forma

que caracteriza a la ontología. A partir de todo ello, en el capítulo 5 establecimos que el

vínculo que se proyecta entre lo óntico y lo ontológico es el de una verdad por

correspondencia.

El doble movimiento de Mouffe, la crítica al esencialismo que resuelve estableciendo

una ontología de carácter negativo y la elaboración de un modelo de democracia que se

erige como la expresión adecuada a este incondicionado negativo, termina generando,

no un efecto despolitizante tal como Gambarotta (2014) señala para el caso de la obra

de Laclau, sino uno que concluye por repolitizar la teoría social y política. Esto debido a

que, a diferencia de Laclau, quien en sus trabajos sobre el populismo plantea una lógica

de articulación política como lo propio de éste, sin que esto diga nada acerca de su

contenido óntico, es decir, sobre su ideología o sobre los grupos políticos que lo

estructuran, Mouffe, en cambio, sostiene que la mejor política democrática es aquella

que permita canalizar el conflicto inherente a los antagonismos que surgen de la

ontología de lo social. Esto hace que ella, a diferencia de Laclau, tome partido por un

fin político particular y pueda, desde allí, medir la distancia de lo que es con lo que

debería ser. De allí el punto que señala nuestro trabajo, el hecho de que ese efecto

politizador, Mouffe lo paga a costa de volver a caer en la misma lógica que le cuestiona

a las teorías sociales contra las que discute: sostener un valor político en un argumento

cognoscitivo. El punto de llegada contiene algunas limitaciones ya presentes en el punto

de partida, en tanto,tras el impulso destrascendentalizador, el incondicionado cuasi-

trascendental no logra deshacerse de los efectos esencialistas. Arribamos a una teoría de

la democracia agonal que responde al desafío de una ontología caracterizada por el

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vacío, por el carácter ausente de un fundamento último; ésta se concibe como la mejor

adaptación a la lógica contingente de lo social: en tanto régimen político que se

corresponde con la esencia de lo social, resulta el andamiaje institucional que se adecúa

de la mejor manera, permitiendo dar expresión a esa trama de sociabilidad que se define

por el antagonismo. Pero si logra responder arquetípicamente a esa dimensión de

inestabilidad y vacío constitutivo, no puede sino hacerlo reprimiendo la lógica de la

contingencia –aquella que actúa en la dimensión óntica-. Esto debido a que la

democracia agonal,al imitar la forma de la ontología, termina siendo presentada por

Mouffecomo la “particularmente adecuada” a la política democrática, estableciéndola

así, como el régimen apropiado para ella.

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