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Letras libres

Acerca de la cultura, la educación y la “colaboratividad” tipográfica

Fernando Fraenza & Alejandra Perié | Junio, 2011


En junio de 2011, el diseñador y consultor tipográfico Dave Crossland (UK, de
www.Understandingfonts.com) participó en Córdoba (Argentina) de una serie
de encuentros y talleres sobre el diseño y distribución de tipografías libres, una
de ellas, organizada por nuestro colectivo Carácter Tipográfico, en su sede de
barrio CoFiCo. También fuimos invitados a participar de una seguidilla de
exposiciones y conversaciones –en el aula magna de la Escuela de Artes
Aplicadas L.E. Spilimbergo de la mencionada ciudad- sobre el diseño tipográfico
y la potencialidad del licenciamiento libre para el empleo de fuentes digitales.

Nuestro colectivo Carácter Tipográfico está abocado al desarrollo de una


cultura tipográfica generalizada. Se desempeña como una suerte de activismo
tipográfico, orientado a modificar y hacer más favorable la apropiación y
usufructo –inclusive democrático- del saber tipográfico y caligráfico. Vale decir,
a socializar ese conjunto de saber desarrollado, por lo menos en el mundo
occidental, en los últimos 500 ó 3000 años, según hablemos de la letra impresa
o la letra escrita.

En el mencionado espacio, los autores de este artículo, propusimos ensayar 4


ideas provisionales acerca de las condiciones culturales para una libre
circulación y apropiación del patrimonio tipográfico de la humanidad.

1. Difusión

Sería necio no reconocer que la reproductividad mecánica de la letra, es decir,


cómo la escritura ha venido siendo reproducida con máquinas, ha transitado en
estos últimos 500 años, por obra de la tecnología y en el marco del sistema
capitalista de reproducción material de las sociedades occidentales, una suerte
de democratización, descentralización, desconcentración o –mejor- dispersión
de los medios de producción de la forma de la letra y de reproducción de los
especímenes. Un proceso centrífugo en lo que atañe tanto al diseño de la forma
visible de la letra, como a los medios técnicos de reproducción de la letra ya
impresa.

Durante los siglos xv y xvi, la letra impresa fue el resultado de una práctica en
extremo concentrada, escasa y custodiada. Entiéndase, esta actividad, piedra de
toque de la modernidad en su conjunto debe entenderse bajo los conceptos de
concentración, rareza y tutela. ¿Qué significa esto? Que en muy pocos reinos
(algunos señoríos y repúblicas de Italia y el reino de Francia) se daba el proceso
completo de producción de la letra. Como ya es bien sabido, el que va desde el
cortado de cada punzón en hierro dulce (como una escultura microscópica),
pasando por el templado y la estampa de matrices de cobre, hasta el fundido de
los tipos con los cuales se imprimían los libros. Así, los reinos hegemónicos o de
primera magnitud en la modernidad temprana poseían unas cuantas cajas de
punzones (cuyo valor era comparable al de varios ejércitos) y guardaban la
capacidad para el desarrollo completo de la secuencia como un verdadero
secreto industrial y comercial. En la época de N.Jenson, F.Griffo o C.Garamond,
muy pocos sujetos dominaban el arte y la técnica de esculpir el punzón y
originar la forma del alfabeto. Recordemos que esta capacidad atraviesa las
fronteras hacia la Europa del norte tan sólo cuando los Países Bajos y el reino
prusiano se convierten durante el siglo xvii en potencias comercial y militar de
segundo orden, las tierras bajas independizándose del reino de España y el
estado prusiano, compitiendo en jerarquía con el austríaco, al interior del sacro
imperio. Entre los siglos xvii y xviii, también Inglaterra produce sus propios
punzones y no sólo importa matrices y tipos.

Además de lo dicho, hemos de decir que tales sujetos cuyo trabajo originó la
forma de la letra occidental, fueron muy especiales, bien colocados en lo social y
–sobre todo- de superlativa destreza e inteligencia. Esto no significa que en la
actualidad, diseñar una familia o un alfabeto tipográfico, con los medios que
sea, es cosa simple o ha dejado de ser una de las tareas más difíciles y laboriosas
en el campo del diseño. No obstante, dar forma a un alfabeto ha estado al
alcance de cada vez más sujetos a lo largo de la modernidad. Luego del cortado
de punzones, ya lo sabemos: el trazado mecánico de las matrices y el fin del
plomo, para ser sucedida por la fotocomposición y finalmente con el estallido de
la letra digital.

Ahora bien, ¿una descentralización tal como ésta que mencionamos, la que
efectivamente ha consistido en una dispersión de la producción de las letras en
tanto que insumo del diseño comercial, agota las posibilidades democráticas de
la letra? ¿Es esto todo lo que queremos de la libre circulación de los saberes
relativos a la tipografía?

2. Patrimonio

Tal vez, el arte y el dominio de la letras impresas, no sólo debería estar abierto y
circular libremente para que algunos sujetos se aprovechen comercial o
profesionalmente de ello, sino que, además, dicho arte –en toda su riqueza y
articulación, y no sólo sus productos utilitarios- debería formar parte de la
esfera pública. Para conseguir esto, sería necesario desplegar una suerte de
cultura tipográfica generalizada para que los sujetos, frente a la letra, sean
capaces de comprenderla y tratar con ella en toda su densidad y no sólo en su
manipulación utilitaria. ¿Para qué queremos que circulen abiertamente miles de
fuentes, y que los sujetos con ellas no puedan más que tomarlas como
herramientas del desempeño de un oficio? ¿Acaso es este el dominio público (es
decir, del género humano) que se espera en relación a la letra? ¿Porqué no
conseguir que cada vez más sujetos se inicien en el universo complejo de las
letras? ¿Porqué no tener como meta que –además- lo hagan cada vez con más
conocimiento? Todo esto, para reducir el hiato entre legos y expertos en la
administración de una herencia que lo es, de toda la humanidad.

