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PLANEANDO PARA LA GUERRA: EL EJÉRCITO ROJO Y
LA CATÁSTROFE DE 1941 1.
Por Cynthia A. Roberts
Cuando el Ejército Alemán atacó a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, Stalin y las
fuerzas armadas soviéticas estaban asombrados por el golpe. El dictador soviético pasó
a aislamiento auto‐impuesto y el Ejército Rojo comenzó su precipitada retirada hacia el
interior de Rusia. Pero a diferencia de Stalin, que antes de la invasión había pensado
que Hitler todavía podía ser apaciguado, los altos oficiales militares habían esperado la
invasión e intentaron prepararse para ella. Pero fueron completamente sorprendidos
por el impacto aplastante del asalto. El Mariscal Georgii K. Zhukov, que había presio‐
nado a Stalin en varias ocasiones para alertar y reforzar el ejército, no obstante recordó
el impacto del ataque alemán cuando anotó que “ni el comisario de defensa, ni yo
mismo, ni mis predecesores B. M. Shaposhnikov y K. A. Meretskov, ni el Estado Mayor
General pensaron que el enemigo podría concentrar tal masa de ...fuerzas y emplearla
en el primer día...”. Significativamente, Zhukov estaba en absoluto dispuesto a culpar a
Stalin enteramente de la debacle del 22 de junio de 1941 a pesar de la negativa del dic‐
tador a alertar al Ejército Rojo. El mariscal soviético reconoció que la consecución de la
sorpresa de Alemania en el 22 de junio asumió una importancia crítica porque el Ejérci‐
to Rojo había fracasado en anticiparse al poder atacante del ejército alemán: “Este fue el
factor principal que determinó nuestras bajas en el período inicial de la guerra”.
La admisión de Zhukov refleja un importante enigma sobre la planificación de
guerra soviética en vísperas de la Operación Barbarroja, cuya importancia no pudo ser
completamente evaluada hasta la reciente apertura de los archivos rusos. Este enigma
concierne a la peligrosa desconexión que existía antes del comienzo de la guerra entre
la estrategia política y la doctrina operacional militar soviéticas. Desde por lo menos
1940, la política alemana de Stalin requirió que la Unión Soviética mantuviera una pos‐
tura no provocativa hacia el Tercer Reich para eliminar cualquier pretexto para una
invasión. El Ejército Rojo, por consiguiente, no podía ya esperar una temprana y secre‐
ta movilización contra un inminente ataque alemán, anulando una supuesta planifica‐
ción central y de mucho tiempo. No obstante, en vísperas de la guerra la mayoría de las
fuerzas militares soviéticas mejor entrenadas y equipadas estaban desplegadas en una
Título original, “Planing for war: the Red Army and the catastrophe of 1941”. Original publicado en Europe‐
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Asia Studies, diciembre de 1995.
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postura ofensiva a lo largo de una frontera de 1.800 kilómetros que les dejaba peligro‐
samente expuestas a un ataque y cerco alemanes.
Este enigma se vislumbra incluso mayor dado que el Ejército Rojo no solamente
estaba vulnerablemente desplegado en junio de 1941; sino que también era peligrosa‐
mente débil. La purga de las fuerzas armadas, que comenzó en 1937, había consumido
la gran mayoría de oficiales superiores y abrió enormes huecos entre las filas de los
oficiales experimentados de medio grado. Este golpe atroz llegó entre el caos creado
por un vasto programa de rápida expansión militar que dejó a la mayoría del Ejército
Rojo pobremente entrenado y debilitado. La deprimente actuación del Ejército Rojo en
la Guerra de Invierno contra Finlandia en 1939‐1940 había proporcionado una prueba
terrible de que una estrategia ofensiva efectiva estaba más allá de su capacidad. Como
también el fracaso de los líderes militares para desarrollar una doctrina de armas com‐
binadas viable sobre el papel o en campaña. No obstante, el Ejército Rojo mantuvo la
postura de una poderosa y ágil organización en junio de 1941, esperando lanzar rápi‐
das y poderosas contraofensivas contra una fuerza de invasión alemana. Cuando la
Wehrmacht atacó, la acometida de la Guerra Relámpago o destruyó a estas fuerzas
vulnerables donde resistieron o los empujó en una retirada desorganizada.
¿Porqué había permanecido el Estado Mayor General comprometido a esta pos‐
tura auto‐derrotista y fracasó en presionar por una defensa estratégica –la respuesta
militar más apropiada para el doble requerimiento de satisfacer la política de apaci‐
guamiento de Stalin mientras se preparaba para contrarrestar a la Guerra Relámpago?
Aún más fundamental, en el sistema totalitario soviético, donde el poder de Stalin era
absoluto, ¿Cómo pudo la doctrina soviética quedar tan desastrosamente desconectada
de acertados cálculos estratégicos y los grandes objetivos políticos de Moscú?
Este artículo, que recurre a documentos de archivo previamente sin explotar,
sostiene que los irreflexivamente ambiciosos planes de guerra del Ejército Rojo estaban
basados en un concepto profundamente erróneo del período inicial de la guerra que
seriamente subestimaba el potencial militar que Alemania podía concentrar en un asal‐
to sobre la URSS mientras sobreestimaba grandemente las propias posibilidades del
Ejército Rojo. La suposición central de la planificación del Ejército Rojo mantenía que
un intervalo de aproximadamente dos semanas separaría el comienzo de las hostilida‐
des y el choque de las fuerzas principales de los antagonistas. Así, los planificadores de
guerra soviéticos esperaban que la Wehrmacht sería capaz de atacar con solamente
parte de sus fuerzas y de que el Ejército Rojo sería capaz de absorber este golpe inicial
y montar poderosas contraofensivas mientras rápidamente movilizaba a sus fuerzas
principales. Aunque las victorias relámpago alemanas en el Oeste en 1940 y las cons‐
treñidas condiciones impuestas por la política alemana de Stalin sugirieron fuertemen‐
te que las expectativas soviéticas de cómo se desarrollaría la guerra eran ahora comple‐
tamente irreales, las fuerzas armadas soviéticas nunca cuestionaron sistemáticamente
las suposiciones de la planificación que apoyaban su empleo para el despliegue avan‐
zado o la rápida asunción de la contraofensiva en el caso de un ataque enemigo.
Los sorprendentes errores en el paradigma soviético del período inicial de la
guerra no fueron principalmente debidos a la incompleta información o la incertidum‐
bre. Más bien, la ideología organizativa del Ejército Rojo, que emergió en la década de
1920, fuertemente predisponía a las fuerzas armadas soviéticas a favorecer el desplie‐
gue avanzado y adoptar una estrategia ofensiva. Lo hizo fusionando preceptos sobre la
revolucionaria capacidad ofensiva del Ejército Rojo con las ambiciosas ideas de refor‐
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madores militares sobre el empleo de poderosas fuerzas aéreas y mecanizadas en las
regiones fronterizas para desorganizar la movilización del enemigo y el despliegue de
sus ejércitos principales y ganar tiempo para que las fuerzas soviéticas reúna efectivos
suficientes para asestar poderosos contragolpes. Estas preferencias se desarrollaron con
el tiempo en dogma, bloqueando el aprendizaje organizativo y la seria consideración
de una postura estratégica defensiva. A comienzos de la década de 1930 era un artículo
de fe que si la Unión Soviética era atacada, el Ejército Rojo no entregaría “ni una pul‐
gada” del territorio al agresor. Este mandato sacrosanto y el objetivo enlazado de trans‐
ferir rápidamente la guerra al territorio enemigo estaban firmemente arraigadas en la
conceptualización de las fuerzas armadas del período inicial de la guerra.
Justo como los franceses habían visto a la Wehrmacht aplastar a Polonia y con‐
cluyeron que eso nunca les ocurriría, también el Estado Mayor General y el liderazgo
militar soviéticos percibieron pocas lecciones útiles de la derrota de Francia por Ale‐
mania. Como los franceses, el Ejército Rojo estaba casado con un concepto de guerra
que tendía a excluir el análisis sistemático, reduciendo así la probabilidad de que me‐
didas efectivas para contrarrestar la Guerra Relámpago fueran adaptadas. Pero al rete‐
ner el erróneo concepto, el Ejército Rojo sobreestimaba su capacidad –con consecuen‐
cias casi fatales‐ para montar una exitosa defensa avanzada de la frontera soviética y
luego lanzar rápidas contraofensivas en el remolino mortal creado por la Guerra Re‐
lámpago.
Este argumento demanda cuestionar las tradicionales explicaciones de las cau‐
sas del desastre de junio de 1941 que se centran abrumadoramente sobre Stalin y el
sistema totalitario soviético. También desafía la caracterización de las fuerzas armadas
en regímenes totalitarios y en algunos autoritarios como simplemente el brazo del par‐
tido o del liderazgo político.
Esto no niega que Stalin frecuentemente y a menudo desastrosamente intervi‐
niera en asuntos militares, desde sus brutales purgas del cuerpo de oficiales y numero‐
sos y abruptos cambios en el liderazgo del Estado Mayor General hasta su errónea de‐
cisión de alterar los planes de guerra soviéticos y mover hacia el sur la esperada locali‐
zación del Schwerpunkt de una ofensiva alemana. En vísperas de la guerra, el dictador
soviético también presagió el espíritu ofensivo y comportamiento del Ejército Rojo,
incluso cuando insistió en una postura estrictamente no provocativa hacia el Tercer
Reich para eliminar cualquier pretexto para una invasión alemana.
No obstante, el prejuicio ofensivo del Ejército Rojo precedió al ascenso al poder
de Stalin. Además, sobrevivió a la construcción del totalitarismo stalinista porque el
Ejército Rojo ejerció una importante influencia sobre el lado operacional de la doctrina
militar. Aunque esta influencia derivaba en parte del profesionalismo militar y de la
pericia técnica, aún más fue en el trabajo, dada la frecuencia con la cual el estado totali‐
tario suprimía e invalida la competencia profesional a pesar de los altos costes de tal
comportamiento.
Una explicación más satisfactoria de la durabilidad de la influencia del Ejército
Rojo sobre la doctrina reconoce que incluso en un sistema totalitario el poder es a veces
difuso desde el centro político a los actores burocráticos tales como las fuerzas arma‐
das. Aunque el centro eventualmente tratará de reimponer completos controles políti‐
cos, durante estas fases de relajación las preferencias de las fuerzas armadas pueden
convertirse en dogma y ser arraigadas en una ideología organizativa que es lo bastante
fuerte para sobrevivir a la reducción por el liderazgo político. Esta capacidad residual
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de preferencias organizativas o ideología ayuda a explicar el despliegue adelantado del
Ejército Rojo en vísperas de la guerra y su expectativa peligrosamente poco realista de
que absorbería un asalto alemán y haría una rápida transición a contraofensivas efecti‐
vas.
Este artículo comienza por sopesar las estrategias defensivas disponibles para el
Ejército Rojo en 1941, y luego evalúa las lecciones de la historia rusa que apuntan hacia
la estrategia más apropiada para las necesidades de seguridad rusas en vísperas de la
Operación Barbarroja. El análisis a continuación explora la génesis así como también el
contenido de la conceptualización soviética del período inicial de la guerra. Finalmen‐
te, el artículo examina la evidencia de la operatividad de este concepto en los planes de
guerra soviéticos.
Eligiendo la estrategia defensiva correcta.
Como explica John Mearsheimer, los estados pueden elegir entre cuatro tipos
de estrategias defensivas. La defensa estática y la defensa avanzada son disposiciones
lineales de fuerzas desplegadas en avanzada. La defensa estática emplea fuerzas que
ocupan posiciones preestablecidas y que poseen poca movilidad táctica. Utilizada por
los bandos contendientes en la I Guerra Mundial y por los Aliados en Francia y Bélgica
en 1940, la defensa estática es vulnerable a la Guerra Relámpago ya que el defensor
carece de movilidad o de reservas para detener una penetración de la línea del frente.
La defensa avanzada, por contraste, confía en grandes unidades móviles que pueden
ser desviadas rápidamente arriba y abajo de la línea del frente, y por consiguiente pue‐
de ser más probable que contengan una penetración que una defensa estática. Sin em‐
bargo, a causa de su estructura linear y situación cerca de la frontera, la defensa avan‐
zada es pobremente adecuada para contener una penetración a gran escala que amena‐
ce la retaguardia del defensor.
La tercera y cuarta estrategias defensivas no requieren que la mayoría de las
fuerzas defensoras estén situadas en posiciones avanzadas. La defensa móvil es un
estrategia de alto riesgo que busca paralizar las penetraciones profundas de fuerzas
atacantes abriendo cuñas en los flancos de las formaciones blindadas en avance. La
defensa en profundidad está basada en la suposición de que el atacante penetrará la
línea del frente y confía en una serie de posiciones defensivas preparadas a gran pro‐
fundidad para desgastar, y finalmente contener, a las fuerzas en avance. El defensor
puede emplear o una serie de líneas defensivas o una gran cantidad de puntos fuertes
independientes ampliamente dispersos, o “islas de resistencia”. Sacrificando territorio
para negar al atacante la oportunidad de sobrepasar la defensa, la defensa en profun‐
didad puede ser una poderosa contramedida a la Guerra Relámpago.
Qué estrategia es más efectiva para una situación particular depende en gran
parte sobre las fuerzas y las debilidades de las fuerzas defensoras y el entorno político,
social y económico en las cuales están incrustados. Aunque la Unión Soviética debió de
emplear una postura inicial avanzada y luego una rápida transición a la contraofensi‐
va, la política alemana de Stalin y el advenimiento de la Guerra Relámpago puso en
duda esta elección, sugiriendo la necesidad de considerar opciones alternativas.
Todas las posibles alternativas, sin embargo, implicaban difíciles intercambios
entre varias consideraciones políticas y militares. La defensa avanzada, la cual no es
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una descripción exacta de la estrategia soviética de 1941 dada la disponibilidad de sus‐
tanciales, aunque poco preparadas, reservas, ofrece el beneficio de servir los objetivos
duales de defensa contra amenazas externas e internas para el imperio soviético. La
expansión de las fronteras soviéticas en 1939 y 1940 estuvo ligada a aumentar el atrac‐
tivo de esta opción porque extender el perímetro defensivo de la nación era considera‐
do un requerimiento vital de seguridad.
