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El terrorismo de Estado

Las diversas visiones liberales sobre el Estado conciben como elemento central de
los actuales ordenamientos políticos dicho uso exclusivo de la coerción física. El
monopolio de los medios de coerción es un atributo sin el cual no podríamos
hablar de orden político en la modernidad.

Precisamente las diversas prácticas y consecuencias del uso discrecional de la


fuerza física nos permite ubicar al terrorismo de Estado como categoría conceptual
útil para entender lo ilegitimo e ilegal del manejo de los medios de coerción a
través de la historia del Estado contra la Nación

En estos términos, el terrorismo de Estado debe ser entendido como el empleo


sistemático y masivo de métodos violentos físicos o simbólicos, ilegítimos, ilegales
y antihumanistas por parte de un gobierno con el propósito de inducir el miedo
dentro de una población civil determinada para alcanzar objetivos sociales,
políticos, económicos o militares.

Dichos métodos son el uso de la violencia o coerción física, la coacción o


persecución ilegítima, el secuestro, la tortura, la amenaza, la extorsión, las
chuzadas telefónicas (escuchas ilegales), las estigmas dirigidas, las detenciones
arbitrarias, los montajes judiciales, los atentados, los allanamientos, la
desaparición forzada, el desplazamiento forzado, el genocidio y el asesinato o
ejecución extrajudicial (falso positivo) por parte de miembros de fuerzas estatales
tales como las policiales, las militares o incluso paraestatales como las
paramilitares.

Definido de esta manera el terrorismo de Estado aparece como una categoría


conceptual y analítica útil para comprender en tanto describir y explicar las
diversas prácticas del ejercicio del poder público en los actuales ordenamientos
políticos. Dicho ejercicio en muchas ocasiones raya con la legitimidad y legalidad
de un régimen definido hoy por hoy normativamente como democrático.

Para entender entonces por qué el ejercicio del poder público tiende a perseguir
intereses minoritarios muchas veces en contra de la propia integridad física,
personal y moral de los miembros de una comunidad política se hace necesario
emplear esta categoría como orientadora de los debates alrededor del uso o mejor
abuso del poder público en las actuales democracias.

El terrorismo de estado en Colombia

Según la historia, a partir de la segunda mitad del siglo XIX existen en Colombia
dos partidos políticos, el Liberal y el Conservador. No es falso. Pero ello no es
suficiente. En realidad, desde esa época, el país está dividido entre aquellos que
lo poseen todo y aquellos que nada tienen.

Durante su historia reciente Colombia ha sufrido la peor de las tragedias


humanitarias: la guerra entre los opresores contra los oprimidos. La paz, para el
ciudadano colombiano, no tiene lugar ni aprobación por parte del Estado, sólo el
terror que combina la guillotina y la demagogia para aupar el dominio del equipo
opresor: la rancia oligarquía, que Jorge Eliécer Gaitán trató de combatir, y por la
que fue asesinado el 9 de abril de 1948, en Bogotá, precisamente en el momento
en que se le daba como favorito a la presidencia de la república.

Elegido al Congreso en 1929, el liberal Jorge Eliécer Gaitán decidió combatir a lo


que él llamó la oligarquía: los ricos de ambos partidos. Con el paso del tiempo sus
discursos se hacen incendiarios. Desde la tribuna, en mangas de camisa, él
remata sus arengas con “¡Contra la oligarquía, a la carga!”. A pesar de ello, aboga
por un cambio pacífico.

La ley estadounidense permite a sus ciudadanos examinar, después de ciertos


años, los documentos que poseen organismos públicos como la Agencia Central
de Inteligencia (CIA), el Buró Federal de Investigaciones (FBI), o el Departamento
de Estado. La CIA tiene información sobre la muerte de Gaitán pero se ha negado
a revelarla.

El asesinato de Gaitán provocó una insurrección generalizada, que Washington


atribuyó al “comunismo internacional”, y una guerra civil a la que se ha llamado “La
época de la violencia” (1948 - 1957): unos 300 mil muertos quedan tirados en los
campos. En ese tiempo de horror y apocalipsis los liberales y comunistas,
señalados como objetivo, son destinados al suplicio.

Como complemento del poder, políticos y terratenientes utilizaban a policías que,


en uniforme o en civil, demuestraban una crueldad sin límite. Se les conoce como
"chulavitas". También a sueldo de los mismos, los llamados pájaros van “volando”
de región en región haciendo del terror su compañera.

