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LA SINFONICA Y OTROS CUENTOS MUSICALES* * Pablo Montoya Campuzano, La sinfénica y otros cuentos musicales, Medelin, Ectoral El Propio Bolsilo, 1997, 131 p. Para José J. (Que me regalé una flauta EL MADRIGAL El Principe de Venosa mira las hojas regadas sobre la mesa. Sabe qué escribir sobre el pentagrama. Ya no existen los arduos intentos de atrapar los sonidos escuchados en el suefio. Los acordes resuenan ahora nitidos en su piel. Pero no hay alegria porque se le haya revelado una nueva fase en su modo de composicién, sino una urgente necesidad de interrumpir, aunque sea por un momento, el final de la obra. Abrumado, se levanta, Siente asco por todo lo circundante, Piensa no seguir su plan meticuloso. Quiere irse a un refugio en las montarias. Y no concluir lo que le ha costado las més Asperas luchas contra los demonios del contrapunto. Le llegan, como fogonazos, imagenes amadas de la mujer: el gesto de agénica felicidad en las primeras noches compartidas, la suavidad de los labios en su miembro, las piemas entrelazadas mientras él confesaba secretos escondidos desde la nifiez. El sopor de la noche, incrustado en su propia noche, le hace abrir la ventana. Entre el follaje de los Arboles, como un ojo compasivo, ve emerger la luna con lentitud. El Principe trata de definir el suplcio de los uitimos dias a partir del movimiento del astro. Reconoce, en las hojas de la mesa, algo de ese leve transcurrir de las dolencias intemas. Cierra los ojos. En su mente reproduce, consolandose, el primer sonido de las cinco voces. Sonido afectado por una fuerza inicial que se va esfumando. Y luego es el tortuoso ascenso cimentado en las palabras "Por qué". Recorre nuevamente las respuestas que ella daria si él fuese capaz de abordaria. Pero ninguna puede convencerlo, Presiente la mentira o, peor ain, la suplica, Ambas, en todo caso, aumentan su rabiosa amargura de traicionado. Sabiendo que la desesperacién crece cuando no esta sumergido en su labor, camina hacia la mesa. Vuelve a mirar los signos y las lineas rigidas con que la misica se disftaza, los matices marcados por él con tintas de colores diferentes. Sigue, sin cantarlos, los tres temas que, en determinado sitio, se unen en el fortisimo de las voces. Esta seguro de que el efecto serd repudiado por la mayoria de los criticos. Su desazon no ha permitido, sin embargo, las estabilidades arménicas, los lrsmos que sean recordados después por una levedad o una tristeza faciles. Mas bien, es preciso que ese lugar de la composicién tenga una aspereza que se torne insoportable durante segundos. Y que después pase, poco a poco, por los trances de un dolor construido con disonancias nunca antes utiizadas. Ademas, superada la impotencia del comienzo, lo escrito es lo mas cercano a los vestigios sonoros del suefio. De ese suerio que se le instalé en la memoria, como un paisaje nefasto, en las visperas del matrimonio. Fue menester que pasaran afios para que el Principe volviera a despertar y sintiera que su cuerpo resonaba como un gran instrumento. La misica sofiada antes de las nupcias, a diferencia de la que lo habia despertado pocas semanas atrés, se dejé plasmar faciimente. Y, cuando el obispo bendijo la union hasta la etemidad, fue cantada con regosijo. En el momento del beso, ella le susurré que los sonidos que llenaban cada rincén de la iglesia eran el trasunto de su dicha, Algo, empero, habia quedado sin expresar. Un pasaje sonoro del suefio que el Principe deseché por no encajar con el diafano resplandor del resto, Seguro de esta consideracién, los ecos del suefio se fueron haciendo mindsculos en su mente. Y nada de ello cont6 al sacerdote organista que revisaba, con juicio bondadoso pero contundente, sus creaciones. El sacerdote lo conacié afios atris. Se dio percato de que era observado por alguien que se escondia detras de una columna. El nifo, curioso por los movimientos de los dedos en las teclas, dijo su nombre. Luego superé la timidez y toc6, con algunas posturas equivocas, melodias que el religioso no identific6 en el extenso archivo de su memoria. No hubo duda. Era un talento fuera de lo comin Cuando le pregunté por su guia de drgano, el nifo, bajando la cabeza, lo sefialé a él. Desde entonces, el sacerdote se encargé de dirigit una formacién basada en las relaciones del Quadrivium y en un desdén por los claustros umbrios de la universidad. Le mostré los modos de la misica griega propicios para hacer de la melancolia un mal productivo, para suavizar los temperamentos coléricas y encauzar las energias de los desesperados. Estudiaron, con un rigor que nunca fatigé al adolescente, los principios arménicos de Zarlino. Y disfrutaron, como una jomada de aventuras, el andlisis del Contrapunto cangrejo. Mientras la corte entera se entregaba a un asueto de cazas y paseos, juegos de azar y tomeos deportivos, el joven aprendié la elemental perfeccién de los cantos ambrosianos. Tampoco fue ajeno a la misica profana. El sacerdote le hizo un método de tablatura para laud, instrumento que el Principe habia escogido porque la voz de las cuerdas calmaba sus repentinas depresiones de causas inciertas. No vacilé en darle, durante las caminatas que hacian al campo, las baladas de Machaut, sobre todo aquéllas que fueron escritas cuando el francés, anciano y enfermo, se sintid rejuvenecido por el correspondido amor de una muchacha. Y, creyendo que un hombre que conociera sélo de miisica nunca llegaria a ser un misico, hizo que el Principe acompafiara a Ulises en su trasegar y conociera lo dicho por Marco Polo. Le hablé de la construccién de puentes y fortalezas, del astrolabio y la brijula, de Agustin y el monje de Aquino. También el sacerdote dijo, en varias oportunidades, a la salida de conciertos dados por el Principe, que su misica apuntaba al futuro, y que esas extravagancias -ambigledades jamés resueltas- atacadas por muchos, perdurarian en el tiempo. Y aunque el Principe tenia el suficiente poder para ejecutar sus composiciones en cualquier lugar del reino y con los mejores intérpretes, reconocia que los conceptos del padre favorecian su prestigio. Con todo, el hecho de que siguiera sintiéndose discipulo y confidente del sacerdote, no era ébice para que el ctimen fuera consumado. De la obra que estaba a punto de finalzar, algo le habia dicho, una vez que se encontraron camino de la iglesia. El viejo maestro iba a su diaria tarea de tocar el 6rgano en las celebraciones vespertinas. El Principe trataba de refrescar su confusién con las brisas de la intemperie, Ante el semblante descompuesto, el padre lo invté a escuchar la ejecucién de un Magnificat del renombrado Di Lasso, cuyas partituras habia conseguido en su reciente viaje ala capital. La negativa fue invencible. El Principe dijo que queria estar solo, paseando, mientras llegaba la oscuridad. Algo huidizo, explicé, se movia en su mente y le era imprescindible asirlo. En tal desasosiego, la servidumbre, sus més cercanos amigos y la mujer lo vieron caminar, bajo el peso de una condena extrafia, por los senderos que cruzaban los bosques de pinos enanos. Bordear, embelesado en sus pasos lentos, el lago donde habia vivido horas inolvidables al lado de ella. Dar vueltas por aposentos y crujias durante noches sin fin, Era imprudente recordarle que descuidaba sus habitos en el comer y el vestir. Respondia entonces como una fiera acorralada. A la mujer, sin embargo, nunca le demostré agresividad alguna. Al preguntarsele por el motivo de su transformacién, siempre tuvo como réplica: "Son asuntos de mi fico". Asi lo tomé ella. De igual modo lo supo el amante. Aunque éste vivia con el temor de ser sorprendido, a pesar de que se le explicaba con aire de envidiable seguridad: "Esté demasiado cocupado en su misica para pensar en mi". La verdad era otra, Desde el dia en que supo la existencia del otto, el Principe no dejé pasar nada desapercibido. Cada salida, toda visita, los paseos, las frecuentes idas al templo de la mujer, fueron observados con severidad, Después de haberla visto por vez primera, el Principe la abordé en un camino. No respeté la presencia de la menina, y le confes6 su amor sin tregua. Al poco tiempo se casaron con la pompa y el Iujo propios de los nobles. El Principe pudo conocer esa embriaguez de los sentidos que comparé con la mas alta lucidez del espiritu. Se sintio parte de un todo en irreprochable equilbrio. Se creyé justficado en la vida por el conocimiento pleno del amor. Fueron varias las veces en que, penetrando su célida humedad, tuvo la felicidad de saberse fundido. Nadie pensé que existieran desposados mas gozosos. Muchos creyeron en una prosperidad resistente incluso a los achaques de la vejez. Ella también fue de esa opinién hasta que se hizo presente el otro. Seducida por los nuevos encantos, aproveché una de las continuas ausencias del Principe, que viajaba para interpretar sus obras 0 escuchar a los maestros de la polifonia, Se entregé sin tapujos. Y, cada vez que pudo, siguié viviendo tun amor que la dejaba exhausta, saciada, envuelta en una suerte de agonia nunca proporcionada por su esposo. Al oir los pormenores de la traicién, el Principe entendié que la musica, olra