Sin embargo, una defensa avanzada era finalmente una elección inapropiada dado que
las fronteras de la Unión Soviética abarcaban más de 4.000 kilómetros desde Finlandia
al Mar Negro, haciendo muy probable que operaciones aéreas‐terrestres concentradas
sobre ejes seleccionados penetrarían las líneas soviéticas, abriendo las puertas para que
puntas de lanza blindadas se lanzaran hacia el corazón de Rusia. Además, minorías
políticamente poco fiables en los distritos fronterizos, enfrentadas con una oportunidad
realista de escapar al yugo soviético, podrían bien concluir que el enemigo de su ene‐
migo era su amigo, o al menos un aliado potencial. Además, la expansión hacia el oeste
de la Unión Soviética en 1939 no solamente absorbió grupos étnicos hostiles sino que
dejó a la línea defensiva preparada de la antigua frontera a unos 300 kilómetros en el
interior.
En teoría, la defensa móvil era claramente una opción superior, si no la elección
ideal dadas las circunstancias descritas así como también los enormes efectivos soviéti‐
cos en blindados que potencialmente podrían haber aislado a las puntas de lanza pan‐
zer en avance de la infantería, que se movía más lentamente, y de los suministros. Mu‐
chos generales soviéticos pensaban eso, también, y los planes de guerra trazados por el
Estado Mayor General tuvieron elementos de la defensa móvil. El Mariscal Rokossovs‐
ky mantuvo en sus memorias que una defensa móvil era la respuesta apropiada a la
amenaza alemana en junio de 1941, y si se hubiese sido adoptada “la guerra habría
procedido de una manera completamente diferente...habríamos evitado aquellas
enormes bajas...que sufrimos en el período inicial de la agresión nazi”.
Sin embargo, en realidad, las debilidades soviéticas demandaban cuestionar la viabili‐
dad de tal estrategia. El Ejército Rojo todavía estaba vacilando en cuestiones básicas de
la organización de los tanques y en doctrina táctica. Ciertamente, estaba entonces en
mitad de otra gran reorganización, resucitando los cuerpos de tanques después de que
los alemanes hubiesen vívidamente demostrado la efectividad de tales formaciones en
Francia. Además, el ejército estaba experimentando serias dificultades para manejar
grandes formaciones blindadas, las cuales eran las condiciones sine qua non para una
exitosa defensa móvil.
La sangrienta purga de Stalin de las fuerzas armadas, la rápida y perturbadora expan‐
sión del Ejército Rojo en un breve período de tiempo, y las deficiencias en entrenamien‐
to y disciplina inducidas por la cultura organizativa del ejército, todas ellas cobraron su
precio. El Ejército Rojo necesitaba velocidad y habilidad y no simplemente poder para
ejecutar una defensa móvil, pero su único activo fiable era la fuerza. Permanecía lento
y pesado, en gran parte como su predecesor imperial.
Lo cual dejaba la defensa estratégica. Raramente es ésta la opción elegida, dado
el requerimiento de sacrificar vastas franjas de territorio para la seguridad. Es particu‐
larmente poco atractiva para un imperio multinacional, tal como era la Unión Soviéti‐
ca, con minorías inquietas concentradas en las regiones fronterizas. Pero dadas todas
las consideraciones, era la mejor opción. Una estrategia de despliegue avanzado no
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solamente arriesgaba la pérdida de territorios que una defensa estratégica deliberada‐
mente cedía, sino que arriesgaba en exceso la seguridad nacional.
Despliegue Avanzado, Defensa Estratégica e Historia Rusa.
Las dificultades que la guerra moderna crean para la defensa de extensos terri‐
torios fronterizos con una débil infraestructura militar y poblaciones políticamente
poco fiables deberían haber influenciado al Ejército Rojo para favorecer una defensa
estratégica. Como también debería haberlo manifestado la debilidad del Ejército Rojo
como organización. Claramente, la opción de una defensa estratégica tenía sus propios
costes, incluyendo el problema de reconquistar provincias hostiles. No obstante, el ana‐
lista astuto podría razonar que ya que los territorios fronterizos serían probablemente
invadidos por la Guerra Relámpago, aunque esta pérdida muy probablemente no de‐
terminaría el resultado de la guerra, era menos costoso a largo plazo planear una orde‐
nada defensa estratégica. Tal defensa dejaría pasar a las puntas de lanza de las fuerzas
invasoras y luego usar la profundidad para agotar la fuerza enemiga y finalmente la
movilidad para batir sus flancos y cortar sus cabezas.
El fracaso del Ejército Rojo en considerar una defensa estratégica asume gran‐
des proporciones si se recuerda que planes similares fueron prominentes en la historia
militar rusa, cuyos ritmos alternaban entre defensa y retirada, por un lado, y el des‐
pliegue avanzado, por el otro. Pero el Ejército Rojo no estaba en absoluto dispuesto a
sacar lecciones estratégicas sistemáticas de la historia del Ejército Imperial Ruso y de
sus tres siglos de experiencia en defender un imperio cuya frontera fue fácilmente per‐
forada por invasores y cuyas regiones fronterizas contenían minorías étnicas inquietas.
Los planes de guerra adoptados por el Ejército Rojo en el período de entregue‐
rras y los del Ejército Imperial Ruso en diferentes puntos de su historia a menudo apor‐
tan semejanzas sorprendentes. Digno de atención en este aspecto es el plan Obruchev‐
Milyutin de 1873 que rechazaba una retirada estratégica en parte debido al miedo de
que la pérdida de Polonia provocaría rebeliones nacionalista a todo lo largo de la re‐
gión. En lugar de ello, el Ejército Ruso debería enfrentarse al invasor en las provincias
fronterizas y detener el ataque confiando en fortificaciones, armamentos y una red fe‐
rroviaria estratégica modernas.
Como el Ejército Rojo, el plan asumía que “el éxito abrumador llegaría para
quien movilizara a su ejército más rápidamente, se concentrara más rápidamente, y
atacara en masa a su oponente todavía no preparado”. Pero la lección más relevante
del plan Obruchev‐Milyutin para el Ejército Rojo era sus suposiciones, incluyendo la
de una rápida victoria, fueron finalmente anuladas debido a que el déficit presupuesta‐
rio dejó al Ministerio de Guerra Ruso incapaz de desarrollar la infraestructura militar
necesaria en las regiones fronterizas. El plan interino de mediados de la década de
1870, que reconocía que Rusia perdería la carrera por la movilización y la concentra‐
ción ante Alemania, reposicionó a la mayoría de la infantería rusa en los distritos mili‐
tares occidentales detrás de los ríos Narew, Bobr, Bug y Vístula.
Otras obvias lecciones de la historia rusa podrían haber dirigido al Ejército Rojo
hacia una respuesta efectiva a la Guerra Relámpago. A comienzos del siglo XVIII, Pe‐
dro el Grande fue conducido por el miedo de la debilidad rusa y la superioridad sueca
a adoptar una estrategia de intercambiar deliberadamente espacio por tiempo en su
guerra contra Carlos XII. Tomando ventaja de su vasto interior, los rusos se retiraron
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ante el avance de los suecos, negándoles alimentos y obstaculizándoles cuando mar‐
chaban. Cuando los dos ejércitos finalmente se encontraron en el campo de Poltava en
1709, el desgaste había reducido al ejército sueco a la mitad de su tamaño original, con
los supervivientes enfermos y desnutridos.
Un ejemplo similar fue el de Barclay de Tolly, uno de los principales generales
de Rusia durante las guerras napoleónicas, quien alegaba en favor de atraer al invasor
francés a la profundidad del país para cansarlo y debilitarlo. En sus memorias, el Ma‐
riscal Rokossovsky evaluó favorablemente la estrategia de Tolly y Kutuzov en 1812,
sosteniendo que ambos jefes “sabiamente comprendieron la desigualdad de los ban‐
dos”. Tratando de “igualar las fuerzas”, evitaron un enfrentamiento decisivo y en lugar
de ello “se retiraron al interior del país”.
Las virtudes de la estrategia de retirada ante fuerzas superiores fueron también
reconocidas en la planificación militar rusa a comienzos del siglo XX. En 1910, el Zar
Nicolás II aprobó los planes de guerra que reconocían la superior capacidad de movili‐
zación de Alemania y ajustaban sensiblemente la estrategia rusa. Trazados por V. A.
Sukhomlinov, el Ministro de Guerra Ruso, los planes asumían la pérdida de Polonia en
una futura guerra y la necesidad de movilizar y concentrar las fuerzas rusas “en las
profundidades del país” para reunir fuerza suficiente para una masiva contraofensiva
y un golpe aplastante.
A pesar de estos relevantes precedentes, el Ejército Rojo fracasó en abordar un
sustantivo debate sobre la utilidad de una defensa estratégica. Una de las pocas excep‐
ciones fue el estudioso militar y oficial Aleksandr Svechin, quien argumentaba por la
adopción de estrategias defensivas invocando en parte el ejemplo de la historia rusa.
Por sus esfuerzos, Svechin fue cruel y públicamente desacreditado por sus colegas,
incluyendo prominentes innovadores como Mikhail Tukhachevsky. Aunque presumi‐
blemente estaban también al corriente de la historia militar rusa, estos líderes eligieron
ignorar el pasado o evaluarlo selectivamente.
Si el Ejército Rojo hubiese entendido completamente las múltiples dificultades a
las que se enfrentaba al adherirse a una defensa avanzada y comprendido que la pro‐
fundidad –no el despliegue avanzado‐ era un activo crucial, entonces una defensa es‐
tratégica probablemente habría obtenido apoyo como una opción más racional. Pero no
lo hizo. En lugar de ello, el Ejército Rojo permaneció comprometido a una defensa
avanzada que estaba atada a una estrategia contraofensiva. El análisis ahora girará
hacia la evolución y el contenido de la conceptualización soviética del período inicial
de la guerra y a la evidencia, la cual es encontrada en los planes de guerra soviéticos,
de que este paradigma influyó fuertemente en el despliegue avanzado soviético.
El Período Inicial de la Guerra.
En las décadas de 1920 y 1930, los teóricos militares soviéticos que intentaron
predecir el carácter de la guerra futura estaban particularmente preocupados en eva‐
luar la naturaleza de su período inicial (nachal’nyi period voiny). Estos esfuerzos para
trazar el curso de la guerra moderna estaban influenciados por la experiencia de la I
Guerra Mundial. La doble asunción de los analistas militares soviéticos de que impor‐
tantes ventajas militares serían conferidas al estado que primero lograra la moviliza‐
ción pero que el período inicial de la guerra no decidiría el resultado del conflicto refle‐
jaba las lecciones de 1914.
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Poco antes del estallido de la Guerra Mundial, el 25 de julio de 1914, el Consejo
Imperial Ruso decidió preparar una movilización parcial contra Austria así como tam‐
bién medidas generales de “pre‐movilización” que aplicaron a toda la nación. Esta úl‐
tima decisión activó un plan referido como “el Período Preparatorio para la Guerra”,
que era similar al Zustand drohender Kriegsgefahr (Estado de Peligro Amenazador de
Guerra) de Alemania. Pretendido para una implementación secreta, este plan cubría
una amplia variedad de medidas, muchas de las cuales debían de significar facilitar y
proteger la movilización general del Ejército Ruso, incluyendo: llevar a las posiciones
fronterizas hasta la plena fuerza; situar a todas las fortalezas en Rusia Occidental y Po‐
lonia en pie de guerra; concentración de los trenes de bagaje del ejército; minar los
puertos; y preparar centros militares para la llegada de reservistas. El plan de guerra
ruso demandaba un ataque el M + 15 (15 días después del comienzo de la moviliza‐
ción), tan pronto como las fuerzas de primera línea estuviesen en posición, y sin espe‐
rar que la concentración de las fuerzas principales estuviese completada. Esta estrate‐
gia produjo ofensivas comprometidas y prematuras y el desastre para las armas rusas
en el campo de batalla de Tannenberg.
Contrariamente a las expectativas de las coaliciones beligerantes, las operacio‐
nes iniciales de la I Guerra Mundial no tuvieron un impacto decisivo en el resultado de
la guerra. La derrota de los ejércitos rusos por los alemanes en Prusia Oriental y la vic‐
toria rusa sobre los austriacos en Galicia fueron seguidas por la estabilización de los
frentes oriental y occidental. Esta experiencia fue uno de los factores que influyeron en
la expectativa de los analistas militares soviéticos de que el período inicial de futuras
guerras sería no concluyente. Además, a pesar del rápido avance de Alemania en Bél‐
gica, de acuerdo con la suposición del plan Schlieffen de que Francia y Bélgica tendrían
que ser tratadas con rapidez, el intervalo que separaba el inicio de las hostilidades y el
completo empleo de las fuerzas principales alemanes permanecía en torno a las dos
semanas.
Otra cuestión con paralelos entre julio‐agosto de 1914 y junio de 1941 es la deci‐
sión de movilizarse para la guerra. La movilización rusa en 1914 fue precipitada no
solamente por el deseo de adelantarse a medidas similares por Alemania y así obtener
una ventaja militar. Nicolás II y su Ministro de Asuntos Exteriores, Sazonov, compren‐
dieron que la movilización rusa incitaría a los alemanes a movilizarse y que para Ale‐
mania la movilización significaba guerra. Sin embargo, como Marc Trachtenberg man‐
tiene, el 30 de julio el liderazgo ruso no pensaba ya que contenerse sería la política más
efectiva porque ahora creía que la guerra era “prácticamente inevitable de todos mo‐
dos”. La decisión para proceder con la movilización general estaba por consiguiente
basada sobre una valoración política de la probabilidad de guerra, y en la creencia de
que las Potencias Centrales intentarían inevitablemente aplastar a Serbia.
Como se mencionó anteriormente, por precisamente la razón opuesta, Stalin
rehusó ordenar la movilización del Ejército Rojo en junio de 1941. Guiado por una falsa
idea fundamental de las intenciones de Hitlr, Stalin creyó que la guerra podía ser evi‐
tada en 1941, y trató de frenar los preparativos militares para evitar provocar a Hitler.
