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DONACIÓN BOTERO

COLECCIÓN BANCO DE LA REPÚBLICA - BOGOTÁ D .e. Fernando Botero:


la pintura como mundo
POR JUAN GUSTAVO
COBO BORDA
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Miguel Urrutia Montoya
Gerente General

JUNTA DIRECTIVA
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Monetaria y de Reservas
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Estudios Económicos

Luis José Orjuela Rodríguez


Auditor General

Jorge Orlando Melo


Director Departamento de Bibliotecas y Artes
Biblioteca Luis Ángel Arango

PORTADA

Fernando Botero
Medellín, 1932
Natura leza muerta
ISBN : 958-664 -097-3 con libros
I mpresión 1999
Oleo sobre lienzo
LITOGRAFÍA ARCO
Bogotá, Colombia 37.46 x 44.45 cm

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Colección
Banco de la República
RI

Colección de arte

.J.)

Biblioteca
Luis Ángel Arango

Bogotá
2001

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Fernando Botero:
la pintura como mundo
POR JUAN GUSTAVO
COBO BORDA

Fernando Botero
La carta
1976
Oleo sobre lienzo I I
. 7 J,
(
L
149 x 194 cm

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
1 lentitud los panzudos caballitos de Ráquira o las figuras
Las gordas y gordos de Botero, tan colombianos. populares de barro de Carmen de Viboral. y aún más atrás
y rodeándolos, en todo momento, esas montañas con sus cierta otra cerámica, esta vez precolombina y quimbaya, en la
volcanes y sus nevados, esos pueblos con sus coloreadas tejas cual perdura algo hierático y monumental a pesar de la
de barro y sus calles estrechas y empinadas. Esas vírgenes, levedad de su gracia. Sin olvidar, en todo caso, los arcángeles
obispos y monjas. Esas sandías, plátanos, zapotes y naranjas. arcabuceros de la pintura colonial, que ha coleccionado con
Esos batidos y esas morcillas, tan suculentas y apetitosas. deleite, y sus recargados retablos barrocos, con sus frutos
Pintura para comer. También catedrales que parecen ponqués dorados.
y, como si lo anterior fuera poco, banderitas colombianas que De esa Antioquia aislada entre montañas salió Fernando
asoman por todos lados. Botero, y como lo dice Carlos Jiménez Gómez en su libro
Naturaleza muerta colombiana (1993) se titula uno de sus Notas de pueblo en pueblo (1976): "De Medellín se sale siempre
cuadros, pero la especificación también es válida para la para volver, y como hacia una periferia concéntrica». Por ello
totalidad de su obra. Una vi ión risueña y sarcástica, humorís- quizá su escenario más feliz y más jocundo lo constituyen, sin
tica y deformada de nosotros mi mas. ((Yo estoy pintando algo lugar a dudas, esos viejos burdeles del barrio Lovaina en
'local' y 'provincia!'», dijo en alguna ocasión, consciente de Medellín, en donde e amontonan sus figuras al hacer que el
cómo ese mensaje era entendido en muchas otras partes, pero espacio se vea invadido por cuerpos en con tante expansión.
el arranque un tanto "folclórico» de su obra, evidente en su Un cabal ejemplo de ello lo constituye la Casa de Amanda
visión de lo latinoamericano como una infinita teoría de Ramírez (1988 ) en donde el fortachón de pantalones marrone
presidente , dictadore ,junta militares y primeras damas va y chaqueta verde o tiene obre el hombro, como figuras de
revelando, en una segunda vi ión, otro ecretos mejor circo, a la redonda mujercita de medias gri es y sexo diminuto.
guardados. Debajo de las medalla y de las bandas presiden- Atrás, un hombre sobre la cama se afana en vano encima de la
ciales, de las pieles de zorro y los ob cenos collares, laten el mujer que ya duerme, ausente para siempre. Rotundos todos
Prado yel Louvre, las iglesias italianas y los muros en los que ellos, pero todos ellos a su vez minuciosos y exactos.
Orozco, Rivera y Siqueiros plasmaron el mestizaje y la primera Nada que intetice mejor este microcosmos a la vez
gran revolución del siglo XX: la mexicana. Allí está lo mejor familiar y truculento como La muerte de Ana Rosa Calderón
de la historia del arte, de Piero della Francesca a lngres, (1969) . El hombrecito de negro golpeará en la puerta de la
pasando por Vermeer, Caravaggio, Rubens o Velázquez, a prostituta desnuda, la llevará a pasear al campo en caballo, la
todos los cuales ha dedicado explícitos homenajes. Sin.olvidar, apuñalará, aparentemente ajeno a lo que hace, la enterrará
por cierto, a la Monalisa, o a Georges de La Tour. Pero este descuartizada, y luego dormirá tranquilo, entre una nube de
curso creativo de la historia del arte sigue enmarcado en su moscas, mientras el policía indolente se recuesta contra la
gusto aún provinciano que mantiene vivo los apeñuscados pared y clausura así la secuencia.
techos de su Medellín natal, a la vez tan santurrones y tan Cómics sangriento, con su hilo narrativo bien explícito, a
azufrados. Los sonrosados ángeles del Renacimiento se han Fernando Botero le encanta narrar su novela por entregas. La
trocado en los maliciosos diablos de Tomás Carrasquilla, A la de los obispos en viaje a remotos concilios, y que pasean con
diestra de Dios Padre. También allí subsisten, como humus sombrilla por bosques encantados. La del hombre al borde de
nutricio, las manos del artista, que acariciaron con morosa la piscina desde donde verá desfilar las pesadas musas de su

