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Contrato.

El concepto de contrato se encuentra definido en el artículo 1137 del Código Civil que sostiene que
“hay contrato cuando varias personas se ponen de acuerdo sobre una declaración de voluntad
común, destinada a reglar sus derechos”. Ésta definición resulta técnicamente reprochable, puesto
que, para empezar, no se trata de personas sino de partes (siendo que una parte puede estar
compuesta por varias personas). Además, lo importante no es la declaración de voluntad común,
sino el consentimiento. La expresión “reglar derechos”, a su vez, admite varias teorías: la amplia,
la restrictiva y la intermedia. La primera, mayoritaria en la doctrina, sostiene que mediante el
contrato es capaz de crear, modificar, transferir o extinguir cualquier derecho. Por ello, puede
definirse al contrato como “Acto jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su
consentimiento para crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas
patrimoniales” (Alterini).
El contrato ha sido siempre uno de los ejes de la economía de mercado, ya que funciona como
instrumento para el intercambio de bienes y servicios. Económicamente hablando, el contrato
puede ser vinculado al capitalismo y al modelo de mercado. Una elaboración teórica en el campo
económico, social, político y jurídico desarrollo ciertos principios y reglas: La autonomía de la
voluntad (el individuo solo quedaba obligado cuando lo deseaba, con la posibilidad de elegir a su
contratante) La voluntad expresamente declarada era obligatoria. Se afirmó el consensualismo y la
libertad de formas para agilizar el comercio. La función de los Contratos era reflejar el modelo de
las transacciones en el mercado. El contrato fue ajeno respecto de las iniquidades del mercado.
Esta concepción del contrato fue consolidada durante el siglo XIX, entrando en crisis a mitad del
XX. Sin embargo, el retorno del liberalismo, reavivó esta concepción. Los extraordinarios avances
tecnológicos modernos han repercutido intensamente en los contratos, generando nuevos tipos y
regulaciones. Aparecen gracias a ésta evolución los contratos de empresas, los de adhesión y los
de consumo, relacionados con la nueva figura del consumidor.
Nuestro Código Civil actualmente reconoce la existencia de una doble regulación de los contratos:
la civil y la comercial. Esta distinción es decisiva a la hora de encuadrar un contrato en un tipo u
otro y decidir que reglamentación se utilizará, muy diferentes entre sí. En líneas generales, se
aplica el Código Civil en cuanto a la teoría general y el Código de Comercio en cuanto a los
contratos especiales. Sin embargo, esto genera complicaciones porque muchas particularidades
propias de los contratos comerciales determinan el desplazamiento del Código Civil. El nuevo
proyecto de reforma del Código propone una unificación de ambas ramas.
Hay una clara relación entre Constitución y contrato. Puede verse en: la intervención de orden
público por razones de emergencia económica (un legislador modifica lo dispuesto por las partes
en razón de una situación de emergencia económica), la influencia de los derechos fundamentales
sobre el contrato, la influencia sobre el objeto y la causa, la protección de la capacidad y voluntad
(a partir de la inclusión de diversos tratados de derechos humanos), la protección constitucional
del consumidor, los contratos sobre los bienes colectivos y la tutela de la autonomía privada. El
contrato tiene protección constitucional, que comprende tanto la libertad de contratar (art. 19)
como la de configurar el contenido (industria lícita, art. 14) y de la libertad económica (art. 43). Si
bien en la Constitución no hay una mención expresa de la libertad de contratación, la misma
puede desprenderse de manera implícita, al ser un aspecto de la libertad de trabajar y ejercer
industria lícita y de la libertad económica.
Uno de los principios fundamentales en materia contractual es el de buena fe, que presenta dos
facetas: lo que es digno de creencia y que por ello produce una expectativa jurídica susceptible de
ser protegida (buena fe subjetiva-creencia), y las reglas objetivas de comportamiento legal (buena
fe objetiva). Es una cláusula general que constituye una regla abierta de interpretación y aplicación
para que el juez la utilice en el caso, contemplando las circunstancias de tiempo, lugar y
costumbres (Lorenzetti).
Según cómo actué la voluntad individual, las leyes pueden ser imperativas o supletorias. Las
primeras son las que se imponen a la voluntad de los particulares. Son consideradas leyes
imperativas aquellas que afectan a la moral o al orden público. Ésta supremacía puede verse
contemplada en el artículo 21 del CC. El orden público es un concepto que más que definirse, se
“siente”, y abarca un conjunto de principios de índole superior a los que una sociedad considera
vinculada la existencia y conservación de su organización social (Alterini, Llambías). Hay leyes
expresadas en modo imperativo, pero que no son de orden público.
Las leyes supletorias, por su parte, proveen un “modelo ofrecido, no impuesto, a los particulares”.
El contrato (autonomía de la voluntad) prevalece sobre las leyes supletorias, inclusive a las que
son posteriores. Las leyes supletorias, junto a las leyes imperativas que no conciernen al orden
público, forman el derecho dispositivo.

