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ser o no admirados, queridos, o aceptados.

Él sostenía que si fuera posible perder algo


de esa importancia,
dos cosas extraordinarias nos ocurrirían. Una, liberaríamos nuestra energía de tener
que fomentar y sustentar
la ilusoria idea de nuestra grandeza; y dos, nos proveeríamos de suficiente energía
para entrar en la segunda
atención y vislumbrar la verídica grandeza del universo.
Necesité más de dos años de práctica para poder enfocar mi atención de ensueño en
cualquier objeto de mis
sueños. Me adiestré tanto en ello que me parecía haberlo hecho toda mi vida. Lo más
extraordinario era que yo
no podía ni tan sólo imaginar el hecho de no haber tenido esa habilidad. Pero al mismo
tiempo podía recordar
lo difícil que me había sido siquiera tomarlo en serio. Se me ocurrió que la aptitud de
examinar el contenido de
nuestros sueños debe ser el producto de una configuración natural de nuestro ser,
quizá similar a nuestra
aptitud de caminar. Estamos físicamente condicionados para caminar bípedamente,
pero aun así tenemos que
hacer esfuerzos monumentales para aprender a caminar.
Esta nueva capacidad de ver los objetos de mis sueños, a breves vistazos, estaba unida
a una irritante
insistencia de mi propia parte en recordarme a mí mismo que tenía que hacerlo. Estuve
siempre muy
consciente de la tendencia compulsiva de mi carácter, pero en mis sueños esa
compulsividad se convirtió en
algo agraviante. Al escuchar mi engorrosa insistencia en mirar a los objetos de mis
sueños, a breves vistazos,
comencé a preguntarme si esto era realmente mi compulsividad, o era algo más. Hasta
creí que estaba
perdiendo la razón.
Le conté a don Juan acerca de esto. Yo había respetado fielmente nuestro acuerdo de
que hablaríamos del
ensueño únicamente cuando él hiciera mención del tema. Pero esta era una
emergencia.
-Cuando te oyes a ti mismo, insistiendo en todo eso, es como si no fueras tú, ¿verdad?
-me preguntó.
-Ahora que lo pienso, si. En esos momentos no parece que fuera yo.
-Entonces no eres tú. Aún no es tiempo de explicarlo, pero digamos que no estamos
solos en el mundo.
Digamos que para los ensoñadores, hay otros mundos disponibles; mundos completos.
Algunas veces,
entidades energéticas de esos otros mundos completos vienen a nosotros. La próxima
vez que oigas durante
tus sueños esa molesta insistencia, ponte enojadísimo y grítale que pare.
Como resultado de esta conversación, entré en un nuevo terreno: acordarme de
enojarme y gritar en mis
sueños. Creo que quizá debido al enorme fastidio que experimentaba, lo hice. La
molesta insistencia cesó de
inmediato y nunca más se repitió.
-¿Tienen todos los ensoñadores esta experiencia? -le pregunté a don Juan cuando lo
volví a ver.
-Algunos la tienen -contestó indiferentemente.
Empecé a hablarle de cuán extraño era para mí que todo eso se acabara tan
repentinamente. Él me
interrumpió.
-Ya estás listo para llegar a la segunda compuerta del ensueño -dijo secamente.
Aproveché la oportunidad para hacer preguntas que no había podido hacerle antes. Lo
más vívido que tenía
en mente era lo que experimenté la primera vez que me hizo ensoñar. Le dije que
había observado, a mi
regalado gusto los elementos de mis sueños, pero que en mis observaciones no había
encontrado, ni de una
manera vagamente similar, tal claridad y detalle como aquella vez.
-Mientras más pienso en ello -le dije-, más intrigante se vuelve. Mirando a la gente de
ese ensueño,
experimenté un miedo y una repugnancia para mí imposibles de olvidar. ¿Qué fue esa
sensación, don Juan?
-En mi opinión, tu cuerpo energético se agarró de la energía de ese lugar y le fue muy
bien. Naturalmente,
sentiste miedo y asco, porque estabas examinando energía forastera por primera vez
en tu vida.