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deseo. Gigantas y enanos, putas y oficinistas, reyes y pintores, mal gusto es elevado a detonante explosivo que, sin embargo, se
bufones y músicos, alcahuetas y borrachos que duermen atempera dentro de la sobriedad geométrica de una estricta
debajo de las camas de hierro o apuran, con ojo bizco, el composición. Con esa claridad arquitectónica que lo distingue
último trago de la última botella de ron o aguardiente, como logra que sus azules y sus rosas, sus grises y sus naranjas
se encarga de precisarlo el pintor con todas sus letras. terminen por ceñir un mundo que ya le es propio. El del
El mundo se llama ahora La casa de María Duque (1970), provinciano que conquistó la historia del arte.
Casa de Ana Malina (1972), Casa de las mellizas Arias (1973). Allí El núcleo antioqueño, encerrado entre montañas, y
en esos escenarios, y gracias a la adolescencia bohemia de petrificado en el detenido tiempo de una inmovilidad
Fernando Botero, se revive una época extinta, poblada por sus histórica. Los arrieros se quedaron congelados en la última
fantasmas: dibujos para el periódico, trago y fiestas con los pose con que Botero los fijó para siempre. Incluso el hombre
amigos, visitas a las casas de citas, afición a los toros. Es el que se cae del caballo, termina por flotar en el aire. Y por esas
mundo de sus parrandas provincianas y el de su análisis, calles recoletas irrumpirán, orondos y fatuos, Luis XVI y
recursivo y descarnado, de la mejor pintura. Escribió sobre María Antonieta, para visitar un Medellín de curas y beatas.
Picasso y lo tildaron de comunista, según cuenta. Sobre Regido por la Iglesia y decididos a condenarse y arder en el
edredones salpicados de flores cursis, Botero intenta que caigan infierno por su pecadora inclinación al lucro y a los deleites
en pecado las saludables angelotas de crinolina y labios carnales, con la culpa a cuestas. De ahí tantos desnudos a la
diminutos coloreados en forma de corazón. Un mal gusto vez tan obsesivos y tan fríos. Imágenes congeladas. Por ello,
populachero y entrañable, un mal gusto subde arrollado, de también, el claustro religioso verá rotos sus muro y desparra-
desmesuras y contrastes, alimenta la dilatación formal de e as madas por sus callejuelas sus últimas imágenes acra : las
figuras, con el piso sembrado de colilla de cigarrillos y el aire gruesas monjas con sus hábitos acolchados y los apresurados
hecho visible gracias al revoloteo de las mosca. Volúmenes en sacerdotes, afanados con sus sotanas. La catedral de Medellín y
una atmósfera que se ofrece a nuestros ojos con la candidez del la Virgen de Colombia, a la vez cándida y apabullante.
retablo. Allí en la que Botero el mago mueve a su antojo los Puede pensarse en un realismo tosco y un feísmo delibe-
hilos de estos títeres encarnados. También se da allí la satisfecha rado. Pero en realidad ese humor chocarrero y ese vocabulario
gordura pretenciosa de las familias burguesas, orgullosas de sus de grueso calibre, se corresponde muy bien con la figuración
casas de juguete, o de su foto- fija, para mostrar, tomada en el que distingue a Botero. ¿Cómo?
jardín aledaño. Son ellas el contrapunto legal y aceptado de esa Porque él sabe muy bien, como lo señaló Carlos Jiménez
zona roja que visitamos antes. Hay algo aparatoso y pueril en Gómez: «Lo que Antioquia le debe al campo, el perfil
todo el asunto, dándonos la impresión de juguetes demasiado netamente campesino de su cultura" (pág. 63). Eso explicaría
grandes en manos torpes y regordetas. La desproporcionada quizá su pragmatismo visual. No hay equívoco alguno: son lo
asimetría de esos cilindros rechonchos o de esos barriles con que son. El obispo: obispo. El capitán: capitán. La puta: puta.
pies y manos llegamos a aceptarla por la lógica interna que rige También su maliciosa ingenuidad de primitivo, que nos ofrece
ese mundo alterado y por el color que sensibiliza esa postal tan un primer plano lleno de trampas y seducciones. De figuras
naif como hábil. Color de pueblo, de desfile de silleteros en que se esconden o aparecen camufladas. Que se asoman,
Medellín, bajados de las montañas con su carga de flores, o de curiosas, o desaparecen con sigilo culpable. Acumulación
acuático mercado floral en Xochimilco. Colores en los que el muy precisa de detalles o de guiños plásticos para mantener-