vez sofiada, era un presagio. Y asi como se iluminan los objetos por el relampago, surgié la certeza. La raiz de la musica, que ahora componia, era el fragmento del primer suefio que é! habia olvidado inexplicablemente. Esa misma noche, desolado frente al vacio de las hojas pautadas, se prometié no hacer nada hasta terminar eso que poseia dimensiones escurridizas. Tres meses habian transcurrido. La obra fue empezada una y otta vez. Algunos pasajes tomaron su adecuado color después de sucesivas enmiendas. Cada acorde fue divagado hasta el cansancio para dar la impresion de la magica espontaneidad. Hubo jomadas enteras en que no fue capaz de escribir ninguna nota, Le parecian corrosivas y contrahechas. A punto de acabar, se creyé esttipido haciendo algo que seria ignorado con soma por muchos oyentes. Y el peor de los imbéciles, al estar preso entre dos abstracciones aborinables: el amor y los sonidos. Pero todo ya hacia parte del pasado. Era necesario escribir lo que faltaba. En el papel tenia que difuminarse la angustia. Elrastro de la queja debia perderse en el vacio, El Principe de Venosa, entonces, se sienta. Con calma termina el madrigal. Ahora sabe donde encontrarlos. Pero antes ha de llevar las hojas al sacerdote. Y no habré necesidad de esperar sugerencias. Porque esté convencido de que al padre lo cimbrard el asombro. Luego, le pedira el favor de iinterpretar la composicién en los préximos funerales que se realicen en la iglesia, Y, con la bendicién impartida sobre su cabeza, enfrentard el mutismo de las callejas noctumas. El Principe de Venosa, en la penumbra del zaguan, escucha la jadeante voz del sirviente. Escuetas son las tilimas indicaciones. Las pisadas se apresuran en los largos pasillos. Guiados por una tea suben las escalas. El Principe, por un instante, se aterroriza al ver su sombra distorsionada en la pared. No dice palabra. Observa cémo golpean la puerta, En los interstcios del forcejeo, oye movimientos de alarma en el interior. Desea devolverse. Pero lo que sigue lo absorbe répidamente. Entre el bullcio ve caer al hombre. Suspendido como una exclamacién silenciosa, La luz crece. En el extremo de la alcoba la mujer intenta cubrir su desnudez. El Principe fia los ojos enrojecidos en el pubis tantas veces acariciado, en el vientre donde volvié a ser nffo, en los senos que calmaron una sed padecida desde siempre. Piensa en no matar. Anhela con todas sus fuerzas que el mundo se detenga en ese recodo del tiempo en que la muerte se confunde con la belleza. Pero ella sonrie. Y la sonrisa produce el derrumbe de una visién que linda con el éxtasis. Ni siquiera le deja abrazar al amante que yace al lado de la cama, Al sacar el cuchillo del cuerpo una, dos, tres veces, el misico siente que todo es ligereza. Cuando la mujer termina de caer, el sirviente cierra los ojos para pronunciar un responso. El Principe, en cambio, se retira en silencio, En su mente, las cinco voces dicen: "Por qué la muerte es el Unico alivio?" EL SONIDO Y EL SILENCIO El encuentro ocurrié durante un paseo dominical, en las géndolas de una Venecia entristecida por el paso de la lluvia. Alejandro venia nostalgico de los aromas de su distante Monfestino, recorriendo una vez mas los gratos hechos de la infancia. Horas antes se habia propuesto retocar los recitativos de su Opera, cuyo estreno era proximo, Pero los humedos techos vistos desde su buhardila, los canales soltarios y el sonido de un carrilin lejano, le despertaron los recuerdos. Quiso sortearlos por medio de un artilugios de silbidos 0 tocando en el arpa contrapuntos fioreados que flotaban en su cabeza desde hacia dias, pero fue imposible. Esperé a que escampara, y las géndolas se le presentaron como la “nica posiblidad de evitar el hastio que sucedia a la nostalgia. iba repitiendo, con su padre ya muerto y resucitado en la memoria, una oda de Horacio en un latin impecable, cuando una embarcacién repentina rozé la suya. Al principio hubo disgusto por la pérdida de las afioranzas y el stbito miedo, ya que Alejandro casi cae a las aguas turbias. Pero, de pronto, todo cambi6. Frente a él una mujer le pedia disculpas con ojos color de noche, No fueron necesarios las vacilaciones ni los protocolos. ‘Ambos sintieron de inmediato e! zarpazo del amor. Y aquella misma tarde terminaron revolcdndose, goz0s0s en una lujuria sin fin, mientras la lluvia arreciaba en el estrecho cuarto del musico. Después del éxtasis compartido, en tanto las manos del uno, lentas y apacibles, acariciaban la piel del otro, comenzaron a contarse quiénes eran. Alejandro resumid su historia: "He nacido hace treinta afios, y llevo ese tiempo buscéndote. Pero tan larga pesquisa la he soliviantado con los versos y los sonidos” Ella, al contrario, se enfrascé en una descripcién detallada de su vida. Le hablé de sus lecturas noctunas, del terror que le suscitaban los tercetos de Dante y de la indefinible belleza de Petrarca. Le dijo de sus pocas amistades, de un primo tercero, macilento y medio sordo, que la amaba con desesperacién expresada en misivas clandestinas y por el que sentia un extrafio temor. Le cont6 del clavecin tocado en las largas tardes de la espera, pues ella también lo intuia desde la época en que el amor empez6 a visitarla en forma de retraimientos y ensofiaciones vespertinas. Comparé la temura y abnegacién de su madre, ya muerta, con una santa que olvidé en el momento de nombrarla, Y maldijo a su padre, consejero de la corte, porque pretendia casarla con un conde vetusto, lascivo y envidioso. En ese momento la voz de ella se tomé temblorosa, y la mirada, apagandose, se llené de lagrimas. Alejandro le atrajo con suavidad, la beso en los hombros blancos, y avivé la llama del deseo otra vez. Mas tarde el misico recibié una nota desoladora. De nada valieron las explicaciones pedidas a la famula que, entregado e! papel con temor, rogé la dejara ir apidamente. Hortensia le decia en varias lineas escritas con premura lo imposible de seguirse viendo. Su padre, sino lo sabia todo, al menos lo sospechaba, Entonces fue cuando se tomé la decision. Alejandro, que habia llegado a Venecia meses atrés, atraido por el esplendor de sus teatros de pera y porque podia acabar alli sus estudios en el arte de componer, planed una fuga que ejecutd sin ningun tropiezo. Pero la vicisitud no tardé en parecer. El consejero de la corte y el viejo prometido, heridos en sus distinlos orgullos, disertaron el problema en varias entrevistas, y dieron la nefasta orden. Tres mancebos, primos hermanos, amigos del vino y de rameras finas, salieron de Venecia buscando las sefales de los amantes proscritos. En Florencia supieron del compositor por un limosnero que acompafiaba una poesia con un laud de tres cuerdas. Basto una descripcién de la pareja y un pufiado de calderila para que el mendigo hablara de los caminos de Roma. Alli no fue facil dar con ellos. Sabedores del oficio de Alejandro, los jévenes averiguaron en los teatros mas importantes. Fueron al muy solemne de Tor di Nona y al exquisito de Barberini, ¢ incluso les permitieron ingresar, para dialogar con uno de los administradores, al de Capranica, que a la sazén era recinto para privados eventos. Indagaron, haciéndose pasar por representantes de un mecenas de Mantua, en circulos de prestigiosos melémanos. Hasta que en el ir y venir por las callejas de Roma, se toparon con el aviso que invitaba al estreno de la Opera comica en tres actos "La torpe institutriz’, con libreto de un tal Villamarino y musica del hombre buscado. En el hospedaje, que era también taberna y residencia de tres hermanas prostitutas, los jévenes planearon el asesinato. E mayor, zarandeado por lo efectos del vino, propuso la espera del final de la pera: en un callején aledafio al teatro, amparados por la oscuridad, cada uno apurtalaria al indignador. El de! lunar velludo en el I6bulo de la ore izquierda dijo que lo mejor era abordarlo antes de levantarse eltelon y, bajo el pretexto del adinerado de Mantua, darle su merecido en uno de los palcos. E menor concluyé que lo indicado era acompariarlo durante el transcurso de la obra, y ajustar cuentas en medio de los vitores 0 abucheos del publico. La ultima alternativa, explicada por el mas imperioso de voz, fue la ganadora. Y éste también dijo que hasta no ser perpetrado el crimen era peligroso darse a los excess de la bebida. El aludido eructo, bajé la cabeza, y acepté el consejo. El teatro estaba atestado cuando se hicieron presentes. Para su fortuna habia un retraso natural en aquellos estrenos: la ausencia del compositor. Esperaron con tranquilidadficticia entre el gentio que vociteraba por la lentitud del ingreso. Alejandro aparecid, y fue reconocido no sdlo por su aire de seguridad libertina, la figura allética y los cabellos alborotados que le llegaban a la espalda, sino también por la belleza deslumbrante de su compaia. Sin vacilar, el jefe de los jévenes lo abordd. Alejandro, sorprendido ante aquella montonera que esperaba el estreno, recibié la nueva del mecenas con entusiasmo, y dijo si a la propuesta del muchacho para precisar detalles del mensaje, ya fuera en él intermedio 0 a la salida del teatro. En un palco de honor se afiadieron tres sillas para los