Si esto sucediese, se abreviaría también la brecha existente –inclusive- entre


numerosos profesionales del diseño, ramplones en materia tipográfica, aún
cuando cuenten con la licencia para emplear libremente millones de fuentes, y
un saber tipográfico más articulado, vale decir, el que merece ser conocido.

3. Galaxias

Si hasta aquí hemos potenciado todo aquello referido a un saber tipográfico, es


porque estamos hechos de tipografía. Nuestra cultura, sobre esto ya se ha
insistido suficientemente desde M.McLuhan en adelante, está hecha por la
imprenta así como nuestros cuerpos están hechos de átomos pesados (carbono)
sintetizados por estrellas cercanas a nuestro sistema que existieron con
anterioridad a que comenzara a brillar la generación de soles a la que pertenece
el nuestro. Del mismo modo que nuestra vida depende del cielo, más
restringidamente, nuestra cultura depende de la evolución de la letra impresa y
ésta es patrimonio del género humano, no sólo de los occidentales ni de aquellos
profesionales que compiten socialmente, arrogándose para sí el derecho inculto
de sacar provecho de ella.

¿Cuántas veces hemos escuchado (por lo menos, en los territorios de provincia)


a urbanistas, historiadores o arquitectos reclamar hasta la náusea por un
patrimonio local de poca monta? Por el contrario, son muy pocos los que
reprochan el empleo imberbe y malhechor de la letra que realizan innumerables
diseñadores profesionales con fuentes cualesquiera, ya sean “privativas”, libres,
legales o “truchas”.

Desde que los astrónomos David Crawford y Tim Hunter de Tucson (Arizona)
fundaran en 1987 la International Dark Sky Association (ida), numerosas han
sido –en el mundo- las iniciativas cuya finalidad es la conservación intacta del
patrimonio del cielo nocturno. Las conocemos poco pero las reconoceríamos en
su cometido de fomentar una nueva planificación del alumbrado que -
preservando la seguridad y la economía- resguarde la oscuridad celeste, cada
vez que compramos luminarias para nuestro jardín, fachada o patio, las que
deben su forma (“de persiana”) o su tecnología (de sodio de baja presión) al
efecto persuasivo de tales colectivos. Si bien es cierto que se necesita un
alumbrado eficiente por motivos de seguridad -también- pública y tránsito, éste
no debería ser incompatible con los anhelos de quienes desean (o necesitan)
vivir bajo un cielo nocturno más contrastado como lo hicieron sus antepasados,
evolucionando bajo esa bóveda celeste y siendo hombres desde hace 4 millones
de años. ¿Porqué en una era en la que hemos adquirido la capacidad y la
obsesión por conservar hasta las cosas más irrelevantes no podemos preservar
la letra mediante la socialización irrestricta de su conocimiento más específico?
Mientras tanto, mareamos la perdiz discutiendo las licencias de uso de las
fuentes.

La propia UNESCO ha creado una sección para su International Initiative in


Defence of the Quality of the Night Sky as Mankind’s Scientific, Cultural and
Environmental Right (iniciativa internacional para la defensa de la calidad del
cielo nocturno, patrimonio científico y cultural de la humanidad, y derecho
ambiental). Pero, ¿cultivar la tipografía o conservar y avivar el saber
involucrado en la letra será una tarea tan abrumadora como tratar de mantener
el cielo oscuro en beneficio de la vida humana y animal en general? Pues sí, el
poder de las menudencias comerciales pareciera, por momentos, determinarlo
todo. No obstante, ¿qué diríamos de modificar la frase arriba traducida para
nombrar –ahora sí- una iniciativa para la defensa de la calidad de la letra
reproducida, patrimonio y derecho ambiental-cultural de la humanidad?

4. Público

No cabe duda de que esta dimensión pública y desinteresada de la tipografía por


la que, hasta ahora, nos hemos decantado en los puntos anteriores está ligada –
dialécticamente- también, a su valor de cambio. Es decir, la cultura y la
educación tipográfica ha sido posible a partir de una serie de condiciones
conexas con dicho valor de cambio, constituyendo además una suerte de valor
agregado, en parte, nuevamente convertible en dinero, a mediano plazo. El
conocimiento de la letra, su dimensión más pública y desinteresada habría sido,
de alguna manera, estimulada por el requerimiento –inclusive económico- de
contar con ese valor agregado. Cabe imaginar que –en el mejor de los casos- con
la liberación de las licencias de uso de las tipografías no desaparecería esta
relación dialéctica entre interés privado y dominio público. Sería –tal vez-
deseable y esperable que una renovada y actualizada persecución de valores
simbólicos al interior del mundo de las fuentes abiertas pudiera seguir siendo
un estímulo poderoso para el desarrollo de una cultura tipográfica en el sentido
más generoso del término (para con el género humano, valga la cacofonía) y no
meramente una puja y corriente y un entretenimiento remozado, disfrazados
ahora de oscura eticidad en nombre de una cultura libre.

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