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El Catolicismo y La Sexualidad de La Mujer
El Catolicismo y La Sexualidad de La Mujer
Según las doctrinas y magisterios cristianos más extendidos, tanto entre católicos
como protestantes, aunque con más énfasis entre los denominados
«fundamentalistas» que entre los denominados «moderados», la sodomía es un
pecado, al no conducir a la procreación, y considerarse contraria a las intenciones
de Dios para el sexo. No obstante, un pequeño número de iglesias y confesiones
cristianas consideran moralmente aceptable la homosexualidad, como las de la
liga internacional luterana, que son las iglesias protestantes estatales de Islandia,
Dinamarca, Noruega, Finlandia y la antigua iglesia estatal de Suecia. Otro ejemplo
es la Iglesia episcopal, que en 2003 designó al primer reverendo gay, Gene
Robinson.13
https://es.wikipedia.org/wiki/Religi%C3%B3n_y_sexualidad
2) https://laicismo.org/2015/mujer-y-sexualidad-en-la-biblia/133372
“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos;
entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de
Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer
se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas
Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz
en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo:
¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te
mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por
compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer:
¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí”
(Génesis 3, 7-13).
Tal es así, que el horror cristiano al sexo ha hecho que la iglesia católica
incluso falsifique los diez mandamientos originales para hacer desaparecer el
segundo y duplicar el sexto en el noveno. Ya lo comentamos en otro artículo más
profundamente y aquí solo lo recordamos: el 2º mandamiento original prohíbe
hacer imágenes (justo lo contrario que hace la iglesia católica constantemente)
mientras que el séptimo original prohíbe el adulterio. Pues bien, la iglesia católica
elimina el 2º (con lo que el 7º pasa a ser el 6º) y lo transforma en “No cometerás
actos impuros”. Al haber eliminado un mandamiento y quedar solo nueve, intercala
uno más entre el 9º y 10º originales que repite al 6º pero exacerbado: “No
consentirás pensamientos ni deseos impuros”. Nótese el progresivo
desplazamiento semántico desde la prohibición del adulterio hasta el anatema
hacia los actos y aún los pensamientos impuros (esto es, de carácter sexual).
La Iglesia Católica enseña que la vida humana y la sexualidad humana son ambas
inseparables y sagradas;1 y condenó como herejía el maniqueísmo (creer que el
espíritu es bueno mientras la carne es mala). Por tanto la Iglesia no considera al
sexo como pecaminoso o como un obstáculo para una vida plena en la gracia. Al
creer que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y que al considerar todo
lo creado vio que era bueno;2 la Iglesia Católica considera que tanto el cuerpo
humano como el sexo son buenos. El Catecismo enseña que la carne es soporte
de la salvación.3 La Iglesia considera la expresión de amor entre marido y mujer
como la forma más elevada de actividad humana, al unirlos como lo hace en un
completo y mutuo autodarse y abrir su relación a la creación de nueva vida. Estos
actos, con los cuales los esposos se unen en casta intimidad, y a través de los
cuales se transmite la vida humana, son, como ha recordado el Concilio,
"honestos y dignos".4 Es en los casos en que la expresión sexual se efectúa fuera
del sacramento matrimonial, o en que la función reproductiva se frustra
deliberadamente, incluso aunque lo sea dentro del matrimonio, cuando la Iglesia
Católica expresa su juicio moral.
A todo esto hay que añadir la discusión de no menor importancia sobre la inclusión
de algunos comportamientos contrarios a la ley natural (e incluso civil, en algunos
casos) dentro de las prestaciones de las obras de salud. Ya se han sentado
antecedentes en que se ha exigido a determinadas obras sociales prestar
servicios de anticoncepción y esterilización. Además de la grave violación de la ley
que esto puede implicar, y de la injusticia palmaria que significa el que los
servicios públicos que muchas veces no cumplen adecuadamente con sus
compromisos respecto de la salud de sus socios enfermos vuelquen, en cambio,
sus haberes en atentados contra la salud; además de esto, digo, se platea aquí el
problema de conciencia para quienes, haciendo sus aportes a una obra de “salud”,
ven destinados parte de sus fondos a obras inmorales, sintiéndose cooperadores
involuntarios de las mismas.