"Tienes una propensión a comportarte como los brujos de la antigüedad. A la menor
oportunidad, dejas que tu
punto de encaje se desplace como le dé la gana. En aquella ocasión tu punto de encaje
se desplazó
considerablemente. El resultado fue que, como los brujos antiguos, viajaste más allá
del mundo que
conocemos. Un viaje sumamente real y sumamente peligroso."
Pasé por alto el significado de sus palabras y me enfoqué solamente en lo que a mí me
interesaba.
-¿Estaba esa ciudad en otro planeta? -le pregunté.
-Ensoñar no se puede explicar relacionándolo a cosas que uno sabe o cree saber -dijo-.
Todo lo que te puedo
decir es que la ciudad que visitaste no estaba en este mundo.
-¿Entonces, dónde estaba?
-Fuera de este mundo, por supuesto. No eres tan estúpido. Eso fue lo primero que
notaste. Lo que te
confunde es que no puedes imaginar nada que esté fuera de este mundo.
-¿Qué es entonces fuera de este mundo, don Juan?
-Créeme, el aspecto más extravagante de la brujería es esa configuración llamada
fuera de este mundo. Por
ejemplo, tú asumiste que los dos vimos las mismas cosas. La prueba es que nunca me
has preguntado qué fue
lo que vi. Tú solito viste una ciudad y gente en esa ciudad. Yo no vi nada por el estilo.
Yo vi energía. Así que,
fuera de este mundo fue en esa ocasión, y únicamente para ti, una ciudad con gente.
-Pero si ese es el caso, don Juan, no era una ciudad real. Únicamente existió para mí,
en mi mente.
-No. Ese no es el caso. Ahora quieres tú reducir algo trascendental a algo mundano. No
puedes hacer eso.
Ese viaje fue real. Tú lo experimentaste como estar andando en una ciudad. Yo lo vi
como energía. Ninguno de
los dos está en lo cierto, pero tampoco está errado.
-Mi confusión es tremenda cuando usted habla del ensueño en términos de cosas
reales. Usted me dijo que
estábamos en un lugar real. Pero si era real, ¿cómo es que podemos tener dos
versiones de ello? -Es muy simple. Tenemos dos versiones porque en ese momento
teníamos dos porcentajes diferentes de
uniformidad y cohesión. Como ya te expliqué, esos dos atributos son la clave de la
percepción.
-¿Cree usted que yo puedo regresar a esa misma ciudad algún día?
-Ahora sí me agarraste. No lo sé. O quizá sí lo sé, pero no puedo explicarlo. O quizá lo
puedo explicar pero
no quiero hacerlo. Vas a tener que esperar y deducir por ti mismo cuál es el caso.
Ahí don Juan cambió el tópico de la conversación y por más que traté de sonsacarle, no
hubo modo de
continuar la discusión.
-Sigamos hablando de nuestros asuntos -dijo-. Se llega a la segunda compuerta del
ensueño cuando uno se
despierta de un sueño en otro sueño. Puede uno tener tantos sueños como se quiera, o
tantos como uno sea
capaz de tenerlos, pero se debe ejercitar un control adecuado y no despertar en el
mundo que conocemos.
Tuve un momento de pánico.
-¿Quiere usted decir que no se debe despertar nunca en este mundo? -pregunté.
-No, no quise decir eso. Pero ahora que lo mencionas, debo hacerte una confesión. Los
brujos de la
antigüedad solían hacer eso: no se despertaban en el mundo que conocemos. Algunos
de los brujos de mi
línea también lo hicieron, pero yo no lo recomiendo. Lo que quiero es que te despiertes
con toda naturalidad
cuando hayas terminado de ensoñar; pero mientras estés ensoñando, quiero que
sueñes que te despiertas en
otro sueño.
Me oí yo mismo haciendo la nerviosa pregunta que le había hecho la primera vez que
me habló de preparar
el ensueño.
-¿Pero es posible hacer eso?
Obviamente don Juan estaba al tanto de mi nerviosidad; riéndose me repitió la misma
respuesta que me dio
en aquella otra ocasión.
