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La vanitas se suele considerar un subgénero de la naturaleza muerta, aunque tiene también

una estrecha relación con la alegoría. Tiene fuertes connotaciones simbólicas y filosóficas, a
menudo relacionadas con la religión cristiana, ya sea católica o protestante. Este género
pretendía transmitir tres mensajes fundamentales: un concepto de la vida como algo pasajero,
transitorio, incluso extremadadamente fugaz; la idea de que cualquier bien que pueda adquirir
el ser humano, ya sea material o inmaterial, es vacuo, irrelevante, carente de sentido; y una
finalidad de redención, de preparar el alma para la salvación y la vida eterna.4

Se caracteriza principalmente por el carácter simbólico de los objetos representados, alusivos


en general a la fragilidad y la brevedad de la vida, al tiempo que pasa, a la inevitabilidad de la
muerte. Por lo general, se contraponen diversos objetos relativos a los dones de la naturaleza
o de la actividad humana con otros alegóricos de la muerte y la vacuidad de la vida.2 Entre
ellos destaca el cráneo o el esqueleto humano, símbolo por excelencia de la muerte. Otros
objetos aluden a cualidades humanas efímeras como el saber, la riqueza, el placer o la belleza,
de las que se muestra su caducidad y su vana persecución. Otros símbolos que suelen
encontrarse en las vanidades son fruta podrida, flores marchitadas, insectos, conchas, velas
consumidas, relojes (mecánicos o de arena), burbujas, polvo, humo, vasos vacíos o volcados,
pipas vacías o arquitectura en ruinas, todos ellos símbolos de la brevedad y la naturaleza
efímera de la vida. También se encuentran alusiones alegóricas a conceptos como las ciencias,
las letras y las artes, el conocimiento (libros, instrumentos científicos), la riqueza (dinero,
joyas) y el poder (coronas, armas), o bien actividades humanas (instrumentos musicales,
juegos de naipes o dados), así como en ocasiones un globo terráqueo como símbolo del poder
terrenal. Los objetos que evocan la riqueza o el placer figuran en contraposición a los que
representan la muerte y denotan la insignificancia que tienen en relación al tránsito de la
vida.1 En ocasiones pueden aparecer espinas de trigo o coronas de laurel como símbolo de
resurrección.5 En otras ocasiones se añaden frases —generalmente latinas— como memento
mori («recuerda que morirás»), tempus fugit («el tiempo huye»), ubi sunt («¿dónde están?») o
sic transit gloria mundi («así pasa la gloria del mundo»).Los bodegones de animales muertos
pueden ser también considerados una forma de vanitas, por cuanto la contemplación de unos
restos de carne evocan el final de la vida. Esta línea de obras tiene una larga tradición que va
desde El buey desollado de Rembrandt hasta versiones modernas del mismo tema realizadas
por Chaïm Soutine, Marc Chagall y Francis Bacon.6

El historiador Jan Białostocki diferenció tres grupos de símbolos en las vanitas: los de la
existencia terrena, los de la mortalidad de la vida humana y los de la resurrección a la vida
eterna. Los dos primeros se refieren a la actividad humana, dividida a su vez, según Hadrianus
Junius, en tres conceptos: vita contemplativa (libros, objetos relacionados con las artes y las
ciencias), vita practica (joyas, armas, coronas, cetros) y vita voluptuaria (copas, vasijas,
instrumentos musicales, naipes y dados).7
Un tema derivado de la vanitas es la futilidad del conocimiento, ejemplificado generalmente
por libros, contrapuestos a los símbolos habituales de la vanidad: un exponente es Naturaleza
muerta con libros y un reloj de arena (c. 1630-1640, Gemäldegalerie de Berlín), obra de un
artista barroco español anónimo, en que aparecen tres libros sobre una mesa y un reloj de
arena invertido en el que justo empieza a caer la arena, simbolizando el paso del conocimiento
escrito de una generación a otra, aunque el conocimiento individual sea limitadoAunque se
desarrolló sobre todo en la pintura, existen también algunos ejemplos de vanitas en el
grabado, la escultura e incluso en la arquitectura, como en la capilla Magdalenenklause, en los
jardines del palacio de Nymphenburg en Múnich.11 También se dio incluso en la orfebrería y
joyería: entre los siglos xvi y xviii fueron corrientes un tipo de colgantes llamados Memento
mori, unos estuches con forma de ataúd que al abrirlos aparecía un esqueleto, realizados
generalmente en oro, plata o marfil. También se produjeron estatuillas con forma de
esqueleto o bien anillos, que además de imágenes de esqueletos o cráneos solían llevar algún
mensaje de tipo religioso.12

Conviene recordar que, como subgénero del bodegón, la vanitas por antonomasia basa su
composición en la exposición en una imagen de diversos objetos inertes, con la presencia o no
de la figura humana, en todo caso secundaria. Sin embargo, en ocasiones puede
entremezclarse con otros géneros artísticos en composiciones que combinen diversos géneros,
como puede ocurrir con la pintura religiosa (como, por ejemplo, Tentaciones de san Jerónimo
de Francisco de Zurbarán), la pintura de género (La tasadora de perlas de Johannes Vermeer) o
el retrato (Niña haciendo pompas de jabón (Luisa María Ana de Borbón) de Pierre Mignard).13

Cabe reseñar por último la relación entre la vanitas y el género artístico-literario de la


emblemática, especialmente en el Barroco. Este tipo de obras aportaron buena parte del
repertorio iconográfico a las vanitas, ya que cada objeto adquiría un significado simbólico que
podía ser reconocido por todo aquel iniciado en la materia. El emblema barroco aglutinaba
imagen, poesía y retórica, con un alto contenido simbólico y alegórico. Por lo general, se
componían de un dibujo (pictura), un lema (inscriptio) y un epigrama (subscriptio),
normalmente en latín.14 El inicio de la vanitas en los Países Bajos estuvo fuertemente
relacionado con libros de emblemas como Sinnepoppen de Roemer Visscher (Ámsterdam,
1614), Emblemata of zinne-werck de Johan de Brune (Ámsterdam, 1624), Emblemata de
Zacharias Heyns (Rótterdam, 1625) y Sinne- en minnebeelden de Jacob Cats (Ámsterdam,
1627).15 Por lo general, este tipo de emblemas tenían un objetivo moralizante, como combatir
las adicciones al juego, la bebida o el tabaco, o incluso el coleccionismo de conchas marinas y
el cultivo de los tulipanes —cuya euforia especulativa dio lugar a la llamada Crisis de los
tulipanes—. Muchos de estos motivos pasaron a la vanitas.

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