Condenados a muerte, casi vencidos, y dispersos en un primer tiempo, los


opositores entienden que una lucha gigantesca ha empezado. Han sido
abofeteados, tratados de hez de la sociedad, perseguidos como a vagabundos
importunos. Los miles de miserables que no poseen nada, y para quienes el
respeto a la vida y un pedazo de tierra es suficiente, se suman a otros perseguidos
que, armados de escopetas y machetes, se están organizando en incipientes
grupos. Esos, que en realidad sólo tratan de subsistir y defender la vida de sus
pequeñas comunidades, ahora van a combatir.
El 2 de septiembre de 1958, esos campesinos guerrilleros le hacían llegar una
carta al presidente Alberto Lleras Camargo: « la lucha armada no nos interesa, y
estamos dispuestos a colaborar por todas las vías a nuestro alcance en la
empresa pacificadora que decidió llevar este gobierno. » Entre los firmantes,
Manuel Marulanda Vélez, quien fuera posteriormente jefe de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC).

En 1964, para acabar con la revuelta de la guerrilla de campesinos insumisos a los


cuales se les denominó “moscovitas”, Estados Unidos dona 300 millones de
dólares, envía asesores y armamento. Se implementa la Operación Marquetalia.
En 1999, el gobierno estadounidense aportó 1.600 millones de dólares para
impulsar el llamado “Plan Colombia”. Hasta el 2006 ya había gastado 4 mil
millones de dólares en el Plan. Sin más resultados que en 1964.

La inmensidad de las llanuras, los obstáculos naturales, la presencia de selvas


inexploradas, hizo imposible aniquilar a los guerrilleros. Pero no a la población
civil.

Al año siguiente, 1965, para luchar contra esos subversivos”, los consejeros
militares estadounidenses sugieren la creación de organizaciones civiles armadas.
Ya no se les llama "pájaros" o "chulavitas", sino “autodefensas”, legalmente
reconocidas.

En carta al Parlamento, con fecha del 20 de julio de 1984, y mientras negociaban


con el presidente Belisario Betancur|Belisario Betancur, las FARC anuncian el
lanzamiento de un movimiento político nacional, la Unión Patriótica (UP). La
intención de esa guerrilla era, junto a otros partidos y movimientos democráticos, ir
ingresando a la vida política legal. Una tragedia para tres mil militantes,
simpatizantes y dirigentes de la UP, víctimas de escuadrones paramilitares.
Pocos, realmente, pertenecían a las FARC. Una intransigencia política total de la
clase dirigente.

Práctica del terrorismo como política de estado

Como consecuencia de dicha tragedia se ha instaurado el terrorismo como política


de Estado. Guerras civiles, genocidios en las bananeras, la conservadora y
terrorista Ley de Defensa Social, el odio partidista, la dictadura democrática, entre
muchos más, son el llamado a la ley de la selva en Colombia. Un Estado que se
ufana de ser democrático y que se ha acostumbrado a condenar a muerte a
quienes disientan de él.

La violación sistemática de derechos humanos en este país se inscribe dentro de


la política de terrorismo de Estado. En este marco el alcance y la profundidad de
las violaciones de los derechos humanos en Colombia exceden de lejos cualquier
experiencia de dictadura militar en América Latina. Colombia que ha sido
maniatada por quienes ejercen el poder protagonizando una gran tragedia el
pueblo colombiano.

A diferencia de la mayor parte de los países latinoamericanos, Colombia nunca ha


experimentado la modernización de su sistema político. Desde el siglo XIX, los
partidos liberal y conservador, dirigidos por las oligarquías urbana y rural, han
controlado el proceso político por medio de la violencia y del clientelismo.

En Colombia, la clase media y la clase trabajadora, los partidos revolucionarios y


los reformistas de izquierda han sido reprimidos y marginados violentamente, en
contraste con la diferenciación política que tuvo lugar en Chile o Argentina a
principios del siglo XX.

No se permitió que ningún partido laborista, socialdemócrata o marxista tuviera


representación y legitimidad, a diferencia de las experiencias en Brasil, Venezuela,
Perú, Bolivia y otros lugares de América del Sur. El sistema bipartidista basado en
las élites familiares oligárquicas no se instauró para acomodar y aceptar los
desafíos de la clase trabajadora urbana y los movimientos rurales de campesinos
que surgen en el período posterior a la II Guerra Mundial.

