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en la grupalidad”
Por Mirta Segoviano - Publicado en Noviembre 2013
En todos los campos de la actividad humana han ocurrido, en los últimos veinte años,
cambios cuya extensión y profundidad no pueden compararse en su carácter ni en sus
consecuencias a los sobrevenidos en ningún otro período tan corto de la historia. Desde
los supuestos que empleamos para conocer la realidad hasta las nuevas realidades así
visibilizadas, desde las experiencias novedosas que la realidad nos presenta, hasta las
respuestas que inventamos para otorgarles un sentido, desde las ofertas tranquilizadoras
que nos llegan de la ciencia, del arte, de la tecnología, de la filosofía, de las prácticas
mismas, hasta las que nos perturban como nueva inquietud, como amenaza o como
problema, estos cambios extensos, profundos, nos confrontan ciertamente con lo
múltiple, con lo complejo, con aquello que ya no podemos comprender de un solo modo,
pero también con lo incierto y con lo que sigue quedando por fuera de cualquier precario
intento de sentido.
Observemos que, aún cuando Bion está relativizando la centralidad de la cuestión sexual
al hacerla depender del dispositivo de investigación, mantiene sin embargo identificado al
psicoanálisis con este dispositivo. Bion cuestiona, pues, un paradigma –uno que mucho
antes se había probado “intocable” en la ruptura de Freud con Jung--, pero no la
pertinencia de un único artefacto para la puesta a prueba de las teorías psicoanalíticas.
Es que, en efecto, no bastan las ideas, por novedosas que puedan ser, para producir un
cambio. En lo que refiere a la relación psicoanálisis y grupalidad, ha sido necesario que,
por un lado, las formas que fue adoptando el sufrimiento mental siguieran empujando
hacia los bordes de su eficacia a las teorías construidas exclusivamente según lo que el
dispositivo metodológico freudiano permitía ver y pensar, pero además fue necesario que
los cambios sociales en los modos de ver y pensar se modificaran lo suficiente como para
que el psicoanálisis se permitiera inventar y alojar nuevas prácticas, producir nuevas
hipótesis y las situaciones aptas para ponerlas a prueba, de las cuales, hoy lo sabemos,
resultaría una comprensión muy diversa del funcionamiento de la psique, de la naturaleza
de sus formaciones y procesos, de la composición y distribución de la materia psíquica, de
los atravesamientos que la constituyen.
Al infiltrar todas las dimensiones de la cultura, los nuevos paradigmas han permitido, por
un lado, la formulación de hipótesis novedosas, como lo es la concepción del sujeto del
inconsciente como sujeto del grupo, «intersujeto», la postulación de un inconsciente
cuyos límites no coinciden ya con los del espacio psíquico del sujeto individual, sujeto al
que el grupo impone represiones, ofrece significaciones, exige renuncias pulsionales
cruciales y un trabajo psíquico particular. Pero lo han permitido en la medida misma en
que esos nuevos paradigmas posibilitaron que estas proposiciones consistentemente
fundamentadas, así como sus consecuencias, pudieran ser aceptadas dentro de un cuerpo
teórico que no por reconocer la puesta en crisis de muchos de sus supuestos, podría
hacer lugar a los nuevos sin objeciones. Porque es evidente que, puesto que no sólo la
realidad, sino también la ciencia se construye socialmente, únicamente las nuevas
propuestas científicas formuladas en consonancia con los paradigmas vigentes en una
cultura y momento dados tienen la oportunidad de devenir corrientes de pensamiento.
En nuestra concepción actual, el grupo no sólo es el lugar de una realidad psíquica
específica, que incluye una parte de la realidad psíquica individual, sin confundirse con
ella. Cada uno de los grupos que conducimos o en los que participamos tiene un tiempo,
una memoria, mecanismos de defensa, formas de repetición que son específicamente
grupales. En cada uno de ellos pueden identificarse formaciones del ideal que le son
propias, cadenas asociativas organizadas por una lógica grupal propia de un pensamiento
grupal. Hoy atribuimos al grupo una posición psíquica paradójica, donde el adentro y el
afuera se encuentran en puntos indeterminables, tal que sobre los límites, el afuera pueda
adquirir para cada sujeto el valor de una prolongación o extensión de sus formaciones
grupales internas.
Así concebidas las relaciones sujeto-grupo, el fenómeno grupo en sí, las formaciones que
en él actúan y los procesos que le son propios, las funciones que desempeña para los
sujetos que lo constituyen, los psicoanalistas en general, y los comprometidos en la
práctica de los grupos y otras formas de la vincularidad en particular, nos vemos llevados
a repensar nuevamente nuestro lugar.
Mara, a Gastón (que había estado silencioso, aunque atento, pero con cara de aburrido)
“¿Y qué pasó con tu mamá?”
Gastón: “Ahora está muy bien. Es increíble. Sigue con Yoga. Está re-bien. ¡Qué raro que te
acordaste! Lo dije al final de la sesión hace dos semanas”.
Mara: “Sí, pero estabas muy preocupado”
Gastón: “Es verdad. Un día me llamó a la una y media de la mañana porque en su cuarto
había entrado un murciélago. Le dan miedo. Yo estaba durmiendo, me levanté y fui. (Vive
a dos cuadras). Busqué al bicho e intenté cazarlo con un repasador mojado. Se me
escapaba. Es un asco. Siempre entran. Ahora mi mamá puso un mosquitero. Son como
ratas con alas. Seguí tratando de cazarlo. Se apoyó en la pared, era como un bollito negro.
Después desapareció. Lo busqué por todos lados y no lo pude encontrar. Al otro día, el
encargado también lo buscó, pero no lo encontró. Tal vez esté muerto.”
Analista: “Comen insectos”
Gastón: “Sí, pero para mi mamá, parece que son vampiros”
Varios: “Y vos, Batman”
(Risas)
Puede verse cómo la intervención de la analista, no más que una asociación libre, sin
ningún propósito interpretativo, es sin embargo un punto de inflexión en la cadena
asociativa que, al convocar al paciente a explicitar un indicio de la alianza inconsciente
con su madre, abre el juego a la interpretación de su fantasía inconsciente, interpretación
de la cual se hace cargo el propio grupo.
Esta viñeta pone de manifiesto hasta qué punto ya no fundamos la diferencia de las
posiciones analista-paciente en el tipo de actividad desarrollada por uno y otro. El
dispositivo de grupo hace muy particularmente evidente que la función interpretativa no
es exclusiva del analista, tanto como nos confronta con la verificación del valor para el
trabajo analítico de la comunicación de ciertas asociaciones libres del analista.
Ahora bien, las nuevas ideas no cursan sin nuevos desafíos. Y si bien es cierto que la caída
de algunas certezas nos da la dulce sensación de libertad recién ganada, la conquista
tiene su precio: falta definir en qué fundamos, nosotros hoy, analistas en nuestra época,
la especificidad de nuestra función.
Bibliografía
Kaës, René (1993) El grupo y el sujeto del grupo. Buenos Aires, 1ª edición, Amorrortu,
1995.
(2007) Un singular plural, Buenos Aires, 1ª edición, Amorrortu, 2010