El Ejército Rojo agravó este error al fracasar en reconsiderar su antiguo empleo para un
despliegue avanzado y adoptar una postura más protegida. Que tal decisión no fuera
incluso considerada fue debido a ideas preconcebidas del período inicial de la guerra
que estaban formadas en los primeros años de entreguerras y que permanecían muy
resistentes a cambiar.
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El Análisis Soviético del Período Inicial de la Guerra.
A finales de la década de 1920, Boris Shaposhnikov y V. K. Triandafillov emer‐
gieron como los teóricos principales en el Ejército Rojo sobre el período inicial de la
guerra. Sosteniendo que la línea que dividía la paz y la guerra estaba ahora desdibuja‐
da, especularon que en las guerras futuras varias medidas de movilización previamen‐
te emprendidas en la fase inicial de la guerra serían ejecutadas en el período de pre‐
guerra, a menudo en secreto o bajo la cobertura de maniobras de tiempos de paz. La
movilización económica para las necesidades de tiempos de guerra, particularmente la
producción de armamentos, también sería desplazada en el período preparatorio o de
“pre‐movilización”. Además, sostenían que las guerras futuras serían diferentes de la I
Guerra Mundial en que las hostilidades comenzarían antes de una declaración real de
guerra. Según Shaposhnikov, el agresor intentaría explotar la sorpresa para adelantarse
al despliegue de las fuerzas principales del defensor.
El influyente trabajo de Triandafillov sobre el carácter de las operaciones del
ejército moderno (publicado por primera vez en 1929) determinó mucho del posterior
debate sobre la estrategia soviética para el período inicial de guerra. Según Triandafi‐
llov, había dos ventajas importantes en lanzar inmediatos y profundos ataques de re‐
presalia contra un agresor. En primer lugar, al tomar la iniciativa e imponer varias rá‐
pidas derrotas, la Unión Soviética podía desorganizar la movilización general y el des‐
pliegue de las fuerzas principales enemigas. En segundo lugar, rápidas contraofensivas
pueden ser esperadas para incitar malestar social en la patria del agresor, activando la
lucha de clases como un multiplicador de combate. Derivada de la ortodoxia marxista‐
leninista, esta última justificación para rápidas contraofensivas era un importante sub‐
texto en el debate soviético sobre el carácter de las futuras guerras. En conclusión,
Triandafillov sostenía que el arte operacional soviético debería acentuar la toma de
toda oportunidad para lanzar, con suma velocidad, el máximo número de los más des‐
tructivos ataques contra el enemigo.
A comienzos de la década de 1930, los teóricos soviéticos estaban de acuerdo
generalmente en que las medidas de movilización previamente confinadas al período
inicial de guerra serían desviadas a tiempos de paz y que el proceso de vpolzanie v voi‐
nu (deslizamiento hacia la guerra) culminaría en una invasión que confiaba fuertemen‐
te en el logro de la sorpresa. Según R. P. Eideman, el editor de la revista teórica militar
Voina i revolyutsiya, el período inicial de guerra incluiría ahora fieras batallas terrestres
y aéreas para determinar “el derecho de desplegar [las fuerzas principales] primero”.
En la misma vena, el especialista militar E. Shilovsky sostenía que la movilización par‐
cial en el período de preguerra sería seguido por potentes acometidas iniciales del po‐
der aéreo y de fuerzas mecanizadas después del inicio de las hostilidades. Las opera‐
ciones serían en profundidad a lo largo de un amplio frente, reemplazando a los limi‐
tados enfrentamientos fronterizos que señalaron el período inicial de la Guerra Mun‐
dial. A. N. Lapchinsky, V. V. Khripin, E. I. Tatarchenko y otros prestaron particular
atención a la importancia del poder aéreo soviético, como el elemento más móvil de las
fuerzas armadas, en despuntar una invasión de un agresor, desorganizando la concen‐
tración de sus fuerzas principales, y apoyando contraofensivas de las fuerzas terrestres
soviéticas. Expresando la fuerte preferencia de la clase dirigente militar para potentes e
inmediatas contraofensivas durante el período inicial, Eideman sostenía que cualquier
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estado “adhiriéndose a la táctica de esperar” y concediendo la iniciativa al invasor en‐
traría en la “fase decisiva” de la guerra en una posición extremadamente vulnerable.
Posiblemente, esta discusión del período inicial representó muchas veladas propuestas
para adelantarse a la invasión misma. Por lo menos, demostró la preocupación extrema
del Ejército Rojo por tomar la iniciativa y evitar una postura “pasiva” defensiva.
Mucho de este temprano debate sobre el período inicial de guerra fue destilado
en un informe presentado por A. I. Egorov, entonces jefe del estado mayor del Ejército
Rojo, al Consejo Militar Revolucionario de la URSS (Revvoensovet) en 1932. En su tesis,
Egotov mantenía que los estados preparados para la guerra posicionarían secretamente
en las regiones fronterizas fuerzas altamente móviles capaces de operaciones ofensivas.
El agresor, fue asumido, abriría hostilidades con un ataque sorpresa. Cada bando em‐
plearía “grupos de incursiones” (grupp vtorzheniya) mecanizados junto con formaciones
aéreas para desorganizar la movilización del enemigo en las regiones fronterizas mien‐
tras permitía la movilización y despliegue de sus propias fuerzas principales. Egorov
sostuvo que las operaciones militares serían marcadas desde el principio por un consi‐
derable alcance e intensidad, con el prospecto de que los ejércitos de cobertura debían
de sufrir una serie de reveses. Sin embargo, Egorov creía que la defensa todavía man‐
tenía la ventaja y que los grupos de incursión no podían derrotar a las fuerzas principa‐
les del enemigo o hacer más que crear una serie de “crisis”.
El análisis de Egorov estaba firmemente enraizado en la creencia de que un pe‐
ríodo significante de tiempo separaría el comienzo de la guerra y el enfrentamiento de
las fuerzas principales de los protagonistas. Esta suposición fue común y corriente para
los teóricos militares de la época. Pero como teórico, Egorov, junto con la mayoría de
sus colegas, fracasó al considerar la posibilidad de que las condiciones que gobernaban
esta expectativas podrían cambiar un día, creando un nuevo conjunto de requerimien‐
tos estratégicos.
Sin embargo, G. Isserson llegó tentadoramente cerca en un trabajo de 1933 sobre
operaciones de “avanzadas” en el período inicial de guerra. Esta teórico estaba comple‐
tamente de acuerdo en que el concepto de “vpolzanie v voinu” capturaba la naturaleza
de la próxima guerra. Más que nada, estaba convencido en que la fase de apertura de la
guerra entre poderosos oponentes sería un combate titánico entre musculosas fuerzas
de “avanzada” en los distritos fronterizos que combatirían para asegurar la “fase com‐
pleta” de la concentración de las fuerzas principales.
Bien al tanto de que el período que separaba la movilización de las fuerzas
principales y su empleo en batalla estaba rápidamente reduciéndose, Isserson imaginó
que el momento podría llegar cuando el intervalo o “frontera” entre concentración es‐
tratégica y el comienzo de operaciones hubiese desaparecido completamente. Aunque
Isserson calificó esta profética observación, sugiriendo que aproximadamente dos se‐
manas todavía separarían a las fuerzas principales de los combatientes del futuro pre‐
visible, no obstante comprendió que esta visión de la guerra futura se había convertido
en realidad cuando la Wehrmacht, completamente concentrada, destrozó la frontera
polaca en 1939. Sus colegas resultaron ser menos perceptivos.
El informe de Egorov y el temprano trabajo de Isserson sirvieron para legitimar
el paradigma emergente del período inicial de guerra. En los años que siguieron, los
teóricos y los oficiales soviéticos continuaron asumiendo que un significante intervalo
precedería el enfrentamiento de las fuerzas principales de los combatientes y centraron
su atención sobre el doble problema de negar a un agresor la ventaja de la sorpresa y
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realizar contraofensivas inmediatas para adelantarse al despliegue de sus fuerzas prin‐
cipales.
En su trabajo de 1934, “Kharakter pogranichnykh operatsii”, Tukhachevsky abor‐
daba estas suposiciones y preocupaciones con varias propuestas concretas que refleja‐
ban el trabajo de Isserson y de otros. Tukhachevsky asignó dos tareas a las operaciones
ofensivas soviéticas en el período inicial: proteger la movilización y despliegue de las
fuerzas principales del Ejército Rojo y bloquear acciones similares del agresor. Recono‐
ciendo que las fuerzas mecanizadas y el poder aéreo del enemigo podría complicar
severamente la movilización y concentración de las fuerzas principales del Ejército Ro‐
jo así como también el despliegue de sus tropas de cobertura en el área fronteriza, Tu‐
khachevsky abogaba por la colocación de “ejércitos avanzados” (peredovaya armiya)
especiales en la zona fronteriza.
Posicionadas a unos 50 a 70 kilómetros de la frontera, las unidades especiales
favorecidas por Tukhachevsky debían de ser desplegadas en un estado cercano a los
efectivos de guerra en tiempos de paz y comenzarían inmediatamente operaciones
ofensivas después del inicio de las hostilidades. La aviación soviética atacaría aeró‐
dromos enemigos y redes de transporte dentro de un radio que se extendía 200 kilóme‐
tros más allá de la frontera soviética. Conjuntamente con contraataques a través de la
frontera por los cuerpos mecanizados del ejército avanzado, las fuerzas aerotranspor‐
tadas soviéticas serían insertadas a una profundidad de hasta 250 kilómetros para des‐
organizar los esfuerzos de enemigos de llevar a sus fuerzas principales a la plena pre‐
paración. Tukhachevsky asumió que si cualquier combatiente era capaz de detener las
operaciones ofensivas fronterizas de su oponente, entonces las fuerzas principales ten‐
drían que concentrarse a una considerable distancia una de otra. Dado el hecho de que
las redes de transporte serían vulnerables a ataques aéreos enemigos, los beligerantes
no serían capaces de enfrentarse uno con el otro al menos durante dos semanas. Qué
territorio serviría como el lugar para su encuentro dependería de cual bando hubiese
logrado más éxitos en la fase inicial de la guerra.
Partiendo de este último punto, Tukhachevsky eligió concluir con una nota
provocativa. Advirtió al lector que no subestimara a los adversarios potenciales de la
Unión Soviética: “El enemigo puede reorganizarse repentina e inesperadamente. Es
mejor para nosotros adelantarnos a nuestros enemigos. Es mejor cometer menos erro‐
res de lo que aprendemos de los errores”. Aunque Tukhachevsky claramente com‐
prendía que ofensa y defensa estaban necesariamente entrelazadas, y contemplaba a
las áreas fortificadas de las regiones fronterizas como un “escudo que absorberá la
ofensiva del agresor, y a los ejércitos avanzados secretamente concentrados como un
martillo golpeando sus flancos”, se centró constantemente en el martillo.
Al año siguiente, Tukhachevsky trazó sus ideas para los ejércitos fronterizos en
un detallado informe a Voroshilov. El propósito ostensible del informe era la creciente
amenaza de la Alemania de Hitler, que ahora era contemplada como el principal orga‐
nizador potencial, junto con Polonia, de una coalición antisoviética. Abogando un nue‐
vo plan estratégico, Tukhachevsky argumentaba que las fuerzas fronterizas soviéticas
debían de tener superioridad inicial, particularmente en número de brigadas mecani‐
zadas (él demandaba 31), y estar preparadas para atacar rápidamente ya que Alemania
y Polonia tenían redes ferroviarias más eficientes para la movilizaciones inicial y gene‐
ral. Al menos que las fuerzas soviéticas estuvieran ya en posición y colocada para un
contraataque inmediato en la frontera, el Ejército Rojo perdería la carrera para desor‐
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ganizar el despliegue de las fuerzas principales del enemigo. Tukhachevsky también
sostenía que para compensar la superioridad germano‐polaca en transporte ferroviario
así como también la “elevada calidad de las fuerzas alemanas y polacas”, la Unión So‐
viética debía de mantener como mínimo una ventaja de 1,5:1 en efectivos generales de
tropas y de una ventaja de 2:1 a 3:1 en efectivos de aviación.
En febrero de 1935, I. P. Uborevich, entonces comandante del Distrito Militar
Bielorruso, entregó un informe a Voroshilov que guardaba una fuerte semejanza con el
documento entregado por Tukhachevsky el mismo mes. Ciertamente, Uborevich traba‐
jó estrechamente con Tukhachevsky sobre cuestiones de reforma militar, y sus pro‐
puestas reflejaban sus intereses comunes y perspectiva estratégica. Como Tukhachevs‐
ky, Uborevich apuntaba al cambiante paisaje estratégico, subrayando la fuerte posibili‐
dad de que Polonia y Alemania, apoyadas por Finlandia, atacarían a la Unión Soviéti‐
ca. Uborevich también visualizó un ataque contra Gran Bretaña por Gran Bretaña, Es‐
tonia y Letonia.
Citando fuentes francesas para apoyar su posición, Uborevich sostenía que los avances
alemanes en mecanización, así como también la debilidad soviética en movilización,
requerían que el Ejército Rojo mantuvieran superioridad en poder aéreo y fuerzas me‐
canizadas en las regiones fronterizas. Esto permitiría al Ejército Rojo desorganizar la
movilización y concentración de las fuerzas enemigas a través de la frontera mientras
protegía a sus propias fuerzas principales del ataque enemigo. Ciertamente, Uborevich
anotaba que la Unión Soviética disfrutaba ya de superioridad sobre Alemania y Polo‐
nia en términos de tanques, caballería y aviación, una ventaja que permitiría al Ejército
Rojo realizar ataques profundos en territorio polaco “en los primeros días de la guerra”
y destruir a las fuerzas armadas de Polonia antes de que se concentraran. Uborevich
sostenía que el Ejército Rojo podía enfrentarse a sus enemigos en serie, dada la movili‐
zación más larga de las fuerzas alemanas. En cuanto a la concentración de la masa
principal de fuerzas de frente soviéticas, él asumía que esta misión sería cumplida en
M + 15/16. Sin embargo, para mantener el balance favorable de fuerzas en los distritos
fronterizos, Uborevich demandaba una expansión de la infraestructura militar así co‐
mo también un masivo aumento en el número y calidad de las fuerzas mecanizadas y
de la aviación.