En Colombia la resistencia a la representación social plural y a un sistema


pluripartidista capaz de recoger los intereses de las clases más bajas tomó la
forma de violencia y guerra civil a medida que los partidos liberal y conservador
recurrieron al derramamiento masivo de sangre en los años 50 para resolver cuál
de las dos facciones de la clase dominante gobernaría. El resultado fue un pacto
entre los dos partidos para alternarse en la presidencia. El punto teórico clave en
todo esto es que la unidad en el seno las élites colombianas se basaron en el
gobierno por medio de la violencia masiva, la exclusión social y el monopolio del
poder político.

La transición fallida de Colombia a la modernidad se basó exclusivamente en la


introducción selectiva de instituciones occidentales de contrainsurgencia por parte
de una oligarquía tradicional con vocación política de exclusión de las masas
populares. Esta herencia histórica de continuidad de los partidos oligárquicos y la
violencia generalizada proporciona el marco en que se llevan a cabo actualmente
las elecciones y en que operan los "Escuadrones de la Muerte".

Todo el alto mando militar con mando de tropa y control de los servicios secretos
estratégicos ha pasado por programas militares y de adoctrinamiento
estadounidense, lo que demuestra la influencia generalizada del Gobierno
estadounidense en la política colombiana. la asistencia a dichos programas y la
certificación que otorga Estados Unidos son elementos necesarios para ascender
en la carrera militar.

Reclamo de los desaparecidos, víctimas del terrorismo de estado en Colombia

Un elemento básico de estos programas de formación es la contrainsurgencia, es


decir la formación de los oficiales colombianos en la represión violenta de
cualquier movimiento de masas que desafíe a la oligarquía nacional aliada de
Washington.

Las estrategias que enseñan los instructores militares estadounidenses incluyen el


reclutamiento y el encuadramiento militar de los escuadrones de la muerte
paramilitares, y los oficiales jóvenes de menor graduación son preseleccionados
por los militares estadounidenses en función de su lealtad política a Estados
Unidos y su buena disposición hacia la guerra contra la izquierda y los
movimientos de masas que desarrollan sus propios compatriotas.

Numerosos generales colombianos siguen esta senda en su carrera: primero, la


selección y la formación en las altas escuelas militares de Estados Unidos; más
tarde, el mando de tropas y la protección y formación de "Escuadrones de la
Muerte"; luego, la autoría de matanzas múltiples contra civiles, la recepción de
numerosas condecoraciones por parte de los presidentes colombianos y de los
dignatarios políticos y militares estadounidenses.

Los Escuadrones de la Muerte

Existen numerosos testimonios, documentos, artículos periodísticos, informes de


testigos oculares e investigaciones de violaciones de derechos humanos que
detallan los vínculos orgánicos entre el Gobierno colombiano (incluido el propio
gabinete de Uribe), los más de 60 miembros del Congreso colombiano (aliados de
Álvaro Uribe Vélez), los gobernadores y alcaldes de derechas, y los escuadrones
de la muerte, que cuentan con más de 30.000 miembros y cuya agrupación
principal son las denominadas Autodefensas Unidas de Colombia. De hecho, el
ascenso de Uribe de gobernador de Antioquia a la Presidencia estuvo vinculado a
sus relaciones con los escuadrones de la muerte, lo que demuestra que los
"Escuadrones de la Muerte" actúan vinculados al Estado.

Los "Escuadrones de la Muerte" fueron organizados originalmente por las elites


colombianas para destruir los movimientos campesinos que exigían la reforma
agraria. Con la entrada masiva de 6.000 millones de dólares en ayuda militar y
algunos miles de miembros de las fuerzas especiales de Estados Unidos, los
Escuadrones de la Muerte pasaron de ser pequeñas bandas dispersas de
asesinos locales a ser una extensión centralizada, compuesta por 30.000
miembros, de las fuerzas de contrainsurgencia estadounidenses y colombianas,
orientada exclusivamente al exterminio de pueblos y organizaciones sociales en
las regiones de influencia guerrillera

Estos no solamente son un brazo del Estado, sino también desempeñan un papel
importante como vínculo de la oligarquía y la elite política con el multimillonario
negocio del narcotráfico. La compleja red de élites, está compuesta por la clase
gobernante colombiana, el aparato imperial de Estados Unidos y el ejército
colombiano. Estos asesinos a sueldo desempeñan un papel importante en la
matanza de miles de líderes populares y en la expropiación de tres millones de
campesinos, recibiendo el apoyo de la oligarquía colombiana.

Una vez que los militares y el gobierno, gracias a los 5.000 millones de dólares de
ayuda militar de Estados Unidos, conquistaron las regiones disputadas a la
guerrilla, se desmovilizó en parte a los Escuadrones de la Muerte.