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Fernando Botero
Un pueblo
1997
Oleo sobre lienzo
188 x 119 cm

Fernando Botero
Celestina
199 8
Oleo sobre lienzo
45 ,72 x 34,92 cm

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nos entretenidos y atrapados. Trucos de cuentero hábil. más gordos. Con razón Fernando González, el filósofo de
Crudeza frontal con que se exponen las verdades de a Antioquia por antonomasia, hablara de «el hombre gordo de
puño. Tradición conservadora y prurito de exagerar. De Medellín".
narración excesiva y abundante, una vez dada la rúbrica
personal, de enfática autenticidad. Así soy yo, montañero, y 2
vengo a contarles un cuento de mucha plata, en el que el Bernard Berenson en su clásico libro Los pintores italianos
diablo gana. El cuento resulta tan grotesco e inverosímil que del Renacimiento menciona «la falta de gusto, esa tara indele-
terminamos por reírnos y aceptar la inflación de ese mundo ble de provincias", al referirse a esos pintores que al admirarla,
trastocado. La exageración ha terminado por hacernos trataron de imitar la pintura de florentinos y venecianos.
cómplices. Se trata de un juego que compartimos eufóricos. Botero, quien también admira, imita y recrea, a venecianos y
Rompemos los límites de la diaria faena, tan subrayada en la florentinos, ha invertido el planteamiento, como en u muy
cocina, en el baño, en los obrero que trabajan (1994), en La reciente retrato de Federico de Montefeltro y su mujer, de
criada (1998), en la mecedora de la abuela, en la máquina de Piero della Francesca, a los que ha pue to literalmente al revés.
coser de la madre, y nos instalamos felices en el sueño que Ha alterado el orden. Los perfiles que ocultaban salen ahora a
nos redime y amplía los horizontes parroquiales. La mando- la luz. El ojo perdido resulta evidente. Por tanto el mal gu to
lina má grande. La manzanas impo ibles. Engullir el de provincia se ha vuelto el enfoque necesario para canibalizar
mundo y regurgitarlo convertido en nuestra imagen deseada. y devorar arte y provincia, en una amalgama única.
Triunfadores natos, allí, por debajo, asoma sin embargo la En la cámara nupcial de los Mantegna se ha colado un
hilacha de los prejuicios y de la viveza demasiado interesada. niño que busca sacudir nuestras certeza vi uales y otorgarno
¿Los protestantes, acaso, no vivían desnudos dentro de sus una nueva certidumbre: allí donde las enanas se volverán más
casas? anchas y los mayores ciertamente pueriles. Existen en el ojo
Algo de ingenuo y a la vez algo de falsamente rígido y valores táctiles gracias a los cuales podemos palpar y percibir
envarado disimula, no del todo, su ambiciosa avidez de la consistencia rotunda de esa nueva realidad. La realidad
triunfo y reconocimiento. E el hombre que toma en serio su Botero. La pintura como mundo. Sólo que estos recintos, a la
fábula y nos lleva a reír con ella. Pero el risueño engaño de la vez tan precarios y tan saturados, los habitan también otras
comedia también puede volverse trágico. Incluso al llegar a los presencias. Las que los espejos de los armarios, por ejemplo,
nuevos tiempos, con la Muerte de Pablo Escobar (1999), Botero nos revelan al ampliar hasta el exceso esas grandes masas
lo pintará, sobre los techos de siempre, las verdes montañas carnales. Esas diosas excesivas y distantes. Esos cuerpos que
que lo encierran a lo lejos, y una lluvia de balas que derrumba cumplen a cabalidad la mayor ambición de su pintura: exaltar
su humanidad estática. También a él, mito renovado, lo mató la forma. Hacerla eterna e inolvidable.
el sentimentalismo de una llamada demasiado larga a su Cuadros saboreables que deparan sensualidad y goce a
familia. través de un tratamiento paradójico: la volumetría geométrica
La madre, la familia, voraz y omnipresente, continúa se une con la gastronomía visual. Masticamos, en esas infinitas
determinando ese mundo de hombres inmaduros, impacien- variaciones que ha hecho del Concierto campestre (1994,
tes por acumular fortuna y ser siempre los mejores, que acuarela) o del desayuno sobre la hierba, seres a la vez
juegan desnudos a los caballitos con las mujeres que galopan autónomos y dependientes: vienen de Giorgione o de Manet,
sobre sus espaldas. Son los más altos. Los más grandes. Los pero son ya de Botero. Se sostienen en sí mismos y se apoyan

