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Juan 16:7.
Al describir a sus discípulos la obra del Espíritu Santo, Jesús quiso inspirarlos para
que alcanzaran el mismo gozo y la alegría que llenaba su propio corazón. Se
regocijó con la ayuda abundante que había provisto para su iglesia. El Consolador
era el más excelso de los dones que podría solicitar al Padre con el propósito de
exaltar a su pueblo. Fue dado como el agente regenerador, y sin este don el
sacrificio de Cristo hubiera sido en vano. Por siglos el poder maligno se había
fortalecido hasta el punto que era asombrosa la sumisión del hombre a la
cautividad satánica. El pecado puede ser resistido y vencido únicamente por la
intervención poderosa de la tercera persona de la Deidad, que no vendría con una
energía modificada, sino en la plenitud del poder divino. El Espíritu es el que hace
efectivo lo que logró el Redentor del mundo. Mediante el Consolador el corazón se
purifica.