mensajeros. Pasados los saludos, que llegaban al compositor desde la platea y el tropel del palomar, se dio inicio a la obra, De entrada, una musica de cometas, realejo, bombardas y sistros cautivé a los jévenes. El primer acto los dejé aténitos, aunque la idea de matar siguiera ondeando en sus mentes. Alejandro, con amabilidad, ofrecid excusas para retirarse y asi dar indicaciones sobre el uso de la tramoya en el siguiente acto. Los primos decidieron que era la oportunidad y se levantaron. La mujer, entonces, les pregunt6 por los gustos musicales del sefior benefactor. Paralizados por la imprevista pregunta y por la sensualidad del traje que permitia barruntar unos pequefios y erguidos senos, los jévenes se enfangaron en una respuesta que no llegé a ningin sitio, Pronunciaron nombres trocados: un Claudio Palestrina, un Orlando Monteverdi y hasta hubo un Leonardo Buenaroti que, al parecer de! mayor, era el mas grande de los misicos. Y de repente se vieron arrastrados por una musica festiva que se les metié en la sangre como un duende enloquecido. Y para el tercer acto fue tanta la risa por la marafia de los sucesos en escena, que los muchachos doblaban los cuerpos y suplicaban que pararan la musica porque todo era ahogo y unas ganas inaguantables de mojarse en los pantalones. Al final, agotados, no supieron en qué momento Alejandro regres6 para volverse a ir con la mujer. Fue vana la tarea de buscarlos en la dispersion de la muchedumbre. Y todavia mas arduo dar con ellos en los dias siguientes. No obstante, el encanto de la misica hizo decir al menor que por tan poca plata no valia la pena matar a un hombre de tales condiciones. El del lunar agregé que era hacer un dafto a la humanidad. "No exageres", concluyé el mayor, mientras bebia un vaso de vino blanco en la tabema y cargaba en sus piemas a la més exuberante de las hermanas, "pero es cierto, con una misica asi esta vida merece vivirse hasta el final’. A esa misma hora, en una diligencia de primera clase, Alejandro, con su amante recostada en el hombro, se dirigia a Génova con el propdsito de componer la que seria su obra maestra, Y silbaba a sotto voce el aria que después cantarian hasta las Vendedoras de frutas en las plazas de mercado, las lecheras adolescentes y los albafiles y comerciantes de toda lala, Los dias en Genova fueron felices. Alejandro, contratado como maestro de capilla, también hizo misica para celebraciones especiales de la corte. Y en todo era visto como uno de los grandes: las cantatas para coro a capella tenian una inspiracién de enamorado, los motetes eran la perfecta sintesis de lo mejor de los maestros del Renacimiento, y su misica instrumental gozaba de una frescura que s6lo igualaria, afios mas tarde, el clérigo de las "Cuatro de la Estaciones". Por lo demas, su opera marchaba con lentitud. Poco tiempo tenia para escribiria, pero era consciente de que lo hecho ocupaba el sitio adecuado. Su nombre alcanz6 tal fama que le empezaron a llover encargos e invitaciones de otros lugares. Una le llamé la atencién, Provenia de Turin, la ciudad de sus abuelos y la que, sin embargo, no conocia. Alejandro acepté dirgir su oratorio "Saulo de Tarso’, y nunca se le vio més radiante. Los ensayos, con instrumentistas y cantantes pagados por la corte, no tuvieron mayores contratiempos. Hubo, no obstante, una breve interrupcién en las visperas del estreno. Alejandro daba los titimos retoques al coro final de la obra, cuando un empleado del teatro dijo que alguien lo pedia con urgencia en la porteria. El musico contesté que era imposible atenderlo de inmediato, pero que lo dejaran entrar. El ensayo continu6 y el hombre, luego de recibir el recado, se recosté a esperar en una de las cortinas aterciopeladas de la platea. Habia legado de Venecia ese mismo dia, sabiendo con exactitud dénde estaba la victima. Una semana antes escuchd la oferta de boca de los ultrajados. Nada gustoso con el dinero ofrecido expuso, con voz de cavemna, que los compositores tenian un precio semejante al de los frailes y profesores Universitarios, y que tal cantidad correspondia mas bien a un nedfito de malandrin o a una lavandera infiel, Al ver aquella frialdad profesional los viejos respiraron confiados el halito de la venganza consumada, Pero en realidad e! hombre no era tan avieso como lo insinuaba su mirartorcido, la cicatriz que partia en tres una de las orejas y el habla opaca. Asi como tenia sobre los hombros el peso de varias muertes, también escondia una enorme capacidad de amor. Cuando se emborrachaba hacia estrepitosas confesiones de rihilsta. Maldecia al creador del universo por su adefesio de obra, y a un burdel iban a dar todas las mujeres, desde las once mil virgenes hasta la mas desvergonzada entre las desvergonzadas que lo habia traicionado con un seminarista afeminado. En el fondo, el que esperaba el fin del ensayo, para atravesar con un cuchillo de un metro de largo el corazén de Alejandro, era un abandonado sin consuelo que procuraba colmar su vacio con aventuras siniestras. Y queria asesinar lo ‘mas pronto posible, y lo més pronto posible cobrar el dinero para tirérselo a a jura a los borrachines de un tenderete rable, 0 repartrselo a las viejtas del més olvidado de los ancianatos. Y luego buscar tun nuevo contrato de muerte para cubrirse con la hedentina de la sangre de los otros, hasta que, y cjalé fuera lo mas pronto posible, un rayo, una enfermedad desconocida o un arma execrable, pudleran acabar con su asquerosa existencia. Alejandro, que se habia extendido en una explicacién sobre la necesidad de sentir paso a paso y profundamente el arrepentimiento del justiciero de los crstianos, para lograr asi el efecto que se buscaba en el pasaje de la orquesta, el coro y el solista, miré hacia atrés, y presintié la figura recostada. Pero no hizo caso y, con un movimiento de manos, di: "Da capo". Entonces en el hombre hhubo una advertencia. Algo fue removido en su interior. Crey6, ingenuo, que era el tormento de un viejo mal intestinal. Pero al legar el coro a su climax, el pasaje en que se cuenta la caida de Saulo del caballo, el encancilamiento de la luz celeste, el reproche divino -imperioso aunque lleno de compasion- por tantas muertes cometidas, el hombre se sintié en el propio camino de Damasco. Invadido de repente por otro semejante a él, por el softado en las postrimerias de sus frecuentes jumeras, por el temido en tantas antesalas del dormir, un escalofrio agonizante le cubrié el cuerpo como una lengua hambrienta. Tembloroso, aferrado a las cortinas, le vinieron deseos de vomitar la repugnancia sentida por si mismo. Y quiso salir corriendo en procura de socorro. Pero terminé por meterse los dedos en la boca y mordérselos, y morder también la cortina para acallar el llanto que brotaba de sus entrafias. El coro descendié de su cima, acompaftado por varios instrumentos -un arpa, dos violines, una flauta-, como un murmuilo transparente, narrando el suceso de la conversion. El hombre pudo sentarse en una de las sillas y repitié cada palabra dicha por los coristas. La salvacién dada a todos los humanos, desde los mas sangrientos hasta aquellos que ni siquiera pisaban un bicho en sus diarias caminatas. Y con esa seguridad se desliz6 de la silla hasta caer al suelo, sudoroso y exangiie, confundido por la misica que terminaba en una serena expresién de esperanza. El oratorio "Saulo de Tarso” obtuvo un rotundo éxito entre la nobleza y la burguesia de la corte de Saboya de Turin. En medio de las ovaciones, prolongadas durante treinta minutos, Alejandro hizo la venia solemne, repetida hasta el cansancio, sonriendo con una emocién que Hortensia, desde uno de los palcos, compartia entre sollozos. Al otro dia, mientras preparaban el regreso, supieron por uno de los lacayos el extrafio rumor de un delincuente que se habia entregado a la justicia, alegando crimenes que nadie, al menos en Turin, conocia. "Dicen que al no ser atendido, el hombre rog6 por un claustro donde pudiese curar sus males’, agregd Hortensia, Alejandro, sonriente y cerrando la titima de las valijas, do: "Querida mia, no te preocupes. Desde siempre el mundo ha sido una jaula de locos". En los carteles habia angelitos desnudos, de pelos crespos, revoloteando sobre un entomo de flores de lis y coronas de laurel. Uno de ellos tocaba el serpentén y otro un érgano portatil. Y sonreian, con semblantes regordetes, a quienes iban en busca de una localidad para la esperada funcién de la noche. Cerca al teatro, varios adolescentes, disftazados de soldados helénicos, hacian invitaciones, a modo de canto, para la més reciente obra del compositor de Monfestino. En su casa, parado en el balcdn, las manos sobre un barandal de labrada madera y los ojos puestos en el sereno Mediterraneo, Alejandro se decia, como si estuviera conténdoselo al mundo, que por fin habia llegado la ocasion de mostrar su verdadera obra, la que lo pondria en el lugar de los perennes. Detrés de él, respirando un aire de alcatraces de paso por el crepusculo del puerto, Hortensia le confirmaba la plenitud del mejor periodo de su vida En los titimos meses Alejandro terminé su épera. Y en los momentos de componer la obertura, que por primera vez él inauguraba, las