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Fernando Botero Fernando Botero
Mujer fumando Co ncierto ca mpestre
1994 1994
Acuarela ob re papel Acuarela sobre papel
122 x 99 cm 80 x 101 cm

unos a otros en el universo plástico que el propio Botero ha Las palabras que Federico García Lorca utilizaba para
ido configurando. En ellos la desproporción al inflar una referirse al ángel de la poesía son las mismas que el socarrón
parte, al reducir otra - ojos inmensos, bocas pequeñas, brazos Botero, con su barbita bien recortada, emplea para colarse en
cortos, manos gruesas- se convierten, como lo dijo Germán el sacrosanto recinto de la historia del arte. Allí, adentro, ya
Arciniegas en su libro sobre Botero (1979), en «comentario hará lo que le dé su real gana. Madame Pompadour crece
burlón», en «sarcasmo asordinado». La grandeza ha caído a como un globo a punto de estallar y los obispos ruedan por el
tierra y ahora resulta necesario restaurarla pintando esa piso vueltos apenas forma y color. Una estructura en pirámi-
galería de faros inolvidables: retratos de Durero, retratos de de. Un arco iris de colores entonados. Oscilante entre las
Velázquez, retratos de Coumet o Cézanne. fantasiosas ostentaciones del juego creativo yel rigor de una
Botero, antes que crítico, es pintor, y la lucidez implacable figuración que siempre ha querido realista, a su manera, así se
de su mirada cala aún más en la entraña, debido por cierto, a van estableciendo las gordas y gordos de Botero, el colombia-
la simpatía que no puede menos que tener con los propios no. Sin su país ellas no se explican del todo, pero como todo
valores que lo formaron: la del país en que nació y la de la arte en verdad significativo, ellas van más allá de la tierra que
pintura con que logró expresarlo. «Nunca se deben perder las las nutrió con su invasor contagio. Su mayor novedad consiste
relaciones con el propio país», ha dicho. «En el caso concreto en pintar naturalezas muertas. Desnudos, ramilletes de flores
de Colombia creo que tiene un tremendo 'duende' aún o retratos de familia. Todo ello con su guiño propio, de
inédito». agridulce inocencia. De euforia y soledad desamparada. Con

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su objetividad impasible. Con su distanciamiento de estatua menos mancharlas con los fortísimos perfumes de la pasión
inabarcable. Todo lo cual, en definitiva, garantiza la validez de desatada. Volverán a estar solas, la luna como única compañía
su arte. en sus cuartucos de paredes agrietadas, mientras a través de
Al deformar a su arbitrio la pequeña parcela de su un abigarrado horizonte de tejas coloniales se esfuma el
realidad provinciana logró que todos los seres del vasto e ladrón de la madrugada.
impreciso mundo que llamamos ((realidad", siempre entre Qué folletín fascinante el que Botero ha terminado por
comillas, se volvieran a su imagen y semejanza. El pequeño crear, con sus putas y sus monjas, con sus músicos, sus arrieros
pintor que coloca, en irónico autorretrato, al pie de sus figuras y sus obispos, sus iglesias y sus vírgenes tan cursis que sólo
colosales, sabía lo que buscaba. Rehacer el mundo a su antojo. pueden ser inexorablemente nuestras. Es decir: colombianas.
Volverlo colombiano. Transformarlo en pintura, avasalladora Sus colores tienen algo de pastel almibarado, con sus lilas
e incuestionable. Por ello tenemos que volver a mirarlo, para blancuzcos y sus azules empalagosos. Sus pajaritos de pacotilla
deslizarnos en esa cámara nupcial en donde forja sus alqui- y sus flores tropicales. Del mismo modo sus gaseosas, sus
mias plásticas. cabezas de cerdo y sus tenedores voluminosos, nos invitan a
un banquete de fonda arrabalera o de tenderete a la orilla del
camino. La única modernidad a la que parece condescender,
3 en pocas ocasiones, por cierto, es también un flagrante
Todos los ojos de sus personajes tienen una fijeza inmóvil, anacronismo: una arcaica guerrilla campesina, con sus botas
como si hubie en quedado congelado en un remoto paraíso de caucho y sus miméticos uniformes de camuflaje, agazapa-
de los años treinta y cuarenta. Un mundo provinciano de dos en un bosque cuyos árboles responden más al
untuosos abogados, intrigantes sin remedio, tan estrechos de entrelazamiento de las lanzas en las batalla de Paolo Ucello o
alma como sus corbatas, y con sus acicalados bigotitos de . La victoria de. Constantino sobre Majencio de Piero della
tenorios de barrio. Los mismos que sin sus sacos se expandi- Francesca, que a la manigua de nuestras selvas depredadas.
rán al jugar a las cartas o bailarán, toscos y pesados, en esas Un mat~rial tan explícitamente pintoresco y, si se quiere, tan
verbenas populares en donde las guirnaldas tendrán los subdesarrollado, Botero lo potencia al máximo. Su fría mirada
colores de la bandera de Colombia y la atmósfera una se aplica a la forma, a la composición yal volumen, no a la
apelmazada mezcla de olores: cigarrillos, acidez del negro nostalgia o a la crítica social. Ciertos cuadros terminan por
manojito de pelos de los sobacos, y dulzonas fragancias de brindarnos una luz atemporal, de perennidad irrefutable.
pachulí barato. Pero finalmente serán esas damas bizcas y y como él bien lo dice, tan consciente de su tarea: ((Desde hace
recargadas las que triunfarán inexorables. Reinas de una como quince años trabajo con cuatro colores que son el
noche en sus camastros con cabecera con bolas de bronce. amarillo ocre, el azul cobalto, el rojo cadmio y el verde
Devorarán expansivas a esos irrisorios caballeretes. Pequeños esmeralda. Y el blanco y el negro. Punto. No más. Y todo sale
muñequitos fajados a los que manipulan a su antojo, mientras de aht. Por supuesto, nostalgia y crítica están en ellos,
ellas, grandes ballenas de carne, van ocupando todo el espacio implícitos, pero su obsesión central consiste en lograr que la
hasta ahogarlos. Saturarán los espejos, e invadirán nuestras totémica matrona y el irrisorio hombrecito logren su desajus-
pupilas, proclives al voyeurismo del testigo incómodo, con la tado equilibrio, o que los colores que aparentemente se
atonía virginal de su blanca opulencia tapizada de pecas y rechazan consigan un soterrado diálogo de afinidades. Ácidos
lunares. Nadie hasta ahora ha logrado doblegarlas, ni mucho amarillos conversan con enfáticos fucsias y los edredones de