-Por supuesto que es posible. Ese control no es tan diferente al control que uno tiene
en la vida diaria.
La vergüenza de hacerle una pregunta tan estúpida no me duró mucho. Al instante
estaba listo para hacer
más preguntas nerviosas, pero don Juan empezó a explicarme aspectos de la segunda
compuerta del
ensueño; una explicación que me puso todavía más inquieto.
-Hay un problema con la segunda compuerta -dijo-. Es un problema que puede ser
serio, de acuerdo al
carácter de uno. Si tenemos la tendencia de aferrarnos de las cosas o de las
situaciones, estamos fritos.
-¿En qué forma, don Juan?
-Considera esto por un instante. Has experimentado ya el exótico placer de examinar el
contenido de tus
sueños. Imagínate la dicha que será ir de sueño en sueño, observando todo,
examinando cada detalle. Es muy
fácil transformar eso en un vicio y hundirse en profundidades mortales. Especialmente
si uno tiene la tendencia
de darse a los vicios.
-¿Pero, no será que el cuerpo o el cerebro concluye todo aquello de una manera
natural?
-Sí fuera una situación de sueño normal, sí. Pero esta no es una situación normal. Esto
es ensoñar. Un
ensoñador llega a su cuerpo energético al cruzar la primera compuerta. De ahí en
adelante, ya no es algo
conocido lo que atraviesa la segunda compuerta. Es el cuerpo energético quien va
saltando de sueño en
sueño.
-¿Qué es lo que implica todo esto, don Juan?
-Implica que al cruzar la segunda compuerta se debe intentar un mayor y más serio
control de la atención de
ensueño: la única válvula de seguridad para los ensoñadores.
-¿Cuál es esta válvula de seguridad?
-Ya averiguarás por cuenta propia que el verdadero propósito del ensueño es
perfeccionar el cuerpo
energético. Entre otras cosas, un perfecto cuerpo energético controla tan buenamente
la atención de ensueño
que la hace parar cuando es necesario. Esta es la válvula de escape de los
ensoñadores. No importa cuán
tarados sean, en un momento dado, su atención de ensueño los hace salir.
Comencé luego la nueva tarea de ensueño. Esta vez la meta me parecía más
escurridiza que la primera y la
dificultad de alcanzarla, aún mayor. Exactamente como me ocurrió con la primera
tarea, yo no tenía ni la menor
idea de cómo llevarla a cabo. Hasta tuve la sospecha de que mi experiencia no me iba
a ser de mucha ayuda
esta vez. Después de incontables fracasos, me di por vencido y me conformé con la
idea de continuar simplemente con mi práctica diaria de fijar mi atención de ensueño
en todos y cada uno de los objetos de mis sueños.
Aceptar mis limitaciones pareció darme un empujón energético y me volví aún más
adepto a sostener la visión
de cualquier objeto en mis sueños.
Pasó un año sin que nada extraordinario ocurriera, pero un buen día algo cambió.
Miraba yo por una ventana,
durante un sueño, tratando de descubrir si podía vislumbrar el paisaje afuera del
cuarto, cuando una fuerza,
que sentí como un viento que zumbaba en mis oídos, me jaló hacia afuera. Al instante
del jalón, mi atención de
ensueño había sido atrapada por una extraña estructura a lo lejos; muy semejante a un
tractor. Cuando recobré
mi atención de ensueño estaba yo parado junto a la estructura, examinándola.
Estaba perfectamente consciente de que yo estaba ensoñando. Miré a mi alrededor
para ver desde cuál
ventana había estado mirando hacia afuera. El panorama era el de una granja. No
había edificios a la vista.
Quise seriamente tomar este detalle en cuenta, pero la cantidad de máquinas que
estaban por allí esparcidas,
como si estuvieran abandonadas, se llevó toda mi atención. Examiné máquinas
segadoras, tractores,
cosechadoras de grano, arados de discos y trilladores. Había tantas máquinas agrícolas
que me olvidé de mi
sueño original. Lo que en esos momentos quería era orientarme, observando el
panorama inmediato. Había

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