distntas arias, los interludios, siempre tuvo la conviccién de estar haciendo un cuadro de lo sublime, Hortensia, en ocasiones, hizo la verificacién de las arias, pues su voz era educada en las sinuosidades del bel canto, y siempre terminaba de rodillas, entre miedosa y alegre, porque reconocia que era la mujer de un genio. Por eso no sond exagerado lo dicho a su amante, mientras miraban la agonia de la luz en medio del mar. Ella dijo: "Este dia quedara en el recuerdo como el dia de tu gloria, que es también la mia’. El musico recibié conmovido aquellas palabras, besé a la mujer y dio: "Y en el tiempo dificil del porvenir, este triunfo seré un balsamo protector para los dos". En ese preciso instante una berlina desquamecida por un viaje de muchas jornades, atravesaba los suburbios de la ciudad. En ella venia un hombre tan grave que hacia pensar en la proximidad de la muerte. Alguien de caminar tan desolado que los nifios lo miraban con léstima y las viejas rezanderas, cruzdndose en su camino, le ponian en las manos una limosna. Era increible, por otra parte, que tal cuerpo de miseria hubiera legado a Génova con la intencién de cometer una asesinato. De hecho, la napolitana que lo recibié en la posada se puso a reir cuando el recién llegado, después de leerle los labios, le contest6 impasible: “Solo he venido a matar un hombre", "Mas bien la muerte vendrd por ti si no vas ligero adonde un brujo que salve desahuciados', contesté la posadera Pero, para entonces, el hombre habia dado la espalda para tomar el rumbo del cuarto. Todo lo hizo con la lentitud propia de los enfermos, seguro de estar dando los uitimos pasos de su vida. Con respiracién atropellada, comprobé el filo del pufal y la pistola estuvo lista para su oficio. A veces, luego de una brusca tos que lo asaltaba, escupia sangre en un ponchera de oxidado fondo. Para prevenir accesos extenuantes se tomé una botella de un jarabe viscoso y amargo. Metido entre las sAbanas, y mirando fjamente a ninguna parte, recordé el dia en que le dijeron que su prima, amada hasta el frenesi, se habia fugado con un miisico de pacotila. Hubo arranques de furia finalizados en golpes contra si mismo, el obvio llanto del abandonado y silenciosos juramentos de venganza. Pero el desarrollo de una enfermedad, contraida en amores piblicos, le impidio avanzar en sus intentos. demas, tenia un compromiso ineludible con una madre paralitica y boba que lo necesitaba hasta para rascarse las orejas. Muerta la mam, nada lo ataba a responsabilidades domésticas. Habl6, decidido, con su tio, Este le aconsejé a gritos que mejor tomara la senda del manicomio. "Asi dudo que puedas acabar con una hormiga’, di. Pero fue tanta la insistencia que los viejos aprobaron hasta la ridicula condicién del hombre: apenas llegada la noticia del crimen, el dinero ria a una congregacién de religiosos que ayudaba a hombres limitados. Y era ain el embelesamiento en el punto impreciso, cuando la napolitana entré al cuarto con un pocillo humeante. "Tématelo a ver si te pasa esa maldita tos ley6 el hombre. Y, para quitérsela de encima, bebié. Lo habia pensado en las noches heladas del viaje que hizo desde Venecia. Lo volvié a pensar en el camino de! albergue al teatro, Pero, frente a la fachada solitaria y calculando que la épera iba por la mitad, decidié esperar a la intemperie. Fue lo mejor, pues se ubicé de tal manera que, al salir la ‘multitud -mujeres deshechas por las lagrimas, hombres sondndose la nariz, quejas apenas descifradas or Sus ojos-, pudo descubrir facilmente a la pareja. No apunto, Al contrario, los contemplé triunfantes, aunque en la mujer habia huellas de la tristeza suscitada por la obra. Descartando cualquier movimiento de homicida, a prudente distancia, los siguié con pasos difciles, porque mil agujas se clavaban en su cuerpo cuando reprimia la tos con un pafuelo, Los siguié hasta que se perdieron tras la puerta de la casa cuyo baloén daba al mar. Esperd el final de la tertulia con los amigos aduladores. Eran las horas de madrugada cuando se apagaron los candeleros. Entonces, llendndose de animo, ocd la puerta, Alejandro, todavia despierto por los efluvios de fa victoria, no pregunté el usual quién es. Necesité, en cambio, varios segundos para caer en cuenta de que en frente suyo estaba lo temido. Al ver que el hombre no disparaba, Alejandro lo hizo entrar. El primo sabia que en lo venidero encontraria su placer mas grande. De tal modo que se dejé quiar hasta la sala del clavecin. Acepto la peticion del misico. Lo vio poner los dedos sobre el pequefio teclado. Lo vio abrir la boca para cantar algo que él ‘no quiso leer. Fue breve el tiempo de inttiles sonidos para el compositor y de silencio para el hombre. Llegé con los primeros rayos de luz. No pudo sostenerse cuando la napolitana exploté en reproches. Nada en su traje denotaba el acto. Cerca de alli, en un rincén del muelle, el cuerpo de Alejandro era olido por dos perros callejeros. Uno lamia la sangre coagulada del hueco de la cabeza. El otro, el lugar de la castracién. Mientras tanto, desnuda en la extensa cama, Hortensia empezaba a despertar. PEQUENA SUITE OBRA DESCONOCIDA Una clandestina biografia de! genio de Salzburgo, encontrada en alguna de mis incursiones bibliotecarias, decia que el misico, apenas salido de la audicién del Miserere de Allegri, en la Capilla Sixtina, se habia topado con un grupo de teatreros ambulantes denominado La Papaya Rajada, y que el tremendo frenesi de esa compatia, ataviada estramboticamente y proveniente de lejanas tierras, fue tal que el muchacho de largos cabellos rubios no pudo negarse a la bullciosa invitacion que los disfrazados hacian a una fiesta de dimensiones inimaginables. La misica sacra todavia sonaba en la cabeza del adolescente, pero su plan variaba. No iria de inmediato a terminar de copiar los angelicales cantos de los dos coros a nueve voces, para asi practicar un buen ejercicio de memoria musical, porque la presencia de enloquecides ritmos y de sincopadas y sugestivas melodias desprendidas de la comparsa calla lo habian embargado de un obsesivo entusiasmo, El grupo de la fruta partida, cuenta el libro, lego a su continente de origen con la experiencia de la Europa ilustrada y un grueso cuaderno pautado que el jovencito, pintado de pies a cabeza, les obsequid después de haberlo escrito de un solo tiron, mientras la fiesta culminaba en un tabuco inundado de fragores percusivos. Sin embargo, la singular composicién fue sélo vista por los histriones, ya que el cuademo se perdié durante el atropellado viaje de regreso que la compafiia hizo de Cartagena de Indias a San Pelayo, pueblo donde estaban establecidos. En la dedicatoria de esa obra desconocida, seginn el autor de la anécdota, el artista daba fe de que era la mejor y més original de cuantas habia compuesto en sus catorce afios de vida, SORTILEGIO El hombre, condenado a la horca por abusar de una impuber, rogé al vigilante que le pasara el violin, Era férrea la prohibicién de no dejar tocar al reo. Su modo de hacerlo encantaba, decian los rumores. Hubo, pues, una contundente negativa la primera noche del encierto. En la segunda, el rmisico hizo nuevamente la peticiOn, y el quardia dijo no con la misma seguridad de antes. Algin dia de su infancia, record6, dese6 tocar un instrumento parecido al que tenia cerca de sus manos, acodado en un herrumbroso anaquel, Mientras el preso dormia, fue capaz de abrir la caja con delicadeza. Y mind en su interior el frgil silencio de caoba, En la magrugada de la teroera noche, la vispera de la ejecucién de la pena de muerte, el violnista suplcb al guardia: “Antes de morir, djame tocar aunque sea un minuto y te mostraré el paraiso’, Fue tanta la fuerza de los ojos y tal la presin del deseo lejano, que el vigilante abrié el estuche y entregé el instrumento. El carceleto despert6 con el doblar de las cajas y el estridente toque de un clarin. Creyé que todavia estaba en el bosque, al lado de una mujer que lo miraba con ternura, Un rayo de luz golped sus ojos. Luego pudo distinguir, a través de la ventana, el siniestro circulo de la cuerda. Y, debajo de ambas, la celda vacia EL VUELO DE LA FALDA Su apariencia era anodina, Dificil para el cultivo de la amistad y de continente nebuloso. Pero en sus manos habitaba un prodigio. Cierta vez, con la guitarra terciada, una lluvia torrencial lo obligé a guarecerse bajo un aleto de la casona de las Montoya, Pens6 en lo absurdo de pedir amparo a dos mujeres que gozaban del renombre de hurafias. iba a reanudar los pasos, cuando la puerta hablé con un sonido de muchas fatigas. Una voz se oyé suave. En tono de intimo responso se le invt6 a entrar. Las mujeres tenian faz de cera. Profundos surcos en las miradas daban a entender que vivian suspendidas en el pasado. Sus vestidos era grises y, a excepcién de los rostros tristemente espléndidos, no habia mas piel que pudiera verse. El hombre, mudo, recibié la bebida, Su deseo de no hablar se habria cumplido, si una de ellas, al moverse, con el vuelo de la falda, no hubiera rozado las timidas cuerdas. Fue como si un olor fresco se posara sobre la vetusta atmésfera, Ellas quedaron perplejas y entendieron que siempre estarian varadas