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“Nuevos Paradigmas e ideales sociales

en la grupalidad”
Por Mirta Segoviano - Publicado en Noviembre 2013
En todos los campos de la actividad humana han ocurrido, en los últimos veinte años,
cambios cuya extensión y profundidad no pueden compararse en su carácter ni en sus
consecuencias a los sobrevenidos en ningún otro período tan corto de la historia. Desde
los supuestos que empleamos para conocer la realidad hasta las nuevas realidades así
visibilizadas, desde las experiencias novedosas que la realidad nos presenta, hasta las
respuestas que inventamos para otorgarles un sentido, desde las ofertas tranquilizadoras
que nos llegan de la ciencia, del arte, de la tecnología, de la filosofía, de las prácticas
mismas, hasta las que nos perturban como nueva inquietud, como amenaza o como
problema, estos cambios extensos, profundos, nos confrontan ciertamente con lo
múltiple, con lo complejo, con aquello que ya no podemos comprender de un solo modo, 
pero también con lo incierto y con lo que sigue quedando por fuera de cualquier precario
intento de sentido.

En el campo del psicoanálisis hemos sido asimismo testigos y actores de estas


transformaciones. Vale la pena detenernos un momento en algunas cuestiones notables
que les están asociadas.

En 1971, Didier Anzieu caracterizaba al método psicoanalítico  distinguiéndolo con toda


claridad del dispositivo diván-sillón que, aunque anudado a su origen, era sólo una de sus
aplicaciones, pero con la que sin embargo solía confundirse. Caracterizó entonces
al método por la diferenciación de dos posiciones – analista y analizando-- cuyas
relaciones recíprocas están organizadas por algunas reglas que son comunes a ambas
partes, como la abstinencia de toda relación “real” entre ellas, y otras reglas que son
específicas para cada una, como la asociación libre y la interpretación. Aunque esta
distinción, por lo demás incontestable, le permitía instalarse de pleno derecho como
psicoanalista en una situación grupal, su propuesta cuestionaba fuertemente un
paradigma muy preciado para el conjunto de los psicoanalistas en ese momento y hubo
que esperar todavía muchos años hasta que la evidencia que él postulaba fuera
plenamente aceptada por el psicoanálisis “oficial”.
Antes que Anzieu y también a partir de lo que su trabajo con grupos le había vuelto
visible, Wilfred R. Bion había llamado la atención sobre la dependencia existente entre el
dispositivo psicoanalítico en el seno del cual Freud ponía a prueba sus hipótesis y
descubrimientos y los descubrimientos y comprobaciones que a su vez resultaban de las
características propias de ese artificio. Bion afirmaba que: «Se puede decir que cualquiera
que haya empleado una técnica de investigación que dependa de la presencia de dos
personas, y el psicoanálisis es una de tales técnicas, no sólo que toma parte en la
investigación de una mente por otra, sino también que investiga, no la mentalidad de un
grupo, sino la de una pareja» (W.R. Bion, 1948, pág.55) Y más adelante, llegaba un poco
más lejos: «(...) a la luz de mi experiencia en grupos, el psicoanálisis puede ser
considerado como un grupo de trabajo que tiende a estimular el supuesto básico de
emparejamiento; siendo así, es probable que la investigación psicoanalítica, como parte
de un grupo de emparejamiento, revele que la sexualidad ocupa una posición central»
(op.cit. pág. 142-3).

Observemos que, aún cuando Bion está relativizando la centralidad de la cuestión sexual
al hacerla depender del dispositivo de investigación, mantiene sin embargo identificado al
psicoanálisis con este dispositivo. Bion cuestiona, pues, un paradigma –uno que mucho
antes se había probado “intocable” en la ruptura de Freud con Jung--, pero no la
pertinencia de un único artefacto para la puesta a prueba de las teorías psicoanalíticas.

Es que, en efecto, no bastan las ideas, por novedosas que puedan ser, para producir un
cambio. En lo que refiere a la relación psicoanálisis y grupalidad, ha sido necesario que,
por un lado, las formas que fue adoptando el sufrimiento mental siguieran empujando
hacia los bordes de su eficacia a las teorías construidas exclusivamente según lo que el
dispositivo metodológico freudiano permitía ver y pensar, pero además fue necesario que
los cambios sociales en los modos de ver y pensar se modificaran lo suficiente como para
que el psicoanálisis se permitiera inventar y alojar nuevas prácticas, producir nuevas
hipótesis y las situaciones aptas para ponerlas a prueba, de las cuales, hoy lo sabemos,
resultaría una comprensión muy diversa del funcionamiento de la psique, de la naturaleza
de sus formaciones y procesos, de la composición y distribución de la materia psíquica, de
los atravesamientos que la constituyen.
Al infiltrar todas las dimensiones de la cultura, los nuevos paradigmas han permitido,  por
un lado, la formulación de hipótesis novedosas, como lo es la concepción del sujeto del
inconsciente como sujeto del grupo, «intersujeto», la postulación de un inconsciente
cuyos límites no coinciden ya con los del espacio psíquico del sujeto individual, sujeto al
que el grupo impone represiones, ofrece significaciones, exige renuncias pulsionales
cruciales y un trabajo psíquico particular. Pero lo han permitido en la medida misma en
que esos nuevos paradigmas posibilitaron que estas proposiciones consistentemente
fundamentadas, así como sus consecuencias, pudieran ser aceptadas dentro de un cuerpo
teórico que no por reconocer la puesta en crisis de muchos de sus supuestos, podría
hacer lugar a los nuevos sin objeciones. Porque es evidente que, puesto que no sólo la
realidad, sino también la ciencia se construye socialmente, únicamente las nuevas
propuestas científicas formuladas en consonancia con los paradigmas vigentes en una
cultura y momento dados tienen la oportunidad de devenir corrientes de pensamiento.
En nuestra concepción actual, el grupo no sólo es el lugar de una realidad psíquica
específica, que incluye una parte de la realidad psíquica individual, sin confundirse con
ella. Cada uno de los grupos que conducimos o en los que participamos tiene un tiempo,
una memoria, mecanismos de defensa, formas de repetición que son específicamente
grupales. En cada uno de ellos pueden identificarse formaciones del ideal que le son
propias, cadenas asociativas organizadas por una lógica grupal propia de un pensamiento
grupal. Hoy atribuimos al grupo una posición psíquica paradójica, donde el adentro y el
afuera se encuentran en puntos indeterminables, tal que sobre los límites, el afuera pueda
adquirir para cada sujeto el valor de una prolongación o extensión de sus formaciones
grupales internas.