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colorines sostienen matronas en las cuales el mármol bien al enfrentar una única pera. Una masa corpórea que ocupa
puede volverse una arcilla plástica, rosada y apetecible. Véase, todo el espacio y que excluye, con soberano desdén, todo
por ejemplo, Naturaleza muerta con helado (1990), un óleo en aquello que no sea su opulenta redondez avasalladora. La pera
el que sobre el mantel amarillo y enmarcado por la cortina que no permite ningún otro objeto a su lado y que domina,
gris se alcanza la apoteósis delirante de rosas, verdes y reina absoluta, todo el ámbito de nuestra percepción. No
naranjas. Sólo que todos estos artilugios apuntan hacia la puede haber nada más. Exige de nuestra mirada, casi siempre
monumentalidad estática de un arte impasible. Allí en donde frívola y siempre seducida por tantos focos de atracción
esas caras ostentan la bovina satisfacción autosuficiente de excluyente (la actualidad, el humor, la pericia técnica), una
quien ya no debe recurrir al mundo para subsistir en el entrega receptiva y una contemplación sin excusas. Resulta la
tiempo: se bastan, e incluso, se sobran a sí mismos. Se superficie de un mundo pleno e íntegro. Algo que ha hecho de
sobrepasan en su desborde plástico, tan magistral como ese su puro exceso su magistral límite. Sólo pintura. Quedamos
obispo Caminando cerca al río (1989) en el que el virtuosismo ante ella como el fiel ante el ídolo. El pasmo del converso ante
alcanza cotas clásicas. La prueba de sus talentos se da entonces la luz que lo deslumbra. Sobrepasados por su misteriosa

Fernando Botero
Naturaleza muerta
con helado
199 0
Oleo sobre lienzo
17 1 x 204 cm

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Fernando Botero
Homenaje a de La Tour
1998
O leo sobre lienzo
160 x 194 cm