en la nostalgia de la noche que ahora empezaban a sentir. No fue necesaria la palabra. La una sentada, la otra de pie, lo escucharon hasta que la misica los poseyé. Al asomo del alba la lluvia era un murmullo de numerosos riachuelos. Una figura sin guitarra salié de la casona. Las Montoya, adentro, lloraban de soledad, ADAGIO PARA CUERDAS Desde la ventana los mojados cipreses se ven solitarios. Esteban dio, poniendo su mano sobre mi hombro, que al amanecer la luvia parecia una cancién que invitaba al sosiego. Pensé, sin contestar, en su costumbre. Se levanta con cuidado cuando el sol permanece todavia en penumbra. Baja al estudio y alli, mientras observa le curso de sus cuadros, Esteban goza con la llegada del dia: la luz invadiendo lentamente el jardin y los flautines de los péjaros llenando el aire. Y no dije nada sobre la lluvia porque para mi todo indicio de misica se ha ido estumando con el estrago de mi cuerpo. Hace un momento, tocéndolo, acaricié el ayer. Estaba frente al espejo, y de lo marchito volaron imagenes frescas. Pero fue un sélo instante del cual emergié, aumentado, el cansancio del ahora, Me encuentro ante lo que tendré que aftontar: el pequefio frasco escondido en el estuche del violin. Cada cosa que hallan mis ojos es un puente, a veces tranquilo, generalmente tortuoso, que me lleva al pasado. Y al ver el instrumento aparece inevitable la musica que acompafio nuestro deseo. Pregunto si recuerdas alguna de esas noches de lluvia. Los pasos del agua sobre el tejado, primero incitando los cuerpos y luego adormeciéndolos, y lo sonidos acariciéndose largamente entre si Pregunto, también, en este crepuisculo sin fin, si todavia existes. Resulta dificil para Esteban verme con alguno de los papeles -una servilleta, un envoltorio de dulce, una hoja con pentagramas- que me escrbiste en e! tiempo de la Escuela de Musica. El lo sabe todo. Seria ingenuo pensar que después de esta larga convivencia con Esteban, no conazcamos un paimo de nuestras fantasias y recuerdos, un pedazo de ese terreno que consideramos impenetrable por el otro, Con el paso de los dias el amante se convierte en un doble. Nos impregna su olor. Termina siendo nuestro eco, Esteban quiere hacerme creer que entre los dos no hay lugar para el misterio. Me comenta, esponténeo, cada impresién del dia, la historia minuciosa de sus cuadros, me refiere las lecturas que realiza, los suefios, sus nostalgias. Y parece no importarle mis prolongados silencios, Es como si aceptara que mi ausencia de todo lo presente fuera un matiz natural de mi cardcter. A veces pienso que ve el mundo de una manera simple Y que yo, pasando por un fitro, lego a él como una persona diferente. Pero conoce la verdad, lo sé. A pesar de que nunca hubo una pregunta, ni un reproche por tus escritos Uno de esos papeles dice lo sucedido. Dos puntos cercanos intentan fundirse. Y de pronto, al saberse unidos, se separan. Cuando la infancia estuvo en mi, el amor me parecia un sentimiento intemporal. Ha de ser eterno, me decia. Sé que la palabra “eterno” tiene sentido cuando habla de un amor que dura lo que dura la vida de un hombre. Sé que mi amor se disolvera irremediablemente. Pero también sé que él puede vestirse con tal palabra, Es etemo porque nutrié mis mejores suefios, y ahora, con ellos, declina. ese al principio sabias el desenlace. Por no contrariarte dije no creer en los amores perennes, Sin embargo, al conocer la pasién, comprendi que para quienes empiezan en el amor, el olvido es una realidad remota. Fuiste el aire necesario, el aposento para e! vagabundo. Nada me importaron los otros, ni sus reproches por mi forma de amar. Te volviste refugio, y en él me acepté. Pero todo fue confusién cuando supe tu lejania definitiva, Por eso recibi a Esteban. Repaso los afios de convivencia y creo que un abismo se ha abierto entre los dos. Hemos aprendido, no obstante, a ser amigos. Yo esto la mano de vez en cuando desde mi estancia soltaria, Y €l piensa que regando mi melancolia como si fuera una flor negra, o separando con suavidad mi silencio, puede darme lo que necesito. Con Esteban jamas pude compenetrarme del todo. Contigo, en cambio, ese anhelo de ser dos en uno se volvié obsesién, Una vez mas, sin importar la posibiidad de tu muerte, confieso que acepté a Esteban porque te fuiste. Pensaste, sin duda, que recibi a un hombre por resentimiento. Pero es tan facil para el que esta desgarrado abrir las puertas a cualquiera que se aproxime. Yo las abri con escepticismo. Insensible, me asomé para ver quién tocaba. Esteban se presento, Y, sin esperar, a la vuelta de unos meses, todo lo simple que habiamos vivido empecé a determinarlo con interés oculto, Desde la balaustrada de la Escuela de Musica lo vi aparecer por primera vez. En mi corazén llovia desde hacia tiempo y todos los cielos eran brumosos. Me asediaban nuestras noches, tu musica sobre mi congoja, cuando Esteban expresé con timidez de adolescente su deseo de pintarme. En un salén, mientras yo estudiaba el violin, hizo varios bocetos. Dias después volvié a pintarme. Se acomodé, plasmé mi tristeza y dijo, mostrando su dibujo terminado, que podria contemplaria hasta el fin de su Vida, Pensé que él me ayudaria a soportar la soledad. Pero me acosaba la certeza de que en esa ilusién existia una salida no solamente falsa, sino cobarde hasta e! hastio. Cuando siento a Esteban en su estudio, como ahora, desde esta ventana, la lluvia incesante regando la tierra, imagino el muro elevado entre él y yo, y termino odiéndome un poco mas En Esteban no encontré la forma de acabar con los recuerdos. En ellos surge la vieja construccién de la Escuela de Milsica. Sus pequefios salones de paredes blancas, los tres niveles de pisos entablados, la balaustrada sobre la cual los estudiantes, apoyadas las manos, divisaban los tejados de otras casas enfrentando el cielo gris de Tunja, Esté también el arribo de varios jévenes con el propésito de ser misicos. Un dia de enero, e! cielo se cubrié de claridad. Yo pedia un atti en e! almacén cuando soné el timbre de la puerta. Entonces el blanco azul del firmamento se concentré en tu figura. Al cerrarse la puerta de nuevo, en el patio lo estudiantes esperaban el inicio del curso preparatoro, ti ya estabas dentro de mi. En aquel salén, donde todas las noches se reunia el coro de la Escuela para cantar misas de Victoria, motetes de Palestrina, madrigales de Gesualdo y una que otra obra de los alumnos de composicién, comenzaste a mirarme. Las dos horas del ensayo de coro se volvieron las ‘inicas que justificaban mi tiempo. Y lo que empezamos a desear, después de sabemos, fue la extensién de noche que nos esperaba al finalizar el coro. Saliamos a caminar por las callejuelas, hermosas en su estrechez. Te gustaba observar las mudas fachadas de los templos coloniales, y buscar con los labios el aliento tibio de los mios. Comiamos algo ligero, mientras imitabas los gestos y comentarios tejidos a nuestras espaldas en la Escuela de Musica. Eran tan insignificantes las opiniones que nos sefialaban como personas extraviadas, que me decias al oido, abrazandome a veces, que todo era envidia de nuestros comparieros. Y cuando las calles estaban llenas de silencio, ibamos a tu cuarto. Hablébamos con palabras que eran caricias. Tocabamos, en el violin y el violonchelo, el adagio que escrbiste alguna vez para la clase de composicién. Y lo haciamos hasta que la embriaguez de la musica desembocaba en la embriaguez de los cuerpos. Y yo te veia, desnuda, con el instrumento sostenido en tus rodilas, y después tendida en el colchén, tan frégil y suave como la hierba. Y pensaba que eras la Unica realidad valida en un mundo que reprochaba mi naturaleza amorosa Pero esa realidad fue fugaz. Primero, como una premocién, se presento Luis. Era uno de esos muchachos que llegaron contigo, buscando la perfeocién a través de su instrumento. A pesar de ser uno de los que rumoreaba sobre nuestras caminatas noctumas, logré entrar en tu mundo. Por él vislumbré tu percepcién del amor. Ligero como la brisa, juguet6n como un niffo. Lo engatusaste con miradas, Fue varias veoes a cenar contigo. Te acompaiié en el piano una sonata de Fauré. Y terminaste por responder a su queja de enamorado. Luego hablaron de mi. El utlizé la obstinacién, y lo sometiste al reto de un lecho compartido entre tres. Yo no sabia de esa propuesta la vez que Luis irrumpié en tu cuarto, Senti rabia y, cuando nada hiciste para calmarme, sali a la calle, Intenté creer que ésa habia sido la uitima noche compartida con el que llamabas "un amigo pasajero". Y volvi a tu lado. Ya es de noche. Sigue lloviendo, Abro la ventana y escucho las pisadas de la lluvia sobre el alfeizar. Al otro lado, el viento mueve los cipreses. También escucho, mas allé de la puerta, cémo el agua tibia llena la baera. Esteban no ha preguntado por la causa de mi encierro. Subid, al mediodia, y cruzamos un par de frases. Se acercé con dulzura y me besé en la frente. Dije que bajaria mas tarde a dar mi opinién sobre su cuadro. Esteban en su estudio esforzdndose por alcanzar la belleza de los rostros en espera, de los tristes y abatidos, de los felices y extasiados. Esteban frente al mundo con sus colores. Y yo, aqui, tan