Aunque las propuestas de Tukhachevsky y de Uborevich no eran irrazonables
para 1935, cuando la Unión Soviética todavía podía probablemente contener la amena‐
za combinada de Alemania y Polonia, no exploraron la posibilidad de que el Ejército
Rojo en el futuro no pudiera disfrutar de una ventaja comparativa en movilización o
superioridad en tecnología. Los informes no proporcionaron evaluaciones de escena‐
rios alternativos, particularmente de aquellos extraídos de la historia rusa. ¿Debería el
Ejército Rojo enviar unidades debilitadas y sin preparar a la batalla, como el ejército
zarista hizo en Prusia Oriental en 1914, si sus supuestos de movilización cambiaban
para peor?
Las propuestas de Tukhachevsky y Uborevich representaban, en sus puntos
centrales, una elaboración del concepto de “ejércitos de incursión”, que a su vez guar‐
daba una fuerte semejanza con las propuestas de Sokolov, que alegaban en 1928 por la
creación de “fuerzas de cortina” (voiska zavesy) en las regiones fronterizas, y de Kar‐
byshev, quien mantenía en 1924 que las áreas fortificadas servirían como el “trampo‐
lín” para las ofensivas del Ejército Rojo en territorio enemigo. Un precedente más dis‐
tante pero igualmente relevante fue el plan de guerra revisado ruso de mediados de la
12
década de 1870 que intentaba compensar la inferioridad tecnológica rusa en moviliza‐
ción posicionando caballería rusa a lo largo de la frontera occidental para profundas y
rápidas incursiones en Hungría y Alemania para desorganizar la movilización enemi‐
ga. En cada caso, fue asumido que aunque las fuerzas rusas o soviéticas trabajaron bajo
ciertas desventajas, el oponente sería incapaz de emplear a sus fuerzas principales en
un ataque sorpresa.
La misma suposición influyó en las valoraciones estratégicas ofrecidas por otros
principales analistas militares anteriores a la invasión alemana de Polonia. Shilovsky y
Krasil’nikov, por ejemplo, escribieron que el período inicial de guerra vería conflicto
militar en una escala sin precedentes con el choque de los previamente desplegados
“ejércitos de incursión” (o ejércitos de cobertura) y grandes fuerzas aéreas. Además, la
mecanización y la movilización en tiempos de paz reducirían grandemente el tiempo
requerido para movilizar y enfrentar a las fuerzas principales de los combatientes en
comparación con la I Guerra Mundial. No obstante, el consenso general dentro de las
fuerzas armadas soviéticas mantenía que el proceso de “vpolzanie v voinu” no abarcaba
la concentración y el despliegue anteriores a la iniciación de hostilidades sino que cons‐
tituía en lugar de ello, en palabras de Krasil’nikov, una “fase de transición a la movili‐
zación y concentración generales...”.
Aleksandr Svechin y el cierre del debate.
A comienzos de la década de 1930 la conceptualización prevaleciente del perío‐
do inicial, que había lentamente evolucionado en doctrina, era ahora dogma, sus supo‐
siciones subyacentes se arraigaron en los planes de movilización y de guerra soviéticos.
Aunque Voroshilov era el más activo defensor del dogmatismo, pensadores y líderes
más influyentes en el Ejército Rojo prestaron su apoyo, bien por convicción intelectual,
creencia ideológica o conveniencia política.
Aquellos que pensaban de otra manera, tales como Aleksandr Svechin, tenían
sus opiniones sobre la importancia de una defensa estratégica desacreditadas por los
líderes del Ejército Rojo. Aparentemente en anticipación a su destino, Svechin anotó en
la introducción a su clásico estudio Strategiya (1926, 1927) que muchos de sus colegas
desaprobarían su “falta de agitación para la ofensiva o para una victoria por aniquila‐
ción”. Svechin advirtió contra restricciones en la “ciencia de la guerra” y la imposición
de “doctrina estrecha”, asesorando a sus lectores que se aproximaran al estudio de la
doctrina estratégica con imparcialidad y objetividad. Svechin mantenía que cada gue‐
rra requería su propia estrategia lógica y “no la aplicación de una plantilla, incluso si es
roja”.
Svechin consideraba su tarea como un analista objetivo desafiar a los “doctrina‐
rios estratégicos” en la Unión Soviética y en otros lugares que habían formado un “cul‐
to de la ofensiva” y manipulado el registro histórico para conformar su punto de vista.
Svechin mantenía que una evaluación predispuesta de las categorías de actividad e
iniciativa, que el llamaba “el espejismo del aniquilamiento del enemigo”, había influi‐
do en los estrategas antes de la I Guerra Mundial para alabar los méritos de la ofensiva
mientras etiquetaban a la defensa como “innoble”. Según Svechin, la actividad real
(“aktivmost”) residía en un balance objetivo de una situación militar, evitando planes
ilusorios basados en recursos insuficientes o condiciones desfavorables. La iniciativa y
la actividad, por consiguiente, comprenden considerablemente más que golpear al
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enemigo por la fuerza. En su sentido más amplio, la iniciativa era el “arte de imponer
la voluntad propia en la lucha con el enemigo”. Svechin observó que esto podría inclu‐
so implicar una situación en la cual el enemigo se sintiera impelido a atacar debido a la
presión de las condiciones desfavorables. Por ejemplo, las ofensivas de Ludendorff de
1918, según Svechin, fueron impelidas por el agotamiento de la bloqueada Alemania y
la llegada anticipada de refuerzos norteamericanos.
Svechin sostenía que combatir por el completo o parcial mantenimiento del sta‐
tus quo era menos costoso en términos de tropas y material que combatir por conquista
y movimiento avanzado. Anotando que eso era “más fácil de mantener que si tiene que
alcanzar algo nuevo”, Svechin se adhería al principio “obvio” de que el bando más
débil debe pasar a la defensiva. Reconocía que esta estrategia casi inevitablemente im‐
plicaba la pérdida de territorio, y que sería más efectivo en un gran país con la capaci‐
dad de perder “decenas o incluso cientos de miles de kilómetros cuadrados de territo‐
rio”. A. I. Verkhovsky, antiguo Ministro de Guerra del gobierno provisional, una auto‐
ridad en tácticas, y colega de Svechin en la Academia Militar, era de opinión similar, y
desencadenó una explosión de protestas entre los comandantes radicales del Ejército
Rojo al sugerir que sería mejor en el período inicial de una guerra futura con Polonia
“ceder Minsk y Kiev en vez de tomar Belostok y Brest”.
Sin embargo, Svechin y Verkhovsky advirtieron contra confiar principalmente
en las ventajas naturales de Rusia en clima y masa terrestre para una defensa estratégi‐
ca. Aunque ambos factores han jugado un papel crítico en el pasado, particularmente
en la derrota de Napoleón, habían perdido mucha de su relevancia en la era de la me‐
canización. En lugar de ello, una defensa estratégica debe también descansar en posi‐
ciones defensivas preparadas profundamente desplegadas diseñadas para ralentizar el
avance del invasor. Además, las reservas estratégicas deben estar preparadas para lan‐
zar contraataques efectivos si la ofensiva inicial comienza a perder ímpetu.
Las opiniones de Svechin encontraron muchos estridentes oponentes en el Ejér‐
cito Rojo, pero ningunos mayores que Tukhachevsky y sus partidarios. Tukhachevsky
creía que la actuación del Ejército Rojo en guerras futuras dependería de la interacción
dinámica de dos factores: revolución y mecanización. Tukhachevsky era un temprano
y ardiente proponente de ambos, invocándolos para justificar la adopción de una pos‐
tura ofensiva por el Ejército Rojo y su adherencia a una estrategia de aniquilación.
En su intento por forjar un consenso en el requerimiento programático para un
ejército mecanizado en masa capaz de ataques profundos en territorio enemigo, Tu‐
khachevsky lanzó una campaña para desacreditar a Svechin y pensadores asociados. El
preludio para esta campaña fue un prólogo escrito por Tukhachevsky en 1930 para una
traducción rusa de Geschichte der Kriegskunst im Rahmen der politischen Geschichte de
Hans Delbrueck. Tukhachevsky utilizó esta oportunidad para ensayar algunas de las
acusaciones lanzadas a Svechin al año siguiente. Condenaba al no comunista Svechin
por su falta de base analítica marxista, sosteniendo que Svechin no veía diferencias
entre el carácter de guerra imperialista (inter‐capitalista) y el de la guerra revoluciona‐
ria contra el imperialismo. Tukhachevsky acusaba a Svechin y Verkhovsky de estar
bajo la influencia de la ideología burguesa por sus opiniones sobre desgaste, defensa y
retirada.
La acusación contra Svechin fue leída el 25 de abril de 1931 en Leningrado en la Sección
para el Estudio de los Problemas de la Guerra, una división de la Academia Comunista
del Comité Central del Partido Comunista Ruso que había sido formada en 1929 como
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parte de la campaña para inyectar al Marxismo‐Leninismo en la ciencia militar. Aun‐
que Svechin había estado bajo fuego esporádico durante algún tiempo, la reunión en
Leningrado tomó la apariencia de una investigación oficial.
Tukhachevsky apareció como el testigo principal de la acusación, y no reparó
en esfuerzos para vilipendiar a Svechin, respondiendo constantemente a la neutralidad
ideológica de Svechin y a sus percibidas consecuencias. Igualmente herética, según
Tukhachevsky, era la evaluación de Svechin, expresada en varios artículos en 1929 y
1930, del impacto potencial del primer plan quinquenal al proporcionar al Ejército Rojo
tecnología moderna. Aunque Svechin reconocía los progresos que estaban siendo
hechos en la industria de armamentos, permanecía escéptico con respecto a que la
Unión Soviética fuera capaz de aproximarse a la capacidad productiva de las potencias
europeas en el futuro próximo. Svechin también indirectamente sugería que el acelera‐
do programa de industrialización de Stalin, introduciendo desequilibrios estructurales
en la economía, podría realmente dañar, mas que mejorar, la capacidad defensiva de la
Unión Soviética. Tukhachevsky etiquetó tales dudas como imprudentes en el mejor de
los casos y derrotistas en el peor de los casos. Elogió el empuje de industrialización de
Stalin en términos extravagantes, citando detalladamente la observación de Engels que
el “triunfo de la fuerza” está basada en la producción de armas, que a su vez confía en
el nivel general de producción.
En cuanto a los paradigmas competidores de Svechin de la guerra, Tukha‐
chevsky atacaba enérgicamente la opinión de que la adopción de una estrategia de ani‐
quilación –ataques ofensivos profundos y destructivos‐ por la Unión Soviética podía
tener consecuencias desastrosas. En base, la queja de Tukhachevsky era que Svechin
rechazaba reconocer que la interacción dinámica de revolución y mecanización asegu‐
raría el éxito de una estrategia de aniquilación. Por contraste, la adopción de la pers‐
pectiva de Svechin sobre desgaste y defensa, según Tukhachevsky, condenaría a la
Unión Soviética a la pasividad, negando al Ejército Rojo su papel como la punta de
lanza de la revolución. La iniciativa pasaría al Occidente capitalista, y la Unión Soviéti‐
ca sería forzada a esperar un ataque inevitable. Estas preocupaciones impulsaron a
Tukhachevsky a emitir el veredicto de que “Svechin no escribió su Strategiya para ci‐
mentar el camino para la victoria del Ejército Rojo... Strategiya es una defensa del mun‐
do capitalista contra la ofensiva del Ejército Rojo”.
Líderes menos fervientes del Ejército Rojo también se alinearon para criticar a
Svechin. Las justificaciones adoptadas por el astuto y profesional Shaposhnikov son
informativas. Como Svechin, Shaposhnikov había advertido contra dar un carácter
absoluto a la ofensiva y estaba de acuerdo con Clausewitz en que “la defensa es una
forma muy potente de emprender la guerra”. No obstante, continuaba favoreciendo
una estrategia ofensiva, escribiendo que “desde 1924 he intentado inculcar [en el Ejérci‐
to Rojo] el respeto por la defensa, pero no por los medios de haber intentado rebajar ni
un ápice la pasión ofensiva del Ejército Rojo”. Shaposhnikov creía que aunque la de‐
fensa era teóricamente tan importante como la ofensiva, el pensamiento militar soviéti‐
co tendría que viajar por un “camino lento y evolutivo” antes de que esta comprensión
pudiera ser puesta en práctica.
Haciéndose eco de un estribillo a menudo repetido en organizaciones militares,
Shaposhnikov aseveró que la defensa era más difícil de planear y de adiestrar que la
ofensiva. Más importante, Shaposhnikov sostenía que “los ejércitos revolucionarios en
la historia siempre han avanzado mejor que cuando se han tenido que defender”. Re‐
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conociendo que una postura ofensiva era una parte integral de la identidad del Ejército
Rojo, sostenía que “era necesario tener en cuenta la esencia del Ejército Rojo y no pri‐
varle de su espíritu”. Así, consideraciones de moral y de identidad organizativa com‐
petían con cálculos racionales al elegir una estrategia ofensiva o defensiva. Dadas estas
preocupaciones, no es sorprendente que Shaposhnikov añadiera su nombre a la lista de
aquellos que criticaban las opiniones de Svechin sobre desgaste y defensa.
Este proceso de dogmatización claramente hizo más difícil desafiar las suposiciones
claves sobre el período inicial una vez que las condiciones que inicialmente apoyaban
estas expectativas cambiaron. Pero hicieron el cambio y el ejército ignoró sus implica‐
ciones sobre cómo el período inicial de guerra sería librado y sobre cuál era la respues‐
ta militar más apropiada. Aunque el Ejército Rojo sobrevivió a los primeros golpes de
la Guerra Relámpago, no fue porque había calculado el poder del ataque y presionó a
Stalin para que adoptara una defensa en profundidad. En lugar de ello, el Ejército Rojo
fue salvado por el espacio, el tiempo, las reservas y la valentía de sus soldados.
Despliegue Avanzado, Reservas Estratégicas y Líneas Defensivas.
La condena de las opiniones de Svechin, junto con el hecho de que el Ejército
Rojo estaba desplegado en avanzada en vísperas de la Operación Barbarroja, deman‐
dan cuestionar el argumento de algunos estudiosos de que el Ejército Rojo había adop‐
tado un plan deliberado para una defensa estratégica. De hecho, el Ejército Rojo em‐
pleó a sus mejores tropas y equipamiento en los distritos militares fronterizos (20 de 29
cuerpos mecanizados, casi el 80% de todos los nuevos tanques, alrededor del 50% de la
aviación más avanzada), y estas fuerzas sufrieron pérdidas horrorosas cuando la
Wehrmacht desfondó repetidamente la línea defensiva soviética.