Elementos

Los elementos de los contratos pueden dividirse en cuatro grandes categorías: generales,
esenciales, naturales y accidentales.
Los elementos generales son los que se encuentran presentes en todos los contratos: sujeto
(consentimiento), objeto, causa y forma.
Los elementos esenciales suponen que cada especie de contrato tiene sus propios elementos o
cláusulas que son sine qua non. Por ejemplo, en un contrato de compraventa una parte se obliga a
entregar la propiedad de una cosa y la otra a pagar un precio por ella, por lo que es esencial que
en ese contrato existan cláusulas que se refieran a cosas y precios. Cuando se contrata dentro de
una figura típica, son de rigor las cláusulas que hagan referencia a esos elementos esenciales. De lo
contrario, el contrato será atípico.
Los elementos naturales son aquellas clausulas existentes en algunos contratos que son propias
del acto, pero que no hacen a la vida del mismo. Son suministrados por la ley supletoria, por lo
que se tienen por incorporados en el contrato aunque nada se exprese en él. Las partes, sin
embargo, pueden dejarlas de lado de expresarlo.
Los elementos accidentales finalmente son cláusulas que dependen de la voluntad de los
contratantes. Las más comunes son aquellas referentes a la modalidad del acto (condición, plazo,
cargo, etc.). Sin embargo, no se agotan allí, puesto que la gama es casi infinita, debido a que
mientras que se respeten los límites a la moral y orden pública, las partes pueden crear nuevos
derechos.
Capacidad.

La capacidad es un presupuesto de la contratación, es decir que se la requiere para que una parte
emita una declaración de voluntad. Se requiere la comprobación de la capacidad de derecho (ser
titular de derecho), capacidad de hecho (aptitud para ejercerlo) y legitimación para obrar (poder
de actuar reconocido por la ley respecto del bien jurídico en cuestión). Las incapacidades son
excepciones a la regla que presentan dos aspectos: la incapacidad de derecho y la de hecho. La
primera de ella nunca puede ser absoluta (puesto que se trataría de una muerte civil, no
contemplada en nuestro ordenamiento jurídico). Se trata entonces de una prohibición legal
referida a la legitimación de un sujeto para un acto determinado.
La incapacidad de hecho por su parte se da cuando se presentan dificultades para ejercer la
capacidad de derecho, por lo que se le designan representantes. Los incapaces de hecho se
encuentran determinados por nuestro Código: minoridad, insanía u otras razones circunstanciales.
Esta incapacidad puede ser de absoluta (personas por nacer, menores impúberes, dementes,
sordomudos que no pueden darse a entender) o relativa (menores púberes e inhabilitados).
Los menores posee la capacidad de realizar ciertos actos, como celebrar contrato de trabajo desde
los 16 años con consentimiento de sus padres. El menor emancipado es capaz salvo por las
limitaciones previstas en los artículos 134 y 135 CC.
Los inhabilitados no son incapaces sino personas limitadas en sus poderes de disposición (no de
administración).
Existen ciertas prohibiciones de contratar con personas determinadas, como por ejemplo los
cónyuges entre sí cuando se trata de contratos en los que hay divergencias de intereses, o los
padres con los hijos bajo su patria potestad.
En el caso de los contratos comerciales, el Código de Comercio sólo legisla la capacidad de hecho,
sosteniendo que los incapaces de hecho (menores de 18 años, dementes interdictos, sordomudos
incapaces de comunicarse) carecen de la libre administración de bienes y por lo tanto no pueden
ejercer el comercio por sí mismos.
El Código Civil en los artículos 1164 a 1166 se encarga del régimen. Los contratos celebrados por
incapaces de hecho son nulos de nulidad relativa, confiriéndose legitimación para plantear la
nulidad al propio incapaz, a su representante legal, a los sucesores universales, al ministerio de
menores y a los terceros interesados. La parte capaz carece de acción de nulidad. Cuando el
incapaz ha actuado con dolo pierde la acción de nulidad, salvo que fuese menor de 10 años o se
haya limitado únicamente a ocultar su incapacidad.

Consentimiento

El consentimiento es un elemento del contrato definido como la declaración de voluntad, que