cerca y tan lejos, atrapada en una encrucijada de fantasmas. Una vez mencionaste el regreso a tu ciudad por unos meses. Lo de Luis habia sido olvidado. Pero el frio de Tunja te era aspero, su rutina tranquila empez6 a parecerte insoportable, tu animo se descompuso. Pariste cuando terminaste los estudios. En vano esperé una prueba de que yo te hacia falta en la distancia. Mas tarde, la puerta de la Escuela se abrié. Al verte presenti la indiferencia. La alterativa de acompafiarte a cualquier lugar me era todavia posible. Con esta idea entré al salin Guardé el violin y bajé las escelas para decirtelo. Alli mismo comprendi. Al frente del almacen vi a la joven junto a ti El dia en que me desplazaste es todos los dias. Como las noches en que fuimios sonido y felicidad son todas las noches. Pero ahora debo desnudarme. Y no deseo que te vayas. Quiero, més bien, que me veas mirar el espejo y recorrer la flécida piel de mis senos para que los sepas por un momento suaves. Luego cogeré el violin, que me acomparié durante estos afios como estudiante y maestra. Lo ondré sobre la cama. Esa que dentro poco Esteban verd sin nadie. Y mientras las huellas sonoras de la luvia continian, destaparé el frasco y tomaré las pastilas. La puerta la ajustaré. Entraré a la bafiera que ya se habra llenado. Y th podras irte para siempre, MUSITRON Y estaba feliz porque al fin el pasaje de los tresillos habia salido limpio, cuando el piccolo se me desbaraté entre los dedos. Estupefacto, miré la negra cafita, la boquilla con saliva, sus pobres llaves descuadradas, y senti que el mundo se iba abajo. Vivaldi y su concierto en La menor desde hacia un mes me acompafiaba y a la primera semana de estudio el camino parecia muelle. Con el segundo movimiento imaginar que se miraba la lluvia a través de una ventana y tener un poco de melancolia. El tercero era tan facil que se tocaba con la nariz, Pero el primero poseia el escollo: los tresillos en allegro que desbocan al mas capaz. Antes de dormirme, Vivaldi era una pesadilla. El muy picaro sabia dénde estaba la cascarita de su obra y, en mi antesala de! suefio, se reia en modo agudo y en tresils. Aunque, poco a poco, los dedos y la respiracién se fueron acomodando. AI inicio con el metrénomo en largo y repita. Después en adagio y repita. Y més adelante en andantino y Vivaldi se carcajeaba menos. Hasta que el pasaje se puso décil como un perito tirado a los pies, al que uno soba con confianza. Pero el asunto no podia ser mas simple: a audicién de la Escuela de Musica era al otro dia, yo debia tocar y el flautin se me desarmaba como se estuviera exhausto ante el esfuerzo de las itimas jomadas. La solucién la dio el maestro Adarbe. Luego de bregar con lupa, juego de destornilladores, lampara y desmontada completa del piccolo, dijo, respirando profundo: "Muchacho, esto me gané. El Linico es el viejo Trote. Esté medio loco y no es propiamente un luthier, pero te sacard del apuro. Dile que vas de parte mia". Y sorteando brisas y calles atribuladas de fango, fui a buscar la casa, No fue facil enoontrarla, No estaba en el extramuro de San Lazaro, pero si cerca . Y, ademds, era medianoche. Por quinta vez golpeaba la puerta cuando escuché otra que, adentro, se abria. O! también una voz hecha de injurias y leves pasos fueron acercéndose. Imposible imaginar al viejo. Hacia una hora que sabia de él y ese tiempo lo habia gastado en caminar las calles de Tunja, estrechas y empinadas, y en maldecir mi suerte de estudiante de musica. Me asombré al verlo. Casi enano, el cefto fruncido, una boina gastada demasiado grande para su cabeza, y la nariz enorme, como un dedo con ojos sefialéndome a regafiadientes. Vestia un delantal que tomé por ropa de trabajo. Eso me tranquiliz6 un poco. No obstante, se mantuvo reacio a dejarme entrar. Eran horas de reposo, no tenia tiempo, un encargo le impedia recibirme, y si quiere venga mafiana por la tarde, hacia las tres dispongo de un rato libre. Iba a desaparecer de mi vista cuando mencioné al maestro Adatbe. El viejo vacilé. Dijo que esperara y se perdié por un pasillo oscuro. Percibi el chirrido de una puerta que se cerraba lentamente, mientras un viento de hielo me daba latigazos en el rostro. Finalmente aparecié y lo segui. La pieza més bien era un taller de ferreteria. Mazos, alicates, alambres, diversos trebejos de hierro y una mesa que mostraba un uso de siglos. Por un momento crei que me habia equivocado de lugar. Pero vi las hormas de las trompetas y respiré de nuevo con alivio. Arumados en un rincén, varios bombardinos me produjeron grima. Siguiendo su mano me senté en una banca. Le estié el flautin. Me extravié en una cadena de excusas, usted sabe, maestro, mafiana hay una audicién y... "En primer lugar, yo no sé nada’, me corté. La rabia le acentuaba su figura de gnomo y agrandaba la boina y més todavia su nariz. "Y no vuelva a tratarme de ese modo, Los maestros estan en los conservatorios y en las orquestas. Yo soy un constructor de instrumentos”. Lo miré, confundido. "Y en segundo, de dénde sacé esta porqueria; deberia estar junto a esa basura amontonada", y sefialé los bombardinos. "Como puede tocar en ese tubo!". De la sorpresa pasé a la incomodidad, pero guard silencio. El viejo, rapido de pasos, buscd su herramienta y, despotricando frases incomprensibles, desarmé el flautin Hizo un resorte que faltaba, calibré las llaves, con un trapo limpié el instrumento hasta darle brill. "Pruébelo", dijo. Mis escalitas en estacato flotaron en el aire y opin6 que el sonido no estaba mal del todo. Entonces, con una sonrisa timida, me levanté para darle las gracias y saber el costo, cuando mi equilibrio se enred6 con uno de los chécheres del piso. Fui a dar de bruces contra la puerta que yo habia oteado un par de veces, mientras se reparaba el piccolo, creyendo que de esa apariencia eran las entradas imposibles de penetrar. Puse las manos, por reflejo, y a puerta cedi6. El constructor de instrumentos se volvié energimeno, volted su mesa de trabajo, grit6: “{Esté prohibidol”. Y como un animal que cuida su terttorio, se paré frente a mi, De nada sirvieron mis disculpas. El hombre empez6 a vomitar un reguero de invectivas, sin entender que mi dnica preocupacién era el estado del piccolo. Por fortuna, entre las reprimendas, lo vi junto a una de las patas de la banca, sano y salvo. Lo tome y sali indignado, y no tanto con el viejo, sino con mi torpeza. Ya de regreso, pensaba en lo visto desde el suelo del taller, pero no podia precisar nada. Tenia tan solo un rastro débil impregnando mis ojos. Cambiaba de lado en la cama, buscando el suefio el fro sin querer irse de mis pies. Y aparecia en mi memoria una sombra recostada en la pared de la pieza vetada, Algo que podia ser una cémoda o un escaparate. En todo caso un mueble de proporciones mas que medianas. Y cubierto por una tela, El iltimo que me abrazé fue el maestro Adarbe. "Ahora lo que falta es sacarte esa timidez de provinciano’, dijo, palmotedndome la espalda, "Las venias tienen que ser suellas y una sonrisa al poblico no cae mal", *2Y qué tal los tresillos?", dije. "Como por dentro de un tubo", contestd. De golpe recordé lo de la noche pasada y quise contar lo sucedido, Pero el maestro intervino: "Esta mafiana te mandaron un mensaje, muchacho. Parece que olvidaste pagar el servicio’. Y explioé que el viejo Trote habia ido a su casa, muy temprano, y con un apretén de manos me despidié y de nuevo que fuiste el mejor de la audicin, el flautin siempre impresiona, y ve lo més pronto posible que el accidente puede repetise, de todas maneras el precio es menos de lo que uno imagina No precisamente para pagar, sino porque la curiosidad me picaba hondo, fui nuevamente a cruzar fangales. Con el sol pude ver la vivienda. Un rancho solo y semicaido en medio de una cuadra, Tres cuartos, un corredor enfermo de escombros y penumbra, un solar leno de arbustos marchitos. La voz del viejo dijo que pasara. De inmediato vi un resplandor raro en sus ojos. Sin boina se veia desprotegido. La nariz oscilaba en un rostro extenuado. El delantal estaba sucio de herrin, No me sorprendié su calvicie, sino el par de mechones blancos, como alas, que salian encima de las orejas. El hombre de la noche anterior era un vestigio comparado con el que, con tono bajo, me indicaba sentarme en la misma banca. "No se le olvidé lo de ayer: son las tres en punto’, dijo, arrastrando cada palabra, Nolé en sus manos un temblor sutl pero continuo. "La hora se me habia olvidado por completo’, aclaré. El se aproximé a la puerta y, titubeando, la abrié, La luz, acompafiada de un quejido de goznes, dibujé una delgada geometria, donde flotaron particulas de polvo y uno que otro insecto despabilado. Entramos con sigilo. El viejo adelante y yo atrés, viendo que su mano se elevaba y prendia una bombilla. Primero, la sensacién del sitio angosto, el techo alto y enmarafiado de cafias. Luego, las paredes sin revoque. En una de ellas, hechas de ladrilo blanco, colgados, una serie de objetos que tomé por instrumentos, pues habia lejanas referencias a pabellones, cuerdas y cajas de resonancia, Pude ver un grueso cuerpo metélico con tres huecos en forma de estrella. "{Qué es e307", dij. Enseguida las