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Rubén Andrés
Observa tu alrededor unos momentos. Si te fijas en los dispositivos electrónicos que tienes cerca
de ti, la mayoría de ellos o bien están fabricados en China, o bien tienen componentes que
provienen del país asiático.
Esta fuerte presencia en todo lo que te rodea no ha sido por casualidad, sino el fruto de más de
dos décadas de políticas orientadas a producir grandes cantidades de productos de todo tipo, para
exportarlos a cualquier rincón del mundo.
En los últimos tiempos, las principales marcas de tecnología han comenzado a llevarse la
producción y las inversiones a otros países que les resultan más convenientes en función de sus
intereses.
Economías pujantes, como la India o Vietnam, han acaparado gran parte de la producción que
antes recaía sobre China. Un ejemplo de esto lo podemos ver en Apple, que ha llevado la
producción de algunos de sus modelos de iPhone desde el sur China hasta otras fábricas ubicadas
en el sur de India y Vietnam.
Samsung tampoco ha estado ajena a esta tendencia. En los últimos años, el gigante surcoreano ha
ido reduciendo progresivamente la carga de trabajo de su factoría en la ciudad sureña de Huizhou
hasta hacerla irrelevante. Hace solo unos días, la compañía anunciaba su cierre definitivo.
Este cambio de rumbo en la política economía que el gobierno aplica a las grandes empresas que
fabrican sus productos está relacionado con la mejora de las condiciones laborales y económicas
de sus empleados. Es decir, que la mano de obra china ya no es tan barata, y se tienen más
obligaciones fiscales, por lo que los costes de producción ya no son tan ventajosos.
Con un potencial de 1.300 millones de clientes, el mercado interno chino es uno de los principales
argumentos para que los fabricantes globales elijan China como centro de producción. Al fin y al
cabo, nada sale más barato que fabricar a bajo coste en un país que además compra gran parte de
esa producción.
Esto, que sobre el papel pinta muy bien, en la realidad no es tan bonito ya que estas compañías
deben enfrentarse a la feroz competencia de las propias marcas chinas, como Huawei, Xiaomi o
Oppo, que en este caso “juegan en casa” y con un gobierno de su lado famoso por su
proteccionismo.
Con unas ventas en los mercados locales por los suelos, y con la amenaza de tormenta económica
entre Estados Unidos y China en el horizonte, a los grandes fabricantes de smartphones y otros
dispositivos electrónicos no les está quedando otra que hacer el petate y poner los pies en
polvorosa para que las represalias económicas entre ambos países no les coja con el
paso cambiado.
La larga sombra de la guerra comercial planea sobre China
La inestabilidad y las inversiones nunca han sido grandes amigas, y la batalla entre dos titanes de
la talla de Estados Unidos y China no augura un futuro prometedor para los intereses comerciales
de fabricantes de terceros países.
El bloqueo comercial que la administración Trump no ha hecho más que acelerar una fuga
masiva de inversiones en China por parte de las principales marcas globales, como LG, Samsung o
Apple entre muchas otras.
Uno de los principales motivos son las represalias, en forma de aranceles especiales, que tomaría
el gobierno americano con los productos de aquellas empresas que comercian o importan
componentes procedentes del gigante asiático.
Por ello, China se ha convertido en una especie de patata caliente que, si bien a las marcas de
tecnología le apetecería seguir sosteniendo un cierto tiempo más, hacerlo puede ser
contraproducente para sus balances dado que mantener la producción en ese país puede
conllevar una penalización en sus costes de exportación.
Si bien es cierto que ambas partes han hecho gestos para suavizar la relación entre ambos países,
el daño ya está hecho.
Los fabricantes, que ya no estaban muy conformes con la nueva hoja de ruta económica del
gobierno chino, han visto el riesgo que implica para sus intereses mantener su producción en el
gigante asiático, por lo que esta guerra comercial entre Estados Unidos y China le ha puesto el
último clavo al “Made in China”, que tiene los días contados.