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zaqueo

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id=3MTvahFY9v4C&pg=PA254&lpg=PA254&dq=zaqueo+bajate+de+ahi+porque+es+necesario&so
urce=bl&ots=ZwyVaaYwpj&sig=n2ClDVJQx7TyWioJW3RnMNUNRD4&hl=es&sa=X&ei=lZBeVafEBoT
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%20es%20necesario&f=true

No podía ser tomado en cuenta en la élite del Señor, pues era pecador y sabía que no conseguiría
hacer otra cosa que solamente esperar poder verlo desde lejos.  Aunque no se perdería tal
evento… aquel santo hombre pasaría por allí.

El momento había llegado, y la multitud que venía caminando por la calle delataba el paso del
Maestro que él quería conocer…  trató de escabullirse entre la gente pero su esfuerzo, una y otra
vez se volvía más que infructuoso todavía. 

Su baja estatura le impedía verlo desde afuera del gentío que seguía caminando al ritmo del Rabí.

No encontraba una solución, pero para él la terquedad era un defecto que volvía en su pericia.  Su
insistencia era un don que no le hacía derrotarse, aunque las virtudes de su físico no favorecían
para nada en aquella empresa que había puesto en su intención.

Tal vez brincando podría verle aunque sea en un instante; pero sus ojos no llegaban a alcanzar
sobre los hombros de ninguno.   

Tal vez subiéndose en algo –pensó rotando su cabeza y buscando con sus ojos algo en que pudiera
encaramarse, escogiendo aquel sicómoro, familia de la higuera, que tenía ramas por doquier y
muchas hojas que sabía le esconderían de los ojos de los que andaban por allí.

Las ramas se movían al ritmo del viento de la tarde; la algarabía del gentío que pasaba en esa calle,
no apagaban la visión que en ese momento le hacía arder el corazón… lo había logrado y al fin
estaba viendo aquel Maestro de maestros, el que le habían contado que el Mesías bien pudiera
ser. 

Allí estaba mirando embelesado, cuando de pronto aquel Señor al que observaba, se detuvo de
improviso, poniendo sus ojos hacia el árbol donde se encontraba en ese instante y a aquel por un
momento el corazón se le detuvo, al escuchar su nombre de los labios del Señor que le decía –
Zaqueo, bájate de allí, porque a tu casa voy a ir.
Porque a Él no le importaba cómo se veía o cuánto él medía, a Él no le importaba si tenía o dinero
no tenía.  En los planes de Jesús estaba entrar en esa casa, porque Zaqueo, aunque era pecador
para Él era importante, precisamente porque era pecador, y no solo porque lo era, sino también
porque ya no quería ser un pecador.

Jesús sigue diciendo hoy en día –a tu casa voy a ir (Apocalipsis 3:20), pero solo aquellos que se
sienten bajos de estatura, aquellos que reconocen sus impedimentos para estar delante de Él,
aquellos que tercamente le buscan no mirando los estorbos, aquellos que No podía ser tomado en
cuenta en la élite del Señor, pues era pecador y sabía que no conseguiría hacer otra cosa que
solamente esperar poder verlo desde lejos. Aunque no se perdería tal evento… aquel santo
hombre pasaría por allí.

El momento había llegado, y la multitud que venía caminando por la calle delataba el paso del
Maestro que él quería conocer… trató de escabullirse entre la gente pero su esfuerzo, una y otra
vez se volvía más que infructuoso todavía.

Su baja estatura le impedía verlo desde afuera del gentío que seguía caminando al ritmo del Rabí.

No encontraba una solución, pero para él la terquedad era un defecto que volvía en su pericia. Su
insistencia era un don que no le hacía derrotarse, aunque las virtudes de su físico no favorecían
para nada en aquella empresa que había puesto en su intención.

Tal vez brincando podría verle aunque sea en un instante; pero sus ojos no llegaban a alcanzar
sobre los hombros de ninguno.

Tal vez subiéndose en algo –pensó rotando su cabeza y buscando con sus ojos algo en que pudiera
encaramarse, escogiendo aquel sicómoro, familia de la higuera, que tenía ramas por doquier y
muchas hojas que sabía le esconderían de los ojos de los que andaban por allí.

Las ramas se movían al ritmo del viento de la tarde; la algarabía del gentío que pasaba en esa calle,
no apagaban la visión que en ese momento le hacía arder el corazón… lo había logrado y al fin
estaba viendo aquel Maestro de maestros, el que le habían contado que el Mesías bien pudiera
ser.
Allí estaba mirando embelesado, cuando de pronto aquel Señor al que observaba, se detuvo de
improviso, poniendo sus ojos hacia el árbol donde se encontraba en ese instante y a aquel por un
momento el corazón se le detuvo, al escuchar su nombre de los labios del Señor que le decía –
Zaqueo, bájate de allí, porque a tu casa voy a ir.

Porque a Él no le importaba cómo se veía o cuánto él medía, a Él no le importaba si tenía o dinero


no tenía. En los planes de Jesús estaba entrar en esa casa, porque Zaqueo, aunque era pecador
para Él era importante, precisamente porque era pecador, y no solo porque lo era, sino también
porque ya no quería ser un pecador.

Jesús sigue diciendo hoy en día –a tu casa voy a ir (Apocalipsis 3:20), pero solo aquellos que se
sienten bajos de estatura, aquellos que reconocen sus impedimentos para estar delante de Él,
aquellos que tercamente le buscan no mirando los estorbos, aquellos que se esfuerzan contra
todos los pronósticos, oirán el llamado a la puerta de su corazón y seguramente le abrirán con
toda su intención. e esfuerzan contra todos los pronósticos, oirán el llamado a la puerta de su
corazón y seguramente le abrirán con toda su intención. 

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