surge de una oferta y de una aceptación, con aptitud para producir obligaciones. Se trata de una
voluntad calificada por el derecho. Por ello, hay que estudiar la voluntad de en la sistemática del
CC, que establece los requisitos del acto voluntario (art. 897): discernimiento (facultad de
comprender los elementos para tomar una decisión), intención (discernimiento aplicado a un acto
concreto demuestra si el individuo ha querido realizarlo) y libertad (libertad de elegir sin
violencia).
La intención requiere de los siguientes elementos: producir el acto (la voluntad de realización),
producir efectos (se requiere que esa voluntad tenga la finalidad de producir efectos jurídicos) y
ser dirigida a otro sujeto (determinado o determinable).
La voluntad debe exteriorizarse, pudiendo ser expresa o tácitamente. Es expresa cuando se
manifiesta en forma verbal, escrita, o por signos inequívocos. Es tácita cuando resulta de hechos o
actos que la presupongan. Hay casos que la ley presupone la declaración de voluntad. El silencio
no produce obligación, salvo que las partes le otorgan eficacia, o en casos específicos designados
por la ley. La voluntad declarada debe llegar a la otra parte y puede ser por recepción efectiva o
ficta (la declaración llega, pero no es efectivamente conocida por el receptor. Aún así, la norma
jurídica le imputa igualmente los efectos).
La oferta es un acto jurídico unilateral ya que consiste en una voluntad exteriorizada, de carácter
recepticio y con la finalidad de formar un contrato. Debe ser completa, contener una intención de
obligarse y estar dirigida a persona determinada. La intención de obligarse se refiere a la intención
de producir efectos jurídicos consistentes en crear, modificar, o extinguir un contrato. El efecto de
la intención de obligarse es que permite a la otra parte aceptarla y a partir de ello surgirá la
obligación contractual. Si antes de la aceptación la oferta es revocada, no habrá obligación, salvo
que se dé un supuesto de oferta irrevocable.
La oferta debe contener información sobre un contrato especial, con todos los antecedentes
constitutivos de los contratos. Éste contenido puede ser completo (contener todos los datos),
incompleto (no constituirá una oferta jurídica) o parcialmente completo o incompleto (deben
verificarse si están los datos esenciales del contrato para ser considerada oferta jurídica).
La determinación subjetiva se refiere a la necesidad de que la oferta sea hecha a persona
determinada. Las ofertas indeterminadas no obligan al que las ha hecho.
Una declaración en la que no hay especificaciones sobre alguno de los elementos esenciales de la
oferta es considerada una invitación a ofertar.
La regla general es que la oferta por medios publicitarios no obliga contractualmente a quien la
emite, entendiéndose que es una invitación a ofertar. En cambio, en el ámbito del Derecho del
Consumidor, la oferta a consumidores indeterminados, efectuada por medios publicitarios, es
obligatoria.
La regla es que la oferta puede ser revocada libremente y en cualquier momento, porque es el
ejercicio de la libertad de contratar o no hacerlo. Las excepciones son cuando la oferta es simple
ya ha sido aceptada y cuando se ha renuncia a la facultad de revocar, o se ha sometido a plazo la
oferta.
La oferta caduca cuando la muerte o la incapacidad del oferente ocurre con anterioridad a que
tome conocimiento de la aceptación. En los casos en los que no hay oferta, sino declaración
unilateral de voluntad obligatoria, la muerte o incapacidad no producen caducidad.
La regla es que la oferta no causa obligación hasta que ha sido aceptada, momento en el que se
perfecciona el contrato. La oferta en cambio si es obligatoria cuando es una declaración unilateral.
La aceptación es un acto unilateral (porque depende de la sola voluntad del aceptante), recepticia
(con un destinatario), congruente con la oferta (ya que cualquier modificación presupone un
nuevo contrato) y que culmina la formación del contrato (porque se llega al consentimiento).
Además, obliga en su caso a cumplir la contraprestación.
Para que haya aceptación, la misma debe ser lisa y llana (no puede modificar los términos de la
oferta), oportuna (porque tiene que producirse durante la vigencia de la oferta) y formal (el
oferente establece la forma en la que habría de ser hecha la aceptación). La aceptación se puede
dar de forma expresa, tácita o por medio de cierto comportamiento.
La aceptación puede ser retractada antes de que haya llegado a conocimiento del proponente (por
lo que es una de las limitaciones al principio de expedición). La retractación es válida cuando el
aceptante la expide antes de que el ofertante tome conocimiento de la previa aceptación.
Cuando se realiza se rechaza la oferta y se propone una nueva con nuevos términos que modifican
la anterior, se conoce como contraoferta y debe ser aceptada por el anterior ofertante para
perfeccionar el nuevo contrato. Una vez aceptada la oferta, se tiene por perfeccionado el contrato
produciendo los efectos por los cuales ha sido creado.
La voluntad declarada como fuente del consentimiento puede presentar vicios en sus elementos
(discernimiento, intención y libertado), así como también existen supuestos donde el vicio se dé