El auge y el declive de los Escuadrones de la Muerte fueron claramente resultado


de la política de Estados Unidos y del gobierno colombiano: eran instrumentos
tácticos diseñados para llevar a cabo las tareas más sangrientas de purga de la
sociedad civil de la oposición popular y de masas.

Accionar de los grupos paramilitares

Este Terrorismo de Estado en Colombia se ha ejercido y se ejerce mediante las


fuerzas regulares del Estado, y mediante las fuerzas irregulares o encubiertas del
propio Estado: los "paramilitares".

Los paramilitares se han ensañado con la población civil rural. Sistemática y


calculadamente han ido acabando con la oposición política legal. Así estos seudo
clandestinos, que se hacen llamar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC),
bajan uno a uno todos los escalones que separan lo humano de la bestia. El terror
tiene que golpear en el corazón de quien pueda ser enemigo en potencia. Asesina
a uno y asustarás a mil.

En diciembre de 1997, el presidente Ernesto Sámper Pizano anuncia la creación


de un “bloque especial de búsqueda” para capturar a los jefes paramilitares.
Promete que esos grupos “serán perseguidos hasta en el infierno.” Todo queda en
intenciones.

Tres años después, Phil Chicola, jefe de la oficina de Asuntos Andinos en el


Departamento de Estado, estima que “según la ley de Estados Unidos, estos
grupos deben cometer actos que amenazan los intereses nacionales
estadounidenses para poder ser incluidos formalmente en la lista de grupos
terroristas.”
En cambio, en 1982 el embajador estadounidense en Bogotá, Lewis Tambs, sin
pruebas, trató de “narcoguerrilla” a las FARC. Por decisión del presidente George
W. Bush, esa guerrilla y el otro grupo insurgente, el Ejército de Liberación
Nacional, (ELN), se convierten en “narcoterroristas” después del 11 de septiembre
de 2001.

Provocando el empobrecimiento de importantes sectores de la población, los


sucesivos gobiernos han favorecido el cultivo de la coca y las actividades ligadas
al tráfico de cocaína. Pero son muchos los que tienen las manos metidas en el
“negocio”: los militares, bastantes políticos de derecha y los sectores económicos,
así como los paramilitares.

La “limpieza” política realizada por el ejército y los paramilitares ha vaciado de


campesinos pobres a muchas regiones colombianas. Hombres y mujeres que
cometieron uno de estos “errores”, o todos juntos: vivieron en territorios
inmensamente ricos; se organizaron para exigir sus derechos; militaron o dieron
su voto a formaciones políticas de oposición; o quizás simpatizaron con las
guerrillas. Sus tierras pasaron a manos de terratenientes, jefes paramilitares, y de
representantes de poderosos intereses económicos.

En el año 1999 una de las exigencias de la enmienda al "Plan Colombia" que


imponen algunos senadores estadounidenses, es que se les dé la prioridad a las
inversiones extranjeras, y en particular al sector de la industria petrolera. Las
exigencias fueron aceptadas, las Fuerzas Armadas y sus paramilitares se
encargaron, con el apoyo del Plan y de los asesores estadounidenses, de
incrementar el vaciado de campesinos e indígenas en las extensas zonas
petroleras.

El presidente Álvaro Uribe Vélez ofrece una reinserción “suave” a los


paramilitares. Washington no se opone, aunque ya los tiene incluidos en su lista
de organizaciones terroristas. Sus diplomáticos participan en varios actos públicos
con jefes paramilitares, cuya extradición pide su gobierno por narcotráfico.

Los grupos paramilitares no sólo han masacrado poblaciones sino que se han
convertido en el cartel de droga más poderoso de Colombia. Washington se
contenta con hacer esporádicas declaraciones. Los paramilitares no han atacado
ni el mínimo de sus intereses estratégicos en Colombia: los han cuidado como si
fueran suyos.

El presidente Uribe Vélez ha tenido manos libres para firmar la ley de Justicia y
Paz, 21 de junio de 2005. Esta les otorga a los paramilitares, también acusados de
"crímenes de lesa humanidad", una casi impunidad, la legalización de sus fortunas
y una jubilación dorada. A pesar de que hayan cometido unos 3 mil asesinatos
más desde que firmaron un “cese al fuego” el 15 de julio de 2003.