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evidencia mensurable. Con su maliciosa socarronería, Botero, que cuchillos y violines, botellas y lámparas quedan ~ntroniza­
el impío, nos ha devuelto la fe en la pintura. Ya que la primera dos dentro de un aura inmemorial. Los utensilios para comer
víctima de esa ilusión dentro de la cual vivimos es él mismo. se han trocado así en objetos de culto. Muy reveladora, en tal
Con su pintura nos ha enseñado a habitar sus cuadros y a sentido, es aquella Naturaleza muerta con lámpara y botella de
compartir las horas con sus personajes. Sólo así se explica que 1999, en la que el periódico El Tiempo yel calendario han
haya logrado mantener con tanta entrega, rigor y coherencia, perdido ya su referencia temporal para convertirse en amari-
un mundo en ocasiones tan pueril y pueblerino, tan regocijan- llas y congeladas presencias que trascienden su función inicial.
te como inmaduro. Tan provinciano como universal. Porque Informar, quizá. Fijar el tiempo en una fecha. Pero ahora han
su verdadera fecha de nacimiento no es, como se dice, en 1932, entrado, como las frutas anteriores, o el de nudo de mujer en
en Medellín, sino en 1958, cuando luego de visitar España, la playa, en otro ámbito. El inevitable mármol con que la
Francia e Italia, pintó su Homenaje a Mantegna. Allí resultó pintura congela el tiempo y la erosión se detiene impávida.
armado, con pinceles y paleta, caballero insobornable de la Sobre los verdes y los caobas se extiende una sutil pátina que
pintura. altera las fechas: el fugaz tiempo de la actualidad efímera, de
las noticias y los sucesos, se ha convertido en un dorado
El universo es como una naranja polvillo de eternidad verdosa con que han quedado
Sus naturalezas muertas de 1997, 1998 Y1999 acentúan su recubierta y preservadas pera, naranja y botella. Mujer yola.
monumentalidad con esas desmesuradas jarras grises que se Naturaleza muerta con guitarra, de 1993, es un dibujo cuya
repiten en las tres como un motivo básico. Al mismo tiempo, composición involucra al espectador y lo atrae hacia su
los estrechos ambientes en donde éstas se exponen parecen vórtice con ese semicírculo de ventanas, montañas y tejas
aún más aturados gracias a la pe ada mesa que atentan coloniales. Ofrece entonces su conocido banquete de ciruela ,
sus torneados volúmenes y su definida ocupación del espacio, piñas y manzanas mientras la proverbial guitarra anuncia, con
sólo que ese cubo escénico se rompe siempre mediante un los tenues amarillos de la fruta próxima, el paso del color a la
espejo o una ventana. Jardín y aire. Juega así con los reflejos de música. De esa armonía que debe regir en todas las artes,
los objetos o las transparencias de los vidrios para que la exprésese con sonidos o con pigmentos. En ambos casos se
afirmativa firmeza de las patas o la rigidez de esas telas trata de notas musicales. De un pentagrama en el que se
abullonadas se aligeren o espiritualicen con la naranja o la acentúan o se aligeran los tonos y las transicione . La vibra-
sandía, el pepino o la manzana. Componen así refinados ción o la pausa. El toque agudo o el sostenido enlace hacia el
equilibrios de color sobre el escenario horizontal de la mesa y nuevo acorde cromático. Otra naturaleza muerta de 1997,
la verticalidad de los bloques de objetos. Finalmente, con una muestra a cabalidad el modo como Botero explora, una y otra
cuerda azulo un cajón abierto, la composición termina por vez, obsesivo y original, sus intransferibles asuntos.
adquirir una simetría definida y clásica. La falaz ilusión de En Naranjas, cuatro naranjas enteras, una media naranja
estar ella allí, en el interior del cuadro, y aquí, inclinada en el y un gajo, brillan radiantes en su redonda y compacta unidad.
ámbito del contemplador, para ofrecernos sus tesoros. Poseen, además, la minuciosa frescura húmeda de su brillo
En sus naturalezas muertas, en general, con grises callados natural. Son gotas de luz. Además, los detalles de semillas,
que provienen de Giorgio Morandi y amarillos y rosas que nervaduras y piel poseen un fulgor interno en contraste con el
rompen la solemne gravedad de esos altares cotidianos en los mantel rosa y el amarillo quemado de la pared. Sin olvidar,

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por cierto, el rectángulo verdoso del baldosín. Hay una lo largo de su trayectoria. Son muy conocidas sus variaciones
gradación que crece y se sostiene para obtener ese ardor del sobre una Monalisa infantil y juvenil en los años sesenta. Por
naranja único. La fruta ha sido sustituida por el color. Por esa ello vale la pena detenerse en su Monalisa de 1978, la cual trata,
mirada que aísla la individualidad de cada una de las presen- desde una concepción que, sin dejar de ser muy boteriana,
cias y las integra dentro de un conjunto mayor, de distancias y sosiega y atempera sus brochazos expresionistas y las grandes
afinidades. De bloques y espacios. Botero las desmenuza y las flores que la acompañan, con una pátina más tersa y uniforme
recrea hasta llegar a su esencia. Por ello el estudio y análisis a y una concentración más estricta en su motivo. Es una
que somete sus temas, al volver sobre ellos, es el que le permite Monalisa más «clasicista)) si se quiere.
dar un inmenso salto cualitativo y pasar de las logradas Hay tanta paz sonreída y tanto dominio espacial gravitan-
Naranjas a un cuadro sorprendente y excepcional desde todo do alrededor de esa figura plena que gracias a ella comprende-
punto de vista. El Homenaje a Georges de La Tour, de 1998, en mos mejor la estética redonda de Fernando Botero. Su
el que el cielo estrellado y la mano que avanza con una vela exaltada capacidad para sin perder el enigma del referente,
hace que las tres naranjas plenas y las dos cortadas, además de objeto de infinitas interpretaciones, incluida la de Sigmund
la copa con el color amarillo albergado en su interior, produz- Freud en Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910) y su
ca una sensación de paz estelar. De cósmico sosiego. Calma e proverbial sonrisa, aquí pícara y a la vez difuminada, lograr
ingravidez. Allí donde la mesa se ha despojado de las ligaduras que ella se apodere de esa piel dulce y ese ancho y satisfecho
terrestres y flota liberada en el espacio. El silencio de esa rostro plácido y le descubra una belleza conmovedora y en
oscura vastedad se no ha hecho humano. La luz de la pintura alguna forma cómplice. Un monumento estático pero lleno de
aclaró las tinieblas. Nos enseñó a ver. A meditar. A callar. vida en los bucles que enmarcan su guiño.
Reflejada esa luz en la copa yen el gajo de naranja la convi- El juego se ha enriquecido: Botero vuelve a pintar la
vencia íntima con la estructura de esas frutas ha logrado Monalisa y nosotros asistimos regocijados a esa aventura que
transmitirse al universo íntegro, incluido ese pintor al cual se inició hace mucho tiempo cuando la recreó a los cinco,
Botero rinde homenaje. Aquel sobre el cual André Malraux, en siete, nueve años. Cuando la exploró en sus inicios. Ahora
Las voces del silencio, escribió: Botero ha madurado y la Monalisa con él. Esta aventura nos
La Tour no pinta la oscuridad: pinta la noche. La encanta y seduce pues la vimos reconstruida con la
noche extendida sobre la tierra, la forma secular del misterio iconoclastia fervorosa de sus juveniles trazos expansivos. Sólo
pacificado. Sus personajes no e tán separados de ella: son su que incluso entonces ella permanecía ceñida por el rigor de
emanación (pág. 388). una forma que era en realidad excesiva. La forma Da-Vinci-
La pintura de Botero también proviene de la tierra, de su Botero amenazaba con desbordar el marco del cuadro y la
provincia, de su terruño, de su región, pero ahora ya ha humanidad de sus proporciones de gran muñeca, pero algo
quedado allí, inmóvil e intemporal. El arte la volvió universal. sutil en su vocación realista la sostenía clásica y en realidad
definitiva.
Presencias que humanizan La Monalisa ya era un signo inconfundible en nuestra
Al referirnos al cuadro de Homenaje a de La Tour aludi- mente y en nuestra concepción de lo que era la pintura. Ni
mos, en cierta forma, al modo como Fernando Botero se siquiera Marcel Duchamp aplicándole un bigote pudo romper
vincula a la tradición de la mejor pintura, recreándola a todo su consagrado poder de ícono. Botero, como ahora se dice, no

