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Hoy es el día. El día para salir. Hay que ser conscientes. Es un día perfecto para salir.

El sol
brilla. El aire está más limpio. Hay que aceptarlo. Hoy es el día. No es un día cualquiera. Es
el mejor día. Habría que salir. Habría. Todas las condiciones están dadas. Es fácil. Solo hay
que comenzar. Dar un paso detrás del otro. Primero una pierna, luego la otra. Fácil.
Sencillo. Poner la mano en el pomo. Girarla a la derecha. Más adelante está la reja. Y el
candado. Pero no hay que apresurarse. Primero un paso. Luego el pomo. Sencillo. Pero
antes los zapatos. Hay que ponerse zapatos para salir. Debo confesar que ya no sé cómo
se usan los zapatos. Fácil. Se mete el pie. Luego se amarran. Un movimiento detrás del
otro. Fácil. Pero no. No es que no los sepa usar. Es solo que la sensación es extraña. Dejar
las pantuflas. Eso no es fácil. Las viejas pantuflas. Mis zapatos no tienen los huequitos con
los que mis dedos se entretienen desde hace meses. Ya no sé cómo andar sin estar
moviendo los deditos gordos. Y además está lo otro. El otro asunto. Los colibríes. Y los
cuchillos. ¿Qué va a pasar con el trío de colibríes que viven en mi jardín? Los he visto día a
día desde que nacieron. Bueno, a dos de ellos. El otro supongo que es la madre. Ella
estaba por ahí desde antes. Pero a los otros dos no les he quitado el ojo. He visto cómo les
salen una a una sus plumas. Los he visto parqueados juntos. Esperando a que les lleven el
alimento. Esperando. Yo también esperé. Esperé este día para salir. Y hoy es el día
perfecto para salir. Pero habría que comenzar. Ponerse los zapatos. Esos zapatos sin
huequitos. Y con carcañal. Me encanta esa palabra. Carcañal. Sólo se la he oído a mi papá.
Tal vez a mi abuelo. Hace tiempo que no siento la presión que los zapatos ejercen en el
carcañal. Mis viejas pantuflas no tienen carcañal. ¿O será calcañar? Mi papá decía
carcañal. Pero mi corrector ortográfico me señala esta palabra. En rojo. Alerta. Alarma.
Rojo. Carcañal. Lo busco en el diccionario. No aparece. Hay tantas cosas que ya no
aparecen. Estos días han ido borrándolo todo. Como los zapatos y su presión en el
carcañal. Alerta. Alarma. Rojo. Rojo. No se dice así. Lo busco en otro diccionario. Ahí sí
aparece. Tal vez habría que buscarlo todo en otra parte. Aunque no aparece
directamente. Aparece solo al revés. Tal vez habría que buscarlo todo al revés. Pero me
estoy desviando del tema ¿O no? Aparece calcañar. Parte posterior de la planta del pie. Es
preferible esta forma a la de sus variantes calcañal y carcañal, de uso menos frecuente en
el habla más culta. No estoy de acuerdo con el diccionario. Yo prefiero carcañal. Así le
decía mi papá. Y tal vez mi abuelo. Cuando me enseñaban a ponerme los zapatos con
calzador. Pero ya no existen los calzadores ni tampoco los zapatos. O sí existen pero ya no
los prefiero. Por la presión. Por la presión que ejercen en el carcañal. Biieno sí, supongo
que la presión ayuda a caminar. A seguir. Tal vez podría salir en pantuflas. ¿Pero qué me
pondría cuando vuelva a la casa? Si es que decido volver. Pero prefiero no apresurarme.
Tal vez no salga después de todo. Y si no salgo, no tendría que decidir si quiero volver. O si
quiero volver a salir. Y sin embargo hoy es el día. El día señalado, el día perfecto. Hay que
salir, volver a trabajar, darle un empujón a la economía. Supongo que debería alegrarme.
Ponerme zapatos, aguantarme la presión en el carcañal, un paso detrás del otro, caminar
extrañando el hueco para los dedos, poner la mano en el pomo, dar un giro y ver el sol
que alumbra.
La calle. La calle. La calle y su ruido. Ha vuelto el ruido, la economía está a toda marcha.
Tal vez habría que buscarlo todo al revés. Quedarse quieto. Y darle un buen empujón a la
economía. Qué se caiga lo que esté flojo. Hoy es el día. Sé que los colibríes comienzan a
pelear con sus hijos después de un tiempo. Los sacan de su territorio a picotazos. El mismo
pico que los alimentó comienza ahora a buscarlos para chuzarlos. No quiero perderme
eso. Prefiero perderme de todo lo demás. ¿Quién va a mantener los cuchillos afilados? Si
salgo pueden perder su filo. Los cuchillos. Y no quiero eso. En este tiempo han adquirido el
filo adecuado. Como mi consciencia. Girar el pomo y ver que afuera todo es distinto de lo
que era. Pero al mismo tiempo igual. Prefiero perderme ese espectáculo. Quedarme aquí
afilando los cuchillos. Al menos hasta el día en el que la mamá colibrí haya expulsado a sus
hijos de mi jardín.

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