Fue el Estado quien formó, fomentó, animó y protegió al paramilitarismo. Porque el


paramilitarismo es una estrategia estatal, avalada y apoyada por Washington, para
el beneficio de los poderosos conglomerados económicos. Los paramilitares se
convirtieron en poderosos señores de la guerra, jefes mafiosos, que casi ni
aceptan el mínimo castigo, y menos aún ser los únicos en cargar con toda la
culpabilidad, lanzan una amenaza a quienes los criaron y dirigieron: si la justicia se
“encarniza” con ellos, podrían revelar sus inmensos secretos. Han sido aliados en
la destrucción y la muerte para compartir el botín.

Violación de los derechos humanos

Durante los primeros tres años de gobierno de Uribe (agosto 2002 – diciembre
2005) más de un millón de colombianos fueron desplazados por la fuerza, en su
mayor parte campesinos que fueron desarraigados violentamente y expropiados
de sus tierras y hogares, por los Escuadrones de la Muerte y los militares, que se
apoderaron luego de sus tierras con el pretexto de eliminar a partidarios
potenciales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y otros
movimientos sociales. Horrorosa violación de los derechos humanos.

Los campesinos que se convirtieron en líderes locales, fueron asesinados


posteriormente por la policía política secreta del régimen (DAS) o por los
Escuadrones de la Muerte. El régimen de Uribe ha asesinado a más de 500
activistas y líderes sindicales desde su llegada al poder en 2003.

En Colombia es más fácil organizar una guerrilla que un sindicato. Según la Unión
Europea, más de 300 activistas de los derechos humanos fueron asesinados por
el régimen de Uribe en su primer mandato. En los primeros dos años de su
régimen, Uribe era responsable del asesinato o de la desaparición de 6.148 civiles
desarmados en circunstancias de no combate.

La utilización de escuadrones paramilitares de muerte promovidos, financiados y


protegidos por el gobierno de Uribe para asesinar y desaparecer a los líderes
populares sirve a varios objetivos políticos estratégicos: por una parte, permite que
el gobierno rebaje el número de violaciones de los derechos humanos atribuidos a
las fuerzas armadas colombianas; por otra parte, facilita el uso generalizado de
tácticas terroristas extremas como amputaciones y visualización pública de
cadáveres desmembrados, con el fin de intimidar a comunidades enteras (guerra
psicológica); y por último, crea el mito de que el régimen es centrista: opuesto a la
extrema izquierda, las FARC en este caso; y a la extrema derecha, los
Escuadrones de la Muerte, especialmente las AUC.
Evidencia de este complejo marco son los más de 50.000 desaparecidos; 10% de
su población desplazada; más de 150.000 homicidios y una gran destrucción de
las comunidades (18 pueblos indígenas al borde del exterminio; sectores
populares como campesinos, movimientos sociales, sindicalistas y defensores de
derechos humanos son víctimas de crímenes continuos) como panorama general
de degradación de los derechos humanos en el marco de una política de
Terrorismo de Estado en Colombia durante las últimas décadas.

La clase dominante colombiana y los militares estadounidenses juegan un


importante papel en el crecimiento del estado terrorista totalitario aunque muchas
personas de izquierda consideran la opresión, la explotación y el terror
simplemente como elementos impuestos por fuerzas exteriores imperialistas. El
punto teórico es que la entrada, la expansión y el influyente papel de las fuerzas
militares estadounidenses fueron posibles porque coincidían con los intereses y
las necesidades a largo plazo y a gran escala de la clase dirigente colombiana.

Esta pretensión es particularmente efectiva en el fomento de las relaciones


diplomáticas del régimen con Estados Unidos y Europa, y proporciona una
coartada conveniente para los liberales y los socialdemócratas que facilitan a
Colombia la ayuda militar y económica.

Evidenciando la magnitud de la problemática aparecen las cifras publicadas por el


Observatorio de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la
Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos. Durante el último gobierno (2002
– 2008), 1.190 personas fueron víctimas de violaciones al derecho a la vida a
manos de agentes estatales (235 por desaparición forzada y 955 por ejecuciones
extrajudiciales).

Esta lesiva práctica no fue utilizada únicamente por el último gobierno de Álvaro
Uribe Vélez. Durante los años 1997 – 2002 (Gobierno Pastrana) se registraron 635
violaciones al derecho a la vida cometidas por agentes estatales (58
desapariciones forzadas y 577 ejecuciones extrajudiciales), lo cual deja en claro
una sistematicidad en la práctica violatoria del derecho a la vida perpetradas
directamente por agentes del Estado.

