Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Reflexión
62
flexión de las novelas de José María Arguedas.
1 AGREN, Gosta, El carpintero, Lima, Editorial Nido de Cuervos, 2001, p. 24.
5 Cf. el artículo de Felipe Zegarra, “Los rostros del dolor y las reparaciones a los
dolientes”, en Páginas 184, Lima, CEP, diciembre 2003. En este texto se citan y comen-
tan pasajes de “Totalidad e infinito”, una de las obras principales de Emmanuel Levinas.
6 ARGUEDAS, José María, Los ríos profundos, Lima, Editorial Horizonte, 1988.
7 LEVINAS, Emmanuel, La realidad y su sombra, Madrid, Editorial Trotta, 2001, pp. 67-125.
64
8 He optado, por razones de mayor fluidez en la redacción, por usar el término “yo” en
reemplazo del término “mismo” que usa Levinas, y que se refiere a un concepto un
padre Linares sobre los colonos de la hacienda Patibamba, de los
alumnos del internado sobre la opa. Si “en ningún sitio debía sufrir
más la criatura humana”9 , como lo constata Ernesto en Cusco, es por
la presencia de personajes que pretenden poseer y reducir al ‘otro’
convirtiéndolo en “caja de resonancia”10 , lejos de reconocerlo en su
condición de ‘otro’.
Por otro lado, Ernesto siente la exigencia de reconocimiento en el
rostro del pongo, los colonos y la opa. Los momentos de purificación y
afirmación de la vida que el protagonista experimenta están marca-
dos, entonces, por la fusión con la naturaleza, el diálogo con el ‘otro’
y la solidaridad con el rostro que “compromete a formar sociedad con
él”. La trascendencia, la esperanza mítico-religiosa y la unión cósmica
con la naturaleza son experimentadas por Ernesto en el seno de ese
momento ético-político en el cual “el ‘otro’ se vuelve hacia él en tanto
que ‘otro’”.
Estos dos momentos éticos de Ernesto (experiencia de la violencia
como aniquilación del ‘otro’, y triunfo de la vida como reconocimiento
y solidaridad con el ‘otro’) serán el objeto de nuestra reflexión.
poco más complejo: incluye niveles tanto conscientes como inconscientes de la expe-
riencia humana que se identifican de manera radical con la coincidencia del “yo”
consigo mismo, con una “mismidad interna”, constitutiva, que lo coloca frente al “otro”,
a la alteridad.
9 ARGUEDAS, Ibid, p. 25
10 MARCEL, Gabriel, Prolegómenos para una metafísica de la esperanza. Yo y el próji-
mo, Buenos Aires, Editorial Nova, 1954, pp. 16 y 17: “¿Cómo no deducir entonces que
ese yo aquí presente implica una referencia al prójimo, pero a un prójimo tratado como
caja de resonancia y como amplificador de lo que se puede llamar mi complacencia
conmigo mismo? (...) El otro, en efecto, sólo le interesa en la medida en que es capaz
de formarse de él una imagen lisonjera que él, a su vez, hará suya. El otro lo refleja, le
65
devuelve esa imagen que a él le encanta”.
11 LEVINAS, Op. cit., p. 71.
a) La tiranía del silencio
“El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve”12 .
Avaricia y “mirada que busca rendir”, hambre y silencio son la expre-
sión de la tiranía del Viejo, tío de Ernesto y dueño de las cuatro ha-
ciendas en Cusco. Esta tiranía del Viejo avaro es percibida por el pro-
tagonista desde su propio encuentro con una mirada que “pretendía
rendirlo”13 , así como desde la ausencia de mirada en el pongo, indio
que servía gratuitamente en la casa del Viejo. En el primer caso, aun-
que la mirada de éste pareciera ir de frente a Ernesto para someterlo,
en realidad “no se dirige a aquél en quien se aplica”, ya que el Viejo
se proyecta a sí mismo en su mirada y su avaricia, lejos de ver en su
sobrino a un interlocutor, a un ‘otro’. Por ello advierte siempre a sus
indios que “él está en todas partes”14 , con una mirada que pretende
anular el misterio del ‘otro’, su alteridad radical: una mirada que de-
vuelve al Viejo la imagen de sí mismo.