en el mismo negocio jurídicos.
Dentro de la primera categoría encontramos:
Ignorancia y error: el error es consecuencia de la falta de información, y pueden ser errores de
derecho (ignorancia de la ley, que no exime), y de hecho, que a la vez se dividen en error esencial
(que recae sobre la naturaleza del acto, sobre su objeto, sobre la causa principal, sobre las
cualidades esenciales de la cosa y sobre la persona del otro celebrante), que acarrea la nulidad, y
el error accidental (que recae sobre alguna calidad accidental de la cosa). Sólo los errores
esenciales acarrean la nulidad. De ésta forma encontramos errores que son excusables y otros
que no lo son.
Dolo: el dolo como vicio consiste en una acción dolosa para conseguir la ejecución de un acto. El
dolo puede provenir de una de las partes que engaña a la otra, o bien de un tercero. De probarse
el dolo, el acto se vuelve nulo.
Violencia, intimidación, temor y presión económicas: la violencia o intimidación (violencia
psíquica) puede ser causa de anulación si se es afectado, si hay causalidad, antijuricidad y autoría.
El temor reverencial debe demostrar una amenaza con entidad suficiente como para influir en el
acto. La presión económica se refiere a una práctica desleal del libre mercado.
Estado de necesidad: Éste vicio existe cuando el sujeto sacrifica un bien para evitar un mal mayor,
que no debe provenir del otro contratante (sería violencia), que el otro contratante no conozca del
estado de necesidad (sería lesión) y que esas circunstancias importen la privación de la libertad del
agente.
La lesión subjetiva (Art. 954) la doctrina se ha dividido en cuanto a si es un vicio de la voluntad, o
un vicio de la buena fe. Incluso se ha debatido si existe o no. Ha sido reglamentada efectivamente
a partir de la reforma de Borda. La lesión posee tanto un elemento objetivo (desproporción) y un
elemento subjetivo (inexperiencia, necesidad o ligereza). En el caso de la lesión, se producen
ambas, la primera como causa de la segunda.
La inexperiencia se refiere a un estado de completa incultura o analfabetización de la víctima
lesionada. El estado de necesidad se refiere al estado por el cual la persona está obligada a elegir
un mal menor, obra presionado por las circunstancias de su vida. La ligereza se refiere a una
enfermedad patológica irreflexiva, pero que no alcanza la suficiente fuerza como para ser un
incapaz.
La desproporción es un elemento cuantitativo en el cual una de las partes obtiene una ventaja
económica sobre la otra excesiva. Ésta desproporción debe ser evidente, notable e injustificable.
Ésta desproporción surgida a partir del acto debe mantenerse constante al momento en el que se
interpone la acción de lesión.
En la acción de invocar la lesión se requiere además que sean en principio contratos del tipo
onerosos, y es válido cualquier tipo de prueba. El elemento que es necesario probar es el objetivo,
es decir, que probando la existencia de una desproporción, se presume que existe un
aprovechamiento de algún elemento subjetivo. En caso de producirse la lesión, se puede pedir la
nulidad del acto o el reajuste del mismo.
Hay contrato entre ausentes cuando las partes se hallan en distinto lugar; para otros, cuando
transcurre un tiempo entre la oferta y la aceptación; en fin, también se ha sostenido que deben
concurrir la distancia de lugar y la de tiempo. Dos personas distantes entre sí, pero comunicadas
telefónicamente, emiten declaraciones que jurídicamente deberían ser consideradas entre
personas presentes, aunque si se hallan en distintas jurisdicciones, pueden suscitarse problemas
propios del derecho internacional que hacen aplicables las reglas relativas a la concertación entre
ausentes.
La celebración es instantánea cuando no existe solución de continuidad entre la oferta y la
aceptación. En los casos en los que media un tiempo entre la oferta y la aceptación, se suscitan
problemas en cuanto al momento en el cual debe considerarse concluido el contrato. Para ello, se
han expuesto diferentes teorías:
- Teoría de la declaración: considera concluido el contrato con el solo hecho de la aceptación de la
oferta, sin que sea necesaria ninguna exteriorización de la voluntad.
- Teoría de la expedición: exige que la aceptación de la oferta sea enviada por el aceptante al
oferente.
- Teoría de la recepción: exige además que la aceptación sea recibida por el oferente. Pero no
exige que dicha aceptación llegue a conocimiento de éste.
- Teoría de la información: requiere que la aceptación de la otra parte llegue efectivamente a
conocimiento del oferente
La mayoría de la doctrina entiende vigente el sistema de la expedición, con aplicaciones especiales
del sistema de información. La regla general viene dada por el artículo 1154. La expedición de la
aceptación perfecciona el contrato, hace irrelevante la ulterior muerte o incapacidad del
aceptante e impide el ejercicio de la facultad de retractarse por parte del oferente. Pero hasta el
momento en que la aceptación llega efectivamente a conocimiento del oferente, la anterior
muerte o incapacidad del oferente deja sin efecto la oferta y el aceptante puede retractar su
aceptación.