Se trata de dos visiones del hombre totalmente distintas y opuestas: por un lado el
concepto católico (que es el que está en la base de la filosofía realista, de la visión
judeo cristiana, de la doctrina magisterial de la Iglesia) sobre el hombre, sobre la
sexualidad, sobre el matrimonio, sobre la educación, sobre el pecado y el vicio,
sobre la virtud, etc.; por otro lado, el concepto opuesto (que no es otro que el
concepto materialista, hedonista y utilitarista) presente en la raíz de todas estas
legislaciones y campañas. El Papa Juan Pablo II lo ha señalado hablando en
concreto sobre la diferencia entre los métodos naturales para regular la fertilidad y
los métodos anticonceptivos: hay, entre ambos “una diferencia antropológica y al
mismo tiempo moral”; se trata “de dos concepciones de la persona y de la
sexualidad humana irreconciliables entre sí”[1].
Pero si, por el contrario, el hombre es cuerpo corruptible y alma inmortal, si lleva
grabada en su corazón una ley que él mismo no se dicta ni puede cambiar, sino
que debe obedecer como condición para perfeccionarse, si hay un Dios que guía
con Sabiduría nuestros pasos, un destino eterno y una rendición de cuentas al
final de nuestra existencia terrena... entonces, digo, las cosas cambian.
Está en juego también la Ley de Dios. Ley que está grabada en nuestros
corazones, es decir, en nuestras conciencias; y por eso es llamada “ley natural”, o
más propiamente “ley divina natural”, pues es divina por su Autor, y natural por el
sujeto donde está impresa[2]. Ley que llevan en sus corazones incluso los
paganos (cf. Ro 2,15)[3]. Tales son los diez mandamientos de la ley natural[4].
Pero también está en juego la Ley divina positiva, la Ley revelada por Dios a
Moisés, y repetida una y otra vez por Jesucristo. En el fondo coinciden sus
preceptos con los de la Ley natural (varía en algunas leves concreciones positivas
de algunos preceptos). Quedó grabada en las dos Tablas de la Ley que trajo
Moisés de la cima del Sinaí, y está en la base de la Ley de Gracia traída por
Jesucristo (sus preceptos morales perviven en la ley cristiana, como le manifestó
Jesús al joven rico –Mt 19,17–: Si quieres entrar en la vida [eterna], guarda los
mandamientos)[5].
Dios, en el Sinaí, reiteró en sustancia la Ley que los hombres llevan en sus
corazones, porque el pecado y el vicio había oscurecido sus conciencias y había
embotado sus sentidos espirituales, al punto de no resultarle ya tan claro ni
evidente aquello que luce más fuerte que el sol: “Dios, dice San Agustín, escribió
en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones”[6].
Esta misma Ley natural y este núcleo moral de la Ley Revelada ha sido
revalorizado y recordado una y otra vez por el Magisterio de la Iglesia[7].
Hay cosas que un católico no puede poner en tela de juicio simplemente porque
no son materia de opinión. Puede discutir con los demás para defender estas
verdades; pero no las puede poner él en discusión. En lo que al actual debate se
refiere quiero recordar que no es materia opinable que:
a) Que la vida es sagrada, y por tanto, todo atentado contra ella es un atentado
contra una persona humana[9].
d) Es lícito por motivos serios usar prudentemente los períodos infértiles que la
naturaleza dispone en la mujer, realizando así las relaciones conyugales
previendo que no se seguirá de ellas un embarazo (métodos naturales)[18].
Ya he dicho que la ley natural es ley «divina» por su origen y causa y por expresar
la voluntad explícita de Dios; sólo es llamada «natural» por encontrarse grabada
en el corazón de todo hombre[25]. Es una participación en la creatura racional de
la Ley eterna, es decir, de la Sabiduría ordenadora de Dios. De ahí su
obligatoriedad universal y sin excepciones. En cambio, la ley humana sólo tiene
valor en la medida en que numerosas circunstancias o situaciones del obrar
concreto del hombre no son explicitadas por la ley natural. Las leyes humanas son
concretizaciones de la ley natural y tiene valor en la medida en que sea
prolongación, deducción o aplicación de la ley natural. Por el contrario, carece de
valor alguno en la medida en que contradiga la ley natural o la ley divina
revelada[26]. De aquí se sigue que:
a) Una ley humana que se opone o contradice la ley divina natural no es ley, y no
sólo no obliga sino que de ningún modo puede ser observada (cf. Act 5,29). León
XIII dijo en su momento que “si las leyes de los Estados están en abierta oposición
con el derecho divino, si se ofende con ellas a la Iglesia, o contradicen a los
deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice supremo,
entonces la resistencia es un deber, y la obediencia un crimen”[27].
b) Es intrínsecamente injusto (es decir, pecado y pecado grave) elaborar una ley
semejante o votar en su favor[28].