En el segundo caso, la mirada de violencia del Viejo se ha impuesto
sobre la autopercepción del pongo, en quien Ernesto constata la au-
sencia de mirada, el rostro silencioso propio del esclavo que no pue-
de ya ser ofendido porque ha perdido todo sentido de reconocimien-
to: “Su figura tenía apariencia frágil. (...) No nos miró”15 . Semejante
impresión tendrá Ernesto más tarde, ya en Abancay, al tratar de co-
municarse con los indios colonos de la hacienda Patibamba, que “te-
nían la misma apariencia del pongo del Viejo”: “Ya no escuchaban ni
el lenguaje de los ayllus; les habían hecho perder la memoria, porque
yo les hablé con las palabras y el tono de los comuneros, y me desco-
nocieron”16 . Este es el efecto más destructivo que ejercen las mira-
das de los viejos avaros de Cusco y los dueños de Abancay, que no
pueden ver en el rostro del ‘otro’ más que una “fuerza hostil o some-
tida”, guiados siempre por el deseo de “apropiarse del ‘otro’, de lo
que tiene de fuerte y absoluto a partir de lo que tiene de débil”17 . De
esta manera, el Viejo ve la libertad del ‘otro’ como fuerza a atacar (la
fuerza resistente de Ernesto) o como debilidad de la que uno puede
aprovecharse (la debilidad del pongo).
66
16 ARGUEDAS, Ibid, pp. 41-42.
17 LEVINAS, Op.cit., p. 76.
b) La violencia del discurso
El padre Linares y otros representantes del poder en esta novela bus-
can poseer al ‘otro’ al no abordarlo desde su individualidad, desde
su diferencia, sino desde su concepto, su generalidad. Así son vistos
los colonos de la hacienda Patibamba por el padre Linares: una masa
de “pobrecitas criaturas” con las que debe usarse la tiranía de la
retórica para convencerlos de que entreguen al patrón la sal recibida
de las chicheras lideradas por doña Felipa. Entonces, el padre direc-
tor toma la palabra como expresión de poder para comunicar a los
colonos su representación de la fe cristiana como sinónimo de resig-
nación al sufrimiento y sumisión al patrón, supuestas claves de salva-
ción: “¡Aquí hemos venido a llorar, a padecer, a sufrir, a que las espi-
nas nos atraviesen el corazón como a nuestra Señora! ¿Quién pade-
ció más que ella? ¡Lloren, lloren, el mundo es una cuna de llanto para
las pobrecitas criaturas, los indios de Patibamba!”18 . El Padre Lina-
res no reconoce en los colonos una dignidad “anterior a la donación
de sentido”; más bien, es la donación de su sentido de la religión
cristiana la que otorga existencia a los indios colonos, que se convier-
ten así en “cajas de resonancia” del ‘yo’. Los rostros de los indios de
la hacienda Patibamba están tapados por el discurso religioso que los
representa.
El padre director apoya también el ingreso de las tropas militares en
Abancay. Esta alianza entre poder religioso y poder militar, destinada
supuestamente a restablecer el orden (su representación del orden),
crea una situación en la que “a cualquiera ya pueden matarlo”. Las
chicheras y sus familiares, agentes de la lucha por el derecho a la sal
destinada al consumo de las vacas de los hacendados, se convierten
entonces en instrumentos destinados a padecer la violencia y el olvi-
do: “Están zurrando a las chicheras en la cárcel (...). Dice que las
fuetean en el trasero, delante de sus maridos. Les han metido excre-
mento en la boca. (...) Si matan a las dos chicheras... –No lo sabrá
nadie -dijo Valle, sonriendo–. Las echarán al río”19 . De la misma ma-
nera, en el internado, el Lleras obliga a Palacitos a tener relaciones
con la opa Marcelina. Estas imágenes de violencia física nos hablan
de la necesidad que tiene el poder de marcar los cuerpos: el ‘yo’ deja
la huella de su imposición al vulnerar la dimensión más íntima e irre-
ducible del otro.
Sin embargo, el Viejo y el padre Linares se encuentran solos, con la
soledad del tirano frente a sí mismo. El Viejo frente al pongo es el Viejo
70
30 ARGUEDAS, Ibid, p. 183.
31 GUTIERREZ, Gustavo, La verdad los hará libres, Lima, CEP, 1986, p. 72.