Objeto

Podría decirse que el objeto del contrato está constituido por relaciones jurídicas que crea,
modifica, o extingue. No hay un ‘objeto real’, sino un ‘objeto jurídico’, y lo que importa es el
lenguaje normativo, es decir, la definición que las partes dieron a la cosa mediante cláusulas y no
la cosa en sí misma.
En base al objeto existen varias teorías. Por un lado, la posición negativa sostiene que el contrato
no tiene objeto sino efectos y éstos consisten en la producción de obligaciones.
Por otra parte, el objeto del contrato está constituido por las obligaciones a las cuales se refiere,
que no serían efectos, sino objeto. Dentro de ésta línea, se admite un objeto inmediato, que
consiste en la obligación generada, y un objeto mediato, que es el objeto de la obligación. La
tercera de las teorías sostiene que el objeto es la operación jurídica considerada, es decir, aquella
que las partes pretenden realizar, con el propósito de crear, modificar, transmitir o extinguir
relaciones jurídicas obligaciones. Las obligaciones son entonces efectos de lo establecido en el
objeto.
Tomando en cuenta la segunda teoría, el objeto inmediato, es decir, la prestación, debe ser
posible, lícito, determinable, patrimonialmente apreciable e idóneo.
La prestación debe ser física y jurídicamente posible. Hay imposibilidad física cuando
materialmente no es factible de realizar, y debe ser absoluta (debe existir con relación a cualquier
sujeto). Hay imposibilidad jurídica cuando el obstáculo proviene del derecho (como hipotecar un
automóvil). La imposibilidad física o jurídica, para tener relevancia, debe ser actual al momento del
contrato. Si es sobreviniente, rigen las reglas de la imposibilidad de pago.
La licitud se refiere a que la prestación no puede consistir en un hecho ilícito, ni en un hecho
contrario a la moral y las buenas costumbres. Aquí no juega un obstáculo legal, sino directamente
un comportamiento contrario a la ley, que está sancionado. Existen objetos que para determinar
su ilicitud es necesario observar la finalidad que poseen. Por ejemplo, la compra de morfina para
uso medicinal es lícita, mientras que para consumo personal no lo es.
Debe ser determinado, es decir, que el comportamiento del deudor recaiga sobre algo concreto.
La prestación puede ser determinable aunque el objeto aún no exista.
Debe poseer un valor patrimonial, es decir, la obligación nacida del contrato debe tener como
prestación la entrega de una cosa, o el cumplimiento de un hecho positivo o negativo susceptible
de una apreciación pecuniaria. Es necesario distinguir el interés del acreedor, ya que el mismo sí
puede ser extrapatrimonial, gracias a la autonomía de la voluntad. Sólo es necesario que el
comportamiento debido por el deudor tenga significado económico. De ésta manera, el contenido
(prestación) debe ser susceptible de valor, pero el objeto (interés del acreedor) puede ser
extrapatrimonial.
El contrato puede tener como objeto inmediato una prestación ajena (promesa del hecho de un
tercero), donde el prometiente se libera con la aceptación o con la ejecución del tercero,
dependiendo el caso. Además, el contrato puede tener como objeto mediato una cosa ajena
prometida como ajena. En estos casos es necesario barajar diversos supuestos: si el prometiente
garantizó el éxito de la promesa y no se cumple, está obligado a indemnizar. Si no garantizó el
éxito de la promesa, sólo estará obligado a emplear los medios necesarios para que la prestación
se realice. En éste último caso, si él tuviere la culpa de que la cosa ajena no se entregue, deberá
indemnizar. Los contratos que versan sobre cosa ajena prometida como propia carecen de validez,
puesto que se incurre en el delito de estelionato.
Así mismo, el objeto puede sobre ser sobre cosas inexistentes o futuras. Son de objeto inexistente
cuando al momento de contratar se ha afirmado la existencia actual de la cosa, siendo nulo el
contrato por falta de objeto y siendo responsable el prometiente. Son de objeto futuro cuando no
se ha afirmado aún la existencia de la cosa a la hora de contratar. Si la cosa es futura, el contrato
es aleatorio, aunque las partes pueden disponer que tanto el prometiente como el comprador
afronten el riesgo.