Por eso ejerce no sólo con derecho sino con deber (ante Dios) la custodia de las
verdades pertenecientes a la ley natural, especialmente cuando ésta se encuentra
oscurecida en el corazón humano y en las sociedades, a causa del pecado original
y de los pecados personales de los hombres. Sin el Magisterio moral de la Iglesia
nuestro obrar práctico estaría rodeado de tinieblas y la adquisición de todas las
verdades necesarias para guiar nuestra propia conducta estaría reservada a unos
pocos quienes, a su vez, llegarían a ellas con dificultad, luego de mucho tiempo y
no exentos de error[34]. La demostración más elocuente es el estado moral de
todos aquellos individuos e incluso pueblos que no se subordinan a la luz de la
enseñanza de la Iglesia.
Como simple consecuencia, todo fiel debe acatar la enseñanza autoritativa del
Magisterio en conciencia, según sea el modo de proposición: las verdades
infalibles deben creerse con fe teologal; las propuestas “de modo definitivo” deben
ser “firmemente aceptadas y mantenidas”; cuando son enseñadas (sin intención
de establecer un acto definitivo) para ayudar a comprender más profundamente la
revelación, han de ser aceptadas con “interno” y “religioso asentimiento de la
voluntad y de la inteligencia”[35]. Por esta razón, si el Magisterio se ha
pronunciado en un tema, ya no queda librado a la libre opinión de los fieles; al
oponerse a estas enseñanzas, el católico no se opone al Papa solamente sino al
mismo Cristo, quien ha dicho a los Apóstoles y a sus Sucesores: El que a vosotros
oye, a Mí me oye, y el que a vosotros rechaza, a Mí me rechaza, y el que me
rechaza a Mí, rechaza al que me envió (Lc 10,16; cf. Mt 10,40). Igualmente: Si
guardaren mi palabra, también guardarán la vuestra (Jn 15,20).
Este punto es fundamental, y es el fondo de muchos problemas. Se juega en él no
ya aspectos secundarios de nuestra vida, sino nuestro ser cristiano y nuestra
situación ante Dios. Se es cristiano cuando se vive como tal y cuando se piensa
como tal; pero es Jesucristo, a través de Pedro y su sucesor el Papa, quien nos
dice cómo debe pensar y cómo debe vivir un cristiano.
La situación es realmente muy grave. Y más grave aún sería que no nos demos
cuenta de ello. Siempre ha habido corrupción en las sociedades humanas. Pero
cuando la política se pone a la vanguardia de la corrupción (ya sea económica
como sexual) es hora de que vayamos cavando la fosa para el cadáver de la
Patria, porque lleva cuatro días muerto y ya hiede (cf. Jn 11,39).
Y no exagero. Las leyes que desde hace unos años se están implementando o se
discuten en distintas partes de nuestra sociedad, son positivamente promotoras de
inmoralidad y libertinaje (a veces solapado como “seguridad sanitaria”). De hecho,
ofrecer sexo “seguro” a quien no debe ejercer su sexualidad (prostitutas,
homosexuales, personas no casadas), además de prometer una seguridad
mentirosa, comporta aceptar la licitud de tales comportamientos, mantenerlos,
alimentarlos, provocarlos y extenderlos. Ya no se trata de “tolerar” sino de ofrecer
un marco legal para la desvergüenza. Los hechos demuestran esto hasta el
hartazgo. Esto mismo brindado a los niños, adolescentes y jóvenes, debe ser
catalogado desde el punto de vista moral como una expresa “corrupción de
menores”.
