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Desde siempre el pueblo mapuche adoro al Pehuén, porque era el

regalo del Nguenechén, “El árbol de su tierra”. A su sombra rezaban


y hasta conversaban con él. Nunca le prestaron atención a los
grandes frutos que caían desde lo alto, llenos de semillas. Los
mapuches creían que estas semillas eran venenosas porque no
tenían un buen sabor.
Hace muchos años hubo una gran escasez de alimento. El invierno
había sido demasiado largo, los ríos se habían congelado y hasta los
pájaros se habían ido a lugares lejanos. La gente estaba pasando
hambre. Ante este problema, los más jóvenes se marcharon en
busca de alimento para su pueblo pero al tiempo volvieron con las
manos vacías. Parecía que Nguenecheén los había olvidado.
Una vez, uno de los muchachos volvía muy triste por no haber
encontrado nada para comer. De pronto un abuelo de barba blanca y
muy larga se paró en el camino y le pregunto:
-¿Por qué estás tan preocupado? ¿Qué estás buscando en el bosque?
-¡Mi pueblo muere está pasando hambre y yo no encuentro nada para
llevarles de comer!-respondió el joven casi llorando.
-Y estos frutos que caen de eso árbol tan fuerte y alto… ¿Por qué están
desparramados en la tierra?- volvió a preguntar el abuelo.
-Los frutos del Pehuén no sirven para comer- dijo el joven -, son
venenosos.
-Desde ahora en adelante, esos frutos serán el mejor alimento y el más
rico para todo tu pueblo- dijo el abuelo sentándose en un tronco
caído-. Yo te voy a enseñar cómo deben prepararlos.
El muchacho escucho con mucha atención lo que el anciano le
explico y luego junto una gran cantidad de frutos caídos para
llevarlos a su gente.
Cuando llego, los reunió a todos y les conto su encuentro con el
abuelo de barba blanca y larga y lo que le había enseñado: tendrían
que hervir o tostar las semillas y asi prepararían la comida. También
podrían guardarlas bajo tierra para tener alimento en el invierno.
Enseguida prepararon piñones hervidos y organizaron una gran
fiesta. Nguenchén nunca había olvidado a su pueblo y, desde
entonces, no volverían a pasar hambre
Es por eso que siempre al amanecer, con un piñón en la mano o unas
ramita de Pehuén, los mapuches rezan mirando al sol y agradeciendo
a Nguenechén la vida y el alimento de cada día.

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