El comandante del Distrito Militar Especial Oeste en junio de 1941, Dmitrii G.
Pavlov, posteriormente testificaría en su juicio ante el Colegio Militar de la Corte Su‐
prema de la URSS que los aviones soviéticos habían sido posicionados cerca de la fron‐
tera sin ninguna consideración de operaciones defensivas. Ciertamente, los aeródro‐
mos del Ejército Rojo estaban tan cerca de la frontera que la Luftwaffe destruyó 800
aviones en el primer día, y a finales de septiembre la fuerza aérea soviética en los dis‐
tritos fronterizos occidentales había perdido 8.166 aviones de combate, alrededor del
82% de su total de preguerra. Doscientos de los 340 depósitos militares en los distritos
fronterizos occidentales fueron perdidos durante el mismo período. Y al final de seis
meses de combates (y el final del período inicial de la guerra), el Ejército Rojo había
perdido un total de 20.500 tanques, el 89% de su parque de tanques de preguerra. Aún
más trágico, quizás mas de cinco millones de tropas soviéticas fueron muertas, heridas
o capturadas.
Aunque el Ejército Rojo poseía reservas estratégicas, y había enfatizado por
mucho tiempo su importancia táctica y operacional, claramente no formaban la pieza
central de los planes sucesivos desarrollados por el directorio de operaciones del Esta‐
do Mayor General. Ni ralentizaron apreciablemente el avance de la Wehrmacht excep‐
to, por un período, en Smolensk. Estas unidades apresuradamente formadas, pobre‐
mente entrenadas y debilitadas fueron inicialmente arrojadas atropelladamente a las
enormes fauces de la Guerra Relámpago, llevando a Zhukov a comentar que el “regre‐
so [de esta desesperada estrategia] era como se esperaba”.
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La preferencia de mucho tiempo de las fuerzas armadas soviéticas a situar a la gran
mayoría de las defensas permanentes cerca de la frontera proporciona evidencia adi‐
cional de que el Ejército Rojo no contemplaba una defensa en profundidad como una
opción atractiva o necesaria. La decisión en 1940 de construir una segunda línea cerca
de la nueva frontera establecida por la expansión territorial en 1939 y 1940 siguió lógi‐
camente a las anteriores y arriesgadas suposiciones sobre el período inicial de guerra.
Recordando cómo Alemania golpeó a la Unión Soviética durante la desastrosa
transición de una línea a otra, el Mariscal Bagramyan anota en sus memorias que “si
hubiésemos sido capaces de mantener la preparación de combate de las antiguas UR
[áreas fortificadas] hasta que las nuevas estuvieran en servicio, la capacidad defensiva
del Ejército Rojo habría aumentado inmensamente...”. Aunque Bagramyan no cuestio‐
na en principio la decisión de abandonar la antigua “Línea Stalin” ahora profundamen‐
te en el interior (expresando así el extendido prejuicio en el Ejército Rojo para el des‐
pliegue avanzado) otros en los puestos principales del Ejército Rojo aparentemente lo
hicieron.
Según varias fuentes, Shaposhnikov, el jefe del Estado Mayor General durante
la expansión territorial de 1939 y 1940, fue el crítico más franco de la decisión de aban‐
donar la antigua línea defensiva, manteniendo que solamente ligeras tropas de cober‐
tura deberían ser estacionadas en los nuevos territorios. Otra fuente disputa esta ver‐
sión, aunque todavía mantiene que Shaposhnikov abogó por la colocación de las nue‐
vas fortificaciones a unos 25‐30 kilómetros de la frontera, mientras que M. V. Zakharov,
quien trabajó para Shaposhnikov en 1938‐1940, asevera que el jefe del Estado Mayor
General nunca hizo ninguna de estas propuestas. Pero otra fuente informa que Sha‐
poshnikov guió al Directorio Principal de Ingeniería Militar del Comisariado de Defen‐
sa en 1940 para desarrollar –sensiblemente‐ un plan defensivo para la nueva frontera
que demandaba la rápida colocación de campos de obstáculos y el aplazamiento de
proyectos de construcción a largo plazo. Pero Shaposhnikov también ha sido criticado
por algunos de los que supuestamente abogaban por la rápida retirada de los arma‐
mentos de la Línea Stalina hacia las nuevas posiciones defensivas.
Zhukov afirma que él había advertido a los líderes políticos y militares soviéti‐
cos en enero de 1941 que el Ejército Rojo estaba en peligro de cerco en los salientes de
Suvalka y Bialystok, y que las nueva línea defensiva debería de ser construida a 100
kilómetros desde la nueva frontera. Pero Rokossovsky, que una vez había sido el supe‐
rior de Zhukov, es menos caritativo, aduciendo que Zhukov, como jefe del Estado Ma‐
yor General, tenía un “deber sagrado” de argumentar enérgicamente a Stalin los méri‐
tos de la antigua línea defensiva. Similarmente, el Mariscal Voronov criticó a Zhukov y
a Timoshenko por no confrontar a Stalin con la necesidad de adoptar “medidas extra‐
ordinarias para asegurar la preparación para el combate de las Fuerzas Armadas Sovié‐
ticas”.
Es difícil decir cuántos otros en el Ejército Rojo compartían la opinión del Coro‐
nel Leonid Sandalov, jefe del departamento de operaciones del Distrito Militar Especial
Bielorruso en 1940, quien estaba “afligido” por el estado extremadamente poco des‐
arrollado de la infraestructura militar en los nuevos territorios. Aquellos que fueron
asignados para supervisar las nuevas regiones fortificadas estaban ciertamente entre
aquellos más preocupados por las vulnerabilidades de la embrionaria nueva línea. Pe‐
ro aunque las fuerzas principales de los distritos fronterizos estaban estacionadas cerca
de la nueva frontera o detrás de la antigua Línea Stalin, aparentemente ninguno de
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estos individuos, desde Shaposhnikov hasta Sandalov, cuestionaron la postura ofensi‐
va del Ejército Rojo.
Las Implicaciones de la Guerra Relámpago en la Conceptualización Soviética del
Período Inicial de Guerra.
Con las victorias alemanas sobre Polonia y luego Francia, algunos analistas mi‐
litares soviéticos comprendieron que un elemento clave de la Guerra Relámpago Ale‐
mana era la obtención de la completa movilización y el despliegue del grueso de las
fuerzas armadas para el asalto inicial, sugiriendo que la estrategia alemana podía ser
utilizada hasta algún efecto contra la Unión Soviética si las suposiciones claves de pla‐
nificación no fueran reevaluadas. Isserson insistió ahora en que la lección de la derrota
de Polonia por Alemania era que el concepto tradicional de cómo la guerra se desarro‐
llaría debe ser descartado. Señalando que Alemania había logrado la “sorpresa estraté‐
gica” empleando sus fuerzas principales contra Polonia, Isserson sostuvo persuasiva‐
mente que el conflicto germano‐polaco permite una base para la generalización sobre el
carácter del período inicial de la guerra moderna.
Otra voz discrepante procedía de un agente soviético en Francia que parece
también haber capturado la esencia de la Guerra Relámpago alemana, aunque no iden‐
tifica al Schwerpunkt o claramente expresa que las fuerzas principales alemanes habían
sido movilizadas desde el comienzo. Según el informe, cuyo autor es desconocido,
Francia cometió dos errores independientes que llevaron al desastre estratégico y que
eran claros avisos para la Unión Soviética. Francia había esperado varios enfrentamien‐
tos tácticos con Alemania, no un golpe aplastante con fuerzas concentradas alemanas.
Mientras los alemanes desplegaban su “formación estratégica para una batalla decisi‐
va, los franceses redujeron su estrategia a... misiones tácticas”. Francia agravó este
error manteniendo una estrategia de defensa avanzada en la frontera germano‐belga lo
cual negó a las formaciones franceses la capacidad de responder con velocidad y fuerza
a las maniobras de flanqueo alemanas.
El autor del informe sostiene que antes de la guerra, Francia había pronosticado
certeramente que la confianza de Alemania en la Guerra Relámpago como medio para
evitar la lenta estrangulación de un bloqueo por la Royal Navy. No obstante, Francia
fue derrotado no solamente por la habilidad alemana; a pesar de su expectativa de que
Alemania utilizaría la Guerra Relámpago, franceses y británicos fracasaron en “com‐
prender la estrategia de su enemigo”.
En su mayor parte, estos intentos por cuestionar la conceptualización prevale‐
ciente del período inicial de guerra cayeron en oídos sordos, dejando sin ser molesta‐
dos los preceptos dogmatizados de que el territorio soviético nunca sería entregado y
que las rápidas contraofensivas soviéticas forzarían al agresor a combatir en su propio
territorio. Los analistas militares soviéticos generalmente trataron la derrota de Polonia
como la confirmación de las suposiciones de mucho tiempo, particularmente aquellas
asociadas con el concepto de “vpolzanie v voinu”. Un ejemplo representativo es el traba‐
jo de Krasil’nikov sobre la operación ofensiva del ejército, que fue publicado a comien‐
zos de 1940. Krasil’nikov mantenía que la guerra germano‐polaca ilustraba la gastada
proposición de que un número importante de medidas preparatorias serían realizadas
en el período de preguerra. Además, Krasil’nikov sostenía que un ataque sorpresa de
formaciones mecanizadas secretamente concentradas con la capacidad de recorrer rá‐
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pidamente el territorio del defensor haría imposible, a diferencia de la I Guerra Mun‐
dial, para el defensor sacrificar una cantidad relativamente pequeña de territorio para
permitir la movilización y la concentración sin obstáculos en el interior.
A pesar de su énfasis sobre el profundo poder atacante de las fuerzas invasoras,
Krasil’nikov continuó rechazando la posibilidad de que las fuerzas principales pudie‐
sen ser reunidas y desplegadas antes de una invasión. La fase inicial de la guerra era
“el período de las primeras operaciones intensivas de la fuerza aérea, de las flotas, y de
esa parte de las fuerzas terrestres que estarán preparadas al comienzo de las operacio‐
nes militares. El período inicial directa y gradualmente crecerá en el período de opera‐
ciones principales...”. No sorprendentemente, Krasil’nikov sostenía que adelantarse al
enemigo en la tarea del despliegue estratégico permanecía siendo el objetivo central del
defensor durante el período inicial.
Tras la caída de Francia, la mayoría de los teóricos militares y virtualmente todo
el liderazgo militar continuaron centrándose en cuestiones erróneas, fracasando en
reconocer que el éxito de la Guerra Relámpago alemana había dramáticamente elevado
la importancia del período inicial de guerra. Un buen ejemplo de la resistencia del pa‐
radigma tradicional frente a la evidencia compensatoria es el artículo del Coronel A. I.
Starunin publicado en Voennaya Mysl’in a comienzos de 1940. Como Isserson, Starunin
sostenía sensiblemente que las victorias alemanas habían “derribado” la teoría de que
el período inicial de guerra sería dominado por “ejércitos de incursión” encargados de
la toma de importantes objetivos mientras que las fuerzas principales completaban el
proceso de movilización, concentración y despliegue. Starunin señalaba que, por el
contrario, la agresión alemana contra Polonia y Occidente estuvo marcada por ataques
sorpresas con “grandes masas de fuerzas” que habían sido desplegadas antes de la
invasión.
Sin embargo, Starunin violó la lógica de su propio análisis cuando procedió a
generalizar de la experiencia alemana. Trazó una serie de objetivos a ser perseguidos
por el Ejército Rojo que parecían reflejar la expectativa arraigada de un intervalo de
tiempo importante entre el inicio de las hostilidades y el completo despliegue de las
fuerzas principales de los beligerantes: primero, la obtención de la superioridad aérea
para salvaguardar las operaciones aéreas contra el territorio enemigo así como también
la protección de las operaciones de la fuerza terrestre propia; segundo, la desorganiza‐
ción de los movimientos por ferrocarril del oponente durante su intento de efectuar “la
concentración estratégica”; tercero, la toma de regiones estratégicamente importantes
en el territorio enemigo; y finalmente, la derrota de las fuerzas de cobertura enemigas
y, si es posible, la derrota parcial de los ejércitos enemigos en proceso de despliegue a
lo largo de sus direcciones operacionales. Evidentemente, Starunin no apreciaba com‐
pletamente la velocidad potencial y la fuera de un asalto combinado aéreo y blindado.
El liderazgo militar soviético demostró su incapacidad colectiva para compren‐
der las lecciones operacionales y estratégicas de la derrota de Polonia y Francia en la
conferencia de mando de una semana de duración que fue convocada el 23 de diciem‐
bre de 1940. Ya que la conferencia fue dedicada en parte para evaluar las victorias ale‐
manas, es notable que la cuestión del período inicial de guerra fue casi completamente
descuidada. Aunque establecer la estrategia era prerrogativa del liderazgo del partido,
los militares profesionales no eran completamente reacios a discutir cuestiones opera‐
cionales y estratégicas; la subestimación del potencial combativo de Alemania fue al
menos tan significante como los tabúes políticos al debatir conceptos estratégicos.
19
Lecciones fueron sacadas de las experiencias alemanas en Polonia y Francia, pe‐
ro fueron confinadas a los niveles operacional y táctico. El informe de Zhukov sobre
“La Naturaleza de la Operación Ofensiva Moderna” es un importante buen ejemplo.
Aunque Zhukov claramente consideraba mucha de la experiencia alemana en el Oeste
como relevante para la elaboración de la doctrina ofensiva operacional y táctica soviéti‐
cas, se abstuvo estrictamente de considerar las circunstancias en las cuales la guerra
podría desencadenarse, evitando así completamente el problema de si la Unión Sovié‐
tica podría sufrir el mismo destino que Polonia y Francia en el período inicial de gue‐
rra. Como otros oficiales del ejército, evaluó que Alemania había disfrutado “condicio‐
nes extremadamente favorables” en su guerra contra Polonia, mayormente debido a
que los polacos resultaron ser incapaces de defender sus fronteras o controlar, organi‐
zar y emprender operaciones militares modernas. El alto mando polaco, afirmaba
Zhukov, se vino abajo con el primer ataque alemán. A diferencia de Polonia, las demo‐
cracias occidentales poseían la base económica para desarrollar y desplegar tecnología
militar moderna, pero Zhukov mantenía que compartían la incapacidad de Polonia
para realizar operaciones ofensivas activas o para montar una defensa efectiva.