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Fernando Botero
Monalisa
1978
Oleo sobre lienzo
183 x 166 cm

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Fernando Botero
Guerrilla de
Efiseo Vclásquez
19 88
Oleo sobre lienzo
154 x 20 1 cm

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interviene sobre ella, modificándola desde el exterior. La vive afrenta y denuncia. La enana se ha vuelto el inmisericorde
desde dentro. La expande. La desarrolla, al máximo, poten- monstruo que la luz perfecta de Las meninas había mantenido
ciando su carga plástica. No la agrede ni la desvirtúa. Coge oculta dentro de la milagrosa armonía del conjunto.
cada uno de sus elementos y los coloca en una escala mayor Es en 1988, una década después de su Monalisa, cuando
para así avasallarlos con su fuerza y recordarnos que ella sigue Botero, con Guerrilla de Eliseo Velásquez, logra conmovernos
siendo, sin remedio, la pintura. con un óleo espléndido. Uno de sus grandes cuadros, donde la
La Monalisa de Botero que ahora, en Bogotá, nos mira composición tan clásica equilibra formas y espacios. Las
indiferente, como debe ser, ante el transcurrir del tiempo y la figuras del piso y las de la hamaca se mantienen en un
gente delante suyo. Pero hay tal ternura expresiva en esos ojos paralelismo excepcional, revistiendo con la más sutil ironía
fijos y en esos labios plenos de inmóvil maljcia que su esos bultos de colores que maneja el gnomo guerrillero o las
majestuosidad, mucho más imperiosa y exigente, ha adquirido insólitas maletas y bultos de viaje con que esos rebeldes se
un nuevo ingrediente interno: el toque Botero. La sonrisa de desplazan por una selva donde las serpientes y las manzanas
quien nos dice: miren con qué gusto me atrevo a pintar de del paraíso conviven con deformes fusiles y las sempiternas
nuevo la Monalisa. colillas.
No ha perdido su poder de esfinge, interrogándonos con Botero ha logrado que tratamiento y asunto se fundan en
el vacío de su forma receptiva. Acoge todas las preguntas la resolución de un problema plástico. Disponer una escena y
sabiendo que subsistirá incólume como pintura. Mientras más resolverla con acierto. Las tres figuras que duermen y las tres
la miremos será menos nuestra y más Botero en su estilo, en que trabajan o hacen guardia crean un conjunto tan singular,
su marca y en su rúbrica. de cruce de líneas de fuga y riqueza de ángulos visuales, que
Además el pai aje que la circunda, con volcanes congela- nos sentimos partícipe de una verdadera escena abigarrada y
dos y nubes que son una orla de mármol sobre el verde populosa, plena de acción en su riguroso estatismo.
horizonte de los sueños, tiene algo de complemenO to onírico Esa capacidad que Botero demuestra para congelar los
a esa interrogación indescifrable. Al volverla a pintar Botero hechos hace que su tratamiento del tema colombiano y
ha develado de nuevo su figura. Nos ha situado en el centro específicamente de la Violencia adquiera la fijeza patológica de
de ese fuego inmóvil, de esa interrogación perpetua que es la una reiteración obsesiva. La historia se ha vuelto un sueño
pintura. Rondamos, en vano, en torno suyo, al tratar de perverso. Una recurrente pesadilla. En la Masacre de Mejor
asediar esa presencia única que se ríe compasiva. La respues- Esquina de 1997 las dos bombillas y la punteada trayectoria de
ta, entonces, sólo la tiene el propio Botero que pudo vivir las balas no enmarcan una acción sino trazan un diagrama.
con ella durante tantos años y tantas metamorfosis. Que Allí donde las parejas que bailaban caen al piso, ante la
alcanzó a convivir, hasta el fondo, y por último, con su chusma de ojos y machetes que irrumpen abruptamente en la
cercana lejanía. celebración. Su pintura no es una denuncia. Tiene la inmóvil
Que diferencia, en todo caso, con la Maribarbola de 1984. serenidad de una perdurable elegía en marrones, verdes y
Despótica, implacable, la poesía de Velázquez ha envejecido en amarillos. Son los colores los que agoreros y fúnebres nos
sus arrugas ceñudas y en la dura base rosa con que vestido, sumergen en un clima opresivo. El mismo con que el Carro
moño y collar sostienen esa masa de carne, a la vez movediza y bomba de 1999 se contrae en una perspectiva de distorsión
rígida. Que se pliega con indudable amargura y a la vez nos expresionista. Retorcido entre puertas y piedras, entre