palabras levitaron al frente de mi boca. Adverti que tomaron diferentes contornos. El "Qué" redondo, el "es" lineal y el "eso" con forma de pirdmide. La vision fue efimera. Las palabras se desintegraron y fueron absorbidas por los huecos, e hicieron una melodia cuyo eco estébamos escuchando, cuando algo parecido a una tuba tropez6 con mis ojos. No era gorda ni pesada, sino esbelta. Tuve un deseo fisico de palpar su plateada superficie y prodigarle calor con mis manos. El viejo, adivinando mi ansiedad, aconsejé que lo mejor era miraria, ya que su voz producia dependencia En cambio, él mismo descolgé lo que en principio consideré un tambor de trazo elstioo, Por orden suya, cambié de sitio y noté que el instrumento adquiria la forma de una especie de arpa, y después la de un antepasado del violin, y segui dando cortos pasos a su alrededor para veriicar el cambio pavlatino de la figura sostenida por el viejo. Pero lo puso en la pared y dijo: "Eso es poco, s6lo vagos rodeos", Su mano tomé la mia, y yo senti la de él, una cosa sin peso, lisa, suave como la piel de un nifio y, con una palidez que asocié al espanto, miré hacia el frente. Del todo no estaba equivocada mi memoria. En efecto, habia una lona negra, cubria algo que tenia patas, y su tamafio sobrepasaba al de un escaparate. El viejo se hizo a un lado y tind de la cuerda. El cobertor termind de levantarse. "Ahi estal*, dijo con la mirada envisionada. Un denso silencio se tens en el Ambito. Y en tono de deli surgieron otra vez los murmullos del hombre. "Es la busqueda, el encierro de afios, la sintesis de todos los instrumentos esta en él". Pero yo intentaba, en vano, ubicarme frente a esa desproporcién aparatosa, Su disefio era dificil de retener. Habia algo que incitaba al desasosiego en su relieve de hierros, latones remendados y tablas superpuestas. Solo una parte gozaba de cierta simetria. Me acerqué y vi una abertura situada a la altura de mis manos. Cuando ime pregunté por el mecanismo para tocarlo apareci6, en aquel hueco horizontal, un pequefo teclado luminoso. Sin embargo, al observarlo bien comprendi que eran diez surcos donde supuse iban los dedos. El viejo, detrés, dijo: "Sabe que usted desea tocarlo, Pero no lo haga. Se lo ruego". Entonces vi las letras, desiguales, talladas con soldadura, en uno de los tantos bordes aledarios al teclado. "Musitron’, lei. Un suspiro profundo, como si se produjera el despertar de una bestia milenaria, estremecié el cuarto. El viejo me tomé de la mano y retrocedimos. Yo queria saber como sonaba esa maquina, pero é! suplicé con los ojos, con las manos, con la voz disminuida, y salimos. En el desorden del taller, la puerta del otro cuarto cerrada, como sintiéndose culpable, un permanente temilor en los labios, el viejo habl contrario, él toca a sus intérpretes. Les extrae sus fantasias, los horrores, sus éxtasis, y los vuelve sonido. Lo que se escucha es el timbre, la tesitura, el ritmo, los intervalos de una miisica que es la esencia del ser de cada hombre. Eso seria prodigioso si més tarde uno se pudiera ir a dormir o a caminar por las calles de Tunja. Pero el problema es que él se alimenta de quienes lo ejecutan. Su funcin no es estética ni espiritual, sino alimenticia". La noche ya estaba afuera y pensé que lo mejor He construido un instrumento que no se toca. Al era lime. "No me cree, lo sé, aunque no importa’, replicd con desénimo. "En todo caso hay otras caracteristicas. Es més, hoy no acabaria de explicérselas en su totalidad. Le voy a decir unas cuantas' Lo miré, no pude evitarlo, con curiosidad. El se acercd a mi oido, mascando cada palabra. "Musitron posee la capacidad de descomponer cualquier sonido, incluso el silencio, en sus arménicos, hasta un ‘numero no infnito pero si de una lejania inconcebible. Y su timbre es la sucesién, separada o simulténea, de todos los timbres existentes. No sdlo suena como un oboe de amor o un chucho, como un érgano de fuelles o una campanilla para llamar a comer. También reproduce las voces de la naturaleza, las conocidas -el trueno, el nacimiento y el correr del agua, el viento-y las que la conciencia se niega a aceptar porque existen ooultas en los miedos que guardamos. Y sus vollmenes van desde el pianisimo, que oyen dnicamente los meditabundos, al mas ensordecedor de los fortisimos. Le seguro que si accionara el pedal para aumentar el sonido, esta casa se vendria abajo, y quizé las de las cuadras cercanas, e incluso los salones donde usted estudia con Adarbe temblarian con el rumor de Musitrén’. Queria explicar otros atributos de su obra, pero lo frené en seco. "ZY por qué lo hizo si le tiene miedo. El viejo enmudeci6. Al cabo de unos minutos dio que sin duda era tarde para mi, y fue la oportunidad para hablar de Vivaldi y si habia ido mucha gente a la audicién, y luego se puso a rememorar sus dias de musico en la banda municipal donde habia tocado el bombardino, el como y la trompeta. En la puerta de la calle se rascé la cabeza, yo miré su nariz desmesurada, y me recordé el areglo. Pagué una suma irrisoria, Entonoes el viejo respondié: "Fue una peticién. Lo hice por un encargo de hace muchos afios. A veoes pienso que lo he construido sélo para mi. Pero estoy seguro que pronto vendrén por é". Di un paso y enfrenté la fria intemperie. El viejo estird su mano y nos despedimos. Una, dos, tres veces tomé la direccién de San Lazaro, y el constructor de instrumentos o no abria © andaba quién sabe donde. La inquietud me tenia sitiado. Una especie de expectatva iba creciendo ten mi después de haber escuchado el suspiro de aquel aparato. Por supuesto, le pregunté al maestro Adarbe si sabia algo, pero la respuesta fue levantada de hombros y me imagino que en su casa, haciendo adefesios imposibles de tocar. Me enteré, pues, que habfan trabajado juntos en la antigua banda de la regién, y de los intentos indtiles del uno para sonar los instrumentos del otro. No desisti en la busqueda. Probé las visitas a varias horas del dia, hasta que se me ocurtié entrar por el solar. S6lo hallé montones de hierro, madera podrida, un pariente del trombén, olvidado en el piso, con dos varas fas y entrelazadas. Y la puerta que conducia al interior, tristemente sellada. Alguna vez crei distinguir su figura, entre el gentio del Pasaje Vargas, pero fue como una alucinacién. Lo vi, cerré los ojos, pensé en él, volvi a abrirlos y encontré a vendedores ambulantes, transetintes, perros husmeando entre los toldos, y el viejo por ningun lado, Una incapacidad de fjar mi atencién en algo distinto al instrumento, el deseo de verlo y la impotencia de no poder recordar sus contomos enrevesados , sobre todo, una necesidad incémoda de oitlo, definian los momentos en que yo estaba solo, Concluia, en ocasiones, que mi preocupacién era el constructor y no su obra. Pero esa certeza duraba segundos. Por fortuna, tenia el piccolo. Me enclaustraba durante horas en un salén de la Escuela de Misica a memorizar el concierto de Vivaldi. Porque gusté tanto que ya habia una invitacién para tocarlo en la iglesia de San Ignacio, ante la alta sociedad de Tunja. Una vez, pasada la medianoche, sali de la Escuela, A excepcién del consabido pasaje y unos compases del segundo movimiento, el concierto estaba al pelo. Las coloniales casas, la acera de la calle por donde iba parecian estancadas en el tempo. Me detuve y escuché. Si el silencio tenia misica, ésta debia ser semejante a la exhalacién de Tunja en las madrugadas. Quise oir mi voz. Dije: "/AnM", y fue como si una piedra de luz se hundiera en la noche. A cada determinado niimero de pasos, soltaba tuna palabra, de tal modo que en el Pasaje Vargas die Vivald", y enseguida, "Flauta’, Tresill’, eiba a pronunciar la otra, cuando sent pisadas leves atrés de mi. El viejo Trote me miraba, perdido en un gaban que le llegaba a los pies. Su rostro y la boina padecian las huellas de una desesperacion sérdida. Se me ocurrieron varias preguntas, pero no me permitié hacerlas. Suplicé que lo acompafara, y frente al ruego, yo careci de voluntad. Durante el camino estuvo diciéndome que él tenia razén. "Siempre la he tenido, a pesar de todo", repetia por enésima vez, febril, mientras sorteabamos un enésimo pantano. "Desde que comencé a construirlo supe que vendrian. Ha sido una conviccién infranqueable. Le he dedicado mas de veinte afios, y me he quedado solo por su culpa, y os pocos que me rodean me creen loco. Sin embargo, vale la pena este precio. Gracias a mi esfuerzo, cualquier hombre puede convertirse en instrumento, Usted no alcanza a imaginarse las dimensiones de mi obra Nadie podria explicar cémo son los sonidos que Musitrén extrae de nosotros. Pero pronto, tal vez mafiana, se lo llevardn. No, no me han prevenido. Ningin mensaje. Sdlo indicios, como la muerte, cuando uno presiente su llegada". Cerca del rancho, el viejo me arrastraba de la lengua. Sus pasos eran cortos pero répidos y con un ritmo invariable, Acept6 una pausa y le recordé que yo era un simple estudiante de misica incapaz de solucionar nada. " "No le interesa al menos escucharse durante un instante?", De repente, callé,alucinado. Miré hacia su casa y dijo: "Venga, no perdamos més tiempo" ‘{No quiere conocerlo, entonces?", grité fuera de