Aunque Zhukov eligió esquivar la cuestión de las operaciones ofensivas sovié‐
ticas durante el período inicial de guerra, ello fue asumido por el General P. S. Klenov,
el jefe del estado mayor del Distrito Militar Especial Báltico. Reprochando suavemente
a Zhukov por discutir las operaciones ofensivas sin referencia al contexto estratégico,
Klenov caracterizó el período inicial como el “más crucial de una guerra”. Klenov no
creía, sin embargo, que un intento de invadir la Unión Soviética podría proceder a lo
largo de las mismas líneas como en Polonia. Desestimando las conclusiones del Novye
formy bor’by (Nuevas Formas de Guerra) de Isserson como “apresuradas” generaliza‐
ciones sobre el conflicto germano‐polaco, Klenov trazó la distinción estándar soviética
entre estados fuertes y estados débiles. Careciendo de “vigilancia” y de adecuada inte‐
ligencia militar, Polonia cayó fácilmente ante la Guerra Relámpago Alemana. Por con‐
traste, cualquier “estado digno” tal como la Unión Soviética, el cual no solamente era
vigilante sino que disponía de recursos militares y económicos equivalentes o mayores
que el agresor, sería capaz de negar a un oponente el elemento de sorpresa. Igualmente
un estado fuerte actuaría rápidamente en el período inicial de guerra para “frustrar...
[al atacante] en el logro de sus objetivos” realizando operaciones a lo largo de las líneas
sugeridas por Starunin. La suposición de Klenov de que la Unión Soviética sería toda‐
vía capaz de adelantarse al despliegue principal estratégico de Alemania después del
inicio de las hostilidades no fue cuestionado por ninguno de los participantes en la
conferencia.
Es revelador que Klenov, en su rechazo a las ideas heterodoxas de Isserson, evi‐
tara cualquier referencia a la campaña alemana en Francia. Zhukov se refirió a Francia,
pero incongruentemente racionalizó su derrota sugiriendo que era un estado débil, a
pesar del hecho de que antes de mayo de 1940 Francia era generalmente considerada
como “fuerte”. Sinceramente, algo de lo que las elites militares soviéticas atribuyeron a
la “debilidades” francesas era razonable. La mala inteligencia, los errores de cálculo
estratégicos y una doctrina militar anticuada por parte del ejército francés ayudaron a
facilitar el éxito de la Wehrmacht. En este sentido, el fracaso del análisis militar soviéti‐
co descansó sobre omisiones y un énfasis inoportuno más que una distorsión completa
de los hechos. Por ejemplo, el Estado Mayor en uno de sus evaluaciones operacionales
en 1940 concluyó que Alemania fue victoriosa en Occidente gracias a “circunstancias
20
extremadamente favorables” y “sucesos aleatorios fortuitos”. No obstante, el análisis
era más distorsionado que equilibrado, permitiendo al Ejército Rojo contemplar las
campañas de Alemania como relativamente anómalas y preservando así su propio
concepto de guerra.
Aunque los participantes en la conferencia de mando demostraron una aprecia‐
ción de la necesidad de operaciones defensivas, la influencia del dogma y el paradigma
estándar permanecieron fuertes. Meretskov reconoció en su conferencia que hasta re‐
cientemente el Ejército Rojo había estado en absoluto dispuesto incluso a discutir la
posibilidad de que “podamos tener que estar a la defensiva”. Además, no fue hasta la
derrota de Polonia y Francia que el Ejército Rojo, según Meretskov, consideró seria‐
mente la posibilidad de que una fuerza atacante pudiesen penetrar una zona defensiva
principal del ejército. Ninguna de estas nuevas percepciones, sin embargo, fueron apli‐
cadas en el nivel estratégico del análisis y por consiguiente no forzaron una reevalua‐
ción de la doctrina del Ejército Rojo, ni durante la conferencia o después.
V. D. Sokolovsky, entonces jefe del estado mayor del Distrito Militar de Moscú, fue el
único participante en inyectar una nota provocativa de realismo en la discusión del
informe sobre operaciones defensivas entregado por I. V. Tyulenev, comandante del
Distrito Militar de Moscú. Desafiando uno de los dogmas fundamentales de la doctrina
operacional, Sokolovsky afirmaba que “la resistencia tenaz no consiste en defender
cada pulgada de terreno”. Señalaba que aunque era “imposible” basar la defensa ope‐
racional y táctica sobre la suposición de que el territorio tenía que ser mantenido a todo
coste, era precisamente este enfoque el que influenciaba mucho a la planificación y
entrenamiento militar soviético. Como consecuencia, el Ejército Rojo había perdido de
vista su prioridad principal, que era inflingir las mayores bajas posibles al enemigo y
luego realizar la transición a la ofensiva. Sokolovsky sugirió que sin flexibilidad en la
defensa táctica y operacional, el Ejército Rojo no podía esperar logar cualquiera de es‐
tos objetivos. Aunque no abordó la cuestión relacionada, y más sensible, del requeri‐
miento para una defensa estratégica, el comentario de Sokolovsky era como un rayo de
luz aislado atravesando el cielo.
El Mariscal S. K. Timoshenko, dirigiéndose a la conferencia de mando en su conclu‐
sión, capturó la falta de predisposición del liderazgo militar a reconsiderar las suposi‐
ciones de planificación establecidas cuando declaró que las campañas alemanas de
1939 y 1940 no habían revelado nada nuevo en la esfera de la estrategia. El comisario
de defensa ofreció una detallada revisión del arte operacional ofensivo y defensivo,
señalando las lecciones de las campañas alemanas y de la guerra soviética contra Fin‐
landia. Sin embargo, refiriéndose al debate que había precedido a la conferencia, Ti‐
moshenko rechazó las afirmaciones del puñado de analistas militares que enfatizaban
“la crisis de la defensa moderna” sacada a la luz por la derrota de Polonia y Francia.
Tranquilizó a los participantes en la conferencia en que el fallo residía en Polonia y
Francia, que habían sido incapaces de suministrar el “rechazo necesario” al Ejército
Alemán. Haciéndose eco del informe de Tyulenev, Timoshenko mantenía que Francia
habría requerido una defensa multi‐escalonada con suficientes reservas. Con respecto a
las relaciones fuerza‐espacio soviéticas, sin embargo, el comisario de defensa soviético
encontró la prescripción de 120 kilómetros de Tyulenev para la profundidad operacio‐
nal de un ejército “poco realista” pues llevaría a una imprudente dispersión de las
fuerzas terrestres. Pero Timoshenko, como Tyulenev, titubeó en la cuestión clave de la
profundidad, al no abordar el problema de las opciones estratégicas en el comienzo de
21
la guerra. La revisión de Timoshenko de las operaciones ofensiva y defensiva, que in‐
cluía un bosquejo de un esquema multi‐escalonado para la operación de penetración
de un grupo móvil de ataque, podría haber lógicamente servido como la base para lan‐
zar un debate del período inicial de guerra, pero el comisario de defensa dejó pasar la
oportunidad. En conclusión, Timoshenko simplemente anotó que la conferencia había
generado opiniones “objetivas y bien fundadas” que acelerarían la reforma del Ejército
Rojo que había estado en marcha durante los pasados seis meses.
La conferencia de mando concluyó el 31 de diciembre y al día siguiente, el pri‐
mero de los dos juegos estratégicos de guerra sobre mapas fue jugado en el cuartel ge‐
neral del Estado Mayor General bajo la dirección de Timoshenko. El segundo juego
tuvo lugar una semana después. Los principales jugadores en ambos ejercicios fueron
Zhukov y Pavlov. En el primer juego, el atacante bando “Occidental” (Alemania) esta‐
ba mandado por Zhukov, mientras el defensor bando “Oriental” (la Unión Soviética)
estaba dirigido por Pavlov. Los jugadores cambiaron de bando para el segundo en‐
cuentro.
Dadas sus mayores habilidades, Zhukov fue más exitoso como atacante y de‐
fensor que Pavlov. En el primer juego, Zhukov finalmente derrotó el intento de Pavlov
de rodear y destruir a sus fuerzas con una contraofensiva en Prusia Oriental. En el se‐
gundo juego, Zhukov, ahora el defensor, lanzó un atrevido contraataque a través de la
frontera húngara en dirección a Budapest. Los esfuerzos de Pavlov para bloquear esta
operación fueron aplastados, pero el juego terminó antes de que el resultado de la
acometida de Zhukov fuera completamente decidido.
A pesar de los dos resultados muy diferentes para el bando “Oriental” o sovié‐
tico en los juegos, ambos ejercicios fueron similares en su fracaso para considerar con‐
tingencias realistas. Más importante, los juegos de guerra no emplearon escenarios que
incorporaran completamente la experiencia de las operaciones alemanas en el Oeste,
evitando así la importancia de la sorpresa, masa y poder atacante en la Guerra Relám‐
pago alemana. Ni los juegos revelaron ningún reconocimiento del defecto de que el
Ejército Rojo, como su predecesor zarista, era lento, ineficiente y voluminoso. La derro‐
ta de Francia por Alemania y la pírrica victoria de la Unión Soviética en la Guerra de
Invierno habían demostrado que el Ejército Rojo estaba poco preparado para la guerra
moderna; no obstante, los comandantes soviéticos continuaron adhiriéndose a una doc‐
trina obsoleta que asumía una más lenta que realista tasa de avance por el enemigo y la
capacidad del defensor soviético para detener al invasor cerca de la frontera y hacerle
retroceder a través de ésta. En los juegos de guerra, por consiguiente, la conceptualiza‐
ción estándar del período inicial permaneció sin cambiar. En el primer juego, Pavlor, el
defensor “Oriental”, lanzó exitosamente una rápida contraofensiva profunda en Prusia
Oriental pero después fue superado en estrategia por Zhukov en el campo de batalla.
En el segundo juego, el invasor “Occidental” (Pavlov) comenzó las operaciones en el
frente sudeste en la hipotética fecha del 1 de agosto de 1941 con una ofensiva contra
concentraciones enemigas en la región de Lvov‐Ternopol. Sin embargo, la fuerte resis‐
tencia montada por el defensor cerca de Lvov, seguida por contraofensivas, destruyó a
20 divisiones de infantería enemigas en una semana. Esta ordenada y efectiva respues‐
ta a la Guerra Relámpago en el período inicial de guerra –sobre mapas‐ tuvo poco en
común con el caos, la confusión y la precipitada retirada soviética que siguieron a la
invasión alemana del 22 de junio.
22
Los Planes Soviéticos de Guerra en Vísperas de Barbarroja.
Los planes soviéticos de guerra son la prueba más convincente del prejuicio
ofensivo del Ejército Rojo y del fracaso consistente de las fuerzas armadas soviéticas en
considerar sistemáticamente una defensa en profundidad. Realizando una defensa “te‐
naz” cerca de las fronteras, atacando a un agresor rápida y decisivamente, o comba‐
tiendo en el suelo enemigo –todos ellos elementos de los planes soviéticos de guerra en
los años de preguerras‐ no son objetivos militares necesariamente poco realistas. Pero
se convertían en ello si las condiciones cambiadas invalidaban las presunciones origi‐
nales y las premisas que apoyaban a tales objetivos.
Los planes soviéticos de guerra en los últimos años de entreguerras fueron modelados
por una conceptualización del período inicial de guerra que había quedado obsoleto
pero que sobrevivía como dogma. Este desarrollo explicar las sorprendentes similitu‐
des entre los sucesivos planes de guerra en términos de sus presunciones centrales y
objetivos. También ayuda a explicar porqué las fuerzas armadas soviéticas fracasaron
en apreciar el poder atacante inicial de la moderna guerra mecanizada, dejando sin ser
molestado el precepto de que “ni una pulgada” de territorio soviético sería entregado
al invasor.
A pesar de su notable actuación en los juegos estratégicos de mapa, Zhukov,
junto con sus colegas, habían fracasado en entender que la Guerra Relámpago era un
desafío fundamental al paradigma estándar del período inicial de guerra. Todavía creí‐
an que “la guerra entre grandes potencias como Alemania y Rusia comenzaría como se
imaginó previamente: las fuerzas principales se enfrentarían varios días después de los
combates fronterizos”.
Un estudio de posguerra de la estrategia militar soviética bajo la dirección de
Sokolovsky, anota que en vísperas de la guerra con Alemania, se creía...que la guerra
como regla será iniciada por sorpresa con respecto al contenido y naturaleza del perío‐
do inicial de guerra... Se propuso durante esta época desplegar a las fuerzas de cober‐
tura y lograr superioridad aérea, con la simultánea iniciación de la movilización, con‐
centración y despliegue de las fuerzas principales. Así, solamente operaciones militares
limitadas deberían tener lugar durante el período inicial. Esta errónea opinión del con‐
tenido del período inicial de la guerra debía de ejercer una negativa influencia sobre la
preparación de nuestras Fuerzas Armadas.
A. M. Vasilevsky, quien se convirtió en primer subdirector del directorio de
operaciones del Estado Mayor General en abril de 1940, señaló que los planes soviéti‐
cos de guerra en 1941 especificaban de 10 a 15 días entre el comienzo de la guerra y el
comienzo de las operaciones a plena escala, mientras que el estudio de Sokolovsky
declaraba que este intervalo era esperado que se extendiera de 15 a 20 días. El historia‐
dor S. P. Ivanov se refiere a la expectativa de que la fase inicial de la guerra duraría “no
menos de dos semanas”. Estas discrepancias menores reflejan aparentemente interpre‐
taciones marginalmente diferentes de lo que constituía el “despliegue completo”. Pero
es significativo que ninguna de estas fuentes echen la culpa principal a Stalin o al sis‐
tema estalinista por la ausencia de un análisis estratégico realista sobre esta cuestión
crítica.
