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La escritura desencadenada

Por Ezequiel Alemian

“Me gusta Roberto Arlt, sobre todo. Esa cosa porteña y oscura, de viejos de bares,
de oficinistas grises”, dice Naty Menstrual.

Naty Menstrual nació (como travesti) a fines de los años 90 en San Telmo. Diseña
y vende ropa en la feria del barrio. Dibuja. Hizo tres carreras terciarias, pero
cuesta que lo diga. Colabora con varios medios y forma parte del equipo de
redacción de El Teje, el primer periódico travesti de América latina. Tiene un blog
muy visitado donde publica poemas, crónicas, relatos y dibujos. Con una mayoría
de textos extraídos de ese blog acaba de editarse, armado por María Moreno,
Continuadísimo, un libro que descubre la presencia de una voz vital y literaria
interesantísima. Son una veintena de relatos breves, lineales y directos, casi una
enumeración de anécdotas de la vida travesti contadas con una escritura
velocísima, con una capacidad de observación muy fina, muy precisa, con
muchísimo humor e inteligencia. Frases cortas, mucha acción, finales “débiles”,
ningún subrayado dramático particular.

—En tus cuentos parece darse la confluencia de varias modalidades de escritura:


una literaria, o narrativa, otra más periodística, de crónica, y una emparentada con
los blogs.

—Lo blogeril no lo veo para nada. Nunca me planteé tener blog, no tenía idea de
lo que era. Empecé a usar uno como archivador. Varios de los cuentos del libro
tienen muchos más años que el blog. Ahora además no tengo máquina, así que
escribo en un cuaderno. Después lo subo desde un locutorio. Tampoco leo blogs.

—Y a lo literario entonces, ¿cómo se da tu acercamiento?

—Siempre escribí, desde chica. En una realidad como la que vivís, de cierta
soledad, hay cosas que no contás, que no enfrentás, que escribís en un papel.
Después empecé a escribir apuntada al travestismo. En la casa de mi abuela leía
a Corín Tellado, después a Cortázar, a Edgar Allan Poe, a Roberto Arlt. Me gusta
Arlt, sobre todo. Esa cosa porteña y oscura, de viejos de bares, de oficinistas
grises. Arlt me parece atemporal, su visión no tiene época. Es muy humano y
descarnado. Ojo, tampoco soy de ir a comprarme libros. Lo último que compré,
hace mucho, fue Mi madre, de Bataille, que me encantó. Boquitas pintadas, de
Puig, también me gustó mucho. También compré Aldous Huxley, Paul Auster,
Truman Capote. Todo el mundo me comparaba y me decía: “tenés que leer a
Capote, tenés que leer a Capote”. Pero esto fue después de que me ubicaran.
Antes de escribir como estoy escribiendo ahora, mi taller literario fueron Cortázar,
Poe y Arlt.

—En tus cuentos hay mucho de crónica, en el sentido de reflejar fielmente una
forma de vida, digamos, barrial, muy situada.

—Es algo bien porteño, muy de San Telmo, pero podés encontrar a los mismos
chongos en Palermo. Aunque sin duda, si viviera en Palermo reflejaría algunas
cosas diferentes. Pero que un tipo tenga relaciones con un travesti, o con un
perro, las perversiones, y los dolores, y las tristezas, y las alegrías, no cierran
solamente en lo barrial. Son más bien algo universal.

—¿Cómo trabajás ese acercamiento a lo cotidiano?

—No de manera premeditada. Me lo regalan la gente y el lugar donde vivo. Es lo


que observo. Yo no invento nada. Siempre me preguntan dónde estudié, cómo
aprendí a escribir, quiénes fueron mis profesores, mis influencias. Es como que no
pueden creer que sea algo natural, no diría un don porque suena pedorro. Pero yo
voy caminando, en una vereda observo algo y hasta que llegué a mi casa ya armé
el cuento en mi cabeza. Después es sólo bajarlo, muchas veces casi cerrado de
principio a fin. No soy una ingeniera de la literatura.

—El libro empieza con una cita de Alejandra Pizarnik, que habla de “caminar por la
calles / y señalar el cielo o la tierra”. ¿Hay algo moralista ahí, como de señalar lo
bueno y lo malo?

—No, eso es algo personal que tiene que ver con mi diablo, con mi autodestruirme
y mi cuidarme. Con elegir estar bien o elegir estar mal. Con boicotearme o no
boicotearme. Por eso lo puse. No soy bicho de biblioteca. Me encanta que me
comparen con otros escritores, es un piropo, pero no es una búsqueda mía. Por
otro lado, mucho de los escritores con los que se me compara, como Puig,
Capote, Lemebel o Copi, al que no leí jamás, son putos. Más que por haber leído,
puede ser que lo que haya en común sea un sentir puto.

—¿Y cómo sería ese “sentir puto”?

—Hay muchas cosas, no sé si puedo explicarlo. Yo viví en el exterior y vi putos


extranjeros de todo tipo, y me di cuenta de que el puto es una nacionalidad
mundial. El puto es mundial, es parecido en todas partes.

—¿Cuando escribís sentís que estás “escribiendo puto”?

—Sí, lo siento en las ironías, en las bromas, en el humor, en la observación, en la


acidez.
—En los personajes que pueblan tus relatos, a pesar de cierta crueldad que
describís, parece no haber maldad…

—Yo tengo un tema con la maldad. Uno es grande y tiene que separarse y
hacerse responsable, pero hasta qué punto no es fuerte lo que nos pasa antes de
saber qué somos, hasta que uno es responsable de ciertas cosas. Uno tiene que
soltarse de todo eso, pero no todo el mundo puede. Un chico al que cagan a
piñas, al que no le dan de comer, al que lo maltratan, humillan, abusan, ¿será
Premio Nobel o ladrón y asesino? ¿Ahí hay maldad? ¿Qué capacidad tuvo para
elegir su camino? ¿Quién es dueño de esa maldad? ¿No lo hicieron malo? ¿No lo
crearon así? Después tiene 40 años, por ahí es violador. ¿Hasta qué punto es
responsable de su destino? ¿Qué capacidad intelectual y qué inteligencia y qué
preparación tenés que tener para dominar tu propia vida?

—¿Escribir te ayudó a dominar tu vida?

—Me sirvió, no fue la solución. Mi abuela vivía en el campo, tenía muchos


hermanos y era la mayor. Tenía que ser una madre siendo niña: se casó siendo
niña, se embarazó siendo niña, haciéndose cargo de sus hijos y de sus hermanos.
Cuando tuvo un hijo, lo iba a buscar a los picados de fútbol y lo traía marcándole
las piernas con una vara. Eso somos, una cadena medio patética de defectos y de
porquerías. La cadena existe, pero también existe la posibilidad de cortarla. Es un
tema de cada uno. En uno de mis cuentos, una travesti que es abusada de chico,
después se trasviste para contagiar. En el libro quizás haya algunos personajes
que cortan con esa cadena, y otro que no. Es como en la vida. Mi libro es un libro
sobre la vida, no sobre travestis. Y de todos modos, ya el hecho de travestirse es
cortar un poco con esa cadena patética.

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