–Hay que hacer oír la voz de la buena doctrina. La Verdad católica no tiene buena
prensa en nuestra sociedad. Es una triste constatación, y un vacío pendiente que
se hace sentir en estos momentos: la prensa católica. Al menos hay que divulgar
“boca a boca” la enseñanza de la Iglesia. Tal vez esto no tenga incidencia en el
plano de las leyes; pero algo hace: muchos se amparan en estas leyes (para
abortar, para esterilizarse, para pedir anticonceptivos, etc.) por ignorancia. Si no
hubiera (o fueran pocos) quienes pidiesen la aplicación de una ley injusta, esta ley
sería letra muerta.
–Hay que asociarse. La soga de tres hilos se rompe difícilmente (Ecle 4,12).
Asociarse significa apoyarse. Hay que ser solidarios unos con otros. Bíblicamente
“solidaridad” se dice “misericordia”. Si los más pudientes ayudaran a los más
pobres, muchos de éstos no caerían en las manos de quiénes los corrompen.
–Hay que hablar; hay que pedir; hay que exigir que se respeten los derechos
naturales y los auténticos derechos civiles. Si las voces no fueran tan aisladas,
muchos personajes encumbrados no se atreverían a tanto. Lo enseñó Jesucristo
cuando predicó el ejemplo de aquel juez inicuo que ni temía a Dios ni respetaba a
los hombres (Lc 18,2). Sin embargo, también había en aquella ciudad una viuda
que, acudiendo a él, le dijo: “¡Hazme justicia contra mi adversario!”. Durante
mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque no temo a Dios
ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer
justicia para que no venga continuamente a importunarme” (Lc 18, 3-5).
–La verdadera solución –en circunstancias como las que atraviesan muchas
sociedades actuales– es crear entidades auténticamente católicas que den a
todos los hombres de buena voluntad la oportunidad de recibir cristianamente lo
que la sociedad no les ofrece: es necesario que los buenos periodistas se asocien
para crear periódicos y agencias informativas confesionalmente católicas; que los
médicos y el personal sanitario en general se asocien y funden hospitales
católicos, inspirados en la práctica respetuosa de la ley moral y en la misericordia
con los pobres y enfermos; y lo mismo se diga para las demás profesiones: en el
campo del derecho, en las escuelas y universidades, etc. Los empresarios
católicos deberían apoyar e invertir su capital en estos emprendimientos. Hablo,
evidentemente, de una utopía.
...Y por sobre todo, hay que rezar. Tal vez las cosas no serían así, si fuésemos
mejores. Hay que rezar por nuestro pueblo, y mucho. Debemos decir, una y otra
vez, como Moisés: Perdona, pues, la iniquidad de este pueblo conforme a la
grandeza de tu bondad, como has soportado a este pueblo... hasta aquí (Nm
14,19).
5) La Iglesia Católica y la Sexualidad
Roberto Mercado
¿Cómo podría modificarse el relato del génesis sobre Adán y Eva con una
perspectiva que tomara en cuenta la sexualidad humana?
Este texto pretende dar una visión sencilla al respecto. Al revelarse Dios como 3
Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pone de manifiesto que Él es, por esencia,
relacional. Además es relacional en cuanto que nos crea libremente, es decir, por
amor. Y su relación con nosotros llega y su culmen por medio de Jesucristo y en el
Espíritu Santo.
Según el relato más antiguo de la creación, Dios interviene directamente para que
el hombre exista. Pero lo ha hecho de tal forma, que al hombre no le es suficiente
mantenerse en comunicación con Dios para romper su soledad y encontrar la
alegría.
Dios conversaba con el hombre, pero a pesar de ello éste “no encontró el auxiliar
que le correspondía”. Es obvio que Dios es el único que hace que la felicidad
humana llegue a la plenitud. Sin embargo, Él quiso compartir con la mujer, su
capacidad de hacer feliz al hombre. Así mientras ésta no existía, aquel se sentía
solo. Entonces el Señor Dios se dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; voy a
hacerle el auxiliar que le corresponde”.
Por medio de este relato dios pone de relieve su plan para que el amor erótico se
realice dentro del matrimonio monogámico.
Con esta insistencia en que “varón y hembra los creó” no sólo se insiste en la
igualdad de ambos, porque tienen un origen común, sino que se refuerza el hecho
de que la sexualidad también participa de la imagen de Dios.