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Fernando Botero
Caminando
cerca al río
1989
Oleo sobre lienzo
208 x 144 cm

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marrones, verdes y azules, la pintura termina por asumir, en sí Algunas referencias bibliográficas colombianas
misma, la criminal capacidad con que el hombre deforma el a la vida y obra de Fernando Botero
mundo en torno suyo. Sólo la pintura al proponer la regla y la
excepción, el paradigma y la anomalía, vuelve a establecer una Arciniegas, Germán, Fernando Botero, Madrid, Ediciones

escala de valores. Nos revela el esplendoroso poder para Lerner, 1979.


Díaz, Hernán; Traba, Marta, Seis artistas contemporáneos
restituirle al mundo los colores que ha perdido y para otorgar
colombianos, Bogotá, Alberto Barco ed., 196}.
de nuevo al hombre la dignidad sugerente de su tránsito sobre
Eiger, Casimiro, Crónicas de arte colombiano 1946/1963, Bogotá,
la tierra.
Banco de la República, 1995. Contiene cuatro crónicas sobre Botero,
Tal el caso de ese obispo Caminando cerca al río, de 1989, desde su primera exposición, a los 18 años, en las Galerías de Arte,
donde la pródiga naturaleza de robustos árboles y la singular estudio Leo Matiz, Bogotá en 1951.
pequeña figura del obispo con su sombrilla se reflejan no en el ]iménez Gómez, Carlos, "Para decir adiós al paraíso perdido",
agua del río sino en la ilusión con que Botero ha logrado incluido en Retrato de familia. Una biografía de nuestra transición,
volver más vasto y complejo el mundo. Hay en su composi- Bogotá, Editorial Vi ión, 1975, págs. 157-215.
ción tal maestría y tan sereno poder de convicción que sólo un Londoño Vélez, Santiago, Historia de la pintura y el grabado en
muñón del árbol del centro no se halla arriba, en el presumi- Antioquia, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1996, págs.
ble tronco, sino sólo en su reflejo en el espejo del agua. El 227- 230.
pintor vuelve a recordarn0" que su pintura es pintura. Un Medina, Álvaro, "Botero encuentra a Botero", en Eco, Bogotá,
vasto mundo que sólo existe por su pincel y su mirada. Su núm. 158, diciembre 1973, págs. 181 -202.
Mendoza, Plinio Apuleyo, "Botero: el fauno y el otro", en
tesón y el placer que nos transmite. Esas presencias que nos
La llama y el hielo, Bogotá, Planeta, 1984, págs. 151-183.
acompañan y humanizan con su vigor creativo.
Pane o, Fausto, Los intocables, Bogotá, Edicione Alcaraván,
1975. Entrevista con Fernando Botero, págs. 17-39.
Rivero, Mario, Botero, Bogotá, Plaza & ]anés, ]973, 104 págs.
Rubiano Caballero, Germán, "La figuración tradicionali ta", en
Historia del arte colombiano, vol. XI, Bogotá, Salvat Editores, 1983,
págs. 1535-1551.
- El dibujo en Colombia, Santafé de Bogotá, Planeta, 1997,
págs. 119-127.
Ruiz Gómez, Daría, "Colombia: la generación de 1950: un
necesario balance': en Tarea crítica sobre arte, Medellín, Museo de
Antioquia, 1988, págs. 67-80.
Traba, Marta, "Las dos líneas extremas de la pintura colombia-
na: Botero y Ramírez Villamizar", en Historia abierta del arte
colombiano, Bogotá, Colcultura, 1985, págs. 171-198.

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