Colombia es un país que sufre complejos fenómenos políticos, sociales y


económicos que han venido confeccionando un contexto cada vez más distante de
lo que puede llegar a ser una sociedad democrática. Dentro de los fenómenos
políticos relacionados con el conflicto armado en la última década llama
poderosamente la atención el fenómeno de los falsos positivos.

Falsos positivos en Colombia


Se denomina falsos positivos (ejecuciones extrajudiciales) a las operaciones
militares que entregan como resultado bajas de supuestos guerrilleros o
paramilitares muertos en combate. Falsos en la medida en qué las bajas no son
personas que hacen parte de algún grupo al margen de la ley sino campesinos,
habitantes de la calle, trabajadores informales, entre otros. Y positivos ya que ésta
es la terminología que utiliza las Fuerzas Armadas de Colombia para referirse a un
éxito operacional.

Esta problemática se profundiza con la política de seguridad democrática del


último gobierno pero tiene sus inicios en gobiernos precedentes, deslegitimando el
accionar de la Fuerza Pública y convirtiéndose en una práctica sistemática de
Terrorismo de Estado en Colombia.

Los falsos positivos generaron en el año 2008 un escándalo mediático de alcance


internacional que causó la expulsión de 27 oficiales del ejército (entre ellos tres
generales) y la dimisión del propio Comandante del ejército, General Mario
Montoya, quien había sido relacionado con violaciones de derechos humanos. En
la actualidad la Fiscalía General de la Nación está investigando unas 2.000
ejecuciones extrajudiciales que al parecer fueron cometidas directamente por
miembros de las fuerzas de seguridad del Estado Colombiano.

Dentro del gobierno de Uribe los meses más críticos en materia de ejecuciones
extrajudiciales fueron los 18 meses transcurridos

entre el 1 de enero de 2007 y el 30 de junio de 2008. Según los registros de las


organizaciones que conforman la Mesa de Ejecuciones Extrajudiciales de la
CCEEU, durante este periodo 535 personas perdieron la vida a causa de
ejecuciones extrajudiciales directamente atribuibles a la Fuerza Pública.

Frente a esta cruda realidad ha imperado la impunidad en materia judicial. De los


535 casos registrados en el periodo comprendido entre Enero de 2007 y Junio de
2008, en tan sólo 117 se realizó algún tipo de seguimiento jurídico (judicial o
disciplinario) por parte de las organizaciones que conforman la CCEEU (21,9% de
los casos). El resto (78,1% de los casos) no existe posibilidad alguna de saber
hasta qué punto hayan sido objeto de algún procedimiento de seguimiento judicial
o si permanecen en completo olvido de instancias judiciales encargadas de su
investigación y esclarecimiento.

Impunidad en los casos falsos positivos


Las razones aportadas por el Informe MIOEEIC del año 2008 son contundentes:

Las investigaciones no son asumidas por un tribunal competente e imparcial.

La competencia judicial para la investigación de las ejecuciones extrajudiciales se


inicia desde el primer momento por la jurisdicción penal militar.

La justicia ordinaria no formula conflicto positivo de competencia, hay situaciones


de pasividad y dilaciones indebidas en la tramitación de los procedimientos.

Falta de minuciosidad y de la debida diligencia en las investigaciones.

Habitualmente el levantamiento de los cuerpos es realizado por las mismas


unidades militares implicadas en la comisión de las ejecuciones extrajudiciales.

No se preserva la escena del crimen ni las evidencias o pruebas existentes.

En la mayoría de los casos no se llevan a cabo necropsias. En los casos en los


cuales se realizan, son superficiales e incompletas.

No se recaudan los testimonios de los testigos, de los familiares y otras personas


que puedan contribuir a esclarecer las muertes.

No se garantiza el acceso a la justicia a los familiares de las víctimas.

Los familiares de las víctimas y los testigos son amenazados para que se
abstengan de denunciar o para que desistan de las acciones penales.

Los miembros de la Fuerza Pública implicados en casos de ejecuciones


extrajudiciales permanecen en servicio activo. En los casos en los cuales se
inician investigaciones no se aplica la medida provisional de suspensión del
servicio.

En cuanto a la responsabilidad de los hechos, además de los evidenciados


vínculos entre grupos emergentes y fuerza pública tras las ejecuciones
extrajudiciales se podría vincular un tercer actor externo a la problemática: el
gobierno de los Estados Unidos.

El financiamiento militar de los Estados Unidos a Colombia advierte la existencia


de vínculos alarmantes entre las unidades militares colombianas que reciben
asistencia de los Estados Unidos y las ejecuciones extrajudiciales de civiles por
parte del Ejército colombiano.

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