“El hombre es imagen de Dios en el nivel profundo de su ser, allá donde él es uno:
carne y espíritu unificados, en el centro más personal. Lo que hay de característico
del ser humano, en esta profundidad, es la relacionalidad: el hombre es relacional,
él es “para el otro”, igual que es “por el otro”. Es en esto que él es imagen de Dios:
el ser humano es relación, como Dios es pura relacionalidad: La sexualidad
humana participa entonces plenamente de la imagen: ella me define como imagen
de Dios, en cuanto que ellas es el signo visible, la expresión externa de aquello
que yo soy constitutivamente –en mi centro más personal-relacional”
La sexualidad tiene que mantenerse integrada en todos sus rasgos, sobre todo, en
el amor y en la apertura a Dios que aquí parece en absoluto trascendente.
Al afirmar la trascendencia de Dios se pone de relieve que Él es el único Dios
verdadero. Por Él fueron hechas todas las cosas. Y cuando es llamado Padre no
significa que exista junto a Él alguna diosa-madre o diosa-amante o diosa-esposa.
Por ello, en la Biblia la paternidad divina indica, más bien, la posibilidad de invocar
a Dios, de relacionarse con Él y no trata ninguna alusión a los mitos de la
fecundidad divina.
Hay que advertir que cuando el hombre peca no sólo se cierra al amor de Dios,
sino también al de la mujer. En lugar de defenderla la acusa como responsable del
pecado.
En esto consiste el pecado, en una negación del amor, tanto al prójimo, al propio
Yo, como a Dios. Es pecado negar a Dios, no porque le podamos hacer daño, sino
porque de alguna manera, negarlo nos afecta negativamente a nosotros los
hombres.
La ética del Antiguo Testamento conserva un matiz tabuístico, que con claridad se
ve en la serie de prescripciones rituales relacionadas directamente con la
sexualidad. Estas prescripciones no se refieren a la moral, sino a las categorías de
puro e impuro, en sentido ritualista. En lo que se manifiesta un cierto temor ante lo
sexual y un trasfondo de concepción de lo sexual como tabú.
Pero a pesar de todo, Yahavé mantiene fielmente su amor para los hombres. Esto
lo han expresado los profetas, usando la imagen de Dios como esposo e Israel
como esposa.
Jesucristo puso bajo la ley del amor la existencia en general, pero también la
sexualidad en particular. Por ello rechaza la permisión mosaica de repudiar a la
mujer y reafirma la indisolubilidad del matrimonio “lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre”.
En san Pablo (Ef 5,25-33) vemos que Dios, además de derramar su amor en los
hombres cuya sexualidad creó, los llama a convertirse en espejos de ese mismo
amor, mediante el matrimonio.
Este hecho nos hace colocar a las relaciones conyugales por encima de una mera
unión genital. La unión es vista por san Pablo como un vehículo de unidad y amor
para la pareja, sin que se excluya la procreación, pero sin que se reduzca a ello.
Esto último fue olvidado por los Padres de la Iglesia (sII-VI), debido al erotizado
ambiente en el que vivieron, y a que influyeron en ellos la presencia de algunas
ideologías que negaban o le daban poca importancia al cuerpo.
“Es cierto que en los pecados de orden sexual, debido a su género y a sus
causas, ocurre con mayor facilidad que falte, al menos en parte, ese libre
consentimiento. Ello obliga a proceder con mayor cautela en todo juicio sobre la
responsabilidad del sujeto. En esta materia resulta especialmente oportuno
recordar las siguientes palabras de la Escritura: “El hombre ve las apariencias,
pero Dios escudriña el corazón” (1 Sam 16,7). Estas afirmaciones contrastan a mi
parecer, con el viejo principio moral de que en materia sexual no había parvedad
de materia. Lo que significa que toda falta de tipo sexual constituía un pecado
grave. Este documento sostiene que al menos en parte, falta libre consentimiento.
Además recomienda ir con prudencia al juzgar la gravedad subjetiva de un
determinado acto pecaminoso. Obviamente, no significa que se deba llegar al
extremo de sostener que en el terreno sexual no se cometen pecados mortales.
Solo espero que a trevés de esta breve exposición quede más clara la manera de
pensar de la Iglesia Católica ante la sexualidad. Sin que esto signifique que todos
los sacerdotes conozcan dicha doctrina, pero el pensamiento eclesiástico no
proviene de las opiniones particulares sino de los documentos oficiales, de los
responsables de dicha institución; que son la voz del sentir general de los
miembros de la misma a través de todos los tiempos.