La planificación soviética de guerra en los últimos años de entreguerras asumía que la
Unión Soviética sería atacada por una coalición anti‐soviética dirigida por Alemania y
que, a pesar de la intrusión japonesa en el Extremo Oriente, el teatro occidental de gue‐
23
rra suponía la mayor amenaza para la seguridad soviética. Así, el plan trazado bajo la
dirección de Shaposhnikov en 1938 y aprobado por Stalin en noviembre de ese año
visualizaba una fuerza combinada germano‐polaca de unas 90 divisiones cuyo avance
principal se esperaba que golpeara al Distrito Militar Bielorruso, o Frente Oeste. Como
Tukhachevsky y Uborevich antes que él, Shaposhnikov asumió que el Schwerpunkt
alemán se dirigiría a lo largo del eje central (Minsk‐Smolensk) hacia Moscú. El plan
Shaposhnikov también contenía una segunda variante en la cual concentraciones ale‐
manes en el sudeste de Polonia y posiblemente Rumania atacarían hacia Kiev. En este
escenario, evidentemente considerado menos probable por Shaposhnikov y el directo‐
rio de operaciones, la contraofensiva soviética sería dirigida hacia Lvov y el Vístula.
La suposición central del plan era que las fuerzas de los frentes occidentales ra‐
lentizarían significativamente la tasa de avance de los invasores hasta que el cuerpo
principal del Ejército Rojo fuera movilizado y desplegado hacia los sectores amenaza‐
dos en un período de aproximadamente 20 días. Las tropas recién llegadas se unirían
entonces a las fuerzas de cobertura, y en una serie de golpes más potentes harían retro‐
ceder a las fuerzas polacas y alemanas a través de la frontera en una ofensiva decisiva.
Este escenario, que era demasiado ambicioso en su programa de movilización, reflejaba
no obstante la doctrina establecida y fue llevado al plan de 1939. Por lo tanto, también,
era de esperar que a una alianza de Alemania y Polonia, entonces contemplada como la
amenaza principal, se le unirían los Estados Bálticos y Finlandia en una coalición anti‐
soviética.
El plan de 1939 encargaba a los distritos militares fronterizos defender “tenaz‐
mente” la frontera e impedir que el enemigo combatiera en suelo soviético; desorgani‐
zar la concentración y el despliegue de las fuerzas del agresor; y transferir rápidamente
a la ofensiva y derrotar al enemigo en su territorio. En su evaluación de los capacida‐
des de los probables adversarios soviéticos, el documento calculaba que Alemania re‐
queriría aproximadamente 21 días para desplegar al grueso de sus fuerzas principales
contra la Unión Soviética. Un período de tiempo en similar general fue aplicado a las
reservas del Ejército Rojo para el Frente Oeste (los 7, 3, 11, 10 y 4 Ejércitos) que debían
pasar a la ofensiva comenzando en la mañana de M + 19.
Continuidades básicas con planes anteriores eran también evidentes en la expectativa
de que las fuerzas de cobertura del Ejército Rojo desorganizarían activamente el des‐
pliegue alemán. Tukhachevsky habría estado complacido al hallar que el plan deman‐
daba cinco “grupos de incursión”, sacados de las fuerzas de cobertura de los distritos
fronterizos, para estar posicionados justo en la frontera y preparados el M + 3 para
hacer retroceder al agresor y luego cruzar la frontera para atacar a sus fuerzas aún con‐
centrándose. De nuevo, la planificación soviética extendía ventajosas circunstancias
para el Ejército Rojo mientras evitaba la posibilidad de que sus suposiciones centrales
descansaran sobre arenas movedizas.
El siguiente gran plan de despliegue entregado fue entregado por Meretskov, el
nuevo jefe del Estado Mayor General, a Stalin y a Molotov el 18 de septiembre de 1940.
En el intervalo entre 1938 y finales de 1940, Alemania había destruido a Polonia y rápi‐
damente subyugado a Francia, y el Estado Mayor General ahora preveía una alianza de
Alemania con los oportunistas estados de Finlandia, Hungría y Rumania. La contribu‐
ción militar combinada de estos estados a una invasión alemana de la Unión Soviética
era estimada en 60 divisiones de infantería, 550 tanques y 1.700 aviones, llevando el
total de los efectivos del Eje a 233 divisiones, 10.550 tanques y 15.100 aviones. Fue tam‐
24
bién asumido que la Unión Soviética tendría que combatir en una guerra de dos fren‐
tes, con los japoneses esperándose que emplearan hasta 30 divisiones de infantería,
1.200 tanques y tanquetas, 850 cañones pesados y 3.000 aviones de combate contra la
URSS en el curso de 25 a 30 días.
Sin embargo, el nuevo plan evitaba las implicaciones de cambios más importan‐
tes en la situación estratégica que afectaban a la seguridad soviética. Aunque las adqui‐
siciones territoriales del pacto Nazi‐Soviético de 1939 eran de un beneficio muy mixto,
dejando a la Unión Soviéticas con débiles fortificaciones y una mala red ferroviaria a lo
largo de la nueva frontera, y aunque la Unión Soviética ahora compartía una larga
frontera con su adversario principal, Meretskov y Timoshenko no iniciaron una recon‐
sideración de las suposiciones que sustentaban planes anteriores. Como ha sido mos‐
trado, incluso la rápida derrota de Francia tuvo poco efecto sobre cómo el Estado Ma‐
yor General conceptualizó el período inicial de guerra. Así, el plan de 1940 ajustaba
pero no revisaba radicalmente las anteriores estimaciones de tiempos de despliegue
para la Wehrmacht. Allí donde el plan de 1938 preveía aproximadamente tres semanas
para el despliegue de las fuerzas enemigas, la versión de septiembre de 1940 asumía un
período de 10‐15 días.
En su primaria o “primera” variación de despliegue, el plan de septiembre de
1940 asignaba la parte del león de las operaciones ofensivas al Frente Sudoeste, aunque
los tres frentes occidentales se esperaba que ayudaran a neutralizar a las fuerzas de la
Wehrmacht. En el caso de guerra, las fuerzas de cobertura del Distrito Militar Especial
de Kiev, ahora transformado en el Frente Sudoeste, montaría una “activa, tenaz” resis‐
tencia, protegiendo el despliegue de sus fuerzas principales. Con el despliegue comple‐
to, los ejércitos del frente, en coordinación con el flanco izquierdo de los ejércitos del
Frente Oeste, debían de avanzar a través del sur‐este de Polonia y enfrentarse a las tro‐
pas alemanas acumuladas en la región de Lublin en una batalla “decisiva”. Este fuerza
luego atacaría hacia el sur‐oeste, en la dirección a Cracovia y Bratislava, separando a
Alemania de sus aliados balcánicos (y de las vitales materias primas para la Wehr‐
macht) según avanzaban. Un objetivo final para el frente implicaba una vasta maniobra
giratoria por sus ejércitos y luego una marcha hacia la región Oder‐Breslau, en Alema‐
nia.
La segunda variante del plan de septiembre de 1940 asumía que el esfuerzo
principal del Ejército Rojo estaría localizado al norte de Brest‐Litovsk. Se previeron
contraofensivas lanzadas por el Frente Noroeste atacando a las fuerzas principales
alemanas concentradas en Prusia Oriental. En cuanto a los frentes del Ejército Rojo si‐
tuados hacia el sur, primero se comprometerían en una defensa operacional y luego
lanzarían contraofensivas en la Polonia ocupada por los alemanes. En ambas variantes,
estaba claro que el directorio de operaciones del Estado Mayor General estaba contan‐
do con un orden oportuno, basado sobre inteligencia de concentraciones alemanas,
para movilizar distritos militares occidentales.
Un borrador temprano del plan de septiembre de 1940 preparado bajo la guía
de Shaposhnikov, aparentemente datando de antes de julio del mismo año, difería
principalmente en la suposición de que Alemania dirigiría sus ataques principales en el
norte desde Prusia Oriental a través de Lituania en la dirección hacia Riga, Kovno, Vil‐
na y además hacia Minsk y en el oeste, en el frente Belostok‐Brest, sobre el eje estratégi‐
co de Baranovichi y Minsk. Durante su reunión con Meretskov a finales de septiembre
de 1940 para discutir el plan de despliegue, Stalin estuvo preocupado con estas anterio‐
25
res suposiciones y firmemente rechazó el escenario de que el principal ataque de Ale‐
mania sería contra Moscú a lo largo del eje Misnk‐Smolensk. En lugar de ello, el dicta‐
dor esperaba que el ataque principal alemán llegaría en el sudoeste. La decisión de
Stalin estuvo influenciada por dos grandes consideraciones: primero, los requerimien‐
tos de una guerra prolongada con la Unión Soviética influiría en Hitler para intentar
tomar los recursos agrícolas, industriales y de combustible de Ucrania y el Cáucaso; y
segundo, la fuerte presencia alemana en los Balcanes proporcionaría un trampolín pre‐
parado para un ataque en esta dirección. Además, Stalin podría también haber creído
que la extensión plana de la región, que era terreno ideal para las divisiones panzer
alemanas, daría a Hitler un incentivo para elegirla como ruta principal de invasión.
Estas consideraciones estaban probablemente reforzadas por los propios recuerdos del
dictador de su servicio en los Frentes Sur y Sudoeste durante la Guerra Civil cuando la
lucha por el grano y el carbón de Ucrania había sido de importancia decisiva para la
supervivencia del estado bolchevique.
La opinión de Stalin fue incorporada al nuevo plan vuelto a entregar por Me‐
retskov el 14 de octubre de 1940. A pesar de la acumulación de inteligencia militar a
comienzos de 1941 de que la fuerza principal de la Wehrmacht estaba concentrándose
delante del Distrito Militar Especial Oeste, Stalin no pudo dar marcha atrás a su deci‐
sión y el liderazgo militar no parece haber presionado muy duro, si del todo, por una
reconsideración. La única aparente excepción fue Zhukov, quien durante el juego de
guerra sobre mapas a comienzos de enero de 1941montó su ataque principal a lo largo
de los mismos ejes que aquellos elegidos por la fuerza principal de invasión alemana
casi seis meses después. Según Zhukov, la “configuración de nuestras fronteras, el te‐
rreno y otras consideraciones –todas ellas me sugirieron precisamente aquellas deci‐
siones que fueron después tomadas por los alemanes”.
En la primavera de 1941, el departamento de operaciones del Estado Mayor General,
ahora dirigido por Zhukov, produjo un nuevo documento que proporcionaba más
orientación sobre los planes de guerra. Este documento final en vísperas de la guerra
seguía el modelo de despliegue general que había sido establecido por el Estado Mayor
General y preservaba las suposiciones centrales de planes anteriores. Así, las fuerzas
soviéticas en los distritos occidentales debían de ser desplegadas en una defensa esca‐
lonada. El primer escalón de las fuerzas de cobertura comprendían divisiones y briga‐
das de fusileros desplegadas desde la frontera hasta una profundidad de 25 kilómetros.
Las fuerzas del segundo escalón, compuestas de cuerpos mecanizados y cuerpos de
fusileros, alineadas desde una profundidad de 25 a 75 kilómetros. Las reservas de dis‐
trito formaban el tercer escalón y mantenían formaciones adicionales de fusileros y
mecanizadas en profundidades de hasta 400 kilómetros. Juntos, estos tres escalones
formaban el “primer escalón estratégico” del Ejército Rojo. El “segundo escalón estra‐
tégico”, compuesto por ejércitos sacados de los distritos militares interiores, debía de
formar un mando a lo largo de la línea Dnepr‐Dvina Occidental.
El directorio de operaciones del Estado Mayor General acentuó la importancia
de la movilización secreta, concentración y despliegue de las fuerzas soviéticas para
ganar la carrera para adelantarse a las fuerzas principales de la Wehrmacht, y asumió
que los primeros días del período inicial de guerra implicaría primariamente choques
fronterizos, aunque intensos. Las fuerzas de los distritos militares fronterizos (el “pri‐
mer escalón estratégico”) deberían contener el ataque inicial en o cerca de la frontera,
protegiendo así la concentración y despliegue de las fuerzas principales del Ejército
26
Rojo y creando condiciones favorables para asestar una contraofensiva de represalia.
Esto debía de ser logrado realizando una fuerte defensa a lo largo de la frontera que
confiaba en la protección de las “áreas fortificadas” y las fortificaciones de campaña, y
obteniendo la supremacía aérea, permitiendo así al Ejército Rojo localizar y desorgani‐
zar al cuerpo principal de las fuerzas enemigas. En el caso en que el frente soviético
fuera penetrado por formaciones mecanizadas enemigas, los cuerpos mecanizados y el
poder aéreo soviéticos estaban encargados de contener rápidamente la penetración. Las
unidades de los distritos militares debían entonces iniciar contraofensivas y llevar las
operaciones de combate a territorio enemigo. Los ejércitos soviéticos posicionados a lo
largo del Dnepr debían de ayudar en esta tarea.
La orientación de mayo de 1940 sobre el plan de guerra demandaba específicamente
dos contragolpes soviéticos contra fuerzas alemanas en la Polonia ocupada. El ataque
principal, por fuerzas del Frente Sudoeste, debía de atacar en la dirección de Cracovia
y Katowice (como en el plan de Meretskov), cortando las líneas de comunicaciones
entre la Polonia ocupada por los alemanes y los aliados de Alemania, Eslovaquia, Ru‐
mania y Hungría. El ataque secundario, lanzado por el ala izquierda del Frente Oeste,
debía de destruir a las principales concentraciones de la Wehrmacht a lo largo de la
línea Varsovia‐Demblin y apoyar al Frente Sudoeste atacando a la principal concentra‐
ción alemana en la región de Lublin. Una defensa activa debía de ser montada en los
flancos de la operación, contra Finlandia, Hungría y Rumania, y contra Prusia Oriental.
Fuerzas soviéticas debían de estar preparadas para lanzar “asaltos concentrados” co‐
ntra las grandes fuerzas del Eje estacionadas en Rumania.
En cuatro semanas, se esperaba que el Ejército Rojo alcanzara la Polonia ocupa‐
da, el arco formado por los puntos de Ostralenko, el río Narew, Lovich, Lodz, Kreuz‐
berg y Oppelin. Comenzando el día 30, la segunda fase de la operación preveía ataques
del Ejército Rojo hacia el norte y el noroeste desde la línea Katowice‐Lodz. El “objetivo
estratégico final” para el Ejército Rojo era arrebatar la Polonia ocupada y Prusia Orien‐
tal a Alemania.
