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Librodot El Federalista Hamilton, Madison & Jay 26

ciertos Estados ha provocado hostilidades con los indios en varias ocasiones, dando
lugar, ya que los gobiernos no podían o querían castigar las ofensas, a la matanza de
muchos habitantes inocentes.

La vecindad de los territorios españoles y británicos que lindan con ciertos Estados
limita los motivos de disputa, de modo inmediato y como es natural, a las entidades
fronterizas. Los Estados colindantes son acaso los más expuestos, bajo el impulso de
una irritación repentina y un vivo sentimiento de lo que parece convenirles o
agraviarlos, a encender por la violencia directa una guerra con esas naciones. Y nadie
puede evitar este peligro tan eficazmente como el gobierno nacional, cuya discreción y
prudencia no han de verse disminuidas por las pasiones que mueven a las partes
inmediatamente interesadas.

El gobierno nacional no sólo ofrecerá menos causas justas de guerra, sino que tendrá
mayores facilidades para arreglar conflictos y para resolverlos amistosamente. Como
será mas frío y moderado, estará mas capacitado que el Estado en falta para obrar
sensatamente. El orgullo de los Estados, como el de los hombres, los predispone
naturalmente a justificar todos sus actos, impidiendo así que reconozcan, corrijan o
reparen sus ofensas y errores. En semejantes casos, ese orgullo no influirá sobre el
gobierno nacional, el que podrá proceder con moderación y buena fe a examinar y
decidir los medios más eficaces para librarse de las dificultades que lo amenacen.

Por otra parte, es bien sabido que las admisiones, explicaciones y compensaciones
ofrecidas por una nación unida y poderosa, suelen aceptarse como satisfactorias, siendo
así que se rechazarían como insuficientes si vienen de un Estado o confederación
carentes de una situación importante o de poder.

En el año de 1685, el Estado de Génova ofendió a Luis XIV e intentó aplacarlo. El


monarca exigió que el Dux, o primer magistrado, acompañado por cuatro senadores,
fuera a Francia a pedirle perdón y a recibir sus condiciones, y no tuvieron más remedio
que someterse para mantener la paz. ¿Habría el rey exigido semejante humillación a
España, Inglaterra o a cualquier otra nación igualmente poderosa u obtenídola de ellas?

PUBLIO.

PARA EL DIARIO INDEPENDIENTE.

EL FEDERALISTA, IV.
(JAY)

Al Pueblo del Estado de Nueva York:

MI ÚLTIMO artículo señaló varias razones por las cuales la seguridad del pueblo
estaría mejor resguardada por la Unión, contra el peligro a que pueden exponerlo las
causas justas de guerra dadas a otras naciones. Esas razones demuestran que las causas
a que me refiero, no sólo se darían con menos frecuencia, sino que podrían ser objeto de
un arreglo con mayor facilidad por parte de un gobierno nacional que por los gobiernos
de los Estados o por las pequeñas confederaciones que se proponen.

Pero la seguridad del pueblo americano frente a la amenaza de la fuerza extranjera no


depende sólo de que evite ofrecer causas justas de guerra con otras naciones, sino
también de que sepa colocarse y mantenerse en una situación tal que no invite a la
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