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Aislada y sin amigos

Por los siguientes ocho meses, me metí de lleno en una —por falta de un mejor nombre—
"terapia del corazón".

Caminé kilómetros, nadé en el mar, lloré y trabajé como nunca antes lo había hecho.

Aún así, una profunda tristeza seguía acompañándome.

Me di cuenta de que la vida en el campo, para alguien que vivió la mayor parte de su vida
en la ciudad como yo, me dejaba completamente aislada.

Tuve la fortuna de contar con el apoyo de mi familia, pero descubrí que necesitaba mucho
a mis amigos.

Después de un tiempo, la mayoría dejó de llamar, porque la vida continúa, ¿no?

Las promesas de visitas nunca se cumplieron y me sentí más sola que nunca.

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