En su esencia, los objetivos estratégicos del documento de mayo de 1941 recordaban
fuertemente a los del plan de 1940 trazado por Meretskov y Timoshenko. Aunque el
plan de 1940 era menos preciso en términos de objetivos geográficos específicos, esto
era probablemente debido al hecho de que Alemania todavía tenía que concentrar sus
fuerzas en Polonia contra la Unión Soviética. Ambos planes previeron poderosos ata‐
ques contra concentraciones alemanas en la región de Cracovia, así como también ata‐
ques hacia el sur pretendidos para separar a Alemania de sus aliados del Eje.
Los ejercicios en los distritos militares fronterizos en los meses anteriores a la
invasión alemana reflejaron la suposición planificadora central del Alto Mando de que
los ejércitos de cobertura soviéticos sostendrían la línea contra un ataque alemán y lue‐
go realizarían una rápida transición a la ofensiva. Sandalov recuerda que el Cuarto
Ejército, uno de los cuatro ejércitos asignados al Distrito Militar Especial Oeste (ZapO‐
VO) mandado por Pavlov, participó en varios ejercicios de campaña del distrito y en
juegos de mapas que estaban orientados solamente a operaciones contraofensivas. Se‐
gún Sandalov, que era entonces jefe de estado mayor del Cuarto Ejército, los planes
operacionales para el período inicial de guerra preveían una “ligera” retirada del ejérci‐
to, la rápida y ordenada llegada de refuerzos desde el interior del distrito, y el lanza‐
miento de una contraofensiva que hiciera retroceder al enemigo a través de la frontera.
27
En justicia al liderazgo del Ejército Rojo, sus suposiciones de planificación esta‐
ban basadas en parte en la expectativa de que los esfuerzos alemanes para posicionar a
la Wehrmacht para una invasión serían detectados y que el alto mando soviético sería
capaz de responder a tiempo para movilizar al primer escalón estratégico en los distri‐
tos fronterizos y preparar a las fuerzas principales del Ejército Rojo en el interior. El
plan del 15 de mayo de 1941 declaraba que el éxito de las ambiciosas contraofensivas
soviéticas dependería de la oportuna y secreta movilización y concentración de las
fuerzas de cobertura y principales.
Los persistentes esfuerzos de Zhukov y de otros altos oficiales para lograr estos
objetivos de preparación dieron algunos resultados. A mediados de marzo de 1941,
Zhukov y Timoshenko abordaron a Stalin con una solicitud para llamar a los reservis‐
tas para rellenar las divisiones en los distritos militares fronterizos. Stalin al principio
rechazó la propuesta como potencialmente provocativa, pero cedió dos semanas des‐
pués y permitió la incorporación a filas de 500.000 reservistas. Varios días después,
Stalin permitió que otros 300.000 reservistas fueran vueltos a llamar al Ejército Rojo.
En encuentros mantenidos el 10, 12, 19, 23 y 24 de mayo, Zhukov y Timoshenko
presionaron a Stalin para que expandiera estos esfuerzos todavía más. Zhukov mantie‐
ne que informó a Stalin de que los distritos militares occidentales no serían capaces de
resistir un ataque alemán y que varios ejércitos deberían ser llevados hacia delante
desde el interior. Según Zhukov, tras varias “largas y más que acaloradas” discusiones
con el dictador, Stalin de nuevo cedió, pero advirtió que los movimientos de tropas
serían ejecutados en estricto secreto operacional. Esto abrió el camino para importantes
medidas de movilización y redespliegue. El 13 de mayo, el Estado Mayor General emi‐
tió una directiva para la transferencia de cuatro ejércitos y un cuerpo de fusileros esta‐
cionados en los distritos militares Cáucaso Norte, Volga y Ural a la línea Dnepr‐Dvina
Occidental para formar un Frente de Ejércitos de Reserva.
Sin embargo, Stalin estaba poco dispuesto a ir mucho más allá de estas medidas
y cuidadosamente escudriñó subsiguientes propuestas por su provocativo contenido.
Los intentos en junio por M. P. Kirponos, el comandante del Distrito Militar de Kiev,
para alertar cautelosamente al distrito y trasladar a las tropas más cerca de la frontera
fueron detectados por el NKVD e inmediatamente detenidos. Y cuando Timoshenko el
13 de junio solicitó permiso para alertar y desplegar a las fuerzas soviéticas como me‐
dida de precaución, Stalin respondió al día siguiente: “¿Usted propone la movilización
y trasladar a las tropas a la frontera occidental? ¡Eso significa la guerra! ¿No lo com‐
prende?”.
Tales medidas habrían significativamente alterado las posibilidades del Ejército
Rojo en junio de 1941, permitiendo la distribución de munición y la concentración de
formaciones. Pero las disposiciones de las fuerza soviéticas todavía invitaban al desas‐
tre y se toparon contra la política alemana de Stalin. Estaba claro para el liderazgo mili‐
tar desde 1940 que la estrategia política de Stalin era evitar la guerra a todo coste. Así,
Meretskov informa que Stalin se negó a permitir a él o a Timoshenko ordenar los jue‐
gos de guerra bielorrusos a mediados de 1940 por miedo a provocar a Hitler. Dado el
deseo de Stalin para eliminar cualquier apariencia de provocación, el Ejército Rojo de‐
bería haber comprendido que suposiciones estratégicas originales estaban obsoletas y
que una defensa estratégica era una aproximación más racional a la amenaza alemana.
Pero esto habría requerido al ejército descartar su arraigada devoción a las contraofen‐
sivas rápidas, que dependían de una rápida movilización y del despliegue avanzado.
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El fracaso de los líderes militares para ajustar sus suposiciones estratégicas y preferen‐
cias a la política estratégica de Stalin, y mucho menos a comprometerse en una reexa‐
minación de los riesgos inherentes y de las suposiciones peligrosamente obsoletas de
su propio concepto de guerra, dejaba al Ejército Rojo mal preparado para la invasión
alemana.
Zhukov y el Plan para Adelantarse a la Operación Barbarroja.
El despliegue avanzado del Ejército Rojo en junio de 1941 ha sido contemplado
por algunos como prueba de que Stalin planeaba atacar a Hitler antes del lanzamiento
de la Operación Barbarroja. Hay poca evidencia que apoye esta posición, que parece
ser impulsada más por políticas exculpatorias y animosidades ideológicas que por
buena erudición. Sin embargo, la anticipación era un elemento importante en el pen‐
samiento militar soviético sobre el período inicial de guerra, aunque fue incorporado
en los planes oficiales solamente en términos de anticiparse al despliegue de las fuerzas
principales del enemigo después de que hubiese iniciado un acto de agresión. Este fue
el intento estratégico de los planes soviéticos de guerra a comienzos de 1941. En mayo
de 1941, el directorio de operaciones del Estado Mayor General llevó este enfoque un
paso más allá y trazó una propuesta para un ataque preventivo contra las divisiones
alemanas concentrándose a lo largo de la frontera soviética. Según algunos relatos, esta
propuesta fue enviada a Stalin por el entonces Jefe del Estado Mayor General Georgii
Zhukov. El documento es realmente un duplicado exacto de secciones de la orientación
del plan de guerra (Soobrazheniya) que Timoshenko y Zhukov entregaron a Stalin el
mismo mes.
Hay varias cuestiones sin responder sobre esta “plan” de prevención, que es
comúnmente atribuido a Zhukov. Aunque la firma de Zhukov no aparece en el docu‐
mento, contiene correcciones menores del Teniente General N. F. Vatutin, su ayudante
y jefe del directorio de operaciones del Estado Mayor General, que fuertemente sugie‐
ren que Zhukov era al menos uno de sus principales defensores. Más problemático es
si la propuesta debe ser considerada un plan, ya que no abarca ninguna directiva, care‐
ce de documentos de apoyo y sellos oficiales, y puede incluso no haber sido revisado
por Stalin. En este sentido, la propuesta era menos un plan que un documento de tra‐
bajo para uno.
No obstante, el documento claramente demuestra que Zhukov, Timoshenko y
otros comprendieron que la guerra con Alemania era inminente. También proporciona
evidencia adicional de que las relaciones civiles‐militares bajo Stalin era más complejas
de lo que a menudo son retratadas por eruditos occidentales. Zhukov y algunos de sus
colegas estaban dispuestos a disentir, si bien respetuosamente, con la posición de Stalin
en varias cuestiones, incluyendo las perspectivas de guerra con Alemania en 1941. Pero
Stalin todavía mantenía el poder para rechazar la propuesta preventiva, lo cual aparen‐
temente hizo si lo vio, creyendo que aunque la guerra con Alemania era inevitable,
todavía no era inminente.
Quizás más importante, el documento arroja más luz sobre las limitaciones con‐
ceptuales y cognitivas que acosaban a Zhukov y sus colegas. La evidencia sugiere que
la propuesta preventiva de Zhukov no era una comprensión de último momento de
que la Wehrmacht era capaz de ejecutar un ataque concentrado de escala enorme sobre
ejes seleccionados que las formaciones del Ejército Rojo desplegadas en avanzada serí‐
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an incapaces de absorber o de repeler fácilmente. De hecho, aunque los líderes del Ejér‐
cito Rojo creyeron que había ventajas sustanciales en tomar la iniciativa desde el co‐
mienzo, todavía sostenían que un importante intervalo de tiempo separaría el inicio de
las hostilidades y el enfrentamiento de las fuerzas principales de los beligerantes.
Zhukov, Timoshenko y otros líderes militares estaban perturbados de modo
comprensible en que Stalin, que temía que los movimientos inusuales del Ejército Rojo
pudieran provocar que Hitler atacara, prohibiera la rápida movilización del Ejército
Rojo. Pero este persistente obstáculo político a la movilización no indujo al liderazgo
militar a abordar la necesidad de una defensa estratégica y descartar las presunciones
de mucho tiempo sobre la capacidad del Ejército Rojo para desarrollar contraofensivas
inmediatas. En lugar de ello, la respuesta de Zhukov estuvo situada firmemente dentro
del paradigma dominante, adoptado por Tukhachevsky y otros innovadores, que im‐
plícitamente favorecía la prevención y explícitamente demandaba que el Ejército Rojo
transfiriera la lucha al territorio enemigo.
Después de todo, la propuesta preventiva, si se hubiese implementado, proba‐
blemente habría tenido solamente una remota probabilidad de éxito. Asestando el pri‐
mer ataque, el Ejército Rojo habría tomado la iniciativa y presumiblemente salvado al
menos parte de sus recursos de aviación, infantería y blindados que fueron inmedia‐
tamente destruidos por la invasión alemana. Pero es improbable que los movimientos
soviéticos para adelantarse hubiesen pasado sin detectar por la inteligencia alemana,
socavando así la probabilidad de lograr la sorpresa estratégica o táctica. Además, una
orden inmediata para adelantarse habría encontrado a las unidades militares soviéticas
casi en la misma postura en la que estaban el 22 de junio –sin personal suficiente, con
disparidades especialmente amplias en las Tablas de Organización y Equipamiento de
los cuerpos mecanizados. Más importante, el Ejército Rojo todavía tenía que elaborar
una doctrina de armas combinadas viable sobre el papel o en campaña. Es por consi‐
guiente probable que habría experimentado muchos de los mismos fallos tácticos y
operacionales que importunaron su marcha en la misma región cuando invadieron
Polonia en septiembre de 1939. Lo mejor que puede decirse es que el resultado de un
ataque preventivo podría haber producido algo menos del desastre que la Unión So‐
viética sufrió en 1941. Pero ésta ni era la única ni la más racional opción disponible pa‐
ra el Ejército Rojo. Un plan estratégico defensivo no solamente podía haber evitado la
catástrofe, sino también habría situado al Ejército Rojo mejor para prevalecer con me‐
nor coste en sangre y fortuna.
Conclusión.
A pesar de las flagrantes equivocaciones de Stalin en vísperas de la guerra, el
grado del desastre del 22 de junio de 1941 no puede ser explicado solamente por el
fracaso de Stalin en escuchar los avisos de la inminente invasión. El Ejército Rojo tam‐
bién puso en peligro la seguridad soviética. Durante los años formativos del Ejército
Rojo los cálculos racionales y los intereses organizativos se unieron a creencias ideoló‐
gicas para producir una ideología organizativa que le predispuso hacia la ofensiva.
Este prejuicio fue a su vez dogmatizado, bloqueando el aprendizaje organizativo. A
comienzos de la década de 1930 era un artículo de fe, puesto en funcionamiento en los
planes de guerra soviéticos, que si la Unión Soviética era atacada el Ejército Rojo no
cedería “ni una pulgada” de territorio soviético al agresor.
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Esta meta y el objetivo complementario de transferir la guerra a territorio ene‐
migo reforzaron la suposición central de planificación del Ejército Rojo de que un in‐
tervalo de tiempo significativo separaría el inicio de las hostilidades y el enfrentamien‐
to de las fuerzas principales de los beligerantes. Aunque las victorias alemanas en el
Oeste en 1940 desafiaron la validez de este paradigma, el Ejército Rojo continuó soste‐
niendo que la Guerra Relámpago no podía ser efectiva contra la Unión Soviética. Casa‐
do a una defectuosa conceptualización del período inicial de guerra, el Ejército Rojo
evitó cualquier revaloración de los valores y preferencias claves.
Aunque un paradigma competidor emergió en las filas del Ejército Rojo después de la
derrota de Polonia, sus defensores eran demasiados pocos en número para constituir
una voz efectiva. Los líderes militares soviéticos continuaron sobreestimaron la capaci‐
dad del ejército para lanzar contraofensivas justo como habían fracasado en evaluar
objetivamente el poder atacante de la Guerra Relámpago.
Reformadores tales como Tukhachevsky podrían haber tenido un impacto so‐
bre algunos resultados militares si no hubiesen sido muertos en las purgas. Pero es
cuestionable si hubiesen estado dispuestos o capaces de alterar la orientación ofensiva
del Ejército Rojo o su abandono de una defensa estratégica. Ciertamente, ambas de
estas posiciones contraproducentes habían sido concebidas por los mismos innovado‐
res.
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