si La agitacién lo arrasaba. Prendida la luz y levantada la lona, el viejo se sent6. Reconoct los surcos que salian justo a la altura de sus manos, como si el instrumento buscara el lugar de donde podia omar su alimento. Busqué el pedal para enormizar el sonido, pero lo que encontraba a cada vistazo era una interseocion confusa, desesperada, de materiales diversos. Revisé el espacio. En la pared, la delgada tuba y los ottos artefactos estaban sumidos en una mudez pétrea, y por vez primera comprendi el tamafio del invento. Ocupaba las tres cuartas partes de la pieza. En ese momento, el hombre se aferré a Musitron, Una fuerza descomunal parecié vinculario a otra realidad. Empecé a llamario para exorcizar mi miedo, subiendo cada vez el tono de mi voz. El viejo estaba electrizado y hacia intentos inutiles para zafarse. De la tensién su rostro fue pasando a la lividez y la boca se deformé en un gesto de espanto, Pero lo que yo escuchaba, fuera de los ahogados jadeos, de las respiraciones cortadas, de los labios que al temblar se golpeaban entre si, era un sutl traqueteo del aparato que parecia inciinarse imperceptiblemente hacia su intérprete, Vacilante, decidi acercarme y escuché. No podia ser musica esa sucesion de pequefios crujidos, de siseos puntiagudos que emergian de aquella masa oscura, para después perderse en un ronroneo metdlico, nunca igual, insoportable. Al viejo, en cambio, algo le producia satisfaccién. Su piel se habia vuelto placida, los ojos hundidos en un suefio grato, y las manos, desmadejadas, se fueron separando de los surcos. El cuerpo, como una hoja, cayé al piso, cansado pero en sosiego. Con el constructor de instrumentos a mis pies, tuve una mezcla de temor y curiosidad. Me aproximé mas. Frente a mis dedos suspendidos, los surcos se escondieron en la abertura, y Musitrén, a su vez, en un silencio impenetrable, No fue dificil acomodar al viejo en el dormitorio. Su peso era proporcional a su estatura. Toqué la frente serena, tibia, y pensé que la locura del hombre haria una tregua de algunas horas. Tomé sus dedos. A pesar de las yemas amoratadas, seguian conservando una suavidad agradable. Al salir, sobre Tunja caia un velo de neblina Y estaba feliz porque el concierto en la iglesia de San Ignacio habia salido perfectamente barroco, cargado de aplausos y un bis y més aplausos, cuando el maestro Adarbe su cruz6 en las escalas del atrio. Lo del viejo aunque no se me habia borrado del todo, si logré acomodarse tranguilo en mis recuerdos. A decir verdad, ni malos suefios, la inquietud de antes reducida, corazonadas tampoco, y los dias fueron deslizandose sin mayores cambios. Pensaba a veces en el instrumento y su desproporcién, aunque concluia que no valia la pena meterme en el torbellino de una mente aporreada por el encierto y los afios. Pero el maestro Adarbe me lanzaba la noticia y yo, mirandolo fijo a los ojos, no sabia qué pensar. "Unos colegas de la antigua banda municipal fueron a buscarme para tocar en el cementerio’, escuché. Yo no podia creerle, asi é! siguiera diciendo lo de las marchas finebres al aire libre, y el acordeonista perdido en mi bemol, mientras los demas tocaban en sol. Y no sabia, continuaba Adarbe, si era més triste morirse o tocar tan espantosamente mal en un entierro soltario con fa luvia encima, y explicaba con poca conviccién lo de la cosa enorme que le habia caido encima al viejo Trote, dos dias atras. Yo, aturdido, trataba de preguntar por el taller, por Musitron que de repente se metia otra vez en mi cabeza. El maestro Adarbe, entonces, mencionaba lo de la venta de los instrumentos para pagar el desolado sepelio. Y volvi a escuchar: "Qué calamidad, muchacho!”, esa conclusién de falso consuelo. Y yo queria decir que si, una verdadera desgracia, maestro, pero ya se me venia encima lo de la venia y claro, lo de la sonrisa que siempre aligera la almésfera, y una palmadita en la espalda porque al fin Vivaldi y Tunja estaban dichosos con mi concierto. ULTIMA VOLUNTAD Nos ensefié a poner los dedos en el clavicordio situado, desde que tengo memoria, en un rincén de la sala. Nos explicd, con paciencia, como se leen las figuras que limitan los sonidos. Recaleé la elocuencia del silencio en una partitura. Sélo a unos pocos nos guid por los caminos de la composicién. De todos soy, acaso, quien mejor aprendié los escollos de la fuga, los juegos simétricos de los cénones, la austeridad de los corales. Ensefié la musica como si fuera un ejercicio logrado a partir del esfuerzo tenaz. Me decia con frecuencia que la emocién de la obra culminada era asequible a cualquier hombre disciplinado. Aqué!, cuyo cuerpo todavia esta fresco bajo la tierra, siempre se mostré remiso a considerarse como una sensiblidad elegida. Yo, que sigo en el vacio de la vida, més vasto después de lo que he hecho, fui el tnico testigo de esa grandeza, Hace dos noches agonizaba. Sus ojos se habian quedado sin luz y la piel estaba cascada. Pero mantenia la fortaleza en la frente amplia,y la frescura en los oidos que supieron escuchar la expresion de lo sublime. Me hablo, vacilante, de ciertos manuscritos. Los busqué en el bail, junto al mudo clavicordio. Tembié al sentirme de nuevo y me cont6 de las notas que, apretadas, se extendian en los papeles. ",Afirmaras al iltimo favor que pediré?", dijo. Quise esbozar una réplica, pero el ruego se hizo presente: "Quiero irme trancuilo, y s6lo a través de ti se me puede dar esa posibilidad”. Asenti sin saber la hondura de lo que iba a pedir. ¢Habia otro camino? Por privlegio o por desgracia estaba viéndolo mmorir, y me senti involucrado en su deseo. Con las fuerzas postreras dijo algo de la obra que otra vez pasaba a mis manos. Su narracién fue sucinta e incoherante. La voz, trémula, Mas tarde, la alooba se llend de mujeres viejas que apresuraban oraciones cantadas. Al salir, me propuse romper el juramento hecho antes de que le llegara la muerte De la obra puedo decir poco, Y lo que explique, de todas maneras, sera insulso. Tal vez fue una revelacién en cualquier instante de uno de los dias que vivid. Prefiero suponer que durante varias rnoches le fue dada la claridad precisa para componerta. No sé si fue corregida con puleritud. Si estuvo cculta, como esboz0, en el bail por semanas o afios. Creo, por ejemplo, que la brevedad tenia que ver con su cardcter divino, Si a intuicion de Dios es efimera, el hallazgo de su ser lo es todavia mas. Pero medirla con las usuales normas temporales es demasiado prosaico. Generalmente la misica hace olvidar la dura presién de las horas. Lo que escuché, no obstante, obligaba a sabernos fuera de elas, desconocerlas. Sé que el tiempo es el soporte de los sonidos, su escurridiza herramienta, En la obra estaba de tal modo separado, que la impresién dada era de una insoportable libertad. Senti algo cereano al terror cuando en mis dedos culminé la lectura, Cabalmente me fue dicho que esa misica que acababa de existir daba al infinito, sélo percibido en su total dimension durante tres miserables minutos, No sé si en este mundo, en este 1750 que padezco, exista una composicién similar ala que hace dos noches se me obsequié con un determinado fin. Sé, en todo caso, que la ambicién de ciertos hombres ya idos y de algunos que esperan el turno en la ronda de los afios, fue y serd la de justiicarse, por medio de las cinco lineas paralelas, ante el universo. Mi padre, que me hizo jurar una destruccién, logr6 que el universo se justiicara plenamente en su pequefia obra. Luego de escucharla, comprendi que la busqueda del misterio quizas era inutil, porque su esencia se habia encontrado. El entendié que su obra toda, la que generaciones futuras no se cansardn de elogiar, sOlo era una quebradiza aproximacién @ lo que compuso en un momento de su existencia. Supo que, de permanecer los manuscritos, se negaria a muchos la alternativa del primordial desgarramiento presente en el oficio de la creacién. Yo también lo entiendo asi. Ademds, una vez ejecutada la obra, violado en parte el juramento, desvanecido el eco de los ultimos sonidos en la sala del clavicordio, senti rabia porque quella ilusion tenia término. Sali @ la calle con el recuerdo de las palabras que solictaban el arduo favor. En alguna esquina, unos vagabundos presenciaban, en medio de misicas de adufes y vihuelas, el hechizo de las grandes lenguas en una fogata. Una mujer, de facciones enjutas, me sonrié con los ojos cuando arrojé los papeles al fuego. LA SINFONICA Alzamendi se alegra cuando conoce la noticia. Hubiera querido recibirla de Tobias y no del utile, {Quién es el utlero para saber una noticia de esa indole primero que él? De pronto, se siente humillado. Se inclina, sin embargo, a creer que es un chisme, y decide ir a la oficina del jefe de la Sinfonica. En la sala de espera, observa la vigorosa figura del David de Miguel Angel y herdldicas colgadas de las paredes, Descoree la cortina para mirar los transeiintes dela plaza, se sienta en una de las poltronas centenarias, y se entrega de nuevo a un ir y venir por el recinto, Trata de recordar cuéntas veces Tobias lo ha dejado esperando. En su mente hay fatiga al notar que los dedos no bastan para

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