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Sobre el silencio de la página en blanco

Es claro que existen muchas formas de contar una historia. Y que también, probablemente, la
sensibilidad o la visión del artista explicaría el por qué de los temas que elige y el tratamiento que
imprime a cada uno de sus bocetos. De manera que si intentamos reflexionar sobre paisajes que
discurren en el accidentado y pintoresco camino del arte literario, estaríamos siempre tentados siempre
a señalar que todas las fórmulas son válidas, ya que solo se trataría de diferencias en términos de estilo.
Escuchamos decir, por ejemplo, que Vladimir Nabokov es uno de los grandes estilistas del siglo XX; o que
figuras como el maestro Juan Rulfo, lograron recrear una región inédita de la experiencia humana,
afirmaciones que, por otra parte, si bien ciertas nos dejan, no sabemos por qué, un cierto sabor de
incertidumbre en el paladar.

Resulta palmario que gigantes de la talla de estos autores, y pasando por tantos otros como Faulkner,
Onetti, Joyce, etc., narraron como parte de un ejercicio reflexivo que les permitió quebrar el molde
desgastado de la narrativa decimonónica; y que son innovadores por derecho propio. De eso qué duda
cabe. Sin embargo, quisiera plantear la noción de una historia ‘eficiente’ cuyo final –como habría dicho
Capote– silencia la imaginación del lector. Esos son, en mi limitada opinión, los narradores de raza con
autores como Izak Dinesen, Carson McCullers, Capote, García Márquez y otros de ese talante. Son
innovadores a su manera, pero saben también que la prioridad es la historia que quieren contar, una
historia con sus propias coordenadas, con sus particularidades en términos de luz, sombra, color y
movimiento. Y quiero creer que a este tipo de escritores el ‘experimentalismo vanguardista’ per se no
les dice demasiado. Saben que una historia es un tapiz hecho de relaciones causales, antagónicas, o bien
fundadas en la complementariedad y que toda esa parafernalia llamada símbolo o metáfora no pasan de
ser vanas etiquetas.

Se dice también que el verdadero artista imita la vida y que esto hace de él un creador. Por supuesto,
hablamos de formas de representación de lo real. Pero quizá lo más significativo es que el artista asume
un compromiso de verosimilitud frente a su material. No intenta ganar la partida con cartitas marcadas
en términos de lenguaje connotativo. Ha seleccionado un fragmento de vida y eso es lo único que le
preocupa.

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