Forma

El CC trata la forma de los contratos en el art. 1182 y siguientes. Toda declaración de voluntad
tiene un medio a través del cual se exterioriza, y ella es denominada forma en sentido amplio.
Dentro de las formas exigidas en general para los actos jurídicos, el contrato, como acto jurídico
bilateral, puede requerir una forma específica. El principio general que rige la forma es el de la
libertad, que se refiere darle la forma que las partes quieren, tanto para exteriorizar la voluntad
como para conferirle eficacia.
Las solemnidades o exigencias de formalidad pueden ser agrupadas según sus finalidades y
efectos. Para la eficacia, pueden ser absolutos cuando el cumplimiento de la solemnidad es exigida
bajo sanción de nulidad, y no quedan concluidos hasta tanto no se cumplan las formalidades
exigidas (formalidades ad solemnitatem). Como la regla general es la de libertad de formas, las
formalidades ad solemnitatem son taxativos: las donaciones de inmuebles y rentas vitalicias, la
transacción sobre derechos litigiosos y los contratos que deben ser celebrados por escritura
pública bajo pena de nulidad, contemplados en el art. 1184 CC.
Cuando el cumplimiento de la formalidad no es exigido bajo sanción de nulidad, se trata de
solemnes relativos, y si bien tampoco quedan concluidos como tales hasta que no sea cumplida la
solemnidad prevista, valen como contratos en los que las partes se obligan a cumplir la formalidad
pendiente, dándose la conversión del negocio jurídico.
Ésta conversión del negocio toma en cuenta el defecto de forma y le permite alcanzar el propósito
(objeto y causa) por otro medio. El fundamento es la buena fe que permite integrar lo acordado,
sosteniendo que las partes hubieran querido que se produzcan los efectos perseguidos si hubieran
conocido la nulidad.
En el art. art. 1185 CC puede verse ésta conversión del negocio en los casos en los que existe una
solemnidad relativa de hacer escritura pública. Cuando la misma no se cumple, y el contrato se
otorga en instrumento privado, no se produce la nulidad sino la obligación de hacer (art. 1187)
una escritura pública, y por lo tanto, se intimará su cumplimiento.
Las formalidades relativas son ad probationem, puesto que si no se cumplen no afecta la
existencia del contrato, pero dificulta su demostración en juicio. El contrato se puede hacer sin la
forma, es válido, pero se pierde el beneficio probatorio que deriva de la forma.
El neoformalismo posee un carácter tuitivo, debido a la aparición de la figura del consumidor,
tratando de garantizar que un contratante débil tenga acceso a determinadas cuestiones relativas
al contrato que celebra.

Causa.

