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Sebastián Camacho

Periodismo de Análisis

La Casa de Nariño espera por las FARC

“No hay que buscar las historias, ellas nos buscan a nosotros”, no sé quién es el autor de
dicha frase, tal vez no tenga, probablemente es sabiduría popular y provenga de los
ancianos o de los primeros escritores de la humanidad, pero he podido confirmarla en
persona, y de la manera más paradójica posible, pues no solamente esta historia me
buscó, sino que se contó sola, no tuve que insistir en conocerla, quería ser escuchada.

La icónica pintura del Ché Guevara, que se encuentra en la Plaza Ché de la Universidad
Nacional, ha sido tapada y re pintada incontables veces, en la actualidad comparte su
blanca fachada con el humorista Jaime Garzón quien se encuentra a su derecha, y ambos
miran de frente al cura rebelde Camilo Torres quien se encuentra en la fachada de la
biblioteca, y mientras yo observaba estas pinturas y meditaba de su trasfondo ideológico y
político, se me acercó un anciano, quien me preguntó con tono sarcástico: ¿Dónde puedo
votar por el candidato a la presidencia del partido de las FARC? ¿Es aquí?, luego se rió y
allí me di cuenta que no lo preguntaba en serio.

Pero continuó hablando, y me dijo que el día de las votaciones el sería el primero en
confiarles su voto a la guerrilla que está en proceso de desmovilización, tal afirmación me
intrigó y me sorprendió un poco, pues en estos momentos se llevan a cabo arduos
debates acerca de si las FARC merecen estar en la política, y este señor me planteaba su
deseo de que nuestro presidente fuera un comandante fariano.

Me interesó profundamente seguir conversando con aquel anciano que apareció de la


nada, pero en ese momento debía entrar en el auditorio León de Greiff, pues estaba
acompañando a mi madre que se graduaba en el programa de especialización llamado
Acción sin daño, así que nuestra conversación acabaría allí, pero al salir me lo encontré
de nuevo, y con la sorpresa de que el también acompañaba a un familiar quien se
graduaba del mismo programa que mi madre, una casualidad de la vida que no parecía
tan aleatoria, y que me hizo cambiar mi percepción del destino, luego vendrían más.

¨Deme un tintico bien oscuro¨, así lo pidió y sorbo tras sorbo me iba narrando su historia
de vida, su nombre era Alberto Fajardo, tenía 76 años y había nacido en el municipio de
La Palma, curiosamente en una vereda muy cercana a donde nació mi abuelo materno, y
compartían la trágica historia de la persecución y el desplazamiento, pues ambos eran de
familias liberales y al momento del Bogotazo, la violencia estalló en este godo municipio,
luego de que asesinaran a su tío y a su padre y con las pocas pertenencias que cabían en
la maleta, toda su familia debió salir corriendo en el primer bus municipal que salía
siempre puntual a las 6 de la mañana.

Los próximos 15 años, serían una constante migración entre municipios aledaños, su
madre y sus hermanas mayores trabajaron en servicios domésticos en casas de
adinerados y él ejerció oficios tan variados como la venta de chance, construcción o
mensajería, de esta manera sobrevivían hasta que echaban a su madre y debían escoger
nuevos rumbos.

A los 22 años llegaría a Bogotá con la difícil experiencia de escapar de una guerra
absurda ´´entre compadres que se daban machete porque así lo decían los guevones de
la radio´´, así lo manifestó con un poco de rabia, y esta traumática situación lo llevaría a
querer entender las problemáticas del país, por lo que luego de terminar su bachillerato,
ingresaría a la Universidad Nacional a estudiar Sociología.

Allí sintió el mayor impacto de su vida, pues según él llegaba con mucho odio en su
corazón y ganas de vengar a sus familiares vilmente asesinados, pero cuando se adentró
en el estudio del tejido rural colombiano y de las causas de tan violenta época se dio
cuenta que no solo se trataba de una disputa política bipartidista, donde la población
campesina era la más afectada.

Le ofrecieron muchas veces ir a las filas de las FARC, mientras estudiaba en los pasillos
de la universidad, pero me aclara que se esfuerza en cumplir con su estilo de vida, en
donde hacer daño a alguien no podía ser la manera de cambiar una situación, dice
además que no juzga a quienes fueron y dejaron la vida allí, pero los tiempos han
cambiado y ya no es tan necesario ir a morir al monte, ´´la guerra ahora está en las
mentes´´.

´´Yo me di cuenta que la guerra no era por colores, era por modelos de país´´, y es por
esto que me dice que le cree a las apuestas ideológicas de las FARC y el ELN, porque en
ese tiempo cuando él estudiaba, plantearse una Colombia con un modelo socialista y
equitativo era todo un acto de rebeldía, pero como iba en contravía de los represivos
gobiernos, era peligroso declararse abiertamente de izquierda y era ya común vivir con la
estigmatización de los medios y de gran parte de colombianos que ´´sentían odio como yo
´´.
´´Si tan solo se tomaran el tiempo de entender que Iglesia y Gobierno nos tienen así de
jodidos, dejarían de culpar a las FARC por todos los males del país´´, luego de pronunciar
esta contundente frase, dio un suspiro largo, y se quedó mirando perdidamente, tal vez
imaginando el país que seríamos si no hubieran asesinado a Gaitán, a quien admira, me
contó también que trabajó más de 30 años en gestiones comunitarias y con la UP realizó
activismo político, lo que lo llevó a entender necesidades del país como una reforma rural
y no como aniquilar a toda una guerrilla.

Ante tal silencio, le pregunté si era muy católico, y lo supuse al ver que llevaba una cruz
en su cuello, a lo que me respondió: ´´yo le hablo a dios todos los días, pero nunca más
volveré a una Iglesia´´, luego me contó el motivo, y es que cuando se realizó el funeral de
su padre y su tío, el cura desde el atrio, lanzó la afirmación de que si bien todos son
bienvenidos en la casa del señor, los liberales vivían en pecado y por tanto asesinar a uno
de ellos no era tan grave y probablemente no sería castigado por Dios, y era evidente que
esa historia aún lo conmovía, pero complementó argumentando desde lo racional.

Camilo Torres, era visto como un rebelde, pero sus solicitudes eran tan coherentes y tan
firmes que chocaban contra los oídos engreídos de los cardenales y obispos, ´´el amor
eficaz es lo que la Iglesia no ha podido entender en su totalidad porque si así fuera ya no
existiría el Vaticano como hoy´´, y por eso se niega a volver a una parroquia o templo
católico, porque dice que les ha faltado valentía a los dirigentes de esta institución.

´´De esto se trata muchacho, de dialogar y construir´´ esa fue la frase con la que dio por
terminada nuestra conversación, y con que me dio a entender que tipo de persona quiero
ser cuando envejezca, una que no carga los odios y frustraciones del pasado, sino que ha
sabido superar sus dificultades, entre el estudio juicioso de la historia del país y la
interacción cordial con víctimas y victimarios, sin nunca perder su felicidad en cosas tan
simples como una conversación mediada por dos tintos.

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