Así concebidas las relaciones sujeto-grupo, el fenómeno grupo en sí, las formaciones que
en él actúan y los procesos que le son propios, las funciones que desempeña para los
sujetos que lo constituyen, los psicoanalistas en general, y los comprometidos en la
práctica de los grupos y otras formas de la vincularidad en particular, nos vemos llevados
a repensar nuevamente nuestro lugar.

Nos vemos llevados también a repensar, en nuestros grupos terapéuticos o de formación,


las relaciones entre cada uno de los sujetos participantes con cada uno de los otros, con
el grupo en su totalidad, como objeto psíquico y como el objeto ofrecido por el analista,
como intermediario a ser también inventado-creado por el conjunto y por cada uno, para
ser usado. Nos vemos confrontados a repensar el valor y la significación de las posiciones
distintas, definidas por su asimetría, que Anzieu distinguía como lo propio del método
psicoanalítico.

Recordémoslo ahora. Anzieu proponía, diferenciando método y dispositivo, reconocer la


especificidad del método por las funciones distintas atribuidas a cada una de las dos
posiciones diferenciadas: el analizando asocia libremente, el analista interpreta.
Apelaré al relato de una breve secuencia, dentro de una sesión de un grupo terapéutico
que conduzco desde hace unos años, integrado por jóvenes de 30 a 40 años, para
mostrar el efecto de análisis que surge en un momento donde estas funciones aparecen
invertidas.

Mara, a Gastón (que había estado silencioso, aunque atento, pero con cara de aburrido)
“¿Y qué pasó con tu mamá?”
Gastón: “Ahora está muy bien. Es increíble. Sigue con Yoga. Está re-bien. ¡Qué raro que te
acordaste! Lo dije al final de la sesión hace dos semanas”.
Mara: “Sí, pero estabas muy preocupado”
Gastón: “Es verdad. Un día me llamó a la una y media de la mañana porque en su cuarto
había entrado un murciélago. Le dan miedo. Yo estaba durmiendo, me levanté y fui. (Vive
a dos cuadras). Busqué al bicho e intenté cazarlo con un repasador mojado. Se me
escapaba. Es un asco. Siempre entran. Ahora mi mamá puso un mosquitero. Son como
ratas con alas. Seguí tratando de cazarlo. Se apoyó en la pared, era como un bollito negro.
Después desapareció. Lo busqué por todos lados y no lo pude encontrar. Al otro día, el
encargado también lo buscó, pero no lo encontró. Tal vez esté muerto.”
Analista: “Comen insectos”
Gastón: “Sí, pero para mi mamá, parece que son vampiros”
Varios: “Y vos, Batman”
(Risas)

Puede verse cómo la intervención de la analista, no más que una asociación libre, sin
ningún propósito interpretativo, es sin embargo un punto de inflexión en la cadena
asociativa que, al convocar al paciente a explicitar un indicio de la alianza inconsciente
con su madre, abre el juego a la interpretación de su fantasía inconsciente, interpretación
de la cual se hace cargo el propio grupo.
Esta viñeta pone de manifiesto hasta qué punto ya no fundamos la diferencia de las
posiciones analista-paciente en el tipo de actividad desarrollada por uno y otro. El
dispositivo de grupo hace muy particularmente evidente que la función interpretativa no
es exclusiva del analista, tanto como nos confronta con la verificación del valor para el
trabajo analítico de la comunicación de ciertas asociaciones libres del analista.

Ahora bien, las nuevas ideas no cursan sin nuevos desafíos. Y si bien es cierto que la caída
de algunas certezas nos da la dulce sensación de libertad recién ganada, la conquista
tiene su precio: falta definir en qué fundamos, nosotros hoy, analistas en nuestra época, 
la especificidad de nuestra función.

Bibliografía

Anzieu, Didier. (1974) El grupo y el inconsciente.  2º edición. Madrid, Biblioteca


Nueva,1986.
 

Aulagnier, Piera (1975) La violencia de la interpretación.  Buenos Aires, 1º edición


Amorrortu, 1977
 

Bion, W. R. (1948) Experiencias en grupos.  Buenos Aires, 1ª edición, Paidos, 1963


 

Kaës, René (1993) El grupo y el sujeto del grupo. Buenos Aires, 1ª edición, Amorrortu,
1995.
(2007) Un singular plural, Buenos Aires, 1ª edición, Amorrortu, 2010
 

Fried Schnitman, Dora (comp.) (1994) Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad. Buenos


Aires, Paidos.
 

Kuhn, Thomas (1962) La estructura de las revoluciones científicas.  México, Fondo de


Cultura económica, 1971
 

Segoviano, M. (2011) “René Kaës” en El psicoanalítico  Nº 4- publicación digital – enero


2011 http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num4
 

Numero Edicion Revista: 


Tramas actuales del amor

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