Desde Aristóteles se distinguen 4 tipos de causas: la formal (que responde al ¿cómo?), la material
(¿de qué?), la eficiente (¿qúien/qué?) y la final (¿para qué?). El derecho moderno gira en torno a
las últimas dos acepciones de causas, la causa fuente y la causa fin.
La cuestión de la causa fin ha sido objeto de debate doctrinario en cuanto a su existencia e
importancia. La doctrina se ha dividido en causalista, anticausalistas y neocausalistas.
Una de las mayores objeciones realizadas a la teoría de la causa por parte de los anticausalistas es
que sus funciones pueden ser cumplidas por el objeto. La respuesta a esta cuestión depende de la
noción que se tenga de ambos elementos. Las diferencias son que el consentimiento es el acuerdo
de voluntades, y la causa es el motivo concreto y compartido, que lleva a las partes a ofertar y
aceptar. El objeto es la operación jurídica considerada, con su finalidad económica y jurídica,
mientras que la causa es la razón subjetiva por la cual se ha querido.
La mayoría doctrinaria sostiene, en cuanto al debate de la existencia o no de la causa fin en
nuestro Código, que el art. 499 se refiere a la causa fuente, mientras que los demás acuden a la
causa fin. El acto es inválido si carece de causa-fin, si ella es ilícita, o si es falsa. En éste último caso,
sin embargo, el acto vale si subyace otra causa-fin verdadera y lícita. Se presume que el acto tiene
causa-fin, que ella es lícita, y que la expresada es verdadera. Pero el interesado en todos los casos
puede probar eficazmente lo contrario (son presunciones iuris tantum).
La causa del contrato consiste en el motivo determinante de su celebración. Se trata de la
finalidad que procura alcanzar cada contratante. La causa así caracterizada tiene relación con la
noción interés. En la causa esa voluntad de ambos sujetos se cruza y conforma un núcleo que da
sentido al vínculo: la obtención de un propósito práctico. Para que el motivo sea ‘causalizado’,
debe haber sido incorporado al acto. La causa es un elemento de la función del contrato, y si se
frustra puede dar lugar a la resolución o la revisión por frustración del fin. La causa es importante
porque sirve no sólo para establecer cuándo un contrato es vinculante, sino también para lo
contrario: para saber en qué casos un contrato no será válido o eficaz.

Prueba

La prueba de los hechos jurídicos se encuentra legislada en el CC en los art. 1190 y siguientes y en
los códigos procesales. A tales fines, existen diferentes medios de prueba:
Instrumentos públicos: está caracterizado porque existe una norma jurídica que le da fuerza
probatoria auténtica. Esta deriva, en la mayoría de los casos, de la intervención del escribano. El
instrumento público goza de autenticidad sin necesidad de otros elementos externos, tanto para
las partes y terceros, con relación a los hechos cumplidos por el oficial público o presenciados por
el mismo, respecto de las manifestaciones de las partes en cuanto a su contenido principal.
Instrumento privado: La noción del mismo se basa en una relación entre documento, escritura y
firma. El documento es el soporte de la declaración. La firma es el modo de asignar la autoría al
documento. Las relaciones que se generan entre ambos son firma ológrafa, firma digital,
instrumento no firmado, firma a ruego de un tercero y firma en blanco. La firma es condición
esencial para los efectos probatorios plenos del instrumento privado. La firma puede ser
reconocida expresamente o de modo ficto (por no comparecer). El reconocimiento de la firma
importa admitir el contenido (iuris tantum). El reconocimiento otorga valor probatorio. Con
respecto a terceros, se tendrá como fecha cierta la de su exhibición en juicio, la de su
reconocimiento frente a un escribano, la de su trascripción en cualquier registro público y la del
fallecimiento de la parte que lo firmó. A los instrumentos privados no firmados, la tendencia actual
se orienta a darle efectos probatorios.
Los libros comerciales registran y prueban las operaciones mercantiles. Tienen eficacia probatoria
entre comerciantes probando a favor o en contra del que los presenta, y en caso de contradicción
entre libros de ambas partes, el juez puede prescindir de esa prueba. La factura es un documento
emitido por el vendedor que se envía al comprador para requerir el pago, fijando condiciones,
términos, calidad, entrega y plazo. Es unilateral, comercial, formal y posee los elementos
esenciales. Prueba la existencia y contenido del contrato, y es una prueba contra el emitente. Los
remitos constituyen documentos que dejan constancia escrita del envío y entrega de las
mercancías.
La correspondencia epistolar: es admisible como prueba, salvo que estén dirigidas a terceros.
La conducta de las partes: sirve como método interpretativo, aplicando principalmente la regla de
la buena fe y la que prohíbe ir en contra de los propios actos.
La confesión es una declaración de voluntad de una parte sobre el conocimiento de un hecho que
se le atribuye y perjudica. La confesión judicial se presta con juramente y hace en principio plena
prueba. La confesión extrajudicial puede ser hecha por escrito o verbalmente y acreditada por
cualquier medio, salvo testigos. La formulada a un tercero sólo sirve como presunción.
El juramento judicial posee dos modalidades: el modo decisorio (mediante el cual se deja a una de
las partes la facultad de jurar sobre los hechos que decidieron la litis y de ese modo extinguirla) o
el modo estimatorio (que se refiere específicamente a la valuación de un aspecto de contenido
patrimonial).
Las presunciones constituyen una conclusión que realiza el juez sobre la base de una serie de
indicios, precisos y concordantes. Se admite la existencia del principio llamado “Res Ipsa Loquitur”
(la cosa habla por sí misma) en los casos en los que exista un indicio demasiado burdo.
Testigo es toda persona extraña al juicio que depone bajo juramento de decir la verdad sobre
hechos que pasaron bajo sus sentidos. Los contratos solemnes absolutos (ad solemnitatem) no
permiten la prueba por testigos. Los contratos que requiere una forma para la prueba no se
consideran demostrados si no se cumple con esa solemnidad. Para esos casos se aplica el art. 1191
con las siguientes excepciones: imposibilidad de cumplir con la forma requerida por un estado de
necesidad, imposibilidad de presentar una prueba cumplida (se cumple con la forma, pero no se
puede presentar), principio de prueba por escrito (en los casos en los que el contrato no posee la
forma prescripta, se autoriza el empleo de todos los medios designados por el art. 1190.
Existiendo ese elemento de prueba por escrito, se admite la testimonial para completar la prueba),
la prestación cumplida (aunque no posee la forma prescripta, comienza a ejecutarse) y los vicios
de la voluntad.
La carga de la prueba es la facultad que se adjudica a las partes de demostrar en su propio interés
los hechos que fundamentan su pretensión. No se puede obligar a alguien a probar, pero si no lo
hace perderá un beneficio. La carga de la prueba está regida por ciertas normas:
Por regla general, incumbe al actor. Sin embargo, el actor no siempre debe probar y hay hechos
que se presumen; la carga incumbe a quien afirma un hecho; la regla de normalidad (la carga de la
prueba incumbe a quien invoca un hecho contrario a lo normal); la profesionalidad (cuando una de
las partes tiene superioridad técnica, recae sobre ella la carga probatoria); habiendo obligaciones
de medios, la prueba incumbe al acreedor, mientras que si es de resultado, la sola demostración
del incumplimiento es suficiente.
También se ha afirmado que debe probar quien está en mejores condiciones de hacerlo. El sentido
mejor se relaciona con la más eficiente, flexibilizando así el sistema. Esta regla debe ser precisa y
evitar los excesos.

Clasificación:

Los contratos se encuentran clasificados tanto dentro de nuestro cuerpo legislativo (art. 1138 a
1143) como por nuestra doctrina. Clasificar los contratos tiene como principal utilidad saber los
efectos de cada clase. Éstos pueden ser:
- Unilaterales y bilaterales: si bien el contrato como acto jurídico es siempre bilateral porque
requiere de dos partes, puede que en el momento de la celebración engendren obligaciones para
las dos partes (bilaterales), o sólo para una de las partes (unilaterales). Los efectos que producen
son: doble ejemplar (en los bilaterales se requiere la existencia de dos documentos originales),
mora (en los contratos bilaterales, uno de los obligados no incurre en mora si el otro no cumple
con la obligación respectiva), excepción de incumplimiento (una de las partes no puede demandar
el cumplimiento si no prueba que ella cumplió), suspensión del propio cumplimiento (en la
compraventa, puede no entregar la cosa si el comprador está en insolvencia), resolución (en los
contratos bilaterales se aplica el pacto comisorio), imposibilidad de pago (en los contratos
bilaterales cuando la prestación se vuelve de imposible cumplimiento sin culpa, se restituyen
recíprocamente lo entregado), la revisión del contrato (por causa de un hecho extraordinario e
imprevisible se aplica a los contratos bilaterales) y existencia de lesión (que sólo rige para los actos
jurídicos bilaterales). Dentro de los contratos bilaterales encontramos los llamados contratos
plurilaterales, en los que más de dos partes se obligan recíprocamente. En estos contratos, cada
parte adquiere derechos y obligaciones respecto a todos los demás. Se trata de contratos abiertos
en los que pueden ingresar nuevas partes, las prestaciones pueden ser de muy distinto valor, por
lo que rige el concepto de equivalencia correspectividad, cada uno de los participantes adopta una
posición independiente respecto de los demás y cuando una parte se ve afectada por un vicio, el
contrato es nulo sólo para esa parte.
- A título oneroso y título gratuito: los contratos son a título oneroso cuando las ventajas que
procuran a una de las partes no le son concedidas por la otra sino por una prestación que ella le ha
hecho o que se obliga a hacerle. Son a título gratuito cuando aseguran a algún contratante alguna
ventaja con independencia de toda prestación a su cargo. Todo contrato bilateral es oneroso. Los
unilaterales, en cambio, pueden ser gratuitos u onerosos. Los efectos son los siguientes: en cuanto
a la acción revocatoria, cuando es a título oneroso, sólo procede cuando se demuestre el dolo
fraudulento entre el deudor y el adquirente. Cuando es a título gratuito, basta con probar el
perjuicio. En cuanto a la oponibilidad, los contratos celebrados a título oneroso y con buena fé son
oponibles a terceros. En cuanto al heredero aparente, los contratos de disposición de inmueble
celebrados por el mismo son válidos cuando han sido realizados a título oneroso. En cuanto a las
garantías por evicción y por vicios redhibitorios, sólo se aplican cuando hay enajenación a título
oneroso.
- Conmutativos y aleatorios: Los contratos a título oneroso son conmutativos cuando las ventajas
para todos los contratantes son ciertas, y aleatorios cuando las ventajas dependen de un
acontecimiento incierto (como los seguros)
- Consensuales y reales: en los contratos reales se entre la cosa y ésta es causa de la obligación
contractual. Sólo quedan concluidos desde que una de las partes haya hecho a la otra tradición de
la cosa. Los consensuales quedan concluidos desde que las partes hubiesen recíprocamente
expresado su consentimiento. Vélez trato los contratos en los que una vez efectuada la tradición
causan obligación de restitución diferenciándolos por su objeto: mutuo en el préstamo de cosas
fungibles, comodato en el préstamo de cosas no fungibles y el depósito, donde se entrega una
cosa para su custodia. En el proyecto de Código, se elimina la categoría de los contratos reales y se
considera al mutuo como consensual. La promesa de mutuo no genera contrato, y esto se
extiende a todos los contratos reales. Sólo se perfecciona con la tradición. En el mutuo oneroso la
promesa no tiene valor de contrato, pero si se puede accionar por daños y prejuicios.
- Contratos típicos y atípico: el contrato es típico cuando es un supuesto de hecho que encuadra
perfectamente con la descripción legal o social y es congruente con sus finalidades. La atipicidad
se configura cuando las disposiciones del contrato se apartan de la finalidad económico-social del
mismo.
- Contrato principal y accesorio: un contrato depende de otro cuando uno es la razón de la
existencia del otro, como ocurre con la fianza. El contrato principal influye sobre el accesorio, en el
sentido de que si se extingue el crédito produce, por efecto derivado, la extinción de la garantía.
- Contrato preliminar y contrato preparativo: el contrato preliminar es el contrato en virtud del
cual las partes se obligan a celebrar un contrato  cuyo contenido esencial es determinado por el
contrato preliminar. Los contratos preparatorios  no obligan a dicha celebración, pero suministran
las bases para su concertación. Son una consecuencia de la contratación en masa propia de los
sistemas económicos modernos, y responden a la necesidad de uniformidad o estandarización de
los negocios que se da en la producción y negociación en serie.
- Contratos paritarios y por adhesión: Los contratos paritarios son aquellos en los cuales las partes
negocian las cláusulas de los mismos. El contrato se celebra por adhesión cuando la redacción de
las cláusulas corresponde a una sola de las partes, mientras que la otra se limita a aceptarlas o
rechazarlas, sin poder modificarlas. La predisposición es una técnica del oferente, mientras que la
adhesión es una característica de un acto del aceptante y por lo tanto, la primera se relaciona con
la oferta y la segunda con la aceptación. En la adhesión hay voluntad de realización, de producción
de efectos, pero no hay libertad de configuración del contenido por parte del adherente, que debe
tomar o dejar las cláusulas prerredactadas.
- Contratos nacionales e internacionales: El contrato internacional tiene a ser regulado en forma
autónoma con lo cual se va creando un microsistema normativo trasnacional cada vez más inmune
a los derechos nacionales. Existen numerosos instrumentos internacionales que marcan la
tendencia de permitir a los celebrantes determinar la ley y la jurisdicción aplicable en caso de
contratos internacionales. Si las partes nada dicen, estos instrumentos aparecen para suplir la
voluntad de las partes. Uno de ellos es el UNIDROIT, que establece ciertos principios generales
(que las partes pueden decir seguir o dejar de lado).
- Contrato de empresa y contrato de consumo: En la era industrial y postindustrial se produjo una
masificación en la contratación que ha repercutido en la forma en la que se contrata. Aparecieron
nuevos tipos de contratos que responden al nuevo sistema, como son los contratos de empresa.
Mediante ellos, el fabricante o intermediario predispone el contenido del contrato y suministra
una plantilla tipo que el cliente se limita a llenar. Éstos tipos de contratos producen un ahorro en
tiempo y litigiosidad
Los contratos de consumo, por su parte, responden también a éste cambio socioeconómico
masificador, admitiendo la nueva figura del consumidor. Esta ha sido objeto de debate,
generándose dos tipos de concepciones: la objetiva, que considera al consumidor como aquella
persona no profesional que realiza un acto de consumo por el cual se pone en contacto con un
profesional habituado a concluir contratos del tipo que se desea realizar, y la subjetiva, en la que
el consumidor destina la adquisición para uso personal, pero al calidad de profesional del
intermediario es indiferente. La adoptada por la Ley de Defensa del Consumidor es la objetiva,
sujetando a quienes de forma profesional realicen actos de comercio con personas que contratan
a título oneroso para su consumo final. En ésta materia se diferencian ambos contratos, puesto
que el contrato es de empresa cuando quien contrata lo hace con la intención de recomercializar
el producto.
Los contratos tienen una finalidad individual que persiguen las partes, y para cuya apreciación hay
que investigar caso por caso. Existen ciertas categorías genéricas según sus funciones económicos-
sociales:
- Función de cambio de la titularidad: persiguen la modificación en la propiedad de una cosa o de
un derecho a cambio de un precio (compraventa)
- Función de transferencia en el uso: no se altera la titularidad, sino sólo el uso, a cambio de un
precio (locación)
- Función financiera: la finalidad es el aprovechamiento económico del dinero (mutuo)
- Función de garantía: la finalidad es brindar seguridad respecto al cumplimiento de otro contrato
(fianza).
- Función de custodia: cosa ajena que se entrega para su guarda y conservación (depósito)
- Función de colaboración gestoría: la finalidad es encargar actos jurídicos (mandato) y materiales
(locación de obra)
- Función de colaboración asociativa: dos o más partes contratan para obtener una finalidad en
común (sociedad)
- Función de colaboración asociativa en redes: uniones de contratos que convienen en un sistema
conexo (franquicia)
- Función de previsión: destinados a la previsión de riesgos (renta vitalicia)
- Función de recreación: poseen una finalidad de entretenimiento (juegos de azar)
- Función extintiva: la finalidad es extinguir conflictos de Derecho (transacción)
- Función de gratuidad: Donación.

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